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á la guerra civil y muy áspera que tuvo con su hermano el duque de Berri, y con Cárlos, duque de Borgoña; parte poco adelante le trajo Juan, conde de Armeñac,

gran riesgo del partido de Aragon. Lo que mas deseaba el de Lorena era apoderarse de Girona por entender, tomada aquella ciudad, en todo lo demás no hallaria

con quien el de Lorena, no solo tenia puesta confedera-resistencia. Con esta resolucion se volvió á Francia pa

cion, sino tambien asentada hermandad para acudirse el uno al otro en las cosas de la guerra. Con tantas ayudas como tuvo, el de Lorena dió alegre principio á esta empresa; el remate fué diferente. La ciudad de BarceJona, luego que vino, le abrió las puertas. Tratóse de la guerra, y acordaron hacer el mayor esfuerzo por la parte de Ampúrias. Acudió el rey de Aragon á la defensa, aunque viejo y ciego. Cerca de Rosas en un encuentro fué desbaratada cierta banda de aragoneses. La fuerza del ejército francés marchó la vuelta de Girona con intento, si Pedro de Rocaberti, que tenia el cargo de la guarnicion, y los demás capitanes saliesen de la ciudad, presentalles la batalla; si se defendiesen dentro de los muros, tenian esperanza con cerco de apoderarse de aquella ciudad fuerte y rica. Sacaron los aragoneses su gente con grande ánimo; hobo algunos encuentros, siempre con mayor daño de los de fuera que de los de dentro. Acudió el príncipe don Fernando, metió todas sus gentes dentro de la ciudad; con tanto hizo que se alzase el cerco. En breve aquella alegría se destempló y trocó en grave pesa dumbre. Salió don Fernando de la ciudad, y en una batalla que se dió cerca de un pueblo llamado Villademar le desbarató cierta parte del ejército francés; y muertos muchos de los aragoneses, el Príncipe se salvó por los piés. Quedó preso y en poder de los enemigos Rodrigo Rebolledo, capitan de gran nombre, cuya diligencia que hizo y esfuerzo de que usó en la defensa del Príncipe fué grande. Los primeros ímpetus de los franceses, mas fuertes que de varones, con maña y dilacion mas que con fuerza se han de rebatir. Tomaron este acuerdo, y por estar cerca el invierno, pusieron guarniciones en lugares á propósito, y dejaron á don Alonso de Aragon para que tuviese cuidado de aquella guerra. Hecho esto, el príncipe don Fernando se partió para Zaragoza, do se tenian Cortes á los aragoneses, y se halló presente á la enfermedad de su madre la Reina y á su muerte, de que queda hecha mencion. Difunta su madre y por estar su padre ciego y en edad de setenta años, fué necesario que las cosas de la paz y de la guerra, cargasen sobre los hombros del príncipe don Fernando, que, aunque de poca edad, daba grandes muestras de virtudes y de un natural excelente. Era menester que tuviese autoridad para gobernar cosas tan grandes; por esto en aquella ciudad fué nombrado por rey de Sicilia como compañero de su padre en aquella parte. Esto sucedió casi á los mismos dias y tiempo en que el infante don Alonso de Castilla pasó desta vida, como queda dicho. El cielo le aparejaba mayor imperio en Italia y en España y la gloria de deshacer el reino de los moros de Granada. Sabida que fué en Zaragoza la muerte del infante don Alonso, luego fué Pedro Peralta con muy bastantes poderes enderezados á los grandes parciales de Castilla para pedilles diesen á la infanta doña Isabel por mujer á don Fernando. Su padre el rey de Aragon se quedó en Zaragoza, y él se volvió á Cataluña á continuar la guerra, que se hacia por mar y por tierra con

