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fante don Juan, en quien tenian puestos los ojos para remedio de sus daños, le tuviesen arrestado en Toledo sin alguna culpa suya, solo porque no les acudiese. Decian que por tener poca razon y justicia se valian de la violencia y engaño. Lo que solo les restaba, todos comunmente volvieron los ojos y pensamiento al maestre de Avis, que era persona sagaz y de negocios, y que con su buena manera y afabilidad sabia granjear las voluntades y prendallas. Conoció él la ocasion que le presentaba la gran aficion del pueblo; ofrecióse á ponerse á cualquier riesgo y trabajo por el bien comun y pro de la patria. Todavía los alborotados por entonces no pasaron mas adelante de nombrar por su gobernador al infante don Juan, que, como queda dicho, le tenian preso en Toledo. Para mas alterar la gente sacaron en los estandartes su retrato aherrojado y puesto en cadenas; el cuidado de acaudillar la gente se encargó al maestre de Avis. Decian que doña Leonor no era reina, ni su matrimonio con el Rey era válido por ser vivo su marido, á quien el Rey la quitó por su hermosura sin otras ventajas de linaje y de valor, solo para que fuese un tizon con que todo el reino se abrasase; que por el mismo caso su hija doña Beatriz, como bastarda, era incapaz de la sucesion y de la corona; que si la juraron fué por condescender con la voluntad del Rey, su padre, á que no se podia contrastar; finalmente, que su testamento cuanto á este punto no se debia guardar. Todo esto pasaba en la ciudad de Lisboa, que estaba ya declarada contra Castilla. Arrimáronsele muchos señores y fidalgos, unos al descubierto, otros de callada; el que mas se señalaba era Nuño Alvarez Pereira, hijo del prior de Ocrato Alvar Gonzalez Pereira, y nieto de don Gonzalo Pereira, arzobispo de Braga, si bien sus hermanos seguian el partido de Castilla. Era oste caballero mozo brioso, de grande ingenio, acertado consejo y muy diestro y osado en las armas; fundador adelante, despues que alcanzaron la victoria, de la casa de Berganza la mas poderosa de Portugal. Importa mucho la reputacion en la guerra; acordaron los levantados que el Nuño Pereira con golpe de gente corriese las tierras de Castilla. Hízose asi; acudió gente del rey don Juan por su órden; vinieron á las manos cerca de Badajoz, en que los castellanos quedaron vencidos, muerto el maestre de Alcántara don Diego Gomez Barroso; huyeron don Juan de Guzman, conde de Niebla, y el almirante Tovar; el daño fué grande, pero muy mayor la mengua y el pronóstico de los males que deste principio se continuaron. Don Gonzalo, hermano de la Reina viuda, estaba en Coimbra con guarnicion de soldados. Acordó el rey don Juan ir allá acompañado de las reinas madre é hija, confiado que le abririan luego las puertas. Salió vana esta esperanza, ca el Gobernador quiso mas volver por su nacion que tener respeto al deudo. Desta burla quedó el Rey muy sentido, tanto mas que don Pedro, su primo, conde de Trastamara é bijo del maestre don Fadrique, se retiró dél y se acogió á aquella ciudad. Sospechose que en esta huida tuvo parte la reina doña Leonor, y que el Conde se comunicó con ella, que cansada de su yerno, se inclinaba á las cosas de Portugal. Por esto acordó envialla á Castilla con noble acompañamiento para que

