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por alguna gente que perdieron en el combate y otros que les hirieron, en venganza volvieron su rabia contra los olivares. Demás desto, Amete, abencerraje, con trecientos de á caballo dió la tala á la campiña de Montilla. Tenia este con el alcaide de Lucena Diego de Córdoba conocimiento y familiaridad á causa que los años pasados los abencerrajes echados de Granada, estuvieron en Córdoba mucho tiempo. Hecho pues lo que le encomendaron, vuelto á Lucena, convidó al Alcaide para tener habla con él, con intento, debajo de color de amistad, de ponelle asechanzas y engañalle, Un engaño fué burlado con otro. Dió esperanza el Alcaide de rendir el pueblo; con que entretuvo al enemigo hasta tanto que llegase el conde de Cabra. Como el Bárbaro supo que se acercaba, alzados sus reales, comenzó á retirarse la vuelta de su tierra con la presa, que era muy grande. Los cercados, avisados de lo que pasaba, salieron de la villa, acometieron á la retaguardia para impedilles el camino y entretenellos. Entre tanto como llegase el conde de Cabra, se determinó cargar á los enemigos, que iban turbados con el miedo, revueltos entre sí y sin ordenanza. Apenas los venideros creerán esto, que con ser los moros diez tantos en número, no pudieron sufrir la primera vista de los contrarios. Dios les quitó el entendimiento; y la fama, como de ordinario acontece, de que el número de los nuestros era mucho mayor los hizo atemorizar. Está un arroyo legua y media de Lucena en el mismo camino real de Loja; las riberas frescas con muchos fresnos, sauces y tarais, y á la sazon por las lluvias del verano llevaba mucha agua ; la gente de á pié, pasado el arroyo, se pusieron en huida sin otro ningun cuidado mas de llevar la presa delante; la gente de á caballo, aunque atemorizada por la misma cansa, hizo rostro. El rey Bárbaro procuró animallos, dijoles: «¿Dónde vais, soldados? ¿Qué furor os ha cegado los entendimientos? ¿Por ventura estáis olvidados que estos son los mismos que poco há fueron vencidos por menor número de los nuestros? Tendréis pues vos y ellos en esta pelea los ánimos que suelen tener los vencedores y vencidos. Mirad por la honra, por vos mismos y por lo que dirá la fama. ¿Pensais que á las manos entorpecidas pondrán en salvo los piés?» Poco aprovecharon estas palabras. Marcharon á priesa los cristianos; acometió por el un costado don Alonso de Aguilar, que desde Antequera con cuarenta de á caballo y algunos pocos peones mezclados acudió á la fama del peligro. Los bárbaros, sea que sospechasen que el número era mayor, ó lo que yo mas creo, por habellos amedrentado Dios, dieron las espaldas y se pusieron en huida. El Rey se apeó de un caballo blanco en que iba aquel dia, procuró esconderse entre los árboles y matas de aquel arroyo con deseo de escapar si pudiese. Halláronle allí tres peones, y él mismo porque no le matasen, dió aviso de quién era. Así le prendieron, y el Alcaide, que seguia el alcance, le mandó llevar á Lucena. El estrago que hicieron los nuestros hasta la noche en los que huian fué tal, que mataron mas de mil de á caballo, y entre ellos al mismo Alatar, viejo de noventa años, y como cuatro mil peones, parte quedaron muertos, parte presos; juntamente les quitaron la presa. Con el aviso desta

