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abrir caminos como los abrian los romanos para que los muchos lodos no pudiesen nunca detener á los viajeros, como ahora sucede con vergüenza nuestra; reedificarse los puentes, destruidos en muchos puntos con perjuicio de los transeuntes; construirse en todo el reino fortalezas que sirviesen á la vez de adorno y defensa. Es preciso que nos procuremos en tiempos de paz lo que puede sernos necesario en tiempos de guerra, y no hemos de consentir en que, como sucede ahora á cada paso, se caigan de vejez, gracias á nuestra incuria, los muros de nuestros pueblos y ciudades. Repárense, por lo contrario, los que amenacen ruina y añádanseles nuevas fortificaciones y reparos, construidas segun las nuevas necesidades de la guerra para que puedan resistir el empuje de las armas de fuego, que á manera de rayo destruyen ahora las mas firmes fortalezas. Levántense además en todas partes templos suntuosos y magníficos para que se aumente la grandeza y la majestad del culto á los ojos del pueblo, que, como es sabido, deja llevarse mucho de la pompa y el aparato. Levántense edificios particulares y casas elegantemente adornadas con que se distingan y brillen los pueblos del mismo modo que piedras engastadas en oro. Donde lo permitieren las facultades, procúrese sobre todo abolir el uso de las tapias, paredes de deforme aspecto, principalmente despues de haber sido atacadas por la lluvia y por los vientos; sustituyasele el de paredes de sillería ó de mampostería, que sobre ser mas elegantes, son mas fuertes. Brille por todas partes al rededor de cada ciudad una agradable campiña salpicada de aldeas y alquerias, umenícense los demás lugares al par de las riberas de los rios.

Proponemos esto, no para proporcionar al pueblo demasiados placeres, cosa por demás nociva, sino para que sirva de ornato y alternado el deleite con la fatiga, se sientan los ciudadanos con mas fuerza para seguir el camino de la virtud, difícil y áspero de suyo, y procurándoseles un honesto descanso, vuelvan con mas brio á sus ordinarias faenas, para las que dejan de servir muy pronto si no se les evita el tedio y el fastidio. Mas dirá tal vez alguno, pues está gracioso que tú vengas prescribiendo cosas cuya adquisicion es capaz de agotar el erario público y hasta las arcas de los particulares; ¿es esto mirar por la economía ni por las rentas de los ciudadanos ni por las rentas reales? Mas si se suprimieran los gastos superfluos, si se restableciera la frugalidad de nuestros padres, ¿qué inconveniente habria en aplicar las riquezas de que tanto abunda España á la defensa y esplendor de la república? No es tampoco conveniente que se acumule y atesore el dinero que deje de gastarse en los placeres de la mesa y en los de Vénus, acumulacion que no podria ser útil sino cuando se hiciese con el objeto de satisfacer necesidades públicas ó con el de aliviar la miseria de los pobres. Cuide el príncipe de llevar á cabo las empresas indicadas y le seguirán sus súbditos, que creen siempre obsequiarle imitando sus acciones. Si pusiere todas sus fuerzas en adornar pueblos y ciudades, ¿ se cree acaso que los grandes y el pueblo no le seguirian en todo el reino ni se acomodarian á su voluntad cuando la viesen ya clara y manifiesta? Podria además imponerse á los

altos empleados, bien fuesen militares, bien civiles, bien eclesiásticos, la necesidad de invertir en el ornato público parte de sus utilidades y sus rentas, para lo cual en lo que fuese necesario se podria obtener la competente autorizacion de los pontífices. No seria de poca importancia que por este medio viésemos alzar puentes y casas de asilo, ya para los pobres, ya para los enfermos, mucho mas cuando con esto se alcanzaba que hubiese en todo el reino innumerables monumentos de varones de gran precio y fama y se lograba que fuesen menos codiciados los honores y menor la ambicion de muchos á quienes esta carga habia de retraer algun tanto de envidiar y solicitar los altos puestos. No siu razon aconsejó lo mismo Aristóteles para que con menos odio y mas ventaja pública pudiesen confiarse los honores y magistraturas públicas á varones ricos y eminentes. Se adelantaria tambien mucho en esta parte si se supiesen aprovechar las buenas coyunturas y emprender la construccion de grandes edificios, principalmente en tiempos de escasez, en que muchos pobres, que no pueden alimentarse á síni á sus familias, recibirian con mas gusto un sa'ario que fuese fruto de su trabajo que una limosna que recogiesen perdiendo su vergüenza para apelar á la misericordia ajena. Serian entonces aquellos edificios un monumento eterno levantado á la beneficencia de los ricos, monumento tan agradable á Dios como á los hombres, en que permaneceria escrito el nombre de sus autores mejor que en ninguna lámina de bronce, siendo estos indudablemente celebrados por las generaciones mas remotas.