ra hacer nuevas juntas de gentes, como lo hizo con tanta diligencia, que solo en lo de Ruisellon y lo de Cerdania levantó quince mil hombres, fuerzas contra las cuales, juntas con las gentes que antes tenia, los aragoneses no eran bastantes, tanto, que no pudieron meter en Girona, que de nuevo la tenian cercada y con gran porfía la batian, ni vituallas ni socorros. Verdad es que por el esfuerzo y diligencia de don Juan Melguerite, obispo de aquella ciudad y de los otros capitanes que dentro estaban, magüer que el peligro fué grande, la ciudad se defendió. Entre tanto que combatian á Girona, el rey don Fernando volvió sus fuerzas á otra parte, y se apoderó de un pueblo, llamado Verga, por entrega de los de dentro, que le hicieron á 17 de setiembre. Con esta toma, aunque no de mucha importancia, se comenzaron á mejorar las cosas, mayormente que el rey de Aragon á la misma sazon recobró la vista, cosa de milagro. Fué así, que un judío, natural de Lérida, llamado Abiabar, gran médico y astrólogo, se encargó de la cura, y mirado el aspecto de las estrellas, á 11 de setiembre, con una aguja le derribó la catarata del ojo derecho, con que de repente comenzó á ver. Rehusaba el Judío volver á probar cosa tan peligrosa como aquella; decía que el aspecto de las estrellas ni era niseria en mucho tiempo favorable y que bastaba servirse del un ojo; ¿á qué propósito intentar con peligro lo que excedia las fuerzas humanas? Parecia bien lo que decia á los mas prudentes; pero como quier que el Rey hiciese instancia, á 12 de octubre se volvió á la misma cura, con que quedó tambien sano el ojo izquierdo. Esta alegría, que por la salud del Rey fué, como era razon, muy grande, se aumentó mucho y en breve por alzarse el cerco de Girona, que tenia á todos puestos en mucho miedo. Fué la causa sobrevenir el invierno y la falta que los enemigos tenian de cosas necesarias. Así, la prontitud y alegría con que los franceses vinieron parecia haberse caido, y que cada dia la empresa se hacia mas dificultosa. En Portugal se desposó el príncipe don Juan con doña Leonor, su prima, olvidado del concierto hecho con Castilla de casar con doña Juana. La poca honestidad y poco recato de aquella Reina confirmaban mucho la opinion de los que decian que su hija era habida de mala parte. El padre de la desposada doña Leonor, que era don Fernando, duque de Viseo, apercebida una armada en que pasó á Africa, ganó allí algunas victorias de los moros, y vuelto á su tierra, de su mujer doña Beatriz, hija de don Juan, maestre que fué de Santiago en Portugal, le nació un hijo, llamado don Emanuel, que los años adelante por voluntad de Dios vino á heredar el reino de Portugal. Cuentan los portugueses que en su nacimiento se vieron señales en el cielo que pronosticaban la gloria de aquel Infante y su majestad, como gente muy aficionada á sus reyes y que gusta de hallar cualquier camino y motivo para honrallos.

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CAPITULO XII.

Que ofrecieron el reino de Castilla á la infanta doña Isabel.

