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prudente, lo que otros atribuian á miedo ó amor que tenia á doña Isabel por el parentesco y ser nieta de su hermano, sentia lo contrario, que no se debian ligeramente tomar las armas. Que el de Villena y sus aliados eran los mismos que poco antes alzaron por rey al infante don Alonso contra don Enrique, su hermano, y juntamente sentenciaron que doña Juana era hija bastarda; lo cual ¿con qué cara ahora, con qué nueva razon lo mudan, sino por ser personas que se venderian al que diese mas, y que volverian las proas adonde mayor esperanza se les representase? ¿Qué castillos daban por seguridad que no se mudarian con la misma ligereza que de presente se mudaban, si don Fernando les prometiese cosas mas grandes? ¿En qué manera podrian desarraigar la opinion que el pueblo tenia concebida en sus corazones que doña Juana era ilegítima? Cosa que el mismo rey don Alonso confirmó cuando pidió por mujer á doña Isabel, y no quiso aceptar en manera alguna el casamiento que le ofrecian de doña Juana. «Mintiendo sin duda y haciendo fieros y gloriándose de las fuerzas que no tienen, hinchan á los otros con el viento de vanas esperanzas, y ellos mismos están hinchados. Los perros cuanto mas medrosos ladran mas, y los pequeños arroyos muchas veces hacen mas ruido con su corriente que los rios muy caudalosos. Afirman que los señores y las ciudades seguirian su opinion, de quien sabemos cierto que con la misma lealtad con que

de Toledo, y mostraria cuán grandes fuesen sus fuerzas contra los que le enojasen. Tampoco fueron los ruegos de efecto mezclados con amenazas de su hermano don Pedro de Acuña, conde de Buendía, en que le protestaba no empeciese á sí y á sus deudos, y por esperanzas dudosas no se despeñase en peligros tan claros; antes, como él que de suyo era soberbio de condicion, suelto de lengua, mas se irritaba con las amonestaciones que le hacian, mayormente que un Hernando de Alarcon, que por ser de semejante condicion tenia mas cabida con él que otro alguno, como le andaba siempre á las orejas, con sus palabras henchia su pecho cada dia de mayor pasion y saña.

CAPITULO VII.

Cómo el rey de Portugal se llamó rey de Castilla.

La partida del Arzobispo y su desabrimiento tan grande alteró á los nuevos reyes y los puso en cuidado. Temian, si se declaraba por la parte contraria, no revolviese el reino, conforine lo tenia de costumbre, por ser persona de condicion ardiente, de ánimo desasosegado, demás de su mucho poder y riquezas. Esto les despertó para que con tanto mayor cuidado buscasen ayudas de todas partes, así del reino como de fuera. Sobre todo procuraron sosegar á los grandes y ganallos. El primero que redujeron á su servicio fué don Enrique de Aragon con restituille sus estados de Se

sirvieron al rey don Enrique abrazarán el partido de gorve y de Ampúrias y dalle perdon de todo lo pasado;

doña Isabel. ¡Ojalá pudiera yo poner delante de vuestros ojos el estado en que las cosas están! Ojalá como los cuerpos, así se pudieran ver los corazones! Eutendiérades el poco caso que se debe hacer de las vanas promesas del marqués de Villena.» Bien advertian las personas mas prudentes que todo esto era verdad, todavía prevaleció el parecer de los mas; desórden muy perjudicial que en la consulta no se pesen los votos, sino se cuenten de ordinario, y se esté por los mas votos, aun cuando los reyes están presentes, por cuyo parecer todos pasan y en cuyo poder está todo. Verdad es que primero que se declarasen, Lope de Alburquerque, que enviaron para mirar el estado en que todo se hallaba, llevó firmas de muchos señores de Castilla que prometian al rey de Portugal, que á la sazon era ido á Ebora, y le daban la fe, si casaba con doña Juana, que á su tiempo no le faltarian. Para encaminar estas trazas venia muy á cuenta el desabrimiento del arzobispo de Toledo, que con color que residiera muchos años en la corte, enfado que á los grandes personajes hace perder el respeto y que la gente se canse dellos, y con muestra que queria descansar, se salió de Segovia á 20 de febrero. Este era el color, la verdad que claramente se tenia por agraviado de los nuevos reyes. Querellábase le entretenian con falsas esperanzas sin hacelle alguna recompensa de sus servicios y de su patrimonio, que tenia consumido, y hechos grandes gastos para dar de su mano el reino á aquellos príncipes ingratos. Sobre todo llevaba mal la privanza del Cardenal, que iba en aumento de suerte, que los reyes todos sus secretos comunicaban con él, y por él se gobernaban. Procuraron aplacalle, pero todo fué en vano. Amenazaba haria entender á sus contrarios lo que era agraviar al arzobispo

