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robó toda la tierra, sin que le pudiesen ir á la mano. Muchos nobles y fidalgos de Portugal, unos por tener la guerra por injusta y aciaga, otros por estar cansados del gobierno de su Rey, se pasaron á Castilla; personas de valor, de que dieron muestra en todas las ocasiones que se presentaron. Los de mas cuenta fueron Martin, Gil y Lope de Acuña, todos tres hermanos; Juan y Lope Pacheco, hermanos asimismo. A estos caballeros heredaron magníficamente los reyes de Castilla en premio de sus servicios y recompensa de la naturaleza y lo demás que en su tierra dejaron; zanjas y cimientos sobre que adelante se levantaron en Castilla muy principales casas y estados de estos apellidos y de otros. Continuábase la guerra, en que los portugueses se apoderaron de Tuy, ciudad de Galicia puesta á la raya de Portugal. Demás desto, por otra parte en la Extremadura pusieron sitio sobre la villa de Alcántara, bien conocida por ser asiento de la caballería de aquel nombre. Acorrió á los cercados en tiempo el nuevo condestable de Castilla, con que no solo desbarató el cerco é hizo retirará los enemigos, pero rompió por las fronteras de Portugal, corrió y robó la tierra y aun se apoderó de algunos pueblos de poca cuenta y enfrenó el orgullo y osadía de los contrarios. Por otra parte, el maestre de Alcántara y Diego Hurtado de Mendoza, el almirante, y con ellos Diego Lopez de Zúñiga, justicia mayor de Castilla, se pusieron sobre Miranda de Duero. Acudió asimismo con su gente el Condestable, con que de tal guisa apretaron el cerco, que los de dentro fueron forzados á rendirse. Así por la una y por la otra parte resultaban pérdidas y ganancias, con que los portugueses algun tanto se templaron, y todos comunmente entraron en esperanza se podria con buenas condiciones asentar paz entre aquellas dos naciones, que era lo que mejor les venia.

CAPITULO VIII.

Cómo se renovaron las treguas entre Castilla y Portugal.

Al principio desta guerra dos frailes franciscos, cuyos nombres no se saben, solo se dice que encendidos en deseo de extender la religion cristiana y de enseñar á los moros descaminados y errados el camino de la verdad, se atrevieron á predicalles en público en Granada con gran concurso del pueblo, que se maravillaba de aquella novedad. Mandaronles dejasen aquella porfía; y como no quisiesen obedecer, si bien los maltrataron de palabra y obras, los alfaquíes, para atajar el escándalo, de consuno se fueron al Rey y se querellaron del desacato que con aquella libertad se hacia á su religion. Salió decretado que les echasen mano é hiciesen dellos justicia como de amotinadores del pueblo. Fué fácil prender á los que no huian y convencer á los que no se descargaban; cortáronies las cabezas y arrastraron sus cuerpos con todo género de denuestos y ultrajes que les dijeron é hicieron. Los cristianos despues de muertos los tienen y honran como á mártires. En Aviñon el papa Benedicto, desamparado de sus cardenales, como se tocó arriba, y por tener enojado y por enemigo al rey de Francia, y él mismo estar cercado dentro de su sacro palacio, se hallaba con poca