Entre los judíos siguió estos preceptos Salomon, que invirtió todos los tesoros del imperio en edificar un templo suntuosísimo y en edificar en toda la extension de su monarquía muchas fortalezas y ciudades. Entre los romanos hicieron lo mismo muchos emperadores, y entre ellos Augusto, que por lo mucho que habia editicado, se jactaba de haber encontrado una ciudad de ladrillo y otra de mármol. Entre nosotros no se ha hecho acreedor á meuos alabanzas nuestro gran rey Felipe II, que dejando aparte los demás edificios, alcázares y sitios reales de soberbia estructura que ha dejado en todo el reino, ha levantado el magnífico y gigantesco templo consagrado al glorioso mártir san Lorenzo, que he creido de importancia describir en este libro.

En el punto por donde la tierra de Segovia se entra en la frontera de la Carpetania está situada una aldea, ayer desconocida, y hoy celebérrima, llamada Escorial, segun algunos por haber existido allí en los antiguos tiempos una de tantas minas de hierro como tenemos en España. Léjos de ser elegantes las primeras casas de esta aldea estaban rudas y toscamente trabajadas, cosa nada extraña cuando sabemos cuán incuriosos son en edificar los labradores, que atienden mucho á la utilidad y poco al ornato. Es el terreno á la redonda estéril y escabroso, tanto, que apenas se hace accesible á nuestros carromatos, así que es allí muy escasa la cosecha del vino, del trigo y de los demás granos. Lo que mas abunda, y no mucho, es el ganado, que encuentra buenos pastos y puede medrar holgadamente, sobre todo en verano, en que se goza allí de una agradable temperatura, aun cuando está mas abrasado por los ar

mayor parte de una respetable antigüedad, joyas mas preciosas que el oro que nos vinieron de todas partes de Europa á la fama del nuevo monumento, libros todos dignos de ser leidos y estudiados, que convendria que los reyes facilitasen mucho mas á los hombres eruditos. ¿Qué provecho podemos sacar de libros que están, por decirlo así, cautivos y sujetos? Adornan las paredes de esta biblioteca elegantes pinturas, que pueden sostener la comparacion con las antiguas, y representan con tanta verdad como belleza las artes liberales.

dores del sol lo interior de la provincia. Como estánchos libros manuscritos, principalmente griegos, la cubiertos los montes vecinos de nieves eternas, soplan frecuentemente aires templadísimos y manan por todas partes copiosas aguas que son de grande importancia para los habitantes, y sobre todo, presentan agradablemente á los ojos del viajero los campos cubiertos de verdura. Sobre esta aldea, á unos mil pasos al occidente, á la raíz de un monte áspero y fragoso, en un reducido valle, que no es aun del todo llano, se alza una gran mole, con que no son comparables las maravillas de los antiguos, conocida con el nombre de iglesia de San Lorenzo, que fué levantada desde sus cimientos en el espacio de veinte y cuatro años con gastos casi increibles, por lo módicos que han sido atendida la grandeza y suntuosidad del monumento. Sin contar las varias allajas y los preciosos ornamentos y los vasos macizos de oro y plata encerrados bajo aquellas bóvedas, objetos todos de arte y de ingenio, no se invirtieron, segun es fama, en construirlo y decorarlo mas allá de doscientos mil sestercios, que vienen á ser unos tres millones. Es la planta de esta inmensa fábrica cuadrada, menos por la parte de oriente, dondebrilla el palacio real, con el cual dió su ilustre arquitecto al conjunto del edificio la forma de las parrillas en que fué martirizado nuestro san Lorenzo. Tiene de longitud setecientos veinte piés de norte á mediodía y quinientos setenta de este á oeste, y lleva en sus cuatro ángulos, correspondientes á los cuatro puntos cardinales del cielo, otras tantas torres, mas elegantes que imponentes, en que están abiertas de la base al remate muchas ventanas, tal vez muchas mas de las que conviene, como sucede en otras partes del mismo monumento. Lo exigirán á la verdad los preceptos del arte; mas nosotros, que no entendemos nada en él, no podemos juzgar de la belleza de tan grande obra sino por la impresion que de ella recibimos.

