Imágenes de páginas
PDF
EPUB

ciones que nos constituyen hombres? ¿Puede ya darse algo mas vergonzoso que poner en manos ajenas los cargos mas varoniles, los mas altos puestos de la milicia? Yo á la verdad no podria menos de sonrojarme si esos escitas saliesen muchas veces vencedores de nuestros enemigos; y entiendo, cosa que no ha de negar quien tenga uso de razon, que si varon y mujer no cumplen cada cual con los deberes propios de su sexo, ha de suceder forzosamente que en un momento dado se crean los escitas dueños de la república por tener las armas, y los que nunca las han manejado se vean precisados, si quieren salvar su libertad y su honor, á batirse con hombres que tienen por profesion ese mismo ejercicio de la guerra. Antes pues que esto suceda, debemos recobrar el valor de los antiguos romanos y acostumbrarnos á vencer por nosotros mismos, sin entrar en relaciones con los bárbaros. Privemos, en primer lugar, á los extranjeros de los empleos y honores que con gran mengua nuestra les han sido dados, honores que entre nosotros eran estimados en mucho. Creo que' hasta deberiamos velar la faz de Temis, que preside el Senado, y la de Belona, que preside la guerra, para que novieran que es hoy jefe de los que visten la clámide un hombre que lleva aun su capa de pieles, ni le oyesen deliberar sobre los altos negocios del Estado cerca del mismo cónsul, léjos del cual están hoy sentados los que mas merecian esta honra. Viste este jefe la toga para ir al Senado, y no bien ha salido de él, cuando volviendo á tomar sus pieles, hace burla entre los suyos de ese traje romano, considerándolo incómodo para manejar la espada. Tenemos grandes ejércitos, y no sé por qué fatalidad han venido al imperio romano jefes intrusos de ese linaje de bárbaros que gozan de grande autoridad, no ya entre los suyos, sino hasta entre nosotros. Nace este mal de nuestra propia desidia, y si no queremos que se agrave, hemos de temer mucho que no se vayan con ellos nuestros esclavos, pues pertenecen á esa misma raza. Hemos de prevenir el peligro, hemos de limpiar nuestros campamentos del mismo modo que limpiamos el trigo quitando la cizaña. ¿Será esto tan dificil cuando los romanos aventajan á los escitas, no solo en ingenio, sino en valor y fuerza? Herodoto nos decia ya que los escitas eran cobardes, y así lo ha confirmado la experiencia; en todas partes tenemos esclavos de esa raza. Sin patria, sin hogar, arrojados del país en que nacieron, bajaron en nuestros mismos tiempos al imperio, no como conquistadores, sino como suplicantes, y nos dieron en cambio de nuestros sentimientos de humanidad para con ellos el pago de todo beneficio que se olvida. Hicieron pagar caro el error á tu padre, y volvieron otra vez con sus mujeres á rogarle que fuese con ellos benigno. Tu padre los levantó por segunda vez, les dió armas, les confirió los derechos de ciudadanos, les hizo partícipes de todos los bienes del imperio, les dió hasta una parte de la propiedad romana. Sírveles ahora esa humanidad de tu padre para que tengan ocasion de reirse de nosotros, sin que esto sea aun lo peor que nos sucede. Pueblos que confinan con ellos y son diestros en el manejo de armas y caballos bajan á nuestro imperio con iguales esperanzas, no tolerando que se les niegue lo que hemos concedido á otros de menos

valor, de menos generosas prendas. Dícese que es difícil arrojar ya de nosotros tan inmundas heces; mas créeme, menguará la dificultad si aumentas el número de tus soldados, si excitas el valor de los romanos, si te dejas caer con ímpetu y con grandeza de alma sobre este aluvion de bárbaros. No les quedará entonces otro recurso que cultivar nuestros campos ó marcharse por donde vinieron, y anunciarán á cuantos habitan mas allá del Istro que no es ya fácil poner los piés en los dominios de Roma, que hay ahora en ellos un emperador noble, jóven y esforzado, capaz aun de castigar á los que los han invadido hasta ahora impunemente.»>

