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ner, rindió aquella fuerza á 19 de octubre. El conde de Marialva, su yerno, y capitan de aquella tierra por los portugueses, desamparado otro castillo cerca de Toro, por nombre Villalfonso, con la poca gente que le guardaba, á grandes jornadas se recogió á Portugal por caminos y senderos extraordinarios. Fué todo esto de grande importancia. Quedaba Castronuño, desde donde Pedro de Mendavia hacia grandes robos y correrías en gran daño de aquella comarca ; hombre de un ánimo ardiente y muy ejercitado en las armas. Por esta causa luego que la ciudad de Toro se tomó, acudieron los del Rey y se pusieron sobre este castillo. Plantaron la artillería y los demás pertrechos para batir, que llevaron con trabajo de algunos dias. Tomaron este trabajo de buena gana por la esperanza que tenian que tomada aquella fuerza, toda aquella comarca quedaria en paz. Por otra parte se movian tratos para reducir al de Villena y al arzobispo de Toledo. El Marqués se mostraba mas blando, y parecia se sujetaria al servicio del rey don Fernando, pero con algunas condiciones; sobre todo queria le restituyesen á Villena y mas de veinte villas que por aquella comarca le quitaran. El Arzobispo se mostraba mas duro, puesto que el rey de Aragon no cesaba de amonestar que procurasen ganar persona tan principal con cualquier partido, aunque fuese desaventajado. Que se acordasen de las mudanzas de la fortuna, que a veces suele de lo mas alto volver atrás y aun despeñarse. Que se tuviese consideracion á los grandes servicios que antes hizo, y por ellos perdonasen las ofensas que de nuevo cometiera. Mirasen que con solo ganalle quedaria por el suelo el partido de Portugal. Aun no estaba este negocio sazonado, dado que se iba madurando. Comenzaron por el marqués de Villena; prometieron de le perdonar y restituille todo su estado á tal que rindiese los alcázares de Madrid y de Trujillo, que todavía se tenian por él; lo mismo ofrecieron al arzobispo de Toledo. Don Lope de Acuña, su sobrino, entregó á los reyes la ciudad de Huete, que con título de duque le dió el rey don Enrique en aquellos tiempos estragados y revueltos. Por el mismo tiempo dos grandes principes fueron violentamente muertos, es á saber, los duques el de Borgoña y el de Milan. Galeazo, duque de Milan, en la iglesia de San Esteban de aquella ciudad oia misa por ser la festividad de aquel Santo. En aquel tiempo y lugar le dieron la muerte algunos que estaban conjurados contra él con intento de vengar sus particulares agravios y la mucha soltura de aquel Principe en materia de deshonestidad. El duque de Borgoña, llamado Cárlos el Atrevido, fué muerto en batalla en sazon que tenia puesto sitio sobre Nanci, ciudad de Lorena, ya la segunda vez, si bien el tiempo no era á propósito, y el invierno era muy áspero, y los suyos desgustados. Por todo esto el rey de Portugal, que á la sazon se fué á ver con él, como queda apuntado, le persuadia desistiese de aquella empresa. No prestó su diligencia; así, á 5 de enero fué desbaratado y muerto por Renato, duque de Lorena, y por los esguízaros, cuyo nombre desta gente desde entonces ha sido muy conocido y su esfuerzo señalado. Ayudóles mucho para la victoria Nicolao Campobaso, que servia al Borgo

ñon y con trato doble daba avisos á los contrarios, y en lo mas recio de la batalla con los italianos que tenia desamparó á su señor. Una sola hija que quedó deste Príncipe, llamada María, casó adelante con Maximiliano, duque de Austria. ¡Cuán grandes guerras resultarán deste casamiento para España! El rey Luis de Francia por la muerte del Duque luego se apoderó del ducado de Borgoña y restituyó á su corona á San Quintin y á Perona con otros pueblos que están á la ribera del rio Soma, y el de Borgoña los tenia en empeño. Sobre todo lo cual se movieron grandes diferencias y guerras, primero con la casa de Borgoña, y despues con España, sin que se haya recobrado lo que entonces les tomaron. Tuvo Maximiliano en madama María, su mujer, tres hijos, que fueron don Filipe, doña Margarita y Francisco. Falleció la Duquesa al cuarto año despues que casó; el achaque fué una mortal caida que dió de un caballo por estar preñada. El duque Galeazo dejó un hijo, por nombre Juan Galeazo, que casó con Isabel, nieta de don Fernando, rey de Nápoles, aunque él era de poca edad y no bastante para el gobierno de aquel estado. Demás deste, dejó dos hijas, que se llamó la una Blanca María, con quien Maximiliano, ya emperador, casó la segunda vez, pero no dejó deste casamiento sucesion alguna; la otra hija del duque Galeazo se llamó Ana.

