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ñalaron de acostamiento cierta suma de maravedís en los libros del Rey. Asentado esto, sin pedir alguna seguridad de su persona para mas obligar á sus émulos, vino á Toro. Recibióle el Rey allí con muestras de amor y benignidad, y luego que se encargó del gobierno y le quitó á los que le tenian, le trató con el respeto que su nobleza y estado pedian. Desta manera se sosegó el reino, y apaciguadas las alteraciones que tenian á todos puestos en cuidado, una nueva y clara luz se comenzó á mostrar despues de tantos nublados. Grande reputacion ganó el arzobispo de Santiago, todos á porfía alababan su buena maña y valor. Duróle poco tiempo esta gloria á causa que en breve el Rey salió de la tutela y se encargó del gobierno; el arzobispo de Toledo, su contendor, otrosí volvió á su antigua gracia y autoridad, con que no poco se menguó el poder y grandeza del de Santiago. El pueblo, con la soltura de lengua que suele, pronosticaba esta mudanza debajo de cierta alegoría, disfrazados los nombres destos prelados y trocados en otros, como se dirá en otro lugar. Al rey de Navarra volvieron los ingleses á Quereburg, plaza que tenian en Normandía en empeño de cierto dinero que le prestaron los años pasados. Encomendó la tenencia á Martin de Lacarra y su defensa, por estar rodeada de pueblos de franceses y gente de guerra derramada por aquella comarca. Las bodas de la reina de Sicilia y don Martin de Aragon finalmente se efectuaron con licencia del rey de Aragon, tio del novio, y del papa Clemente, segun que de suso se apuntó. Los varones de Sicilia con deseo de cosas nuevas, ó por desagradalles

aquel casamiento, continuaban con mas calor en sus alborotos y en apoderarse por las armas de pueblos y castillos y gran parte de la isla. No tenian esperanza de sosegallos y ganallos por buenos medios; acordaron de pasar en una armada que aprestaron para sujetar los alborotados aquellos reyes, y en su compañía su padre don Martin, duque de Momblanc. En la guerra, que fué dudosa y variable, intervinieron diversos trances. El principio fué próspero para los aragoneses; el remate, que prevalecieron los parciales hasta encerrar á los reyes en el castillo de Catania y apretallos con un cerco que tuvieron sobre ellos. Don Bernardo de Cabrera, persona en aquella era de las mas señaladas en todo, acompañó á los reyes en aquella demanda; mas era vuelto á Aragon por estar nombrado por general de una armada que el rey don Juan de Aragon tenia aprestada para allanar á los sardos. Este caballero, sabido lo que en Sicilia pasaba, de su voluntad ó con el beneplácito de su Rey se resolvió de acudir al peligro. Juntó buen número de gente, catalanes, gascones, valones; para llegar dinero para las pagas empeñó los pueblos que de sus padres y abuelos heredara. Hizose á la vela, aportó á Sicilia ya que las cosas estaban sin esperanza. Dióse tal maña, que en breve se trocó la fortuna de la guerra, ca en diversos encuentros desbarató á los contrarios, con que toda la isla se sosegó, y volvió mal su grado de muchos al señorío y obediencia de Aragon, en que hasta el dia de hoy ha continuado, y por lo que se puede conjeturar durará por largos años sin mudanza.

LIBRO DÉCIMONONO.

CAPITULO PRIMERO.

Cómo el rey don Enrique se encargó del gobierno.

