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blo elegidos y nombrados por gobernadores Otin Caracciolo, Jorge Alemani y Baltasar Rata, que eran los mas señalados entre los que seguian la parte de Francia, y tenian grande mano y maña para mover á la muchedumbre y atraella á su voluntad. Fallecieron al tanto en España grandes personajes; uno fué don Rodrigo de Velasco, obispo de Palencia. Matóle su mismo cocinero, por nombre Juan; desastre miserable. Este, perdido el seso, como trajese en la mano una porra, y los de casa le preguntasen qué era lo que pretendia hacer, respondia él que matar al Bispe; los criados por no entender lo que queria decir, ca era extranjero, se burlaban, risa que presto mudaron en lágrimas. Estando el Obispo descuidado, le hirió en la cabeza, y achocó con aquella porra de suerte, que murió del golpe. De tan delgado hilo está colgada la vida y la salud de los hombres. Sucedióle don Gutierre de Toledo, arcediano de Guadalajara.

cuanta fuese necesaria para defenderse en la guerra que á la sazon les hacian, es á saber, dos mil caballos y mil infantes al sueldo del rey de Aragon, número que, aunque parecia bastante, no lo era comparado con las fuerzas de los contrarios; así, en breve el príncipe de Taranto fué despojado de su estado, que era muy grande, de manera que apenas le quedaron pocos castillos y pueblos por ser muy fuertes por su asiento ó por sus murallas. Casi estaba esta guerra concluida; y dejadas las armas, esperaban gozar de larga paz, cuando en Cosencia, ciudad de Calabria, el duque de Anjou, quebrantado con los grandes trabajos de la guerra y por ser aquel cielo mal sano, cayó enfermo, dolencia y mal que mediado el mes de noviembre le acabó en la flor de su edad y en medio de su prosperidad, y que estaba para apoderarse del reino, y apenas acabadas las alegrías de las bodas y casamiento que hizo con Margarita, hija de Amedeo, primer duque de Saboya. Estos son los juegos de la que llaman fortuna, esta la suerte de los mortales, desta manera nos trocamos nos y nuestras cosas. El cielo á la verdad abria el camino á su contrario para apoderarse de aquel reino, y Dios lo disponia, al cual ninguna cosa es dificultosa; en especial que la misma Reina pasó en Nápoles desta vida, á 2 de febrero, principio del año 1435. Acarreóle la muerte una larga dolencia, á que ayudó mucho la pesadumbre que recibió muy grande por la muerte del Duque, su hijo, en tanto grado, que se quejaba de sí misma, y se reprehendia de que á. tan grandes y tan continuos servicios del Duque no hobiese correspondido en el amor, antes como cruel y desagradecida acarreó la muerte con sus desvíos á aquel Príncipe tan bueno. El cuerpo de la Reina sepultaron en el templo de la Anunciada con pequeña solemnidad y arrebatadamente. Con la muerte del duque de Anjou y de la Reina las cosas de aquel reino se trocaron, el partido de Aragon se mejoró, y el de Francia comenzó á desfallecer, dado que el pueblo de Nápoles, sin que se hiciese llamamiento de señores y sin órden, declararon por rey en lugar del Duque difunto á Renato, su hermano, conforme á lo que la Reina dejó en su testamento mandado; mas ¿qué ayuda les podia dar estando preso y sin libertad? Casó los años pasados con Isabel, hija de Cárlos, duque de Lorena; muerto su suegro, por no dejar hijo varon, se apoderó de aquel estado. Hízole contradiccion Antonio, conde de Vaudemont, hermano que era del difunto. Venidos que fueron á las manos, Renato fué preso y entregado en poder del duque de Borgoña, con quien el dicho Antonio tenia hecha liga y alianza. Cuánto haya sido el dolor y pena que por el un desastre y por el otro recibió la reina doňa Violante, madre de los dos duques de Anjou, no hay para qué encarecello en este lugar, pues por sí mismo se entiende. Las cosas sin duda grandemente por estos tiempos fueron contrarias á aquella familia y casa, y el cielo no les favoreció nada, quier por estar enojado contra los franceses, ó por mostrarse á los aragoneses favorable. La verdad es que como las demás cosas, así bien la prosperidad tiene su período y rueda, con que anda vagueando y variando por diversas naciones y casas, sin detenerse en ninguna parte por largo tiempo. En Nápoles fueron por el pue

CAPITULO VIII.

