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apropósito en esta crísis por mas inmediatos al trono, los que podían penetrar lo que pasaba ; conocer el verdadero origen del escándalo ; descubrir la verdad; revelarla, dar consejo, oponer resistencia, despreciar los riesgos, arrojarse á la lid, llenarse de gloria, nada hicieron. La nacion atónita, pero sin dejar de sentir profundamente la ofensa, se vió otra vez huérfana y en el mismo abandono en que se había hallado en sus conflictos anteriores. En el entretanto los sucesos se atrapellaban unos á otros, sin que por eso se disipasen las ilusiones de los que, causa de sus dignidades, sus cargos y sus magistraturas, estaban obligados á tomar alguna resolucion pronta y vigorosa, que evitase una convulsion en el estado. Quince años hacía que la direccion suprema de los negocios estaba entregada á la discrecion y prudencia de un privado, cuyo título á tanta confianza era haber sido en su juventud objeto de requiebros y galanterías dentro de palacio. Ningun obstáculo, ninguna resistencia eficaz para precaverlo en su orígen, ó en su progreso habían hecho jamas, ni los tenían á su cargo la administracion y buen órden de la monarquía, ni las clases á quienes

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no podía ménos de humillar tan desmedida predileccion y favor; ni los que presumían ser ministros de la religion, defensores y conservadores de la moral y las costumbres.

Así como por adulacion, por cobardía, por servil disimulo, ó por lo que se quiera, se toleró y aun fomentó esta privanza, del mismo modo se consintió que prosiguiese despues de las lamentables escenas en el Escorial. Con esto se dió lugar á que un ejército frances penetrase en la península, y arrojase del trono de Portugal á la familia reinante, estrechamente enlazada con la casa de España; á que poco despues nuevos y mas numerosos cuerpos de tropas se apoderasen alevosamente de las plazas principales, y ocupasen las posiciones mas importantes en el interior de Aragon y de Castilla; á que se desmembrasen secretamente algunas provincias, y se echasen de este modo las semillas de la guerra civil y estrangera.

Para cohonestar estos atentados no hubo pretesto, por mas absurdo que fuera, que no se escogitase, y, lo que la posteridad creerá apénas, que no tuviese séquito, que no hallase acogida entre magnates de todas categorías, hombres de

estado, gefes militares, magistrados y funcionarios públicos *. Adormecidos todos ellos con no se sabe que seguridad, dejaron que la catástrofe empezase á desenlazarse en Aranjuez con un tumulto popular, sostenido por la misma guardia de los reyes, siete meses despues de haberse anunciado en el Escorial. Lo demas, ¿quién lo ignora?

Desperdiciada la ocasion que ofrecieron á las clases y cuerpos poderosos del estado, en el mes de octubre anterior, las desavenencias de la familia real, para interponerse y tomar el ascendiente, no podía haber momento mas favorable que un movimiento popular, cuya violencia forzosamente había de conducir á objeto mayor y mas estenso, que la ruina y destruccion de un miserable privado. A risa provoca que se pretendiese circunscribir lo occurido en Aranjuez, el 19 de marzo de 1808, á algun concierto de bandería dentro de palacio, como si fueran los tiempos de Don Juan el II, ó Enrique IV de

Nada era mas general y frecuente en los altos círculos de Madrid á principios de 1808, que el oir á personas graves y de influjo entonces sostener con el mayor empeño que las tropas francesas venían á España únicamente á derribar al príncipe de la Paz.

Castilla. Pero, aunqué así se desease, la crísis á que había traido la monarquía la entrada de un ejército estrangero introducido con tanto dolo y falacia, no consentía semejantes ilusiones. A lo ménos, no era creible que sedujesen á personas reunidas de contínuo en la corte; para quienes no existían restricciones y obstáculos que les impidiesen ver, ó penetrar lo que pasaba dentro y fuera de aquella region; y sobre todo, lo que tantos anunciaban desde mayor distancia, aunqué el velo no había acabado todavía de rasgarse.

Los ménos espertos preveían que la renuncia de Carlos IV, por las circunstancias en que estaba hecha, no podría dejar algun dia de promover dudas, protestas, reclamaciones, á no precaverlo con una autorizacion solemne y pública que la legitimase. En la efervescencia que ya tenían los ánimos no bastaba que la traslacion de la corona, vivo todavía el rey poseedor, hubiese sido una formalidad celebrada en la cámara de palacio á presencia solo de cortesanos. En medio de una crísis tan peligrosa, la proclamacion del sucesor al trono requería todo el aparato, toda la pompa y magestad de un acto nacional, que impusiese respeto al ambicioso que tenía sus ejércitos en el corazon del reino,

ántes que comprometiese inicuamente su orgullo y su altanería con algun atentado. Eludir esta augusta ceremonia, ora por irresolucion, ó pusilanimidad, ora por odio ó por temor á demostraciones enérgicas del espíritu público, era dar lugar á que la nacion, por sí misma, manifestase su voluntad y su poder, y entonces ¿quién le impediría consultar sus verdaderos intereses? Ya

que no se aprovechasen trescientos años de lecciones prácticas dentro del reino, sirviera de ejemplo la suerte contemporánea de otros estados conmovidos por disensiones civiles. O prevenirlas oportunamente, ó someterse á la dura ley que imponen.

Los que á vista del carácter personal de Napoleon, de sus medios militares, del influjo que ejercía en Europa, de la situacion en que se hallaba colocado en la península, creyeron que Fernando VII podía contenerle con ofrecer la mano á una princesa de su casa, con hospedarle ostentosamente en el palacio de Madrid, con salir al camino á recibirle, con fiar en promesas de sus agentes y emisarios, con abandonar el reino y entregarse inconsideradamente en sus brazos; los que pensaron de este modo, los que aconsejaron, los que cooperaron, los que consin

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