REPOSABA algun tanto Castilla á cabo de tormentas tan bravas de alteraciones como padeció en tiempo pasado; parecia que calmaba el viento de las discordias y de las pasiones, ocasionadas en gran parte por ser muchos y poco conformes los que gobernaban. Para atajar estos inconvenientes y daños el Rey se determinó de salir de tutela y encargarse él mismo del gobierno, si bien le faltaban dos meses para cumplir catorce años; edad legal y señalada para esto por su padre en su testamento. Mas daba tales muestras de su buen natural, que prometian, si la vida no le faltase, seria un gran príncipe, aventajado en prudencia y justicia con todo lo al. Demás que los señores y cortesanos le atizaban y daban priesa; la porfía de todos era igual, los intentos diferentes. Unos, con acomodarse con los deseos de aquella tierna edad, pretendian granjear su gracia para adelantar sus particulares, los de sus deudos y aliados. Otros, cansados del gobierno presente, cuidaban

que lo venidero seria mas aventajado y mejor, pensamiento que las mas veces engaña. Por conclusion, el Rey se conformó con el consejo que le daban. A los primeros de agosto juntó los grandes y prelados en las Huelgas, monasterio cerca de Búrgos, en que los reyes de Castilla acostumbraban á coronarse. Habló á los que presentes se hallaron, conforme á lo que el tiempo demandaba. Que él tomaba la gobernacion del reino; rogaba á Dios y á sus santos fuese para su servicio, bien, prosperidad y contento de todos. A los que presentes estaban encargaba ayudasen con sus buenos consejos aquella su tierna edad y con su prudencia la encaminasen. Pero desde aquel dia absolvia á los gobernadores de aquel cargo, y mandaba que las provisiones y cartas reales en adelante se robrasen con su sello. Acudieron todos con aplauso y muestras grandes de alegría, así el pueblo como los ricos hombres y señores que asistian á aquel auto, el nuncio del Papa, el duque de Benavente, el maestre de Calatrava y otros muchos. El arzobispo de Santiago, como quier que ejercitado en todo género de negocios, y los demás le reconocian por,

sus aventajadas partes, tomó la mano, y habló al Rey en esta forma: «No con menos piedad y alegría hablaré agora, que poco antes en aquel sagrado altar dije misa por vuestra salud y vida; confio que con el mismo ánimo vos me oiréis. Este es el tercer año despues que por el testamento de vuestro padre fuimos puestos por vuestros tutores y gobernadores del reino. Cuanto hayamos en esto aprovechado quédese á juicio de otros. Esto con verdad os podemos certificar que ningun trabajo ni peligro de nuestras vidas hemos excusado por esta causa, por el bien y pro comun destos vuestros reinos. Hablar de nuestras alabanzas es cosa penosa y ocasion de envidia; no puedo empero dejar de avisar cómo hasta ahora siempre hemos conservado la paz y el reino ha estado en sosiego, que es de estimar asaz en tanta variedad de pareceres y voluntades. En nuestro gobierno ni sangre ni muerte de alguno no se ha visto, cosa que se debe atribuir á milagro y á vuestra buena dicha y felicidad, que plegue á Dios sea así y se continúe en lo restante de vuestro reinado. Con los moros, enemigos perpetuos de la cristiandad, habiéndose rebelado para eximirse de vuestro imperio, hicimos nueva confederacion. Aplacamos con treguas los ánimos feroces de los portugueses. Honramos como convenia y granjeamos con todas buenas obras y correspondencia á los franceses, ingleses y aragoneses. Dirá alguno que los pueblos están irritados y gastados con nuestras imposiciones. ¿Cómo puede ser esto, pues para aliviallos redujimos el alcabala á la mitad menos de lo que artes pagaban, es á saber, á razon de uno por veinte? Todo á propósito de acudir á las necesidades del pueblo y atajar sus quejas y disgustos. Así, muchos que se habian desterrado de sus tierras y desamparado sus haciendas por la violencia y crueldad de los alcabaleros, se hallan al presente en sus casas. Dirá otro que los tesoros y rentas reales están consumidas y acabadas. No lo podemos negar; pero de otra suerte ¿cómo se pagaran las deudas y las obligaciones que quedaban y se apaciguaran las alteraciones de la nobleza y del pueblo si no fuera con hacelles mercedes y acrecentalles sus gajes? Que si pareciere demasiado, ¿quién quita que no lo podais. todo reformar como pareciere mas expediente, asentadas las cosas de vuestro reino? Ningun pueblo hasta la menor aldea hallaréis enajenada; todo está tan entero como antes. De suerte que ninguna cosa falta para vuestra felicidad y para nuestra alegría sino lo que hoy se hace, que concluida tan larga navegacion, llegados al puerto despues de tantos peligros y á salvamento, caladas las velas y echadas anclas, muy de gana descansemos en vuestra prudencia y benignidad, seguros y ciertos que si en tanta diversidad de cosas algo se hobiere errado, sin que sea menester intercesor ni tercero, vos mismo lo perdonaréis. Esto tambien aumentará vuestra gloria, que hayais tenido por tutores personas que con las mismas virtudes de templanza, prudencia y diligencia con que han hecho guerra á los vicios y llevado al cabo cosas tan grandes, podrán de aquí adelante sufrir la vida particular, su recogimiento y sosiego. » A estas razones respondió el Rey en pocas palabras: «De vuestros servicios, de