estuviese en Tordesillas, destierro y prision honrada en que murió adelante, y castigo del cielo en lo mismo que hizo padecer á los infantes, sus cuñados, y á otros. Yace sepultada en Valladolid en el claustro de la Merced. Hecho esto, se trató en consejo de capitanes sobre poner sitio á Lisboa, ciudad la mas rica de Portugal, por ser la cabeza de aquel reino y de presente haberse recogido á ella lo mejor y mas granado con sus haberes y preseas. Los pareceres no se conformaban. Algunos decian seria mas acertado dividir el ejército, que era grande en número de soldados, en muchas partes, acometer y allanar las demás fuerzas y plazas de menos importancia; que allanado lo demás, Lisboa seria forzada á rendirse; donde no, la podrian con inayor fuerza cercar y combatir. Pero prevaleció el consejo de los que sentian se debia en primer lugar acudir á aquella ciudad, como á cabeza del reino y raíz de toda la guerra, que ganada, no hallarian resistencia en lo restante del reino. Acudieron pues al cerco. De camino talaron los campos, quemaron las aldeas, prendieron hombres y ganados, con que gran número de pueblos se rindieron y entregaron. Llegados á la ciudad, asentaron sus reales y los barrearon en aquella parte do al presente está edificado el monasterio de los Santos. Para mas apretar el cerco por tierra y por mar armaron en Sevilla trece galeras y doce naves, sin otros bajeles de menor consideracion. Entró esta armada por la boca del rio Tajo y echó anclas enfrente de la ciudad, con intento de estorbar que no entrase por aquella parte alguna provision ni socorro á los cercados. La muchedumbre del pueblo era grande, por ser aquella ciudad de suyo muy populosa y por los muchos que se recogieran á ella de todas partes. Por donde muy presto se comenzó á sentir la falta de las vituallas y mantenimientos, que suelen encarecerse por la necesidad presente, y mucho mas por el miedo que cada uno tiene no le falte para adelante. Los portugueses, para acudir á esta necesidad, salieron con diez y seis galeras y ocho naves que tenian aprestadas en la ciudad de Portu. Ayudóles el viento que les refrescó y la creciente del mar muy favorable, con que por medio de los enemigos, aunque con pérdida de tres naos, se pusieron en parte que proveyeron bastantemente la falta que de bastimentos padecian los cercados, principio con que las cosas de todo punto se trocaron, mayormente que el otoño fué muy enfermo y muchos adolecieron de lus que alojaban en los reales, por la destemplanza del cielo y no estar los de Castilla acostumbrados á aquellos aires. Por esta causa pareció al rey don Juan mover tratos de paz; tuvieron habla sobre el caso Pero Fernandez de Velasco por la una parte, y por la otra el maestre de Avis que acaudillaba los alborotados. Dijéronse muchas razones, los daños que podian resultar de la guerra, los bienes que se podian esperar de la concordia. El Maestre, cou el gusto que tenia de mandar de presente y la esperanza que se le representaba de cerca de ser rey, respondió finalmente á la demanda que no vendria en ningun asiento de paz, si á el mismo no le dejasen por gobernador del reino hasta tanto que dona Beatriz tuviese hijo de edad bastante para poderse encargar de aquel gobierno. Que esto pe

