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monte Apenino, que se desgaja de los Alpes. Luego que se entra en el reino, á manderecha de aquel monte hácia nuestro mar está la parte mas principal de todo él, que se llama Campania ó tierra de Labor, de los liborios, pueblos antiguos. Allí están Gaeta, Nola, Capua y la misma ciudad de Nápoles, cabeza de las demás y de todo el reino. Antiguamente todo lo que hay desde el rio Tibre á Nápoles se llamaba Campania; al presente la tierra desde Roma hasta la raya de aquel reino se llama Marema. A mano izquierda está el Abruzo, que comprel:ende muchas de las naciones antiguas, es á saber, los sabinos, do está Ascoli; los marrucinos, donde está Teate, y los pelignos y vestinos, donde caen las ciudades del Aguila y de Sulmona ; los marsos en que está el lago Fucino, y el ducado de Tagliacozo y parte de los samnites, pueblos muy nombrados en la historia romana, tendidos hasta lo de Campania. Los mas modernos dividen el Abruzo en el de aquende y el de allende por el rio de Pescara, que pasa por medio, y es aledaño de las dos partes. Estas provincias se adjudicaron en la particion al rey de Francia. En el mismo lado del Abruzo mas adelante está la Pulla, que se divide en la Capitinata y tierra de Bari, que tiene muchas ciudades, entre las demás Trani y Monopoli, y tierra de Otranto, que corre desde Brindez hasta Taranto, ciudad principal puesta en la postrera punta de Italia y en los confines de Calabria entre mediodía y levante. Por el otro lado, pasada Nápoles, entra el Principado, cuya cabeza es Salerno. Siguese hacia los montes la Basilicata, que fué Lucania antiguamente, y lo que se llama Calabria al presente, que antiguamente fueron los brucios, tendidos la mayor parte por las riberas de nuestro mar. Allí está Cosencia, ciudad la mas principal de Calabria, y Regio sobre el estrecho de Sicilia. Lo mas adentro se llamó Magna Grecia, á la parte que caen Rosano, Catanzaro y Cotron. Del principado pudo formarse con razon duda si se comprehende en Calabria. En lo de Basilicata corria la misma razon, y así veo que los reyes venian en que se dividiesen estas provincias, dado que algunos pretendian que esta comarca, por estar en los montes que confinan con la Pulla y Calabria, no hacia provincia distinta de las dos, sino que la parte que caia hácia levante pertenecia á la Pulla, y la que caia hácia poniente á Calabria. Están en la Basilicata Melfi, Atela, Barleta y otras ciudades. La Capitinata es lo que desde el rio Fertoro, término del Abruzo, llega hasta el rio Aufido ó Lofanto. En esta parte está Manfredonia y el monte de Santangel y Troya. Quedóle este nombre de tiempo que los griegos poseian aquella parte de Italia, cuyo gobernador llamaron Catapan, y la provincia se dijo Catapania; de allí se formó el nombre que ahora tiene, y asimismo el nombre de capitan tan usado. No hay duda sino que aquella parte se contenia en la Apulia antigua, pues Ptolemeo el monte Gargano que allí está, famoso por el templo de San Miguel, le pone en Apulia, y los modernos siempre entendieron que la Pulla comenzaba desde el fin del Abruzo, y se dividia en las tres partes ó comarcas que ya quedan señaladas; y aun los autores que yo he visto siempre cuentan la Capitinata por una de las provincias de la Pulla; y siempre la