victoria los Reyes, que á la sazon se hallaban en Madrid, acordaron partir entre sí los negocios, que eran muy grandes. La reina doña Isabel fué á la raya de Navarra para apresurar lo del casamiento de su hijo, por el gran deseo que tenian de impedir á los franceses la entrada en España y la posesion del reino de Navarra. El rey don Fernando se partió al Andalucía para cuidar de la guerra. Salió de Madrid á 28 de abril; llegado á Córdoba, se trató de hacer la guerra con mayores fuerzas y apercebimientos que antes, en especial que los moros por la prision del rey Chiquito se tornaron á unir debajo de su rey Albohacen, que volvió al señorío de Granada, dado que muchos de los ciudadanos, aunque sin cabeza, todavía perseveraban en su primera aficion, personas á quien ofendia la vejez, crueldad y avaricia de aquel Rey. Juntaron los nuestros á toda diligencia seis mil de á caballo y hasta cuarenta mil infantes; con este ejército volvieron á la guerra. Iba por su caudillo el mismo rey don Fernando; hizo destruir los arrabales de Illora, y tomó por fuerza y echó por el suelo á Tajara, pueblo cerca de Granada, en cuya batería don Enrique Enriquez, tio del Rey y mayordomo de la casa real, fué herido, y para curalle le enviaron á Alhama. Despues desto llegaron á la vega de Granada, en que hicieron grande destrozo, quemaron y talaron todo lo que hallaban, y para mayor seguridad de los gastadores, asentaron los reales en un puesto fuerte, desde donde los enviaban guarnecidos de soldados y con escolta á hacer daño en los campos comarcanos, con tanto menor peligro suyo y mayor perjuicio de los enemigos. El rey Albohacen, por no fiarse de los ciudadanos, no se atrevió á salir de la ciudad, solo algunos pocos soldados se mostraban por los campos con intento de prender á los que se desmandasen y pelear á su ventaja. Envió otrosí aquel Rey desde Granada sus embajadores; prometia si le entregaban á Boabdil, su hijo, que daria en trucque al conde de Cifuentes y otros nueve de los mas principales cautivos que tenia; otras condiciones ofrecia para hacer confederacion, pero insolentes y demasiadas. Era de su natural feroz, y ensoberbecíale mas la victoria que poco antes ganara. El rey don Fernando rechazó las condiciones, ca decia no ser venido para recebir leyes, sino para dallas, y que no habia que tratar de paz en tanto que no dejaba las armas. Los nuestros eran aficionados á Boabdil; el favor y la misericordia tienen á las veces ímpetus vehementes. El marqués de Cádiz y otros no cesaban de persuadir al Rey que le pusiese en libertad; que por este medio sustentase los bandos y parcialidades entre aquella gente, cosa muy perjudicial para ellos y muy á propósito para nuestros intentos. Acabadas pues las talas y puesta guarnicion en Alhama, y por cabeza don Iñigo Lopez de Mendoza, conde de Tendilla, con órden, no solo de defender el pueblo, sino tambien de hacer salidas y robar las tierras comarcanas, el rey don Fernando volvió á Córdoba. Allí por su mandado trajeron el Rey preso del castillo de Porcuna, pueblo que los antiguos llamaron Obulco. Como él se vió en presencia del Rey, hincó la rodilla y pidióle la mano para besalla. Abrazóle el Rey y hablóle con mucha cortesía. Parecióle era justo tenelle respeto y honralle

pagar y entretener los soldados moneda de cartones, de una parte su firma, y por la otra el valor de cada cual de las monedas, con promesa de trocallas con buena moneda y legal pasado aquel aprieto y necesidad; traza notable y usada de grandes personajes. Este año, á 15 de noviembre, dió el Papa el capelo al obispo de Girona don Juan de Melguerite, embajador por su Rey en aquella corte. Escribió de los reyes de España una breve historia, que intituló Paralipomena; pocos meses gozó de aquella dignidad. Yace sepultado en Roma en nuestra Señora del Pópulo.

como á rey, dado que fuese bárbaro y su prisionero. Trataron de concertarse; finalmente, se hizo con estas condiciones que Boabdil diese en relienes á su hijo mayor con otros doce hijos de los mas principales moros para seguridad que no faltaria en la devocion, obediencia y homenaje del rey de Castilla; mandáronle otrosí que pagase cada un año doce mil escudos de tributo, y viniese á las Cortes del reino cuando fuese avisado; demás desto, que por espacio de cinco años pusiese en libertad cuatrocientos esclavos cristianos. Con esto le otorgaron libertad y licencia de quedarse en su secta y le enviaron á su tierra. El rey don Fernando, puestas nuevas guarniciones por aquellas partes y señalado Luis Fernandez Portocarrero para que en lugar del maestre de Santiago tuviese el gobierno de Ecija y cargo de aquella frontera, se partió de Córdoba para do la Reina le esperaba. En la misma sazon mil y quinientos moros de á caballo y cuatro mil de á pié, debajo la conducta de Bejir, gobernador de Málaga, rompieron por la campiña de Utrera; mas fueron rechazados por el esfuerzo de Portocarrero y del marqués de Cádiz, que les salieron al encuentro, y los desbarataron cerca de Guadalete con grande estrago que en ellos hicieron. Para memoria de aquel servicio se despachó un privilegio en que se concedió á los marqueses de Cádiz para siempre jamás que todos los años hobiesen el vestido que los reyes vistiesen el dia de nuestra Señora de Setiembre, premio muy debido á sus hazañas y lealtad, mayormente que dentro del mismo mes, no solo desbarató á los moros,

