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de poder, y los mas enormes delitos de parte de las Córtes estraordinarias. Mas aunqué todo fuese cierto, para corregir los yerros, para probar defecto de autoridad en aquel congreso, y aun para reparar los males que hubiese podido causar; por ventura, i era necesario destruir el fundamento de la monarquía representativa, y condenar á la nacion á la misma esclavitud de que acababa de rescatarse? La ingratitud y la perfidia, y no aquellas causas, fueron las que abusando del regocijo y alegría de un pueblo incauto y desprevenido, al verle quebrantado y exausto con seis años de inauditos esfuerzos y desgracias, le obligaron á optar entre la guerra civil, y una palabra solemne de respetar sus derechos.

El acto con que el rey destruyó á su vuelta de Francia cuanto se había hecho para su rescate, no ilustró á la Europa, casi toda sometida á Napoleon durante la mayor parte de la guerra en la península. La persecucion, que comenzó en ella con aquel trastorno, sumió en el caos lo ocurrido en los seis años precedentes. A la par creció la confusion, y se corroboraron los errores. Los hombres de estado, los oradores y escritores del partido, que en Europa se apropió una restauracion que comprendía tambien los derechos y

los intereses de los pueblos, se empeñaron á porfía, unos en justificar el parricidio cometido en España; otros en disminuirle y atenuarle; todos en cooperar, con sus declamaciones y calumnias, á que se consumasen las consecuencias de aquel escándalo, restableciendo el imperio de la inquisición y del mas repugnante despotismo. Para ello procuraron hacer odiosa la reforma constitucional, atribuyéndole lo que no había sucedido nunca esto es, decorándola con todo el ornato revolucionario que mejor podía servir á su propósito, seguros de que no los habían de contradecir tantos hombres beneméritos é ilustres, que podían repeler las falsas é injuriosas imputaciones, á no hallarse, ó sumidos en horrendos calabozos, ó prófugos, ó rodeados de peligros en sus personas, ó en la de sus inocentes familias.

La pintura que todos ellos hicieron de aquella época, es la historia de un acontecimiento ideal en un pais imaginario, y á no ser por la identidad de tiempo y de sucesos, la posteridad haría bien en creer, que se había inventado todo para diversion y recreo de frívolos y ociosos cortesanos. No se detuvieron en suponer que los autores de la reforma, congregados en una asam

blea tumultuaria de atroces y desenfrenados demagogos, guiados por meras teorías, principios revolucionarios, doctrinas especulativas y abstractas, se propusieron, por antojo y presuncion, establecer en España una forma de gobierno contraria á sus leyes, usos y costumbres, que á fin de conseguirlo despojaron á los reyes de su autoridad, á la nobleza de sus privilegios, al clero de sus inmunidades y riquezas.

Con igual arrojo pretendieron sostener, que España toda entera, había hecho la guerra á Bonaparte solo por defender la religion y el rey; esto es, para mantener inalterable el santo tribunal de la inquisicion, el Consejo de Castilla; en suma, toda la máquina de gobierno que la había traido al duro trance de recurrir á una insurreccion para salvar su independencia: que lo único que había querido la nacion, era que se formasen ejércitos numerosos, bien disciplinados y aguerridos que venciesen siempre, sin distraerse en ningun otro objeto; es decir, como si el enemigo se hubiese atrincherado en sus posiciones para dar tiempo á que se consumase aquel prodigio, y como si no hubiese ofrecido á los españoles reformas en todos los ramos de la administracion pública á fin de seducirlos y some

terlos mejor á su dominacion: que la nacion debía haber perseverado en la lucha con toda la exaltacion y entusiasmo de un pueblo libre, mas no por eso dejar de someterse al mando absoluto de los que quisiesen dirigirla, y de seguir, con implícita é inalterable confianza, el consejo de los mismos que la habían entregado á un usurpador: que si las autoridades nacionales no tuvieron siempre reunidas las sumas necesarias para hacer la guerra con vigor y éxito favorable, fué por no haberlas recaudado con órden, ni distribuido con la economía que debieran; no importa que la mayor parte de América estuviese sublevada contra la metrópoli; no importa que viviesen sobre el desventurado territorio de la península quinientos mil soldados, á lo ménos, que formaban los ejércitos de cuatro potencias distintas, y los cuales le habían convertido en un piélago de sangre y desolacion.

En fin, que solo reformadores inconsiderados ó ilusos, se podían haber empeñado en establecer instituciones y leyes desconocidas; de mal ejemplo; contrarias á los usos y costumbres de España, á la pureza de la religion y santidad de sus ministros; superfluas, ademas, bajo todos aspectos, para el fin á que entonces se aspiraba

¡Qué abuso de la victoria! ¡qué arrogancia y osadía contra hombres inermes, perseguidos, sin proteccion, sin amparo, en suma, sin defensa dentro ni fuera de su patria!

que

Al oir á estos declamadores no parece sinó ya en 1810, época de la reunion de las Córtes estraordinarias, habían previsto que Napoleon, ante el cual entonces unos se prosternaban para tributarle culto, de quien otros solicitaban adopciones y alianzas, y al que todos, ó admiraban, ó temían, muy pronto iba á ser vencido, destronado y encerrado al fin en la isla mas apartada del Oceano ¡Ah! ¡que no hubiesen podido sepultar del mismo modo en ella tanta fragilidad, tanta flaqueza, tanta miseria humana como ántes cometieron ! La historia, la inexorable historia, lo revelará todo para que resalte mas aun, la ingratitud y perfidia que usaron con los que contribuyeron tanto á darles libertad.

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Este es, pues, el criterio por donde se presumió juzgar la conducta de un congreso ilustre, á cuyo seno se acogieron los desconsolados españoles cuando aquel guerrero, ufano y desvanecido con sus triunfos en Alemania, los acosaba por todas partes, estrechando al mismo tiempo con indecible tenacidad y vigor, el único punto

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