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blicaba que gente francesa venia para acometer aquella frontera. Para asegurarse por la parte de Navarra hizo el rey don Filipe dos cosas: la una, que en lugar de don Juan de Ribera nombró por general de aquella frontera al duque de Najara; la otra, que hizo confede racion con aquellos reyes muy estrecha por los reinos de Castilla y de Leon, sin hacer mencion del Rey, su suegro, ni del reino de Aragon; que fué traza muy notable, y en que contravenia á la concordia que se asentó con el Rey, su suegro, en Villafafila, y aun á todo el buen respeto que debe el hijo á su padre.

CAPITULO XXIII,

De la muerte del rey don Filipe

Salió el rey Católico de Castilla por Montagudo, y entró en Aragon por Hariza la via de Zaragoza, donde primero la Reina y despues el Rey fueron recebidos con grande alegría como de gente que esperaba por medio de aquel matrimonio tener su rey propio y ser gobernados con la moderacion é igualdad que pedian sus leyes y lo usaron los reyes pasados. Antes que saliese de Castilla y desde el camino hizo diversas veces instancia con el Rey, su yerno, le entregase al duque Valentin como prisionero suyo para tenelle á buen recado en algun castillo de Aragon ó llevalle consigo á Nápoles por ser de tanta importancia para las cosas de Italia, do pensaba pasar en breve, y con este intento se aprestaba en Barcelona una armada. El rey don Filipe se inclinaba á entregársele; mas los de su Consejo fueron de parecer que se debia primero averiguar cuyo prisionero era, pues fué preso y enviado á España por el Gran Capitan y en vida de la reina doña Isabel. Este parecer se siguió, que fué otro nuevo disfavor y muy notable desvío. Crecian las sospechas que se tenian contra el Gran Capitan. Daba ocasion á los maliciosos ver que se detenia tanto y nunca acababa de arrancar. Quién decia que esperaba la venida del César, que se queria embarcar en el golfo de Venecia con ocho mil alemanes para apoderarse de aquel reino; quién le cargaba que traia secretas inteligencias con el rey de Francia por medio del cardenal de Ruan; quién con el Papa por medio del cardenal de Pavía, y que deliberaba de aceptar el cargo de general de la Iglesia que le ofrecian para echar de Boloña á Juan de Bentivolla, que tenia tiranizada aquella ciudad. No faltaba quien dijese que trataba de emparentar con Próspero Colona y casar una hija suya con el hijo de Próspero con intento de favorecerse de los coloneses para se conservar. Cada cual se persuadia que queria todo lo que podia, midiendo por ventura por su corazon el ajeno. Envió el Gran Capitan á España á Nuño Ocampo por la posta para descargarse y certificar al Rey de su venida; pero como lo que decia era tanto y por tantas partes, no se aseguraba con esto, antes determinó partir para allá con toda brevedad. Nombró por virey de Aragon al arzobispo de Zaragoza, y de Cataluña al duque de Calabria, dado que le quitó los criados italianos que tenia, y algunos dellos mandó que fuesen en su compañía á Nápoles, y aun procuró con el rey de Francia le enviase la Reina, madre del Duque, con sus hijos. Ella no quiso venir en manera al