CAPITULO XIV.

De otros castillos que se recobraron en Castilla.

La reina dona Isabel con mucha prudencia apaciguỏ un nuevo debate que fuera de sazon se levantó sobre el maestrazgo de Santiago con esta ocasion. Don Rodrigo Manrique, conde de Paredes y maestre que se llamaba de Santiago, falleció en Uclés por el mes de noviembre; caballero que fué muy noble y muy principal, y que ganó los años pasados de los moros la villa de Huéscar en el reino de Granada, con que se hizo muy nombrado. Su cuerpo sepultaron en aquel pueblo do falleció, en la capilla mayor con enterramiento y honras que le hicieron muy principales. Su hijo don Jorge Manrique. en unas trovas muy elegantes, en que hay virtudes poéticas y ricos esmaltes de ingenio y sentencias graves, á manera de endecha lloró la muerte de su padre. Don Alonso de Cárdenas, con ocasion de la muerte de su competidor, se determinó ir á Uclés con gente y soldados, resuelto de usar de fuerza, si los trece, á cuyo cuidado incumbia la eleccion, no le diesen aquella dignidad. Otros muchos señores pretendian lo mismo, quién con buenos medios, quién con malos; cosa peligrosa y que podria parar en alguna revuelta. Por este recelo ó con codicia de haber para sí un estado tan grande, en la ciudad de Toro los reyes consultaron entre sí lo que en aquel caso debian hacer. Usar de fuerza era cosa larga y ni muy segura ni muy justificada. Determinaron ayudarse de maña. El Rey se quedó en Toro; la Reina se enderezó para Ocaña y Uclés con tanta priesa, que, segun lo refiere Hernando de Pulgar, en solos tres dias desde Valladolid llegó á Uclés. En aquella villa trató con los caballeros que para mayor concordia se fuesen con ella á Ocaña, que por ser el

pueblo mayor y mas fuerte, podrian con mas seguridad resolverse en lo que les pareciese mas acertado y cumplidero. Que á ninguno pareceria novedad, pues muchas veces semejantes juntas el tiempo pasado se hicieron allí en el palacio del Maestre. Vinieron en esto los caballeros; la Reina por medio de don Alonso de Fonseca, obispo de Avila, y de su secretario Hernando Alvarez de Toledo, les amonestó que para excusar alborotos viniesen en que aquella órden y dignidad con consentimiento del Pontífice por cierto tiempo se diese en administracion al rey don Fernando, su marido. Que para sosegar las voluntades de los caballeros y apaciguallo todo no era menester ni bastaria menos autoridad y fuerzas que las suyas. Tuvieron los caballeros su acuerdo sobre esto, y en fin se resolvieron de venir en lo que la Reina pedia, muchos por ganar con esto su gracia, los mas á fin que sus contrarios no saliesen con lo que pretendian; abuso grande, pero ordinario en semejantes elecciones. Este fué el principio de enflaquecer el poder y fuerzas de aquella caballería, y ejemplo que en breve pasó á las órdenes de Calatrava y de Alcántara, dado que poco despues los reyes concedieron á don Alonso de Cárdenas que fuese maestre de Santiago con cargo de cierta pension para la guerra de los moros, no sin gran pesadumbre de los otros señores, que se agraviaban fuese este caballero antepuesto á los demás, sin tener mas méritos que los otros ni mejor derecho ni ser de tanta nobleza, como ellos decian. El rey don Fernando, asentadas las cosas de Castilla la Vieja y puestas treguas con los contrarios, se fué á Ocaña en sazon que comenzaba el año de nuestra salvacion de 1477; en el cual tiempo tornó de nuevo á dar perdon y recebir en su gracia al conde de Ureña don Juan Tellez Giron, que parecia reducirse al servicio del Rey con entera voluntad. Desde Ocaña fué junto con la Reina á visitar á Toledo, donde por voto que los reyes hicieran si vencian al de Portugal, mandaron edificar el muy sumptuoso monasterio de franciscos, que hoy se ve en aquella ciudad con nombre de San Juan de los Reyes, en las casas de Alonso Alvarez de Toledo, contador mayor que fué de los reyes pasados. De Toledo pasaron á Madrid; allí se tuvo aviso que diversas compañías de portugueses trabajaban las tierras de Badajoz y de Ciudad-Rodrigo con grande daño y molestia de los naturales. Para remedio y hacer resistencia á aquella gente, enviado que hobo delante á don Gomez de Figueroa, conde de Feria, trató con la Reina que repartidos los negocios entre los dos, ella acudiese, como lo hizo, á las fronteras de Portugal á dar calor en la defensa de aquella tierra. El rey don Fernando se detuvo algunos dias en Madrid con esperanza que tenia de ganar al arzobispo de Toledo; al cual, aunque le ofrecieron poco antes y dieron perdon, su feroz ánimo no le dejaba reposar. No quiso verse con el Rey; tan grande era su contumacia; así, el Rey, á 24 de marzo, dia lúnes, se partió para Castilla la Vieja con deseo de apaciguar los navarros; que de nuevo se tornaban á alterar aquellas parcialidades, y los agramonteses poco antes se apoderaron de Estella, y la princesa doňa Leonor pretendia volvella á recobrar con sus fuerzas y las de Castilla. Al mismo tiempo un nuevo miedo

