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por aviso del capitan general de Portugal, que residia en Tanger, se entendió tenian los moros recogidas en el rio de Tetuan, se le mandó que, pospuesto todo lo al, se encaminase á Italía para juntarse con el Almirante y con la armada de allá. Por este mismo tiempo el estado de Génova grandemente se alteró. Los adornos, que andaban desterrados de aquella ciudad y hasta aquí se mostraban aficionados á la corona de Aragon, concertaron con el rey de Francia de echar los fregosos de Génova y volvella á su sujecion. Súpose que el conde de Flisco y sus hermanos tenian parte en esta prática. Los hermanos del Duque mataron al Conde por esta causa dentro de palacio. Juntáronse los hermanos del muerto con los adornos, y con gente que levantaron se acercaron á Génova. La armada francesa en su ayuda hizo lo mismo por mar. Salió el Duque con sus galeras en seguimiento de aquella armada, que no le osó esperar. Mientras seguia el alcance, los adornos y fliscos se apoderaron de la ciudad, y el Duque fué forzado á retirarse á Pomblin. Su armada se recogió á Portovenere. Entonces nombraron por duque de Géneva á Octaviano Fregoso, que era á gusto de todo el comun, y hermano del arzobispo de Salerno y aun tenia deudo con el Papa. Duró poco esta prosperidad á los adornos. Los fregosos se concertaron con el Virey que los restituyese en sus casas con promesa de poner aquella ciudad y señoría en la proteccion del rey Católico. Hicieron sus capitulaciones. Envió el Virey con gente al marqués de Pescara, que cumplió lo que se concertó con aquel linaje y parcialidad. Cuanto al Duque de aquella señoría no pareció se hiciese mudanza. Sucedió esto algunos dias adelante; volvamos á lo que se nos queda atrás.

CAPITULO XX.

Los suizos vencieron á los franceses junto á Novara.

La masa del ejército francés se hacia en Aste y en el Piamonte. Su general monsieur de la Tramulla se aprestaba con todo cuidado, y de Francia le vinieron hasta cuatrocientos caballos ligeros. Tenia en su compañía á Juan Jacobo Trivulcio y á Sacromoro, vicecómite, que desamparado el duque de Milan, en cuyo servicio anduvo, se pasó á la parte de Francia. Bartolomé de Albiano asimismo con el ejército de la señoría se ponia en órden para sitiar á Verona. Era cosa maravillosa que fuera destos dos campos en un mismo tiempo se hallaban otros tres en diversas partes de Lombardía, muestra de su abundancia, en que no tiene par. Dentro de Verona se contaban cinco mil tudescos y seiscientos caballos ligeros, que corrian la tierra hasta cerca de Vicencia no de otra guisa que si fueran señores del campo. Junto á Placencia alojaba el Virey con mil y cuatrocientos hombres de armas, ochocientos caballos ligeros y siete mil infantes, gente muy escogida y lucida. El duque de Milan se hallaba acompañado de los suizos, que eran hasta ocho mil, y esperaba otros cinco mil que pasasen en su ayuda los Alpes. Sin embargo, los de Milan y casi todas las demás ciudades de aquel estado cobraron tanto miedo, que se rebelaron contra el Duque y alzaron banderas por Francia. El mismo Duque no se confiaba de venir á las manos con los enemigos, y