guna; antes se fué á un lugar del marquesado de Mantua, acompañada de Luis de Gonzaga, su sobrino, hijo de Antonia de Baucio, su hermana, con acostamiento de diez mil ducados que le ofreció el rey de Francia cada un año. Envió el rey Católico á Cárlos de Alagon á Nápoles para avisar de su ida, con órden de asegurar en particular á los coloneses que no serian agraviados y que se tendría mucha cuenta con sus servicios. Hecho esto, desde Barcelona se hizo á la vela á los 4 de sotiembre; en su compañía la reina doña Germana y las dos reinas de Nápoles, madre é hija, demás de un gran número de caballeros castellanos y aragoneses que le hicieron compañía en aquel viaje. La armada era muy gruesa, en que iban las galeras de Cataluña, y por su general don Ramon de Cardona; y las de Sicilia, cuyo capitan era Tristan Dolz, fuera de otras muchas naos. Las galeras de Nápoles quedaron en aquel reino de respeto para que el Gran Capitan se embarcase en ellas y viniese en busca del Rey. Así lo hizo, que á los 7 del mismo mes salió de Nápoles por tierra, por ser el tiempo contrario para salir las galeras. Detúvose en Gaeta hasta los 20 de aquel mes; traia en su compañía al duque de Termens y muchos caballeros italianos y españoles, y por prisioneros al príncipe de Rosano, al marqués de Bitonto, á Alonso de Sanseverino y Fabricio de Jesualdo, sin otros que dejó enfermos en Nápoles. En este mismo tiempo el rey don Filipe, luego que llegó á Búrgos y se aposentó en las casas del Condestable, lo primero que hizo fué mandar salir de palacio á doña Juana de Aragon, mujer del Condestable, á fin que la Reina, su hermana, no tuviese con quien comunicar sus cuitas. Comenzaron asimismo á hacer proceso contra el duque de Alba, y se mandó al Almirante que para asegurar al Rey le entregase una de sus fortalezas, porque se comenzó á tener de él alguna desconfianza. El, comunicado el negocio con el marqués de Villena, duque de Najara y conde de Benavente, se excusaba de hacello. Amenazaban las cosas alguna gran mudanza, y parece se enderezaban á diseusiones y revueltas, cuando al rey dou Filipe le sobrevino una fiebre pestilencial, que le acabó en pocos dias. Algunos tuvieron sospecha que le dieron yerbas; sus mismos médicos, y entre ellos Ludovico Marliano, milanés, que despues fué obispo de Tuy, averiguaron la verdadera causa, que fué ejercicio demasiado. Estuvo la Reina siempre con él en su dolencia, y aun despues de muerto no se queria apartar de su cuerpo, dado que los grandes se lo suplicaron, y que demás de su ordinaria indisposicion quedaba preñada. Falleció á los 25 de setiembre, una hora despues de medio dia, en edad de veinte y ocho años. Mandóse enterrar en Granada. Depositároule en Miraflores, monasterio de cartujos cerca de Búrgos. Tal fué el fin que tuvo aquel Príncipe en el mismo principio de su reinado, sin poder gozar de la gloria que se pudiera esperar de su buen natural. ¿Qué le prestó su nobleza? Qué su edad y gentileza, que fué grande? Qué las riquezas y poder, en que ningun príncipe cristiano se le igualaba? Qué la casa real y tanto número de cortesanos? Todo lo acabó la muerte cruel arrebatada y fuera de sazon. Sola la virtud no falta, que tiene muy cierto su galardon y muy hondos sus cimientos. ¡Mara

villoso Dios en sus juicios! ¡ Grande inconstancia y variedad de las cosas humanas y de toda su prosperidad! ¿Qué de esperanzas mal fundadas cayeron por tierra y se acabaron? Qué de trazas comenzaron de nuevo? Fué de estatura mediana, rostro blanco y colorado, poca barba, belfo, ojos medianos, cabello largo, toda la composicion de su cuerpo muy honesto y muy amable; el ánimo muy generoso; la condicion fácil, falta notable,

y de que sus privados usaban mal; enemigo de negocios, aficionado á deportes, muy sujeto al parecer de los que tenia en su casa y á su lado. En el mes de agosto se vió un cometa, por espacio de ocho dias, que revolvia con su llama entre poniente y mediodía. Entendióse despues del desastre que amenazaba á la cabeza deste Príncipe y que pronosticaba se seguiria con su muerte en sus reinos alguna gran revolucion y mudanza.

LIBRO VIGÉSIMONONO.

CAPITULO PRIMERO.

Que el rey Católico supo la muerte del rey don Filipe.