CAPITULO V.

De las cosas de Navarra.

Los navarros no sosegaban; demás de las parcialida des antiguas, al presente, por el poco caso que hacia la gente de los que gobernaban, los odios tenian menos enfrenados y reprimidos, sin que se pudiese entre ellos asentar una paz firme y duradera. Muchas veces se dejaron las armas, y muchas las tornaron á tomar. Estaban las cosas de tal manera trabajadas, que apenas se pudieran reparar con una larga paz, cuando se emprendió de otra parte una nueva guerra. Juan, vizconde de Narbona, tio de la reina doña Catalina, pretendia aquel reino con achaque que cuando murió la reina doña Leonor, su madre, él debia suceder como pariente mas cercano que los nietos, además que no podia mujer heredar aquella corona; concluia que contra derecho y

como queda dicho, sino tambien re-justicia aquella señora tomó la posesion de aquel reino.

Esto decia y alegaba; la verdadera causa del daño era el poco caso que hacia de la Reina por ser mujer y por su poca edad; que de otra suerte, ¿qué derecho podia pretender, pues constaba que muchas veces los nietos se preferian á los hijos menores, y aquel reino recayó en hembras diversas veces? La mudanza de los príncipes y

cobró á Zahara, que la tomó de sobresalto. Fueron los reyes don Fernando y doña Isabel á la ciudad de Victoria; tenian poca esperanza de efectuar aquel casamiento que pretendian. Madama Madalena á persuasion del rey de Francia, su hermano, se excusaba con la edad de los novios, que era muy desigual, ca el Príncipe era niño, y su hija casadera. Decia que semejantes casa-sus muertes dan ocasion á semejantes pretensiones, y la

mientos pocas veces salen acertados. En aquella ciudad el conde de Cabra y el alcaide de los Donceles por mandado de los reyes fueron recebidos solemnemente, y para mas honrallos en compañía del cardenal de Toledo don Pero Gonzalez de Mendoza les salieron al encuentro toda la nobleza y todos los prelados; honra que muy bien se les empleaba. En particular hicieron merced al conde de Cabra de cien mil maravedís de juro por toda su vida. Concediéronle otrosí que á sus armas antiguas añadiese y pintase en su escudo la cabeza de un rey coronado, y al derredor por orlo nueve banderas en señal de otras tantas que ganó de los moros cuando de sobre Lucena se retiraban, todo á propósito de gratificar aquel servicio, y despertar á otros á emprender cosas grandes por la patria y por la religion. Cayóse con las aguas del invierno de repente gran parte de la muralla de Alhama; los soldados por miedo trataban de desamparar aquella plaza. El conde de Tendilla con prudente y presto consejo hizo tender un lienzo en toda aquella abertura, pintado de tal manera, que parecia no faltar cosa alguna; con esto antes que el enemigo advirtiese el engaño y fuese avisado de lo que pasaba, tuvieron lugar de reparar lo caido y asegurarse. Hizo otrosi por la grande falta de diuero para