esperanza de poder resistir á torbellinos tan grandes y mantenerse en el pontificado. Solo le alentaba contra el odio comun que los reyes de España casi todos tenian recio por él, sin embargo que el rey de Francia traia gran negociacion por medio de sus embajadores para apartallos de aquella obediencia. Decian que ningun otro camino se descubria para la union de la Iglesia, tan deseada y tan importante, sino que Benedicto renunciase simplemente, como él mismo lo tenia prometido y jurado cuando le sacaron por papa. Hízose junta general de obispos y otras personas graves en ciencia y prudencia. Asistieron de parte del rey de Aragon Vidal de Blanes, un caballero de su casa y otro gran jurista, por nombre Ramon de Francia. No se alteró nada en esta junta, si bien el Rey deseaba venir en lo que el de Francia le pedia; solo acordaron se procurase que con efecto los dos papas revocasen las censuras que el uno contra el otro tenian fulminadas, y de comun consentimiento con toda brevedad señalasen lugar en que los dos se comunicasen sobre los medios que se podrian tomar para unir la Iglesia y asentar una verdadera paz. En Pamplona la principal parte de la iglesia Catedral estaba por tierra, que se cayó siete años antes deste en que vamos. Deseaban reparalla, pero espantábales la mucha costa, para que no eran bastantes ni los proventos de la iglesia ni las limosnas particulares. El rey don Cárlos, visto esto, con gran liberalidad señaló para la fábrica la cuadrágesima parte de sus rentas reales por término de doce años, de que hay pública escritura, su data en San Juan de Pié de Puerto, á las vertientes de los Pirineos de la parte de Francia, deste año á 25 de mayo. Deseaba este Rey en gran manera recobrar el estado que sus antepasados poseyeron en Francia, que era el condado de Evreux y gran parte de Normandía. Trató desto por medio de sus embajadores con el rey de Francia, y como quier que en ausencia no se efectuase cosa alguna, acordó en persona pasar á la corte de aquel Rey, que aun no estaba del todo sano de su enfermedad, antes á tiempos se le alteraba la cabeza de suerte, que mal podia atender al gobierno. Por esto el Navarro, sin acabar cosa alguna de las que pretendia, cansado y gastado, dió la vuelta para su reino por el mes de setiembre del año 1398. Llegado, dió órden que todos los estados jurasen por heredero de aquella corona un hijo que el año pasado le nació de su mujer, y le llamaron asimistno don Carlos. La ceremonia y solemnidad se hizo en Pamplona á los 27 de noviembre; la alegría duró poco á causa de la muerte del Infante que le sobrevino en breve. Los portugueses, hostigados con los reveses pasados, tomaron mejor acuerdo de mover pláticas de paz. Despacharon embajadores en esta razon; respondió el rey don Enrique que ni él rompió la guerra ni pondria impedimento á la paz á tal que las condiciones fuesen honestas y tolerables. Dieron y tomaron sobre el caso; era dificultoso asentar paces perpetuas; acordaron de confirmar las treguas pasadas. Recelá-. banse los de Castilla de los de Aragon que querian tomar las armas; que causas de disgustos entre reyes comarcanos nunca faltan, ni razones con que cada cual abona su querella. El marqués de Villena ponia en cui

son de provecho para la paz. Esto quién lo entiende de los obstinados en su ley, quién de los que dellos proceden, aunque convertidos y cristianos. Tuvo cuatro hijos y una hija de su mujer, con quien casó antes de ser cristiano. El mayor, por nombre Gonzalo, por sus buenas partes subió primero al obispado de Plasencia y despues al de Sigüenza. El segundo, Alonso, que fué dean de Segovia y de Santiago, y mas adelante sucedió á su padre en la iglesia de Búrgos. Anda una obra suya impresa de no mal estilo, en que como en compendio abrevió los hechos de los reyes de España, que él mismo intituló Anacefáleosis, que es lo mismo que recapitula