La muerte del infante don Alonso fué ocasion que muchos se redujesen al servicio del rey don Enrique; pero la paz duró poco, y la guerra que luego resultó fué larga y grave, con que las fuerzas de España quedaron quebrantadas. La ciudad de Búrgos volvió á la obediencia del rey don Enrique, á ejemplo de Toledo y á persuasion de Pero Fernandez de Velasco. Juntamente en Madrid el arzobispo de Sevilla, el conde de Benavente y otros grandes le hicieron de nuevo sus homenajes. Los parciales, por verse de repente despojados de la ayuda y arrimo del mal logrado Infante, para tener persona en cuyo nombre ellos reinasen, trajeron á la infanta dona Isabel desde Arévalo á la ciudad de Avila. Allí se resolvieron de ofrecelle el nombre de reina y las insignias reales. Tomó el arzobispo de Toledo la mano y cuidado de persuadille acetase el reino, que de derecho y razon decia era suyo. Relató por menudo la afrenta de la casa real, la cobardía, el descuido, la deshonestidad, los partos adulterinos, con peligro que los que no debian heredasen el reino ajeno, las infamias perpetuas de toda la nacion; para cuyo remedio era menester su autoridad, su sombra y su amparo. Que no era justo rehusase ponerse á cualquier trabajo y peligro por el bien comun de la patria. A todo esto respondió ella. « Yo os agradezco mucho esta voluntad y aficion que mostrais á mi servicio, y deseo poder en algun tiempo gratificalla; pero aunque la voluntad es buena, que estos vuestros intentos no agradan á Dios da bien á entender la muerte de mi hermano mal logrado. Los que desean cosas nuevas y mudanza de estado ¿qué otra cosa acarrean al mundo sino males mas graves, parcialidades, discordias, guerras? Por los evitar & no será mejor disimular cualquier otro daño? Ni la naturaleza de las cosas ni la razon de mandar sufre que haya dos reyes. Ningun fruto hay temprano y sin sazon que dure mucho ; yo deseo que el reino me venga muy tarde para que la vida del Rey sea mas larga y su majestad mas durable. Primero es menester que él sea quitado de los ojos de los hombres que yo acometa á tomar el nombre de reina. Volved pues el reino á don Enrique, mi hermano, y con esto restituiréis á la patria la paz. Este tendré yo por el mayor servicio que me podeis hacer, y este será el fruto mas colmado y gustoso que desta vuestra aficion podrá resultar.» Forzó aquella modestia á que, no solo aprobasen su determinacion, sino que la alabasen, maravillados todos los que presentes estaban de la grandeza de su corazon, que menospreciaba lo que por alcanzar otros se meten por el fuego y por las espadas; por el mismo caso la juzgaban por mas digna del nombre real que le ofrecian. Pero era pesada á todos tan larga tempestad de discordias, y así se comenzaron á inclinar á la paz; mayormente que el rey don Enrique por sus embajadores les ofreció perdon si se reducian á su servicio. Con este intento el arzobispo de Sevilla á ruegos de los grandes y por permision del Rey fué á Avila, por cuyo medio é ayudado tambien por su parte de Andrés de Cabrera, mayordomo de la casa real, se asentó la paz con estas capitula

ciones la infanta doña Isabel sea declarada y jurada por heredera del reino y por princesa; para su acostamiento le entreguen las ciudades de Avila y Ubeda, las villas de Medina del Campo, Olmedo y Escalona, que son pueblos muy apartados entre sí, con tal condicion que jure de no casarse sin consentimiento del Rey; con la Reina se hará divorcio con beneplácito del Papa; hecho esto, ella y su hija sean enviadas á Portugal; á los conjurados sea dado perdon y restituidos todos sus bienes y oficios y cargos que en tiempo de las revueltas les quitaron; para que todas estas cosas se efectuasen señalaron tiempo de cuatro meses. Estas capitulaciones no contentaron al marqués de Santillana y á sus hermanos, que por el mismo tiempo eran venidos á Madrid, y juzgaban les era mas á propósito tener en su poder á la pretensa princesa doña Juana, tanto mas, que por el mismo tiempo la Reina, con ayuda de Luis de Men loza, del castillo en que la tenian, se fué una noche á Buitrago á verse y estar con su hija. El sentimiento del arzobispo de Sevilla, que la tenia encomendada, por esta causa fué grande. En el tiempo que estuvo detenida parió dos hijos, á don Fernando y á don Apóstol; tiénese por averiguado que secretamente los criaron en Santo Domingo el Real, monasterio de monjas de Toledo. Tomó la prelada de quel convento este cuidado por ser parienta de don Pedro, padre de aquellas criaturas, y el mismo don Pedro muy cercano deudo del arzobispo de Sevilla. Sin embargo, se señaló el monasterio de Guisando, que está entre Cadalalso y Cebreros y á la mitad del camino que hay desde Madrid á la ciudad de Avila, para que allí los grandes alterados tuviesen habla con el Rey. En aquella habla se hicieron muchos conciertos y sacaron grandes condiciones y partidos. Todos se persuadian se quedarian con todo lo que en aquella sazon cada cual alcanzase, y que el Rey y su hermana vendrian en cualquier partido, por estar muy cansados de la guerra y deseosos grandemente de la paz. Refieren otrosí que el Rey y marqués de Villena tuvieron habla en secreto, sin que se sepa lo que en ella acordaron. Solo por lo que adelante sucedió entendieron se enderezó todo á asegurar sus cosas el de Villena y aumentar su casa y estados. El obispo Antonio Venerio, nuncio del Papa, absolvió á los grandes del homenaje hecho al infante don Alenso, demás que pretendian por su muerte, alteradas las cosas, cesar la obligacion que le tenian. Con esto hicieron de nuevo sus homenajes al rey don Enrique; y la infanta dona Isabel de comun consentimiento fué jurada tambien por princesa heredera del reino. Lo uno y lo otro se hizo á los 19 de setiembre, dia lúnes. A los demás conjurados se dió perdon. El enojo que el Rey tenia muy mayor contra los dos hermanos Arias, que estaban apoderados de la ciudad de Segovia, ejecutó con aquella ocasion de haber concertado las paces y restituídole las ciudades, en que al momento les quitó el alcázar de Segovia, que tenian á su cargo, y el gobierno de aquella ciudad, y le entregó á Andrés de Cabrera; ocasion y escalon para alcanzar adelante gran poder y muchas riquezas. Por este tiempo en tierra de Toledo, en un lugar que se llama Peromoro, corrió de los haces que ciertos hombres segaban gran copia de sangre, cosa que