De la guerra de los moros.

Fué este invierno muy áspero en España por las muchas aguas, atolladeros y pantanos. Los caminos tan rompidos, que apenas se podia caminar de una parte á otra; con las crecientes muchas casas y edificios se derribaron; en Valladolid y en Medina del Campo fué mayor el estrago. En cuarenta dias no hobo moliendas á causa de las muchas aguas, tanto, que la gente se sustentaba con trigo cocido por la falta de pan. El rio Guadalquivir en Sevilla llegó con su creciente hasta lo mas alto de los adarves, menos solamente dos codos; los moradores parte se embarcaron por miedo de ser anegados, otros de dia y de noche andaban velando, y calafeteando los muros y las puertas para que el agua no entrase. A los 28 de octubre comenzaron estas tempestades y torbellinos, y continuaron sin cesar hasta los 25 de marzo que se sosegaron. Fué grande la carestía y falta de vituallas y el cuidado de proveerse cada uno de lo necesario. Con todo esto no aflojaban en el que tenian de la guerra contra los moros, en que á las veces sucedia prósperamente, y á las veces al contrario. En particular el adelantado Diego de Ribera, como estuviese sobre Alora y la batiese, fué muerto con una ay saeta que del muro le tiraron. En otra parte en un rebate mataron los moros á Juan Fajardo, hijo del adelantado de Murcia Alonso Fajardo. Sucedió á Diego de Ribera en el oficio su hijo Perafan, que era de solos quince años; mas el Rey quiso con estò gratificar en el hijo los servicios de su padre muy grandes, mayormente que el mozo daba muestra de muy buen natural. La congoja que por estos desastres concibieron los de Castilla alivió en gran parte una buena nueva que vino, y fué que Rodrigo Manrique, hijo del adelantado Pero Manrique, tomó por fuerza y á escala vista á Huescar, que es una villa muy fuerte en la parte en que antiguamente se tendian y moraban los pueblos llamados bastetanos; demás desto, que un grueso escuadron de moros que venia á socorrella fué rompido y desbaratado por el adelantado de Cazorla y el señor de Valdecorneja, que le salieron al encuentro; con la huida de

rey de Francia, hablaba amigablemente y con mucho respeto del Borgoñon, muestra de estar arrepentido de la muerte del duque Juan de Borgoña, hecha, á lo que decia, contra su voluntad. Allegóse la autoridad y diligencia de très cardenales que desde Roma vinieron por legados sobre el caso á las tres partes, Francia, Flandes y Inglaterra. Por la gran instancia que hicieron alcanzaron que los tres príncipes interesados enviasen sus embajadores cada cual por su parte á la ciudad de Arrás. Juntos que fueron, se comenzó á tratar de las capitulaciones de la paz. Partiéronse de la junta los iu

los moros el castillo de aquella villa que quedaba por ganar se rindió. La alegría empero de esta victoria en breve se desvaneció por otro revés y daño que recibieron los fieles, no menor que el que sucediera á los enemigos. Don Gutierre de Sotomayor, maestre de Alcántara, entró en tierra de moros con ochocientos caballos y cuatrocientos infantes para combatir á Archidona. Descubriéronlos las atalayas, avisaron con aliumadas, como suelen; juntáronse los comarcanos y apellidáronse hasta número de quinientos, armados con saetas y con hondas, con que en algunos pasos angostos y fragosos mataron gran número de los que seguiangleses por la enemistad antigua y competencia que te

