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y otros á este tenor. Así se explica que, fraccionado el territorio y faltas las tribus que poblaban á España de la fuerza que da la unidad, fuesen sucesivamente dominadas por naciones que, como los fenicios, los griegos y los romanos, estaban más adelantadas en la civilización y constituían grandes Estados, de los que sacaban fuerzas considerables.

En cuanto á su religión, cree un escritor crudito que profesaron la de Adán y de Noé, que consistía en adorar á un Dios supremo, el cual, ni se podía expresar con nombre alguno, ni cerrarse dentro del recinto de un templo. Es, en efecto, de notar que no se encuentra en los antiguos pobladores de España el culto de la pluralidad de dioses; que los monumentos religiosos del Promontorio Cuneo se reducían, según Estrabón y Artemidoro, á unas piedras sobrepuestas, y ante aquel rústico obelisco se hacían las preces. Y tienen estos rasgos mucha más semejanza con la religión de Noé y de Abraham, que con el paganismo que divinizó los hombres y las cosas. Á los fenicios y griegos es á los que se debe la introducción en España de la idolatría, con la adoración de Hércules y de Diana Efesina.

«Los cántabros (dice el insigne autor del Libro de Santoña); cual las otras gentes inmediatas al Pirineo, encerrados en sus bosques, satisfechos con volver productivo á fuerza de actividad un suelo ingrato, y alongados de las naciones viciosas que entonces se decían sociables y hermanas, conservaron en gran parte la religión y patriarcales costumbres de sus mayores. Adoraban á solo un Dios, Creador y Señor de todas las cosas; no al Dios ignoto de Atenas, sino á Dios, sin más nombre que éste, de suyo elocuentísimo; y le festejaban la noche del plenilunio con danzas y coros de bien unidas voces, cada familia á la puerta de su casa. Aquel fecundísimo germen de la creencia en un Ser Todopoderoso, único, hizo al cántabro copiosa mies para las trojes de la verdad cristiana, tan luego como el sol de la Judea lanzó su vivífico rayo á los confines españoles. Ni una piedra siquiera, puesta á deidad del olimpo greco-romano ó ibérico, ha aparecido hasta ahora en la Vasconia, Vardulia, Caristia, Autrigonia y Cantabria; y no parece sino que las mismas legiones romanas, de guarnición allí, respetaron las creencias de tan nobles tribus subyugadas, y se

abstuvieron de lastimar su corazón levantando altares á los ídolos (1).»>

Hechas estas indicaciones sobre los primitivos pobladores de España, hablemos de los pueblos civilizados que sucesivamente fueron dominándola.

III. Refiérese al siglo décimoquinto la primera venida de los fenicios á España. Sin duda la conocían ya anteriormente por sus expediciones marítimas; pero hubo de ser entonces cuando estos descendientes de Canaán, cuya tierra habitaban, lanzados de sus ricas ciudades por las armas de Josué, que en traba en ellas para dar á los israelitas la tierra prometida, sintieron la necesidad de buscar allende los mares, nuevos dominios. Abordaron con esta mira las costas africanas y las del Mediodía de España, y fundaron á Cádiz, donde erigieron un templo á Hércules, cuyas ruínas, y entre ellas algunos fragmentos de estatuas, se descubrieron en el descenso de las aguas del mar á mediados del siglo anterior.

<<<Entre todas las naciones, dice César Cantú en su Historia Universal, era preferida de los fenicios la España, donde la plata se encontraba aun á flor de tierra; de suerte que este país fué para ellos lo que después para los españoles el Perú. Pero no solamente sacaban plata de la Península ibérica, sino también oro, estaño, hierro y plomo ; además de los granos, vinos, aceites, cera, lana apreciadísima, pescado salado y frutas exquisitas, cuya abundancia sugirió la idea de ponerlas en dulce. Un carnero de España llegaba á venderse por un talento, y en cambio daban los fenicios á los indígenas el lino, que servía para el traje que acostumbraban á usar los españoles.>>

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Establecidos los fenicios en Cádiz, fueron desde allí extendiendo sus colonias por el litoral de la Bética y por el país que habitaban los turdetanos. Entre las ciudades que fundaron se cuentan Málaga, Sevilla, Córdoba, Martos y otras de Andalucía de las cuales y del comercio con el interior sacaron grandes riquezas, que contribuyeron sin duda á la prosperidad que se notaba por aquellos tiempos en Tiro, metrópoli fenicia. Introdujeron los fenicios sus costumbres entre los poblade España, y con ellas su religión, sus leyes y su sispolítico. Sólo se sabe acerca de éste que sus colonias.

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formaban una república federativa, y que sus ciudades, enlazadas con la metrópoli por esta dependencia, eran regidas por magistrados que ellas mismas nombraban. Dícese que regularizaron la vida civil, enseñando á labrar la tierra y cuidar las colmenas, el uso de la moneda y la invención de los caracteres alfabéticos. Sea de esto lo quiera, es indudable que con ellos penetró en España el comercio, que comenzó por la costa y por la región de la Bética, estableciéndose en los puertos. factorías, que más tarde se convirtieron en colonias. Era el idioma fenicio un dialecto de la lengua semítica, que se hablaba en la tribu de Canaán. Constituían la navegación y el comercio las principales ocupaciones de este pueblo, que en sus viajes marítimos se guiaba por las estrellas, poseyendo algunos conocimientos de astronomía y de mecánica.

IV. Seis siglos después que los fenicios, ó sea en el noveno anterior á Jesucristo, vino á España otro pueblo, que también les debía alguna parte de su civilización y de su vida mercantil. Hablamos de los griegos, los cuales, saliendo de Rodas, se dirigieron á Cataluña, donde fundaron la ciudad de aquel nombre, hoy convertido en Rosas, entre los Pirineos y Gerona.