Esto y algunas cosas mas, que en obsequio de la brevedad omitimos, escribió Sinesio al emperador Arcadio cuando hubo tomado las riendas del gobierno despues de la muerte del gran Teodosio, consejos todos que, si se hubieran considerado seriamente, hubieran sido bastantes para detener por mucho tiempo, con remedios oportunos, la caida de aquella gran república. Dieron entonces los bárbaros algunas treguas; mas luego, tomadas otra vez las armas, invadieron las provincias del imperio y no pararon del todo hasta verlo del todo vejado y humillado, devastadas casi todas las naciones que lo componian. Lo pasado no es ya susceptible de mudanza, esta es, como sabemos, una de las tristes condiciones de la naturaleza humana; mas yo me daria por satisfecho con que, escarmentando en cabeza ajena, siguiéramos una política mas saludable para los negocios de la guerra. No pretendo que se rechace del todo de nuestros tercios á los soldados extranjeros, pues sé que en nuestros tiempos no puede haber un ejército bueno y poderoso que no esté compuesto de soldados de distintas naciones. Sobresale una nacion en tirar el arco, otra en manejar el caballo, otra es mas fuerte para venir á las manos y pelear cuerpo á cuerpo con la espada. El príncipe prudente recoge tropas de una y otra y aprovecha esa misma diversidad de pueblos para sostener una noble emulacion entre sus soldados. Pretendo sí que el príncipe debe emplear las fuerzas extranjeras de modo que tenga puesta su mayor esperanza en el amor y en las armas de los suyos. Sírvannos de prueba muchos y graves ejemplos de calamidades ajenas; no debemos confiar nunca en los extranjeros hasta el punto de que no tengamos en nuestro campamento mas apoyo y fuerzas propias que extrañas, como viene á decirnos Tito Livio haciéndose cargo de hechos semejantes. Voy ahora á terminar diciendo que no sin razon se pinta la justicia con una espada desnuda en la mano, y ni sin razon se la pone entre Marte y Minerva. Quiso con esto indicarse que la justicia necesita principalmente para su guarda de la sabiduría y de las armas, y es para mí indudable que si existieran ambas cosas, cumpliria mucho mejor con el cargo que pesa sobre sus hombros. Es claro que en un imperio tan dilatado no puede asistir á todas las guerras, mas debe procurar con mucha maña que no se promuevan muchas á la vez, que no se acometa uno sin tener antes vencidos á los otros, y habiendo á la vez guerras exteriores en países fronterizos y en naciones remotas, ha de entender en las primeras por sí, ha de confiar las otras á sus generales.

CAPITULO VII.

De los tributos.

Disminuidos los gastos de la guerra, como queda dicho, habrá lugar para aliviar á los ciudadanos abrumados ya por los impuestos y procurar que no deban inventarse todos los dias nuevos tributos, cosa que no debe hacerse nunca sin grave molestia y perjuiciode los pueblos. No conviene de ningun modo al príncipe tener enajenadas las voluntades de sus súbditos. En nada se gasta tanto, ora se deba administrar justicia á los pueblos, ora pagar del erario público á los empleados, ora remunerará nacionales y extranjeros, segun sus méritos, ora cubrir las atenciones de palacio, aunque crecidísimas, como se gasta en las cosas de la guerra, bien se haya de defender la patria, bien retirar la frontera del imperio. ¡Qué de tesoros no se han de invertir! El mas rico erario es fácil que se agole. Si empero los grandes y las ciudades pagasen su escote suministraudo armas y caballos y se adoptasen otros medios para que los ciudadanos corriesen á la sombra de nuestras banderas, no hay para qué decir si menguarian los gastos de la Corona. Es, por otra parte, mas pesado para los pueblos satisfacer una cantidad menor por via de tributo que gastar otra mucho mayor en los campamentos, donde puede usar de ellas á su antojo; y lo es aun mucho mas que quitándoles sus antiguas inmunidades, se les reduzca á ser simples tributarios del Estado.