insaciable codicia de reinar no se mueve por alguna razon ni se enfrena. No tenia esperanza de alcanzar por bien y por via de justicia su pretension; con las armas hizo que todo el condado de Fox le reconociese por sc|ñor, castillos y pueblos, parte de su voluntad, parte por fuerza. Los mas favorecian sus intentos por la memoria que tenian de los señores pasados y por el miedo y odio de sujetarse por medio del casamiento de la Reina á algun señor extranjero. Para sosegar estos bullicios tenian necesidad de mayores fuerzas, y las cosas pedian algun varon que las gobernase. Pareció apresurar el casamiento de la Reina, sobre que resultaron nuevas dificultades. Madama Madalena, su madre, se inclinaba á la casar en Francia. Los navarros pretendian tener por costumbre que se tratase y determinase en los estados y Cortes del reino del casamiento de sus reyes; que los matrimonios que sin dalles parte é contra su voluntad se efectuaban, siempre salieron desgraciados; en particular los moradores de Tudela protestaron que si de otra forma se hiciese, se entregarian al rey don Fernando, el cual á la sazon en Tarazona tenia Cortes de Aragon por principio del año 1484, sin que haya sucedido cosa memorable, sino que los catalanes al principio rehusaron de hallarse en ellas. Alegaban que,

conforme á sus fueros, no era lícito llamallos fuera de su provincia, pero al fin se conformaron con la voluntad del Rey. En el entre tanto doña Catalina, reina de Navarra, se casó con Juan de Labrit, hijo de Alano, persona muy noble, y que tenia grandes estados en Francia, es á saber, lo de Perigueux, lo de Limoges, lo de Dreux, sin otros pueblos y señoríos. Deste casamiento resultaron nuevas alteraciones en Navarra. El rey don Fernando, con intento de aprovecharse del temporal turbio para ensanchar su estado y vengar la poca cuenta que dél se tuvo, al contrario de lo que antes hizo, él se quedó en aquella comarca, y envió á la Reina á la Andalucía para aprestar lo necesario para continuar la guerra de los moros. Las cosas no daban lugar á descuidarse, ca tenian aviso que todavía el poder de Albohacen iba en aumento, y que tenia debajo de su obediencia casi toda aquella nacion; que su hijo apenas dentro de la ciudad de Almería que la tenia por suya, y con poca gente que se le arrimaba, conservaba el nombre de rey. La principal causa desta mudanza era que aquella gente le aborrecia como renegado, por lo menos aficionado á los cristianos. Los predicadores que su padre envió por todas partes no cesaban de maldecille y declaralle al pueblo por blasfemo y descomulgado. De nuestra parte las gentes de Córdoba y de Sevilla, en número de mas de diez mil hombres, por el mes de abril, por toda la campiña de Málaga, talaron las mieses que estaban ya para segarse, con que pusieron grande espanto, y con los grandes daños que hicieron, se satisficieron en el mismo lugar del que se recibió el año pasado. Sobre todo pretendian y confiaban que los moros, cansados con tantos males, en fin se vendrianá sujetar, pues de Africa no les venia socorro ninguno, á lo menos de importancia, sea por estar aquella gente embarazada en sus guerras, sea porque los nuestros con sus armadas, como señores que eran del mar, no daban lugar á los contrarios de rebullirse. Esto dió ocasion yavilenteza á los ginoveses para que debajo de la conducta de un cosario llamado Jordieto Doria, trabajasen las riberas de Cataluña y de Valencia, que se hallaban sin armada. Robaron, quemaron y mataron todo lo que hallaban. Fueron los ginoveses antiguamente competidores por el mar de los catalanes, y al presente les dió lugar para desmandarse cierta discordia que resultó en aquella ciudad, y la poca autoridad que por esta causa aquella república tenia. Fué así, que á Pedro Fregoso, duque de aquella señoría, echó de la ciudad y despojó de su dignidad Paulo Fregoso, arzobispo de Génova y cardenal, sin tener consideracion al parentesco que los dos tenian. Cargábale que llamaba á los duques de Milan para entregalles aquella ciudad. Erales al pueblo muy pesado que los milaneses, malos antes de sufrir, volviesen á gobernallos; además que por haber gustado una vez la libertad, no podian llevar el señorío de ninguno, puesto que fuese muy blando, ni sabian templarse en sus pasiones. Lo que resultó fué que se aparejó á costa de aquel reino en Valencia una nueva armada, y por su capitan Mateo Escrivá, á propósito de reprimir el orgullo de los cosarios y defender nuestras riberas. Demás desto, las cosas eclesiásticas andaban tambien revueltas en aquellos estados y corona; para