aduana de los ganados de Pulla se cobró en aquella provincia; cuestion en que cada cual podrá sentir lo que por bien tuviere. Para nuestro propósito basta que de aquí tomaron asa y ocasion los españoles y franceses para venir á las manos y averiguar por el trance y filo de la espada lo que sus reyes nunca acababan de resolver por mucha instancia que se les hizo para que lo determinasen antes de venir á rompimiento. En que daban á entender que no se contentaban con la parte, y que cada cual de los reyes bastantemente se confiaba de sus soldados y fuerzas; pero á esto se volverá adelante. Por el presente, el rey don Fadrique despues que se pasó á Iscla, como quedó asentado, por la ma-' la satisfaccion que tenia del rey Católico, se concertó con el de Francia; con treinta mil francos que le prometió para sustentar su casa se fué á poner en sus manos y meter por sus puertas, y en su compañía su mujer é hijos y el cardenal Luis de Aragon, su sobrino. Su hermana doňa Beatriz, reina de Hungría, se quedó en aquella isla, que despues fué á Sicilia. Su sobrina doña Isabel, que fué casada con Juan Galeazo, ver◄ dadero duque de Milan, de allí se fué á Bari en la Pulla. Al tiempo que andaban estas inteligencias entre los dos reyes, don Fadrique y el de Francia, en Flandes se liacia grande instancia con el Archiduque para que él y su mujer viniesen á España á ser jurados por príncipes, como era de costumbre. Nació este año al Archiduque una hija, que se llamó Isabel. El Rey, su suegro, pretendia traelle á España para que aprendiese las costumbres de los naturales y para quitalle algunos siniestros que de sus criados se le pegaron como mozo. Mas ellos, acostumbrados á la libertad de Flandes y gobernallo todo á su voluntad, no querian que el Príncipe tuviese cerca de sí persona á quien debiese respeto. Fué para solicitar esta venida don Juan de Fonseca, obispo de Córdoba y capellan mayor de los Reyes; y de parte del rey de Francia se le hizo grande instancia para que pasase por su reino, como al fin lo hizo. De España partió en una armada que se aprestó en la Coruña la infanta doña Catalina para casar en Inglaterra, como lo tenian concertado. Salió de Granada, do sus padres quedaron, con grande acompañamiento. Hízose á la vela á los 25 de agosto. Pasaron con ella á Inglaterra don Alonso de Fonseca, arzobispo de Santiago, el conde y condesa de Cabra con otra gente de cuenta. Despues que salieron del puerto cargó tanto el tiempo, que las naves se derrotaron, y dado que algunas llegaron al puerto de Antona en Inglaterra, las mas se recogieron á Laredo. Dende, á 2 de setiembre, siguieron su viaje, y con buen tiempo llevaron la Infanta á Inglaterra. Celebráronse las bodas con Artus, su esposo, en Londres muy solemnemente. ¡Cuán poco durará este gozo! ¡Cuántos trabajos, inocente doncella, te quedan por pasar solo por la locura de un hombre desaforado! Este mismo mes concertó la reina doña Isabel que don Rodrigo Enriquez Osorio, conde de Lemos, casase su hija dona Beatriz de Castro con don Dionís, hermano del duque de Berganza don Diego, é hijo del duque don Fernando, el que mató el rey don Juan el Segundo de Portugal. Para facilitar este matrimonio los Reyes les hicieron merced de Sarria, Castro, Otero, villas á que

el conde de Lemos pretendia tener derecho. Por el mes de octubre en la ciudad de Trento se hicieron paces entre el César y el rey de Francia, cuya principal capitulacion fué que Cárlos, hijo del Archiduque, casase con Claudia, hija del Francés, casamiento que otras veces se trató y concertó, y al fin nunca se concluyó.

CAPITULO XI.

De la venida del Archiduque á España.

