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⚫ única metropolitana de la provincia cartaginense; decreto en que, sea dicho de paso, son tan injustas como reprobables las palabras del rey, en que fulmina inmerecidos cargos contra los Obispos por lo ocurrido en el período anterior, de que ninguna culpa habían tenido.

Bajo la dominación de los godos arrianos siguió la Iglesia disfrutando sus bienes, y no sólo los poseía, sino que tenía el derecho de adquirir, y realmente adquiría.

De los primeros años del siglo Iv, ó sea del Concilio de Ilíberis, datan las primeras noticias del monacato en España, y consta que llevaba algún tiempo de existencia. Más adelante habla de monjes el Concilio I de Zaragoza (año 330). Los cánones del Concilio de Tarragona (516), no sólo hablan de monjes y monasterios, sino también de Abades y de sus prerogativas y derechos. Conocido es en nuestra historia el monasterio de San Victorián, que en las vertientes del Pirineo, y no lejos del Cinca, fundó á principios del siglo IV el santo Abad de aquel nombre, quien lo rigió por espacio de sesenta años, fundando en aquellas regiones varios otros. Créese que murió el santo Abad el año 566. Figuran como los más notables de sus discípulos: San Gaudioso, Obispo de Tarazona ; San Nazario, que le sucedió en la abadía; San Albino, mártir; San Pelegrín, y otros Santos.

Célebres fueron también en el siglo vi, Donato, Eladio y San Juan de Valclara, monjes de gran nombradía y personajes importantes en aquel tiempo, de los que San Isidoro y San Ildefonso nos han dejado preciosas noticias. En el inmediato siglo se encuentra otra brillante pléyade de monjes, santos y sabios.

Verdad es que el clero en general, sin distinción de clases, fué en la monarquía gótica lo que era ya en los primeros días de la Iglesia española, y lo que ha sido siempre á través de nuestra historia hasta los tiempos presentes. Allí figuran con gloria San Leandro, San Fulgencio, San Isidoro, Liciniano de Cartagena, San Eutropio, Obispo de Valencia, y los santos monjes que acabamos de nombrar. En Zaragoza eran tan célebres como venerados el historiador Máximo, San Braulio, que poseía una erudición asombrosa, y su hermano Juan. De Zaragoza, donde llevaba una vida penitente, salió por superior mandato San

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Eugenio III á la Iglesia primada de Toledo; siguiéndole en esta Silla dos grandes Santos y sabios, que eran á un tiempo mismo teólogos, historiadores y poetas: San Ildefonso y San Julián. Brillaron asimismo los Prelados españoles en el derecho canónico y civil. De San Martín de Braga es una colección de cánones formada para los suevos; y en la de la Iglesia goda, la más pura y completa de toda la Iglesia en aquel tiempo, puso mano el insigne San Isidoro. De los claustros salió una multitud de monjes santos antes hemos nombrado á Eladio ; en pos de él viene su discípulo Justo, arzobispos ambos de Toledo, y el célebre San Millán, cuya vida escribió San Braulio. La importancia que con este motivo alcanzaron los monjes en España, hizo que desde el Concilio VIII de Toledo asistiesen los abades á las Asambleas conciliares.

De origen apostólico era la liturgia espécial de la Iglesia goda. Sencilla en su principio, como todas las de la Iglesia católica en tiempo de persecución, se fué luego aumentando con ceremonias especiales. La Misa que hoy se conoce con el nombre de mozárabe era conforme á las tradiciones de los Apóstoles; pero, modificados por la Iglesia romana sus ritos, estas diferencias exigieron más tarde la sustitución, por el romano, del oficio mozárabe (1). Es de advertir que las reformas de la Iglesia romana tendían á abreviar el oficio, que parecía largo al pueblo asistente. Débese al Concilio Toledano IV, uno de los más importantes de su tiempo, el haber fijado y uniformado la liturgia en España, dejando establecido el ritò español, que era el generalmente usado, pues el romano sólo lo era en Galicia. Y no se ordenó tan sólo lo concerniente á la Misa y oficio, sino otras cosas relativas á la Semana Santa y á varios puntos de liturgia.