al presente causó gran maravilla, y adelante se entendió era anuncio y pronóstico de los grandes males que sobre los pasados avinieron á España. El marqués de Villena, vuelto á la privanza de antes, se comenzó de nuevo á apoderar de todo, con disgusto de los demás grandes; gran descuido y poquedad del rey don Enrique; tanto mas, que á persuasion del Marqués, y en su compañía su hermana la infanta doña Isabel, se fué á Ocaña, casi al principio del año 1469. Tenia el de Villena intento de casar la Infanta con el rey de Portugal, y á su persuasion vino por embajador sobre el caso don Alonso de Noguera, arzobispo de Lisboa, acompaña do de otras personas principales. Por el contrario, el arzobispo de Toledo pretendia casarla con don Fernando, rey de Sicilia; y despues de partido Pedro Peralta, embajador de Aragon, no cesaba de hablarla en este propósito, á que ella de suyo se inclinaba; y aun como la hablasen en el casamiento de Portugal, respondió llanamente que no era su voluntad ni le queria. Aconsejaba el de Villena que le hiciesen fuerza y por mal la constriйesen á conformarse. El rey don Enrique, dudoso de lo que haria, en fin se resolvió en lo que le pareció ser mas seguro, de despedir por entonces los embajadores de Portugal con color que el negocio no estaba sazonado y que adelante se podria tratar dél. En especial que se ofrecia un nuevo partido asaz considerable. El Cardenal atrebatense vino por embajador de Luis XI, rey de Francia, á pedir que la infanta doña Isabel casase con su hermano Cárlos, duque de Berri, nueva ocasion para que los grandes se dividiesen y tuviesen sobre este negocio diversos pareceres. Todo era sementera de nuevas discordias, sin estar apenas sosegadas las pasadas; en particular el Andalucía no se quietaba ni queria dejar las armas. Por muerte de don Juan, duque de Medina Sidonia, sucedió en aquel rico estado don Enrique, su hijo bastardo, como heredero, no solo de sus bienes, sino tambien de sus parcialidades y enemistades. Seguíanle el conde de Arcos y don Alonso de Aguilar, que todos en nombre de la infanta doña Isabel alborotaban aquella tierra. Pareció convenia acudir el Rey en persona á sosegar estos bullicios en sazon que el marqués de Villena renunció en su hijo don Diego Lopez Pacheco el marquesado de Villena con intento que el Rey y el Papa le confirmasen á él el maestrazgo de Santiago y gozar sin contraste de aquella rica dignidad. Quedóse la Infanta en Ocaña; hiciéronla jurar de nuevo no casaria ni trataria dello sin que el Rey, su hermano, lo supiese y sin su voluntad. El conde de Benavente y Pero Hernandez de Velasco fueron á Valladolid para gobernar el reino durante la ausencia del Rey.

CAPITULO XIV.

Del casamiento y bodas de los príncipes dofía Isabel
y don Fernando.