dado, que andaba desabrido, y ni queria venir a la corte de Castilla como lo requerian, y tenia un grande estado á la raya de Valencia, y aun se podia sospechar atizaba en Aragon el fuego de los disgustos. Allegóse otra nueva ocasion para hacelle guerra y atropellalle. Esto fué que dos hijos del Marqués, don Alonso y don Pedro, casaron los años pasados con dos tias del rey de Castilla, que llevaron en dote cada una treinta mil ducados. Todo este dinero se contó de presente para pagar el rescate del Marqués á los ingleses, que le prendieron en la batalla de Najara, como queda dicho en otros lugares, y para librar á don Alonso, que le entregó su padre en rehenes hasta tanto que el rescate suyo se pagase. Doncion; otra que intituló Defensorium fidei; otra de mano Pedro murió en la batalla de Aljubarrota, padre que fué del famoso don Enrique de Villena, de quien se tuvo por cierto que por el deseo que tenia de saber no dudó de aprender el arte condenada de nigromancia. Algunos libros que andan suyos dan muestras de su agudeza y crudicion, si bien el estilo es afectado con mezcla de las lenguas latina y castellana usada en aquella era, en esta muy desgraciada. Don Alonso no vino en efectuar su casamiento. Excusábase con la fama que corria del poco recato y honestidad de su esposa. Pretendia el-rey don Enrique, como sobrino y valedor de aquellas señoras, que pues la una quedó viuda y el casamiento de la otra no se efectuaba, que por lo menos les debian restituir sus dotes. Hacíanse sordos á esta demanda el Marqués y su hijo, y alegaban sus causas para no hacello; que á semejantes personajes nunca faltan. Esto tomó por ocasion el rey don Enrique para quitarse de cuidado y ejecutar lo que por todas vias le venia á cuento y lo deseaba, que fué con las armas apoderarse de aquel grande estado de Villena, que se hizo con facilidad. Solo quedaron por el Marqués Villena y Almansa, que tenia bien pertrechadas y con buena guarnicion de soldados aragoneses. Contemporáneo de don Enrique de Villena, y que le semejaba en los estudios y erudicion, fué don Pablo de Cartagena, del cual por ser persona tan señalada será justo hacer memoria en este lugar. Su nacion y profesion fué de judío desde sus primeros años, el mas rico y principal entre aquella gente, dado á la leccion de los libros sagrados y á las otras ciencias. Con deseo de saber revolvia las obras de santo Tomás de Aquino, que escribió en materia de teología. Con esta leccion se convenció de la ventaja que hace la verdad cristiana á las fábulas y á las invenciones judaicas; finalmente se bautizó; y como era tan sabio, en defensa de la religion que tomaba escribió libros admirables. En premio de sus letras y para mover á los demás judíos que le imitasen le honraron mucho. Primero le hicieron arcediano de Treviño, despues obispo de Cartagena, y finalmente de Búrgos, su natural y patria; premios todos debidos á su virtud y doctrina y al ejemplo que dió. Adelante fué chanciller mayor de Castilla, oficio de grande preeminencia; y aun le encargaron la enseñanza del rey don Juan el Segundo, confianza que de pocos de aquella nacion se podia hacer, segun que el mismo don Pablo lo atestiguaba, que no se debia encomendar algun cargo público á aquella gente por ser de ingenios doblados, compuestos de mentiras y engaños, que ni valen para la guerra, ni

por nombre Defensorium catholicae unitatis, en defensa de los nuevamente convertidos y contra los estatutos que en aquel tiempo comenzaban. Los dos hijos menores se llamaron Pedro y Alvaro. Este Alvaro piensan que fué el que escribió la Corónica de don Juan el Segundo, rey de Castilla, asaz larga, de traza y de estilo agradable, no toda, sino una buena parte. La verdad es que Alvar García de Santa María, el coronista, no fué el hijo de Paulo, burgense, sino su hermano. En lo demás desta Corónica otros pusieron la mano, y en especial Hernan Perez de Guzman, señor de Batres, la llevó al cabo; cuya descendencia pareció poner en este lugar. Su abuelo fué Pero Suarez de Toledo, camarero mayor del rey don Pedro; su padre Pero Suarez de Guzman, notario mayor del Andalucía. Casó Hernan Perez con doña Marquesa de Avellaneda, de la casa de Miranda. Desta señora y de otra segunda mujer dejó muchos hijos. El mayor y heredero de su casa, Pedro de Guzman, casó con doña María de Ribera, hija del señor de Malpica. Deste matrimonio quedó doña Sancha de Guzinan, heredera de aquella casa. El rey don Fernando, por ser su deuda de parte de madre, la casó con Garci Laso de la Vega, de la casa de Feria. Fué comendador mayor de Leon, embajador en Roma, y dél se hace mencion diversas veces en esta historia. Compró la villa de Cuerva, do yacen él y su mujer, y heredó la villa de los Arcos. Dejó muchos hijos, el mayor don Pero Laso de la Vega, el segundo Garci Laso, insigne poeta castellano, de cuya muerte desgraciada se trata en otro lugar. Don Pedro casó con doña María de Mendoza, de la casa del Infantado; su hijo, Garci Laso de la Vega, caballero muy conocido; su nieto, don Pero Laso de la Vega, primer conde de los Arcos, en quien por via de su madre doña Aldonza Niño se han juntado otras dos casas, la de Dávalos y la de los Niños, condes de Añover. Volviendo á Hernan Perez de Guzman, fué del consejo del Rey, muy dado á los estudios; demás de la Corónica escribió de los claros varones de aquel tiempo y otros libros.