vuestra lealtad y prudencia todo el mundo da bastante testimonio. Yo mientras viviere no me olvidaré de lo mucho que os debo, antes estoy resuelto que como hasta aquí por vuestro consejo he gobernado mi persona, así en lo de adelante ayudarme de vuestros avisos y prudencia en todo lo que concierne al gobierno de mi reino. » Concluido este auto, se trataron otros negocios. Muchos extranjeros pretendian las prebendas eclesiásticas destos reinos, tanto con mayor codicia y maña cuanto las rentas son mas gruesas. En las provisiones que dellas se hacian por el Pontífice no se tenia cuenta ó poca con los méritos, ciencia y bondad de los proveidos. Muchas veces y en diversos tiempos se trató en las Cortes de remediar este grave daño y de suplicar al Padre Santo no permitiese se continuase mas el desórden. Últimamente en las Cortes de Guadalajara, como se dijo de suso, se propuso y apretó con mayor cuidado este negocio de los extranjeros. Parecia cosa muy fea y cruel que desfrutasen las iglesias gente que ni ellos ni sus antepasados las ayudaron en cosa alguna ni las podrian ayudar. Continuaban, sin embargo, las provisiones de la manera que antes, ca los papas no llevaban bien que les atasen las manos. Los gobernadores del reino, visto esto, proveyeron los años pasados que se embargasen los frutos que poseian los extraños. Por esta causa á instancia del Nuncio se trató en las Cortes que para la coronacion del Rey se juntaran muy de propósito este punto. Hobo consultas diferentes, muchas demandas y respuestas sobre el caso. La resolucion finalmente fué que los extraños no pedian razon en lo que pretendian, y que lo proveido se llevase adelante. Pero como quier que muchos cortesanos pretendiesen tener parte en los despojos y alcanzar del Papa aquellas y semejantes gracias, hicieron tal y tanta instancia para que no se ejecutase aquel decreto, que al fin por entonces fué forzoso disimular. La edad del Rey era deleznable, y las negociaciones grandes en demasía. Todavía para resolver. con mas acuerdo este punto de las extranjerías y otros negocios graves que instaban, acordaron se aplazasen de nuevo Cortes generales del reino para la villa de Madrid. Entre tanto que las Cortes se juntaban, á instancia de los vizcaínos, que mucho lo deseaban, el nuevo Rey fué en persona á tomar la posesion del señorío de Vizcaya. Jentáronse los principales de aquel estado. Otorgóles que á ejemplo de Castilla, donde todavía se continuaba esta antigua y dañada costumbre, pudiesen decidir y concluir sus pleitos, que eran asaz, por las armas y desafío. Lo que hizo á este año muy señalado fué la navegacion que de nuevo, á cabo de largo tiempo, se tornó á hacer á las Canarias. Armaron los vizcaínos, en que hicieron grande gasto, costearon con sus naves las marinas de España, alargáronse despues al mar, descubrieron las Canarias, reconociéronlas todas, informáronse de sus nombres, de sus riquezas y frescura. Surgieron en Lanzarote y saltaron en tierra, vinieron á las manos con los isleños, prendieron al Rey, á la Reina y ciento y setenta de sus vasallos. Con tanto dieron la vuelta á España, cargados los bajeles, demás de los cautivos, de pieles de cabras y alguna cera, de que aquellas islas tienen abundan

cia, para muestra de los trajes, de los frutos y fertilidad de la tierra y del útil que se podria sacar si continuasen las navegaciones, á propósito de sujetar aquellas islas á la corona de Castilla, como finalmente se hizo.