Muy adelantada estaba también entre los godos la música religiosa. Según San Isidoro, Pedro, Obispo de Lérida, había compuesto en el siglo i misas y oraciones en estilo elegante y claro. San Leandro compuso oraciones ó versículos con agradable música (multa dulci sono composuit): los hermanos Juan y Pablo, Obispos de Zaragoza; San Conancio, Obispo de

(1) V. el cap. VII.

Palencia; San Julián y San Eugenio, de Toledo, compusieron también mucho, y reformaron el canto eclesiástico.

Entonces empezó á florecer la arquitectura religiosa, levantándose sobre las modestas confesiones que guardan las reliquias de nuestros mártires, suntuosas basílicas, cuyo altar mayor descansa sobre aquellas venerandas criptas. También utilizaron los cristianos los templos paganos, de los que á costa de su sangre habían arrojado á los ídolos pero las formas de éstos no se adaptaban á sus ideas religiosas, y de aquí la construcción de nuevos templos. La arquitectura pagana, como sensual y terrena, dirigía sus líneas en sentido horizontal y al nivel de la tierra, sobre la que ponía sus miras y deseos: el arquitecto cristiano las trazó hacia el cielo, adonde dirigía sus miradas. De aquí vino la idea de la torre, que, apoyada en la tierra, se eleva hacia las mansiones etéreas, como la plegaria del justo: la cúpula, edificio aéreo entre la tierra y el cielo, no conocido del paganismo; las altas columnas, las agujas, los botareles trepados, y otros accidentes de la construcción cristiana, que al dar solidez al edificio, realzan su majestad, y parecen flechas dirigidas al cielo (1).

El monumento más característico de la arquitectura visigoda es la iglesia de San Juan Bautista, mandada construir por Recesvinto en Baños. No era todavía el arco ojival el que dominaba en ella, sino el circular, ó el de herradura.

Tan grande era la riqueza de las iglesias, que los musulmanes se sorprendieron de lo mucho que encontraron. En el verano de 1858 se descubrieron cerca del pueblo de Guadamur, al oeste de Toledo, unas fosas sepulcrales, y en ellas unas ricas coronas votivas de oro y pedrería, que sin duda pendían ante algún altar, y parecen ofrecidas en él por los reyes Recesvinto y Suintila. Este descubrimiento dió lugar á grandes controversias entre los arqueólogos. Nada diremos de la llamada mesa de Salomón que Tarik encontró en Toledo, que era, según se dice, de esmeralda y de una sola pieza, y tenía 265 piés, porque no caben estos detalles en una obra como la presente.

Lo que sin duda echan aquí de menos nuestros lectores es

(1) D. Vicente de la Fuente: Historia eclesiástica de España, tomo 11, pág. 280.

la noticia histórica de los Concilios de Toledo durante la monarquía gótica; pero la grande importancia de este asunto nos ha inducido á destinarle por entero el capítulo inmediato.