no pueden emplearse sino para el caso en que se nos venga encima una guerra ó tengamos que llevar nuestras armas á otro pueblo. Nuestro cuidado principal y mayor debe consistir, como hace poco se ha dicho, eu que estén nivelados los gastos con los ingresos y vayan entrando las rentas á medida que vaya habiendo necesidad de verificar los pagos, á fin de que la república no se vea envuelta en mayores males por no poder satisfacer puntualmente sus obligaciones. Si los gastos de la Corona llegan á ser mucho mayores que los tributos, el mal será inevitable; habrá todos los dias necesidad de imponer nuevos tributos y se harán sordos los ciudadanos y se exasperarán los ánimos. De mucho podrá servir para aliviar el mal que, vengan de donde quiera las rentas, no menguen por la maldad de ciertos hombres que conocen todos los medios para adquirir dinero, y no reparan en fraude alguno para alcanzarlo, bien sean asentistas, bien recaudadores, peste la mas terrible que puede llegar á imaginarse ¡Cuán triste no es para la república y cuán odioso para los buenos ver entrar á muchos en la administracion de las rentas públicas, pobres, sin renta alguna, y verlos á los pocos años felices y opulentos! ¿Por qué no se les habia de exigir que diesen una cuenta exacta de su riqueza, quitándoles cuantas no tuviesen un orígen justo y manifiesto? Romeo, aunque extranjero, admitido en la confianza de Ramon, gobernador de provincia, encontró medios legítimos con que triplicar las rentas, y viéndose al fin acosado por los criminales y llamado á dar cuentas, ze contentó con vengar el ultraje que le hicieron retirándose con la misma alforja y cayado que habia venido de Santiago, sin que nunca haya podido saberse ni de dónde procedia ni á dónde pasó á concluir los dias de su vida. Si tuviésemos en nuestros tiempos unos pocos Romeos, no estaria de seguro tan exhausto el erario.

Debe anté todo procurar el príncipe que eliminados todos los gastos superfluos, sean moderados los tributos; debe atender principalmente á que, como aconsejan todos los hombres que descan conservar su hacienda, ya que no sean menores los gastos públicos, no sean mayores que las rentas reales, á fin de que no se vea nunca obligado á hacer empréstitos ni á consumir las fuerzas del imperio en pagar intereses que han de crecer de dia en dia. Evite aun con mayor cuidado la fatal costumbre de vender por una cantidad alzada las rentas de un año, adjudicándolas á ricos capitalistas; guarde para sí mismo la ley que, segun Aristóteles, se observaba antiguamente en muchas ciudades, por la cual se prohibia que nadie vendiese su herencia por dinero. Recuerde tambien otra ley muy célebre que se atribuye á Oxes: «Nadie puede recibir dinero á interés dando su propiedad ni parte de su propiedad en hipo-perior á sus años, que supo rescatar con un solo hecho

teca.»

Dividense las rentas reales en tres partes: las que proceden de sus bienes patrimoniales, cobradas parte en dinero, parte en fruto, están destinadas al sustento de la familia real y á la conservacion de todo el tren y servidumbre de palacio; las que proceden de los tributos ordinarios, cualquiera que sea el motivo de su existencia y los objetos sobre que gravitan, están destinadas á la administracion regular del Estado, al pago de los empleados, á la fortificacion de las ciudades, á la construccion de fortalezas y caminos públicos, al reparo de puentes y calzadas, al sustento de las tropas que sirven simplemente para la guarnicion del reino; las que proceden de los impuestos extraordinarios con que se grava á los pueblos en determinadas circunstancias