Está dividido todo el monumento en tres partes: á mediodía está el convento de los monjes jerónimos, que constituye casi de por sí la mitad de la obra; al norte la academia destinada á la instruccion, ya de los monjes jóvenes de la misma órden, ya de algunos externos que viven allí en comunidad á costa y expensas del Rey, único que puede dispensar tan singular y pingüe beneficio; al oriente el vasto palacio real, residencia de los príncipes en tiempo de verano. Rodeado de todos estos edificios campea en medio de una płaza y en un lugar mas elevado un templo de arrogante estructura, todo de sillería y abovedado.

En medio de la fachada se abre una puerta conforme al resto de la obra, entre ocho columnas grandes, pero de varias piezas, sobre que descansan otras de menos diámetro, entre las cuales hay una estatua de piedra de san Lorenzo, cuyas perfecciones revelan la acreditada mano del artista. A entrambos lados de la misma fachada hay otra puerta de menores dimensiones, pero no menos rica y elegante, que sirve, ya para los usos del convento, ya para los del colegio, si bien no falta en otra parte una entrada principal y comun para los de uno y otro establecimiento. Sigue tras la puerta principal un vestíbulo vasto y capacísimo, sobre el cual carga la biblioteca, larga de ciento ochenta y cinco piés, y ancha de treinta y dos, donde se conservan mu

Sigue tras el vestíbulo un patio de doscientos treinta piés de largo, sobre cerca de ciento treinta de ancho, que no tiene columnas ni galería alguna sino por la parte que está unida al pórtico del templo, pórtico situado frente á frente del vestíbulo, al cual se sube por siete grandes y espaciosas gradas. Consta ese pórtico de seis columnas, en las cuales hay otras tantas figuras de reyes hebreos, los que mas sobresalieron por su piedad y por sus hechos, que tienen diez y ocho piés de altura, manos y cabeza de mármol blanco, y lo demás del cuerpo de piedra comun, pero esmeradamente cincelada. Debajo de este pórtico ábrese la triple puerta del templo, y á entrambos lados otras dos puertas por las que se sube, ya al monasterio, ya al colegio, y á la izquierda otra menor, por la cual se entra en el alcázar regio.

Divídese pues el monasterio en dos partes iguales. La primera, que mira á occidente, consta de cuatro peristilos ó claustros, que sirven todos igualmente para los usos domésticos, y tiene en medio una escalera de caracol, que campea en lo mas alto á manera de torre, y está rodeada de muchas ventanas por donde recibe luz el lugar destinado á las abluciones de los monjes y la entrada al refectorio, que está adornado de muchos emblemas, pero de emblemas hechos de barro y con muy poca gracia, y es oscuro por no tener mas que dos aberturas en la fachada, y está muy distante, á lo menos á nuestro modo de ver, de corresponder á la majestad y grandeza del resto de la obra. En la otra parte del monasterio se extiende á oriente y mediodía el claustro mayor, circuido todo de un elegante pórtico, en cuyas paredes estucadas de mármol hay varias pinturas que expresan elegantemente los hechos mas notables de la vida de Jesucristo. Cubren piedras de distintas clases el pavimento, dividido en cuadros con un artificio tal, que quedan entre uno y otro espacios para jardin, y allá en el centro se levanta una fuente parecida á un templete, de planta octógona, cubierta interiormente de jáspes, y exteriormente de piedra mas basta, junto à la cual están pegados á iguales trechos cuatro vasos, á que baja el agua desde otras tantas estatuas de mármol blanco que están puestas al rededor y representan á los evangelistas. Pasa el agua de esta fuente por unos tubos á los cuadros sembrados, y cubrióndolos de verdura y flores, comunica á todo el claustro un agradable y muy risueño aspecto. Sirve principalmente el pórtico para las procesiones que en dias determinados hacen los monjes saliendo del templo por la puerta lateral á fin de captarse, ya para sí, ya para la república,

el auxilio y el favor del cielo. Abrense debajo de este mismo pórtico puertas que conducen á varias piezas del convento, tales como refectorios particulares, y á la sala donde celebra sus sesiones el cabildo, piezas sobre las cuales descuella por su elegancia y su grandeza la que á manera de erario sagrado contiene los ornamentos y alhajas consagradas al culto.

