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de insistir los ultramontanos, no diré yo en su opinion, sino en su tema, de que los obispos, y aun los concilios generales han de ceder en puntos de se á las decisiones de los Papas! ¿Y por qué? Porque lo dice un Fagnano. ¡Quid Fagnanus ad Augustinum? ¿Quid Fagnanus ad Augustinum?¿ Qué tiene que ver Fagnano con San Agustin? Fagnano, autor despreciabilísimo, cuyos comentarios á no valerles la fortuna (nam habent sua fata libelli) de una vez para siempre los hubieran abrasado las llamas. Señor, mucho decir es esto contra Fagnano: debo justificar lo que digo: oyga V. M. ¿Quién ha dicho que el Papa tiene en la tierra, no ya el lugar de un puro hombre, sino el de verdadero Dios? Fagnano en uno de los capítulos de translationibus. ¿Quién ha dicho que ser Papa es mas que ser apóstol, y que no está obligado á los preceptos de San Pedro ni San Pablo? Fagnano en uno de los capítulos de Bigamis, ¿Quién ha dicho que el Papa todo lo puede, sea ó no conforme á derecho? Fagnano en uno de los capítulos de consultas sobre clérigos enfermos. ¿Quién ha dicho que el Papa puede hacer que sea conforme á derecho lo que no lo es, porque puede mudar la naturaleza de las cosas? Fagnano en el capítulo de Pactis. ¿Quién ha dicho que el Papa puede poner dos obispos en el obispado que le parezca? Fagnano en el capítulo de translationibus. Señor, V. M. estará ya cansado de tanto Fagnano; yo tambien lo estoy: dexémoslo estar, y volvamos a nuestro asunto.

yo

„Pero antes de proseguir quiero que V. M. sepa una cosa, y es que solo por lo dicho hasta aquí, entre los ultramontanos, como si lo viera, pasaré yo por un osado, por un sacrílego, por un temerario, y que sé yo, qué se yo por qué otra cosita mas: téngolo por seguro, porque sé que esta es gente ente que muerde así por sistema. ¿Por sistema? Sí Señor; véalo V. M. ¿No acabo de decir, y con San Agustin, que el concilio general es supe rior al Papa? Pues vamos á ver ahora las ordenanzas de este sistema. ¿Qué ordenanzas? Las decisiones del tribunal de la Rota: dice así una de ellas, que si no me engaño está en la parte IX. La plenitud de poder que el Papa como monarca y emperador soberano tiene sobre las leyes, se extiende con mas dificultad á los cáñones de los concilios; pero esta dificultad no quita que hoy dia no esté (nótelo V. M.) canonizada, coronada y consagrada la verdad de que el Papa es superior al concilio, digan lo que quieran gentes osadas y temerarias. Yo he dicho esto: luego estas gentes, sopena de no estar á ordenanza, lo que no es de creer, me han de tener por un temerario y osado. Mas: yo he dicho que el Papa no ha podido dar jurisdiccion episcopal á los inquisidores fuera de su obispado de Roma, porque él no la tiene. ¿Y qué dice la ordenanza? No me acuerdo del número, pero sí del año en que salió: fué el de 1626. Dice así: disputarle al Papa su poder es un sacrilegio: luego soy un sacrílego por ordenanza: no hay remedio, lo soy, y osado y temerario, y quanto quieran los ultramontanos. Pero andeme yo con los buenos, y dígase de mí lo que se quiera. ¿ Fué bueno el Papa San Pio v? Pues yo sé de boca de nuestro español y sábio D. Martin de Azpilcueta Navarro, (que por boca suya tengo sus escritos) haberle oido decir estando en Roma que estaba mal con los letrados porque le atribuian al Papa mas facultades de las que debian. ¿Fué bueno el arzobispo de Braga Fr. Bartolomé de los Mártires? Pues yo sé que en el concilio de Trento dixo en alta voz, que la ⚫yeron todos los Padres: ¿Quién podrá oir sin dolor y sin horror esta falabra escandalosa, que algunos han osado defender y aun defienden, que el