dejado el campo, se fué á meter dentro de Novara. Entró allí último de mayo sin recatarse que por aquella gente en aquel mismo puesto fué vendido su padre á los franceses. El Virey mostraba voluntad de juntarse con el Duque; pero como quier que de Roma no le enviaban dinero segun que el embajador Vic lo prometia, y por otra parte tenia aviso de España que se volviese al reino, no se atrevia á empeñarse mucho en aquella guerra. Tomó por resolucion de estarse á la mira y con su presencia dar algun calor á la defensa de Lombardía. Llamó al comendador Solis para que tuviese cargo de la infantería por la ausencia del marqués de la Padula, que fué proveido por capitan general de Florencia. Envió en su lugar á Luis Icart parà la defensa de Bresa. En guarda de Cremona puso la gente del Papa, y despues para mayor seguridad envió allá á Ferramosca con cuarenta hombres de armas, trecientos soldados españoles y quinientos italianos. No bastó esta diligencia para defender aquella ciudad; luego que Albiano llegó allí con su campo, la entró con muerte de todos los hombres de armas, que llegaban á docientos, y á los españoles quitó las picas. Con la nueva deste suceso los franceses se determinaron de sitiar á Novara. Eran por todos ochocientas lanzas y ocho mil infantes, los tres mil alemanes, los demás gente soez y de poca cuenta. Hicieron ademan de combatir la ciudad. Vino aviso que los suizos venian en favor del Duque hasta llegar á doce mil en número, y que el baron de Altosajo traia otros cinco mil. Por esta causa los franceses se volvieron á su-fuerte, que tenian entre Gaya y Novara. Luego que llegó el primer socorro, cobraron tanto ánimo los suizos, que sin esperar alde Altosajo, salieron en busca del enemigo. Quisieran los franceses excusar la batalla, mas no podian. Salieron de mala gana á la pelea. Los hombres de armas y caballos ligeros de Francia no curaron de pelear. La batalla, que duró dos horas, fué muy reñida entre la gente de á pié. Los alemanes se defendieron ferocisimamente, pero finalmente el campo quedó por los suizos. Murieron de la parte de Francia pasados de siete mil, y entre ellos todos los alemanes, y de gente principal Coriolano Trivulcio y Luis de Biamonte. Despues desta victoria, que fué á los 6 de junio, llegó el baron de Altosajo, y se levantaron por el Duque Milan y Pavía; y casi todo aquel estado se puso en su obediencia. En la prosperidad todos acuden. El Virey envió al Duque cuatrocientas lanzas con Próspero, porque tenia gran falta de gente de á caballo, y la caballería enemiga quedó entera. El resto de su campo se quedó como le tenia antes junto al rio Trebia, cerca de Placencia. Entendióse hizo grande efecto para alcanzar aquella victoria el impedir, como impidió, que Albiano no pudiese ir á juntarse con el campo francés. Albiano, luego que tuvo aviso de la rota de Novara, se retiró con su gente, que era por toda mil lanzas y trecientos caballos ligeros y cinco mil. infantes los mas número, gente vil. Aquella señoría se hallaba muy apretada y falta de dinero, tanto, que se socorria con la décima de las rentas de los particulares y uno por ciento del dinero que empleaban en mercaderías. De camino ganó Albiano á Liñago, que guardaba el capitan Villada con docientos

saron á Lisle, donde se concertaron entre los embajadores y comisarios del Emperador, Inglés y rey Católico, que pasada la tregua, cada cual por su parte acometiese el reino de Francia; en particular se encargó al rey Católico de conquistar lo de Guiena en provecho del Inglés. ¿Qué manera de hacer paces? No parece aprobó el rey Católico este concierto ni dió comision para hacelle, por lo que se vió adelante. Confirmóse el matrimonio ya otras veces tratado entre el príncipe don Carlos y la hermana del Inglés. Solo se asentó de nuevo que luego el año siguiente se consumase. Iba el otoño adelante; por esta causa se dejó la guerra de Picardía por entonces, y el rey de Inglaterra se pasó allende el mar. Grande era el aprieto en que se vieron las cosas de Francia, mayormente que los suizos, por órden del Emperador, rompieron por la parte de Borgoña. Vino el de la Tramulla desde Lombardía contra ellos, y sin embargo que los venció en batalla, se concertó con aquella gente. Capitularon que el rey de Francia se apartase de dar favor al Concilio pisano y sacase la gente que tenia de guarnicion en los castillos de Milan y Cremona; demás desto, que á ciertos plazos les contase cuatrocientos mil ducados. ¿Qué mayores partidos pudieran sacar si fueran vencedores? Tan grande era la reputacion de aquella nacion y el deseo que tenian los franceses que se volviesen á sus casas. Verdad es que fuera de dar la obediencia á la Iglesia, los demás capítulos desta concordia no se ejecutaron.