Las armadas que de Portugal y de Francia fueron á levante á persuasion del rey Católico en defensa de venecianos contra el Turco no hicieron cosa de momento. La de Portugal llegó á Corfu, y de allí en breve dió la vuelta. La de Francia pasó sobre la isla de Quio, que era de ginoveses, y sin hacer otra cosa mas de embarazar el tributo que de allí llevaba el Turco, padecieron de pestilencia y del tiempo y de enemigos tanta mortandad, que apenas de toda ella quedaron mil hombres. Acudieron á la Pulla, que cae cerca, do fueron muy bien tratados por órden del Gran Capitan. Los venecianos asimismo se recogieron, que traian veinte y cinco galeras mal armadas. Hizo mucho al caso para todo que el Turco este año no sacó su armada, que de otra suerte hallara poca resistencia. En España por una parte los Reyes Católicos pregonaron un edicto, por el cual mandaron que los moros que estaban esparcidos de años atrás por Castilla ó por Andalucía y se llamaban mudejares, ó se bautizasen ó desembarazasen la tierra; por otra parte, al fin deste año hobo algun ruido de guerra, que si no se atajara con tiempo, pudiera revolver el reino. Fué así, que el duque de Medinaceli don Luis de la Cerda, estando para morir, se casó con su manceba por legitimar un hijo que en ella tenia, por nombre don Juan. Pretendia suceder en aquel estado don Iñigo de la Cerda, hermano del Duque, cuyo hijo, llamado don Luis, casara con hija del duque del Infantado, que muerto el duque de Medinaceli, juntó su gente, y en favor de su yerno se puso sobre Cogolludo con intento de apoderarse de aquel estado. Pero el Rey le hizo avisar que derramase aquella gente, que siguiese su justicia y no le alborotase el reino, con apercibimiento, si no se reportase, que se pondria el remedio como mas conviniese. Hobo de obedecer el Duque, y don Juan quedó pacífico en el estado de su padre. Sosegados estos movimientos, se tuvo nueva que el Archiduque y su mujer venian por Francia, y que su llegada seria en breve. Fueron muy festejados por todo el camino; en Paris los recibieron con grande honra y fiesta; allí por entrambas partes, á 13 de diciembre, se juraron las paces que poco antes se concertaron en Trento, y el Archiduque hizo todos los actos necesarios para reconocer aquel Rey por superior suyo como conde de Flándes. La Princesa estuvo muy sobre sí para no hacer acto en que mostrase reconocer alguna superioridad al rey de Francia. De allí enderezaron su camino, y por Guiena llegaron á Fuente-Rabía, á los 29 de enero del año de nuestra salvacion de 1502. Estaban allí para recebillos por órden de los Reyes Católicos el condestable de Castilla, el duque de Najara y el conde de Treviño, su hijo,

y con ellos el comendador mayor don Gutierre de Cárdenas. Para muestra de mayor alegría y que la gente estuviese para recebillos mas lucida, se dió licencia para que los que podian traer jubones de seda sacasen tambien sayos de seda, y aun se dió á entender que holgarian los reyes que los que se vistiesen de nuevo hiciesen los vestidos de colores, que todo es muestra de la modestia de aquellos tiempos. En principio deste año casó Lucrecia de Borgia con el hijo heredero del duque de Ferrara; llevó en dote cien mil ducados, sin otras ventajas y lugares. Los príncipes de Vizcaya llegaron á Búrgos, á Valladolid, Medina, y por Segovia pasaron los puertos y llegaron á Madrid; los reyes del Andalucía y de Granada, do asistian, por Extremadura vinieron á Guadalupe. Allí hicieron merced al duque Valentin por ganalle para su servicio, y por contemplacion del Papa, de la ciudad de Andria con título de príncipe y de otras muchas tierras en el reino de Nápoles. Tratóse otrosí que los reyes el Católico y el de Francia acomodasen de rentas y vasallos al rey don Fadrique y á su hijo. Llegaron los reyes á Toledo á los 22 de abril. Hicieron asimismo en aquella ciudad su entrada los príncipes á 7 de mayo, ca por indisposicion del Archiduque se detuvieron algunos dias en Olías. Allí fueron jurados sin dificultad alguna en presencia del Rey y de la Reina por príncipes de Castilla y de Leon en la iglesia mayor de aquella ciudad, á 22 de aquel mes. Halláronse presentes el cardenal don Diego Hurtado de Mendoza, el arzobispo de Toledo con otros muchos prelados, el condestable don Bernardino de Velasco, los duques de Alburquerque, Infantado, Alba y Béjar, el marqués de Villena con otros muchos señores. Púsose por condicion que caso que sucediesen en aquellos reinos, los gobernarian conforme á las leyes y costumbres de la patria. Por este mismo tiempo que España por la venida destos príncipes estaba muy regocijada, en Inglaterra se derramaban muchas lágrimas por la muerte que sobrevino al príncipe Artus. Quedó la Infanta, su mujer, á lo que se entendió, doncella, dado que cinco meses hicieron vida de casados. Pero el Príncipe era de catorce años solamente y de complexion tan delicada, que dió lugar á que esto se divulgase y se tuviese por verdad. Enviaron los Reyes Católicos á Hernan, duque de Estrada, para visitar al rey Enrique de Inglaterra y tratar que la Princesa casase con el hijo segundo de aquel Rey; él empero ni restituia el dote de la Princesa ni acababa de efectuar aquel matrimonio, que fué despues tan desgraciado. Vino esta nueva de la muerte deste Príncipe en sazon que poco despues, es á saber, á 6 de julio, en Lisboa la reina doña María parió un hijo, que se llamó don Juan, y vino á heredar como primogénito la corona de su padre; grande y valeroso príncipe que fué los años adelante.