camino con que quedó otrosí muy ganado el de Benavente, su primo. Fué esto tanto mas fácil de efectuar, que tenia él perdida la esperanza de que aquel casamiento que tenian concertado pasase adelante y se efectuase, á causa que á doña Juana desde Escalona la llevaron á Trujillo para casalla con el rey de Portugal, al cual pretendia el marqués de Villena contraponelle á las fuerzas de Aragon, á la sazon divididas por la guerra de Francia y las alteraciones de Navarra. La villa de Perpiñan se hallaba muy apretada con el largo cerco que le tenian puesto, tanto, que por estar muy trabajada y no tener alguna esperanza de ser socorrida, se rindió á los 14 de marzo á partido que se diese libertad á los embajadores que detuvieron en Francia, como queda dicho, y á los vecinos de aquella villa de irse ó quedarse, como fuese su voluntad. Concertaron otrosi treguas por seis meses entre la una nacion y la otra. Envió el rey don Fernando al de Francia para pedir paces, y que con ciertas condiciones restituyese lo de Ruisellon, cierta embajada. El rey de Francia dió muy buena respuesta, y prometió grandes cosas si venia en que su hija casase con el delfin de Francia. Prometia en tal caso que le ayudaria con tanta gente y dinero cada un año cuanto fuese menester para sosegar las alteraciones de Castilla y apoderarse del reino, en particular que se concertaria sobre el principado de Ruisellon, estaria á justicia y pasaria por lo que los jueces árbitros ordenasen. Para tratar esto envió por su embajador desde Francia á un caballero, llamado Guillelmo Garro. Los reyes don Fernando y doña Isabel daban de buena gana oidos á estos tratos, si bien el rey de Aragon recibia gran pesadumbre y los acusaba por sus cartas

que moviesen sin dalle á él parte cosas tan grandes. Sobre todo le congojaba que el arzobispo de Toledo estuviese desabrido; temia, por ser hombre voluntario y su condicion vehemente, no intentase de nuevo á poner en Castilla rey de su mano y dar la corona como fuese su voluntad. Venia este consejo tarde por estar las voluntades muy estragadas y mostrarse ya el Portugués á la raya del reino con un grueso campo, en que se contaban cinco mil caballos y catorce mil infantes, todos bien armados y con grande confianza de salir con la victoria. Perdida pues la esperanza de concertarse, lo que se seguia y era forzoso, los nuevos reyes acudieron á las armas. Andrés de Cabrera, lo que hasta entonces dilatara para que el servicio fuese mas agradable cuanto mas necesario y las mercedes mayores, les entregó los tesoros reales; ayuda de grande momento para la guerra que se levantaba. En recompensa le hicieron merced de la villa de Moya, pueblo principal, aunque pequeño, á la raya de Valencia, con título de marqués. Diéronle otrosí en el reino de Toledo la villa de Chinchon con nombre de conde, y por añadidura la tenencia de los alcázares de Segovia para él y sus herederos y sucesores; que fueron todos premios debidos á sus servicios y á su lealtad y constancia, ca si va á decir verdad, gran parte fué don Andrés para que don Fernando y doйa Isabel alcanzasen el reino y se conservasen en él. Partidos los reyes de Segovia con intento de apercebirse para la guerra, pusieron en su obediencia á Medina del Campo, mercado á que los mercaderes concurren, y en sus tratos y ferias que allí se hacen, la mas señalada y de las ricas de España, y por el mismo caso á propósito para juntar dinero de entre los mercaderes. El de Alba con deseo de señalarse en servir á los nuevos reyes, luego que llegaron les entregó el castillo de aquella villa, que se llama la Mota de Medina, y la tenia en su poder. Hacíase la masa de las gentes en Valladolid; fueron allá los nuevos reyes; cada dia les venian nuevas compañías de á pié y de á caballo, con que se formó un ejército, ni muy pequeño ni muy grande. Repartieron los reyes entre sí el cuidado, de suerte que don Fernando quedó en Castilla la Vieja, cuya gente les era mas aficionada y la tenian de su parte; doña Isabel pasó los puertos para intentar si podria sosegar al arzobispo de Toledo; mas él no quiso verse con ella, antes por evitar esto, desde Alcalá se fué á Brihuega, pueblo pequeño, pero fuerte por el sitio y por sus muros. Alegaba para hacer esto que por una carta que tomó constaba trataban de matalle. Asimismo el condestable Pero Hernandez de Velasco, que envió la Reina para el mismo efecto, no pudo con él acabar cosa alguna. Todavía este viaje de la Reina fué de provecho, porque aseguró la ciudad de Toledo con guarnicion que puso en ella, conforme á lo que el negocio y tiempo pedia, y con hacer salir fuera al conde de Cifuentes y á Juan de Ribera, parciales y aliados del arzobispo de Toledo. No entró la Reina en Madrid por estar el alcázar por el marqués de Villena. Concluidas estas cosas, volvió á Segovia para acuñar y hacer moneda toda la plata y oro que se halló en el tesoro real, así labrado como por labrar. En el mismo tiempo el rey don Fernando aseguró la ciudad de Salamanca,