CAPITULO IX.

De las cosas de Aragou.

Con las discordias de los dos papas y la poca esperanza que daban de conformarse y unir á la Iglesia, las provincias se lastimaban. Añadióse á estos daños el de la peste que comenzó el año pasado á picar, y todavía se continuaba con mortandad de mucha gente por toda la costa que corre desde Barcelona hasta Aviñon. Sa

lieron otrosí de madre por causa de las muchas aguas los rios; en particular los de Ebro y Orba con sus acogidas hicieron grande estrago en hombres, ganados, sembrados y edificios. El rey de Aragon, luego que el tiempo y las lluvias dieron lugar, de Barcelona se partió para Zaragoza con intento de tener alli Cortes á los de su reino, que se abrieron á los 29 de abril en la iglesia de San Salvador. El Rey desde su sitial hizo á los congregados un razonamiento muy concertado y á propósito de lo que las cosas demandaban desta sustancia: «No con hierro ni con gruesos ejércitos, parientes y amigos, se conservan los reinos; la lealtad y constancia de los naturales los tienen en pié y los adelantan; de lo cual si faltasen ejemplos de fuera, dentro de nuestra casa los tenemos, muchos y muy claros. Ca nuestro reino por este camino de pequeños principios y muy estrecha juridicion ha llegado á la grandeza que hoy tiene y ganado la reputacion y nombradía que está derramada por todas las tierras. De los montes Pirineos, en que nuestros mayores ampararon su libertad confiados mas en aquellas fraguras que en sus brazos, bajamos y extendimos los términos de nuestro señorío, no solo por España, sino que sujetamos valerosamente á nuesto cetro muchas islas del mar Mediterráneo. Los trofeos y los blasones de vuestra gloria y de las victorias ganadas quedan levantados en Cerdeña, en Sicilia y por toda Italia; tal y tan grande es la fuerza de la concordia y de la lealtad. Los reyes don Sancho y don Pedro, padre y hijo, no con gran número de soldados, sino con fortaleza y valor, ganado que hobieron á Huesca, de los montes en que estaban como escondidos, bajaron á lo llano sin parar hasta tanto que el rey don Alonso se apoderó desta ciudad en que estamos, con que fortificó su reino y abrió camino á sus decendientes para pasar adelante y quitar á los moros toda la tierra. No me quiero detener en antiguallas; nos con quinientos caballos aragoneses desbaratamos gran número de gente siciliana y allanamos toda aquella isla, todo por vuestra lealtad y fortaleza, que si vence, ejecuta la victoria con grande ánimo; si es vencida, se rehace de fuerzas y no se deja oprimir ni caer. Por los cuales servicios pido á Dios os dé el merecido galardon, pues conforme á nuestra voluntad y á vuestro valor, no alcanzamos fuerzas bastantes; bien que jamás pondrémos en olvido la deuda, antes procurarémos que nadie nos tache de ingratos. Lo que toca al auto presente, bien sabeis que os he juntado en este lugar para hacer los homenajes acostumbrados á nos y á nuestro hijo, que os pedimos encarecidamente hagais con la aficion que debeis á nuestra voluntad. » Hízose todo lo que el Rey pedia, en conformidad de todos los brazos que allí se hallaron congregados. La alegría pública y regocijos que se hicieron por esta causa enturbiaron algo las sospechas que se mostraran de nueva guerra por la parte de Francia. El bastardo de Tardas, pasados los montes Pirineos, se apoderó de Termas, que es un pueblo de Aragon á la raya de Navarra, cosa que puso en cuidado á todo el reino de Aragon no se emprendiese algun gran fuego de aquellos pequeños principios. Acudió al peligro Gil Ruiz de Lihorri, gobernador de Aragon, acompañado de golpe