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Papa es el Señor y no el dispensador de los beneficios, y que los puede dar somo le place, y a quien le place? Y los libros de Considerat. de San Bernardo al Papa Eugenio III; ¿qué otra cosa son sino unos clarísimos espejos donde mirándose los Papas viesen los defectos que cometian, ó por falta de poder, ó por abuso de su poder legítimo? ¿Tendré yo jamas por un osado, temerario y sacrílego, por mas que lo diga este artículo de esta ordenanza, á Guillelmo Durando, obispo de Mende en el Languedoc, que en el concilio de Viena en el año 1311 admiró á los Padres por el zelo apostólico con que presentó su memorial de excesos de los Romanos Pontífices con que afligian la iglesia? Léase, si se quiere, la carta de nuestro sábio español y valenciano Luis Vives al Papa Adriano vi en su exaltacion á la suprema silla de Roma; léase y se verá si se anduvo en miramientos, y no le dixo quales fueron los Papas que le precedieron; y eso que era llamado el sibio juicioso de su tiempo. Dirán los ultramontanos que mas es de alabar lo que hizo el nobilísimo y muy sábio cardenal de Inglaterra Reginaldo Polo, que despues de haber escrito contra el Papa Paulo Iv, echó su libro á las llamas diciendo aquellas palabras del Génesis: non deteges virilia patris tui. Pues yo digo que lo hizo muy bien, y que hizo lo que debió hacer; pero que no lo hizo mejor, y que no es por ello mas de alabar. ¿Qué tiene que ver lo que este cardenal hizo con lo que los demas hicieron? Este hombre, que de repente se ve privado por el Papa de la dignidad de legado que le tenia conferida, y lo mas sensible, sin mas causa que el tenerlo por favorecedor de los hereges, porque estaba muy mal con el espantoso y cruel rigor con que se les perseguia, ¿qué es lo que hizo? Ve que la reyna se pone de su parte, y se opone al nuevo nombramiento de legado, y él sin dársele nada de las insignias, se las quita: ¡qué bien! Toma la pluma, y escribe una ardiente apología ...; no hizo mal, porque un hombre de honor derecho tiene á hacer patente la injuria: luego la arroja al fuego: ¡resolucion hermosa, digna por cierto de su generoso pecho! Claro es, Señor, sin que yo lo diga, qué es lo que le moveria á hacerlo. Pero si como la quemó, la hubiera publicado, díganme los ultramontanos: ; fuera este cardenal otro de los desgraciados, y tratado, segun su ordenanza, de osado, sacrílego y temerario? Vaya, Señor, ya con esto, sigo con mi discurso adelante, sin dárseme nada de que digan de mí quanto quieran buenas ó malas lenguas.

,,Señor, los Papas son por lo comun de opinion que á ellos privativamente toca por derecho divino el decidir en puntos de fe; y quando los Papas no lo son, que de todo ha habido, lo son los cardenales, y siempre lo son y lo han sido los curiales, que en Roma es gente que se ha hecho respetar, y aun temer mucho aun de los mismos Papas. ¡Ah! Señor, y quanto hay que decir sobre esto! No molestaré á V. M.; solo referiré lo que pasó el año 11.48. Sabida cosa es lo mucho que se amaron toda su vida el Papa Eugerio II y San Bernardo, monge y abad de Claraval. El Papa nunca se olvidó de que lo tuvo por maestro en el claustro; y aunque esto no mediara, ¿quien no armaria á un hombre como San Bernardo? Amábanle, pues, como digo, entrañablemente. Sucedió que hallándose el Papa dicho año en Paris, por haber dexado á Roma, que andaba algo revuelta, pensó en jantar y juntó un concilio en Rems. El concurso de obispos fué numerosísimo: no acertaré á dezir quantos fueron: pero sí podré asegurar que pasaron de mil. En este concilio fué la gran disputa de San Bernardo con el