soldados. Desde allí pasó á Verona con intento de combatilla. Los de dentro empero salieron á él y le mataron alguna gente de la poca que llevaba. A esta sazon los dos cardenales scismáticos se redujeron á penitencia pública, y abjuraron la scisma que introdujeron en grave escándalo de la Iglesia. Hecho esto, fueron, á los 27 de julio, restituidos á la union de la Iglesia y en su primera dignidad de cardenales. Hacia grande instancia el duque de Milan que el Virey se fuese á juntar con su campo, porque los franceses se rehacian á toda furia. Determinó de partir luego, y en tres jornadas llegó á Sarrasina. Entonces envió el marqués de Pescara á Génova, como queda dicho, y él pasó á socorrer á Verona, que todavía la apretaba Albiano. Luego que entró por el término de Bresa, se le rindieron Pontevico y Ursonovo, y toda la ribera de Salo. De allí pasó á Bérgamo, que se le entregó y ayudó con algun dinero para la paga de la gente, dado que la principal fuerza de aquella ciudad quedaba por venecianos. Pasó el Virey á Pesquera, y dejó á Mosen Puch en Bérgamo para acabar de cobrar el dinero de la composicion. Tuvo aviso un capitan de la señoría que estaba en Crema, y se llamaba Renzo, de todo. Concertó que de noche le diesen una puerta. Entró en la ciudad, tomó el dinero, prendió algunos de la compañía del Puch, y apenas él mismo se pudo salvar en una casa fuerte. Ganó el Virey á Pesquera, que es muy fuerte, pasó la via de Padua, acudióle con gente que trajo de Alemaña el de Gursa, con que se pusieron sobre aquella plaza por principio de agosto. Es Padua ciudad grande y fuerte, y tenia dentro á Bartolomé de Albiano, que acudió allí, alzado el cerco de Verona. Por esto los del Virey dentro de algunos dias fueron forzados á dejar el cerco. Fué preso durante este cerco Alonso de Carvajal en un encuentro que tuvo con los albaneses, y con él los capitanes Cárdenas y Espinosa. Hicieron gran falta en esta empresa los caballos ligeros que fueron á Génova en compañía del marqués de Pescara. Hallábase el rey Católico viejo, enfermo y cansado con tantas guerras. Trató de hacer paces con Francia; y para esto se movió que el infante don Fernando casase con la hija menor de Francia, y en dote el Francés diese á su hija lo de Milan y Génova, que tenia por ganado, y el rey Católico á su nieto el reino de Nápoles; todos entretenimientos y trazas, mayormente de parte del rey de Francia, que se recelaba mucho de la tempestad de ingleses que por Calés cargaba sobre Picardía. Hallábase el rey de Inglaterra con cuarenta mil infantes y mil y quinientos caballos sobre Teruana por el mes de agosto. Tomó la villa por combate, sin embargo que el Delfin se hallaba en Abevilla, muy cerca de Teruana. Antes que se tomase aquel pueblo salió el ejército de Francia á socorrelle. Vinieron á batalla, en que fueron rotos los franceses y presos el duque de Longavila y otros grandes capitanes. De allí, abatida la fortaleza y baluarte y torres, pasó el Inglés sobre Tornay en sazon que en Inglaterra el conde de Sorré, á los 9 de setiembre, venció y mató al rey de Escocia, que en favor de Francia acometió aquellas fronteras. Con la nueva desta victoria se rindió Tornay. Allí vino el Emperador á verse con el Inglés y la princesa Margarita, y despues el príncipe don Cárlos. Pa

CAPITULO XXI.

De la batalla que dió el Virey à venecianos junto à Vicencia.

En tanto que los demás principes cristianos andaban revueltos entre sí y consumian sus fuerzas en vano, el rey don Manuel dentro de Portugal gozaba de una muy grande paz, fuera dél en Africa y en la India continuaba sus conquistas, y con ellas extendia la fe y religion cristiana. A la salida del estrecho de Gibraltar, en la costa de Africa, á la parte del mar Océano, está puesta la ciudad de Azamor, perteneciente al reino de Fez, grande