Procure además el príncipe que hombres ociosos con el vano título de diseñadores, cronistas y sacerdotes de cámara cobren pingües sueldos anuales haciendo servir la república de presa y juguete, y sin que le dén en cambio utilidad alguna. Procure que los grandes no invadan codiciosamente la república ni puedan entregarse con ella privadamente á gastos excesivos. Es muy digna de alabar en esto la conducta de Enrique III de Castilla, rey de mucha grandeza de alma y de una prudencia su

las rentas ocupadas por los próceres del reino. Era aun menor de edad cuando residia en Búrgos, ciudad de Castilla la Vieja, donde acostumbraba á divertir el tiempo en la caza de codornices. Un dia volvió á palacio muy tarde rendido de cansancio y de fatiga, y viendo que nada habia dispuesto de que él comiese, interrogó sobre este punto á su mayordomo, de cuya boca tuvo que oir, no solo que no habia dinero en palacio, sino que no habia ya ni crédito. Ocultó por de pronto el Rey el dolor que esto le inspiraba, y mandó empeñar la capa y comprar carne de carnero, con la cual y las codornices que llevaba tuvo que pasar todo aquel dia. Oyó mientras estaba comiendo que eran de mucho mejor condicion los grandes, pues todos los dias se daban unos á otros espléndidos banquetes y no cuidaban sino de rivalizar

los pobres dando con esto pié á nuevos y graves trastornos, ni se permitiria que aumentasen excesivamente Su poder y sus riquezas los que están ya opulentos, pues aumentado el precio de los objetos de lujo, habian de tener mucho mayores gastos. Son las dos cosas que pretendemos evitar á cual mas perniciosas, como dejaron probado grandes filósofos y su misma naturaleza indica. No por otra razon merece grandes elogios, enlos emperadores romanos, Alejandro Severo, jóven de muy santa vida si hubiese abrazado la religion cristiana.

Quisiera tambien que se observase la misma regla en los artículos extranjeros, sobre los cuales creo que deben imponerse grandísimos tributos, ya para que salmenos numerario del reino, ya para que con la esperanza del lucro viniesen á España los que los fabrican, con lo que se aumentaria la poblacion, tan útil para aumentar, ya la riqueza del príncipe, ya la de todo el reino.

á porfía en el esplendor y lujo de la mesa. Acertaba á
darse aquella noche una cena en casa de Pedro Tenorio,
arzobispo de Toledo. Va de incógnito el Rey, ve que re-
bosa todo de placer y de alegría, oye que concluido el
banquete empieza á referir cada cual las rentas que per-
cibe de su patrimonio y lo que retira todos los años de
las rentas reales. Al dia siguiente, deseoso ya el Rey de
vengarse, finge que está gravemente enfermo y que va
á hacer su testamento. Sábenlo los grandes y van pre-tre
cipitadamente á palacio, donde son admitidos al instan-
te, dejando á la puerta sus criados como el Rey habia
dispuesto. Pasan hasta muy tarde sin verle y empiezan
á admirarse ya de la tardanza, cuando se les presenta
el Rey armado de punta en blanco y espada en mano.
Quedaron todos aterrados al verle, y él en tanto, mani-ga
festándose lleno de ira, les pregunta con torvo semblan-
te cuántos reyes han conocido en Castilla. Contestan
unos que dos, otros que tres, otros que cuatro, segun
la edad que cada cual tenia; y Enrique, ¿cómo puede
ser cierto, replica, cuando yo siendo tan jóven he co-
nocido ya mas de veinte? Admirábanse todos de oirle
y tenian en suspenso sus ánimos esperando adonde iria
á parar con sus palabras, cuando, vosotros, vosotros to-
dos, les dijo, sois los reyes; habeis ocupado mis forta-
lezas y mis tesoros y me habeis dejado un nombre vano,
me ha beis dejado la pobreza y la miseria. ¿Hay acaso
motivo para que os sirvamos de juguete? Mas yo pon-
dré freno á vuestra audacia haciéndoos saltar á todos
la cabeza. Manda al punto que se preparen y traigan los
nstrumentos del suplicio, llama con firme y levantada
voz á los ministros de su venganza y á seiscientos sol-
dados que tenia ocultos. Atónitos de miedo los demás,
dobla la rodilla el arzobispo de Toledo, que era de me-
jor temple de alına, y con abundantes lágrimas pide
perdon de sus pasadas faltas y hace con este acto de
humildad, que los demás sigau su ejemplo. Perdóuales
el Rey viéndoles aturdidos y oyendo sus sentidas súpli-
cas; mas no por esto les deja salir en dos meses de pa-
lacio, tiempo suficiente para obligarles á que le hicie-
sen entrega de sus rentas y sus fortalezas. Accion digna
de un gran rey, accion notabilísima con que pudo de-
jar grandes tesoros á su hijo sin arrancar un suspiro á
sus ciudadanos ni sublevar contra sí ninguna queja, ac-
cion digna de ser imitada por sus descendientes para
refrenar la audacia y la codicia de fos grandes.