bien que con su venida saquearon las casas de los ciudadanos de la parcialidad contraria, que eran en gran número. Zamora al tanto con la misma facilidad le abrió luego que llegó las puertas. Entrególe primero Francisco de Valdés una torre que tenian sobre la puente con guarnicion de soldados, principio para allanar los demás. El alcázar principal no le quiso entregar su alcaide Alonso de Valencia por el deudo que tenia con el marqués de Villena; usar de fuerza pareció cosa larga. Tampoco no quiso el Rey ir á Toro, ciudad que está cerca de Zamora, por no asegurarse de la voluntad de Juan de Ulloa, ciudadano principal y que se mostraba aficionado á los portugueses, no tanto por su voluntad como por miedo del castigo que merecia la muerte que dió á un oidor del consejo real, y otros muchos y feos casos de que le cargaban. Vueltos que fueron los reyes á Valladolid, la ciudad de Alcaráz se puso en su obediencia; los ciudadanos por no ser del marqués de Villena tomaron las armas y pusieron cerco á la fortaleza. Acudieron á los ciudadanos el conde de Paredes y don Alonso de Fonseca, señor de Coca, con el obispo de Avila, que era del mismo nombre. El de Villena, por el contrario, sabido lo que pasaba, vino con gente en socorro del alcázar; mas como no se sintiese con bastantes fuerzas, desistió de aquella su pretension de hacer alzar el cerco y recobrar la ciudad. Esta pérdida le encendió tanto mas en deseo de persuadir al de Portugal que apresurase su venida con cartas que le escribió en este propósito. Decíale que en tal ocasion mas necesaria era la ejecucion que el consejo; que toda dilacion empeceria grandemente; que con sola su ayuda, aunque los demás se estuviesen quedos y aflojasen, vencerian á los contrarios. El agravio que juzgaba le bacian le aguijoneaba para desear que luego se acudiese á las armas y á las manos. Hallábase el rey de Portugal á la frontera de Badajoz por el mes de mayo; en el mismo tiempo, es á saber, á los 18 de aquel mes, dia juéves, le nació en Lisboa un nieto, que de su nombre se llamó don Alonso. Vivió poco tiempo, y así no vino á heredar el reino, dado que le juraron por príncipe y heredero de Portugal, aun en caso que su padre el príncipe don Juan falleciese antes que su abuelo. Por el nacimiento deste niño en esta sazon algunos de los portugueses pronosticaban que la empresa seria próspera, y que del cielo estaba determinado gozase del reino de Castilla, como hombres que eran livianos los que esto decian, y vanos, y que creian demasiado á sus esperanzas mal fundadas. Estaba en Badajoz el conde de Feria con gente, y era muy aficionado al rey don Fernando; demás que se apoderó de un lugar de aquella comarca, que se llama Jerez, que quitó á los contrarios. Debieran los portugueses echar á mauderecha y romper por el Andalucía, en que tenian de su parte á Carmona, á Ecija y á Córdoba, para que ganada Sevilla, ninguna cosa les quedase por las espaldas que les pudiese dar cuidado; torcieron el camino á manizquierda, en que grandemente erraron, y por tierra de Alburquerque y por Extremadura llegaron á Plasencia, ciudad pequeña y que goza de muy alegre cielo, si bien el aire y sitio por su puesto es algo malsano. En aquella ciudad se desposó el rey de Portugal con doña Jua