al Maestre, de suerte que apenas él con algunos pocos se pudo salvar. La venida de los bárbaros tan improvisa atemorizó á los del Maestre; y con el miedo del peligro un tal pasmo cayó sobre todos, que quedaron sin fuerza y sin ánimo. Avisado con este peligro y daño Fernan Alvarez, señor de Valdecorneja, alzó el cerco que tenia sobre Huelma, aunque la tenia á punto de rendilla, por entender que gran número de moros con la avilenteza que ganaran venía á socorrella. No menos esfuerzo algunas veces es menester para retirarse que para acometer los peligros, porque, aunque es de mayor ánimo y gloria vencer al enemigo, de mas prudencia y seso suele ser conservarse á sí y á los suyos para sazon mas á propósito, segun que aconteció entonces, ⚫ que luego se rehizo de fuerzas, y junto con el obispo de Jaen dió la tala á los campos de Guadix con mil y quinientos caballos y seis mil de pié, quemó las mieses que estaban para segarse, y bizo otros grandes daños á los naturales. Acudieron de Granada mayor número de gente de á caballo y como cuarenta mil hombres de á pié; con esta morisma no dudó de pelear, resolucion, cuyo suceso, por donde comunmente calificamos los acometimientos arriscados, mostró no haber sido temeraria. La victoria quedó por los cristianos con muerte de cuatrocientos moros y huida de los demás; para escapar les ayudó la noche que sobrevino. Señalóse aquel dia de buen caballero el adelantado Perea, porque como le hobiesen muerto ei caballo y herido á él en una pierna, á pié con grande ánimo resistió á los enemigos, que por todas partes le cercaban, y los hizo retirar; el menosprecio de la muerte le hacia mas valiente y le animaba. Todavía la victoria no fué sin sangre de cristianos; muchos quedaron heridos y algunos murieron. En el reino de Murcia, no muy lejos de Huescar, hay dos pueblos poco distantes entre sí, el uno se llama Vélez el Rojo, y el otro Vélez el Blanco. Sobre estos pueblos puso cerco el adelantado Fajardo, y los apretó de manera, que los moradores fueron forzados á rendirse á partido. Sacaron por condicion que se gobernasen por las mesmas leyes que antes, y que no les impusiesen mayores tributos que acostumbraban pagar. En tres años continuados sucedieron todas estas cosas en tierra de moros, que las juntamos aquí porque no se confundiese la memoria si se relatasen en muchas partes. El año de que tratábamos fué muy señalado por las paces que en él despues de tantas guerras se hicieron entre los franceses y borgoñones. Parecia que los odios que entre sí tenian, con la mucha sangre derramada de ambas partes amansaban. Carlos,

nian sobre el reino de Francia. El Borgoñon se mostró mas inclinado á remediar los males tan graves y lan continuados. Concertáronse que en memoria de la muerte que se dió al duque Juan de Borgoña, el rey de Francia para honralle en el mismo lugar en que se cometió el caso edificase un templo á su costa con cierto número de canónigos que tuviesen cuidado de asistir al oficio divino. Las ciudades de Macon y de Aujerre quedaron para siempre por el de Borgoña; otros pueblos á la ribera del rio Soma le fueron dados en prendas hasta tanto que le contasen cuatrocientos mil escudos, en que por aquella muerte penaban al Francés. Ninguna cosa parecia demasiada á aquel Rey, por el deseo que tenia de reconciliarse con el Borgoñon y apartalle de la amistad de los ingleses, ca estaba cierto que con esta nueva confederacion las fuerzas de Francia, á la sazon muy acabadas, en breve volverian en sí, como á la verdad sucedió. En particular los de Paris, despertados con la nueva desta alianza, tomaron las armas contra los ingleses, y aquella ciudad real volvió al antiguo señorío de Francia. Juntamente las demás cosas comenzaron á mejorarse, que hasta entonces se hallaban en muy mal estado. Nuestras historias afirman que para concertar estas paces de Arrás fué mucha parte doña Isabel, hermana del rey de Portugal, que estaba casada con el duque Filipo de Borgoña. Dicen otrosí que tuvo habla con el rey de Francia para tratar de las condiciones de la paz; si esto fué así, ó si se dice en gracia de Portugal, no lo sabria averiguar. En España las reinas de Aragon y de Navarra, en sazon que los reyes, sus maridos, tenian con cerco apretada la ciudad de Gaeta, como se dirá luego, alcanzaron del rey de Castilla, el cual desde Madrid iba á Buitrago á instancia de Iñigo Lopez de Mendoza, que pretendia allí festejalle, que el tiempo de las treguas se alargase hasta 1. de noviembre. Tuvo en esto gran parte Juan de Luna, señor de Illueca, que fué enviado por embajador sobre el caso, y lo persuadió á don Alvaro de Luna, pariente suyo, que era el que lo podia todo, y sobre toda su prosperidad se hallaba á la sazon alegre por un hijo que su mujer parió en Madrid, que llamaron don Juan. Fué grande la alegría por esta causa del Rey; los grandes asimismo, cuanto mas fingidamente, tanto con mayores muestras de amor procuraban ganar su gracia.