todo era necesaria la presencia del rey don Fernando. El caso pasó desta manera: por la muerte del maestre de Montesa Luis Dezpuch, persona en aquella era de gran fama, prudencia y valor, bien así como cualquier otro de los muy nombrados, los caballeros de aquella 6rden pusieron en su lugar á don Filipe Boil. Alegaba contra esta eleccion el rey don Fernando que el sumo Pontífice le concediera una bula, en que disponia que sin su voluntad no pudiese ser elegido de nuevo ningun maestre; las voluntades de los reyes son vehementes, así fué necesario que, depuesto el nuevo electo, sucediese en su lugar don Filipe de Aragon, sobrino del Rey, hijo de don Cárlos, príncipe de Viana, que, aunque señalado por arzobispo de Palermo, se contentó de trocar aquella dignidad con el maestrazgo de Montesa. Demás desto, el pontífice Sixto por la muerte de don Iñigo Manrique, arzobispo de Sevilla, dió aquella iglesia al cardenal Rodrigo de Borgia, cosa que sintió mucho el rey don Fernando, hasta mandar prender á Pero Luis, duque de Gandía, bijo que era de aquel Cardenal; torcedor con que al fin alcanzó que, revocada la primera gracia, don Diego de Mendoza, obispo que era de Palencia, fuese hecho arzobispo de Sevilla por contemplacion de su hermano el conde de Tendilla y de su tio el cardenal de España. Por esta eleccion don Alonso de Búrgos, que era obispo de Cuenca, pasó al obispado de Palencia; á Cuenca don Alonso de Fonseca, obispo de Avila; el obispado de Avila se dió á fray Hernando de Talavera, prior en Valladolid de nuestra Señora de Prado. Desta manera en España los reyes pretendian fundar el derecho de nombrar los prelados de las iglesias. La revuelta que andaba en Italia fué causa que en muchas cosas se disimulase con los príncipes; y aun en esta misma sazon se emprendió entre los venecianos y neapolitanos una nueva guerra. La ocasion fué ligera; la alteracion grande por acudir los demás príncipes de Italia, unos á una parte, otros á otra. El principio y causa desta guerra fué que los venecianos pretendian maltratar á Hércules, duque de Ferrara, y los de Nápoles acudieron á su defensa por estar casado con una hija de don Fernando, rey de Nápoles. En lo mas recio desta guerra falleció el papa Sixto á 12 de agosto. Sucedióle el cardenal Juan Bautista Cibo, natural de Génova, con nombre que tomó de Inocencio VIII. En el mismo tiempo pasó otrosí desta vida don Iñigo Davalos, hijo del condestable don Ruy Lopez Davalos. Tuvo este caballero gran cabida con los reyes de Nápoles; alcanzó grandes riquezas, y fue muy señalado, bien así como cualquier otro, en las armas. De su mujer Antonela, hija de Bernardo, conde de Aquino y marqués de Pescara, dejó muchos hijos; el mayor se llamó don Alonso y le sucedió en el marquesado; demás dél á Martin, Rodrigo y lñigo, que fué marqués del Vasto; fuera destos á Emundo y una hija, llamada doña Costanza, personas de quien descienden muchos príncipes de Italia. En especial don Fernando, marqués de Pescara, hijo de don Alonso, con sus muchas hazañas que obró en tiempo de nuestros padres y con su valor hinchó á Italia y á todo el mundo con su fama, ca fué grande caudillo en la guerra, y se pudo comparar con muchos de los antiguos. Iñigo Davalos fué padre de don Alonso, marqués del Vasto,

que ganó asimismo gran fama por su esfuerzo; y por morir su primo sin hijos, heredó aquel estado, y junto con el suyo le dejó á sus descendientes, con tal condicion que alternativamente el uno de los sucesores se llamase marqués de Pescara, y el siguiente marqués del Vasto, y que esto se guardase perpetuamente, como vemos que hasta hoy se guarda.

CAPITULO VI.

Que Abohardil se alzó con el reino de Granada.