puso á los reyes en mucho cuidado, y fué que Albohacen, rey de Granada, sin respeto de las treguas que se continuaban de algunos años atrás, rompió de repente por el reino de Murcia con cuatro mil de á caballo y hasta treinta mil de á pié. Causó aquel acometimiento mucho espanto, en especial por estar los fieles seguros y descuidados. Tanto fué el miedo mayor, que á 6 de abril, dia de pascua de Resurreccion, tomó por fuerza en aquella comarca un pequeño lugar, llamado Ciesa, que quemó y derribó pasados á cuchillo los moradores. Demás desto, hizo grandes presas de ganado mayor y menor, con que los moros dieron la vuelta á su tierra sin recebir algun daño, dado que Pedro Fajardo, adelantado de Murcia, salió á la defensa. El interés y daño no era de tanta consideracion cuanto el peligro y molestia que sin estar apaciguados los alborotos de dentro se ofreciese ocasion de nueva guerra y necesidad de vengar aquel agravio. Deseaban para todo abreviar con lo de Castilla. Los dos castillos, que todavía se tenian por los portugueses, el de Cantalapiedra y el de Castronuño, fueron de nuevo cercados y combatidos con toda la fuerza posible sin cesar hasta que se rindieron, primero Cantalapiedra, á 28 de mayo, porque Castronuno por el esfuerzo de su capitan Mendavia se tuvo mas tiempo; pero al fin hizo lo mismo. Era tan grande el desgusto de los naturales por los daños que de aquel castillo recibieron, que acudieron, y porque no fuese en algun tiempo acogida de ladrones por ser de sitio muy fuerte, le abatieron por tierra. A los soldados destos dos castillos se dió licencia, conforme á lo capitulado, para que libremente y con su bagaje se fuesen á Portugal. Demás desto, á Mendavia le contaron siete mil florines; capitan en lo demás esforzado, y que en particular ganó y merece gran renombre por haber defendido aquel castillo tanto tiempo contra el poder y voluntad de reyes tan poderosos. La Reina ponia no menor diligencia en sujetar á Trujillo, cuyo alcázar se tenia por el marqués de Villena. Avisaron á Pedro de Baeza, que tenia allí por alcaide, rindiese aquella fuerza. Respondió al principio que no lo haria, sino fuese á tal que al Marqués, su señor, restituyesen á Villena con las otras villas de aquel estado, segun que tenian antes concertado; en que dió muestra de persona de mucha constancia y valor. La Reina no rehusaba poner aquellos pueblos en tercería en poder de quien el Alcaide nombrase, para que pasados seis meses se entregasen al marqués de Villena; mas él por sospechar algun engaño se entretenia, y no venia en hacer la entrega. Finalmente, por contentar á la Reina el mismo marqués de Villena entró en el alcázar, y apenas pudo acabar con él hiciese la entrega que pedia la Reina. Grande fué el desgusto que desta resolucion y mandato recibió el Alcaide; no miraba su particular, sino por el deseo que tenia del pro y autoridad de su señor. Llegó á tanto, que hecha la entrega, se despidió del Marqués y de su servicio, enfadado de su mal término. Quejábase que ni se movia por lo que á él le tocaba, ni tenia cuidado de la vida y libertad de los suyos. Esto decia porque con la priesa no se acordó de capitular que al dicho alcaide y á sus soldados no se les hiciese daño. Deseaba el rey don Fernando por una parte ir al Anda