CAPITULO XII.

Que el duque de Calabria fué enviado á España. Púsose el Gran Capitan sobre Taranto los meses pasados, como queda dicho; hallábase dentro asaz fortificado el duque de Calabria. Todavía el mismo dia que asentó su campo trataron de tomar asiento; y al fin el

Duque, por medio de Otaviano de Santis, concertó treguas por dos meses para consultar al Rey, su padre, con seguridades que se dieron de no alterar cosa alguna. Despues, por causa que los mensajeros enviados al rey don Fadrique no volvieron al tiempo señalado, se prorogó la tregua hasta fin del año pasado con las mismas condiciones. Este término pasado, porque la resolucion del rey don Fadrique no venia, acordaron que la tregua se continuase otros dos meses, y la ciudad se pusiese en tercería en poder de Bindo de Ptolomeis, vasallo del rey Católico, y de cuya persona el Gran Capitan hacia mucha confianza, con promesa que pasado aquel nuevo plazo se daria la ciudad sin tardanza; pero que la persona del Duque fuese libre y asegurada con todos sus bienes y servidores. En el mismo tiempo el castillo de Girachi, que está á tres leguas de la marina y era de mucha importancia, se dió; y el príncipe de Salerno vino á verse con el Gran Capitan para tratar de mudar partido, á tal que á él y al principe de Bisiñano se les restituyesen sus estados. Pedia asimismo para sí el condado de Lauria y cinco mil ducados de renta que sus antecesores tiraban de los reyes pasados; que eran demasías fuera de sazon y muestra que los ánimos no sosegaban. Por el contrario, muchos barones que con el rey don Fadrique se recogieron á Iscla se vinieron al Gran Capitan; dellos acogió los que le parecieron mas importantes para el servicio del Rey, y entre ellos á Próspero y Fabricio Colona, porque le certificaban que venecianos los pretendian haber á su sueldo. Junto con esto don Diego de Mendoza y Iñigo de Ayala hobieron el castillo y ciudad de Manfredonia por trato con el alcaide, que se tenia por el rey don Fadrique, si bien el señor de Alegre vino con gente á socorrer los cercados. La ciudad de Taranto en fin, conforme al concierto, se entregó con sus castillos al Gran Capitan. Y porque entre las condiciones del concierto una era que el duque de Calabria pudiese libremente ir donde quisiese, por el presente se fué á Bari, que todavía se tenia por su padre, bien que la ciudad no era fuerte, y el castillo casa llana, para esperar allí lo que él le mandase, ca no queria apartarse de su voluntad. El Gran Capitan tenia gran deseo de concertalle con el rey Católico, porque no se fuese á Francia, de que podrian resultar inconvenientes. Moviéronse tratos sobre ello, y ofrecíale treinta mil ducados de renta perpetua en vasallos, parte del reino de Nápoles, parte de España; que era todo lo que él pedia y podia desear en el estado en que se hallaba. Veia el Duque que le venia bien aquel partido, mas no se resolvia sin la voluntad de su padre. Poco adelante la viuda duquesa de Milan, su prima, por no ir á Sicilia, do la convidaban que fuese con la reina de Hungría, su tia, se recogió en aquella ciudad. Esta señora pudo tanto con el Duque, que le hizo escribir una carta de su mano al Gran Capitan, en que le pedia que sin embargo de la libertad que tenia concertada para su perso❘ na, por ver que la intencion de su padre era otra de lo que á él le convenia, le rogaba le enviase al servicio de los Reyes Católicos, que esta era su determinada voluntad, dado que por respeto de su padre no se atrevia á publicalla. No parece que el Duque perseveró mucho en este propósito, porque demás que su padre hizo