En la otra parte del edificio preséntase en primer lugar hácia occidente y norte un colegio dedicado á las musas, dividido en otros cuatro claustros muy humildes, dos de los cuales sirven para los monjes que cultivan las letras, y los otros dos para los educandos externos que viven allí por gracia especial y á expensas de los reyes. Levántase tambien en el centro una escalera de caracol, á semejanza de la otra, y pegada á él un vasto teatro abovedado y sostenido por columnas, que ya sirve para paseo, ya para cátedras, ya para academias públicas. En el lado septentrional del edificio hay, por fin, dos puertas que abren paso al palacio, compuesto de muchas y espaciosas salas y de diversas cámaras, que están destinadas ya para la habitacion del príncipe, ya para uso de la familia real en la estacion en que, para evitar los rigorosos calores de la corte, van á gozar allí de tan benigno y tan templado cielo. Vense doude quiera pórticos con columnas y galerías superiores, entre las cuales la que pertenece al gabinete del Rey presenta en un vasto lienzo que se encontró por casualidad en una torre del alcázar de Segovia, la pintura de la gran batalla de la Higuera, que tuvo con los moros Juan II de Castilla en el reino de Granada. Expresó allí el pintor con diestra mano la respectiva posicion de los combatientes, la situación de sus reales, los ya desusados trajes y armas que llevaban, cosas todas muy útiles para traer á la memoria uno de los mas nobles triunfos que pueden recordar con placer las generaciones españolas. En lo mas interior del alcázar, detrás del templo, por la parte que segun dijimos descuella bácia oriente el edificio, está el retrete de las mujeres, muy apartado de la vista de los hombres, y además, las mas retiradas habitaciones del monarca.

En el centro del edificio, en lo mas alto, aparece el templo, que es de planta cuadrada, y está dividido en tres naves por columnas, sobre que descansa la soberbia bóveda. Alzause en los dos primeros ángulos otras tantas torres con techos de pizarra, y de en medio de la bóveda un cimborio, á manera de piedra blanca, que se hace muy agradable á la vista, sobre todo si se la contempla desde los cerros inmediatos. Es, como hemos dicho, este templo de planta cuadrada, mas sin contar su vestíbulo, que ocupa el espacio medio entre las dos torres, vestíbulo sobre el cual descansa el coro donde los monjes entonau noche y dia con grande pompa y aparato himnos de gloria y de alabanza al cielo, pues son entre los anacoretas los que mas en esto se distinguen y aventajan. Son las sillas de este coro de ébano, de boj, de caoba, de nogal, de terebinto, y llama la atencion, ya por la delicadeza con que están trabajadas, ya por la vistosa variedad de sus colores, negras las unas, rojas las otras, estas blancas, aquellas con ondas y del color del oro. En lo alto de la bóveda aparecen pintados los diversos órdenes de los bienaventu

rados y sus gozos y sus magníficos asientos, todo tan admirablemente hecho, que basta para detener los ojos del que á tauta belleza acierta á levántarlos.

Tiene además el templo dos calles laterales por donde puede cualquiera pasearse libremente, que van á desembocar en las puertas por que se sale del claustro mayor y del alcázar regio.