Asentadas las cosas en la manera que dicho es, el rey don Enrique enderezó su camino para el Andalucía. Iban en su compañía el maestre de Santiago y los prelados de Sevilla y de Sigüenza; llegaron á pequeñas jornadas á Ciurlad-Real. Allí se quedó enfermo el de Sevilla. En Jaen fué el Rey muy bien recebido y festejado por su

condestable franzu; luego despues desto redujo á su servicio la ciudad de Córdoba por entrega que della le hizo con ciertas condiciones don Alonso de Aguilar. Sosegados los alborotos que allí andaban entre este caballero y el conde de Cabra don Pedro de Córdoba, venido el estío, pasó á Sevilla. Sucedió lo mismo allí, que por autoridad del Rey y con su presencia se sosegaron las alteraciones de los señores que moraban en aquella ciudad y se compusieron sus diferencias. Los moros estaban quietos, cosa que hacia maravillar por andar los nuestros tan revueltos y alterados, que no se aprovechasen de la ocasion que se les presentaba. Estaban los fronteros, que eran capitanes de grande esfuerzo, mayormente el Condestable ya dicho, alerta y en vela, y no les daban lugar para hacer algun insulto. Las discordias asimismo que entre los moros se levantaran de nuevo los embarazaban para no acudir á la guerra de fuera. Fué así, que Alquirzote, gobernador de Málaga, hombre muy experimentado en la guerra y de gran renombre y fama, como se viese apoderado de aquella ciudad, se rebeló contra el rey Albohacen, ayudado de muchos que se tenian por agraviados del Rey, demás que de ordinario aquella gente, por ser do ingenio mudable, gusta que haya mudanza en el estado. Vinieron á las armas y dióse la batalla: llevó Alquirzote lo peor por ser sus fuerzas mas flacas; trató de confederarse con el rey don Enrique. Señalaron para tener habla á Archidona, que está á la raya del reino de Granada. Vino allí el Moro muy alegre con grandes presentes que traia; partióse con no menor confianza por la palabra que el Rey le dió de envialle socorros y ayuda, que fué ocasion para que Albohacen con las armas hiciese este año y el siguiente muchas veces entradas y rompiese por tierra de cristianos. Llevaron los moros grandes cabalgadas de hombres y de ganados, quemaron campos y poblados. Era tan grande su indignacion y su avilenteza tal, que hacian lo último de poder, y pasaron muy mas adelante de lo que antes solian en las talas, quemas y robos. Pero aunque fué grande el estrago y que se podia comparar con los antiguos, ningun pueblo señalado tomaron á los nuestros; solo diversos escuadrones de soldados moros por toda el Andalucía y por el reino de Murcia hacian correrías, mas á manera de salteadores que de guerra concertada. Volvamos con nuestro cuento á la infanta doña Isabel, que se quedó en Ocaña; muchos y grandes príncipes la pedian á un mismo tiempo por mujer. Tenia grandes partes de virtudes, honestidad, hermosura, edad á propósito, sobre todo el dote, que era grandísimo, no menos que el reino de su hermano. A los demás pretensores, es á saber, al de Portugal, que era viudo, y al duque de Berri, mozo extranjero, se la ganó finalmente el rey don Fernando, no sin voluntad y providencia del cielo. Ayudó mucho la diligencia del rey de Aragon, su padre; con muchos presentes que dió, y mayores promesas para adelante, manera la mas segura de negociar y la mas eficaz, granjeó los criados de la Infanta. El que mas podia con ella y mas privaba era Gutierre de Cárdenas, su maestresala, y con él Gonzalo Chacon, tio del mismo de parte de madre, mayordomo que era y contador de la Princesa. A