grande esfuerzo con cartas y embajadas que envió al Gran Capitan para que conforme al asiento dejase ir libre á su hijo, que no era de caballero faltar en su palabra, y que se debia acordar de la amistad que le hizo en tiempo de su prosperidad; el Gran Capitan, que le tenia. puestas guardas para que no se fuese, por atraelle á lo que deseaba, fuera de la renta que le ofreció antes, de nuevo le prometia de parte del rey Católico de casalle ó con la reina de Nápoles, su sobrina, ó con su hija la princesa de Gales; el uno y el otro partidos muy aventajados. Sospechose que el conde de Potencia don Juan de Guevara, que andaba siempre á su lado, le mudaba del color que queria. Andaba el Duque por aquellos pueblos de la Pulla, aunque parecia libre, tan guardado, que no se podia ir á parte ninguna, tanto, que apenas podia salir á caza. Por conclusion, este negocio se rodeó de manera, que volvieron al Duque á Taranto. Desde allí se dió órden á Juan de Conchillos que en una galera le llevase á Sicilia y á España, por entender que en presencia las partes mejor acordarian todas sus haciendas, y el Duque se confirmaria mejor en el servicio y aficion del rey Católico, que tanto en deudo le tocaba. No parece se le guardó lo que tenian asentado. En la guerra ¿quién hay que de todo punto lo guarde? En la guerra ¿y no tambien en la paz, y mas en negocio de estado?

CAPITULO XIII.

Del principio de la guerra de Nápoles.

Los generales de Francia y España, puestos en el reino de Nápoles, comunicaban entre sí y con sus reyes la forma que se podria tener en concordar aquellas diferencias para que se conservase la concordia y no llegasen á rompimiento. Sobre esto poco antes que jurasen al Archiduque por príncipe de Castilla vino á Toledo de parte del rey de Francia el señor de Corcon. La suma de su pretension era que las provincias que se adjudicaron á Francia rentaban menos que la Pulla y Calabria; y que pues era razon se hiciese recompensa, quedase la Capitinata por Francia. A esto respondió el rey Católico que si el rey de Francia se tenia por agraviado en la particion, seria contento que trocasen las provincias; y que si todavía queria recompensa, se hiciese en el Principado y Basilicata que restaban por partir; que la Capitinata era lo mejor de la Pulla, y no era razon que se desmembrase della; en conclusion, que holgaria de dejar aquella diferencia al juicio y determinacion del Papa y de los cardenales. El Francés no venia en ninguno destos partidos, y el trueque no le estaba bien por no privarse de la ciudad de Nápoles del título de rey de Nápoles y Jerusalem, que conforme á la concordia hecha le pertenecian, y amenazaba que usaria de fuerza, tanto, que un dia como los embajadores de España en este propósito le dijesen que el Rey, su señor, guardaba todo lo asentado, respondió que él hacia lo mismo, y que sobre esto, si fuese menester, haria campo con el rey de España y aun con el Rey de romanos. Respondió Gralla que el Rey, su señor, era tan justo príncipe como en el mundo le hobiese; y cuando fuese conveniente lo defenderia por