Mas pueden aun escogitarse otros medios para aliviar la miseria pública. Impónganse solo módicos tributos sobre los artículos de primera necesidad, el vino, el trigo, la carne, los vestidos de lana y lino, principalmente cuando no haya en ellos una delicadeza extremada; grávese, por lo contrario, con lo que en esto se disminuya los artículos de puro recreo y lujo, los aromas, el azúcar, la seda, el vino generoso, la carne de pluma y otros muchos que, léjos de ser necesarios para la vida, no hacen mas que afeminar los cuerpos y corromper los ánimos. Favoreceríase así á los pobres, de que hay en España tan gran número, se pondria freno al desenfrenado lujo de los ricos, se evitaria que disipasen sus tesoros en los placeres de la mesa, y ya que esto no se alcanzase, se haria redundar cuando menos su locura en favor de la república. No se estrujaria así á

Deben, por fin, los reyes no ser pródigos en hacer mercedes ni en decorar su palacio, si no quieren agotar la misma fuente de su liberalidad, que es el erario público. Han de encaminarlo todo al esplendor y grandeza del imperio, sin consentir en que se les pueda tachar jamás de avaros ni de mezquinos; procediendo con tino y cuidado y dejando de ser dadivosos con los que no lo merecen, podrán mirar indudablemente por su dignidad y buen nombre sin necesidad de disipar temerariamente sus riquezas. Es preciso que estén bien persuadidos de que no conviene gravar con grandes tributos la nacion española, árida en gran parte por la falta de aguas y por sus hórridas escabrosidades y peñascos, principalmente hácia el norte, pues hacia el mediodía es mejor el terreno y mas benigno el clima. No es raro que en verano por las grandes sequías escaseemos de víveres hasta el punto de que la cosecha no llegue á cubrir los gastos del cultivo; ¿será entonces poco terrible que venga el fisco á gravar la calamidad pública con nuevos ni mas onerosos tributos? Hay luego que considerar que en España los labradores, los pastores y cuantos viven del cultivo de la tierra pagan religiosamente los diezmos á la Iglesia; si han de dar, por otra parte, otro tanto al propietario los que solo tienen sus campos en arriendo, ¿qué les ha de quedar para que vivau y satisfagan las exigencias del erario? Y á mí cuando menos me parece justo que á quienes mas ha de aliviar y proteger es á los ciudadanos, de cuya industria y trabajos depende el sustento de todas las clases del Estado.

No es por cierto menos intolerable que inmunidades concedidas á nuestros antepasados y respetadas en las épocas de mayores apuros para las repúblicas, en épocas que nuestros reyes tenian que sostener continuas guerras con muy módicas rentas, vengan á ser violadas y disminuidas precisamente ahora que el imperio de nuestros reyes se extiende mucho por el continente, y en los mares apenas tiene por límite los límites del orbe. ¿No fueron acaso otorgadas á nuestros mayores por haber vencido á nuestros enemigos con su valor y con sus armas, y haber contribuido poderosamente á constituir ese vasto imperio de que tanto nos envanece

mos? Es á la verdad enojoso que se grave todos los dias con nuevos tributos á los descendientes y se les reduzca al extremo de que no puedan sostenerse á sí ni á sus familias.

