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tenia cuidado de aquella plaza, por no recelarse de cosa semejante, no se hallaba bastantemente apercebido de soldados, almacen y vituallas; falta de proveedores, aprovechamiento de capitanes acarrean estos daños. Vino este descuido á noticia del rey moro Albohacen: acudió con gente de los suyos, y de noche al improviso escaló aquel pueblo á 27 de diciembre, principio del año 1481; ayudábale la noche, que era muy tempestuosa de lluvias y vientos. Los moradores, atemorizados sin saber á qué parte acudir, fueron muertos todos los que se atrevieron á hacer resistencia con las armas; los demás á manera de ganado los llevaron delante los vencedores á Granada sin tener compasion á viejos, niños ni mujeres, de cualquier estado y calidad que fuesen. El pueblo quedó por los moros, y ellos le fortificaron muy bien. A los nuestros pareció que este daño era grande, y tal la afrenta, que no se debia disimular. Algunos asimismo se alegraban por verse puestos en necesidad de vengar las injurias pasadas y la presente y destruir aquella gente malvada. Los reyes don Fernando y doña Isabel desde Medina del Campo, do tuvieron aviso de lo que pasaba, mandaron á los que tenian cargo de las fronteras y á las ciudades comarcanas que se apercibiesen para la guerra y que no aflojasen en el cuidado y vigilancia. Que el daño recebido les debia hacer mas recatados, y avisar que los moros en ninguna cosa guardan la fe y la palabra. Verdad es que ellos se excusaban con la costumbre que tenian durante el tiempo de las treguas, de hacer los unos y los otros cabalgadas y correrías, y aun se tomaban lugares con tal que la batería no pasase de tres dias y que no asentasen ni fortificasen cerca del pueblo

que batian sus reales. Desta misma licencia y color se aprovecharon los moros al principio del año siguiente 1482 para acometer á Castellar y á Olbera, mas no los pudieron tomar. Los nuestros, movidos destos daños tan ordinarios, se determinaron á vengallos. Juntaron en Sevilla buen número de gente y todo lo al que era necesario. Consultaban entre sí por qué parte seria bueno hacer entrada en tierra de moros, cuando les vino aviso que la villa de Alhama tenia pequeña guarnicion y flaca, y las centinelas poco cuidado; que seria á propósito acometer á tomalla. Diego de Merlo, asistente de Sevilla y que tenia el cargo de la guerra, trató esto con el marqués de Cádiz don Rodrigo Ponce. Acordaron de acudir á toda priesa de noche y por caminos extraordinarios., Llevaban dos mil y quinientos de á caballo y cuatro mil peones; llegaron en tres dias á un valle rodeado por todas partes de recuestos y collados mas altos. Allí los capitanes avisaron á los soldados que venian cansados del camino que Alhama no distaba mas que media legua, que era justo de buena gana llevasen el trabajo restante para vengarse de los moros, perpetuos enemigos de cristianos. Demás desto, les avisaron de la presa y saco. Trecientos escogidos y pláticos entre todos los soldados se adelantaron. Estos, llegado que hubieron muy de noche, como vieron que nadie se rebullia en el castillo, puestas sus escalas, subieron á la muralla. El primero se llamaba Juan de Ortega, y despues dél otro Juau, natural de Toledo, y Martin Galindo, todos tres soldados muy denodados y