un

de gente y de algunos ricos hombres. No esperaron los franceses que llegasen, antes, desamparada la plaza, se retiraron á Francia con poca honra suya y del conde de Fox que los enviara. Sicilia asimismo padeció algunas alteraciones, aunque pequeñas; que los humores no estaban del todo asentados. Alguna esperanza de bonanza se mostró con un hijo que nació á aquellos reyes de Sicilia á los 17 de noviembre, por nombre don Pedro, heredero que fuera de los reinos de sus padres y abuelos si la muerte no le arrebatara en breve muy fuera de sazon junto con la Reina, su madre, como se dirá en su lugar, con que la alegría comun se trocó en luto y en llanto vanas todas nuestras trazas y deleznables contentos. Poco adelante el rey y la reina de Aragon en Zaragoza por el mes de abril del año 1399, gidos como era de costumbre, se coronaron y recibieron las insignias reales de mano de don Fernando de Heredia, prelado de aquella ciudad. A don Alonso de Aragon, marqués de Villena, se concedió pusiese en su escudo las armas reales, le dieron el ducado de Gandía, alguna recompensa de lo mucho que en Castilla le quitaran. A la misma sazon el papa Benedicto se hallaba muy aquejado, desamparado de sus cardenales, cercado de los enemigos. Despachóle el rey de Aragon dos personas de cuenta, el uno Cervellon Zacuamo, gran jurista, el otro fray Martin, de la órden de San Francisco, hombre de letras y erudicion. Estos, conforme al órden que llevaban, comunicaron con el Papa sobre los medios que se podian tomar para apagar el scisma y unir la Iglesia. La respuesta fué que pondria aquel negocio en las manos de los príncipes de su obediencia, en especial de los reyes el de Francia y Aragon. Ninguna llaneza habia, antes les advirtió mirasen con cuidado que con son de paz no atropellasen la justicia que muy clara por su parte estaba. Por lo demás, que ninguna cosa mas deseaba que poner fin á aquellos debates. Con esta respuesta los embajadores de Aragon por mandado de su Rey se partieron de Aviñon para dar de todo razon al rey de Francia. Túvose junta en Paris de aquella nacion sobre el caso. Acordaron enviar personas al Papa que le requiriesen y protestasen en suma diese sin mas dilaciones órden en asentar la paz y quitar el scisma. Para esto se hallase presente en el concilio que pensaban juntar, y se pusiese á sí y á sus cosas en manos de los obispos ; que para su seguridad el rey de Francia empeñaba su palabra real, y proveeria de gente para que nadie le hiciese desaguisado. Andaban estas pláticas muy calientes cuando en Castilla sobrevino la muerte á don Pedro Tenorio, arzobispo de Toledo, á los 22 de noviembre, fin deste año, si bien la letra de su sepultura, que está en Toledo en propia capilla de la iglesia mayor, dice á 18 de mayo, el mismo dia de pascua de Espíritu Santo. Fué persona de valor, consejo acertado, presta ejecucion, bueno para el gobierno y para las armas. Su patria, Tavira, en Portugal; quién dice que Talavera, villa del reino de Toledo, por razones que para ello alegan, si concluyentes ó no, no lo quiero averiguar. En su mocedad estudió derechos; ausentóse de Castilla juntamente con sus hermanos por los recios temporales que corrian en el reinado de don Pedro. Vuelto á España fué primero