Están pues en un grave error los que fundándose en el ejemplo de la Francia y de la Italia pretenden persuadir á nuestros príncipes que pueden imponer mayores tributos á España, nacion, segun dicen, felicisima, abundantemente dotada de todo género de bienes. Son desgraciadamente muchos los aduladores y los necios y falsos charlatanes que aconsejan tan imprudente medida, y son muchos porque nada puede haber tan agradable á reyes, que se ven envueltos en guerras y grandes empresas y tropiezan á cada paso con la falta de numerario, que el que les abran nuevos caminos para recogerlo. Nada puede haber para ellos tan agradable, pero nada tampoco mas gravoso para el reino, que el ir inventando todos los dias nuevos medios para acabar de despojar y extenuar á los que viven ya en la escasez y en la miseria. ¿Cómo no consideran aquellos falsos consejeros que si la Francia ha caido en grandes males es precisamente desde el tiempo en que crecieron indefinidamente los tributos, aumentados á cada paso al antojo de los reyes, sin consultar para nada la voluntad del reino?

CAPITULO VIII.

De los víveres..

Cuidando los príncipes de los víveres y procurando que abunden cuanto quepa, principalmente el trigo, no solo puede mejorarse en mucho la suerte de los pueblos, así en la paz como en la guerra, sino tambien hacer que aumente el amor de esos mismos pueblos para con sus reyes; pues si por las disposiciones de estos están provistos los mercados de los artículos mas necesarios para la vida, no dejan los ciudadanos de dar por muy afortunados los tiempos en que viven. Por de contado un príncipe no puede disponer las cosas de manera que haya fecundidad en los ganados y en los campos, pues esto excede las facultades del hombre; mas puede siempre hacer que se implore la clemencia del cielo con ardientes oraciones y procurar que no se cometa ningun crímen público que merezca ser castigado con una calamidad general y con el hambre de todo un pueblo.

Conviene además proteger con módicos tributos el comercio que sostengamos con otras naciones y no gravarle con exagerados impuestos, pues aunque el vendedor cobra del comprador todo lo que se le quita por via de tributo, es indudable que cuanto mas alto esté el precio de las mercancías, tanto menor será el número de los compradores y tanto mas difícil será el cambio de productos. Se han de facilitar, ya por mar, ya por tierra, la importacion y la exportacion de los artículos necesarios para que pueda trocarse sin grandes esfuerzos lo que en unas naciones sobra con lo que en otras falta, que es lo que principalmente constituye la naturaleza y objeto del comercio. Suelen mercaderes codiciosos aumentar el precio de los objetos valiéndose de malas mañas y vendiendo una misma cosa cien veces en el mismo punto; mas esto es tambien preciso

prohibirlo por medio de una ley, pues no es justo que por la desenfrenada ambicion de unos pocos deban pagar muchos con usura objetos que son indispensables. Fuera de esto, estoy por que se proteja mucho á cuantos se dediquen al comercio, pues es lo que mas conviene á la salud de la república.