na; y dado que no se efectuó el matrimonio por pretender antes de hacerlo alcanzar del Pontífice dispensacion del parentesco, que era muy estrecho, coronáronlos por reyes y alzaron los estandartes de Castilla en su nombre, como es de costumbre. En esta sazon y en medio destos regocijos nombró aquel Rey á Lope de Alburquerque y le dió título de conde de Penamacor, recompensa debida á sus servicios y trabajos que pasó en granjear las voluntades de los señores de Castilla. Pusieron otrosí por escrito los derechos en que fundaban la pretension de doña Juana, y enviaron traslados y copias á todas partes, bien largos, y en que iban palabras afrentosas y picantes claramente contra los reyes, sus contrarios. Sucedieron estas cosas á los postreros del mes de mayo; consultaron asimismo cómo se haria la guerra y sobre qué parte primeramente debian cargar. CAPITULO VIII.

Que el rey de Portugal tomó â Zamora,

La llama de la guerra á un mismo tiempo se emprendió en muchos lugares. La fuerza y porfía era muy grande y extrema como entre los que debatian sobre un reino tan poderoso. Villena con las villas que le estaban sujetas comenzó á ser trabajada por gentes del reino de Valencia. Por esta causa y á persuasion del conde de Paredes, tomadas las armas de comun acuerdo, los naturales de aquella ciudad se pasaron al servicio del rey don Fernando. Para hacerlo sacaron por condicion que perpetuamente quedasen incorporados en la corona real. Al maestre de Calatrava quitaron á Ciudad-Real, de que se habia apoderado sin tener otro derecho mas del que pueden dar las armas. En el ́Andalucía y en Galicia hacian unos contra otros correrías y robaban la tierra en gran perjuicio mayormente de los labradores y gente del campo. Pedro Albarado se apoderó de la ciudad de Tuy en nombre del rey de Portugal; al contrario, los ciudadanos de Búrgos acometieron y apretaron con cerco á Iñigo de Zúñiga, alcaide de aquella fortaleza, y al obispo don Luis de Acuña, que seguían el partido de Portugal. Estaba suspenso aquel Rey y muy dudoso sin resolverse á qué parte debia primeramente acudir; unos le llamaban á una parte, otros le convidaban á otra, conforme á la necesidad y aprieto en que cada cual se hallaba. Los señores acudian escasamente con lo que largamente prometieran, es á saber, dineros, soldados, mantenimientos. Los pueblos aborrecian aquella guerra como desgraciada y mala, y por ella á los portugueses; y aun ellos comenzaban á flaquear, en especial por ver que el rey don Fernando, que apenas tenia quinientos de á caballo al principio y al tiempo que los portugueses rompieron por las tierras de Castilla, ya le seguia un muy bueno y poderoso ejército, en que se contaban diez mil de á caballo y treinta mil de á pié. Cerca de Tordesillas pasaron alarde, do tenian asentados sus reales, todos con un deseo encendido de hacer el deber y venir á las manos. El rey de Portugal, resuelto en lo que debia hacer, pasó primero á Arévalo, villa que tenia su voz. Desde allí fué á Toro, llamado de Juan de Ulloa, con esperanza de apoderarse, como lo hizo, de aquella ciudad y