A esta misma sazon los soldados de Andalucía y los capitanes, así de su voluntad como por mandado de la Reina, trataban con mucho calor de hacer guerra á los moros. Persuadíanse que pues los principios procedian prósperamente y casi sin tropiezo, que lo demás sucederia como deseaban. Con este intento no cesaban de espiar los intentos de los enemigos, sus pretensiones y caminos, sin aflojar ni descuidarse en cosa alguna ni dejar á los enemigos alguna parte segura. No descansaban de dia ni de noche, ni en invierno ni en verano, antes ordinariamente hacian correrías y todo mal y daño en todos los lugares que podian. Tratábase en Córdoba de hacer una nueva jornada, y consultaban por qué parte seria mejor acometer. Y dado que el maestre de Santiago era de contrario parecer, los mas se conformaron con el marqués de Cádiz, que debian acometer á Alora, que es un pueblo puesto casi en medio del camino que hay desde Antequera á Málaga. Un rio pequeño que pasa junto á él, algunos piensan que los antiguos le llamaron Saduca. Era esta villa mas fuerte por su sitio, ca está por la mayor parte asentada sobre peñas, que por las murallas ó otra fortificacion. Estaba el ejército con esta resolucion á punto de marchar, cuando el rey don Fernando, que partió de Tarazona á postrero de mayo, continuado su camino, sobrevino para hallarse en persona en aquella guerra por ser su presencia de tan grande importancia para todo. Parecióle bien el acuerdo que los suyos tomaron, si bien para mayor disimulacion y desmentir á los contrarios que no entendiesen su intento dió muestra de ir de nuevo á guarnecer á Alhama de gente. Como llegó á Antequera, torció el camino y dió al improviso con todas sus gentes sobre Alora. Fué grande el miedo de los moradores y la turbacion. Púsose sitio; combatieron las puertas y murallas de aquel lugar, y con la artillería abatieron parte de los adarves con tanto mayor espanto de los moros, que no estaban acostumbrados á cosa semejante. Rindiéronse á partido que los dejasen ir libres y llevar todas sus alhajas. La toma deste pueblo fué á 21 de junio; la alegría y provecho mas colmado á causa que ningunos de los nuestros fueron muertos, y que los moros se pudieran entretener mucho tiempo; que no les podian quitar el agua del rio por ir cogido entre peñas y por estar la gente acostumbrada á sustentarse con poco y usar de la comida y de la bebida mas para sustentar la vida que para regalo y deleite. Venciéronse estas dificultades mas con ayuda del cielo que por industria humana. Acometieron otros pueblos comarcanos, y por el demasiado brio cerca de un lugar, llamado Cazarabonela, do vinieron á las manos

con cierto número de enemigos, en un rebate mataron á don Gutierre de Sotomayor, conde de Benalcázar, en la flor de su edad, y que tenia por mujer una dueña parienta del Rey, con una saeta enherbolada que le tiraron. Despues desto dejaron en Alhama trecientos caballeros de Calatrava por cuenta de Garci Lopez de Padilla, maestre de aquella órden, al cual eligieron en lugar de Rodrigo Tellez Giron y por su muerte, con gravámen que se encargase de la defensa de aquel pueblo. El Rey con la demás gente pasó hasta dar vista á Granada; allí asentó sus reales en un lugar fuerte. Tenia seis mil de á caballo; los infantes apenas eran diez mil. En la ciudad se decia tenian setenta mil combatientes, gran número y que no se puede creer; siempre es mas lo que se dice en estas cosas que la verdad; la misma mentira empero da á entender que la muchedumbre era grande. Sin embargo, el rey don Fernando, talado que hobo toda aquella vega y puesto grande espanto á toda la morisma, gastados en esto cincuenta dias, volvió con su ejército sano y salvo, y alegre por los despojos de los moros que llevaba á tierra de cristianos. Para la defensa de Alora dejó á Luis Fernandez Portocarrero, y por general de las armadas y del mar nombró á don Alvaro de Mendoza, conde de Castro, persona de grande esfuerzo y prudencia. Pretendia con esto que de Africa no pudiese venir socorro á los moros; que por pequeños descuidos se suelen perder empresas muy grandes. Pasados los calores del estío, volvieron á la guerra con el mismo denuedo que antes. Batieron un castillo cerca de Málaga, llamado Septenil, fuerte y enriscado. Sucedió lo mismo que en Alora, que espantados los de dentro con el ruido y estruendo de la artillería, rindieron la plaza, con libertad que se les dió para irse donde quisiesen con el dinero que les dieron por el trigo y los bastimentos que allí dejaban, conforme á lo que ciertas personas señaladas juzgaron que podia todo valer. Tras esto se enderezaron los nuestros la vuelta de Ronda, ciudad puesta entre montes muy altos y ásperos, y por esta causa, aunque pequeña, inaccesible y fuerte, en especial que la mayor parte está rodeada del rio que por allí corre, y lo restante de peñascos enriscados. Los moradores de aquella ciudad cran diferentes en el traje vivienda de los demás; moros muy feroces y arriscados, y para todo lo que sucediese, guarnecidos de soldados y de armas, bastecidos de vituallas, tanto, que á los lugares comarcanos, que son de la misma aspereza, proveian ellos de todo lo necesario para su defensa y guarnicion. Todo esto ponia en los fieles mayor deseo de acometer aquella ciudad por entender que, quitado aquel baluarte, todo lo demás hasta Málaga quedaria muy llano. Llegaron á vista de los muros y de aquel sitio tan bravo; dieron el gasto á los olivares y huertas, que las hay por allí muy buenas. No continuaron estos buenos principios; la falta del dinero para hacer las pagas les forzó á no detenerse mucho en aquel lugar; daño que muchas veces impide y desbarata grandes empresas. Enviada la gente á los invernaderos, el Rey y la Reina se partieron para Sevilla; llegaron á aquella ciudad á 2 del mes de octubre, alegres por los buenos sucesos y por la esperanza que tenian de dar fin á aque→ Ila empresa cual todos deseaban. Era tan grande este