CAPITULO IX.

Cómo el rey de Aragon y sus hermanos fueron presos.

Con las muertes del senescal Juan Caracciolo y de Ludovico, duque de Anjou, y de la reina doña Juana parecia que al rey de Aragon se le allanaba del todo el camino para apoderarse del reino de Nápoles por estar sin cabeza, sin fuerzas, sin conformidad de los naturales y sin ayudas de fuera, y como dado en presa á quien quiera que le quisiese echar la mano. Muchos de los señores, sea por entender lo que se imaginaba era forzoso, sea por el odio que tenian al gobierno del pueblo, que en ninguna cosa sabe templarse, comunicado entre sí el negocio, se apoderaron de Capua con su castillo, ciudad muy á propósito para hacer la guerra. Desde allí por medio de Rainaldo de Aquino, que enviaron sobre el caso á Sicilia, ofrecieron sus fuerzas y todo lo que podian al rey de Aragon con tal que se apresurase y no los entretuviese con esperanzas, pues era forzoso usar de presteza antes que la parcialidad contraria se apercibiese de fuerzas. Hallábanse con el rey de Aragon tres hermanos suyos, todos de edad muy ú propósito y de naturales excelentes. Don Pedro quedó en Sicilia para recoger y juntar toda la demás armada; el Rey con el de Navarra y don Enrique solamente con siete galeras del puerto de Mecina se hizo á la vela. Tomó primero la isla de Ponza, despues la de Isquia, y finalmente llegó á Sesa, do gran número de señores eran idos desde Capua á esperar su venida. El mas principal de todos era Antonio Marsano, duque de Sesa. Tralóse en aquella ciudad de la manera cómo debian hacer la guerra; acordaron de comun parecer en primer lugar poner cerco sobre la ciudad de Gaeta. A 7 de mayo se juntaron sobre ella la armada de Aragon y la gente de tierra que seguia á los señores neapolitanos, con que la sitiaron por mar y por tierra. Vino eso mesmo con sus gentes el príncipe de Taranto. El rey de Aragon se apoderó del monte de Orlando, que está sobre la ciudad, con que tenia gran esperanza de tomalla por hallarse á la sazon los cercados no menos faltos de vituallas que llenos de miedo. Inclinábanse ellos á entregarse; mas los ginoveses, que eran en gran número, á causa de sus mercadurías y tratos, de que aquella nacion saca grandes intereses, se resolvieron con gran determinacion de defender la ciudad. Tomaron por su cabeza á Francisco Espinula, hombre principal, y que en gran manera atizaba á los demás. Con este acuerdo hicieron salir de la ciudad toda la gente flaca, á los cuales el de Aragon recibió muy bien. Hízoles dar de comer y enviólos salvos á los lugares comarcanos, humanidad con que ganó grandemente las voluntades, así de los cercados como de toda aquella provincia y nacion. Avisado el Senado de Génova del aprieto en que los suyos estaban, y porque así lo mandaba Filipo, duque de Milan, acordaron enviar de socorro una armada guarnecida de gente y bastecida de trigo y de municiones. Señalaron por general de la armada á Blas Asareto, hombre á quien la destreza en las armas y conocimiento de las cosas del mar, de lugar muy bajo y de muy pobre que cra en su mocedad, levantó á aquel cargo. Llevaba doce naves gruesas, dos galeras y una galeota. El rey de