tambien de Zamora, que cae cerca. Movióle á intentar esto ser aquella comarca muy á propósito para proveerse de mantenimientos, ca están aquellas ciudades á la raya de Portugal. Al contrario, el rey don Fernando, alterado por este daño, sin dilacion marchó con su gente sin parar hasta hacer sus estancias cerca de Toro, donde estaba el enemigo. Pretendia socorrer el castillo de aquella ciudad, que todavía se tenia por él. No vinieron á las manos ni aquella ida fué de algun efecto; solo el rey don Fernando desafió por un rey de armas á los portugueses á la batalla. Ellos, bien que son hombres valerosos y arriscados, estuvieron muy dudosos. Parecíales que si salian al campo correrian peligro muy cierto por ser menos en número, que no pasaban de cinco mil de á caballo y veinte mil de á pié, aunque era la fuerza y lo mejor de Portugal, demás de las ayudas y gentes de Castilla que seguian este partido. Si rebusaban la pelea, perdian reputacion, y el coraje de los soldados se debilitaria, y su brio, que es en la guerra tan importante. Para acudir á todo el de Portugal, como príncipe recatado, por una parte se excusó de la pelea con decir que tenia derramadas sus gentes, por otra parte para no mostrar flaqueza, se ofreció de hacer campo de persona á persona con el Rey, su contrario; todo á propósito de entretener y acreditarse, que nunca llegan á efecto con diversas ocasiones desafíos y rieptos semejantes, y así no se pasó adelante de las palabras. Con esto el rey don Fernando, despues que tuvo en aquel lugar sus estancias por espacio de tres dias, visto que ningun provecho sacaba de entretenerse, pues no podia dar socorro al castillo, que al fin se rindió, y mas que padecia falta de dinero para pagar á los soldados y de mantenimientos para entretenerlos por tener el enemigo tomados los pasos y alzadas las vituallas, dió la vuelta á Medina del Campo. En las Cortes que se tenian en aquella villa, de comun acuerdo los tres brazos del reino le concedieron para los gastos de la guerra prestada la mitad del oro y de la plata de las iglesias, á tal que se obligase á la pagar enteramente luego que el reino se sosegase; con esta ayuda partió para poner cerco sobre el castillo de Búrgos. Muchas cosas se dijeron sobre la retirada que el rey don Fernando hizo de Toro; los mas decian que fué de miedo; y lo achacaban á que sus cosas empeoraban; por lo menos fué ocasion al arzobispo de Toledo para de todo punto declararse; y aunque era de mucha edad, pasados los montes, se fué con quinientos de á caballo á juntar con el rey de Portugal. No queria que acabada la guerra le culpasen de haber desamparado aquel partido, cuyo protector principal se mostrara. Hizo esto con tanta resolucion, que no tuvo cuenta con las lágrimas del Conde, su hermano, ni de sus hijos don Lope, que era adelantado de Cazorla, y don Alonso, por respeto del tio, promovido en obispo de Pamplona, Fernando y Pedro de Acuña, hermanos de los mismos; todos sentian mucho que su tio temerariamente se fuese á meter en peligro tan claro. Llegado el Arzobispo, fué de parecer, así él como el duque de Arévalo, que el rey de Portugal con mil y quinientos de á caballo y buen número de infantes fuese en persona á socorrer el castillo de Burgos, que cercado le tenian. Hízolo así, y de

que ordenó que cada veinte y cinco años se celebrase y otorgase á todos los que visitasen aquellos santos lugares, como quier que de antes se ganase de cincuenta en cincuenta años. Muchos acudieron á Roma para ganar esta gracia, entre los demás don Fernando, rey de Nápoles, con la edad mas devoto, al parecer, y religioso que solia ser los años pasados.

CAPITULO IX.

