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LEYES CONSTITUCIONALES DE MEXICO

DURANTE

EL SIGLO XIX

DISCURSO

Que, como delegado de la Academia Central Mexicana de Legislación y Jurisprudencia,

correspondiente de la Real de Madrid, pronunció el

LIC. JOSÉ M. GAMBOA

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Socio honorario de la citada R. A, Profesor, por oposición, de Derecho Constitucional y Administrativo
en la Escuela Nacional de Comercio, etc., etc, etc.,

en la sesión del Concurso Científico Nacional presidida por el Sr. Ministro
de Relaciones Exteriores,

LIC. D. IGNACIO MARISCAL

LA NOCHE DEL 24 DE NOVIEMBRE DE 1900

Con un Apéndice que contiene integras todas las Constituciones que han regido en México
y además la americana de 1787,

la francesa de 1798 y la española de 1812.

MÉXICO.

OFICINA TIP. DE LA SECRETARÍA DE FOMENTO.

Calle de San Andrés núm. 15 (Avenida Oriente 51.)

1901

El autor, después de haber hecho el depósito legal, se reserva la propiedad

de esta obra y de sus traducciones á todos los idiomas.

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EN

SEÑORES:

IN condiciones de excepcional interés para el progreso y civilización de las naciones europeas y americanas, que del extremo Oriente poco nos preocupamos, vió la luz este siglo XIX, á cuyas postrimerías estamos asistiendo. No en vano habían ocurrido los acontecimientos políticos desenvueltos veinticinco años antes de que comenzara esta centuria: me refiero á la independencia de los Estados Unidos y á la revolución francesa.

El siglo XIX halló sonriente y dichosa la parte Norte del mundo de Colón, atribulada y trémula la vieja Europa; era que allí, con placer de los unos, con intenso dolor de los otros, se desarrollaba el trabajo ímprobo de una difícil gestación, mientras que aquí, en América, la obra del amor fecundo y verdadero había triunfado, dando á la vida, cual hermosas y robustas gemelas, la República y la Libertad.

En 1o de Enero de 1801, por virtud de los terceros

comicios democráticos establecidos en la más sabia de las constituciones conocidas, en la de 17 de Septiembre de 1787, Juan Adams encarnaba la primera de las independencias de América, la declarada el 4 de Julio de 1776. De la fecha de esta declaración al próspero estado en que nuestro siglo encuentra la primera república americana, median únicamente veinticinco años y bastan, no sólo para que los insurgentes demócratas se den un pacto fundamental, el acta de Confederación del 9 de Julio de 1778, no sólo para que el prestigio y habilidad de Washington lo lleven al triunfo de Yorktown (19 de Octubre de 1781), no sólo para alcanzar de los ingleses el reconocimiento de la independencia en el tratado de Versalles del 3 de Septiembre de 1783, sino para para lo que sólo en América se ha visto, esto es, para que espontáneamente convencidos sus políticos de los vicios y defectos de esa Acta Constitutiva de 1778, que carecía de medios coercitivos aplicables á los Estados y á los individuos, de facultades para decretar impuestos, y de Poder que representara á la Unión ante el orbe entero, se dedicaran á cambiarla por mejor ley constitucional, sin más armas ni contiendas que las del raciocinio. Llevan á cabo esta ardua y pacífica tarea los patriotas publicistas americanos con todo empeño y con el mayor afán; pero empleando á la vez la calma y el tiempo necesarios á obra de semejante magnitud.

Desde 1785 y con motivo de la navegación del Potomac, observaron los legisladores cuán difícil era gobernar con el acta de 1778. Al año siguiente continúan las observaciones y por último, en 14 de Mayo de 1787,

se reunieron en Filadelfia los representantes de todos los Estados, menos Rhodeisland, "á fin de revisar los artículos de la Confederación y presentar al Congreso y á las diferentes legislaturas para su adopción y ratificación las modificaciones ó disposiciones nuevas, á efecto de que la Constitucion Federal satisfaga las necesidades del Gobierno y del mantenimiento de la Unión."

Cuatro meses después, al amparo de cuarenta firmas, desde entonces ilustres, el mundo entero podía imponerse de siete artículos que comprenden el mejor Código político trabajado hasta hoy, cuyos fundamentos y motivos constan en otra obra monumental, "El Federalista," que no sería exagerado llamar alta enseñanza de libertad ordenada, bien entendida y fuerte. Pasmado de estas obras dice Mr. Tocqueville, con el vehemente entusiasmo propio de los franceses: "Si alguna vez la América supo elevarse por instantes al alto grado de gloria en que la imaginación orgullosa de sus habitantes querría mostrárnosla sin cesar, fué en aquel momento supremo en que el poder nacional en cierto modo abdicaba de su imperio. Que un pueblo luche con energía para conquistar su independencia, es un espectáculo que todos los siglos han podido presentar... pero lo que es nuevo en la historia de las sociedades es ver un gran pueblo, advertido por sus legisladores de que los resortes del gobierno se paran, volver sin precipitación y sin miedo sus miradas sobre sí mis mo, sondear la profundidad del mal, contenerse dos años enteros á fin de encontrar despacio el remedio, y cuando ese remedio está indicado, someterse volunta

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