animosos. Mataron las centinelas que hallaron dormidas, y degollados algunos otros, abrieron la puerta del castillo que sale al campo, por la cual entraron los demás soldados. Los del pueblo, espantados con aquel sobresalto, acuden á las armas; hicieron reparos y palizadas para que del castillo no les pudiesen entrar el pueblo, que luego al reir del alba probaron los nuestros á ganar. No pudieron salir con su intento; antes Sancho de Avila, alcaide de Carmona, y Martin de Rojas, alcaide de Arcos, como quier que fuesen los primeros al arremeter, pagaron su osadía con las vidas. En la misma puerta del castillo cayeron muertos por los tiros, flechas, dardos y piedras que les arrojaron. El negocio no sufria tardanza. Está aquel lugar distante de Granada solamente ocho leguas; corrian peligro que toda la reputacion ganada con la toma del castillo la perdiesen si luego no se apoderaban del pueblo. La dificultad por entrambas partes era grande. Algunos pretendian que seria bien abatir y quemar el castillo, y con esto volver atrás. Los mas atrevidos y arriscados, gente acostumbrada á poner su vida á riesgo por la esperanza de la victoria y codicia de la ganancia, eran de contrario parecer, que no se alzase la mano hasta salir con la empresa; así se hizo; á un mismo tiempo acometieron á entrar por diversas partes. Algunos de fuera escalaron el muro. Acudió contra ellos la fuerza de los moros de la villa, que dió lugar á los que estaban dentro del castillo de entrar el pueblo por aquella parte. Peleóse valientemente por las calles; los fieles se aventajaban en el esfuerzo; el número de los moros era mayor; y dado que era gente flaca por la mayor parte mercaderes, y el regalo de los baños, que los hay en aquella villa muy buenos, les tenia debilitadas las fuerzas; todavía la misma desesperacion, arma muy fuerte en el peligro, los hacia muy animosos. Duró la pelea hasta la noche, cuando contra la obstinacion de los enemigos prevaleció la constancia de los nuestros. Los que se recogieron á la mezquita, que fueron muchos en número, parte degollaron, y los demás tomaron por esclavos. Desta manera la pérdida de Zahara se recompensó, y del agravio se tomó la debida satisfaccion; mas perdieron los moros que ganaron, y su insulto se rebatió con hacerles mayor daño. Estos fueron los primeros principios de aquella larga guerra y sangrienta. Sobre la toma de Alhama anda un romance en lengua vulgar, que en aquel tiempo fué muy loado, y en este en que los ingenios están mas limados no se tiene por grosero, antes por elegante y de buena tonada. Ganóse Alhama á postrero de febrero. Esta pérdida puso grande espanto en los moros, y á los fieles en grande cuidado. Los moros, por ver que los contrarios llegaron tan cerca de la ciudad de Granada, se recelaban de mayores daños, y temian no fuese venido el fin de aquel principado y reino. Congojábanles algunas señales vistas en el cielo, y un viejo adevino, luego que los moros tomaron á Zahara, refieren dijo en Granada á gritos: «Las ruinas deste pueblo ¡ ojalá yo mienta! caerán sobre nuestras cabezas. El ánimo me da que el fin de nuestro señorío en España es ya llegado.» Todo esto fué causa que con mayor diligencia hiciesen gente por toda aquella provincia; el mis