CAPITULO II.

De las Cortes de Madrid.

En este medio, conforme al órden que se dió, acudieron á Madrid y se juntaron los tres brazos, gran número de obispos, grandes y los procuradores de las ciudades. El Rey asimismo, asentadas las cosas de Vizcaya y pasados los calores del estio en la ciudad de Segovia por su mucha templanza, llegó á Madrid por el mes de noviembre. En la primera junta habló á los congregados en pocas razones esta sustancia. Despues de loar á su padre y declarar el estado en que el reino se hallaba, dijo tenia muchos ejemplos y muy buenos de sus antepasados para gobernar bien sus estados. Que en su menor edad, si bien el reino se mantuvo en paz con los extraños, pero llegó á punto de perderse por las discordias y alteraciones de los naturales. Lo que por razon de los tiempos se estragó era razon concertallo con su autoridad y por el consejo de los que presentes se hallaban. En la traza de su gobierno se pretendia apartar de los caminos y inconvenientes en que sus buenos vasallos tropezaron, en especial pondria todo cuidado en que ni la ambicion hallase entrada ni el dinero qué comprar. Sobre todo deseaba poner en su punto las leyes y dar toda autoridad á los tribunales que la libertad de los tiempos les quitaran. Las rentas reales estaban consumidas y acabadas; para remedio deste daño se podia tomar uno de dos caminos, imponer nuevos tributos en los pueblos ó revocar las donaciones que sus tutores hicieron con buen ánimo y forzados de la necesidad, mas en gran perjuicio de su patrimonio real; en todo empero pretendia usar de blandura y clemencia, á que su edad y su condicion mas le inclinaban que á rigor ni á severidad. El razonamiento del Rey y sus concertadas razones agradaron asaz á los que presentes se hallaron, si bien se dejaba entender que por su boca hablaban sus privados y cortesanos, los que en su nombre y por su mano lo gobernaban todo á su voluntad, no sin grave ofension de los demás, como es ordinario que unos se mueven por envidia, otros por el menoscabo de la autoridad real. Los que mas cabida tenian y alcanzaban con el Rey eran tres: Juan Hurtado de Mendoza, mayordomo de la casa real, Diego Lopez de Zúñiga, justicia mayor, y Ruy Lopez Dávalos, su camarero mayor. Tenian entre sí conformidad, entre privados cosa semejante á milagro. Su mayor cuidado enfrenar la edad deleznable del Rey, mirar por el gobierno en comun, y en particular amparar á los pequeños contra las demasías de los grandes. Preguntados los procuradores en qué manera se podria acudir al reparo de las rentas reales, dieron por respuesta que el pueblo estaba tan cargado de imposiciones y tan gastado por causa de las revueltas pasadas, que no podrian llevar se mentase de cargalles con nuevos tributos. Todavía les parecia que de las ventas y mercadurías se podria acudir al Rey á razon de uno por veinte. Que seria todavía mas fácil y