lucía, para donde la reina doña Isabel le llamaba; por otra visitará doña Juana, su hermana, antes que se embarcase para Italia. Las cosas de Navarra le entretenian y no le daban lugar para alzar dellas la mano. Hízose á la vela aquella señora por el mes de agosto en la playa de Barcelona en una armada en que vinieron para llevalla don Alonso, su antenado, y don Pedro de Guevara, marqués del Vasto, y otras personas principales. Tocaron á Génova, en que fué muy festejada; últimamente aportó á Nápoles. Allí celebraron las bodas con toda suerte de juegos, convites, regocijos y galas á porfía, así bien los ciudadanos como los cortesanos. En Sigüenza fundó un colegio de trece colegiales y un monasterio de jerónimos, título de San Anton, Juan Lopez de Medinaceli, arcediano de Almazan y canónigo de Toledo, criado que fué del cardenal Pedro Gonzalez de Mendoza, prelado á la sazon de Sevilla y de Sigüenza.

CAPITULO XV.

Cómo el Andalucía se apaciguó.

Las demás partes de Castilla apenas sosegaban; las alteraciones del Andalucía todavía continuaban á causa que los señores cada cual por su parte se apoderaba de ciudades y castillos, y conforme á las fuerzas que tenia, robaba la gente, y parece se burlaban de la majestad real. El duque de Medina Sidonia tenia á Sevilla, el marqués de Cádiz á Jerez, don Alonso de Aguilar estaba apoderado de Córdoba. El color que tomaban era afirmarse contra los intentos de sus contrarios y hacer resistencia á los portugueses por caelles aquel reino cerca. Lo que á la verdad pretendian era acrecentar sus estados con los despojos y daños de la provincia; cosa que ordinariamente acaece cuando los temporales andan revueltos, que se disminuyen las riquezas públicas y crecen las particulares. Resultaba asimismo otro daño, que dentro de aquellas ciudades andaba la gente dividida en parcialidades. En la ciudad de Sevilla unos seguian al duque de Medina Sidonia, otros al marqués de Cádiz; en Córdoba traian bandos don Alonso de Aguilar y el conde de Cabra, muy grandes y muy pesados. La reina doña Isabel, aunque muchos se lo desaconsejaban por no tener bastante gente para si fuese necesario usar de fuerza, acudió primero á Sevilla; allí se apoderó del castillo de Triana y de las atarazanas que tenía el duque de Medina Sidonia con mayor ánimo y esfuerzo que de mujer se esperaba. El rey don Fernando, desamparadas las cosas de Navarra y en alguna manera asentadas las de Castilla la Vieja, nombró por gobernador de Galicia á Pedro de Villandrando, conde de Ribadeo ; de lo demás de Castilla á su hermano don Alonso de Aragon y al Condestable. Hecho esto, se resolvió de ir en persona al Andalucía para dar en todo el órden que convenia. De camino en nuestra Señora de Guadalupe hizo sus votos y devociones; dió otrosí órden al duque de Alba y al conde de Benavente fuesen en su compañía, ca se recelaba dellos, y tenia aviso que entre sí y con otros grandes trataban de poner sus alianzas. Llegó á Sevilla á 13 de septiembre. Allí halló que se sentia mal del marqués de Cádiz, y se decia que se inclinaba á dar favor á los