Con la muerte del rey don Filipe las cosas del reino y los ánimos de los principales y del pueblo grandemente se alteraron. Repentina mudanza, confusion y peligro, uno de los mayores en que jamás Castilla se vió. ¿Quién pudiera creer ni pensar que un gobierno fundado con tantas fuerzas y por tan largo discurso de tiempo, continuado en paz y justicia, en que ninguna nacion en el mundo se le aventajaba, en un instante de tiempo se hallase en términos de desbaratarse de todo punto y trocarse en una tiranía y revuelta miserable? Inconstancia grande de las bienandanzas de los mortales y muestra clara de nuestra fragilidad. Lo que en muchos años se gana, en una hora se pierde; y la nave cuanto es mayor y mas fuerte, tanto corre mas peligro si le falta el gobernalle, como le sucedió al presente á este reino. Los grandes desconformes, y aun en gran parte descontentos; porque ¿quién pudiera satisfacer á la ambicion y hartar la codicia de tantos? Gran parte de las tenencias y de los cargos del reino en poder de flamencos en recompensa de sus servicios y de haber desamparado su patria; estos buscaban todas las maneras y caminos que podian para allegar dineros, aunque fuese con gemido y agravio manifiesto de la gente vulgar; y como no pensaban arraigar en España largo tiempo, con deseo de enriquecer todo lo ponian en venta, y de todo procuraban sacar interés. Los pueblos, ofendidos con esto y por persuasion y á ejemplo de los grandes, comenzaban á dividirse en parcialidades; los mas suspiraban por el gobierno pasado, y aun se quejaban del rey Católico que hobiese dejado á los que le desampararon y ellos mismos pusieron en necesidad de salirse afrentosamente del reino. Todos estos desabrimientos y pasiones enfrenaba la presencia y autoridad de su Rey, aunque mozo; mayormente que no podian quejarse sino de sí mismos que entregaron el gobierno al que menos convenia, y quitaron la vara al que tantos años los gobernara, honrara y acrecentara con grandes reinos y estados que ganó. Muerto el rey don Filipe, luego comenzaron a brotar las pasiones, sin que se ha

llase quien les fuese á la mano ni quien pusiese remedio á los males que amenazaban. La Reina, á quien esto mas que a nadie tocaba por ser señora legitima, impedida por su indisposicion. Su hijo el príncipe don Carlos era niño y criado fuera de España. Si entraba en lugar de su madre, era forzoso que los que por él gobernasen fuesen extranjeros, en gran perjuicio del reino y de los naturales. De dos abuelos que tenia, el Emperador léjos, y de su gobierno se podia temer con razon el mismo inconveniente de ser Castilla gobernada por los que ninguna noticia de sus cosas ni de sus humores alcanzaban. Restaba solo al rey don Fernando, de cuya prudencia y valor, aun los que le desamaban, no dudaban; pero hallábase fuera de España y grandemente desgustado por los malos tratamientos pasados; sobre todo que los que fueron desto causa, por su mala conciencia se recelaban que si volviese sus demasías serian castigadas, y couforine á la costumbre de los hombres, tomado el mando, querria satisfacerse de los que le maltrataron. Este era el mayor recelo que tenian, y por esta causa remontaban su pensamiento algunos á cosas y medios extraños, tanto, que el dia antes que muriese rey don Filipe, por entender que no podia vivir, hobo gran alboroto y escándalo entre los grandes, que ainenazaba guerra civil y sangrienta. Por prevenir estos inconvenientes se juntaron el Condestable y Almirante y duque del Infantado, que luego se declararon por el rey Católico, con el duque de Najara y marqués de Villena, cabezas del bando contrario en la posada del arzobispo de Toledo, y conferido el negocio, fueron de acuerdo que para todas las diferencias nombrasen por jueces al mismo Arzobispo con otros seis que escogieron de la una parcialidad y de la otra, y que todos pasasen por lo que ellos ordenasen. Con esto, 1.o de octubre, capitularon una concordia y la hicieron jurar á los grandes, que durase por todo el mes de diciembre, fin deste año, en que, entre otras cosas, mandaban que ninguno hiciese levas de gente; que las personas, tierras y castillos de los unos estarian seguros que no recebirian daño de los otros; item, que ninguno se apoderaria de la Reina, que quedó en Búrgos, ni del infante don Fernando, que á la sazon se criaba en Simancas. Suayo era Pero Nuñez de