dia el pueblo y pretendian los fidalgos ; que si no otorgaban con ellos, él no podia faltar á las obligaciones que tenia á los suyos y á su patria. Las dolencias iban adelante, y á manera de peste de cada dia morian, nosolo soldados ordinarios, sino tambien grandes personajes, como don Pedro Fernandez, maestre de Santiago, y el que le sucedió luego en aquella dignidad, por nombre Ruy Gonzalez Mejía, el almirante Fernan Sanchez de Tovar, Pero Fernandez de Velasco y los dos mariscales Pero Sarmiento y Fernan Alvarez de Toledo. Item, Juan Martinez de Rojas; dias hobo que fallecieron docientos mas y menos, con que el número de los soldados menguaba y el ánimo mucho mas. Por esto los mas principales blandeaban y aborrecian aquella guerra por ser entre parientes y contra cristianos. Quisieran que de cualquiera manera se tomara asiento y se concertaran las partes; finalmente, los trabajos eran tan grandes y la cuita por esta causa tal, que fué forzoso levantar el cerco con mengua y pérdida muy grande y volver atrás. Nombró el Rey por mariscal á Diego Sarmiento luego que falleció su hermano; encargóle la guarda de Santaren con buen número de soldados; otros capitanes repartió por otras partes, ca pensaba rehacerse de fuerzas y muy en breve volver á la guerra. Hecho esto, la armada por mar y los demás por tierra en compañía del Rey se encaminaron para Sevilla. Pudieran recebir daño notable á la partida, que las piedras se levantan contra el que huye, si los portugueses salieran en su seguimiento, que pocos, bien gobernados, pudieran maltratar y deshacer los que iban tan trabajados; mas ellos se hallaban no menos gastados y afligidos que los contrarios, y tenian por merced de Dios verse libres de aquel peligro y de aquel cerco, y aun como dicen, al enemigo que huye puente de plata. Hicieron procesiones, así en Lisboa como en lo restante del reino, con toda solemnidad en accion de gracias por merced tan señalada. For este mismo tiempo el rey de Aragon no hacia buen rostro á sus dos hijos de la primera mujer los infantes don Juan y don Martin. Decíase comunmente que la Reina, como madrastra, con sus malas maDas era causa deste daño. Verdad es que el infante don Juan habia dado causa bastante de aquel desgusto, por casarse, como se casó, contra la voluntad de su padre arrebatadamente y de secreto con madama Violante, hija de Juan, duque de Berri, sin hacer caso de la reina de Sicilia, cuyo casamiento para todos estaba muy mas á cuento. Quebró el enojo en don Juan, conde de Ampúrias, yerno y primo de aquel Rey. Su culpa fué que los recogió en su estado para que allí se casasen. Por lo cual, luego que el hijo se redujo y se puso en las manos de su padre y él le perdonó aquella liviandad, revolvió contra el Conde y le quitó la mayor parte del estado, que le tenia asaz grande en lo postrero de España. No le pudo haber á las manos, que se huyó á AviDon en una galera resuelto de tentar nuevas esperanzas, y con las fuerzas que pudiese juntar suyas y de sus amigos recobrar aquel condado.

CAPITULO IX.

De la famosa batalla de Aljubarrota.

Corria el año de 1385 cuando al conde de Ampúrias avino aquella desgracia. Al principio del cual el rey de Castilla, con el deseo en que ardia de rehacer la quiebra pasada, levantaba gente por todas partes y armaba en el mar. Juntó un grueso campo por tierra y una armada de doce galeras y veinte naves para enseñorearse del mar y asegurar la tierra. Todo procedia despacio á causa de una dolencia que le sobrevino, de que llegó á punto de muerte. Luego empero que convaleció y pudo atender à las cosas de la guerra, dió mucha priesa para que todo lo necesario se aprestase. Vino á la sazon una nueva que en cierto encuentro que los portugueses tuvieron con la guarnicion de Santaren quedaron presos el maestre de Avis y el prior de San Juan, alegría falsa y que muy en breve se trocó en dolor y pena, porque se supo de cierto que los portugueses en la ciudad de Coimbra habian alzado los estandartes reales por el maestre de Avis, que era meter las mayores preudas y empeñarse del todo para no volver atrás. El caso pasó en esta guisa. Juntáronse en aquella ciudad las cabezas de los alzados para acordar lo que se debia hacer en aquella guerra. Concordaban todos en que para hacer rostro á los intentos de Castilla les era necesario tener cabeza, algun valeroso capitan que acaudillase el pueblo, ca muchedumbre sin órden es como cuerpo sin alma. Añadian que para mayor autoridad de mandar y vedar y para que todos se sujetasen, y aun para que él mismo se animase mas y con mayor brio entrase en la demanda, era forzoso dalle nombre de rey. Alegaban que la república da la potestad real, y por el mismo caso, cuando le cumpliere, la puede quitar y nombrar nuevo rey; muchos y muy claros ejemplos, tomados de la memoria de los tiempos en confirmacion desto, el derecho que la naturaleza y Dios da á todos de procurar la libertad y esquivar la servidumbre; sobre todo que si los contrarios confiaban en su derecho y razon, ¿por qué causa á tuerto fueron los primeros á tomar las armas? Que á ninguno es defendido valerse de la fuerza contra los que le hacen agravio. No faltaban letrados que todo esto lo fundaban en derecho con muchas alegaciones de leyes divinas y humanas. La grandeza del negocio y la dificultad espantaba; por donde algunos eran de parecer no quitasen el reino á doňa Beatriz, pues seria cosa inhumana privalla de la herencia de su padre, temeridad irritar las fuerzas de Castilla, locura confiar de sí demasiado y no medirse con la razon. Que los enemigos antes de venir á las manos y de ensangrentarse saldrian á cualquier partido; las haciendas, las vidas y la libertad quedaria en mano del vencedor. Por conclusion, que era prudencia acordarse de los temporales que corrian, y inedirse con las fuerzas, desear lo mejor y con paciencia acomodarse al estado presente. No faltaban en la junta votos en favor del infante don Juan, bien que en Toledo arrestado. Decian se debia tratar de su libertad, alegaban el comun acuerdo pasado; ¿qué otra cosa significaban aquellos estandartes? Qué cosa se ofrecia de nuevo para mudar lo acordado una vez? Pero

