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En cambio, y para mejor ocultar esos criminales atentados, mientras ardian las chozas de los indefensos moradores de Tajumulco, la prensa de este país se ocupaba de anunciar que habian desembarcado en un puerto de Guatemala 300 rifles, con los que Don Sebastian Escobar se proponia invadir el Estado de Chiapas, en complicidad con el Presidente de Guatemala. El mismo Diario Oficial no tuvo embarazo para dar asenso á noticia tan absurda; con todo y que al gobierno no podia ocultársele que, á peticion suya, el referido Sr. Escobar habia sido reconcentrado de órden superior, á la capital de la República. Ni los rifles, ni Escobar llegaron al Estado de Chiapas, ántes, por el contrario, se ratificó la noticia de la concentracion de aquel individuo, y sin embargo, ni el órgano del gobierno hizo la más ligera rectificacion.

De entonces para acá, no habiendo ya más incendios de que hablar, se ha acusado constantemente á los indígenas guatemaltecos de haber destruido varias veces los mojones, que la fuerza federal de Soconusco ha ido á colocar en territorio de Guatemala. Se quiere hacer aparecer como criminal la conducta digna, y en extremo prudente, de aquellos sencillos habitantes de la frontera, que en cumplimiento de órdenes terminantes de su gobierno, se han contentado hasta ahora, con protestar de esa manera contra los incalificables avances de la fuerza.

Esta es la verdad de los hechos, en cuyos pormenores nos abstenemos de entrar, deseosos de no apartarnos del asunto principal. Queremos que la enojosa cuestion de límites, pendiente entre uno y otro país, tenga una pronta y pacífica solucion. Si es cierto que México desea tanto como Guatemala poner un término al malestar que reina en la frontera, por medio de un arreglo conveniente, nada más

fácil, puesto que de la otra parte tiene mil motivos para creer que encontrará la más acrisolada buena fe. Hace un año que el Ministro de Guatemala se encuentra en esta capital sin otra mision que ésta. Consagre el gobierno mexicano algunas horas à este importante negocio, y es seguro que no serán infructuosos los esfuerzos que de una y otra parte se hayan hecho para asegurar la paz y las buenas relaciones entre dos países hermanos.

CONCLUSION.

A en prensa este folleto, hemos tenido la oportunidad de afirmarnos en la creencia de que, cuantas noticias se difundan en detrimento del buen nombre del Gobierno de la República de Guatemala, encontrarán una benévola acogida en los diarios de esta capital. Nos referimos á los despachos de Don Pantaleon Domínguez, relativos á la revolucion de Chiapas, publicados por el órgano oficial del Gobierno de la Federacion. En esos documentos se acusa, de la manera más aventurada al Gobierno guatemalteco, de haber favorecido la revolucion, y aun de haber proporcionado elementos de guerra á uno de los cabecillas, Don Sebastian Escobar. No era necesario más para que la prensa toda de esta capital se desbordase lanzando los insultos más gratuitos é inme

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recidos á la República vecina. ¿A qué esperar las pruebas de la calumniosa acusacion del Gobernador del Estado de Chiapas? Bastaba que él lo dijera, ¡y en qué circunstancias! Cuando no hallando medio de hacerse de partidarios, invoca en su proclama los sentimientos más encontrados. Dice que la revolucion es porfirista y que tiene ramificaciones en Oaxaca: dice que la revolucion es reaccionaria; dice que la revolucion está favorecida por el Gobierno de Guatemala, porque se ha pactado que, triunfando los revolucionarios, devolverán el Soconusco. ¡Qué contradicciones! ¡Qué poca prevision aun para favorecer sus amenazados intereses! Decir que Guatemala pudiera proteger una revolucion reaccionaria en Chiapas, es un absurdo que solo al Sr. Domínguez ha podido ocurrírsele. Si teniendo en ese Estado fronterizo una administracion liberal, Chiapas ha sido el asilo de todos los reaccionarios de Guatemala, y es de allí de donde han sacado elementos para combatir al actual gobierno, como sucedió en Julio de 74, ¿qué seria con un gobierno reaccionario al frente de los destinos del Estado referido? ¿Y seria Guatemala la que fuese á trabajar por hacerse mayor daño? Lo repetimos: esto es absurdo, absurdo de todo punto.

Respecto al Sr. Escobar, nadie ignora que á solicitud del Gobierno mexicano permaneció reconcentrado en la capital de la República vecina, hasta que habiendo llegado á Guatemala el Sr. General Don Juan J. de la Garza, Enviado Extraordinario y Ministro Plenipotenciario de México, le permitió oficialmente volver á la frontera.

Por cartas de Guatemala sabemos que, con posterioridad, el Sr. Garza, cumpliendo acaso instrucciones de su gobierno, dadas en sentido opuesto á la conducta observada por él con el Sr. Escobar, pidió al gobierno guate

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malteco le reconcentrase de nuevo por considerarle perjudicial á los intereses de México su residencia en la frontera; y que el Gobierno de Guatemala, deseoso de dar una prueba más á México de su deferencia, dictó inmediatamente las órdenes convénientes para que el mencionado Escobar se retirase de San Marcos y volviese á la capital de la República. Cuando se notificaron estas órdenes á Escobar, Grajales se habia pronunciado en Chiapas, por lo que aquel creyó, sin duda, que le seria más conveniente venir á unirse con sus partidarios y compatriotas que volver á Guatemala, y se escapó del Departamento de San Márcos. ¿En dónde está aquí la complicidad del Gobierno guatemalteco? Esto no obstante, la prensa de la capital, con muy pocas excepciones, puso su grito en las nubes pidiendo hasta la guerra, á fin de inclinar al público á dar completo asenso á las atrevidas imputaciones de Domínguez. Un poco de más cordura hubiera evitado á ciertos periódicos el ridículo en que se han puesto con la publicacion posterior del plan de los pronunciados de Chiapas, que demuestra que aquel movimiento ha sido puramente local, y sin otro objeto que el de derrocar la actual administracion del Estado.

Respecto á que entre el Gobierno de Guatemala y Don Sebastian Escobar se haya pactado la devolucion de Soconusco, se necesita ser un niño para pensarlo siquiera. De consiguiente, no nos detendrémos haciendo las reflexiones que á cualquiera persona que no esté destituida de sentido comun se le pueden ocurrir.

Como este asunto lo hemos tocado por incidencia, darémos fin á nuestro escrito, deseando que las aclaraciones que hemos hecho sobre algunos puntos oscuros relativos á la cuestion de límites, puedan servir para acelerar el tér

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