el

Guzman, clavero de Calatrava; él, por prevenir lo que podia acontecer y porque aun antes que el Rey falleciese, don Diego de Guevara y Filipe Ala con cartas que traian del Rey, á lo que se entendió fingidas, quisieron sacar al Infante de poder de su ayo, acudió al presidente y oidores de Valladolid; ellos fueron á Simancas, y trajeron al niño á aquella villa, y allí le pusieron á buen recado en el colegio de San Gregorio que fundó don Alonso de Búrgos, obispo de Palencia, de la órden de Santo Domingo; diligencia con que se atajaron intentos no bien encaminados. El mismo dia que se ordenó y capituló la concordia entre los grandes en Burgos, el rey Católico aportó al puerto de Génova. La navegacion fué larga por ser el tiempo contrario, que le forzó á tocar en Palamós y Portuvendres y en Tolon, desde donde siguió despacio la via de Saona y de Génova. Antes que el rey Católico llegase á aquella ciudad, se juntó con él el Gran Capitan, que venia en busca suya con las galeras de Nápoles. Acogióle el Rey muy graciosamente; y con gran contentamiento acabó de desengañarse y entender que todo lo que se habia dicho y sospechado de la lealtad de aquel caballero era invencion y falso. Dijo en público y en secreto grandes alabanzas de su persona; que no era razon que la fama de un tan valeroso capitan quedase injustamente manchada. La gente, particularmente los italianos, no acababan de creer ni persuadirse que persona tan prudente y que podia tomar partidos tan aventajados se pusiese en manos y en poder de un Rey tan sagaz y en remunerar servicios limitado. Hizo aquella ciudad muchos regalos al Rey, dado que no quiso saltar en tierra; solo avisó á los ancianos que le vinieron á visitar sosegasen la ciudad, que andaba muy alborotada y para mudar el gobierno; apercibióles que en cualquiera ocurrencia acudiria con todas sus fuerzas á su hermano el rey de Francia. Esto fué de tanto efecto, que los que estaban para tomar las armas y para rebelarse se enfrenaron por entonces con temor de la armada de España, si bien poco despues se alborotaron de manera, que forzaron al rey de Francia á volver á Italia para sosegallos. De Génova siguió su viaje, y por continuar los vientos contrarios le fué forzado detenerse en Portofi; en aquel puerto, á los 5 del mes de octubre, le llegó la nueva de la muerte del rey don Filipe, su yerno. Escribíale el arzobispo de Toledo y todos sus servidores sus cartas en que le hacian instancia que, olvidados todos los desgustos pasados, diese la vuelta á Castilla, en que le ofrecian to hallaria todo tan llano como en Aragon; que no diese lugar para que con la dilacion las cosas se empeorasen y se pusiesen en término que despues no tuviesen remedio. Lo mismo le suplicaba don Alvaro Osorio, que iba en su compañía con cargo de embajador del rey don Filipe; pero fué tan grande su corazon, que sin embargo destos ruegos y del peligro que mejor que nadie conocia corrian las cosas de Castilla, y que volver al gobierno de Castilla era todo lo que podia desear, determinó pasar adelante en su viaje. Escribió á los prelados, grandes y ciudades el sentimiento que tenia de la muerte del Rey, su hijo, y que los encargaba continuasen en la lealtad que aquellos reinos siempre guardaron á la corona real y obedeciesen á la Reina como eran obliga

dos; que él no les podia faltar, y dejado órden en las cosas de Nápoles, daria la vuelta en breve, resuelto de abrazar y hacer mercedes á todos como era razon y sus servicios lo merecian.

CAPITULO II.

Que el rey Católico entró en Nápoles.