Aragon, avisado de la venida desta armada de Génova, le salió al encuentro con catorce naves gruesas y once galeras. Embarcáronse con él y por su ejemplo casi todos los señores con cierta esperanza que llevaban de la victoria. Los aragoneses llegaron á la isla de Ponza ; la armada de los enemigos surgió á la ribera de Terracina. Avisaron los ginoveses con un rey de armas que enviaron al rey de Aragon que su venida no era para pelear, sino para dar socorro á sus ciudadanos y proveellos de vituallas; que si esto les otorgaba y les daban lugar para hacello, no seria necesario venir á las manos. Fué grande la risa de los aragoneses, oida esta embajada, y no poco los denuestos que sobre el caso dijeron. Con esto tomaron las armas y ordenaron los unos y los otros sus bajeles. Antes de comenzar la pelea tres naves de los ginoveses apartadas de las demás se hicieron al mar con órden que se alargasen, y cuando la batalla estuviese trabada acometiesen á los contrarios por las espaldas. Los aragoneses, por pensar que huian, sin ningun órden acometieron á las demás naves enemigas, no de otra suerte que si la presa y la victoria tuvieran en las manos; solamente temian no se les escapasen por la ligereza. El rey de Aragon con su nave embistió la capitana contraria. El General ginovés con gran presteza dió vuelta con su nave, y con la misma cargó por popa la real con saetas, dardos y piedras en gran número, que por su gran peso y por el lastre estaba trastornada. Con el mismo denuedo se acometieron entre sí las demás naves y se abordaron; trabadas con garfios, peleaban no de otra manera que si estuvieran en tierra. Sobrepujaban en número de gente y de naves los aragoneses, pero su muchedumbre los embarazaba, y muchos por estar mareados mas eran estorbo que de provecho. Los ginoveses, por estar acostumbrados al mar, así marineros como soldados, en destreza y pelear se aventajaban. Las galeras no hicieron efecto alguno por estar las naves entre sí trabadas y ser de muy mas alto borde. La pelea se continuaba hasta muy tarde, cuando las tres naves de los ginoveses, que al principio parecia que huian, dando la vuelta acometieron de través las reales, causa de ganar la victoria. Entraron los enemigos y saltaron en la real; amonestaban á los que en ella peleaban se rindiesen. Era cosa miserable ver lo que pasaba, la vocería y alaridos de los que mataban y de los que morian. Ninguna cosa se hacia con órden ni concierto, todo procedia acaso. La nave del Rey con los golpes del mar hacia agua; avisado del peligro en que estaba, dijo que se rendia á Filipo, duque de Milan, bien que ausente. En la misma nave prendieron al príncipe de Taranto y al duque de Sesa; en otras doce naves que vinieron en poder de los enemigos otro gran número de cautivos, entre ellos el rey de Navarra, al cual al principio de la pelea libró de la muerte Rodrigo Rebolledo, que tenia á su lado. Fué preso asimismo don Enrique de Aragon. De don Pedro no concuerdan los autores; unos dicen que se halló en la batalla, y que escapó con tres galeras, cubierto de la escuridad de la noche; otros que con la demás armada que traia de Sicilia llegó á la isla de Isquia al mismo tiempo que se dió la batalla. Fueron, demás de los dichos, presos Ramon Boil, virey que era de Nápoles, don Diego Gomez

de Sandoval, conde de Castro, con dos hijos suyos, Fernando y Diego, don Juan de Sotomayor, Iñigo Davalos, hijo del condestable don Ruy Lopez Davalos, junto con un nieto del mismo, hijo de Beltran, su hijo, que se decia Iñigo de Guevara, y desde España acompañaron á los reyes para esta guerra de Nápoles. Despues de la victoria, que fué tan señalada y memorable, los de Gaeta con una salida que hicieron ganaron los reales de los aragoneses y saquearon el bagaje, que era muy rico, por estar allí las recámaras de príncipes tan grandes. Las compañías que quedaran allí de guarnicion y los soldados, parte fueron presos de los enemigos, otros buyeron por los despoblados y por sendas desusadas. ¿Quién no pensara que con esto el partido de Aragon y sus cosas quedaban acabadas, perdida aquella jornada y la victoria que parecia tenian entre las manos? ¡Entendimientos ciegos de los hombres, consejos impróvidos y varias mudanzas y truecos de las cosas! Todo fué muy al contrario, que este revés sirvió á los vencidos de escalon para recobrar mas fácilmente el reino, y perder la libertad les fué ocasion de mayor gloria; ¿quién tal creyera? Quién lo pensara? Desta manera los pensamientos de los hombres muchas veces se mudan en contrario, gobernados y encaminados, no por la loca fortuna, sino por mas alto y mas secreto consejo. Dia viernes, á 5 de agosto, se dió esta batalla cerca de la isla de Ponza, que fué de las mas señaladas del mundo.