la guerra de Cataluña se partió para Valencia con intento de recoger el dinero, que conforme á lo asentado se obligó de contar á su esposa para el gasto de su casa y corte. Desde allí, dulo que hobo la vuelta á Zaragoza, porque el negocio no sufria tar lanza, en hábito disfrazado y solo con cuatro personas que le acompañaban pasó á Castilla. En Osına encontró con el conde de Treviño don Diego Manrique, que tenia parte en aquel trato de su casamiento. Dende acompañado del mismo Conde y de docientos de á caballo pasó á Ducñas, villa que era de don Pedro de Acuña, conde de Buendia, hermano del arzobispo de Toledo. Allí se vió con su esposa, y apercebidas todas las cosas, en Valladolid en las casas de Juan de Bivero, en que al presente está la audiencia real, se desposaron un miércoles á 18 de octubre. Luego el dia siguiente se velaron con dispensacion del papa Pio II en el parentesco que tenian. Así hallo que el arzobispo de Toledo dijo estaban dispensados, creo por conformarse con el tiempo para que no se reparase en aquel impedimento; invencion suya, como se deja entender por la bula que los años adelante sobre esta dispensacion expidió el papa Sixto IV. Era don Fernando de poca edad, que apenas lenia diez y seis años, pero de buen parecer y de cuerpo grande y robusto. Escribieron los nuevos casados sus cartas al Papa y al rey don Enrique y á los demás príncipes y grandes; la suma era excusarse de haber apresurado sus bodas. El aparato no fué graude; la falta de dinero tal, que les fué necesario buscalle para el gasto prestado. Por el mismo tiempo don Enrique, hijo del infante don Enrique de Aragon, fué hecho duque de Segorve por merced del rey de Aragon, su tio, que dió tambien á don Alonso, su hijo bastardo, con titulo de conde á Ribagorza, ciudad de Cerdania á los confines y á la raya de Francia. A los 6 de diciembre finó en Roma don Juan de Carvajal, cardenal y obispo de Plasencia, su natural; yace en San Marcello de Roma. Fué auditor de Rota, despues legado de tres papas á diversas partes, hombre de negocios, de vida y casa ejemplar. En la Extremadura labró sobre Tajo una famosa puente, que hoy se llama del Cardenal.

este prometieron la villa de Casarubios y Arroyomolinos; á Gutierre de Cárdenas la villa de Maqueda, fuera de otras grandes dádivas de presente, y promesas de oficios, encomiendas y juros para adelante. Por medio de los dos y del arzobispo de Toledo, que entraba á la parte, se concertó el casamiento con ciertas condiciones, que todas se enderezaban á que en tanto que viviese el rey don Enrique se le guardase todo respeto. Que despues de su muerte la infanta doña Isabel tuviese todo el gobierno de Castilla, sin que el rey don Fernando pudiese hacer alguna merced por su propia autoridad, ni tampoco diese los cargos á extraños, ni quebrantase en alguna manera las franquezas, derechos y leyes del reino; en conclusion, que si no fuese con voluntad de su mujer, no se entremetiese en ninguna parte del gobierno. Todas estas capitulaciones y el casamiento se concertaron secretamente. Don Fernando, sin embargo, se detuvo á causa de la guerra de Cataluña, en que los enemigos de nuevo tenian puesto sitio sobre Girona, y al fin la forzaron á rendirse. Demás desto, en Navarra se levantó otra tempestad. El obispo de Pamplona don Nicolás en el camino de Tafalla, que iba á verse con la infanta doña Leonor y á su llamado, fué muerto por órden de Pedro Peralta. Enviáronse personas que pidiesen justicia al rey de Aragon, y le hiciesen instancia para que mandase castigar tan grave maldad. Recelábanse no creciese el atrevimiento por falta de castigo, y aquel sacrilegio, si no se castigaba, fuese causa que todo el pueblo lo pagase con alguna plaga que les viniese del cielo. Quejábanse que el matador por engaño se apoderó de Tudela; demás desto, extrañaban que el mismo Rey concediese franquezas á muchos lugares con mucha liberalidad como de hacienda ajena. Pedian fuese servido de recobrar á Estella con todo su distrito, de que todavía estaban apoderados los de Castilla. El conde de Fox con el deseo de mandar andaba otrosí inquieto, y parecia que todo esto pararia en alguna guerra, por lo cual no menos era aborrecido del rey de Aragon, su suegro, que poco antes lo fué el príncipe don Carlos. El Rey respondió á los embajadores blandamente y conforme á lo que el tiempo pedia, que era temporizar y entretener. A Pedro de Peralta no se dió por ende castigo ninguno por el delito tan atroz como cometió. La infanta doña Isabel se hallaba congojada y suspensa; temia no la hiciesen fuerza, si se detenia en Ocaña mas tiempo. Partióse para Castilla la Vieja, y por no darle entrada en Olmedo, que la tenia en su poder el conde de Plasencia, se fué para Madrigal, do residia su madre. Cosas tan grandes no podian estar secretas: escribió el maestre de Santiago sobre el caso al arzobispo de Sevilla, que despues de convalecido de la dolencia ya dicha se entretenia en Coca; encargábale grandemente se apoderase de la persona de la Infanta; intentos que desbarató la presteza con que el de Toledo y el Alinirante la acudieron con buen número de caballos. Lleváronla á Valladolid para que estuviese allí mas segura, por ser el pueblo tan grande y estar de su parte el arzobispo de Toledo y en su compañía. No era menor la congoja con que don Fernando se hallaba y recelo que tenia no le burlasen sus esperanzas. Así, en lo mas recio de