Pudiera haber acaso entre nuestros lectores quien creyese que nos detenemos demasiado en la constitución religiosa de España en las diversas épocas de su historia. Pero si así no lo exigiese el plan de nuestro libro, conforme al cual debe tratarse de este asunto en cada uno de los períodos que comprende, lo reclamarían motivos y consideraciones más importantes. Conviene, en efecto, que desde un principio se ponga de manifiesto lo que constituye la manera de ser de nuestra España, lo que imprime carácter á nuestra nacionalidad, lo que ha servido de fundamento á todas nuestras leyes, lo que campea al frente de todos nuestros Códigos, grandes y pequeños, generales y locales, de índole permanente y de carácter transitorio. ¿Quién dió á la monarquía gótica aquella noble y augusta fisonomía, que aún respetamos al cabo de tantos siglos? ¿Quién levantó á España de la postración en que cayó después de la derrota del Guadalete? ¿Quién impulsó á los valientes astures y alentó á los castellanos y leoneses para reconstituir la nacionalidad perdida? ¿Qué espíritu inspiraba los fueros y cartas-pueblas de los siglos x al XIII, é inspiró las obras monumentales de D. Fernando el Santo y D. Alonso el Sabio? ¿Quién animó á los Reyes Católicos en sus grandes empresas y en sus trabajos sobre la legislación y el gobierno de España? El espíritu católico, la fe en nuestras creencias, la influencia de la Iglesia, sus varones eminentes, sus Prelados insignes, el ejemplo de sus Santos, el amor que inspiraba un hogar donde la bendición de Dios bajaba atraída por tantas almas puras como se albergaban en los claustros y fuera de ellos.

Hacia el fin de esta obra tendremos ocasión para explanar más este pensamiento. Sólo diremos aquí que, por no dar á este hecho la altísima importancia que tiene; por no conocer la índole esencialmente religiosa de España y de la constitución. española desde los más remotos tiempos de su historia; porempeñarse en borrar lo que está en ella grabado con caracteres indelebles; por prescindir con loco empeño de lo que es imprescindible, es por lo que tantos desaciertos, errores y abominaciones se han cometido en España de un siglo á esta

parte; y que si no pueden hoy separarse de nuestras leyes la religión y la Iglesia, es porque han sido inseparables durante todo el curso de nuestra historia; lo cual, no sólo justifica, sino que hace necesario dar á conocer lo que fué siempre y en todos tiempos base fundamental de nuestra legislación, sin cuyo conocimiento no puede ésta entenderse ni explicarse.

III. Al estudiar la constitución política de los godos se nos ofrece en primer término un hecho interesante, puesto que implica la legitimidad de aquella monarquía, de la que trae su origen la que ha llegado á nuestros tiempos. Consta, por testimonio de Jornandes, Obispo de Rávena, que lo escribió cien años después, que al acercarse á aquella ciudad Alarico, envió á Honorio desde su campamento una embajada, para que, ó permitiese á su gente vivir con los romanos, ó lidiase con él en singular combate, adjudicándose luego el imperio al vencedor que, puesto en semejante alternativa, reunió Honorio al Senado, y, con su acuerdo, para alejar de Italia á Alarico, le hizo cesión de la Galia y la España, que él reputaba perdidas, autorizándole para reivindicarlas como propias; y que aceptada dona-, ción por los godos, «fué confirmada por el sagrado oráculo (1).» No puede darse, por tanto, un título de legitimidad más completo. Dueño el Emperador del imperio según la constitución. de Roma, cedió, de acuerdo con el Senado, dos provincias al caudillo godo, cuyo sucesor Ataulfo vino á posesionarse de ellas. Para que nada faltase á la donación, la confirmó «el sagrado oráculo,» lo que pudiera referirse al Papa San Inocencio, presente á la sazón en Rávena, y que tanto influyó en las negociaciones. Den á este documento otros historiadores el valor que quieran, nosotros lo consideramos digno de atención y de grande interés en la historia político-legal de España.

Fué la monarquía goda electiva en un principio. Hacían la elección los principales jefes del ejército, á menos que se verificase por aclamación, ó cuando el más ambicioso se investía

(1) Honorius imperator, utramque pollicitationem formidans, suo cum senatu inito consilio, quomodo eos extra finem italos expelleret deliberabat. Qui ad postremum sententiam dedit, quatenus provincias longe positas, id est, Gallias Hispaniasque quas jam pene perdidisset, et Gizerichi eas vandalorum regis vastaret irruptio, si valeret Alaricus, sua cum gente sibi tamquam lares proprios vindicaret, donatione sacro oraculo confirmata. Consentiunt Gothi hac ordinatione, et ad traditam sibi patriam proficiscuntur.-Cap. xxx.

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