mo rey Albohacen apresuradamente acudió la vuelta 'de Alhama con tres mil de á caballo que llevaba y como cincuenta mil de á pié. Atemorizaba á los nuestros este ejército tan grande. Las cosas las tenian tan adelante, que no podian sin daño y mengua desistir de aquella empresa ni volver atrás. Despacharon mensajeros á todas partes á pedir y requerir les socorriesen, y en el entre tanto ni de noche ni de dia no cesaban de fortificar aquella plaza y reparar las partes de la muralla que, ó de nuevo quedaron maltratadas por la batería pasada, ó de antes eran flacas. Dióles la vida que los enemigos por la priesa no trajeron artillería ni los demás ingenios á propósito de batir. Así, toda su porfía salió en vano, ca los nuestros desde la muralla se defendian valientemente, tiraban dardos, saetas, piedras y todo lo demás que les venia á las manos. El mayor debate fué cerca del rio que por allí pasa. Los del lugar, á causa que no tenian dentro fuentes ni cisternas, eran forzados á salir al rio á proveerse de agua; los moros al contrario, pretendian sacarle de madre y echarle por otra parte con que, no sin dificultad y sangre de muchos que les hirieron y mataron, últimamente salieron. La gente del Andalucía, movida por el riesgo que los suyos corrian, acudieron al socorro; en particular desde Córdoba mil caballos y tres mil infantes debajo la conducta de don Alonso de Aguilar. Tenian los enemigos tomados los pasos y atajados los caminos; así, fueron forzados á volver atrás. La esperanza quedaba en don Enrique de Guzman, duque de Medina Sidonia, bien que flaca á causa que demás de las enemistades particulares que tenia con el marqués de Cádiz, de nuevo le irritaran con intentar cosa tan grande como era aquella sin darle parte. El amor de la patria prevaleció en su noble ánimo, y la grandeza del peligro comun hizo que se uniesen los que antes andaban discordes y desgustados. Determinó pues de ir á socorrer á los cercados. Sacó el estandarte de Sevilla, y juntose con otros señores, en especial con don Rodrigo Giron, maestre de Calatrava, y don Diego Pacheco, marqués de Villena. Llevaban cinco mil de á caballo y como cuarenta mil infantes, que de todas partes les acudieron en gran número por el gran deseo que tenian de pelear contra los moros, enemigos de Dios. El rey don Fernando el mismo dia que tuvo aviso de la toma de Alhama y del riesgo de los nuestros, de Medina del Campo, dejado órden que la Reina fuese en pos dél, se partió para allá á grandes jornadas. Escribió á los grandes que en su ausencia no innovasen ni entrasen en tierra de moros, que era necesario llevar mayores fuerzas y mayor número de gente. El negocio le tenian tan adelante, que no podian seguir este órden, mayormente que en la tardanza corrian gran peligro los cercados por la gran falta de agua que padecian. Fué este acuerdo que tomaron saludable y acertado. Los bárbaros no esperaron á que los nuestros llegasen, antes sin venir á las manos alzaron el cerco. Los cercados, idos los enemigos, salieron á recebir á los que les venian de socorro. Saludáronse y abrazáronse con lágrimas que por la alegría les saltaban. El marqués de Cádiz fué el primero á abrazar al duque de Medina Sidonia. Dijéronse palabras muy corteses, con que se so

segaron las diferencias que por muchos años traian entre sí aquellas dos casas. Dichoso principio de que algunos pronosticaban que conforme á él seria el remate próspero y alegre de toda la guerra. Sin embargo, faltó poco para no enturbiarse aquella alegría por un debate que se levantó entre los soldados. La gente que vino de socorro, queria tener parte en los despojos que se ganaron en aquel pueblo. Decian era justo participasen del fruto de la victoria los que se pusieron á tanto riesgo para socorrer á los cercados. De las palabras llegaran á las manos, si el Duque, avisado del peligro, no amansara los ánimos de los suyos con pocas palabras que les dijo: «Quédense, dijo, soldados con los despojos aquellos á quien la fortuna los dió; nos por la honra y por la salud comun hemos trabajado. Este sea el fruto de presente, que para adelante, pues se ha de proseguir la guerra, yo os aseguro serán vuestras con vuestro esfuerzo y valor todas las riquezas de los moros del reino de Granada. » Con estas palabras se sosegó la riña; dejaron nueva guarnicion en el pueblo de soldados, y con tanto las demás gentes volvieron atrás. No faltó el Moro á la ocasion que se le presentaba; antes volvió luego al cerco con mayor coraje que antes, ansimismo diversas bandas de moros entraron á robar por los campos comarcanos del Andalucía. La parte mas alta de Alhama por su sitio y ser la subida agria fué ocasion de descuidarse en guardalla. Los contrarios, convidados desta ocasion, una noche, á 20 de abril, al amanecer la subieron. Despertaron los cristianos, acudieron al peligro, pelearon valientemente, y cargaron sobre los contrarios con tal furia, que algunos de los bárbaros perdieron las vidas, otros por las salvar se echaron de los adarves abajo; desta manera escaparon los nuestros deste gran peligro. Los que mas se señalaron en esta refriega y rebate fueron dos ciudadanos de Sevilla, llamados el uno Pedro Pineda, y el otro Alonso Ponce.

y

CAPITULO II.

Cómo el rey Albohacen fué echado de Granada.