este parecer comunmente desagradaba; ¿á qué propósito hacer rey al que nilos podia gobernar ni acudilles en aquel peligro, no ser ayuda, sino solo causa de guerra? Con tanto mayor voluntad acudieron los votos al maestre de Avis, que presente estaba, y de cuyo valor y maña todos muchos se pagaban. En San Francisco de Coimbra, do se tenia aquella junta, le alzaron por rey á los 5 de abril con aplauso general de todos los que presentes se hallaron. Los mismos que sentian diversamente eran los primeros á besalle la mano y hacelle todo homenaje para mostrarse leales y que aprobaban su eleccion. Publicaban que las estrellas del cielo y las profecias favorecian aquella, eleccion, en particular que un infante de ocho meses al principio destas revueltas en Ebora se levantó de la cuna, y por tres veces en alta voz dijo: «Don Juan, rey de Portugal.» Lo cual interpretaban en derecho de su dedo del maestre de Avis; que así suelen los hombres favorecer sus aficiones, y por decir mejor, soñar lo que desean. Los portugueses, como tan empeñados en aquel negocio que no podia ser mas, desde aquel dia en adelante tomaron las armas con mayor brio y tanto mayor esperanza de salir con su intento cuanto menos les quedaba de ser perdonados, y aun mucho se movian por el deseo natural que todos los hombres tienen de cosas nuevas y enfado de lo presente. La comarca de Portugal que está entre Duero y Miño muy en breve se declaró por el nuevo Rey, unos se le allegaban por fuerza, los mas de su voluntad. Enturbióse esta alegría con la armada de Castilla que del Andalucía y de Vizcaya aportó á las marinas de Portugal, y se presentó delante la ciudad de Lisboa; con que los castellanos quedaron señores de la mar, y corrian aquellas riberas y los campos comarcanos sin contradicion; cosa que mucho enfrenó la alegría y los brios de los portugueses. Hallábase el rey de Castilla en Córdoba; dende al principio del estío envió la Reina, su mujer, á Avila, pues no podia ser de provecho por tenelle la gente perdido todo respeto y para que no embarazase. A la misma sazon y á los primeros de julio buen golpe de gente debajo la conducta de don Pedro Tenorio, arzobispo de Toledo, y por orden del Rey por la parte de CiudadRodrigo hizo entrada, y rompió por la comarca de Viseo con gran daño de los naturales, talas, robos, deshonestidades que cometian los soldados sin perdonar á doncellas ni casadas. Verdad es que á la vuelta cargó sobre ellos gente de Portugal, que los desbarataron y quitaron toda la presa con muerte de muchos dellos. De pequeños principios se suelen trocar las cosas en la guerra y aun los ánimos; fué así que los portugueses con este buen suceso se animaron mucho para hacer rostro en todas partes. En diversos lugares á un mismo tiempo tenian encuentros, en que ya vencian los unos, ya los otros; pero de cualquiera manera todo redundaba en daño de los naturales y principalmente de la gente del campo. Los unos y los otros comian á discrecion, que era un miserable estado y avenida de males. Juntóse el ejército de Castilla en CiudadRodrigo ya que el estio estaba adelante; solo faltaba el infante don Carlos, hijo del rey de Navarra, que se decia allegaria muy en breve acompañado de mucha y