herege obispo de Poitiers Gilberto de la Porea, que tuvo la dicha de ser vencido, y de abjurar sus errores, que ya se habian esparcido demasiado. Gozoso el Papa de tan buen suceso, quiso que el concilio por un cánon condenase estos errores ya abjurados por Gilberto. Hízolo así el concilio. Sábenlo los cardenales, y pesarosos del hecho, todos de mancomun, y sin guardar ningun comedimiento, se entran por la cámara del Papa, y tomando uno la palabra, le habla de esta manera: debeis saber que nosotros los cardenales somos sobre quien se apoya, se muere ó vuelve la iglesia, como se vuelve sobre sus quicios una puerta. Debeis saber que nosotros somos los que os hemos elevado al gobierno de toda la iglesia, y que de un hombre particular que erais, os hemos hecho el Padre universal de todos los fieles. Desde entonces se os debieron acabar todas las amistades particulares, y no debisteis pensar sino en el bien comun, y en mantener á la corte de Roma con todo el esplendor de su gran preeminencia. Esto es así. Pues decidnos ahora, ¿qué es lo que con vuestra órden, y aun con mucho gusto vuestro acaba de hacer ese vuestro abad, ó ese vuestro querido Bernardo, y con él este clero galicano? ¿Cómo han tenido la osadía de levantar la cabeza sobre, 6 for mejor decir, contra la grandeza de la silla de Roma? Esta, esta es la unica silla que abre, y ninguna otra cierra: esta es la que cierra, y otra ninguna abre. Esta es la única que decide en puntos de fe, sin poder comunicar esta prerogativa con nadie. Ni aun el Papa, no estando en su silla, puede ni debe sufrir lo que ahora se ha permitido hacer á este clero y á este vuestro Bernardo.