Cómo el rey don Fernando recobró á Zamora.

camino rindió el castillo de Baltanas, que está entre Pisuerga y Duero, asentado en lugares ásperos y montuosos, y al conde de Benavente que allí halló envió preso á Peñafiel. Con esto el Portugués, sea por parecelle habia ganado bastante reputacion, sea por no tener fuerzas bastantes para contrastar y dar la batalla á don Fernando, alegre y rico con grandes presas que hizo, de repente dió la vuelta sin pasar adelante en la pretension que llevaba de dar socorro al castillo de Búrgos. Quedáronse doua Juana en Zamora, y doña Isabel en Valladolid. La primera, fuera del nombre, poco prestaba; doña Isabel, como princesa de ánimo varonil y presto, sabido el peligro de su marido y lo que los portugueses pretendian, con las gentes que pudo de presto recoger pasó á Palencia, resuelta, si fuese menester, de acudir luego á lo de Búrgos. Todo esto y el cuidado de la gente que andaba á la mira de lo en que paraban cosas tan grandes se sosegó con la vuelta que sin pensar dieron los portugueses. Los reyes de Castilla y de Aragon enviaron á Roma sus embajadores, personas de gran cuenta, los cuales por el mes de julio en consistorio relataron sus comisiones y dieron la obediencia en nombre de sus príncipes, oficio debido, pero que hicieron dilatar hasta entonces las grandes alteraciones y guerras civiles de aquellos reinos. El Pontífice respondió benignamente á estas embajadas, ca estaba muy aficionado á los aragoneses á causa que Leonardo, su sobrino, hijo de su hermana, prefecto que era de Roma, casó con hija bastarda de don Fernando, rey de Nápoles. Esta acogida tan graciosa del Pontífice dió pesadumbre á los embajadores de Portugal. Alegaban y decian que antes que se determinase aquella diferencia y se oyesen las partes era justo que el Papa estuviese neutral y á la mira; si ya no queria interponer su autoridad para componer aquellos debates, que no se mostrase parte. Por esta causa declaró el Pontífice lo que en semejantes casos se suele hacer, que aceptaba aquellos embajadores y recebia la obediencia que por parte de Castilla le daban, sin perjuicio de ningun otro príncipe y de cualquier derecho que otro pudiese pretender en contrario. El principal entre los embajadores de Aragon era Luis Dezpuch, maestre de Montesa, persona muy conocida en todo el mundo por la fama de su esfuerzo y prudencia que mostró en particular en las . guerras de Italia en que se halló en tiempo del rey don Alonso de Aragon y de Nápoles. Convidáronle con el vireinado de Sicilia, vaco por muerte de don Lope de Urrea, que finó por el ines de setiembre, y se gobernó en aquel cargo con mucha loa. No quiso el Maestre aceptar en manera alguna aquel gobierno por estar de terminado de recogerse en algun monasterio y partir mano, bien así de las cosas de la guerra como de todo lo al, y allí acabar lo que le quedaba de la vida en servicio de Dios y aparejarse para la partida. En el castillo de Albalate, á la ribera de Segre, á 19 de noviembre, falleció asimismo don Juan de Aragon, arzobispo de Zaragoza, hijo del rey de Aragon, y de parte de su madre persona noble, prelado de grande autoridad y que tuvo gruesas rentas. Fué este año muy señalado todo el mundo por el jubileo universal que publicó en Roma el pontífice Sixto por una nueva constitucion en