muy buena gente. Consultaron en qué manera se haria la guerra. Los pareceres eran diferentes como siempre acontece en cosas grandes. Los mas cuerdos querian se excusase la batalla; que seria acertado dar lugar á que el furor de los rebeldes se amansase y tiempo para que volviesen sobre sí. Decian que los buenos intentos y la razon se fortifica con la tardanza, y por el contrario los malos se enflaquecen. Que para domar á Portugal y sujetalle séria muy á propósito dalles una larga guerra, talalles los campos, quemalles las mieses y repartir por todas partes guarniciones de soldados. Añadian que no debian mucho confiar en sus fuerzas por ser los capitanes que al presente tenian gente moza, poco pláticos y de poca experiencia, por la muerte de los que faltaron en el cerco de Lisboa, que era la flor de la milicia, además de la falta de dinero para hacer las pagas y de la poca salud que el Rey de ordinario tenia, que en ninguna manera debia entrar en tierra de enemigos ni hallarse á los peligros y trances dudosos de la guerra, pues de su vida y salud dependian las esperanzas de todos, el bien público y particular. Esto decian ellos, cuyo parecer el tiempo y sucesos de las cosas mostró era muy acertado; pero prevaleció el volo de los que como mozos tenian mas caliente la sangre, por ser de mas reputacion; personas que con muchas palabras engrandecian las fuerzas de Castilla, y abatian las de los contrarios como de canalla y gente allegadiza, y que tenia mas nombre de ejército que fuerzas bastantes. Que convenia apresurarse porque con el tiempo no cobrasen fuerzas y se arraigasen en guisa que la ilaga se hiciese incurable. Sobre todo que seria inhumanidad desamparar los que en Portugal seguian su voz, las plazas que se tenian por ellos y las guarniciones de soldados que las guardaban. A este parecer se arrimó el Rey, si bien el contrario era mas prudente y mas acertado. En muchas cosas se cegaron los de Castilla en esta demanda, permision de Dios para castigar por esta manera los pecados y la soberbia de aquella gente. Debieran por lo menos esperar los socorros que de Navarra les venian con su caudillo el infante don Cárlos. Tomada esta resolucion, partieron de Ciudad-Rodrigo, y en aquella parte de Portugal que se llama Vera se pusieron sobre Cillorico y le rindieron. Pasaron adelante, quemaron los arrabales de Coimbra y intentaron de tomar á Leiria, que se tenia por la reina de Portugal doña Leonor. Durante el cerco de Cillorico, el Rey con el cuidado en que le ponia su poca salud, los trabajos y peligros de la guerra, otorgó su testamento á los 21 de julio. En él mandó que los señoríos de Vizcaya y de Molina, herencia de su madre, quedasen para siempre vinculados y fuesen de los hijos mayores de los reyes de Castilla. Nombró seis personajes por tutores de su hijo y heredero don Enrique, doce gobernadores del reino durante su menoridad. De la Reina, su suegra, y de los infantes de Portugal don Juan y don Donis, de los hijos del rey don Pedro y del hijo de don Fernando de Castro, que tenia en Castilla presos, mandó se hiciese lo que fuese justicia. Si los pretendia perdonar, si castigallos, la brevedad de su vida no dió lugar á que se averiguase. Otras muchas cosas dejó dispuestas en aquel testamento, que por hacelle arrebatadamente