rica y de muy fértiles campos. Riégalos y pasa por la ciudad el rio que los naturales llaman Omirabih, que algunos piensan acerca de los antiguos sea Asama. Pretendió el rey don Manuel los años pasados apoderarse de aquel pueblo, como queda apuntado. Engañóle un moro, llamado Zeiam, que partidos los portugueses, que venian fiados en su palabra, se hizo señor de aquella ciudad, que era el intento que llevaba. Esta injuria era razon se vengase. Ofrecíase buena comodidad por el desgusto que los ciudadanos tenian contra aquel tirano. Mandó el Rey aprestar una gruesa armada, en que se embarcaron veinte mil infantes, dos mil y setecientos caballos. Nombró por general á don Jaime, duque de Berganza, su sobrino. Iban en su compañía don Juan de Meneses y otros principales hidalgos. Hiciéronse á la vela entrados los calores. La navegacion fué larga. Llegaron á Azamor por fin del estío. Tuvieron algunos encuentros con los de dentro, que eran muchos, y con los que vinieron á socorrellos. Combatieron la ciudad con tanta fuerza de artillería, que muertos algunos de los mas principales moros, los demás sin esperar el

segundo combate, por una puerta que no se pudo guardar se salieron de noche y se pusieron en salvo. Ganóse la ciudad á los primeros de setiembre. Rindiéronse algunos lugares de la comarca, efecto ordinario de grandes victorias, en particular las ciudades de Tite y Almedina. Dejó el Duque número de gente en guarda de aquella plaza, y por sus capitanes á Rodrigo Barreto y Juan de Meneses; y con tanto dió la vuelta á Portugal, si bien muchos eran de parecer que acometiesen la ciudad de Marruecos, empresa que hacian ellos muy fácil. El Duque se excusó con que no tenia órden para acometer cosa tan grande. El rey don Manuel, animado con aquel buen suceso, determinó continuar la conquista de Africa por aquella parte; y por esta causa alzó mano de la pretension que tenia al Peñon y ciudad de Vélez, á tal que los reyes de Castilla la alzasen de todas aquellas marinas que corren desde lo postrero del reino de Fez hasta el cabo de Non y cabo del Boyador, que eran de su conquista. Proseguíase la guerra de Italia. El virey don Ramon de Cardona, por complacer al de Gursa, de Albareto, do se retiró, alzado el cerco de Padua, pasó á correr las tierras de venecianos. Lo primero que hizo fué por la via de Montañana ir á Buvolenta, pueblo á la ribera de Bachillon. Halló allí muchas barcas y carros cargados de ropa, que por miedo de su venida retiraban á Venecia, presa para los soldados. Pasaron á Pieve de Saco', lugar muy apacible, y todo el regalo de venecianos por ser todo de sus casas de placer. Saqueáronle y pegáronle fuego. Echaron un puente sobre la Brenta, por do pasaron á Mestre, que es como arrabal de Venecia, distante solas cinco millas, del cual asimismo se apoderaron. Al cabo de los canales hay ciertas casas, que llaman las Palizadas, puestas á tiro de cañon de Venecia. Dende la bombardearon, no de otra forma que si la tuvieran cercada. Llegaban las balas al monasterio de San Segundo; ja befa fué mayor que el daño, si bien dió ocasion de recebir otro mayor el gran sentimiento que tuvieron aquellos ciudadanos de que los enemigos se hobiesen adelantado tanto. Hallábanse los nuestros rodeados de sus contrarios. Por una parte tenian á Treviso, por otra á Padua y Albiano con su ejército, que se acercaba resuelto á dar la batalla y confiado de alcanzar la victoria. Acordó el Virey retirarse la via de Vicencia. El dia que salieron de Mestre marcharon catorce millas, dado que llevaban mas de quinientos carros con el bagaje y despojos. Acudió Pablo Ballon de Treviso y la gente de Padua á juntarse con Albiano. Llegaban entre todos á siete mil infantes y mil y docientos cabaIlos, sin los villanos de la tierra que se mostraban por la montaña, pasados de diez mil. Pretendió el enemigo impedir á los del Virey el paso de la Brenta. Ellos de noche sin ser sentidos la vadearon seis millas mas arriba de donde los enemigos se mostraban. Avisado desto Albiano, acudió á atajar el camino de Vicencia. Asentó su campo en un paso muy estrecho junto á un lugar que se llama Olmo. Viéronse los nuestros en gran aprieto; ni podian pasar adelante, ni era seguro volver atrás; acordaron dar la vuelta por sacar al enemigo á campo raso por si se pudiesen aprovechar dél. Pensaron los contrarios que huian, dejaron su puesto, alargaron