Al fin deste año el rey de Aragon tuvo Cortes á los aragoneses en Zaragoza; viejo de mucha prudencia y sagacidad; las fuerzas del cuerpo eran flacas, el ánimo muy grande. Poníale en cuidado la guerra que hacia el rey de Portugal, y no menos la de Francia, porque un capitan de ciertas compañías de franceses, llamado Rodrigo Traliguero, sin respeto de las treguas que tenian asentadas, por lá parte de Ruisellon hizo entrada en tierras de Cataluña, y tomado un pueblo, llamado San Lorenzo, puso espanto en toda la provincia y comarca, en tanto grado, que lo que no se suele hacer sino en extremos peligros, mandaron en Cataluña por edictos que todos los que fuesen de edad se alistasen y acudiesen á la guerra. En Castilla el partido de Portugal y las armas prevalecian. La esperanza que les daban de que en Francia se apercebian nuevas gentes en su ayuda, como lo tenian asentado, los alentaba. Avisaban que para acudir mas fácilmente el Inglés y el Francés, que hasta entonces tuvieron grandes guerras, en una puente que hicieron en la comarca de Amiens se hablaron y concertaron paces en que comprehendian los duques de Bretaña y de Borgoña. Fué esto en sazon que el de Borgoña entregó al rey de Francia el condestable de Francia Luis de Lucemburg, que andaba huido en Flándes; extraña resolucion, si bien el Condestable tenia merecida la muerte que le dieron por su inconstancia y por estar acostumbrado á no guardar la fe mas de cuanto era á propósito para sus intentos, con que parecia burlarse. de todos; esto dicen los mas; otros afirman que padeció sin razon. Los que tienen mucho poder, riquezas y mando, de unos son envidiados, que la prosperidad cria de ordinario mas enemigos que la injuria; otros los defienden; así pasan las cosas, y tales son las opiniones de los hombres. Para acudir á estas guerras no eran bastantes las fuerzas de Aragon por estar consumidas con los gastos de una guerra tan larga y ser la provincia no muy grande. Determinó pues el rey de Aragon usar de maña, y por el mes de noviembre concertó treguas con los franceses por lo de Aragon y por espacio de siete meses. Para la guerra de Portugal procuró tener habla con el arzobispo de Toledo; escribióle con este intento una carta muy comedida. Decíale que muy bien sabia cuán grandes eran los servicios que habia hecho á la casa de Aragon; que le pesaba mucho no se le hobiese acudido como era razon; todavía si olvidados por un poco los enojos se quisiese ver con él, que en todo se daria corte y se enmendarian los yerros á su voluntad. No quiso el Arzobispo aceptar los ruegos del Rey, por ser hombre voluntario y estar determinado de morir en la demanda ó salir con la empresa. Su coraje llegaba á

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muertos, no falta quien les haga agravio. Muchas cosas se dijeron de la muerte desta Reina y del achaque de que murió; su poco recato dió ocasion á las hablillas que se inventaron. Entre los coronistas los mas dicen que secretamente y con engaño le hizo dar yerbas su hermano el rey de Portugal. Alonso Palentino se inclina á esto, y añade corrió la fama que falleció de parto; tal es la inclinacion natural que tiene el vulgo de echar las cosas á la peor parte y mas infame.

que muchas veces se desmandaba en palabras hasta amenazar y decir: Yo hice reina á doña Isabel, yo la haré volverá la rueca. Los reyes de Castilla no hacian mucho caso de su enojo ni de sus fieros; recelábanse que si él volvia, el cardenal de España, que tanto les ayudaba, se podria desabrir, mayormente que ellos de cada dia crecian en poder y fuerzas y su partido se mejoraba. Y aun en este tiempo el marqués de Villena y el maestre de Calatrava de Castilla la Vieja se partieron para Almagro con intento, segun se entendia, de pasar á Baeza, cuyo castillo tenian cercado sus contrarios. Con esta ocasion los de Ocaña se alborotaron, villa que se tenia por el Marqués. Desde Toledo, el conde de Cifuentes y Juan de Ribera con las gentes que llevaron en favor de los alzados, echaron la guarnicion del Marqués y quedó la villa por el conde de Paredes, maestre que se llamaba de Santiago. El rey don Fernando desde Burgos secretamente acudió á Zamora por aviso de Francisco de Valdés, alcaide que era de las torres, y le prometia darle entrada en la ciudad. Hízose así, y el Rey luego se apoderó de la ciudad. Restaba de combatir el castillo, que, sin embargo, se tenia por Portugal. Púsosele sitio con resoluciou de no desistir antes de tomarle. Tratóse á esta sazon que el rey de Aragon y don Fernando, su hijo, se viesen y que se hallase á la habla la princesa doña Leonor; todo á propósito de sosegar las alteraciones de Navarra, que resultaban de las parcialidades y bandos que andaban entre biamonteses y agramonteses, y se aumentaban por tener mujer el gobierno. Asimismo les ponian en cuidado los socorros que les avisaban venian de Francia á los portugueses debajo la conducta de un capitan valeroso, llamado Ivon; sospechaban que por la parte de Navarra pretendia entrar en Castilla y juntarse con los contrarios. De Vizcaya, que les caia mas cerca, la aspereza de la tierra y falta de vituallas y tambien el esfuerzo de los naturales aseguraban que los franceses no acometerian á romper por aquella parte. Estaba el rey don Fernando ocupado en lo de Zamora, cuando el castillo de Búrgos, perdida toda la esperanza de poderse entretener, por el esfuerzo de don Alonso de Aragon y su buena maña, que poco antes llegara de Aragon con cincuenta hombres de armas escogidos, por principio del año 1476, se rindió á la reina doña Isabel, que avisada del concierto acudió á la hora para este efecto desde Valladolid. Fué de grande importancia para todo echar con esto de todo punto los portugueses de aquella ciudad real y de su fortaleza. Quedó por alcaide Diego de Ribera, persona á quien la Reina tenia buena voluntad, porque fué ayo de su hermano el infante don Alonso. A la misma sazon falleció en Madrid, á 17 de enero, la reina doña Juana, mujer que fué del rey don Enrique, y madre de la que se llamaba reina doña Juana, quién dice que el año pasado á 13 de junio. Su cuerpo enterraron en San Francisco en un túmulo de mármol blanco, que se ve con su letrero junto al altar mayor. Para este efecto quitaron de allí los huesos de Rodrigo Gonzalez de Clavijo, persona que los años pasados fué con una embajada al gran Tamorlan. Vuelto, labró á su costa la capilla mayor de aquel templo para su entierro; así se truecan las cosas, y es ordinario que á los mas flacos, aun despues de