portugueses, y con este intento á los ojos de los reyes tenia puesta guarnicion en Alcalá de Guadaira. Tratóse de ganalle y sosegalle; para hacello de noche tuvo á solas habla con el Rey. Tratóse que entregase las fortalezas que tomara; dijo que no lo podria hacer si no fuese que el duque de Medina entregase al tanto á Nebrija y á Utrera y otros castillos; que sin esto despojalle á él de sus fuerzas no serviria sino para que el poder y riquezas de su contrario se aumentasen. Pareció pedia razon, y así el uno y el otro entregaron sus castillos al Rey, y á su ejemplo fácilmente vinieron en lo mismo los otros señores y grandes, especial á la misma sazon con el rey de Granada, en quien aquellos señores ponian gran parte de su confianza, se concertaron de nuevo treguas por industria de don Diego de Córdoba, conde de Cabra, persona señalada en lealtad, y que con aquel rey Bárbaro tenia mucha familiaridad y trato. Desta manera se hallaban las cosas del Andalucía, no léjos de asentarse del todo. Las de Navarra se empeoraban sin alguna esperanza de reparo, á causa de las parcialidades antiguas que nunca sosegaban. La princesa doña Leonor hacia instancia por remedio, y avisaba que ya casi eran pasados los diez y seis meses señalados en el compromiso que se hizo para concertar todas aquellas diferencias, al tiempo que los reyes se juntaron en Tudela. Juntamente protestaba que pues ni en su padre ni en su hermano hallaba ayuda bastante, que acudiria al socorro de otra parte; culpa de que quedarian cargados los que á hacello la necesitaban. Que si no prevenian y se adelantaban, todo aquel reino se hallaba á punto de perderse. Las cuitas, cuando son extremas, hacen que los miserables hablen con libertad. Sin embargo, las orejas parecia estar sordas á sus peticiones tan justificadas, por hallarse los reyes léjos y á causa de las grandes dificultades que los tenian enredados. Al de Aragon, fuera de la guerra de Ruisellon, ponian en cuidado las cosas de Cerdeña y de Sicilia. Era virey de Sicilia don Ramon Folch, conde de Cardona, que fué en compañía de la reina doña Juana á Nápoles, y de allí pasó á su cargo al tiempo que por muerte de don Juan de Cabrera, que falleció de poca edad, su condado de Módica, herencia de sus antepasados, recayó en su hermana doña Ana; muchos pretendian aquel estado; unos la excluian de aquella herencia, otros se querian casar con ella. El rey de Aragon, por ser de importancia que tomase marido á propósito por sus muchas riquezas y estado, estuvo determinado de casalla con don Alonso de Aragon, hijo bastardo de su hijo el rey don Fernando. No tuvo esto efecto, antes adelante don Fadrique, hijo y heredero del almirante de Castilla, se la ganó á todos, y por medio deste casamiento junto con su casa y metió en ella aquel principal condado. En Cerdeña comenzó á alborotarse Leonardo de Alagon, marqués de Oristan; nunca del todo sosegara, y de nuevo alegaba agravios que el virey Nicolás Carroz de Arborea le habia hecho sin respeto de las condiciones y del asiento antes tomado. Ni la flaca y larga edad del rey de Aragon, ni tan grandes cuidados eran parte para quebrantalle, antes como desde una atalaya proveia á todas partes. Fué puesta acusacion al marqués de Oristan,