En frente de la puerta principal brilla la capilla y el altar mayor, en cuya ejecucion no parece sino que el arte luchó con la naturaleza y se excedió á sí misma. Conducen al pié del ara, construidas de piedra verde y encarnada, diez y ocho gradas espaciosas, debajo de las cuales hay los sepulcros de los reyes, y encima cuatro pequeñas tribunas de jaspe encarnado y de variado pavimento, desde donde asiste el príncipe á los sacrificios divinos sin aparato y sin sumiller de cortina como de costumbre. Adornan el piso de la capilla y el de todo el templo piedras de distintos colores en forma de cuadros elegantemente ordenadas y dispuestas. Lo principal empero, lo que mas maravilla y lo que con mayor elocuencia debia explicarse para que no se rebajase su mérito con la humildad de nuestras palabras es el tabernáculo, que se levanta sobre el ara, compuesto de diez y ocho columnas, no pequeñas, de piedra roja, no encarnada, con vetas blancas y manchas amarillas, distribuidas seis en el primero y segundo cuerpo, cuatro en el tercero y dos en el cuarto, donde se ve á Cristo clavado en su santísimo madero. Tiene este tabernáculo, compuestos de la misma materia y de una piedra verde, nichos y urnas para estatuas, triglifos, cauliculos, tenias y metopas, dispuestos todos de manera que formen como la fachada de un edificio elegante en que se han guardado todas las reglas arquitectónicas. Los espacios medios están ocupados por estatuas de santos de bronce sobredorado ó por magníficos cuadros, y la base por dos sagrarios construidos á la manera de un templo abovedado, donde se guarda el cuerpo de Jesucristo en un ágata, obra ilustre de Jacome Trezzi, eminente escultor italiano, digno de ser comparado con los antiguos en la ciencia de pulir y trabajar el mármol. Nos impide la religion hablar mucho acerca de este punto, á fin de que por la rudeza de nuestro ingenio no disminuyamos el mérito del arte; mas no podemos menos de decir que el sagrario mayor es una rotunda de diez y seis piés de altura, compuesta de varios jaspes sujetos por bronces sobredorados y circuida de ocho columnas de piedra roja con vetas blancas y manchas amarillas, trabajadas por su dureza á punta de diamante. Corren tambien al rededor doce estatuas de los apóstoles, brillando en el vértice de la bóveda un jaspe en forma de globo que tiene cerca de medio pié de diámetro. Componen asimismo el sagrario menor jaspes engastados en oro y plata, distínguele una esmeralda, del tamaño de una nuez, que brilla en lo mas alto, sirve de clave á su bóveda un topacio; mas no es aun tanto valor y riqueza comparable con el mérito artístico que encierra en todas y en cada una de sus partes. Es la puerta de ambos sagrarios de cristal, así que deja ver la elegancia y la hermosura del interior, que en nada cede á lo que llevamos ya descrito. Hay en este templo mas de treinta y ocho capillas consagradas á santos,

notables todas por sus cuadros, obra de eminentes artistas españoles, franceses é italianos, ya antiguos, ya modernos. Por lo que es, sin embargo, mas notable esta obra es por las muchas reliquias que de todas partes se recogieron, tantas en número, que está toda llena de religion y de santidad, y ha de pregonar por los siglos de los siglos la piedad del rey Felipe. Para conservar con la religiosidad debida estas reliquias y cenizas hay destinados otros dos sagrarios situados en los extremos de cada lado del templo.

Mas es preciso que démos ya fin á descripcion tan larga. Está compuesta toda la fábrica de piedra de sillería, sencilla y toscamente trabajada en su mayor parte, á fin de disminuir los gastos y acelerar la conclusion de la obra, cubierta toda, exceptuadas casi tres azoteas, de plomo y de pizarra. Tiene á oriente y mediodía un jardin de yerbas aromáticas y olorosas flores, dispuestas con órden y medida en cuadros regulares, debajo del cual hay una larga y humilde tapia que contiene espacios mucho mas extensos para el plantío de los árboles; al occidente y al norte una plaza bien empedrada, nada pequeña, que no deja de tener al norte ciento cuarenta piés de anchura, y al occidente, por donde tiene su entrada principal, muy cerca de doscientos. Presenta además junto á él muchos otros edificios que vienen á constituir un pueblo, sobre los cuales no creemos deber decir una palabra. Solo añadirémos ya que en el camino que conduce desde el monasterio á la antigua aldea hay dos bileras de olmos que impiden en verano el paso de los rayos del sol y hacen por lo tanto mas agradable el paseo para trasladarnos, ya de la aldea al monasterio, ya del monasterio á la aldea.

CAPITULO X.

De los juicios.

