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I.

Sobre los primitivos pobladores de España.

No obstante la oscuridad que envuelve á los orígenes de la historia de España, y que sólo conjeturas pueden aventurarse sobre sucesos de tan remota fecha, se ha logrado, á fuerza de estudio y diligencia, dar á estas conjeturas algún carácter de probabilidad. Véanse las opiniones que sobre la primitiva población de España y las razas que la habitaron antes de los fenicios, se emiten en el Diccionario Geográfico de D. Miguel Cortés.

Thobel, hijo de Japhet y nieto de Noé, debió ser el primer poblador de España, adonde vino con una colonia, siguiendo la costa de África y pasando el estrecho de Gibraltar por una lengua de tierra que en otro tiempo unía con la Península al continente africano. Josefo, en sus Antigüedades judaicas, hablando de la manera como se repartieron el mundo los hijos de Japhet, dice: « También Thobel condujo la colonia de los thobelos, que los escritores de nuestros días llaman iberos. » La profecía de Ezequiel pinta á los de la tierra de Magog (que Josefo dice ser los escitas) como dominadores de Thubal (que es Thobel); puesto que los escitas ó celtas vinieron del Norte al suelo ibérico. La fábula mitológica del dios Pan, enviado á España por Libero Pater, de cuyo nombre se reputa formado el de Pania, Spania é Hispania, no es más que la venida de Thobel, enviado por Noé; pues ambos nombres, Pan y Thobel, significan el todo, una universalidad de cosas. En igual caso está la expedición de Hércules á España en tiempos muy remotos; pues, siendo fabulosa, pero cierta, debe referirse á la verdadera, que es la de Thobel; y aun el nombre de Hércules, que significa el que todo lo vió, á ninguno es más aplicable que à Thobel, que vió los hombres antediluvianos y postdiluvianos; el Asia, el Africa y la Europa.

Preguntándose cómo vino á España la colonia de Thobel, dice que viniendo desde Senaar, por Egipto y la costa de Africa, hay hasta España mil leguas; y aunque sólo anduviese ocho al mes, bastaban, para recorrerlas, diez años; pero que si todavía pareciese esto mucho, pudo tardar más tiempo, y aun así, haberlo muy sobrado en la vida de Thobel. La dispersión de los noachidas, ó descendientes de Noé, se verificó, según Userio, el año 2247, veintidos siglos y medio antes de Jesucristo; y pudo empezar la población de España en el siglo XXI.

Hace el autor aquí una observación muy propia de un hombre de fe. Si la despoblación del mundo por el diluvio y su repoblación subsiguiente, hubiesen sido tan sólo efecto de las leyes naturales, España no pudo acaso poblarse tan pronto por la distancia á que se hallaba de sus pobladores; pero como esto fué obra de Dios, y su providencia tomó parte en la dispersión de los pueblos por la haz de la tierra, es de creer que, como dice Josefo,

Dios condujo á Thobel á la Iberia por el camino más corto, como cumple á su sabiduría (1).

La civilización de estos pueblos antes de la llegada de los fenicios, no la cree Cortés tan atrasada, ni tan groseras sus costumbres como se dice, pues los fenicios encontraron aquí grandes riquezas; y alguna organización supone la resistencia que les opusieron á su primer desembarco en Málaga. Su idioma debió ser el hebreo, como se nota en los nombres de pueblos antiguos, idioma que debió alterarse con la invasión de los celtas, formándose el que hablaban los celtiberos á la entrada de los cartagineses y romanos, y algo del que hoy se habla en las Provincias Vascongadas.

Es una de las cuestiones más oscuras en la geografía é historia la de averiguar el origen de los celtas, galos, gálatas y germanos, que se extendieron por la Europa occidental. Estrabón, Tito Livio y Plutarco los consideran emigrados de la antigua Escitia, que ocupaba una vasta extensión de terreno en la parte boreal de Europa, y acaso otra mayor en la misma región del Asia. Que los escitas eran los mismos que se denominaron celtas, se deduce de un pasaje de Estrabón, donde se dice: «Los antiguos griegos á todas las naciones que caen hacia el Septentrión, las designaron con el nombre común de escitas ó celtoscitas;» y al referirse á los antiguos griegos, alude á Herodoto y Eforo, cuatro y cinco siglos anteriores à la Era cristiana. La primera transmigración de estos pueblos la hicieron, según Estrabón, en tiempo de Homero, ó algunos años antes, deslizándose por la costa del Bósforo hasta la Jonia. La segunda, algunos años más tarde, llegando á las regiones occidentales de Europa; y á ésta corresponde su invasión en España.

La denominación de celtas se la dieron acaso los iberos, por venir de un país sombrío, de la raíz hebrea zel, que significa sombra. En otros puntos de Europa recibieron la denominación de germanos, de la raíz ger, que significa advenedizo; y la de galos ó gálatas, de la raíz galah, que quiere decir emigró.

Véase, por conclusión de este punto, lo que el insigne escritor D. Aureliano Fernández-Guerra dice en su bellísimo Libro de Santoña sobre la primitiva población de la costa cantábrica:

«Los fragosos términos boreales de nuestra Península, ceñidos en extensión de 120 leguas por el Océano, desde el cabo de Finisterre hasta la embocadura del Vidasoa y arranque de los montes Pirineos, fueron en la más remota edad asiento de aquellas tribus jaféticas, un tiempo acampadas á orillas de los ríos, en las faldas meridionales del Cáucaso, entre la Colquide, la Armenia y la Albania. Decíanse iberos, esto es, ribereños, en oposición á los celtas, ó siquier montañeses.