Deben tambien los príncipes trabajar principalmente porque no se deje ningun campo sin cultivo 'ni haya en este descuido, con lo que aun favoreciéndonos poco el cielo, serán mucho mas abundantes las cosechas. David, aquel prudente rey que ponen las escrituras como el modelo de un buen príncipe, escogió entre sus ciudadanos algunos, no solo, á mí modo de ver, para que cuidasen de sus ganados y de sus viñas y olivares, sino tambien de los campos y rebaños de sus súbditos. Movido por esta disposicion, que adoptó tambien Aristóteles, creo que deberia crearse en cada ciudad y cada pueblo un magistrado cuyo cargo se redujese á recorrer y visitar todas las heredades y los campos, señalándose además un premio para el que mas diligentemente los hubiese cultivado entre sus paisanos y hubiese sabido sacar de la tierra mayores y mejores frutos. Como se recompensase el celo de estos podria castigarse, ya con penas infamantes, ya con multas, á los desidiosos que hubiesen mirado con menosprecio el cultivo de sus haciendas, principalmente no habiéndose visto obligados á ello por graves apuros pecuniarios. Podria hacerse aun mas ; podrian cultivarse estos campos á costas y expensas de los concejos, que de los frutos podrian retirar en primer lugar los gastos del cultivo, y de los frutos que quedaren la tercera ó la cuarta parte aplicaderas, ya al fisco, ya á la misma ciudad ó pueblo, para que la invirtieran en cosas de utilidad pública. Se adelantaria mucho con esta disposicion, pues en un territorio tan dilatado como el nuestro, si estuviesen todos los campos cultivados, seria muy difícil que hubiese carestía por mucho que escasearan las lluvias, mal de que adolece mucho la nacion española, puesto que escasea en muchos lugares la leña y muchos cerros se niegan por lo áspero á todo cultivo. Podria sembrarse en ellos pinos, eacinas y otros árboles, segun fa naturaleza de dicho terreno, proporcionándonos así materia para el fuego y maderas para la construccion de los edificios. Si luego sangrando los rios por todas las partes practicables, que no son pocas, se convirtiesen en terreno de regadío los campos que ahora son de secano, no solo se alcanzaria que abundasen mas los granos, sino que tambien se haria nuestro país mas saludable, templada y modificada así en gran parte la natural sequedad de nuestra atmósfera. Serian entonces algo mas frecuentes y copiosas las lluvias, pues habiendo mas terrenos regables, habria mayor evaporacion y se formarian mas fácilmente nubes.

Debe mirarse mucho por los labradores y pastores, á cuyos trabajos es debido el sustento y vigor de todo el reino. Procuren con el mayor celo posible magistrados y príncipes que no sean nunca presa del fraude ni de hombres poderosos, procuren que nadie contrarie ni sus trabajos ni sus intereses. Hace ya siglos, Carlo Magno y su hijo Luis establecieron por una ley que cuando por la escasez de granos se debiese tasar

el precio del trigo, costumbre que aun hoy se conserva en España, no debiesen estar sujetos á tal tasacion los labradores que por no tener campos propios los hubiesen arrendado mediante una cantidad alzada, ya en dinero, ya en frutos, y sí tan solo los que disfrutasen de vastas haciendas ó de muy pingües rentas, bien perteneciesen al pueblo y á la nobleza, bien fuesen altos sacerdotes y prelados. Una ley tal seria además de justa de muchísimo provecho, pues es sumamente penoso que lo que con tanto sudor han alcanzado para alimentar su pobre familia, deban esos labradores venderlo en menos de lo que les ha costado. Seria empero preciso que esta ley no fuese general ni para todos los tiempos ni para todo el reino, pues es grande la variedad que se observa entre época y época y de pueblo á pueblo, antes bien se la modificase cada año y en cada ciudad, acomodando la tasación á la mayor abundancia de granos, como sabemos que se practica en muchas otras naciones en que se atiende mucho mejor á los intereses comunes. ¿Cómo es posible que se prescriba lo mismo para lugares muy abundantísimos y otros muy estériles sin hacer distincion entre años que difieren mucho entre si respecto á la produccion de granos? Todas estas disposiciones y otras semejantes que tal vez existan conviene que sean severamente revocadas y acomodadas á las condiciones que llevamos poco ha prescritas.