Estaba poco menos que perdida en el reino la administracion de justicia cuando en tiempo de nuestros abuelos vino á regularizarla la virtud y prudencia de Fernando el Católico, restituyendo de tal modo su antigua fuerza y vigor á las leyes, á cada paso violadas y tenidas en menosprecio, que no hay desde entonces otra nacion donde haya jueces mas integros y justos. Armados hoy los magistrados de facultades y de leyes, pasan hoy por un mismo rasero todas las clases del Estado, que es lo que mas podemos desear y lo que mas deben procurar los príncipes, pues fácilmente puede la república desviarse de tan buen camino. Haya mucha severidad en los juicios, pero de modo que la temple la justicia del príncipe, para que no produzcan los mismos males que la crueldad ó tal vez mayores; haya, sobre todo, gravedad y constancia en aplicar las leyes, sin que el favor pueda torcer nunca para nadie la marcha del procedimiento. Como empero importaria poco que el mismo príncipe administrase justicia con la misma igualdad y celo, si no hiciesen lo mismo los que tienen delegada por este la misma facultad, es preciso andar con mucho tino en elegir magistrados muy integros y de mucha gravedad, que oigan con agrado á cuantos se les acerquen y sean además blandos en sus juicios, acti

vos y celosos en averiguar la verdad y en dar cumplida satisfaccion al inocente. Ya el suegro de Moises expuso las virtudes de que debian estar adornados los jueces cuando reprendiendo á su yerno porque entendia solo en todas las diferencias de su pueblo, carga muy superior á sus fuerzas, escoge, le dijo, entre todos los hebreos varones poderosos que teman á Dios, sean hombres de buena fe y aborrezcan la avaricia. Quiso que fueran poderosos para que resistieran la temeridad y la audacia de los que mas valian, cosa que, segun Aristóteles, se observaba en Cartago, donde no ponian al frente de los negocios públicos sino á hombres que fuesen tan honrados como ricos, por creer que el pobre no puede ejercer debidamente su destino, ya por tenerle los demás en menosprecio y ser con él atrevidos, ya porque su propia codicia no les deja oir la voz de la razon y la conciencia. Quiso que fuesen tambien temerosos de Dios, porque solo temiéndole y sintiéndose trabados por las creencias religiosas, pueden cortar el paso á liviandades que oscurecen el entendimiento y no le dejan ver ni lo verdadero ni lo justo. Exigió la sinceridad, porque el que no la tiene es imposible que llene debidamente el cargo, pues nada hay mas feo ni mas inconstante que la ficcion y la mentira. Exigió, por fin, que aborrecieran la codicia, porque el que solo atiende al lucro es fácil que se sienta arrastrado á actos injustos. Las dádivas, como dice en otro lugar Moises, ciegan los ojos de los sabios y quebrantan la palabra de los hombres rectos, pensamiento en que Moises está, como en otras muchas cosas, con Platon, que en el lib. xi de Las Leyes cree que ha de ser castigado con pena de muerte el juez que ceda en lo que exige la ley al dinero ajeno ó á otro cualquier género de dádivas. Creo tambien deber hacer advertir que, entre otras virtudes propias de los jueces, no contó el suegro de Moises la sutileza en interpretar las leyes, pues no han de usar á la verdad de astucias ni agudezas por las que tuerzan á su antojo la ley y la aparten de su verdadero sentido, fallando siempre sin cubrirse de infamia y sin suscitar contra sí odios en favor de los que menos tienen por sí la equidad y el derecho. Nada hay pues que repugne mas á la sencillez del verdadero sabio que la excesiva sutileza, la cual, así en la interpretacion de las leyes como en los demás negocios, destruye la equidad y las mas severas prescripciones.

Las leyes no deberian ser nunca tantas que se obstruyesen su propia accion y su debida influencia, ni tan dificiles que no pudiesen ser comprendidas por los hombres de mediano ingenio; mas la avaricia de los hombres ha hecho, no solo que existan en gran número, sino que sean por lo general oscuras, pues no queriendo por una parte obedecerlas, y deseando aparentar por otra que obran justamente, se empeñan en eludir con interpretaciones lo que está prescrito mas clara y terminantemente. Los príncipes empero no deben condescender nunca con el fraude ni dejar abierta la entrada á la astucia de los malos; así que podrian abolir todas las leyes superfluas, dejando en vigor solo las susceptibles de cumplimiento que estén al alcance de todas las inteligencias. Seria indudablemente esto de grandes resultados, sobre todo procurando, que es lo que mas