obispo de Coimbra; de allí le trasladó sin ninguna pretension suya el Pontífice romano, por la noticia que de su persona y de sus partes tenia, á Toledo, segun que de suso se dijo. Las gruesas rentas de su dignidad gastó en gran parte en levantar diversos edificios en todo el reino con magnificencia real y mayor que de particular. A la verdad en su casa era concertado, en su persona templado; lo que se ahorraba por este camino empleaba en socorrer necesidades y en adornar la república; virtud propia de grandes personajes. En Toledo reedificó la puente de San Martin, que abatieron las guerras civiles entre los reyes don Pedro y don Enrique. En un recuesto y peñol, á vista de la ciudad, levantó un castillo cerca del sitio antiguo del monasterio muy famoso de San Servando. El claustro pegado con la iglesia catedral es obra suya, y en ella una capilla en que está su túmulo y el de Vicente de Balboa, obispo de Plasencia, su muy privado y familiar. Dotó en aquella capilla y fundó diez y seis capellanías á propósito que todos los dias se hiciesen allí sufragios por su ánima y las de sus antepasados. En Alcalá la Real, frontera del reino de Granada, levantó una torre á manera de atalaya para que por el farol que todas las noches en ella se encendia los cautivos que escapaban de tierra de moros se pudiesen encaminar á la de cristianos. En Talavera fabricó un monasterio de obra magnífica, pegado con la iglesia mayor y con advocacion de Santa Catalina. Su intento al principio fué viviesen en él los canónigos de aquella iglesia para que hiciesen vida reglar; mas, visto que los seglares y clérigos lo contradecian, le entregó á los monjes jerónimos para que le poblasen, con gruesas rentas que les señaló para su sustento. Dejo la puente del Arzobispo, que, como queda dicho de suso, fué asimismo fundacion suya. Casó á su hermana doña María con Fernan Gomez de Silva, como se tocó en otro lugar. Deste matrimonio nació Alonso Tenorio, al cual el tio hizo adelantado de Cazorla; casó con doña Isabel de Meneses, y en ella tuvo á don Pedro, obispo que fué primero de Tuy, y despues de Badajoz. Yace en Toledo en la iglesia de San Pedro Mártir; tuvo otrosí á Juan de Silva, que fué embajador en el concilio de Basilea, y adelante conde de Cifuentes por merced del Rey en remuneracion de sus buenos servicios. Despues de la muerte de don Pedro Tenorio parece por memorias que el cabildo nombró á don Gutierre de Toledo arcediano de Guadalajara; el Rey ofreció el arzobispado á Hernando Yañez, fraile jerónimo y canónigo que fué de Toledo, mas no aceptó. El papa Benedicto por algunas dificultades no debió aprobar estas elecciones, ni el Rey la que acometió él á hacer de don Pedro de Luna, sobrino suyo, administrador que era del obispado de Tortosa. Por estas diferencias don Juan de Illescas, obispo de Sigüenza, vicario del arzobispado sede vacante, continuó en su gobierno aun algunos años despues de la eleccion hecha por el Papa, que finalmente prevaleció, como se verá adelante.

CAPITULO X.

Del año del jubileo.

Mucho se menguó el alegría y devocion del año que se contó de 1400, en que conforme á la costumbre recebida se concedió jubileo plenísimo á todos los que visitasen la ciudad y santuario de Roma, por la discordia y diferencias que todavía continuaban entre los que se llamaban papas; si bien los príncipes cristianos procuraban con todo cuidado sosegallas, y parece lo traian en buenos términos. Con este intento y por domeñar el corazon fiero del papa Benedicto, á persuasion de don Pedro Hernandez de Frias, cardenal de España, el reino de Castilla, habido su acuerdo, le quitó públicamente la obediencia. El pueblo y gente menuda, conforme á su costumbre de echar las cosas á la peor parte, sospechaba y aun decia que en esta determinacion no se tuvo tanta cuenta con la justicia como de gratificar al rey de Francia, que mucho lo pretendia. Así, esta determinacion no fué durable, porque el rey de Aragon se puso de por medio, y á su instancia finalmente se revocó el decreto á cabo de tres años, y volvieron las cosas al mismo estado de antes, segun que se relatará adelante. Sobrevino una grande peste, que de la Gallia Narbonense y Lenguadoc y de Cataluña, en que comenzó á picar, se derramó y cundió por todas las demás partes de España. La mortandad fué tal, que forzó al rey de Castilla á publicar una ley, en que dió licencia á las viudas para casarse dentro del año despues de la muerte del marido contra lo que disponia el derecho comun y otras leyes del reino. Hizo esta ley primero en Cantalapiedra, despues en Valladolid, y últimamente en Segovia, si bien residia de ordinario y se entretenia en Sevilla, convidado de la templanza de aquel aire, frescura, fertilidad y recreacion de toda aquella comarca, y aun forzado de su poca salud, que la traia muy quebrada. Avino por el mes de julio que en la torre de la iglesia mayor asentaban el primer reloj y subian una grande campana, que no son mas antiguos que esto los relojes desta suerte. Acudió el Rey á la fiesta, la corte, los nobles y gran concurso del pueblo. Levantóse de repente tal tempestad y torbellino, que pereció mucha gente con un rayo que despidieron las nubes. El pueblo, como suele, decia era castigo de los males presentes y pronóstico de otros mayores. Hiciéronse procesiones y rogativas para aplacar á Dios y á sus santos. Por el contrario, junto á la villa de Nieva, cinco leguas de la ciudad de Segovia, se halló una imágen de Nuestra Señora de mucha devocion. Moviéronse, como suelen, los pueblos comarcanos á visitalla. El concurso y devocion era tal, que la reina doña Catalina mandó á su costa edificar un templo en que la pusiesen, y un monasterio de dominicos pegado á él, que cuidasen de la imágen y de los peregrinos, con que muchos, convidados de la devocion y del sitio, se pasaron á vivir y poblar aquel lugar, de suerte que en nuestro tiempo es una villa de buena cantidad de vecinos. Doña Violante, hija de don Juan, rey de Aragon, quedó en vida de su padre concertada con Luis, duque de Anjou, como queda dicho. Habíanse dilatado las bodas por su edad, que era poca, y por diferencias que nunca faltan. Concertaron este año

