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que asistió en Aranjuez, que si no se atajaba pronto el mal, haciendo la paz con la Inglaterra, era inevitable la pérdida de las colonias y la bancarrota del estado. Intimidada la corte con tan funesto anuncio de parte de un funcionario de reconocida capacidad y energía, al fin condescendió en que se intentase algun medio de abrir negociaciones. Desde los primeros pasos se halló, que en Inglaterra no solo se desconfiaba de que el gabinete de Madrid tuviese fortaleza para separarse de la alianza de la Francia, y perseverar en su propósito, sinó que se creía que esta resolucion aceleraría la conquista de España por Bonaparte, á quien se suponía ardiendo en deseos de emprenderla aun sin este pretesto.

Este desventurado pais destinado por el hado cruel á sufrir todas las calamidades que pueden afligir al género humano, debía pasar todavía por otra humillacion semejante á la que en el siglo anterior acarreó la guerra de sucesion. Entónces, un prelado tan audaz, como ignorante de lo que convenía á la prosperidad y honor de su patria, trajo sobre ella aquel azote, buscando por protector al príncipe mas altivo y ambicioso de su época. Ahora, un clérigo insensato se empeñó en allanar el camino á un conquistador,

devorado de la sed de dominar el mundo, introduciendo en el seno mismo de la familia real de España la disension y la discordia, ora instigado por aquel usurpador, ora impelido de su propio arrojo y petulancia *.

Un decreto contra el príncipe de Asturias, como atentador á la vida de su padre, llenó de

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Escoiquiz en su conversacion con Bonaparte en Bayona asegura, que la carta del príncipe de Asturias á Napoleon fué escrita á solicitud del embajador Beauharnais, pero el emperador contestó, que en tal caso su ministro en Madrid había escedido infinito sus poderes. Al mismo tiempo es necesario advertir que Napoleon pidió que en el proceso del príncipe de Asturias no se hiciese mencion del nombre de su embajador, ni del matrimonio proyectado. A decir verdad, toda esta larga y singular conversacion contrasta de tal modo con el carácter altivo é impetuoso atribuido á Bonaparte, que no es posible comprender como tuviese paciencia para sufrir las impertinencias que contiene; especialmente en el estado á que habían llegado ya las cosas en Bayona. Admira todavía mas al recordar, que Napoleon aludiendo á ella dijo á M. De Pradt: "El Canónigo ha venido esta mañana á "echarme una harenga á lo Ciceron. Si creerá que yo "hago mis negocios con retórica?" En realidad, si la

entrevista pasó como se refiere por Escoiquiz, jamas se habrá visto mejor ilustrado el dicho puesto en boca de aquel conquistador, il n'y a qu'un pas du sublime au ridicule. Al empezar la conversacion, ó diálogo, Hace tiempo, Canónigo, no parece sinó que se oye á Don Quijote decir al cura, Por

asombro, de confusion y escándalo el reino todo, y aun el mundo entero. El fundamento de esta inaudita acusacion eran varios papeles hallados en su poder, entre los cuales había noticia de cierta carta suya escrita clandestinamente por direccion y consejo de aquel clérigo. clérigo. En ella el heredero de la corona imploraba auxilio, solicitaba una consorte, y se ponía bajo la salvaguardia y amparo del que se había subrogado en lugar de los descendientes de Luis XIV; del que acababa de desposeer del reino de Nápoles al padre de su muger difunta; del que no se consideraría jamas seguro en sus usurpaciones, mientras ocupase el trono de España una familia irreconciliable con la intrusion de su advenediza dinastía. Hechos tan públicos, con

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cierto, Señor Arzobispo Turpin, que es gran mengua de los que nos llamamos doce pares. Lease con atencion lo que refiere M. De Pradt acerca de lo ocurrido en Bayona desde la llegada de Bonaparte á aquella ciudad, hasta el desenlace de la renuncias del rey y su salida para Valencey, y se hallará, cuan difícil es conciliar tantos hechos y circunstancias discordantes, como resultan de las relaciones publicadas, hasta el dia, sobre los mismos sucesos. Vease la carta del príncipe de Asturias á Napoleon, y lo que dice sobre este y otros puntos M. De Pradt en sus Memorias Históricas sobre la Revolucion de España; pag. 37, y siguientes.

sideraciones tan graves, pero qué mas, ideas tan claras, nociones tan obvias, tan sencillas, todo se ocultó, ó fué despreciado por el aconsejador de aquella funesta carta.

Es verdad que Felipe II, valiéndose de un proceso impenetrable, había perseguido tambien á su hijo y sucesor. Mas, cualquiera que fuese el origen de aquel acto, la nacion no se había recobrado aun del terror y desaliento en que la sumergieron los atentados de Carlos I. La nobleza comprometida en ellos estaba ademas engolfada en espediciones y conquistas, el clero tocaba en el punto mas alto de su poder, el rey prometía vivir todavía muchos años; y su capacidad para el gobierno, su estraordinaria penetracion, su actividad, su vigilancia no daban lugar á que se formase un partido poderoso en favor del oprimido príncipe. ¡Qué diferencia entre el estado moral y político de la monarquía entónces, y la situacion en que se hallaba cuando empezó la causa del Escorial! Los sucesos públicos, desde la éra misma de Felipe II, acumulados en la fantasía, como si fuera para agravar el peso de los que prepararon este último acontecimiento, consternaban el ánimo, poniéndole

TOM. I.

H

delante el peligro de una crísis desconocida en las épocas anteriores; y no pudo haber en la al leer el decreto de nacion persona sensata que 30 de octubre de 1807, no le considerase precursor de una convulsion espantosa.

En vano la corte intimidada retrocedió de su primer propósito; en vano intentó desvanecer la impresion que causó el decreto de denuncia, publicando cartas de arrepentimiento y compuncion del príncipe de Asturias, y el perdon y clemencia del ofendido rey padre. El grito de alarma, que resonó de un estremo á otro de la monarquía, había conmovido los ánimos, irritado las pasiones, y encendido la cólera de un pueblo, hasta aquí paciente y sufrido como ninguno. No había momento que perder para prepararse Urgía contra la tempestad que amenazaba. señalar de cualquiera manera algun centro donde la nacion pudiese fijar la vista, y depositar su confianza. Privada de apoyo, y de los verdaderos protectores de su libertad y sus derechos, hubiera seguido sin vacilar la bandera de los que se hubiesen mostrado resueltos á conducirla defenderla.

y

Los que, al parecer de algunos, eran mas

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