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el paso porque no se les fuesen de las manos. El Virey, visto que los contrarios por la priesa iban desordenados, consultó con el marqués de Pescara, general en esta sazon de la infantería española y que regia la retaguardia, lo que se debia hacer. Su parecer fué que se diese la batalla. Lo mismo juzgó Próspero Colona, que llevaba cargo de los hombres de armas en el cuerpo de la batalla. Desta resolucion avisaron á los alemanes, á los cuales aquel dia cupo llevar la avanguardia, ca todos los dias se trocaban con los españoles. Luego que fueron avisados, revolvieron con tanto impetu, que muy fácilmente rompieron la gente veneciana. Siguió el alcance el marqués de Pescara hasta la ciudad; los que huian hallaron cerradas las puertas, que fué causa de ahogarse muchos en el rio, y entre ellos Sacromoro, vicecómite. Recogió el Virey el campo, acometió con los alemanes y algunas compañias de españoles una parte de la infantería y caballería enemiga que tenia fortificado un recuesto con cinco piezas de artillería; sin embargo, con el mismo ímpetu fueron rotos y puestos en huida. Dióse esta batalla á los 7 dias de octubre. Murieron de los venecianos setecientos hombres de armas; quedó toda la infantería destrozada y preso Pablo Ballon con otros muchos; ganáronles veinte y dos piezas de artillería. De la gente de cuenta escaparon Albiano, que se recogió á Padua, y Griti, que no paró hasta Treviso. Señaláronse de valerosos en esta jornada Hernando de Alarcon, Diego García de Paredes, García Manrique. No se halló en ella Antonio de Leiva por estar con alguna gente puesto por frontero de Cremona. Pasó el Virey á Vicencia. Allí se entretuvo el campo algunos dias. Al mismo tiempo el castillo de Bérgamo, que se tenia por venecianos, se entró por fuerza de armas. Soltaron á Pablo Ballon sobre pleitesía que hizo de volver caso que los venecianos no viniesen en dar por él á Alonso de Carvajal. Lo que sucedió fué que Alonso de Carvajal murió en la prision, y Pablo Ballon no volvió mas. Las cosas sucedian tan prósperamente como se pudiera desear. El castillo de Milan con un cerco muy apretado se rindió á los 20 de noviembre; lo mismo hizo el de Cremona, con que acabaron los franceses de salir de Lombardía. Solo les quedaba el castillo de la Lanterna, gran freno de la ciudad de Génova. Acordó el Duque de aquella ciudad de apretalle con cerco que le puso. Los adornos y fliscos en su defensa se pusieron sobre Génova, fiados que los de su parcialidad les darian alguna puerta. Los del Duque estaban muy recatados. Así á los de fuera fué fuerza retirarse con mengua y pérdida de alguna parte de su artillería. Hallábase en aquella ciudad por órden del rey Católico don Lúcas de Alagon, y con quinientos españoles que tenia dentro fué gran parte para que aquella ciudad se defendiese. El Papa continuaba su concilio de Letran. Fueron admitidos los embajadores de Francia, que renunciaron en nombre de su Rey el Concilio pisano y la proteccion de los scismáticos, y la Iglesia gallicana se sujetó á la romana. Tratábase de casar á Julian de Médicis, hermano del Papa, con la hija de la duquesa de Milan doña Isabel de Aragon. La Duquesa no vino en ello, antes se afrentó que tal plática se le moviese. Inclinábase mas á casar á su hija