Creo tambien que deberia ponerse limite al plantio de la viña, como hicieron en otro tiempo los romanos por una ley que no fué abolida hasta los tiempos de Domiciano, abolicion y ley sobre las cuales diré poquísimas palabras. Diéronla tal vez para conservar la frugalidad de los españoles, agotados entonces por tautas guerras y tributos, frugalidad que era en ellos hija de la naturaleza, creyendo que si se contentaban con beber agua, gozarian de una vida mucho mas larga y menos expuesta á las enfermedades. Es sabido que nada determinaba menos los actos de Domiciano que el deseo de hacer bien á sus súbditos, así que podemos calcular que si derogó la ley no fué mas que para cautivar las voluntades de nuestros compatricios. En estos tiempos comarcas enteras están cubiertas de cepas, y es ya indudable que el vino y los banquetes van debilitando nuestros cuerpos. Despréciase el cultivo del trigo, del que depende principalmente la vida, y va cada cual á lo que le ofrece mayores esperanzas de lucrarse. Si algun tanto modificada pudiésemos restaurar la ley romana, ¿no favoreceriamos verdaderamente los intereses coinunes volviendo nuestra nacion á sus antiguas costumbres y á ese antiguo valor y sencillez que degenera y se corrompe y perece de dia en dia, merced al roce de otras naciones y al desgaste de placeres que ya hallamos en casa, ya nos vienen de otros países? Si se examinase cuánto vino se consumia en tiempo de nuestros abuelos, cosa muy fácil de saber por las cuentas de los diezmos eclesiásticos, se veria quizás que en muchos lugares ha llegado aquella cantidad á triplicarse, hecho nada extraño cuando en aquellos tiempos, sobre todo en la Carpetania, donde hemos nacido, erau muy pocos los que bebian vino y casi solo las cabezas de familia, al paso que ahora todos, sin distincion de edad ni sexo,

se entregan al vino ni mas ni menos que á los demás placeres.

Fáltanos tan solo considerar si seria posible ó no hacer nuestros rios navegables, sobre lo cual otros podrán resolver con mayor prudencia y conocimiento de causa, y puede decirse mucho á la verdad por una y otra parte. Pretenden algunos que es malversar inútilmente los tesoros del príncipe querer alcanzar por el arte lo que nos ha negado la naturaleza. Es indudable que en otras naciones han adelantado mucho por este medio, pues han podido trasladar con pequeños gastos desde los puntos mas distantes los artículos de primera necesidad; mas en España, de escabroso terreno y de rios de cauce rápido, cuyas orillas están además ocupadas en mayor parte por molinos, tal vez á nada conduciria tentar esta innovacion, pues seria fácil que nuestros esfuerzos quedasen tan solo como monumento de nuestra impotencia y provocasen la risa de nuestros descendientes. Una empresa tal podria sernos mas incómoda que útil si quisiéramos ser tenaces en llevarla á cabo. Es muy difícil que nadie haga lo que no pudieron los romanos, que tanto sabian y podian, en la época en que estuvieron apoderados de España.

CAPITULO IX.

De los edificios.

Creo que los que gobiernan deben dirigir todos sus pensamientos á que vivan sus súbditos en la mayor felicidad posible, para lo cual deben preservarlos de todas las injurias de la guerra, dirigirlos en tiempos de paz y procurarles todo lo necesario para sustentar y embellecer la vida. Se ha hablado ya empero de todo lo relativo al arte militar y á la abundancia de vituallas, y debemos ahora ocuparnos del modo cómo pueblos y ciudades pueden ser pública y privadamente hermoseadas. Debe procurarse que no falte en este punto nada de lo que permita la condicion del reino; cuando no lo haya en casa puede muy bien ir á buscarse en otro punto. Conviene sobre todo llamar del extranjero, aunque sea con grandes recompensas, á artistas de todas clases que nos sirvan, ya para pintar, ya para tejer telas bordadas de oro, ya para fabricar alfombras y tapices, ya para forjar metales y trasformarlos en vasos y otros muebles. Tengo esto por mucho mas ventajoso que traer de otras naciones las materias ya elaboradas, pues haciéndose como proponemos, las tendriamos en mayor abundancia y no saldria de España el mucho oro y plata que tenemos, con gran perjuicio nuestro y no poco provecho de otros estados, á que va por este camino la mayor parte de las riquezas que, ya brotan de nuestro fecundo suelo, ya nos vienen anualmente de América en nuestros tan ponderados galeones.

¿Podrémos tampoco descuidar la construccion de edificios públicos y particulares, descuido por el que nuestra nacion brillaria mucho menos que las extranjeras, hoy mucho mas pobres? Los beneficios de los príncipes deben extenderse hasta donde alcancen las facultades del Tesoro para que así puedan granjearse mejor las gracias de sus súbditos. Deberian ante todo

« AnteriorContinuar »