su dote en ciento y sesenta mil florines á condicion que con juramento y por escritura pública renunciase cualquier derecho que al reino de Aragon pretendiese. Hecho esto, desde Barcelona con noble acompañamiento la llevaron á Francia para verse con su esposo. Falleció por este mismo tiempo Juan de Monfort, duque de Bretaña; dejó en doña Juana, su mujer, hermana de don Cárlos, rey de Navarra, cuatro hijos, cuyos nombres son Juan, Ricardo, Artus, Guillen; mas sin embargo, la Duquesa viuda casó segunda vez con Eurique, duque de Alencastre, el cual poco antes, vencido y preso su competidor y primo el rey Ricardo, se apoderó del reino de Inglaterra, y estaba asimismo viudo de su primer matrimonio, de que le quedaron tambien muchos hijos. El año siguiente de 1401 por el mes de marzo juntó el de Castilla Cortes del reino en Tordesillas, en que se establecieron premáticas buenas, las mas á propósito de enfrenar la codicia y demasías de los arrendadores y otros ministros de justicia. En Sicilia á los 26 de mayo falleció en Catania, ciudad de cielo saludable y alegre, la reina propietaria doña María. Entendióse que la pena que recibió por la muerte de su hijo, que en edad de siete años murió poco antes desgraciadamente, le ocasionó la dolencia que la privó de la vida. Sepultaron á la madre y al hijo en aquella misma ciudad. Sin embargo, el reino quedó por don Martin, su marido, como deudo mas cercano por derecho de la sangre por su abuela la reina doña Leonor, que fué tia de la difunta, y con beneplácito de su padre el rey de Aragon, á quien tocaba la sucesion por estar en grado mas cercano. Acudieron muchos principales luego á casalle, quién con su hija, quién con su hermana. Aventajábase en hermosura doña Blanca, hija tercera del rey de Navarra, y aventajóse en ventura, porque en lo de adelante vino á heredar el reino de su padre, y de presente en aquel casamiento se la ganó á las demás pretendientes. Juntáronse los dos reyes de Aragon y de Navarra á la raya de sus reinos entre Mallen y Cortes para capitular y concluir, como en efecto lo hicieron. Entregó el padre la novia al suegro de su mano, que en una armada la envió desde Valencia á Sicilia, y en su compañía y por general de la flota don Bernardo de Cabrera. Pero así los desposorios como la partida fueron el año adelante de 1402. En el cual al rey de Castilla nació de la Reina una hija en Segovia á 14 de noviembre, gran gozo de sus padres y de todo el reino. Llamóse doňa María, y casó adelante con su primo hermano don Alonso, rey que fué de Aragon y de Nápoles; matrimonio de que no quedó sucesion por ser esta señora mañera.