CAPITULO X.

Cómo el rey de Aragon y sus hermanos fueron puestos en libertad.

Dada que fué la batalla, los vencedores dieron la vuelta á Génova. Allí quedó la mayor parte de los cautivos que se tomaron, como por premio del trabajo y del gasto. Los reyes y muchos de los nobles presos, que llegaban á trecientos, llevaron á Milan. El mismo General ginovés con ellos hizo su entrada á manera de triunfo nobilísimo y cual de mucho tiempo atrás no se vió en parte alguna. Toda Italia estaba suspensa y á la mira cómo usaria aquel Duque de aquella nobilísima victoria; y sus fuerzas, que antes eran temidas de los de cerca, comenzaron á poner espanto á los que caian mas léjos. Temian quisiese aquel Príncipe, de condicion orgulloso, acometer á hacerse señor de toda Italia con la codicia que tenia de mandar y por estar ejercitado en guerras continuas. El mismo se hallaba muy dudoso de lo que en aquel caso se debia hacer y qué resolucion seria bien tomar; revolvia en su pensamiento muchas trazas, si forzaria á los reyes que tenia en su poder á recebir algunas condiciones pesadas, si haria que se rescatasen á dinero, cosa que de presente trajera provecho y contento; pero era de temer que no vengasen adelante aquella injuria con sus armas y las de sus amigos, y despues de vencidos, como tenian de costumbre, volviesen á las armas y á la guerra con mayor brio. Pensaba si los recibiria y trataria con mucha honra, y con porellos en libertad sin rescate haria le quedasen mas obligados; honroso acuerdo fuera este y que pondria admiracion á todo el mundo. Consideraba por otra parte que no era consejo prudente, por ganar renombre y fama, perder tan buena ocasion de ensanchar su se

ñorío y aventajarse y jugar á resto abierto por esperanza que pocas veces sale cierta y verdadera, en especial que los hombres tienen costumbre, cuando los beneficios son tan grandes que no los pueden pagar, recompensallos con alguna grave injuria y ingratitud señalada. En fin prevaleció el deseo de loa y de fama. Trató á aquellos príncipes en su casa con mucha honra y regalo como si fueran sus compañeros y amigos. Hecho esto, se resolvió de soltallos y enviallos cargados de muy grandes presentes. Con esta resolucion dió muy grata audiencia al rey de Aragon, que un dia en su presencia trató muy á la larga, y probó con muchos ejemplos que los franceses de su natural eran desapoderados sin poner término al deseo de ensanchar su señorío. Que muchas veces trataran de derribar y deshacer á los duques de Milan, y no tenian mudados los corazones. Si se acostumbrasen á las riberas de Italia, luego que se apoderasen del reino de Nápolos, fácilmente se concertarian con los ginoveses que les eran amigos y vecinos, sin reparar ni desistir de intentar nuevas empresas hasta tanto que se viesen apoderados de toda Italia. Que su padre Juan Galeazo y sus antepasados nunca se aseguraron de los intentos de franceses. Estas cosas se trataban en el castillo de Milan y estas práticas andaban, cuando madama Isabel por mandado de su marido Renato, duque de Anjou, que como queda dicho estaba preso, pasó por mar, primero á Génova, despues á Gaeta, y últimamente con su llegada á Nápoles, que fué á los 18 de octubre, reforzó grandemente y animó á los que seguían su partido. Ayudóla con gentes que le envió el papa Eugenio, y ella por sí ganaba las voluntades del pueblo por su gran nobleza, excelente ingenio, condicion y trato muy apacible. España, cuidadosa y triste por el trabajo de los reyes, revolvia varias práticas de guerra y de paz. Juntáronse Cortes de Aragon en Zaragoza, en que á peticion de la Reina se trató de apercebir una armada para conservar las islas de Cerdeña y de Sicilia, que sospechaban seriau acometidas por los vencedores; que ya nadie se acordaba ni tenia esperanza del reino de Nápoles. En Soria á los confines de Aragon y de Castilla hobo habla entre el rey de Castilla y la reina de Aragon, su hermana. Allí se concluyó que las treguas asentadas entre los dos reinos durasen y se prolongasen por otros cinco meses. Parecia cosa injusta aprovecharse del desastre ajeno; y los ánimos de los grandes de Castilla por la desgracia de aquellos reyes se movian á compasion. Partiéronse de Soria; en el camino se supo que la reina doña Leonor, madre de los dos reyes, falleció en Medina del Campo mediado el mes de diciembre. La fuerza del dolor que recibió por el desastre de sus hijos súbitamente le arrancó el alma. La muerte repentina hizo se creyese era esta la causa. Fué una señora muy principal y madre de príncipes tan grandes. Hiciéronle honras en muchos lugares, y en especial el rey don Juan se las hizo en Alcalá de Henares, y la Reina, su mujer, en Madrigal. Fué sepultada en San Juan de las Dueñas, un monasterio de monjas que ella levantó á su costa fuera de aquella villa, en que pasaba su vida con mucha santidad. En Milan últimamente se hizo confederacion y avenencia entre aquel Duque y los príncipes,