fueron adelante ocasion de alborotos y diferencias asaz. Los portugueses con su campo eran llegados á Tomar, resueltos de arriscarse y probar ventura. Los castellanos asimismo pasaron adelante en su busca. Diéronse vista como á la mitad del camino, en que los unos y los otros hicieron sus estancias y se fortificaron, los portugueses en lugar estrecho, que tenia por frente un buen llano, y á los lados sendas barrancas bien hondas que aseguraban los costados. Los de á caballo eran en número dos mil y docientos, los peones diez mil; los castellanos, como quier que tenian mucha mas gente, asentaron á legua y media de un gran llano descubierto por todas partes. Su confianza era de suerte, que sin dilacion la misma vigilia de la Asumpcion se adelantaron puestas en órden sus haces para presentar al enemigo la batalla. El rey de Castilla iba en el cuerpo de la batalla, los costados quedaron á cargo de algunos de los grandes que le acompañaban, los cuales al tiempo del menester y de las puñadas no fueron de provecho por la disposicion del lugar. Don Gonzalo Nuñez de Guzman, maestre de Alcántara, quedó de respeto con golpe de gente y órden que por ciertos senderos tomase á los enemigos por las espaldas. Pretendian que ninguno pudiese escapar de muerto ó de preso; grande confianza y desprecio del enemigo demasiado y perjudicial. Los portugueses se estuvieron en su puesto para pelear con ventaja; y por la estrechura de toda su gente formaron dos escuadrones. En la avanguardia iba por caudillo Nuño Alvarez Pereira, ya condestable de Portugal, nombrado por su Rey en los mismos reales para obligalle mas á hacer el deber; del otro escuadron se encargó el mismo Rey. Adelantáronse de ambas partes con muestra de querer cerrar, repararon empero los portugueses á tiro de piedra por no salir á lo raso. Entonces el nuevo Condestable pidió habla á los contrarios con muestra de mover tratos de paz. Sospechóse tenia otro en el corazon, que era entretener y cansar para aprovecharse mejor de los enemigos, porque si bien se enviaron personas principales para oirle

y sospecha de liviandad, que por haberla gastado en todas las guerras de Francia, me ha enseñado por experiencia que ningun yerro hay tan grave en la guerra como el que se comete en ordenar el ejército para la batalla. Porque saber elegir el tiempo y el lugar, disponer la gente por órden y concierto y fortificalla con competente socorro es oficio de grandes capitanes. Mas victorias han ganado el ardid y maña que no las fuerzas. Nuestros enemigos, aunque menos en número y de ningun valor, como algunos antes de mi con muchas palabras han querido dar á entender, están bien pertrechados y se aventajan en el puesto; por la misma razon los cuernos de nuestro ejército serán de ningun provecho, ya es tarde y poco queda del dia. Los solda dos están cansados del camino, de estar tanto tiempo en pié, del peso de las arinas, flacos, sin comer ni beber por estar los reales tan léjos. Por todo esto mi parecer es que no acometamos, sino que nos estemos quedos; si los enemigos nos acometieren, pelearémos en campo abierto; si no se atrevieren, venida la noche, los nuestros se repararán de comida, los contrarios, muchos de necesidad desampararán el campo por venir de rebato, sin mochila y sustento mas de para el presente dia. De noche no tendrán empacho de huir; de dia temerán ser notados de cobardes. Yo aparejado estoy de no ser el postrero en el peligro, cualquier parecer que se tome; pero si no se pone freno á la osadía, Dios quiera que me engañe mi pensamiento, témoine que ha de ser cierto nuestro llanto y perdicion, y la afrenta tal, que para siempre no se borrará.» Al Rey parecíale bien este consejo; mas algunos señores mozos, orgullosos, sin sufrir dilacion, antes de tocar al arma acometieron á los enemigos, y los embistieron con gran coraje y denuedo. Acudieron los demás por no los desamparar en el peligro. La batalla se trabó muy reñida, como en la que tanto iba. A los castellanos encendia el dolor y la injuria de habelles quitado el reino; á los portugueses hacia fuertes el deseo de la libertad y tener por mas pesado que la muerte estar

y comunicar con él, ningun efecto se hizo mas de gas-sujetos al rey de Castilla y á sus gobernadores. Los

tar el tiempo en demandas y respuestas. En este medio entre los capitanes y personajes de Castilla se consultaba si darian la batalla, si la dejarian para otro dia. Los mas avisados y recatados no querian acometer al enemigo en lugar tan desaventajado, sino salir á campo raso y igual. Los mas mozos, con el orgullo que les daba la edad y la poca experiencia, no reparaban en dificultad alguna, todo lo tenian por llano, y aun pensaban que como con redes tenian cercados á los enemigos para que ninguno se salvase. Será bien no pasar en silencio el razonamiento muy cuerdo que hizo Juan de Ria, natural de Borgoña, el cual, como embajador que era del rey de Francia, viejo de setenta años, de grande prudencia y autoridad, seguia los reales y el campo de Castilla. Preguntado pues su parecer, habló en esta sustancia: «Al huésped y extranjero, cual yo soy, mejor le está oir el parecer ajeno que hablar; mas por ser mandado diré lo que siento en este caso. Holgaria agradar y acertar, donde no, pido el perdon debido á la aficion y amor que yo tengo á la nacion castellana, y tambien á esta edad, que suele estar libre de altivez