Al mismo tiempo que Alhama estaba cercada y los moros la batian con todas sus fuerzas, en Córdoba los reyes luego que llegaron comenzaron á tratar de la manera cómo se debia hacer aquella guerra. Los mas recatados eran de parecer que desamparasen á Alhama por estar rodeada de enemigos y los socorros léjos, además que de ordinario el suceso de la guerra es dudoso y sus trances variables. La Reina con ánimo varonil juzgó la debian defender. Hacíasele de mal desamparar aquella plaza por ser la primera que en su tiempo se ganó de moros; ¿qué otra cosa seria hacerlo, sino dar muestra de miedo muy feo, con que los enemigos se animarian, y al contrario los nuestros perderian el brio? Este parecer prevaleció, y aun para ganar mayor reputacion acordaron de tomar una nueva empresa, y si bien en esto los pareceres tambien eran diferentes, siguieron el de Diego de Merlo, de quien el Rey hacia mucho caso, y fué poner cerco sobre Loja, ciudad muy fuerte en aquella comarca, y que no cae muy lejos de Alhama. Dióse órden que la masa del

ejército se hiciese en Ecija; juntáronse cinco mil de á caballo y ocho mil infantes, número pequeño para intento tan grande. Con parte destas gentes, ya partidos los moros, llegó el Rey á Alhama á 29 de abril; guarnecióla de nuevos soldados, y por su generalá don Luis Portocarrero, señor de Palma, guerrero de fama y de cuenta en aquel tiempo. Luego despues desto; talado que hobo la vega de Granada, sin recebir daño alguno se volvió á Córdoba para dar órden en las demás cosas que eran necesarias para la guerra, mayormente que la Reina estaba cercana al parto y queria hallarse presente. Parió dos criaturas á 29 de julio, la una en tiempo, que se llamó doña María, la otra por nacer antes de tiempo no vivió. El vulgo tomó desto ocasion para hablar diversamente y hacer pronósticos sobre aquella guerra, unos de una manera, y otros de otra, como á cada cual se le antojaba. El temor que muchos tenian se aumentó por una tristeza extraordinaria que se veia en los que llevaban los estandartes reales á la iglesia mayor para que allí los bendijesen; otros se burlaban de todo esto como de cosas vanas y que suceden acaso. El dia siguiente el Rey partió para Ecija, acompañado de muchos señores; casi ninguna persona de cuenta habia que no desease ayudar en aquella empresa. Conforme á lo que tenian acordado y pretendian, fueron sobre Loja. Llegados á aquella ciudad, asentaron sus estancias, y las barrearon junto á los arrabales entre los olivares por la parte que pasa el rio Genil tan cogido y acanalado, que apenas se puede vadear, y por sus riberas, que son muy altas. El lugar era estrecho y no á propósito para extenderse la caballería, y por estar los ciudadanos apoderados de la puente con dificultad podian pasar de la otra parte del rio. Está allí cerca un ribazo ó cuesta, llamada de Albohacen, de que por será propósito para impedir las salidas de los enemigos y por enseñorear la ciudad, se dió cuidado al maestre de Calatrava y á los marqueses de Villena y de Cádiz que se apoderasen della y allí hiciesen sus estancias. Dentro de la ciudad tenian hasta tres mil de á caballo con un valiente capitan, llamado Alatar. Estos hicieron diversas salidas, en especial un sábado, animados con nuevas compañías que les acudian y con la esperanza que en breve serian socorridos por el mismo rey Moro que desde Granada venia con gente, divididos en dos escuadrones, acometieron el cuerpo de guardia que tenian los nuestros en aquel ribazo. Con el sobresalto las guardas dieron las espaldas; los demás que allí alojaban salieron á pelear, pero sin órden de batalla y sin dejar alguna guarnicion en los reales. Vino esto á noticia de los contrarios; así, el uno de los escuadrones casi sin poner mano á las armas se apoderó dellos, que fué ocasion de gran miedo y espanto para los que peleaban. Volvieron á la defensa de sus estancias y tornaron á pelear con grande ánimo. Apretábanlos los enemigos por frente y por las espaldas, que fué causa de perderse los nuestros. Murió en la pelea el maestre de Calatrava con dos saetas; la una le acertó debajo del brazo, cuya herida fué mortal. Su muerte causó gran compasion por ser personaje tan grande y estar en la flor de su edad, que no pasaba de veinte y cuatro años; otros muchos fueron muertos con él; los