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con el duque Maximiliano Esforcia, y por este camino recobrar aquel ducado, que á su marido á tuerto quita ron. Como valerosa hembra, en su pobreza no se olvidaba de su dignidad y de la grandeza de su casa; á la sazon se entretenia en el reino de Nápoles. Sentia el Papa que la señoría de Venecia estuviese á punto de perderse, y de secreto trataba de amparalla. Envió á requerir al Virey no pasase adelante en hacelle guerra hasta tanto que se tomase algun buen apuntamiento con venecianos. Todo era en sazon que Aragon andaba alborotado por pasiones entre los condes de Ribagorza y de Aranda. Púsose el rey Católico de por medio. Tratóse la diferencia por via de justicia. Dió su sentencia, en que condenó por culpado al conde de Ribagorza, y le mandó que saliese desterrado de todo el reino de Aragon por lo que fuese su voluntad. En el reino de Nápoles algunos pueblos estaban alzados por los malos tratamientos de sus señores, en especial Santa Severina, Policastro y Maturan, lugares muy fuertes. Para allanar á Calabria fué enviado don Pedro de Castro, que lo sosegó todo, aunque con dificultad y tiempo. Al conde de Muro, que era gobernador de la Pulla, së ordenó fuese á residir en su gobierno, y á la montaña del Abruzo enviaron á Miguel de Ayerve para que la tuviese en defensa, todos con órden diesen calor á la justicia.

CAPITULO XXII. 、

Que el rey Católico prorogó la tregua que tenia con Francia. La reina de Francia falleció á los 9 de enero del año que se contaba de 1514. Su muerte fué muy sentida de todos, mayormente del Rey, su marido, que en Bles se sentia muy agravado de la gota, y rece laba no se rebelase lo de Bretaña. Entre otros príncipes que enviaron á visitar aquel Rey y consolalle de aquella muerte, la reina doña Germana envió á fray Bernardo de Mesa, obispo de Trinópoli, para hacer este oficio y juntamente solicitar lo que de dias atrás pretendia, es á saber, le entregasen el ducado de Nemurs y el señorío de Narbona con los demás estados que fueron de Gaston de Fox, su hermano, pues era su legítima heredera. Pasó asimismo en Italia Ramiro Nuño de Guzman por órden del rey Católico para hacer oficio de su embajador en Roma. De camino asentó en Génova confederacion con aquella señoría. La sustancia era que se obligaron el rey Católico de amparar aquella ciudad, y su duque Octaviano Fregoso y los ginoveses de ayudar al Rey en cierta forma para la defensa de sus estados. Hízose este concierto á los 5 del mes de marzo en sazon que los adornos trataban con los suizos y con su ayuda de mudar el estado de aquella ciudad. En Francia por medio del obispo de Trinópoli se volvió á la prática de casar el infante don Fernando con Renata, la hija menor del rey de Francia. Por medio deste casamiento se pretendia asentar entre aquellos príncipes una firme paz, cosa que á entrambos estaba bien por hallarse cansados y enfermos. Llevóse este tratado tan adelante, que se platicó que el rey de Francia por estar viudo y deseoso de tomar estado por tener hijo varon, casase con la infanta doña Leonor, hermana del príncipe don Cárlos. Por otra parte, se hacia instancia que