unos peleaban por quedar señores, los otros por no ser esclavos. Volaron primero los dardos y jaras, tras esto vinieron á las espadas, derramábase mucha sangre. Peleaban los de á caballo mezclados con los de á pié sin que se mostrase nadie cobarde ni temeroso, defeudian todos con esfuerzo el lugar que una vez tomaron, con resolucion de matar ó morir. El rey de Castilla por su poca salud en una silla en que le llevaban en hombros á vista de todos animaba á los suyos. El primer batallon de los enemigos comenzó á mostrar flaqueza y ciaba; queria ponerse en huida, cuando visto el peligro, el de Portugal hizo adelantar el suyo diciendo á grandes voces entre los escuadrones: «Aquí está el Rey; á dó vais, soldados? ¿Qué causa hay de temer? Por demás es huir, pues los enemigos os tienen tomadas las espaldas; esperanza de vida no la hay sino en la espada y valor. ¿Estais olvidados que peleais por el bien de vuestra patria, por la libertad, por vuestros hijos y mujeres? Vuestros enemigos solo el nombre traen de Castilla, no-el valor, que este perdióse el año pasado con la peste. ¿No podréis resistir á los primeros ímpetus

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bisoños, traen no armas, no fuerzas, sino

despojos que dejaros ? Poned delante los ojos el llanto, la afrenta y calamidades, que de necesidad vendrán sobre los vencidos, y mirad que no parezca me habeis querido dar la corona de rey para afrentarme, para burla y para escarnio. » Volvieron sobre sí los soldados, animados con tales razones; acudieron á sus banderas y á ponerse en órden, con que dentro de poco espacio se trocó la suerte de la batalla. Los capitanes de Castilla fueron muertos á vista de su propio Rey sin volver atrás; la demás gente, como la que quedaba sin capitanes y sin gobierno, murieron en gran número. El Rey, por no venir á manos de sus enemigos, subió de presto en un caballo y salióse de la batalla; tras él los demás se pusieron en huida. Fué grande la matanza, ca llegaron á diez mil los muertos, y entre ellos los que en valor y nobleza mas se señalaban. Don Pedro de Aragon, hijo del Condestable; don Juan, hijo de don Tello; don Fernando, hijo de don Sancho, ambos primos hermanos del Rey; Diego Manrique, adelantado de Castilla; el mariscal Carrillo; Juan de Tovar, almirante del mar, que en lugar de su padre poco antes le habian dado aquel cargo, y dos hermanos de Nuño Pereira, Pedro Alvarez de Pereira, maestre de Calatrava, y don Diego, que siguieron el partido y bando de Castilla; ultra destos Juan de Ria, el embajador del rey de Francia, indigno por cierto de tal desastre, y que causó grande lástima; hoy de sus decendientes y apellido en Borgoña viven muchos y muy nobles y ricos personajes. Muchos se salvaron ayudados de la escuridad de la noche, que sobrevino y cerró poco despues de la pelea. Destos unos se recogieron al escuadron del maestre de Alcántara, que, sin embargo de la rota, tuvo fuerte por un buen espacio. Otros se encaminaron á don Carlos, hijo del rey de Navarra, que entrara en son de guerra por otra parte de Portugal, por no poderse hallar ni allegar antes que se diese la batalla. Los mas de la manera que pudieron sin armas y sin órden se huyeron á Castilla. No costó á los portugueses poca sangre la victoria; no falta quien escriba faltaron dos mil de los suyos. El rey de Castilla, sacadas fuerzas de flaqueza, sin tener cuenta con su poca salud, por la fuerza del miedo caminó toda la noche sin parar hasta Santaren, que dista por espacio de once leguas. De allí el dia siguiente en una barca por el rio Tajo se encaminó á su armada, que tenia sobre Lisboa, y en ella alzadas las velas se partió sin dilacion. Llegó á Sevilla cubierto de luto y de tristeza, traje que continuó algunos años. Recibióle aquella ciudad con lágrimas mezcladas en contento, que si bien se dolian de aquel revés tan grande, holgaban de ver á su Rey libre de aquel peligro. Esta fué aquella memorable batalla en que los portugueses triunfaron de las fuerzas de CastiIla, que llamaron de Aljubarrota porque se dió cerca de aquella aldea, pequeña en vecindad, pero muy celebrada y conocida por esta causa. Los portugueses cada un año celebraban con fiesta particular la memoria deste dia con mucha razon. El predicador desde el púlpito encarecia la afrenta y la cobardía de los castellanos; por el contrario, el valor y las proezas de su nacion con palabras á las veces no muy decentes á aquel lugar.