y

su persona á quien quiera que fuese. Replicó el Rey: El rey de España no ha de ser mas que yo. Gralla respondió: Ni vos mas que el Rey, mi señor. La verdad es que el rey Católico se mostró inclinado á la paz, y escribió á su general que por todas vias la procurase; que en esto le haria mas servicio que si con guerra le diese conquistado todo el reino. El primer principio que se dió para venir descubiertamente á las manos, fuera de otras cosas menudas, fué cuando el señor de Alegre, que se intitulaba lugarteniente de Capitinata, entró con gente de guerra para desbaratar el cerco que los españoles tenian sobre Manfredonia, como queda apuntado; y no contentos con esto, en el tiempo que el Gran Capitan se ocupaba en lo de Taranto se apoderaron de la ciudad de Troya, en la Capitinata, y de otras plazas; que si bien los requirieron las restituyesen y no contraviniesen á lo concertado, no hicieron caso. Antes que se pasase mas adelante acordaron los dos generales de venir á habla. Para esto el Gran Capitan, compuestas que tuvo las cosas de Taranto, vino á Atela, el duque de Nemurs á Melfi, pueblos de la Basilicata. Está en medio del camino una ermita de San Antonio; allí acordaron de verse. Llevaron el uno y el otro sus letrados que alegasen del derecho de cada una de las partes. Los franceses decian que la parte de España rentaba setenta mil ducados mas que la de Francia, y que era justo, conforme á lo acordado, hobiese recompensa. Los españoles replicaban que debian ante todas cosas ser restituidos en la Capitinata, de que á tuerto los despojaran, y que hecho esto, serian contentos de cumplir con lo demás que tenian asentado. Despidiéronse sin concluir nada, dado que entre los generales hobo toda muestra de amor y todo género de cumplimiento. Visto que ningunas diligencias eran bastantes para acordarse, determinaron encomendarse á sus manos. Escribieron á sus reyes esta resolucion, hicieron instancia cada cual de las partes para prevenirse de socorros, de gente y de dineros. Junto con esto, el Gran Capitan, por la falta que padecia de mantenimientos, repartió parte de sus gentes por las tierras del Principado. El capitan Escalada con su compañía llegó al lugar de Tripalda; echó algunos franceses que allí alojaban, y se apoderó de aquella villa, que está treinta millas de Nápoles. Otros capitanes españoles se apoderaron al tanto de otras plazas por aquella comarca. Esto tuvieron los franceses por gran befa, tanto, que llegó á oidos del rey de Francia, y mandó embargar todos los bienes que los españoles tenian en aquel su reino; resolucion que parecia muy nueva y exorbitante, que sin pregonar la guerra ni dar término á los españoles para salirse de Francia, les quitasen sus bienes y mercadurías. El rey Católico hacia todavía instancia que los suyos se concertasen, aunque fuese necesario dejar á los franceses lo que tenian en la Capitinata, que era la mayor parte. Tornaron pues los generales á juntarse de nuevo en aquella ermita de San Antonio, nombraron personas que hiciesen el repartimiento de nuevo, de manera que los franceses mostraban contentarse, ca entraban en division el Principado, Basilicata y Capitinata, que era todo lo que podian desear. Mientras este repartimiento se hacia, los france

en

ses reforzaron su campo de mil suizos y docientas lanzas que les vinieron de Francia, junto con cantidad de dineros para paga y socorro de la gente; crecióles con tanto el brio. Acordaron con este socorro de romper la guerra de nuevo; apoderáronse de Venosa, que estaba el capitan Pedro Navarro, que á instancia de sus soldados rindió aquella plaza á partido; tomaron á Cuarata, que se la entregó Camillo Caraciolo; el únò y el otro pueblo están á doce millas de Barleta, do á la sazon se hallaba el Gran Capitan con la mayor parte de su gente. En el mismo tiempo se rebeló Viseli, pueblo del principado de Altamura. Acudieron los españoles á recobralle con las galeras; pero ya que le habian entrado por fuerza, fueron rebatidos por los franceses que sobrevinieron en defensa de aquel lugar. El estín en esta sazon iba muy adelante, y el campo francés en Cuarata padecia falta de agua y de mantenimientos, ca nuestra caballería les tomaba los pasos por donde les venian. Acordaron salir dende, y por la via que antes llevaran volvieron á ponerse á la ribera del rio Ofanto. Allí, por estar muy cerca de Barleta, á los últimos de agosto el Gran Capitan con su gente muy en órden les presentó la batalla. Como no saliesen á ella, antes continuasen su camino la vuelta de Melfi, algunes capitanes de caballos les fueron picando en la relaguardia de manera, que les mataron alguna gente y les tomaron buena parte del fardaje y parte de la recámara del duque de Nemurs y señor de Aubeni, caudillos principales de aquel campo. Esperaban los franceses otros mil suizos que eran llegados á Nápoles y cuatrocientas lanzas que. llegaran á Florencia, y hasta su venida no se querian aventurar. El Gran Capitan para prevenirse hacia instancia con el Rey le enviase con su armada gente y dineros, en particular pedia cuatrocientos jinetes y dos mil gallegos y asturianos. Al embajador don Juan Manuel avisó en todo caso le encaminase dos mil alemanes para mezclallos con los españoles; y para recebillos y encaminallos por el mar Adriático envió á Ancona á micer Malferit. El rey Católico no se descuidaba; antes mandó aprestar una armada y por su general á Bernardo de Vilamarin, para que llevase dineros y gente, en particular docientos hombres de armas y otros tantos jinetes en algunas galeras, de las cuales le nombró por almirante. Por otra parte, persuadia al César hiciese la guerra en Italia á que tenia tanto derecho, y pusiese en posesion de Milan uno de los hijos del Duque despojado, que andaban desterrados y pobres en su corte. Venia otrosí en que pusiese en Florencia al duque Valentin para que tuviese aquel estado por el imperio con título de rey; esto por tener al Papa de su parte, que sumamente lo deseaba, con quien el rey Católico pretendia por medio de su embajador aliarse.