,,Señor, ¿se podria creer un razonamiento tan extraño y grosero como este en boca de unos cardenales, á no referirlo un autor contemporáneo, como que murió diez años despues de este suceso? Pues tal es Oton, obispo de Flesinga: él lo refiere en su obra de Gestis Friderici I imperatoris. Y si no supiéramos lo mucho que puede la preocupacion en el hombre, ¿quánto no admiraríamos que el cardenal Baronio, lejos de desagradarse de este razonamiento, lo aplauda y celebre como lo celebra? Este grande hombre, Señor, cuya memoria será siempre grata mientras haya algun amor á las letras, aunque no hubiera escrito mas que sus Anales, sin embargo de habérsele descubierto algunos lunares ó defectos; este hombre grande, repito, despues de referir aquel razonamiento, fué tanto lo que se agradó de él, que vuelto á su lector, le pregunta: ¿qué te parece de esto? ¿No te parece que estás oyendo á otros tantos Pablos, que á rostro firme vesisten 6 refrehenden á San Pedro? ¡Otros tantos Pablos con un lenguage tan distinto y contrario al de San Pablo! Permítame V. M. que en honor de este cardenal diga que esta comparacion no fué digna de su sabiduría, ni de su juicio, ni de su ingenio. Y ¿qué dicen los ultramontanos? ¿Piensan que sobre los cardenales, y no sobre los obispos se apoya, se mueve y gira la iglesia, como dixeron estos Pahlos? ¡Ah! Señor, ¡quán ridículo se hace el hombre quardo á trueque de mantener su sistema, no atiende á su razon, y hace del ciego! Esto que acabo de decir me recuerda aquel tan largo como disparatado discurso que sobre la jurisdiccion de los Papas y Obispos prenunció en el santo concilio de Trento un teólogo ultramontano, de ingenio muy brillante á la verdad, pero muy malogrado. Decia él, y con frente muy serera: los obispos reciben del Papa su jurisdiccion; y aunque el apóstol San Pablo parece que dice lo contrario, no hay por que embarazarse en esto; porque si es verdad que dixo que el Espíritu Santo puso por gobernadores de su iglesia á los obispos, tambien lo es, y nadie lo duda, que hay des modos de ponerlos, ó por sí, ó por otro: y en este segundo modo se debe entender San Pablo; de suerte que á San Pedro se le dixo: mi iglesia á tí te la encargo; tú solo no has de bastar para esto: elegirás, pues, ó pondrás para que te ayuden los criados que te parezca." ¡Ay Dios, y qué interpretacion esta! ¡Los obispos unos criados del Papa! Dixo mas: un obispo quando se consagra no recibe jurisdiccion ninguna. ¡Qué otra proposicion esta! Por fortuna nuestro arzobispo de Braga hizo ver quan verdadera era su contraria. ¿Qué significa el báculo, decia, que se le entrega al obispo quando se consagra sino la jurisdiccion? ¿Pues qué? ¿Se le miente quando se le entrega? Dixo mas aquel ultramontano: la jurisdiccion se da en la simple colacion, y esta la puede dar el Papa á un simple clérigo, y aun à quien no lo sea. ¡Pobres obispos! ¡ A qué extremo de abatimiento os reduxo este escritor! Pues qué, dirá alguno, ¿este hombre se olvidó de que los obispos son sucesores de los apóstoles? ¡Oxalá que así fuera, oxalá que se olvidara, oxalá que nunca lo dixera, pues si lo dixo fué para mas abatirlos ó envilecerlos! Dixo que eran sucesores solo en quanto á decirles misa á los fieles. Señor, ¿y habrá pecho católico que esto oyga con paciencia? ¿que esto oyga con paciencia? Y no se me diga, Señor, para mi consuelo, que esto y lo demas que este ultramontano dixo, pasaria ó se tendria por un delirio ó por un sueño. Hubo muchos, y fueron los mas, que por tal lo juzgaron; pero algunos hubo que no lo creyeron así, y lo peor y mas sensible es que quiza hoy dia habrá muchos que no lo crean. Mis motivos tengo para temerlo. Léanse, si es que hay paciencia para leerlos, esos diez y nueve volúmenes de Decisiones de la Rota, en especial la parte duodécima, y se verán á millares prodigios como estos. Pregunto: ¿y se han condenado alguna vez? Se les ha puesto alguna censura hasta ahora, á lo menos de esas que algun tanto los desacrediten? No. ¿Y se querrá de mí que no tema que haya todavía quien no los tenga por delirios? Léasé el cardenal de Luca en su obra intitulada Teatro de la verdad y justicia, y se verá otro tanto que en las Decisiones. ¿Y tampoco se ha prohibido? ¿Cómo se ha de prohibir! ¿Qué injusticia no seria condenar un Teatro de justicia? ¿Quiere V. M. unz muestra de lo que siente este autor de verdades y de justicias? En su obra Relacion de la corte de Roma, en el segundo ó tercero discurso, que sobre esto no estoy cierto, dice: los obispos, arzobispos y patriarcas son unos meros oficiales del Papa. Vea V. M. si dias pasados nos dixo bien un sabio diputado del Congreso en su solidísimo discurso, quando aseguró que los obispos son tenidos por unos sacristanes: expresion, que segun nos dixo, y es así la verdad, usó lamentándose de ello el obispo de Córdoba D. Francisco de Solís. Y mientras se piense así de los obispos, ¿podremos esperar que Dios nos bendiga, y mejore los tiempos? No nos engafiemos, Señor, no nos dexemos llevar de esta vana esperanza. Mientras no honremos á los obispos, como Dios manda que los honremos, no hay que esperar el fin de nuestros males: de cada dia irán en aumento.