sus prisioneros, cuyas capitulaciones eran: que sin exceptuar á ninguno tuviesen los mismos por amigos y por enemigos; el Duque para recobrar el reino de Nápoles prometió de ayudar con sus fuerzas y gentes; lo mismo hizo el rey de Aragon, que prometió toda su ayuda para hacer la guerra á los enemigos del duque de Milan. En gran cuidado puso este asiento, así á los italianos como á las demás naciones. El rey de Navarra fué enviado en España con poderes muy bastantes para gobernar el reino de Aragon. Era necesario allegar dinero, hacer nuevas levas de soldados y apercebir una gruesa armada. El príncipe de Taranto y el duque de Sesa fueron á Nápoles para animar y esforzar á los de su parcialidad, y para que avisasen al infante don Pedro en nombre del Rey, su hermano, que les acudiese con la armada que tenia aprestada en Sicilia. Ejecutóse con gran presteza lo que el Rey mandaba; llegada que fué la armada de Sicilia á la isla de Isquia, se apoderó de la ciudad de Gaeta por entrega que della hizo Lanciloto, su gobernador, natural que era de Nápoles, á 25 de diciembre, dia de Navidad, y principio del año 1436. Pocos dias despues el rey de Aragon, puesto en libertad por el Duque, como está dicho, llegó á Pórtovenere, el cual castillo y el de Lerice entre tan grandes tempestades, dado que están en las marinas de Génova, se conservaron en la fe del rey de Aragon, y se tenian por él, mas por miedo de la guarnicion aragonesa que tenian que por voluntad de los naturales. Algunos dicen que del desastre y libertad del rey de Aragon se dieron diversas señales y se vieron milagros; cada cual les dará el crédito por sí mismo que la cosa merece; á mi no me pareció pasar en silencio cosas tan públicas y tan recebidas comunmente. El mismo dia que se dió la batalla cerca de la isla de Ponza, en la puente que en Zaragoza se edificaba sobre Ebro, de obra muy prima y muy ancha, como á medio dia, sin bastante ocasion para ello se cayó el arco principal, y con su caida mató cinco hombres. Dirá alguno que las cosas casuales suele el vulgo muchas veces, cuando son pasadas, publicallas por milagros y sacar dellas misterios; sea así, pero ¿qué dirémos de lo que se sigue? Nueve leguas mas abajo de Zaragoza, á la ribera del mismo rio Ebro, está un pueblo llamado Vililla, edificado de una colonia de los romanos, que en los pueblos ilergetes se llamaba Celsa. En este tiempo y en el de nuestros abuelos por ninguna cosa es el dicho pueblo mas conocido que por una campana que allí hay, la cual aquellos hombres están persuadidos que diversas veces por sí misma con una manera extraordinaria se toca sin que ninguno la mueva para anunciar cosas grandes que han de venir, buenas ó malas. Yo no trato de la verdad que esto tiene, ni lo tomo á mi cargo. Consta por lo menos que autores graves lo refieren, y citan testigos de vista de aquel milagro. Dicen pues que aquella campana un dia antes que los reyes fuesen presos se tauó por sí misma, y otra vez, á 30 de octubre, y la tercera á 5 del mes de enero próximo siguiente, dia en que, hecha la alianza en Milan, el rey de Aragon fué puesto en libertad. Muchas plegarias se hicieron, y puchas misas se dijeron para aplacar la ira de Dios, que por estas señales entendian les amenazaba; congoja y