hacedero reformar el gran número de compañías de soldados que por sus particulares los señores sustentaban y entretenian á costa del comun; por lo menos les abajasen las pagas y sueldo conforme al que se daba en tiempo de los reyes pasados; lo mismo de las pensiones que los señores cobraban. Este medio pareció el mas acertado y mas fácil, demás que se reformaron y borraron de los libros del Rey las pensiones y acostamientos que en tiempo de la menor edad del Rey ó se concedieron de nuevo ó en gran parte se acrecentaron. Ofendiéronse muchos con esta determinacion, que estaban mal acostumbrados al dinero del Rey, pero era la querella de secreto, que en lo público todos aprobaban el decreto. Hecho esto, se celebraron las bobas del Rey con su esposa la reina doña Catalina por haber llegado á edad de poderse casar legalmente; lo mismo se hizo en el casamiento del infante don Fernando con doña Leonor, condesa de Alburquerque, su esposa, concertado de antes, y no efectuado por las razones que arriba se tocaron. Las alegrías, como se puede entender, fueron muy grandes, con que las Cortes de Madrid se concluyeron y despidieron. El Rey al principio del año de 1394, por causa de la peste que comenzaba á picar en Madrid, se partió para Illescas, villa de buena comarca y de aires saludables, puesta entre Toledo y Madrid á la mitad del camino. Convidado el arzobispo de Toledo con la ocasion del lugar, que era suyo, fué á hacer reverencia al Rey, que le recibió muy bien, y á él fué fácil volver á la autoridad y cabida que antes tenia, por su buena gracia y maña en granjear la gracia de los príncipes y de los cortesanos. El arzobispo de Santiago, su gran contendor, llevó muy mal esta venida y privanza, en tanto grado, que con ocasion fingida, á lo que se decia, de su poca salud se salió de la corte y se fué á Hamusco, villa suya en Castilla la Vieja, mal enojado contra el Rey y contra el de Toledo, y aun resuelto de satisfacerse, si ocasion para ello se le presentase. Fueron estos dos prelados en aquella era los mas señalados del reino, dotados de prendas y partes aventajadas, ingenio, sagacidad, diligencia, bien que las trazas eran bien diferentes. Parece por la ocasion que el lugar nos presenta será bien declarar en breve sus condiciones y naturales. La nobleza, la edad, la elocuencia, la grandeza de ánimo eran casi iguales; los caminos por donde se enderezaban eran diferentes. El de Santiago usaba de caricias, astucia y liberalidad; el de Toledo se valia de su entereza, en que no tenia par, y de otras buenas mañas. El primero hacia placer y granjeaba la voluntad de los grandes; el otro se señalaba en gravedad y mesura y severidad. El uno daba, el otro tenia mas que dar; aquel amparaba á los culpados y los defendia, el de Toledo queria que los ruines fuesen castigados. El uno era solícito, vigilante, favorecia á sus amigos, y á nadie negaba lo que estuviese en su mano; el otro ponia todo cuidado en la templanza, reformacion y todo género de virtudes. Al uno punzaba el dolor por la iglesia de Toledo, que los años pasados le quitaron á tuerto y contra razon, como él se persuadia; al de Toledo acreditaba habella alcanzado sin pretension ni trabajo; era respetado y temido de sus contrarios por su valor, y si bien diversas veces le armaron lazos y cayó en sus manos, siempre se li

bró dellas, y con los rayos de su luz deshizo las tinie- | blas de muchas celadas que sus émulos le paraban.

CAPITULO III.

De la muerte del maestre de Alcántara.