y por sentencia que se dió en Barcelona, á los 15 de octubre, le privaron de aquel estado. Demás desto, para ayuda se envió una nave con soldados, socorro ni grande ni fuerte para aquella guerra; así duró muchos dias. Al rey don Fernando despues que apaciguó el Andalucía, todavía le ponia en cuidado lo de Portugal; la esperanza y el temor le aquejaban. De una parte se alegraba que el rey de Portugal, si bien era vuelto por el mar á su reino con dispensacion que el pontífice Sixto últimamente le dió para casar con doña Juana, pero no traia algunos socorros de fuera. Por otra le congojaba que el arzobispo de Toledo, segun se decia, le tornaba á llamar; temia no hobiese de secreto alguna zalagarda y trato. Verdad es que aquel Prelado por su larga edad no tenia mucha advertencia en lo que hacia; en especial la ira, enemiga de consejo, y la ambicion, enfermedad desapoderada, le lacian despeñarse y le cegaban los ojos para que no advirtiese cuán pocas fuerzas tenia el rey de Portugal. Decíase dél por fama, y era así, que, perdida toda esperanza de ser socorrido, despechado, de noche se partió de Paris para ir en romería á Roma y á Jerusalem y meterse fraile en aquellas partes, mas por el desgusto que tenia que de entera voluntad. Prosiguió su viaje algunos dias; desde el camino, de tres criados que solos llevaba, á uno dellos envió con una llave para que abriese un escritorio que dejó en Paris, hallaron en él dos cartas; la una para el rey de Francia, en que le daba cuenta de su intento; en la otra amonestaba á su hijo que sin esperar mas se coronase por rey; que no tuviese algun cuidado dél, pues de los santos y de los hombres se hallaba desamparado. Que confiaba en Dios le perdonaria sus pecados, y para adelante se aplacaria y tomaria en cuenta de penitencia aquel su trabajo y afrenta; que era todo lo que podia desear. Su hijo, leida esta carta, magüer que con sollozos y lágrimas, en fin se coronó por rey á 11 de noviembre, cinco dias, y no mas, autes que su padre á deshora llegase á Cascais. Fué así, que el rey de Francia á toda diligencia envió tras él personas que le hicieron volver. Venido, le aconsejó que, mudado parecer, volviese á su tierra, como lo hizo. Venia triste y flaco extraordinariamente. Su hijo le salió á recebir con muestra de grande alegría, y á la hora le restituyó el reino y la corona. Este suceso tuvo aquel viaje del rey de Portugal, y sus intentos, cuyos ímpetus al principio fueron muy bravos, por conclusion quedaron burlados. El año siguiente, que se contaba 1478, fué señalado y alegre porque en él, á 23 de enero, en Flandes, de madama María, heredera de Cárlos el Atrevido, mujer que era de Maximiliano, duque de Austria, nació don Filipe, que adelante fué dichoso por los grandes estados que alcanzó y por la sucesion que dejó, dado que poco le duró la prosperidad á causa de su muerte, que le arrebató en la flor de su juventud. Poco despues por el mes de abril sucedió en Florencia, ciudad á la sazon libre, que en el templo de Santa Librada, ciertos ciudadanos conjurados contra los dos hermanos Médicis por entender querian tiranizar aquella ciudad, al uno llamado Julian de Médicis, mataron; el otro llamado Lorenzo de Médicis, se salvó dentro de la sacristía de aquella iglesia. Alteráronse los ciuda

danos por este hecho y acudieron á las armas. Prendieron á Salviato, arzobispo de Pisa, sabidor y participante de aquella conjuracion, en el palacio de la Señoría, donde acudió para desde allí mover al pueblo á que defendiesen su libertad. Llevaba el rostro turbado; echáronle mano, y sabido lo que pasaba, le ahorcaron de una ventana; que fué un espectáculo cruel y de poca piedad por ser la persona que era. El cardenal de San Jorge, que se hallaba en Florencia y se decia favorecia á los conjurados, corrió gran peligro de que con el mismo ímpetu le maltratasen. Valióle el miedo que tuvieron del Papa, su tio, y el respeto que mostraron á su dignidad. De que resultó una nueva guerra, con que por algun tiempo fueron trabajados los florentines por las armas y fuerzas del Papa y de Nápoles. Quedaron los de Florencia descomulgados por la muerte del Arzobispo. Hizo instancia el rey de Francia por la absolucion; alcanzó lo que pedia del Papa, mas por miedo que de grado, á causa que en una junta que se hacia en Orliens trataba de restituir y poner en uso la pragmática sancion en gran perjuicio de la Sede Apostólica. Finalmente, se les dió la absolucion y se concertaron las paces, sin que por entonces se tocase en la libertad de aquella ciudad.

CAPITULO XVI.

Nació el príncipe don Juan, hijo del rey don Fernando.