y

deseo, que en medio del invierno, por el mes de enero, año de 1485 tornaron á la guerra. El invencible ánimo del Rey no sabia sosegar; tenia esperanza de tomar la ciudad de Loja de rebato y de noche; mas desistió desta empresa por las muchas aguas y temporales del invierno, que forzaron á los nuestros á volver atrás, además que un soldado muy plático, llamado Juan de Ortega, les avisó, no solo ser temeridad, sino locura, intentar cosa semejante. Cada dia acudian nuevas compañías de Castilla y señores. Entre otros, el condestable Pero Fernandez de Velasco, el duque de Alburquerque don Beltran de la Cueva, Pedro de Mendoza, adelantado de Cazorla, don Juan de Zúñiga, maestre de Alcántara, cada cual con su particular banda de gente. Acudieron otrosí el maestre de Santiago y el duque de Najara, que se hallaron en las empresas pasadas. Con estos socorros llegarón á nueve mil de á caballo y veinte mil infantes. Pareció, pues el ejército era tal, volver á la guerra con mayor denuedo y resolucion que antes. Al mismo tiempo los ciudadanos de Almería tomaron las armas contra su rey Boabdil; aborrecíale aquella gente como á renegado, y decian que por su cobardía sucedieran los males pasados. Acometieron el palacio, y en él mataron un hermano de Boabdil, y prendieron á su madre, principal causa y atizadora de aquella discordia tan perjudicial que entre padre y hijo antes se levantó. El mismo rey Moro, por estar á la sazon ausente de aquella ciudad, luego que le avisaron de aquel desastre, perdida toda esperanza de prevalecer, con algunos pocos que le acompañaron se fué á Córdoba. Por otra parte, los moradores de Ronda, que eran pocos y menos que ser solian, tenian cobrado gran miedo. Un moro, llamado Juzef, jerife, dió desto aviso al marqués de Cádiz; pareció seria conveniente acudir en primer lugar á aquella empresa, bien que primero acometieron otros lugares, como fué Cohin, que caia cerca de Alora, el cual pueblo tomaron por fuerza y le echaron por tierra, porque á causa de ser muy ancho el circuito de los muros, era dificultoso ponelle en defensa. Murió en la batería Pedro Ruiz de Alarcon, que en esta guerra dió muestra, como antes en la de Villena, de esfuerzo singular, y acabó grandes hazañas. Ganaron otrosí á Cartama, pueblo que conserva su apellido antiguo solamente mudada una letra, ca en tiempo de romanos se llamaba Cartima, y dél toma nombre todo aquel valle en que este pueblo está, que se llama el valle de Cartama. Rindióse á Pedro de Mendoza, y dióse el cargo de defendelle al maestre de Santiago, á pedimento del mismo. Hecho esto, con todo el ejército pasaron á Málaga, do residia Abohardil, hermano de Albohacen, en quien y en su valor hallo que en aquella sazon tenían los moros puesta su esperanza, por la grande reputacion que ganó cuando en el Ajarquia, que así se llaman los montes de Málaga, destrozó, como se dijo, gran número de cristianos. Poco efecto se hizo en aquella parte, fuera de cierta escaramuza de menor cuenta. Dieron pues la vuelta por el mismo camino que fueron, y revolvieron sobre Ronda. Para cercar la ciudad por todas partes dividieron las gentes en cinco reales ó estancias. El mismo Rey con la mayor parte del ejército se puso en frente del castillo. Atajaron con gente de guarda, que llaman ata