CAPITULO XI.

Del gran Tamorlan, scita de nacion.

Despues de la jornada de Nicópolis, tan aciaga para los franceses y para los húngaros, como queda dicho, los turcos entraron en gran esperanza de apoderarse de todo el imperio de levante, en que pasaron tan adelante, que el gran turco Bayazete se puso con todo su campo sobre Constantinopla, silla de aquel imperio y almacen de sus riquezas. Gran espanto para los de cerca, y no menor cuidado para los que caian léjos. En

gañosa es la confianza de los hombres, vana y deleznable su prosperidad. Levantóse otra mayor tempestad y torbellino al improviso que desbarató estos intentos, sosegó los miedos de los unos y abatió el orgullo y soberbia de sus contrarios. Tamorlan, natural de Scitia, hombre de gran cuerpo y corazon, de gentil denuedo y apariencia, y que para cualquier afrenta le escogieran entre mil, allegador de gente baja y amotinador, con estas mañas, de soldado particular y bajo suelo llegó á ser gran emperador, caudillo de un número grande y descomunal de gentes que le seguian. Apenas se puede creer lo que refieren como verdadero autores muchos y graves, que juntó un ejército de cuarenta mil caballos y seiscientos mil infantes. Con esta gente rompió por las provincias de levante á fuer de un muy arrebatado raudal, asolaba y destruia todas las tierras por do pasaba sin remedio. Los partos, los primeros, se rindieron á su valor y le hicieron homenaje. Lo de la Suria y lo de Egipto maltrató con muertes, robos y talas. Tenia por costumbre, cada y cuando que se ponia sobre algun pueblo, enarbolar el primer dia estandartes blancos en señal de clemencia, si le abrian las puertas sin dilacion y se le rendian y sujetaban; el dia siguiente enarbolaba estandartes rojos, que amenazaban á los cercados muertes y sangre; las banderas del dia tercero eran negras, que denunciaban sin remedio asolaria de todo punto los moradores y la ciudad. El espanto era tan grande, que todos se le rendian á porsía, ca su fiero corazon ni admitia excusas ni se dejaba por ruegos ni por intercesion de nadie doblegar. Sucedió que los de Berito no se rindieron hasta el segundo dia. Conocido su yerro, para aplacalle enviaron delante las doncellas y niños con ramos en las manos y vestidos de blanco. No se movió á compasion el Bárbaro, dado que llegados á su presencia se postraron en tierra, y con voz lastimosa pedian misericordia; antes mandó á la gente de á caballo que los atropellasen á todos y hollasen. Un ginovés, que seguia aquellos reales y campo, movido de aquella bestial fiereza, le avisó en lengua scítica, como el que bien la sabia, se acordase de la humanidad y que era hombre mortal. El Bárbaro con rostro torcido y semblante airado: ¿Piensas, dice, que yo soy hombre? No soy sino azote de Dios y peste del género humano. A mucho tuvo el ginovés de escapar con la vida, tan sañudo se mostró. Corria lo de Asia la Menor gran peligro; por esto el gran Turco, alzado el cerco que tenia sobre Constantinopla, con todas sus fuerzas y gentes volvió en busca del enemigo feroz y bravo. En aquella parte del monte Tauro, llamada Stella, muy conocida por la batalla que antiguamente allí se dieron Pompeyo y Mitridates, se acercaron los dos campos; ordenaron sus haces; dióse la batalla, que fué muy reñida y dudosa. Pelearon de ambas partes con gran coraje, los unos como vencedores del mundo, los otros por vencer. Finalmente, la victoria y el campo quedó por los scitas; los muertos llegaron á docientos mil, muchos los prisioneros, y entre ellos el mismo emperador Bayazete, espanto poco antes de tantas naciones. Llevóle por toda la Asia cerrado en una jaula de hierro y atado con cadenas de oro como en triunfo y para ostentacion de la victoria. Comia solo lo que el vencedor de su mesa le echa

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