CAPITULO XIV.

Que el Archiduque partió para Flandes.

Entretúvose el rey Católico algunos dias en Toledo para festejar á los príncipes, sus hijos, que dejó allí con la Reina, y él con intento de allanar los aragoneses, partió la via de Zaragoza á los 8 del mes de julio. Tenia convocadas Cortes de los aragoneses para los 19

mo tiempo habia dado intencion y propuesto se restituyese el rey don Fadrique en su reino con ciertas condiciones y tributo que queria le pagase; donde no, que los dos reyes renunciasen sus partes, el Católico en su nieto don Carlos, y el de Francia en su hija Claudia, para que le llevase en dote y se efectuase el casamiento entre los dos como lo tenian concertado. Todo esto pareció entretenimiento, y á propósito para descuidar al rey Católico y tomar á sus capitanes desapercebidos. En conclusion, el Archiduque partió de Madrid, donde dejó con sus padres á la Princesa; tomó el camino de Aragon y de Cataluña y por la villa de Perpiñan. Vínole allí el salvoconducto del rey Ludovico, con que entró en Francia, y siguió su camino hasta Leon, en que á la sazon se hallaba el rey de Francia y el cardenal de Ruan, legado del Papa; pero esto fué al fin deste año y principio del siguiente. Volvamos á la guerra de Nápoles.

CAPITULO XV.