demás se salvaron por los piés. El Rey, alterado por este revés, como era justo, y entendiendo, aunque tar-* de, ser verdad lo que su hermano el duque de Villahermosa le tenia avisado que los reales se asentaron mal y que no tenia fuerzas bastantes para empresa tan grande, juntamente con la nueva que le vino que el campo enemigo marchaba, el dia siguiente, recogido el bagaje, volvió atrás sin parar hasta que llegó á la Peña de los Enamorados, que está de Loja distante siete leguas. Ayudó mucho para que no recibiesen grande daño que se retiraron en ordenanza. A los moros, que no cesaban de picar en la retaguardia, hizo rostro el marqués de Cádiz con los suyos. El denuedo y la carga fué tal, que por no poderla los moros sufrir, se recogieron á la ciudad. Este fué el suceso desta empresa mal trazada. No faltaron rumores de gente que publicaba que por asechanzas que su misma gente puso al rey don Fernando, le fué forzoso, dejado el cerco, retirarse; mas él en cartas que despachó á todas partes se excusaba de la retirada por el pequeño número de soldados que tenia, en especial que muchos desamparaban las banderas, con que las compañías quedaban muy flacas, por ser gente allegadiza y enviada de las comunidades y que no tiraba sueldo del Rey; cosa á que la necesidad de los tiempos y falta de dinero forzaba; por lo demás sujeta á grandes inconvenientes, como aconteció entonces. De pequeños principios suelen resultar grandes tropiezos y daños. Así, los moros, ensoberbecidos por lo que sucedió, volvieron á poner cerco sobre Alhama, no con menor resolucion que antes ni con menor coraje. El rey don Fernando, movido del peligro de los cercados acudió en persona á 14 de agosto, y con su ida les proveyó de vituallas para nueve meses, seña❤ ló otrosí para la tenencia de aquella plaza á don Luis Osorio, que si bien era electo obispo de Jaen, sabia mucho de la guerra y era persona de grande ánimo. Demás desto, para que la reputacion fuese mayor, de nuevo dió la tala á la vega de Granada, y en ella quemó y robó todos aquellos campos. Salieron de Granada seiscientos moros de á caballo para hacer resistencia. El conde de Cabra y el comendador mayor de Calatrava les hicieron rostro, mataron buen número, y forzaron á los demás á recogerse á la ciudad; grandes daños para los moros, y sobre todos el mayor y mas perjudicial la discordia y bandos que tenian entre sí; por la cual causa gran número de los ciudadanos de Granada, tomadas las armas, forzaron á Albohacen que se saliese de Granada. Achacábanle que tiranizaba la gente y que por su mal órden y locura dió causa para que se emprendiese aquella guerra tan brava. Pusieron en su lugar á su mismo hijo Mahomad Boabdil, llamado vulgarmente el rey Chiquito; otros le llaman Hali Muley Alcadurbil. Por el rey Albohacen quedaron todavía Málaga y Baza con otras ciudades. Desta manera aquella nacion se dividió en dos parcialidades, que no les daban menos trabajo, ni los tenian puestos en menor aprieto que los enemigos de fuera; estado miserable y revuelto, como se puede pensar, cuando dos se llaman reyes, y mas en una provincia pequeña. Lo que hace maravillar es que dado que andaban tan revueltos, ninguna de las partes llamó á los fieles en su socorro; antes

consta que en lo mas recio de aquella guerra civil hicieron diversas entradas y cabalgadas en tierra de cristianos, y aun tomaron la villa de Cañete, que está asentada á la frontera de aquel reino; muestra en aquella ocasion de ánimo muy grande y resolucion notable.

CAPITULO III.

De la rota que los moros dieron á los cristianos en los montes de Málaga.

