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sonales, que sus antecesores jamas osaron decretar por sí, y sin el consentimiento de las Córtes en las dos coronas. Desde esta época en adelante no quedó á la nacion otra esperanza, que la que pudieran inspirarle el talento y las virtudes de los ministros y hombres de estado á quienes se confiase la administracion pública; puesto que se le cerró la puerta hasta para presentar sumisas peticiones. Y, como si todavía se quisiese agravar mas el yugo, se le hizo pasar por la inaudita humillacion de que dos aventureros se apoderasen sucesivamente del gobierno, sin tener cuenta con lo que se debía á la independencia y decoro de tan poderoso estado; sin temer siquiera los efectos de una provocacion tan abierta y ni aun el resentimiento de las clases á quienes no podía dejar de ofender predileccion tan inconsiderada. Tomar á sueldo, por decir así, á dos estrangeros, y entregar á su discrecion y alvedrío la suerte de una monarquía, en que había personas tan señaladas por su antiguo lustre y nobleza, por su esperiencia en los negocios, acostumbradas en las épocas anteriores á ejercer los cargos de alta administracion, no hubiera dejado de provocar alteraciones y disturbios, á no ser por lo que

sucede á todo pueblo cuando decae y se envilece por haber perdido su libertad.

La privanza de cardenal Alberoni, y despues la del duque de Riperdá, no tuvieron otro fundamento, sinó la servilidad con que las altas clases sobrellevaban á porfía el desprecio con que eran tratadas. En una nacion en que habían perecido las instituciones que podían protegerla; donde los mismos cuerpos encargados de vigilar y dar consejo no tenían quien los defendiese contra los resentimientos de la corte, era de esperar que á lo menos una clase numerosa reunida de contínuo en la capital del reino, llena de riqueza patrimonial, de privilegios, de títulos, de honores, estimulada con los recuerdos de su antiguo influjo y poder, reconociese su independencia, y, por su propio interes, opusiese algun obstáculo á tan escandalosa dominacion. Así como toleró sumisamente la elevacion de aquellos dos advenedizos, así miró con indiferencia que se les precipitase, con tanta ignominia y estrépito, del valimiento y favor á que habían llegado, y que se diese el pernicioso ejemplo de señalar, como en las épocas anteriores, con esta arbitraria severidad, el camino de la prostitucion y el envilecimiento á los que

en adelante se encargasen del servicio público del estado.

Muchas eran las resoluciones con que la nueva corte había dado á conocer su arrojo y osadía, mas la que acabó de sorprender y aun llenó de asombro á la nacion fué su empeño en alterar la sucesion á la corona. La ley que regía en este punto en Castilla y Aragon *, llamaba á las hembras á falta de varones, en ella únicamente se podía fundar el derecho de la nueva dinastía al trono que ocupaba. No obstante, sin considerar este beneficio, sin hacer caso de la veneracion con que era mirada una disposicion fundamental en materia tan grave, y aun despreciando el dictámen de los mismos † que habían

* En Aragon quedó terminada toda disputa sobre suceder las hembras con la jura del infante Don Miguel, hijo del rey de Portugal y nieto de los Reyes católicos, y despues con la de la hija segunda de estos la princesa Doña Juana, casada con el archiduque Don Felipe. Vease lo ocurrido en estos casos en Mariana, Hist. de Esp. libro 27, cap. 3; Zurita, Hist. del Rey católico, lib. 3, cap. 30; Geronimo de Blancas, juras de los reyes y principes de Aragon, lib. 3, cap. 19 y 20.

+ El Marques de S. Felipe hablando de este punto, dice: "Consultándolo tambien con el Consejo real hubo tanta variedad "de pareceres (los mas equívocos y obscuros), que al fin nada "concluian. indignado el rey Felipe de la obscuridad "del voto, ó de la oposicion de los consejeros de Castilla,

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sido consultados, el rey valiendose de medios tan indecorosos como violentos, hizo abolir la antigua forma de suceder en el trono, é introdujo en su lugar la ley sálica usada en Francia. Por último, este príncipe, inopinadamente, por su propia resolucion y en virtud de un simple decreto, renunció la corona á la edad de 39 años, en su hijo mayor, apénas de 17, sin convocar las Córtes para someter siquiera á su consideracion las causas de una determinacion tan estraña y peligrosa. La renuncia iba acompañada de voto solemne de no reasumir otra vez la corona, y por eso se designaba al mismo tiempo la regencia que había de gobernar, si el nuevo rey moría sin hijos, ó ántes de entrar en mayor edad el sucesor. Habiendo ocurrido este caso, el rey padre, sin tener cuenta con lo dispuesto en la renuncia, volvió á tomar las riendas

<4 con parecer de los de estado, mandó se quemase el origi"nal de la consulta del Consejo real, porqué en tiempo "alguno no se hallase principio de duda y fomento á una

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guerra; y que cada consejero diese su voto por escrito "aparte, embiándosele sellado al rey."¡ Estupenda manera de asegurar la independencia y libertad de opinar en un cuerpo consultivo! Vease lo que refiere aquel historiador sobre esta introduccion de la ley sálica, en sus Comentarios, tom. ii, pag. 96 y 97.

del gobierno, omitiendo como ántes llamar á Córtes para consultarlas, á lo ménos por formalidad; pues las que hizo juntar poco despues, fué solo para que jurasen príncipe de Asturias á su segundo hijo. Con actos tan arbitrarios y despóticos se acabó de consolidar y se puso el sello al régimen absoluto, quedando aniquilado para siempre el simulacro de representacion que se había conservado, y con él, la única esperanza de hallar algun remedio legal á los males públicos.

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Así recompensó este príncipe la preferencia que la nacion le dió al principio sobre sus competidores, y de este modo quiso mostrarse agradecido á la sangre derramada por sostenerle despues contra su adversario. En ello se propuso hacer alarde de la seguridad en que ya consideraba en el trono á su familia, que nadie tenía que temer, ni ménos necesitaba guardar mas consideraciones, ni respetos, sinó proseguir sin detenerse en la carrera comenzada con tanta felicidad, y tan próspera fortuna. Un escritor * contemporaneo, en medio de su circunspeccion y reserva no se detiene en decir espresamente : "Los grandes en general no gustaron de esta resolucion del rey Felipe de

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* Vease la nota D, al fin de la introduccion.

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