La guerra se hacia en Cerdeña cruel, sangrienta y dudosa; las fuerzas de aquella isla divididas en dos partes iguales; los revoltosos peleaban con mas coraje que los del Rey, como los que aventuraban en ello la vida y la libertad. La esperanza de la victoria consistia en las fuerzas y socorro de fuera. Los ginoveses, á los cuales corria obligacion de ayudar al marqués de Oristan por las antiguas alianzas que tenia con ellos, se detuvieron á causa de ciertas treguas que se concertaron en Nápoles entre aquellas dos naciones, aragoneses y ginoveses. Por el contrario, desde Aragon y desde Sicilia acudieron nuevos socorros á los reales, tanto, que el mismo conde de Cardona, virey que era de Sicilia, se embarcó en una armada para acudir al peligro. Hobo algunos encuentros y escaramuzas en muchas partes; últimamente, se juntaron los campos de una parte y de otra cerca de un castillo, llamado Macomera. Allí se dió la batalla, en que el Marqués quedó muerto y su campo desbaratado. Su hijo, llamado Artal, como quier que pretendiese huir por la mar en una barca que halló á la ribera, cayó en manos de dos galeras aragonesas, y preso le llevó á España Villamarin, general de la armada. Fué puesto él en el castillo de Játiva, y sus estados quedaron confiscados con todos sus pueblos, que los tenia muchos y grandes en Cerdeña y tambien en tierra firme. En particular los marquesados de Oristan y de Gociano se aplicaron para que estuviesen siempre en la corona real, y desde entonces se comenzaron á poner en las provisiones reales entre los otros títulos y nombres de los principados reales. Dióse esta batalla á 19 de mayo. La victoria, no solo de presente fué alegre, sino para adelante causa que todo se asegurase, con que aquella isla, sobre la cual tantas

veces y con tanta porfía con los de fuera y con los de dentro se debatiera, de todo punto quedó sujeta al señorío de Aragon. El rey don Fernando, sin embargo que no tenia de todo punto asentadas las cosas del Andalucía y que su mujer quedaba preñada, fué forzado dar la vuelta al reino de Toledo por dos causas: la primera para reducir al arzobispo de Toledo y acabar .con él no hiciese entrar de nuevo al rey de Portugal en el reino, como se rugia que lo trataba; la segunda para dar calor á las hermandades que para castigar los robos y muertes, como queda dicho, los años pasados se ordenaron entre las ciudades y pueblos. El ejercicio de las hermandades aflojaba, y la gente se cansaba por el mucho dinero que era menester para el sueldo de los soldados, que se repartia por los vecinos, sin exceptuar á los hidalgos. Graveza mala de llevar, pero de que resultaba gran provecho para là gente, ca no solo por esta via se reprimian las maldades, sino tambien en ocasion acudian al Rey con sus fuerzas y gentes en las guerras que se ofrecian. Por esta causa se tuvieron Cortes generales en Madrid, en que de comun consentimiento y acuerdo se confirmaron las dichas hermandades por otros tres años. Con el arzobispo de Toledo.no sucedió tan bien, dado que se puso diligencia en quitalle la sospecha que tenia de que se tratara de matalle. Despedidas las Cortes, el rey don Fernando dió la vuelta á Sevilla; la reina doña Isabel le hacia instancia por estar en dias de parir. Alli vinieron embajadores de parte del rey de Granada para pcdir tornase á conceder las treguas que antes entre las dos naciones se concertaron. La respuesta fué que no se podrian hacer, si demás de la obediencia y homenaje no pechasen el tributo que antiguamente se acostumbraba. Despachó el Rey sus embajadores á Granada para tratar este punto. Respondió aquel rey Bárbaro que los reyes que pagaban aquel tributo muchos años antes eran muertos; que de presente en las casas de la moneda de la ciudad de Granada no acuñaban oro ni plata, sino en su lugar forjaban lanzas, saetas y alfanjes. Ofendióse el rey don Fernando con respuesta tan soberbia; no obstante esto, forzado de la necesidad, otorgó las treguas que le pedian, que es gran cordura acomodarse con el tiempo. En tanto que estas cosas se trataban, á la Reina sobrevinieron sus dolores de parto, de que nació un niño, que llamaron el príncipe don Juan, á 28 de junio, domingo, una hora antes de medio dia, que heredara los estados de sus padres y abuelos si, por lo que Dios fué servido, no le arrebatara la muerte cruel y desgraciada en la flor de su edad, como se relatará adelante. Bautizóle el cardenal don Pero Gonzalez, arzobispo de aquella ciudad. El rey de Aragon, aunque cansado, no solo de negocios, sino de vivir, con el grande vigor que siempre tuvo pedia le enviase este niño para que se criase á la manera y conforme á las costumbres de Aragon; además que por su larga experiencia se recelaba que si le entregaban á alguno para que le criase, lo que sucedió los años pasados, no fuese ocasion que en su nombre se revolviesen las cosas en Castilla. Tenia el mismo rey de Aragon otro debate muy grande sobre la iglesia de Zaragoza. Pretendia, por estar vaca por la muerte de don Juan de Ara