Partió el rey Católico de Portofi, y si bien el tiempo no era favorable, llegó con toda su armada á surgir en el puerto de Gaeta. Allí y en Puzol se entretuvo algunos dias para dar lugar á los de Nápoles, que nunca se persuadieron llegara allá, especialmente despues que se supo la muerte del rey don Filipe, que aprestasen el recibimiento, que pretendian fuese con toda la magnificencia posible. De Puzol se pasó á Castel del Ovo. Allí, á 1.o de noviembre, aderezadas todas las cosas necesarias, salieron del muelle de Nápoles veinte galeras y muy en órden llegaron do el Rey los atendia, que so entró en la capitana. Dispararon primero la artillería las galeras, despues los castillos de la ciudad y naves que en el puerto se hallaban. Hecha esta salva, las galeras se acostaron al muelle. El Rey y la Reina desembarcaron en una puente de madera que tenian para esto hecha. Salieron á recebillos el Gran Capitan y toda la nobleza de aquel reino. Llegaron al arco en que se remataba la puente, hasta donde el Gran Capitan llevó de la mano á la Reina; y el Rey juró allí los privilegios de aquella ciudad. Hecho esto, subieron á caballo debajo de un palio que llevaban los electos del pueblo. El Rey iba en un caballo blanco con una ropa de terciopelo carmesí; la Reina en una hacanea con cota de brocado y un capote sembrado de lazos verdes. El estandarte real llevaba Fabricio Colona, que le dió el Rey de su mano, y le nombró por su alférez mayor; en su compañía los reyes de armas. Seguíase el Gran Capitan con ropa de raso carmesi aforrada en brocado, y á su mano derecha Próspero Colona. Tras ellos los demás grandes y embajadores. Los que mas alegria dieron á todos fueron los prisioneros, que ya iban puestos en libertad. Cerraban todo este acompañamiento muy lucido y grande los cardenales de Borgia y de Sorrento, que se seguian despues del palio. Con este órden los llevaron por las calles principales y por los sejos, do los aguardaban los caballeros y damas de Nápoles, paradas muy ricamente con música de voces y instrumentos y toda muestra de alegría. Llegaron á la iglesia mayor, en que la clerecía y órdenes los recibieron en procesion. En Castelnovo, do fueron á parar, les salieron al encuentro las dos reinas de Nápoles y la reina de Hungría. Otro dia el Rey salió por toda la ciudad acompañado de todos los grandes y barones, y por mas honrar al Gran Capitan, se apeó en su posada. Luego se comenzó á dar asiento en las cosas y tratar de restituir sus estados á los barones, segun que lo tenian acordado. Celebróse parlamento general. Dióse órden que jurasen al Rey y á su hija la reina doña Juana y á sus sucesores, sin hacer mencion de la reina doña Germana; que fué notable resolucion y contra lo capitulado con Francia. El color que se tomó fué que la Reina se hallaba indispuesta y que ya en Valladolid la juraron