» Parte de los iberos emigraron hacia el Norte, pasando el Wolga, y subiendo hasta los estribos de los montes Urales, donde aún quedan, según parece, vestigios de su antiquísima lengua.

» Parte vadearon el Don, el Dnieper y el Dniester, ya tomando rumbo hacia las fuentes del Vistula por detrás de los montes Carpacios, ya viniendo á las orillas del Danubio. Cuando lograron esguazarle, bajaron á la Tracia, cuyo río principal, hoy Maritza, que nace en los Balkanes y desemboca en el Archipiélago, frente á la isla de Samotracia, guardó en su antonomástica denominación de Ebro, memoria de aquella gente.

» Creciendo ese pueblo numeroso é inquieto, rebosaron por los términos occidentales, poblaron la Liguria y la Aquitania, y pudo tan sólo el vasto

(1) Escrito años hace lo que precede, vimos después que la ciencia moderna confirma la opinión de Cortés. En el Congreso Internacional prehistorico, celebrado en Copenhague de 1869, sostuvo su presidente Worsae que la primitiva inmigración en España debió verificarse por el Africa; opinión que apoya uno de los autores españoles al reseñar dicho Congreso. (Viaje cientifico à Dinamarca y Suecia, con motivo del Congreso Internacional prehistórico, por Vilanova y Tubino.-Madrid, 1871.)

Océano español (diez y ocho siglos antes de la Era cristiana) ser dique á su espíritu aventurero.

» Otra nación más oriental, nómada y feroz, enemiga implacable de las honradas tribus agrícolas, hecha á vivir de salteamientos y robos, y por ello á guarecerse astuta en muy cerrados bosques (de donde les vino el renombre de celtas), ocupó las intratables llanuras de la Tartaria ó Escitia. Complacíase en abandonar sus aduares y ranchos cada primavera, invadiendo los territorios vecinos, sin detenerse hasta encontrar sitio á su gusto en que á viva fuerza dominaban. Unas veces, superados los montes Rifeos, subían hasta los hielos del Norte; y no pocas, deteniéndose largos siglos entre el Don y las apacibles riberas del Danubio, lanzaban desde allí valientes colonias á las faldas alpinas y pirenaicas, y á las tierras de los semones y keltonos.

>> Mil y quinientos años antes del nacimiento de Cristo cayeron sobre España, llevando la desolación y la muerte à sus campos, y encendiendo horrible lucha entre sus pacíficos moradores. Domado el Pirineo, se corrió la mayor parte de los celto-galos hacia las fuentes del Ebro, encastillándose en los agrios montes de Galicia y Asturias, para dominar más adelante las sierras de Portugal y Andalucía; mientras los célticos, embreñados en las de Aragón y Navarra, cuáles por alianza con las tribus ibéricas primitivas, cuáles uniéndose a muchas en matrimonio, se vieron señores de la extensa región que por este vinculo se hubo de llamar Celtiberia. »

II.

División judicial de la España romana.

Es interesante, y vamos á exponer aquí la división judicial de la España romana, tal como nos la ofrece Plinio en los libros I y Iv de su Historia Natural.

De conformidad con sus noticias, decimos en esta obra (pág. 23) que Augusto dividió á España en tres grandes provincias, Bética, Tarraconense y Lusitania; y estas provincias comprendían catorce conventos jurídicos (tribunales superiores); á saber: la Bética cuatro, cuyas capitales eran Córduba (Córdoba), Astigi (Ecija), Gades (Cádiz), é Hispal (Sevilla); la Tarraconense siete, cuyas capitales eran Tárraco (Tarragona), Carthago Nova (Cartagena), Caesar Augusta (Zaragoza), Clunia (Coruña del Conde), Lucus (Lugo), Brácara (Braga), y Astúrica (Astorga); y la Lusitania tres, cuyas capitales eran Emérita (Mérida), Pax Julia (Beja), y Scálabis (Santarem).

Había, pues, en España catorce conventos jurídicos, y con arreglo al texto de Plinio y al mapa formado por los profundos estudios é investigaciones de D. Aureliano Fernández-Guerra, precioso trabajo que permanece todavía inédito, vamos á indicar las poblaciones que correspondían á cada uno de ellos.

Provincia Bética.

Dividíase en los cuatro conventos jurídicos de Córduba, Astigi, Gades é Hispal.

Comprendía 175 ciudades, entre las cuales se contaban 9 colonias, 8 mu.

nicipios, 29 ciudades de latinos viejos, 6 libres, 3 confederadas y 120 estipendiarias.

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Márucca (Las Marcas).

Artigi (Alhama).

Bárea (Verja).

Murgi (Campo de Dalías).

Abdera (Adra).

Selambina (Salobreña).

Sexi (Almuñécar).

Alontigicoli.

Ilepila, por otro nombre Zaus (Loja). Ilipula minor (Repla).

Castra gémina (Torre Aláquime).

Callet.

Alpesa (Facialcázar).
Callecula.

Obucula (La Moncloa).

Munda (La Rosa Alta).

Sabora (Cañete la Real).

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