el Emperador y venecianos se concordasen. Acordaron de comprometer sus diferencias en manos del Pontífice. Llevó el compromiso el cardenal de Gursa, en que expresamente se declaraba que ninguna cosa se determinase en este caso sin el beneplácito del rey Católico. Aceptó el Papa el compromiso, oyó lo que por las partes se alegaba, finalmente, á 18 del dicho mes pronunció sentencia, en que mandó que el Emperador quedase con Verona y Vicencia, venecianos con Bresa y Bérgamo, y que contasen al Emperador docientos y cincuenta mil ducados por una vez, y por año treinta mil. Restaba el consentimiento del rey Católico; pero antes que viniese, los venecianos se declararon que no pasarian por la sentencia del Papa. Llegábase el término en que la tregua puesta con Francia espiraba; asentóse por medio del secretario Quintana, que estaba en Francia por parte del rey Católico, que entre tanto que las paces no se concluian, la tregua se prorogase por otro año. Las condiciones fueron las mismas que pusieron el año antes, sin añadir ni quitar. Esta prorogacion de la tregua no se recibió por los otros príncipes de una misma manera. El delfin de Francia no la quisiera por recelarse se encaminaba á la paz, que él mucho aborrecia por no quedar privado por esta via del ducado de Milan. El Emperador no curó mucho della por tener vuelto su pensamiento á continuar la guerra contra venecianos, antes holgaba se llegase á la conclusion de la paz. Al rey de Inglaterra se atajaron los pensamientos de continuar sus empresas por Picardía y Guiena, que sintió gravisimamente. Llegó á tanto su desgusto, que se resolvió de ganar por la mano y hacer paces con el rey de Francia. Concertó de casalle con su hermana María, esposa del príncipe don Cárlos. Juntáronse en Londres por parte del Inglés Tomás Volseo, arzobispo eboracense, que fué poco despues cardenal, el mariscal de Inglaterra y el Obispo vintoniense; por parte de Francia el de Longavila y el presidente del parlamento de Normandía. Concluyeron el concierto y amistad á 7 del mes de agosto. Obligáronse que se acudirian entre sí con cierto número de gente contra todos los que pretendiesen ofendellos. Notóse mucho que el Inglés entre sus confederados no nombró al Rey, su suegro; tan grande era la saña que contra él tenia. Hacia en aquella corte oficio de embajador todavía don Luis Carroz, que procuró con todo cuidado atajar aquellos desabrimientos. La reina doña Catalina, por ser muy amada en aquel reino, hacia todo lo que podia por aplacar á su marido, pero toda su diligencia era de poco efecto. Poco adelante don Luis Carroz volvió á España; y en su lugar fué por embajador el obispo de Trinópoli desde Francia, do era ido. En Lombardía se continuaba la guerra; los sucesos eran varios, dudoso el remate. El Virey con su campo entró en una villa por fuerza, muy fuerte, que se llama la Citadela, dos millas de la Brenta entre Padua y Treviso. Próspero Colona con la gente del duque de Milan se puso sobre Crema. Defendióla muy bien Renzo Cherri, que la tenia por Venecia. García Manrique con algunas compañías de gente de armas tenia su alojamiento en Robigo. Albiano, que deseaba mucho satisfacerse en parte de los daños pasados, tuvo aviso del gran descuido que tenian,

efecto de la prosperidad. Cargó sobre ellos una noche al improviso; los españoles, aunque procuraron defenderse lo mejor que el tiempo daba lugar, al fin por no poder hacer mas resistencia, se rindieron. García Manrique y los capitanes que con él se hallaron fueron llevados presos á Vicencia. Renzo Cherri, animado con este suceso y por ser de suyo muy esforzado, salió una noche de Crema y dió sobre una parte de la gente del Duque, que estaba á cargo de Silvio Sabelo, muy descuidada, con tal brio, que los desbarató, y en prosecucion desta victoria pasó á Bérgamo, y se entró en ella sin hallar alguna resistencia. Los españoles se recogieron á la fortaleza; acudió el Virey con su gente para socorrellos 1.o de noviembre. Renzo, que vió no se podia defender, rindió la ciudad á partido. Por este - mismo tiempo el castillo de la Lanterna, que todavía se tenia por Francia y era gran freno para la ciudad de Génova, se dió al duque Octaviano Fregoso. Volvamos atrás.

CAPITULO XXIII.

De las cosas de Portugal.

El gran Turco, desembarazado de la guerra que tuvo con sus hermanos y con el Sofi Ismael, que hacia sus partes, armaba pasadas de ciento y cincuenta galeras con intento, á lo que se publicaba, de volver la guerra contra Italia, que era la cabeza de la cristiandad. Entendíase queria acometer por la Marca de Ancona, que es del patrimonio de la Iglesia. Suele el miedo de fuera ser causa que los ciudadanos se conformen en una voluntad, olvidadas sus pasiones particulares; pero andaban nuestros príncipes tan encarnizados entre sí, que ninguna cosa bastaba para desenconallos. Hizo el Papa sus diligencias; trató que el Emperador y rey Católico se ligasen con él para tener sus fuerzas unidas contra un tan poderoso enemigo. Recebian en esta alianza al duque de Milan y á la señoría de Génova. Confiaban que los demás reyes, en especial los de Francia, Inglaterra y Portugal, no faltarian en tan santa demanda. Hicieron sus capitulaciones, cuya sustancia era que cualquiera que acometiese á alguno de los confederados, fuese tenido por enemigo comun, y todos saliesen á la causa y á la venganza. Para la defensa de cualquiera provincia de cristianos contra el Turco todos acudiesen con cierto número de caballos, conforme á la posibilidad de las partes, y con el dinero que señalaron, para levantar y pagar la infantería. En particular expresaban que tomasen á sueldo por lo menos diez y seis mil suizos; verdad es que toda esta prática desbarataron las pretensiones particulares de los príncipes, demás de otras guerras que tuvieron ocupado al Turco, y no le dieron lugar de emprender contra cristianos. Solo el rey de Portugal se hallaba muy sosegado y contento con las riquezas que le venian de la India y con el progreso que hacia en la conquista de Africa. Acordó por fin del año pasado enviar á Roma una solemne embajada para prestar la obediencia al Pontífice. Envió juntamente para muestra de su grandeza muy ricos presentes al Papa, es á saber, un pontifical de brocado sembrado de perlas y pedrería, el mas rico que se vió jamás en la recámara y palacio de San Pedro;