CAPITULO X.

De la batalla de Toro.

Quedóse el príncipe don Juan en Portugal para tener cuenta con el gobierno; el brio que le ocasionaba su edad y su condicion era grande. Avisado pues de lo que en Castilla pasaba, y como el partido de los suyos se empeoraba á causa que los grandes de aquel reino ayudaban poco, hizo nuevas levas y juntas de gentes. Recogió hasta dos mil de á caballo y ocho mil infantes, los mas número, mal armados, y poco á propósito y de poco provecho contra el mucho poder de los contrarios. Con estas gentes acordó de acudir á su padre. Pasada la puente de Ledesma, acometió de camino á tomar un pueblo, llamado San Felices; no pudo forzarle ni rendirle. Llegó á Toro á 9 dias del mes de febrero, do halló á su padre con tres mil y quinientos de á caballo y veinte mil peones alojados y repartidos en los invernaderos de los lugares comarcanos. La gente que venia de nuevo, como juntada de priesa, daba mas muestra de ánimo y brio que esperanza de que podrian mucho ayudar. El rey don Fernando estaba sobre el castillo de Zamora con menor número de gente, ca tenia solamente dos mil y quinientos caballos, dos tantos infantes; hizo llamamiento de gentes de todas partes por estar muy cierto que los portugueses no pararian antes de hacer alzar el cerco ó venir á batalla. El de Aragon por sus cartas y mensajeros avisaba que en todas maneras se excusase, y amonestaba al Rey que por el fervor de su mocedad se guardase de aventurarlo todo y ponerlo al trance de una jornada; ¿á qué propósito poner en peligro tan grande el reino de que estaba apoderado? A qué propósito despeñar las esperanzas muy bien fundadas por tan pequeño interés, aunque la victoria estuviera muy cierta? Que enfrenase el brio de su edad con el consejo y con la razon y obedeciese á las amonestaciones de su padre, á quien la larga experiencia hacia mas recatado. Acompañaban al rey don Fernando el cardenal de España, el duque de Alba, el Almirante con su tio el conde de Alba de Liste, el marqués de Astorga y el conde de Lemos; todos á porfia procuraban señalarse en su servicio. Sin estos en Alahejos alojaban con buen número de gente don Enrique de Aragon, primo del Rey, y don Alonso, hermano del mismo, y con ellos el conde de Treviño, todos prestos para acudir á Zamora, que cerca está. Hasta la misma reina doña Isabel para desde mas cerca dar el calor y ayuda mayor que pudiese, de Búrgos se volvió para Tordesillas. El de Portugal, puesto que se hallaba acrecentado de nuevo con las gentes que su hijo le trajo, como sabia bien que las fuerzas no eran conformes al número, se halla

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