en

por reina de Nápoles. En este comedio Castilla se abrasaba en disensiones y parcialidades de secreto, puesto que en lo público todos se enfrenaban; y no era maravilla por estar el reino sin cabeza. La Reina ni podia ni queria atender al gobierno; las provisiones del Consejo real no eran obedecidas sino de quien queria. Algunos para nombrar gobernadores eran de parecer que se juntasen Cortes del reino. En esto hacian gran fundamento el arzobispo de Toledo, el Condestable y Almirante; acudieron á la Reina, pero no pudieron acabar con ella firmase las provisiones convocatorias que llevaban los de su Consejo ordenadas. Acordaron tomar testimonio desto, y que los del Consejo las convocasen para Burgos, como lo hicieron. No venian en esto, especial el duque de Alba, aunque no se hallaba en la corte, decia que solo el Rey podia juntar Cortes. Por esto dado que acudieron algunos procuradores al llamado del Consejo, en fin no se hizo nada. Todo estaba suspenso y lleno de confusion; los pareceres de los grandes eran muy diferentes y contrarios; los mas venian en que el rey Católico debia tener el gobierno; los principales eran el arzobispo de Toledo, el Condestable, el Almirante y los duques de Alburquerque y de Béjar. Entre estos, los unos no querian que se encargase del gobierno si no venia en persona; otros juzgaban que podia gobernar en ausencia. Con esto se conformaba el arzobispo de Toledo, tanto, que procuraba le enviase poderes tan bastantes para todo como cuando le envió á concertar las diferencias que tenia con el rey don Filipe; y aun por otra parte trató con la Reina que ella se los diese. El duque de Najara y don Alonso Tellez, hermano del de Villena, y don Juan Manuel juzgaban que la reina doña Juana por su impotencia se debia tener por muerta; y para que esto se declarase pretendian se debian juntar las Cortes. Con esto sucedia su hijo el príncipe don Cárlos; mas tampoco estos no concordaban en todo, ca el Duque pretendia le trajesen á España para que en su nombre gobernasen los que el reino señalase; don Alonso fundaba en derecho que la gobernacion pertenecia al César como abuelo paterno del príncipe don Cárlos, y por consiguiente tutor suyo, la cual opinion andaba mas valida que la del Duque; y aun el mismo Emperador tuvo gran deseo de tomar á su cargo el gobierno hasta dar intencion de venir á España, pospuestas todas las otras cosas que dél cargaban. No faltaban personas que querian llamar para el gobierno al rey de Portugal y casar al infante don Fernando con su hija doña Isabel con intento de alzallos por reyes de Castilla, por estar hostigados del gobierno de extranjeros. Quién acudia á los reyes de Navarra, y querian se hiciese el matrimonio que pretendian entre hija del rey don Filipe y el príncipe de Viana para entregalles el reino y su gobierno; ¿con qué título, con qué color? Mas se gobernaban por sus antojos, y miraban mas sus intereses que la razon. Del Arzobispo decian pretendia el capelo para sí, y para su compañero fray Francisco Ruiz una iglesia. El duque del Infantado queria el obispado de Palencia para un hijo suyo. El duque de Alburquerque que el alcázar de Segovia se volviese al marqués de Moya. Al duque de Najara pesaba que el Condestable tuviese fanta mano

con el rey Católico, y al de Villena que el duque de Alba. El conde de Benavente queria le concediesen la feria de su villa de Villalon, como se la concedió el rey don Filipe, sin embargo que era en perjuicio de Medina del Campo. Otros tenian otras pretensiones, prestos de acudir á la parte de donde se les diese mas esperanza dellas sin tener respeto al bien comun, si se apartaba de sus particulares. Para prevenir estos inconvenientes el arzobispo de Toledo y los deputados con él para componer todas las diferencias acordaron que los grandes jurasen que hasta tanto que se juntasen las Cortes no llamarian algun príncipe ni se concertarian con él en manera alguna; y aun el rey Católico desde Nápoles escribió á los mas de los grandes, y les prometió las mas de las cosas que pretendian, con deseo de ganallos y de sosegallos en su servicio; en particular al marqués de Villena prometió daria á Villena y Almansa, y al duque de Najara las alcabalas de la merindad de Najara. Mas en el entre tanto la poca conformidad que los grandes que andaban en la corte entre sí tenian dió ocasion á que por mal gobierno sucediesen notables desórdenes. Uno fué que por el mismo tiempo que en Nápoles se aprestaba la entrada del rey Católico, el duque Valentin una noche se descolgó de la Mota de Medina, en que le tenian preso, y aunque fué sentido de los de dentro, no lo pudieron impedir. Recogióse primero al estado del conde de Benavente, con cuyo favor se libró; despues se fué á Navarra; caso que pudiera ser de grande inconveniente, especial para las cosas de Italia, donde tanta mano tenia. Otro desórden fué que el duque de Medina Sidonia don Juan de Guzman envió á su hijo don Enrique con gente sobre Gibraltar, plaza de que hiciera merced á su padre el rey don Enrique, y los Reyes Católicos se la quitaron; en lo cual pretendia estar agraviado, y queria por fuerza restituirse en el señorío de aquella plaza. El alcaide que estaba en el castillo por Garci Laso por una parte, y por otra el conde de Tendilla desde Granada y otras comunidades del Andalucía hicieron sus diligencias para socorrer á los cercados; así el cerco se alzó, en especial que el arzobispo de Sevilla prometió acabaria con la Reina y con el Rey, su padre, estuviesen con el Duque á justicia. Despues se juntaron estos personajes en Tocina con los condes de Ureña y Cabra y marqués de Priego, en que se concertaron entre sí y hicieron de comun acuerdo una escritura de concordia en que se obligaron de acudir á lo que fuese servicio de su alteza y pro del reino, obedecer las cartas que viniesen firmadas de la Reina ó de su Consejo. Cuanto á las Cortes que tenian llamadas, protestaban que si lo que en aquel ayuntamiento se determinase no fuese servicio de Dios y de su alteza, pro y bien comun del reino, no se tendrian por obligados á pasar por ello. Sucedió demás desto que don Rodrigo de Mendoza, marqués de Cenete, pretendia casar con doña María de Fonseca. Levantóse pleito sobre este matrimonio. En tanto que se sentenciaba por el juez eclesiástico, los Reyes Católicos depositaron aquella señora en diversas partes para aseguralla de toda violencia. El Marqués con las revueltas la sacó por fuerza de las Huelgas de Valladolid, donde últimamente la tenian puesta, que fué otro nuevo