Los reyes por cosas que sobrevinieron fueron forzados á desistir por un poco de tiempo de la guerra de los moros y dar la vuelta al reino de Toledo. Por su ausencia encargaron la frontera de Ecija á don Pedro Manrique, al cual poco antes, de conde de Treviño, intitularon duque de Najara ; á don Alonso de Cárdenas, maestre de Santiago, dejaron por frontero en Jaen; á don Juan de Silva, conde de Cifuentes, encomendaron el gobierno de Sevilla, por muerte de Diego de Merlo, que falleció en aquel cargo á este tiempo. Compuestas las cosas en esta forma, se fueron á Castilla; llegaron á Madrid á la boca del invierno. En aquella villa se tuvieron Cortes á propósito de reformar con nuevas leyes las hermandades que se ordenaron los años pasados, como queda dicho, para que no usasen mal del poder y de la mano que tenian; querian otrosí que ayudasen para los gastos de la guerra. Acordaron de acudir para ayuda de la guerra de los moros, y se ofrecieron á proveer diez y seis mil bestias de carga para las vituallas y el bagaje de los soldados. Fuera desto el pontífice Sixto mandó contribuir á las iglesias con cien mil ducados por una vez; concedió asimismo la cruzada á todos los que á su costa fuesen á la guerra, por lo menos ayudasen con ciertos maravedís para los gastos, lo cual se tornó á conceder el tercer año adelante; y deste principio, que se continuó adelante, ya todos los años se recoge por este medio gran dinero para los gastos reales; camino que inventaron en aquella sazon personas de ingenio, y que por semejantes arbitrios pretenden adelantarse y ganar la gracia de los príncipes y ayudar á sus necesidades. Demás desto, tomaron de los cambios y de otros particulares gran suma de dineros prestada. Los aragoneses no querian recebir por virey á don Ramon Folch, conde de Cardona, que el Rey tenia señalado para este cargo; decian era contra sus fueros poner en el gobierno de su reino hombre extranjero. Hobo demandas y respuestas; mas al fin el Rey temporizó con ellos, y nombró por virey á su hijo don Alonso de Aragon, arzobispo de Zaragoza. Las cosas de Portugal asimismo y las de Navarra ponian en mayor cuidado á los reyes. Recelábanse no se revolviese y armase tan fuera de sazon alguna guerra por aquellas partes. El rey de Portugal trataba de casar á doňa Juana, su prima, hija de don Enrique, rey de Castilla, con el rey de Navarra don Francisco Febo, que á esta sazon aun no era muerto. Los de Navarra se inclinaban á la parte de Francia. Para ganar al rey de Portugal los Rey y Reina le despacharon á Lope Datouguia, portugués de nacion, y á don Juan de Ortega, obispo de Coria. Al reino de Navarra fué Rodrigo Maldonado, en sazon que ya aquel