de Persia una onza, de espantosa ligereza, de que los antiguos romanos gustaban mucho en sus juegos y cazas. Un indio, que la llevaba á las ancas de un caballo, la tenia amaestrada, cuando le hacia señal, de correr los bosques y cazar. Venia asimismo un elefante encubertado de brocado, con su castillo, enseñado demás de otros juegos á hincar la rodilla delante el Príncipe y danzar al son de un pífano, henchir la trompa de agua, con que por burla rociaba los circunstantes. Finalmente, traian un rinoceronte, bestia feroz y brava, de siglos atrás nunca vista en Italia. Pretendian sacalle á pelear con el elefante por la enemistad que entre sí tienen estas fieras naturalmente, en representacion de la antigua magnificencia del pueblo romano; pero el que desde lo último de la tierra vino libre de las furiosas ondas del Océano se anegó en la costa de Génova con un recio temporal con que se quebró la nave sin podelle librar ni salir á nado á causa de las cadenas en que le llevaban. El embajador principal Tristan de Acuña, caballero muy ejercitado en aquellas partes de la India, hizo su entrada en Roma á los 12 del mes de marzo, y á los 20, el dia que le señalaron para dalle audiencia pública, habló al Papa en esta sustancia uno de sus dos compañeros, por nombre Diego Pacheco, gran jurista: «El rey don Manuel de Portugal, Padre Santo, nos envia á dar el parabien à vuestra Santidad de su felice asumpcion al pontificado, que sea por largos años y para mucho bien, de la Iglesia, como todos esperamos, y á prestar la obediencia acostumbrada; oficio debido, pero hecho muy de voluntad, que debe excusar la tardanza ocasionada de impedimentos precisos y graves. Junto con esto suplica á vuestra Santidad ponga los ojos de su paternal providencia en soldar las quiebras del cristianismo, pacificar los príncipes cristianos y unir sus fuerzas contra el enemigo comun, que siempre crece con nuestros daños, y de nuestras ruinas edifica y engrandece su casa. Porque ¿qué empresa puede ser ni mas gloriosa ni de mayor interés que esta? Basta la locura pasada; que tal nombre merecen los que contra sí mismos vuelven sus armas furiosas y desatinadas. Para todo ayudará mucho que el sagrado concilio se lleve adelante y no se disuelva, lo cual desca en gran manera. Lo que es de su parte, ofrece no faltará á la causa comun, y si fuere necesario, derramará en esta querella su sangre. El que todo su cuidado emplea en adelantar la religion cristiana, sea en la India por donde con gran gloria ha levantado el estandarte real de la cruz entre naciones fieras y bárbaras hasta los fines últimos de las tierras, sea en la conquista de Africa, en que tiene gastados sus tesoros y empleados sus valerosos soldados, de los despojos de la India y de sus riquezas me mandó trajese aquí la cata y las primicias; presente que debe ser estimado por el lugar de donde viene y por la devocion con que se ofrece, demás do la esperanza que nos dan aquellos anchísimos reinos de ponerse en breve á los piés de vuestra Santidad. En lugar de los despojos de Africa, que por ser mas ordinarios no fueran tan agradables, presento á vuestra Santidad una peticion, á mi parecer, muy justificada, esto es, que atento lo que importa llevar adelante aquella conquista, y que para continualla no son bastantes

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