gon, se diese á don Alonso, su nieto, al cual su hijo el rey don Fernando en Cervera, pueblo de Cataluña, hobo de una mujer fuera de matrimonio. Ofrecíanso dos dificultades: la una que no era legítimo, y por esta fácilmente pasaba el pontífice Sixto; la segunda su po queña edad, que no tenia mas que seis años, en ninguna manera la queria suplir. Entre las demandas y respuestas que andaban sobre el caso, por el mucho tiempo que aquel arzobispado vacaba, le coló el Papa al cardenal Ausias Dezpuch. Entendia que el Rey lo llevaria bien, atento los grandes servicios de su deudo el maestre de Montesa. No fué así; antes mostró sentirse en tanto grado, que se apoderó de los bienes y rentas del Cardenal y maltrató á sus deudos. Con esto y por la instancia que el rey de Nápoles hizo por tener gran cabida con el Pontífice, el de Aragon salió últimamente con lo que pretendia, que aquella iglesia se diese á don Alonso, su nieto, con título de administracion perpetua. Ejemplo malo y principio de una perjudicial novedad. La importunidad del Rey venció la constancia del Pontifice, daño que siempre se tachará y siempre resultará, por querer los príncipes meter tanto la mano en los derechos de la Iglesia, en especial que en aquel tiempo tenian introducida una costumbre, que ningun obispo fuese en España elegido sino á suplicacion de los reyes y por su nombramiento; ocasion con que poco despues resultó otra contienda sobre la iglesia de Tarazona. Por muerte del cardenal Andrés Ferrer la dió el Pontífice á uno, llamado Andrés Martinez; hizo resistencia el rey don Fernando con intento que, revocada aquella eleccion, se diese aquel obispado al cardenal de España, como últimamente se hizo. Acabóse este pleito con otra reyerla semejante. El pontifice Sixto confirió cuatro años adelante el obispado de Cuenca que vacaba á Rafael Galeoto, pariente suyo; opúsose el rey don Fernando, y en tin acabó que se diese aquella iglesia de Cuenca á don fray Alonso de Búrgos, su confesor, que ya era obispo de Córdoba. Juntamente se expidió una bula en que concedió el Papa á los reyes de Castilla para siempre que en los obispados fuesen elegidos los que ellos nombrasen y pidiesen, como tambien cuatro años antes deste en que vamos, á instancia del rey don Enrique, él mismo otorgó otra bula en que mandó no se diesen de allí adelante á extranjeros expectativas para los beneficios de aquel reino, pleito sobre que de atrás hobo grandes reyertas. Diego de Saldaña, embajador de aquel Rey, fué el que alcanzó esta gracia, segun que consta por la misma bula, cuyo traslado no me pareció poner aqui. Fué este caballero persona muy principal. Pasóse á Portugal con la pretensa princesa doña Juana, cuyo mayordomo mayor fué, y dél hay hoy descendientes en aquel reino, fidalgos principales. Don fray Alonso de Búrgos, de Cuenca trasladado últimamente al obispado de Palencia, edificó en Valladolid el monasterio muy célebre de San Pablo, de su órden de Santo Domingo, si bien en tiempo del rey don Alonso el Sabio, y mas adelante con ayuda de su nuera la reina doña María, señora de Molina, se comenzó. La iglesia sin duda que hoy tiene la fabricó los años pasados el cardenal Juan de Turrecremata, hijo que fué de aquel convento y casa.

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