cuidado de que se libraron los naturales con la buena nueva que vino de la libertad dada á sus príncipes; y la tristeza que recibieran por aquel grave desman, y el miedo de algun nuevo mal que sospechaban se daba á entender por aquellas señales, se trocó en pública alegría de toda aquella nacion y aun de lo demás de Esрайа.

CAPITULO XI.

De las paces que se hicieron entre los reyes de Castilla y de Aragon.

De las paces que se hicieron en Milan resultó.una nueva y pesada guerra; los ginoveses tomaron las armas y públicamente se revolvieron contra el duque de Milan. Tenian aquellos ciudadanos por cosa pesada que el fruto de la victoria ganada con su peligro y esfuerzo otros se lo quitasen, y que Filipo, duque de Milan, se llevase las gracias de las paces hechas con los reyes y de ponellos en libertad con presentes que les dió, liberalidad con que quedaban cargados del odio quo por fuerza les tendrian los aragoneses y catalanes, naciones con las cuales antiguamente tuvieron grande enemiga. Querellábanse demás desto que el amparo de los duques de Milan, á que forzados acudieron el tiempo pasado, le mudasen en señorío y en una dura servidumbre. Alterados con esta indignacion, hecha liga en puridad con el pontífice Eugenio y con Renato, duque de Anjou, tomaron las armas. Gobernaba aquella ciudad en nombre del duque Filipo Paccino Alcia- . to; que fué muerto en aquella revuelta y alboroto del pueblo; á otros que estaban por el Duque pusieron las espadas á los pechos, y algunos quedaron heridos, algunos muertos. Mirábanles las palabras, los meneos que hacian y visajes, por ver si daban alguna muestra de aborrecer lo que de presente se hacia y favorecer á los de Milan. Con esto, lo que acontece en los alborotos del pueblo, en breve á lo que acudió la mayor par te, se allegaron todos los demás; si algunos sentian lo contrario, en lo público aprobaban y adulaban los intentos de los alborotados. El principal movedor deste motin fué Francisco Espinula, que ganó nombre de valiente por la defensa de Gaeta que hizo poco antes, de que cobrara gran soberbia; sobre todo, se movia por ser enemigo de los fliscos y de los fregosos, linajes que se arrimaban á los aragoneses. Muchos pueblos por aquella comarca, á ejemplo de Génova y por su autoridad, despertados con la dulzura y esperanza que se prometian de la libertad, se levantaron y echaron de sí la guarnicion que tenian por el duque de Milan. Detuvieron los españoles que tenian cautivos, por los cuales y para librallos el rey de Aragon les hobo de pagar setenta mil escudos. Con los sicilianos se hobieron mas mansamente por causa de la antigua amistad, buen acogimiento y contratacion que con aquella isla tenian; así los soltaron sin rescate; solo tres hijos de Juan de Veintemilla quedaron por largo tiempo en Génova, no se sabe si por aborrecimiento que les tuviesen, si por pretender dellos alguna grande cantidad. El rey de Aragon, á instancia del duque Filipo, procura raba sosegar las alteraciones de Génova con la armada que don Pedro, su hermano, le envió desde Gaeta,

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