del mismo mes; desde el camino envió prorogacion | Rey para que se viniesé á concordia, de que por el misdellas. Hallábase en Zaragoza por principio del mes de setiembre. Allí, por la priesa que el Gran Capitan daba por la armada, dió órden que se acabase de aprestar otra de nuevo á toda diligencia, y que con parte della partiese Manuel de Benavides, y en su compañía cuatrocientas lanzas, por mitad hombres de armas y jinetes, y trecientos infantes. Poco adelante mandó que con el resto de la armada partiese Luis Portocarrero, señor de Palma, caballero que mucho sirvió en toda la guerra de Granada, para que con igual poder al Gran Capitan ayudase en aquella guerra. Fueron en su compañía en aquella jornada trecientos hombres de armas y cuatrocientos jinetes y tres mil infantes. Todo fué necesario por el mucho aprieto en que las cosas estaban en aquel reino, especial en Calabria. Junto con esto trató el Rey de ligarse con venecianos, que mostraban inclinarse mucho á ello. Para mejor expedicion deste particular tornó á enviar á Lorenzo Suarez de Figueroa á Venecia para que lo concluyese y ofreciese á aquella señoría de su parte ayuda para lo de Milan ó del Abruzo, provincias de que mucho deseaban apoderarse. Hízose la proposicion de Cortes en Zaragoza el dia señalado. Pidió el Rey que pues el príncipe don Miguel era muerto, jurasen por príncipes á la archiduqu esa doña Juana, como hija mayor suya, y á su marido. Asimismo pedia le sirviesen para la guerra de Nå poles, pues era tan propia de aquella corona. Vinicron los aragoneses fácilmente en lo que se les proponia. Entre tanto que se trataba de la ayuda para la guerra, proveyó el Rey que los principes apresurasen su venida, que aun no eran llegados. Fueron recebidos con mucha alegría, y á los 27 dias de octubre les hicieron el homenaje con las ceremonias y prevenciones que los aragoneses acostumbran. Así la princesa doña Juana fué la primera mujer que en Aragon hasta entonces se juró por heredera, ca la reina dona Petronila no fué jurada por princesa, ni entonces se usaba, sino recebida por reina. Partióse poco despues el Archiduque para Madrid, y trás él la Princesa; hízola el Rey compañía. Para presidir en las Cortes de Aragon hasta que se concluyesen, nombró á su hermana la reina de Nápoles, la cual de meses atrás publicó querer pasar á Italia, y con este intento se partió de Granada, donde á la sazon residian los reyes. Acordaron que todo el tiempo que en Aragon se detuviese fuese gobernadora de aquel reino como antes lo era don Alonso de Aragon, arzobispo de Zaragoza, hijo del rey Católico. El Archiduque de mala gana se detenia en España; y de peor sus cortesanos, por los cuales se dejaba gobernar, en especial por el arzobispo de Besanzon que le hizo compañía en este viaje, y falleció en España los dias pasados, y por el señor de Vere, personas de aficion muy franceses. Tomó color para partirse que Flándes quedó á su partida desapercebida de gente; que por causa del rompimiento entre España y Francia podria recebir algun daño si él no asistiese. Procuraron los reyes apartalle deste propósito, mayormente que la Princesa se hallaba muy preñada. No bastó diligencia alguna ni para detenelle ni para que no pasase por Francia en tiempo tan revuelto. Decia él que seria parte con aquel

Si fuera conveniente que el rey Católico pasara á Italia, Continuábase en esta sazon la guerra en el reino de Nápoles, y el fuego se emprendia por todas partes. La mayor fuerza cargaba en lo de la Pulla y en Calabria. Los príncipes de Salerno y de Bisiñano y Rosano y el conde de Melito estaban en aquella parte muy declarados por Francia. Acordaron los franceses de acudir á aquella provincia con mas fuerzas; para esto que en la Capitinata quedase el señor de Alegre con trecientas lanzas, en tierra de Bari monsieur de la Paliza con otras trecientas y mil soldados; para guarda de la Basilicata nombraron á Luis de Arsi con cuatrocientas lanzas y alguna gente de á pié. El duque de Nemurs pretendia ir á Calabria con docientas lanzas y mil infantes, y que monsieur de Aubeni quedase en Espinazola con toda la demás gente á veinte y cuatro millas de Barlela. Porfió el de Aubeni que le consignasen lo de Calabria, ca pretendia el ducado de Terranova, de que hiciera merced el rey Católico al Gran Capitan. Por esta porfía concertaron que ambos se enderezasen lácia la parte de Calabria. Con todo, el de Aubeni fué primero á la tierra de Bari con ciento cincuenta lanzas y mil infantes. El de Nemurs, dado que publicaba ir á Calabria, revolvió la via de Taranto. Tomó de camino á Matera y Castellaneta, pueblos de poca defensa; y desbarató al conde de Matera y al obispo de Mazara que halló en Matera con alguna gente. Con esto se puso sobre Taranto, do pensó hallar al duque de Calabria, que nueve dias antes de su llegada era ya partido para Sicilia. Salieron algunas compañías de españoles que alojaban en aquella ciudad, cargaron con tal denuedo y dieron sobre las estancias de los contrarios, que los forzaron á levantar con vergüenza el campo y pasalle á una casa fuerte, distante á veinte y dos millas de Taranto, y esto con intento de revolver sobre el territorio de Bari y allí juntarse con el de Aubeni y apoderarse de Bitonto ó encaminarse á Calabria. Sucedió que los franceses que alojaban en la Basilicata, que era el mayor golpe del campo Francés, enviaron á Barleta un trompeta enderezado á

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