„¿Y no nos debia bastar, no digo para desechar, sino para abominar estas opiniones que tanto los degradan, el saber como se introduxeron? No lo quiero pasar en silencio. La iglesia, Señor, fué muy perseguida en los tres siglos primeros, y en los quatro que se siguieron muy floreciente. Pero

en el octavo, dice el sabio Augustiniano Cristiano Lupo, que ni á la Silla apostólica, ni á la potestad eclesiástica se tuvo la menor consideracion ó respeto. En los gaulas y germanos la deprimian los francos; en España los, sarracenos; en Italia los lombardos, y en Iliria los griegos. Tras esto, co mo era natural, se corrompieron las costumbres. Ni habia escuelas, ni estudios, ni mas sabios que los clérigos, y estos no pasaban de piadosos, porque en quanto á letras eran unos ignorantes y necios. Para levantar, pues, á la iglesia de Roma de este abatimiento en que habia caido, no sé que fiel cristiano, continúa Lupo, forxó baxo el nombre de los primeros Papas las epístolas decretales, llamadas comunmente Coleccion de Isidoro Mercator." Hasta aquí Cristiano Lupo.

„Un sabio, de cuyo nombre no puedo acordarme, pero que lo cita VanEspen, dice:,,por cierto que fué una piedad bien ridícula fabricar tan gran número de cartas, donde a los Pontífices y Mártires mas respetables de la iglesia se les hace decir lo que no dixeron, lo contrario de lo que dixeron, y aun de lo que se hubieran horrorizado, si á la imaginacion les viniera. El Isidoro, prosigue este sabio, fué un malvado, si conoció lo que hizo; y si no lo conoció, noció, fué un menguado é iluso. Pero sea lo que fuere de su intencion, que sobre eso ya le habrá juzgado Dios, lo cierto es que en su sigle pasó por un sabio, se fió de sus luces, y se le creyó exacto. Su coleccion ademas ahorraba del penoso trabajo de recurrir y desojarse en examinar las fuentes. Por esto, y por creer que en todo decia verdad, porque en muchas cosas la decia, su crédito pasó á admiracion, y á tenerlo por digno de ser seguido á ciegas." Hasta aquí este sabio. ¿Y quién debió ser este Isidoro Mercator, este malvado si conoció el mal que con esto hizo, y si no lo conoció, un menguado é iluso? Este fué un tal Riculfo, arzobispo de Moguncia. No puede ser, se me dirá. Si él halló esta Coleccion aquí en España quando estuvo por los años de 787; si la coleccion misma decia que su autor era el Isidoro Mercator; si el Riculfo se la llevó, y la mostró á todo el mundo á su vuelta de España, ¿cómo puede ser él su autor? Todo esto es verdad; pero con todo esto, gentes muy honradas dicen que todo fué ficcion de Riculfo; y que la coleccion ya por los años 784 estaba fraguada en Roma; y me lo dicen con tales razones, que me lo hacen creer. Yo solo digo que buscando por las historias de España el tal Isidoro, no parece ni ha parecido jamas; y segun reglas de derecho, he oido decir que aquel en quien se encuentra el cuerpo del delito se tiene por delinqüente, si él no prueba lo contrario. Pero esto importa poco, Señor, el mal ya está hecho: lo que importa es remediarlo. Para to qual es necesario velar mucho sobre los libros que se deben permitir leer, porque hay un sin número de ellos, que así en lo civil y temporal, como en lo eclesiástico y espiritual engañan. ¿Creerá V. M. que hay escritor ultramontano que por sostener que el Papa puede quitar los reynos ó imperios, y dispensar á los súbditos de la delidad y obediencia debida á emperadores y reyes, viendo que le son contrarios los apóstoles San Pedro y San Pablo por recomendarla tanto co mo la recomiendan, se atreve a tratarlos de aduladores? Pues oygalo V. M. „Como en tiempo, dice, de San Pablo habia tantas novedades, y temerosos los príncipes de que iban á perder su imperio por un trastorno general de cosas, se enfurecian contra el nombre cristiano: el apóstol que vió esto, aduló ca este capítulo á los reyes y emperadores, y lo mismo hizo San Pen

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