Sentian mucho los grandes y caballeros les reformasen los gajes y acostamientos que cada un año tiraban de las rentas reales, de que resultaron en Castilla la Vieja alteraciones y revueltas en esta manera. El duque de Benavente se salió de Madrid mal enojado; apoderábase de las rentas reales y eclesiásticas en todas las partes que podia. La pequeña edad del Rey y los tiempos daban ocasion á estas demasías y desórdenes. Despacharon al mariscal Garci Gonzalez de Herrera que le reportase y pusiese en razon y juntamente le avisase era mal término usurpar por autoridad lo que se debia alcanzar con buenos medios y servicios. Llevó asimismo órden de verse con la reina de Navarra y los condes de Gijon y Trastamara, que se mostraban sentidos por la misma causa y tramaban de juntar sus fuerzas y alborotar la tierra. La respuesta del de Benavente al recaudo que le dieron fué que no podia llevar ni era razon que el Rey se gobernase por ciertos hombres que poco antes se levantaron del polvo de la tierra, y que ellos solos tuviesen el palo y el mando. Que esta fué la causa de su salida de la corte, do no pensaba volver si no ponian en su poder para su seguridad, como en rehenes, los hijos de aquellos tres personajes mas poderosos de palacio. La respuesta de los otros señores descontentos fué semejable. Diego Lopez de Zúñiga por órden del Rey fué asimismo á verse con el arzobispo de Santiago y amonestalle que, pospuesto todo lo al, se viniese á la corte, ca se entendia traia sus inteligencias con los alborotados. Respondió al mensaje que la enemiga que tenia con el de Toledo, que era antigua y muy notoria, no le daba lugar á hacer presencia en la corte mientras su contrario en ella estuviese. Supo el rey de Navarra lo que en Castilla pasaba, los desgustos y pasiones. Parecióle buena ocasion para recobrar su mujer. Despachó sus embajadores sobre el caso, que hallaron al rey de Castilla en Alcalá de Henares, do era ya ido. Hicieron sus diligencias conforme al órden que traian; mas sin embargo que el Rey estaba torcido con la Reina por inclinarse ella y favorecer á los señores desgustados, todavía tuvieron mas fuerza las excusas que daba, las mismas que antes diera y el respeto que á su persona por ser Reina y tia del Rey se debia. Propusieron que á lo menos les entregase dos hijas que tenia en su compañía para llevallas á su padre. No vino el Rey tampoco en esto, antes dió por respuesta que en tanto que el matrimonio estaba apartado, era justo y puesto en razon que el padre y la madre repartiesen entre sí los hijos para con su presencia llevar mejor la viudez y soledad. Concluido con esta embajada, vinieron de Portugal nuevos embajadores, que en nombre de su Rey con palabras determinadas pidieron firmasen ciertos grandes las capitulaciones de las treguas y asiento que tomaron, que no lo habian querido hacer. Estos eran el marqués de Villena y el conde de Gijon; el de Villena alegaba que, pues no le dieron parte en los conciertos que hicieron

no era justo ni necesario que él los firmase; el de Gijon antes de firmar pretendia que el de Portugal le entregase los pueblos que con su mujer le señalaron en dote; el uno tomaba la firma por torcedor, y el otro por punto de honra; caminos que suelen desbaratar grandes negocios. Volviéronse los embajadores sin alcanzar cosa alguna, no sin recelo que las cosas llegasen á rompimiento. Nueva ocasion, que por cierto accidente resultó de mayor cuidado, hizo que no se reparase tanto en el desgusto de Portugal. Don Martin Yañez de la Barbuda, que fué en Portugal, do nació, clavero de Avis, los años pasados en tiempo del rey don Juan se desterró de su patria y dejó el lugar que tenia por seguir las partes de Castilla en las guerras que andaban sobre aquella corona de Portugal. Debia estar desgustado con su maestre, ó pretendia aventajarse en rentas y autoridad, que de su ingenio no sé si se puede y debe creer se moviese por la justicia de la querella. Finalmente, ayudó al rey de Castilla y se halló en aquella memorable jornada de Aljubarrota. En premio de sus servicios y recompensa de lo que dejó en su natural, se dió órden como le hiciesen maestre de Alcántara, con que se acrecentó en autoridad y renta. Era de ingenio precipitado, voluntario y resoluto. Avino que un ermitaño, por nombre Juan Sago, tenido por hombre santo á causa de la vida retirada que por mucho tiempo hizo en el yermo, le puso en la cabeza que tenia revelacion alcanzaria grandes victorias contra moros, singular renombre y muy poderoso estado, si desafiase aquella gente en comprobacion de la verdad de la religion católica. Dejóse el Maestre persuadir fácilmente por frisar con su humor aquel dislate. Envió personas á Granada que retasen aquel Rey á hacer campo con él, con órden que si este riepto no se recibiese, ofreciesen que entrasen en la liza veinte, treinta ó cien cristianos, y que el número de los moros fuese en cualquier destos casos doblado; que por la parte que la victoria quedase, aquella religion y creencia se tuviese por la acertada, temeridad y desatino notable. Los moros fueron mas cuerdos; maltrataron y ultrajaron á los embajadores, sin hacer dellos algun caso. El Maestre, mas indignado por esto y confiado en la revelacion del ermitaño y la justicia de su querella, se determinó con las armas romper por la frontera de moros. Ninguna cosa tiene mas fuerza para alborotar el vulgo que la máscara de la religion; reseña á que los mas acuden como fuera de sí, sin reparar en inconvenientes. A la fama pues de la empresa que el Maestre tomaba le acudió mucha gente, no de otra guisa que si tuvieran en las manos la victoria. Pasaron alarde de mas de trecientos de á caballo, hasta cinco mil peones de toda broza, los mas aventureros, mal armados, sin ejercicio de guerra, finalmente, mas canalla que soldados de cuenta. Desque el Rey supo lo que pasaba procuró apartalle de aquel intento. Asimismo los hermanos Alonso y Diego Fernandez de Córdoba, señores de Aguilar, caballeros de mucha cuenta, ya que marchaba con su gente, le salieron al camino para con sus buenas razones y autoridad divertille de aquel dislate. «¿Dó vais, dicen, Maestre, á despeñaros? ¿Por qué llevais esta gente al matadero? Vuestros pecados os ciegan, estos pobrecillos nos lastiman, que preten