Rey mozo era muerto, para tratar que la reina doña Catalina, sucesora de su hermano, casase con el príncipe don Juan, hijo del rey don Fernando. Llevó órden que con todos los medios posibles granjease á todos los que le pareciese ser á propósito, mayormente que se valiese de la parcialidad de los biamonteses, en cuyo poder estaba la ciudad de Pamplona y la mayor parte del reino; que los reyes mas tenian el nombre de sello que autoridad alguna para mandar, si bien tenian puesto por virey á monsieur de Abena, de nacion francés, persona de gran prudencia y grande experiencia de negocios. Madama Madalena, madre de la Reina, dió muestras de alegrarse mucho con la embajada de Castilla, quier fuesen verdaderas, quier fingidas. La respuesta fué que ningun partido se le podia ofrecer mejor; que por su parte no habria dificultad ninguna en efectuar aquel casamiento. En Galicia el Condestable y el conde de Benavente y los aliados de ambos andaban alborotados; cada cual de las partes pretendia apoderarse de los castillos de los obispos para desde allí hacer mal y daño á los contrarios. El rey don Fernando por atajar estos inconvenientes y bullicios mandó á don Hernando de Acuña, su gobernador en aquellas partes, que ganando por la mano se apoderase de aquellas fuerzas. Resultó que como tuviese el Gobernador puesto cerco sobre el castillo de la ciudad de Lugo, don Pedro de Osorio, conde de Lemos, acudió con gentes en ayuda de su hermano, que era obispo de aquella ciudad; ocasion de nueva guerra, que puso en necesidad al rey don Fernando de salir de Madrid á los 11 de febrero del año 1483. No par hasta llegar á Galicia; queria con su presencia dar asiento en todas las cosas. En el mismo viaje le vino nueva de la muerte del conde de Lemos; dejó por su heredero á don Rodrigo, su nieto, el cual su hijo don Alonso hobo fuera de matrimonio. Su abuelo con dispensacion del Pontifice le legitimó, y puso durante su vida en posesion de aquel estado. Resultaron desto nuevos debates á causa que doña Juana, hija del dicho Conde difunto, y casada con don Luis, hijo del conde de Benavente, pretendia para sí aquel condado. Andaban alborotados sobre el caso hasta venir á las manos. El Rey, llegado á Galicia para sosegallos, les mandó que, dejadas las armas, cada uno si→ guiese su derecho por la via de justicia, con apercebimiento de maltratar al que no se allanase, si bien se inclinaba mas á la parte que poseía, es á saber, al nieto del difunto. Andaba ocupado en estos negocios en sazon que los moros cerca de Málaga hicieron grande estrago en los nuestros, que fué el desman mayor que sucedió en toda aquella guerra. Pedro Enriquez, adelantado del Andalucía, recobrado que hobo con la ayuda del marqués de Cádiz á Cañete, villa de su estado, procuró de reparalla, y deseaba vengarse de los mo→ ros; por otra parte, don Alonso de Aguilar y el maestre de Santiago con un buen escuadron de los suyos, animados por algunas cosas que hicieron á su gusto, se determinaron entrar en tierra de moros. Asimismo don Juan de Silva, conde de Cifuentes, asistente de SeviHa, acometió á ganar á Zahara con la gente de á caballo de aquella ciudad. Esta su pretension no tuvo efecto. Despertúlos empero para que con ocasion de

la gente que junta tenian se concertasen todos estos capitanes, divididos en tres escuadrones, dé hacer entrada en los campos de Málaga, tierra muy rica por los ingenios y trato de la seda. Cuidaban por esta causa seria la presa y cabalgada muy grande; el interés los punzaba, y mas á los soldados, que tienen el robo por sueldo y la codicia por adalid. El suceso fué conforme á los intentos que llevaban, y el remate muy triste. Hay cerca de Málaga unos montes, que llaman Ajarquia, fragosos y ásperos por las peñas y matorrales que tienen. Por aquella parte hicieron su entrada; talaron los campos, robaron gentes y ganados, pusieron fuego á las alquerías y á las aldeas, sin perdonar á cosa alguna, con tanto ánimo y denuedo, que algunos de nuestra gente de á caballo con el fervor de su mocedad no pararon basta dar vista y llegar á las mismas puertas de Málaga; atrevimiento, no solo temerario, sino loco, con que irritados los ciudadanos de Málaga y juntamente los que inoraban en aquellas montañas, gente endurecida por la aspereza de los lugares y embravecida por el daño, se apellidaron y se derramaron y los cercaron por todas partes. Quisieran los fieles retirarse, si les dieran lugar. Dos caminos se ofrecian para volver atrás; el mas llano por la ribera del mar era mas largo, y por el castillo de Málaga que está por aquella parte, y los esteros que por allí hace el mar, peligroso; el otro por do vinieron era mas corto, pero fragoso á causa de los bosques y montañas que se traban unas de otras, en especial hay dos montes, que de tal manera se cierran y encadenan, que hacen en medio un valle muy hondo, con un rio que pasa por medio y los divide en dos partes. Abajaron los nuestros á aquel valle llenos de miedo y embarazados con la presa que llevaban, cuando por una parte se vieron acometer por los moros que les venian á las espaldas, y por otra parte oyeron grande alarido de gente que les tenia atajado el paso, causa de mayor espanto; además del cansancio con que venian por el camino de dos dias y falta de comer, no podian pasar adelante, ni les era lícito volver atrás. Hirieron los moros y mataron muchos de nuestra gente con saetas y pelotas de arcabuces que les tiraban, como los que estaban muy ejercitados en la puntería y tirar al blanco. Venida la noche, fué mayor el miedo por la escuridad, que todo lo hace mas espantable, y por la gritería continua que los enemigos daban. Entonces el Maestre: «Hasta cuando, dijo, soldados, nos dejarémos degollar como reses mudas? Con el hierro y con el esfuerzo hemos de abrir camino; procurad á lo menos de vender caro las vidas y no morir sin vengaros.» Dichas estas palabras, comenzó á subir la cuesta, llegaron con dificultad á lo mas alto; allí fué la pelea mas brava, y la matanza en especial de los nuestros muy grande. Entre otros murieron personas muy señaladas por su linaje y hazañas. Al de Cádiz ciertas guias que halló encaminaron por senderos extraordinarios, y le pusieron en salvo por otra parte. El escuadron del conde de Cifuentes, que era el postrero, recibió mayor daño; él mismo y su hermano Pedro de Silva fueron presos y llevados á Granada. Parecia que todos pasmaban y que tenian entorpecidos los miembros sin podellos menear; de dos mil y setecientos de á caballo que lleva