CAPITULO XV.

Que doña Juana se desposó con el duque de Berri.

Ocupábase el Rey en Sevilla en asentar las diferencias que traian alterada aquella ciudad, cuando el maestre de Santiago desde Cantillana, donde se quedó cerca de aquella ciudad, le envió aviso del casamiento de su hermana. El desabrimiento que dello recibió fué en demasía grande; sin dilacion mandó aprestar lo necesario para ir á Trujillo. Pretendia entregar aquel pueblo, que está á los confines del Andalucía, y hacer dél merced a don Alonso de Zúñiga, conde de Plasencia, en remuneracion de lo mucho que en el tiempo de sus trabajos le sirvió. Cosa tan grande no pudo estar secreta; los moradores, hombres que son animosos y esforzados, comunicado el negocio con Gracian Sese, alcaide del castillo, se determinaron á contradecillo. Su resolucion era tal, que se resolvieron de defender con las armas la libertad que sus antepasados les deja

ron. No era cosa segura usar con ellos de fuerza; así, el Rey se resolvió en dar al Conde en trueco la villa de Arévalo, que está en Castilla la Vieja, no léjos de Avila, & la ribera del rio Adaja, la cual villa tenia el Conde empeùáda, que se la dió en prendas el infante don Alonso hasta que le hiciesen pagado de cierta suma de dineros que le prestara; y porque el trueco era desigual y Arévalo no valia tanto, diósele por alguna recompensa título y armas de duque de aquella villa. En aquella ciudad de Trujillo se otorgó perdon al maestre de Alcántara, ca siguió la voz del infante don Alonso, yá Gutierre de Cáceres y Solís, su hermano, hizo el Rey merced de la ciudad de Coria, ó se la restituyó, como la tenia del Infante, su hermano. Tal era la condicion del rey don Enrique, que muchos, por lo que merecian ser castigados, eran remunerados con grande liberalidad y demasía. Demás desto, le vinieron cartas de la infanta doña Isabel, su hermana, comedidas, pero graves. En ellas, despues de contar cómo no quiso admitir el reino que le ofrecian por la muerte de don Alonso, su hermano, se excusaba por su edad y por el olvido del Rey de haber apresurado sus bodas. Que por grandes razones debió anteponer el casamiento de Aragon á los demás que le traian. Decia asimismo que no queria ha cer mencion, antes poner en olvido los agravios que ella y su madre muchos y graves recibieran. Ofrecia que ella y su marido le servirian como hijos, si fuese servido de tratallos con amor y obras de padre. Leidas estas cartas en una junta, no se les dió otra respuesta sino que, llegado que el Rey fuese á Segovia para donde caminaba, tendria cuenta con lo que se le representaba. Desta manera fué despedido el mensajero. Tornaron de nuevo á enviar otros embajadores á Segovia al principio del año 1470 para que hiciesen instancia con el rey don Enrique diese licencia á los nuevos casados para podelle hacer reverencia. Prometian de recompensar el disgusto pasado con señalados servicios y ayudar con todas sus fuerzas á remediar los daños del reino, el tiempo pasado trabajado y afligido. Tampoco á estos embajadores se dió otra respuesta sino que negocio tan grave se debia comunicar con los grandes. Este era el color que tomó, como quier que en hecho de verdad, por tenerse por ofendido de doña Isabel, tenia vuelta su afición á doña Juana, su hija, como él la nombraba, la cual con una nueva embajada que el rey Luis de Francia le envió, pedia por mujer para Carlos, su hermano, que poco antes, en lugar de los estados que tenia de Bria y de Campaña, hizo duque de Guiena. Las cabezas desta embajada eran el Cardenal albigense, que primero se llamaba atrebatense, y el conde de Bolona. Demás desto, pedia al rey don Enrique juntase con él sus fuerzas para hacer un concilio de obispos de todo el orbe cristiano contra el papa Paulo, con quien andaba encontrado. En esto llanamente no quiso venir el rey de Castilla por ser muy cierto principio y seminario de discordias y fuente de algun scisma desgraciado, de que los años pasados se vieron muchos ejemplos; á lo del casamiento dió por respuesta le parecia se difiriese para otro tiempo, creo por miedo de nuevas alteraciones. Los grandes y el pueblo por las pasadas tan graves se hallaban muy