También los focenses, cuya principal y más rica colonia era Marsella, arribaron al país de los edetanos, y establecieron depósitos comerciales hacia los Pirineos, fundando á Ampurias, cuyo primitivo nombre fué Emporión, que significa mercado. Costearon luego la Cataluña, y extendieron sus excursiones á Valencia, fundando allí colonias y erigiendo un templo á Diana donde hoy está Denia. Más adelante recorrieron la línea del Ebro, y aun se cree que penetraron en el territorio de Granada.

Como los griegos difundieron entre los iberos el culto de sus dioses, y con especialidad el de Diana, predominó en España el paganismo durante todo este tiempo.

«El gobierno de las colonias griegas, dice un escritor contemporáneo, era aristocrático, muy semejante al de los griegos de Marsella que nos describió Estrabón en el libro tercero de su obra. Seiscientos ciudadanos nobles, llamados Timucos en su idioma, formaban el gran Senado. Su empleo era perpetuo; para obtenerlo debía el noble tener sucesión y probar el orden de ciudadano por tres generaciones continuas. La magistratura se componía de quince senadores, que desempeña

ban los juzgados ordinarios, donde se ventilaban los asuntos litigiosos. La autoridad suprema residía en tres presidentes elegidos por el Senado. Un género de gobierno tan sistemático debía ir acompañado de muchas disposiciones excelentes, y entre otras figuraba la de tener expuestas al público las leyes, para que ninguno pudiese alegar ignorancia de ellas.>>

Nueve siglos de permanencia en España habían dado gran desarrollo y prosperidad á las colonias fenicias; mas no bastaron á consolidar su dominio sobre ella. Sin que podamos precisar la causa, surgió la guerra entre los turdetanos y fenicios, y en demanda de auxilio acudieron éstos à Cartago. Era Cartago colonia fenicia, rica é independiente, capital de la república de su nombre, emancipada del poder de Tiro, y poblada por gente belicosa. Inmenso era su poder marítimo, y envidiosa tal vez de la riqueza de los fenicios españoles, no les negó un auxilio, á cuyo favor podía traer sus armas á España. V. Vinieron, pues, los cartagineses, y peleando á favor de los fenicios, ocuparon en la Bética algunos puntos. Fueron luego extendiendo sus conquistas por Málaga, Córdoba, Sevili a, Almería, Valencia y Murcia, capitaneando sus ejércitos Amílcar, que con su yerno Asdrúbal y su hijo Aníbal, vino á España, pasada la primera guerra púnica. Después de estas expediciones, y muerto Amílcar, Asdrúbal ajustó paces y aseguró sus conquistas, fundando, para que fuese capital de estos dominios, una nueva Cartago. Tal fué Cartagena. Temerosas entonces de la prepotencia de los cartagineses las colonias griegas, acudieron á Roma, y por un tratado entre Roma y Cartago se estipuló su independencia. Se señaló el Ebro como límite de las conquistas de los cartagineses. Pero muerto Asdrúbal У nombrado para sucederle Aníbal, su carácter fogoso, suafan por la guerra y su odio á los romanos, le hicieron olvidar los compromisos contraídos, y llevando sus armas sobre Sadejó escrita en nuestra historia una página de horrores, corazón de los españoles un recuerdo indeleble del más heroismo.

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Con la destrucción de Sagunto comenzó á decaer la dominación cartaginesa en España. Entonces, partiendo Aníbal para Italia Ie reemplazó Cneo Escipión, bajo cuyo mando empezaron los romanos á disputar á los de Cartago su dominio.

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Mucho pudiéramos decir sobre el carácter y costumbres de los habitantes de España en este período; pero nos bastará consignar lo que se refiere al orden civil y legislativo. En Portugal y en la España del Septentrión, dotaban los maridos á las mujeres, y como su vida era errante y guerrera, estaba confiada á la mujer la administración y gobierno de la casa. Por igual razón, sin duda, sucedían las hembras á los padres, y ellas cuidaban de educar y establecer á sus hermanos. Hacíanse sacrificios de animales para consultar sus entrañas, lo cual se practicaba también en algunos casos con los cadáveres enemigos. Se administraba justicia, prescribiendo las leyes la pena correspondiente al delito; y cuando la sentencia era de muerte, se acostumbraba despeñar al reo desde lo alto de alguna cima. Esto tenía lugar entre los portugueses, gallegos, cántabros y vascones.

Más adelantada estaba la civilización entre los iberos del Mediodía de España. De ella hacen Estrabón y Polibio grandes elogios, si bien lo de sus leyes escritas en verso hacia seis mil años, no puede ser cierto sino contando los años por estaciones. Á este propósito hace notar Palmerio que, siendo casi iguales en la escritura las voces griegas que significan años y versos, tal vez lo que se ha dicho de los fenicios es que sus leyes constaban de seis mil versos.

En la metrópoli presidían el Senado, y eran jefes del gobierno, dos jueces supremos, especie de reyes, cuyo poder se asemejaba al de los cónsules de Roma, y á que se daba el nombre de suffetos. Eran elegidos entre los ricos, pues los ricos, y no los nobles, constituían la aristocracia de Cartago. Un tribunal de ciento juzgaba á los suffetos, á los generales y á los magistrados. Los impuestos eran grandes, y se exigían con rigor. Los soldados eran en su mayor parte mercenarios. Damos estas noticias, por tratarse de un pueblo que dominó en España largo tiempo; pero debemos advertir que esta dominación pasó sin dejar recuerdo alguno de su existencia.

De las diversas tribus y naciones cuya nomenclatura hemos hecho, nos son más conocidos los usos y costumbres que la organización judicial y administrativa. De una y otra tenemos más noticias en el período de la dominación romana, que será la materia del siguiente capítulo.

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