desórden. En Toledo se levantó un grande alboroto por causa que el conde de Fuensalida tomó la vara de su alguacilazgo mayor para quitar del gobierno á don Pedro de Castilla, que pretendia no se debia tener por corregidor. Acudieron soldados que envió desde Ocaña Hernando de Vega; con esto y que los Silvas se arrimaron al Corregidor, el de Fuensalida desistió por entonces de su intento, y la ciudad se apaciguó. En Madrid se pusieron en arma los Zapatas y don Pero Laso de Castilla, servidores del rey Católico de una parte, y por otra Juan Arias con los del bando contrario. En Segovia se apoderaron de las puertas y iglesia mayor los marqueses de Moya, que pretendian recobrar el alcázar cuya tenencia les quitaron. Todo ardia en alborotos y disensiones, sin que nadie fuese parte para apagar el fuego.

CAPITULO III.

La reina doňa Juana salió de Búrgos.

La indisposicion de la Reina era de suerte, que mas era impedimento que ayuda para remediar los daños. Tuvo la fiesta de Todos Santos en el monasterio de Miraflores, y oida la misa y sermon, despues de comer mandó abrir la sepultura en que yacia el cuerpo del Rey, su marido; entró dentro, y mandó al obispo de Burgos abriese la caja en su presencia. Miró y tocó el cuerpo sin alguna señal de alteracion ni echar lágrima. Esto hecho, aquel mismo dia se volvió á la ciudad. Entendióse tenia recelo no le hobiesen llevado á Flandes la gente flamenca de su casa, que hacian instancia por ser pagados, y que para esto se vendiese alguna parte de la recámara del difunto con que se pudiesen volver á su tierra. Propusieron esto á la Reina; ninguna otra respuesta dió á su peticion tan justa, sino que ella tendria cuidado de rogar á Dios por su marido. Tratóse diversas veces de sacalla de Búrgos, donde estaba por una parte en poder del Condestable, en cuyas casas posaba, y tenia la ciudad toda de su mano; por otra don Juan Manuel tenia mucha mano en aquella ciudad por estar cu su poder el alcázar; de la cual tenencia y de las de otros muchos castillos le hizo merced el rey don Filipe. Tomaban color para sacalla que la peste comenzaba á sentirse y picar en aquella ciudad; el marqués de Villena hacia instancia la llevasen á la su villa de Escalona. Su condicion no daba lugar á que le persuadiesen otra cosa mas de lo que se le ponia en la cabeza. Tenia en su compañía á doña Juana de Aragon, su hermana, que la hizo volver á palacio, luego que falleció el rey don Filipe, y á la marquesa de Denia, á la condesa de Salinas con su nuera doña María de Ulloa, con las cuales holgaba de hablar y se entretenia. Sentíase cargada con su prenez, salióse á la casa de la vega. De allí determinó partir de aquella ciudad y llevar consigo el cuerpo del Rey, su marido, á Torquemada, con voz que de allí le queria enviar á Granada. Con esta resolucion un dia antes que partiese de Búrgos, es á saber, á los 19 de diciembre, mandó á Juan Lopez de Lazarraga, su secretario, ordenase una provision en que revocaba todas las mercedes que el Rey, su marido, hizo despues de la muerte de la reina doña Isabel, cosa que á muchos tocaba, y tenia grandes inconvenientes. Como el secreM-11.