deis entregarlos á sus enemigos carniceros. Volved, por Dios, en vos mismo, desistid dese vuestro intento tan errado, enfrenad con la razon el ímpetu demasiado de vuestro corazon; que si no tomais nuestro consejo ni dais orejas á nuestros ruegos, el daño será muy cierto y el llanto, junto con la mengua de toda la nación y reino. » No se doblegó con estas razones su pecho, no mas que si fuera de piedra. Saca por su divina permision la ira divina á los hombres de seso, cuando no quiere que se emboten sus aceros. Rompieron pues por tierra de moros un domingo 26 de abril. Pusiéronse sobre la torre de Egea, puesta en la misma frontera, para combatilla, cuando de sobresalto se mostró el rey Moro, acompañado de cinco mil de á caballo y de ciento y veinte mil de á pié, grande número, pero que se hace probable por causa que el Moro so graves penas mandó que todos los de edad á próposito se alistasen. Los cristianos con la vista de morisma tan grande á la hora desmayaron. En los de á pié no hobo resistencia por ser gente allegadiza y porque los moros los apartaron de sus caballos. Hirieron en ellos á toda su voluntad, los mas quedaron tendidos en el campo; algunos se salvaron que con tiempo se encomendaron á los piés. Los de á caballo hicieron el deber, ca arremolinados entre sí, por una pieza pelearon con valor y tuvieron en peso la batalla. Sobre todos se señaló el Maestre en aquel aprieto de valeroso y esforzado, y hizo grandes pruebas de su persona; mas finalmente, como quier que los enemigos eran tantos, cayó muerto y con él los demás, sin que ninguno mostrase cobardía ni volviese las espaldas; pequeño alivio de un revés y de una afrenta tan grande, con que la Dominica in Albis, que quiere decir blanca, y era aquel dia, se trocó en negra y aciaga. El cuerpo del Maestre con licencia de los moros llevaron á Alcántara y le sepultaron en la iglesia mayor de Santa María en un lucillo, y en él una letra que él mismo se mandó poner :

AQUI YACE AQUEL EN CUYO CORAZON NUNCA PAVOR TUVO
ENTRADA.