Acudia el pueblo con grande risa y aplauso, regocijo y fiesta mas para teatro y plaza que para iglesia, exceso

en que todavía merecen perdon por la libertad de la patria que ganaron y conservaron con aquella victoria. Los de Castilla se excusan comunmente, y dicen que la causa de aquel desman no fué el esfuerzo de los contrarios, no su valentía, sino el cansancio y hambre de los suyos por comenzar tan tarde la pelea; otros pretenden fué castigo de Dios, contra el cual no hay fuerzas bastantes, que tomó de los que despojaron el santuario muy devoto de Guadalupe; quieren decir que aquella sagrada Vírgen volvió por esta manera por su casa. Después de esta victoria todo Portugal se allanó al vencedor. Santaren y Berganza y otros muchos pueblos y fuerzas, cual por armas, cual de grado se rindieron; con que el nuevo Rey entabló su juego de guisa, que el reino que adquirió con poco derecho, le dejó firme y estable á sus sucesores; tanto puede y vale una buena cabeza, y en el aprieto una buena determinacion. Estuvo á esta sazon muy doliente el rey de Aragon en Figueras. Su edad, que estaba adelante, y los trabajos continuos le traian quebrantado. Desque convaleció se mostró torcido con su hijo el infante don Juan. El pueblo cargaba á la Reina que tenia gran parte en estos desabrimientos, hasta persuadirse tenia enhechizado y fuera de sí á su marido. El hijo mal contento se salió de la corte; llamó en su favor y del conde de Ampúrias despojado gente de Francia, que fué nueva ofensa. El Rey por esto le quitó la procuracion y gobernacion del reino que solian tener los hijos herederos de aquellos reyes. En Aragon, segun que de suso queda dicho, de tiempo antiguo tienen un magistrado y juez, que llaman el justicia de Aragon, para defensa de sus libertades y fueros y para enfrenar el poder y desaguisados que hacen los reyes, á la manera que en Roma los tribunos del pueblo defendian y amparaban los particulares de cualquier demasia y insolencia. Hizo pues el Infante recurso al Justicia para que le desagraviase de las injurias y injusticias que le hacian, elRey al descubierto, y de callada la Reina. El Justicia le amparó, como á despojado violentamente, en la posesion de aquel oficio y preeminencia hasta el conoci miento de la causa, debate que tuvo principio el año presente, y se concluyó el siguiente. Volvamos á tratar lo que sucedió en Castilla y en Portugal despues de aquella memorable y famosa jornada.

CAPITULO X.

Que los portugueses hicieron entrada en Castilla. Nueva causa de temor y de cuidado, sobre las pérdidas pasadas y el sentimiento muy grande, sobrevino al rey de Castilla y á los suyos; muestra de las alteraciones á que están sujetas todas las cosas debajo del cielo, y argumento de que las adversidades no paran en poco, de un mal se tropieza en otro sin poderse reparar. Los portugueses, como hombres denodados que son, resueltos de ejecutar la victoria y seguir su buena ventura, acordaron lo primero de enviar una solemne embajada á Inglaterra para hacer liga con el duque de Alencastre, pretensor antiguo de la corona de Castilla por via de

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