tario se entretuviese, llamó á cuatro del Consejo para que hiciesen despachar aquella provision. A los mismos juntamente dió órden que quedasen en el Consejo los que lo eran en vida de los reyes, sus padres, y los demás se tuviesen por despedidos. Acudieron los procuradores del reino el mismo día que se partió, que fué el luego siguiente. Dijéronle entre otras cosas, si fuese servida, enviarian dos dellos á suplicar al rey Católico viniese para ayudalla en el gobierno. Respondió que holgaria mucho con la venida del Rey, su señor, para su consolacion; y en lo del gobierno no dijo palabra ; antes les mandó se fuesen á sus posadas, y no entendiesen en cosa alguna de las Cortes sin su mandado, que fué desbaratar aquellos ayuntamientos y atajar los inconvenientes que dellos, á juicio de muchos, podian resultar. Fué la Reina al monasterio de Miraflores un domingo, 20 de diciembre. A la tarde sacaron el cuerpo del Rey y pusiéroule en unas andas. Acompañáronle los obispos de Jaen y Mondoñedo y el de Málaga, que era don Diego Ramirez de Villascusa. Poco despues salió la Reina, y en su compañía el marqués de Villena, y el embajador Luis Ferrer y el Condestable, que acudió luego con otros muchos. El camino era de noche y con hachas. Llegaron á media noche á Cavia. Desde allí fueron á Torquemada, do reparó la Reina. En Burgos quedaron los del Consejo real, el arzobispo de Toledo, el Almirante y el duque de Najara. Espiraba el tiempo que en la concordia que capitularon los grandes en Búrgos se señaló. Sobre si se debia alargar hobo diferencias. El Condestable no venia en que se prorogase, por ser en perjuicio de la Reina. El Almirante queria que se hiciese la prorogacion, y deste parecer era el arzobispo de Toledo, que hacia asimismo mucha fuerza en que el Consejo real fuese favorecido y obedecido, pues no quedaba otro camino para entretener el gobierno hasta tanto que el rey Católico viniese. Otros grandes, por impedir su venida, trataban de casar á la Reina. El de Villena queria casalla con el duque de Calabria. Asimismo se puso en plática que la casasen con don Alonso de Aragon, hijo del infante don Eurique, que era el que quedaba solo de la casa real de Aragon y Castilla por línea legítima de varon. Llegó el negocio á que ofrecieron grande estado á doña María de Ulloa, que tenia mucha cabida con la Reina, si lo acabase con ella. La Reina no vino en ello, antes lo rechazó y echó muy léjos. No faltaba quien la quisiese casar con el rey de Inglaterra, el cual dado que era de edad, lo deseó grandemente. Divulgóse otrosí que el Rey, su padre, la pretendia casar con Gaston de Fox, su cuñado y sobrino, señor de Narbona, rumor que alteró á muchos, y fué causa que los servidores del rey Católico y su partido algun tanto enflaqueciese.

CAPITULO IV.

Que los barones angevinos fueron restituidos en sus estados.

Con la ida del rey Católico á Italia grandes humores se removieron. Acudieron á Nápoles embajadores de los mas príncipes y potentados de Italia. Tratóse por medio del rey de Francia de impedir al Emperador que no se apoderase del gobierno de Flandes; traza con que se

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