Cierto caballero refirió este letrero al emperador Cárlos V, que dicen respondió: Nunca ese fidalgo debió apagar alguna candela con sus dedos. Era clavero de Calatrava Fernan Rodriguez de Villalobos, hombre de valor y anciano. Juntáronse los caballeros, acudió el Rey con su favor, y nombráronle en lugar del muerto, si bien no era hijo legítimo de su padre, para que fuese maestre de Alcántara, eleccion que mucho sintieron y murmuraron los de aquella órden; pero prevaleció la voluntad del Rey y los muchos servicios y valor del electo. Los moros, aunque agraviados de aquella entrada del Maestre por habelles quebrantado las treguas, todavía antes de romper la guerra despacharon al rey don Enrique un embajador, que le halló en San Martin de Valdeiglesias; allí propuso sus quejas; la respuesta fué que la culpa de aquel caso solo la tenia el Maestre, que su muerte y la de los suyos era bastante emienda, con lo cual los moros se sosegaron.

CAPITULO IV.

De nuevos alborotos que se levantaron en Castilla. Los grandes que en Castilla la Vieja andaban descontentos hacian de nuevo mayores juntas de gentes y de soldados. La voz era para acudir al llamado del Rey, que decian se apercebia en Toledo, do estaba, para acudirá la guerra que de parte de Granada por la causa dicha de suso amenazaba; mas otro tenian en el corazon, que era llevar adelante sus desgustos y pasiones. Avino á la misma sazon que el rey de Castilla volvió á Illescas bien acompañado de gente, de grandes y ricos hombres. El maestre de Calatrava hizo tanto con el marqués de Villena, que le trajo consigo á aquella villa para reconcilialle con el Rey; muchos nobles para honralle desde Aragon le hicieron compañía. Recibióle el Rey con muchas muestras de amor y de contento; que es muy pro-. pio de los reyes contemporizar y ganar con caricias y benignidad las voluntades. El Marqués hizo instancia que le restituyesen la dignidad de condestable que tenia por merced del rey don Juan, y los tutores á tuerto la dieron al conde de Trastamara. Hobo el Rey su acuerdo sobre la demanda; respondió era contento de otorgar con lo que pedia, á tal empero que le acompañase á Castilla la Vieja, do era forzoso pasar para poner en razon los que andaban alborotados. Excusóse que no venia aprestado para aquella jornada; con tanto dió vuelta á Aragon con algun sentimiento del Rey, que quisiera tener á su lado un tal varon. Los bullicios de Castilla continuaban y por el mismo caso los agravios que se hacian á la gente menuda y desvalida. Pero visto que el Rey se aprestaba de gente, los grandes, que no tenian fuerzas para resistir á la potencia real, tomaron mejor acuerdo. Diéronles seguridad, y así vinieron á la corte, primero el arzobispo de Santiago, y tras él el duque de Benavente. Alegaron en excusa suya el mucho poder de sus enemigos y sus agravios, que los pusieron en necesidad para su defensa de acompañarse de gente. Ofrecieron de recompensar las culpas con mayores servicios y lealtad. Perdonólos el Rey de buena gana; y aun para mas prendar al de Benavente le señaló de las sus rentas reales quinientos mil maravedís de acostamiento en cada un año y la villa de Valencia en Extremadura en recompensa del dote que le daban en Portugal, á condicion empero que se llegase á cuentas de las rentas reales que por su órden se cobraron los años pasados. La esperanza de sosiego que todos comunmente concibieron con esto se aumentó con la reduccion de don Pedro, conde de Trastamara, que don Alonso Enriquez, su hermano, le aconsejó y persuadió que dejase aquellas porfías y bullicios, que de ordinario paran en mal. Diéroule de acostamiento otra tanta cantía de maravedís; y para igualalle en todo con el de Benavente le restituyeron la villa de Paredes, que don Alonso, conde de Gijon, contra razon y derecho le tenia usurpada por fuerza. Trataba el Rey de sujetar con las armas al conde de Gijon, que solo restaba de los grandes alborotados, y no tenian esperanza que se dejaria vencer por buenos medios y blandos, tan bullicioso era y tan arrestado de su natural, cuando vinieron por embajadores de don Cárlos, rey de Navarra, el obispo

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