ban, fueron muertos ochocientos, y entre ellos tres hermanos del marqués de Cádiz, es á saber, Diego, Lope y Beltran, sin otros deudos suyos. El número de los cautivos fué casi doblado; entre ellos cuatrocientos de lo mas noble de España. Algunos pocos con el Maestre se salvaron por los desiertos y matorrales, que con afan llegaroná Antequera ; otros, cada cual segun le guiaba la esperanza ó temor, fueron á parar á diversas partes. Sucedió este desastre señalado á 21 de marzo, dia de san Benito, que por entonces de alegre se mudó en triste y desgraciado para España. La mengua se igualó al daño. El caudillo de los moros, llamado Abohardil, hermano del rey Albohacen y gobernador de Málaga, con el buen suceso desta empresa ganó gran crédito y reputacion de esforzado y prudente entre los de su nacion y aun para con los cristianos.

CAPITULO IV.

Que el rey Mahomad Boabdil fué preso.

Los ánimos de los cristianos en breve se conhorla ron de la gran tristeza y lloro que les causó aquel desastre, por otro mayor daño que hicieron en los moros, con que su atrevimiento se enfrenó. Peleaban entre sí los dos reyes moros Albohacen y Boabdil con grande pertinacia y porfia; solamente concordaban en el odio implacable y deseo que tenian de hacer mal á los cristianos. Ponian la esperanza de aventajarse contra la parcialidad contraria en perseguir y hacer daño á los nuestros, y por esta via ganar las voluntades y favor del pueblo. Por esto y por la victoria susodicha que ganó su padre, Boabdil en competencia se resolvió de acometer por otra parte las tierras de cristianos. Juntó un buen número de gente de á caballo y de á pié, así de los suyos como de la parcialidad contraria; hizo entrada por la parte de Ecija; llevaba intento y esperanza de apoderarse de Lucena, villa mas grande y rica que fuerte. Dióle este consejo Alatar, su suegro, persona que de muy bajo suelo, tanto, que fué mercero, á lo menos esto significa su nombre, por su gran esfuerzo pasó por todos los grados de la milicia y llegó á aquella honra de tener por yerno al Rey, además de las muy grandes riquezas que habia llegado; y estaba acostumbrado á hacer presas en tierra de cristianos, en particular en la campiña de Lucena. Diego Fernandez de Córdoba, alcaide de los Donceles, que era señor de aquel pueblo, junto con otros lugares que por allí tenia, luego que supo lo que los moros pretendian, advirtió á su tio el conde de Cabra del peligro que corria. A causa del estrago pasado quedaba muy poca gente de á caballo por aquella comarca, fuera de que los moradores de Lucena estaban amedrentados, y los muros no eran bastantes para resistir á los bárbaros. Llegaron los moros á 21 de abril. El Alcaide recogió los moradores á la parte mas alta del lugar. Fortificó otrosí con pertrechos, guarneció con soldados, que llegó hasta docientos de á caballo y ochocientos de á pié de los lugares comarcanos, lo mas bajo de la villa, por entender que los moros acometerian por aquella parte. Fué mucho el esfuerzo de los soldados, tanto, que los enemigos perdieron la espéranza de ganar la villa; mas

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