jadores, todos los caminos para que no les pudiesen entrar socorro ni provision de parte alguna. Lo que hizo mucho al caso, que se hallaban pocos dentro á causa que parte de los ciudadanos eran idos á hacer correrías por los campos comarcanos del Andalucía. Por esta ocasion los moros, movidos del grande riesgo en que se veian y de los sollozos y lágrimas de las mujeres y alemorizados por la diligencia de los cristianos, que de dia ni de nocheno reposa ban, se hobieron de rendir, á 23 dias de mayo, á partido. Entre otras cosas y condiciones, á los mas principales ciudadanos dieron ciertas tierras y posesiones en Sevilla, de Gonzalo Pizon y de otros, cuyos bienes tenian los inquisidores por sus deméritos confiscados. Hecho esto, pusieron guarnicion en aquella ciudad. Rindiéronse al tanto otros pueblos por aquella serranía, entre ellos los mas principales fueron Cazarabonela y Marbella, que está cerca del mar. Era grande el espanto que habia entrado en los moros. En sus reyes tenian poca ayuda; el uno andaba huido, y Albohacen, por su vejez, enfermedad y poca vista, poco les podia prestar. Forzados deste peligro, se determinaron de nombrar por su rey á Muley Abohardil, que residia en Málaga, hombre de gran corazon y prudencia. La nacion de los moros es mudable y desleal, y no se refrena ni por beneficios ni por miedo, ni aun tiene respeto á las leyes y derecho natural; así, el Moro luego aceptó la corona que le ofrecian. Partióse para Granada con este intento. Llegó mas soberbio que antes, por matar de camino noventa hombres de á caballo de los contrarios; salieron estos de Alhama á robar, y llegados hasta la Sierra Nevada, estaban alojados con mucho descuido, que fué causa de su perdicion. Hizo pues su entrada en Granada á manera de triunfo. Los ciudadanos, luego que llegó, con gran voluntad y grandes gritos le apellidaron y alzaron por rey. Albohacen al principio desta revuelta se partió para Almuñecar, do tenia sus tesoros. Allí su cruel hermano le hizo matar, no por otro delito mas de por tener nombre y corona de rey, y por la aficion que todavía le tenian algunos, los que aborrecian la deslealtad del tirano y su ambicion, y por compasion de aquel viejo trataban de acudille. Para librarse deste peligro y cuidado cometió aquel parricidio, en que se mostró no menos cruel que desleal.

CAPITULO VII.

Que nació la infanta doña Catalina, hija del rey don Fernando.

Quedó el Moro muy ufano despues que muerto su mismo hermano se hobo alzado con su reino. La fama del caso se extendió por todas partes; el poder y mando alcanzado por malos medios y con crueldad suele ser poco durable, y semejantes maldades pocas veces pasan sin castigo. Los cristianos, cuanto era mayor la esperanza que tenian de echar por tierra las fuerzas de aquel estado, tanto se encendian mas en deseo de salir con ello. Recelábanse que con la mudanza del caudillo los enemigos no recobrasen nuevos brios, y la guerra por esta causa se hiciese mas dificultosa. Acordó el rey don Fernando para acudir á todo esto emprender una nueva jornada y hacer prueba del ánimo que los suyos

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