cansados, en especial que no estaban del todo apaciguadas. A la verdad, en el mismo tiempo que eslos tratos andaban en Segovia, don Alonso de Agui◄ lar en Córdoba puso las manos en el mariscal don Dicgo de Córdoba, que venia descuidado al regimiento; y esto sin tener cuenta con la amistad que á instancia del Rey pusiera poco antes con el conde de Cabra, padre del agraviado. Mariscal conforme á lo antiguo era lo que hoy es maestre de campo. Llevole pues preso; él, despues que á instancia del Rey fué puesto en libertad, por pensar que á causa de su poca autoridad y su natural descuido no haria castigar aquel exceso tan grave, se retiró á Granada. Allí con consentimiento del rey Moro retó á su contrario á hacer campo con él, confiado en su mocedad y descoso de vengarse. Señaló para el combate la vega de Granada, y aplazó el dia en que le esperaria en el palenque. El dia señalado como don Diego hasta puesta de sol hobiese esperado con las armas, y el contrario no compareciese, arrastró á la cola de su caballo por afrenta su estatua. Tras esto envió cartas á todas partes afrentosas contra don Alonso, y un retrato, que por ultraje representaba todo lo que pasó. Por otra parte, los caballeros de Alcántara no querian obedecer á su Maestre; llegó el negocio al rompimiento y á las armas. El Maestre no tenia bastantes fuerzas para contrastar él solo con tantos. Hizo recurso á la ayuda de Gutierre de Solís, su hermano. Faltábales dinero para el sueldo; prestoles don Garci Alvarez de Toledo, conde de Alba, con quien emparentaran, cierta suma, y en prendas hasta que se la conlasen la ciudad de Coria. Con esta ocasion los condes de Alba, que despues se llamaron duques, adquirieron el señorío de aquella ciudad, que con aprobacion de los reyes hasta este tiempo se ha conservado en su casa. En aquella guerra no sucedió cosa alguna memorable, fuera de que las gentes del Maestre no pudieron pasar el rio Tajo por la resistencia que les hicieron los contrarios; con esto, poco despues sin hacer algun efecto se desbandaron. El Maestre, despojado de su estado y afligido de una enfermedad que le ocasionó aquella congoja y desabrimiento, en breve falleció los años siguientes. En su lugar por voto de los caballeros, cuya mayor parte granjearon con dádivas ó con amenazas, fué puesto don Juan de Zúñiga, hijo del duque de Arévalo, que fué el postrero en la cuenta de los maestres de Alcántara por la cesion que hizo adelante de aquella dignidad en la persona del rey don Fernando. El maestre de Santiago don Juan Pacheco por el mismo tiempo se entretenia eu Ocaña á causa de una dolencia de cuartanas que le aquejaba; la privanza y autoridad era mayor que jamás, tanto que se decia tenia enhechizado al Rey, cosa que, aunque era mentira, se hacia probable por causa que despues de tantos deservicios y agravios como le hizo se ponia á sí y á sus cosas en sus manos para que él lo gobernaso todo; y aun se rugia y murmuraba pasó la corte á Madrid solo para tenelle mas cerca, por lo menos el mismo Rey salió á recebir al Maestre cuando volvia á la corte despues de su enfermedad. Hízole otrosí de nuevo merced de la villa de Escalona; y como los moradores no le quisiesen recebir por señor, sin tener

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