que nada tuvieron que ver con ellas, si no hubiese establecido de antemano el mismo Dios que hubiese de pagar todo el pueblo los crímenes graves y las faltas de sus principes cuando no hubiesen concurrido todos á vengarlas del mismo modo que se concurre á apagar un incendio. Partiendo de esta ley, castiga muchas veces el Señor á todo el pueblo para que este no se contamine con solo tolerar el crímen. Quitarás el mal de en inedio de tí, ha dicho el Señor, es decir, expiarás los atentados contra la religion para que no estés contagiado de la maldad, caso que no haya sido públicamente castigada. Imbuido en este precepto, refiere el mismo David que no descansaba de noche para poder quitar de la ciudad del Señor á todos los que obraban inicuamente; sabia á la verdad que no hay sacrificio mas agradable á Dios que el de los malvados, pues por él se purifica la república, halla la maldad un freno, y un escudo la inocencia. Por esto creo yo que al saber los judíos el escandaloso atentado de los gabaonitas contra la mujer de Leví, corrieron á las armas, no solo contra los autores del delito, sino tambien contra los beniamitas que habian-tomado á su cargo defenderlos. Aunque con algunas desgracias por su parte, expiaron los judíos el crímen con la ruina de los enemigos, á lo cual me parece que se sintieron inclinados, no tanto para inspirar odio á la maldad como para librar á todo el pueblo de las consecuencias que tan feo y vergonzoso hecho podia ocasionarle. Lleváronse la mira de castigar la ofensa que á Dios habian hecho, mas tambien la de salvarse á sí mismos y la de salvar los suyos.

importa, elegir jueces de gran corazon y elevado entendimiento que no tuviesen en su ánimo nada que pudiese apartarles nunca de la consideracion de la verdad, profesasen santamente nuestra religion, apreciasen en mas su lealtad que todos los placeres de la vida, odiasen la codicia y no recibiesen jamás dádivas de nadie, virtudes todas entre las cuales obtienen el primer lugar los sentimientos religiosos, á que deben todas las demás su pábulo y su vida. Quien pues teme á Dios deja de temer las amenazas de los hombres poderosos y no falta nunca al deber de su conciencia, seguro siempre de que si puede engañar á sus semejantes, no á Dios, que ve hasta lo que pasa en lo mas íntimo del alma. El que teme á Dios, no se deja corromper por dinero, pues todas las riquezas no valen para él lo que la satisfaccion de haber ejercido fielmente su destino, ni da nunca lugar á la inconstancia ni al capricho, antes tiene siempre presente lo que dijo el rey Josafat á los jueces que acababa de elegir cuando trató de reducir la administracion de justicia á su primitiva pureza. Habeis de juzgar el juicio de Dios, les dijo aquel monarca, palabras con que quiso darles á entender que viniendo á ser una especie de lugartenientes del Señor sobre la tierra, debian tener siempre ante los ojos lo que exigiese la equidad y mas grato pudiese ser al Dios del cielo. Con razon cabe sentar que del temor de Dios y de la religion nace principalmente la rectitud de los fallos judiciales; y nada ha de haber mas pernicioso que confiar tan importante magistratura á hombres relajados y perdidos, caso casi inevitable en medio de tantas ambiciones y tantos favorecedores de maldad como se agitan al lado de los reyes, si estos no ponen en elegir á los jueces toda su atencion y su mayor cuidado.

Sentados hombres malos en los tribunales, es evidente que la inocencia ha de servirles de juguete y han de quedar impunes muchísimos delitos, cuya mancha, por recaer sobre todo el pueblo, ha de irritar fuertemente la divinidad y envolver la muchedumbre en un gran número de males. La sagrada Escritura y las historias antiguas están llenas de casos en que por las maldades de unos pocos ha sufrido grandes calamidades todo un pueblo. Despues de haberse encargado Josué, por muerte de Moises, del gobierno de los judíos, manchóse Acham apoderándose de los despojos de la ciudad de Jericó, que estaban consagrados al Señor de los ejércitos; y á poco tres mil soldados de los mas bravos fueron dispersados y destruidos por los habitantes de la poblacion, que era entonces pequeña é insignificante. Probó Jonatás un poco de miel ignorando el voto que acababa de hacer su padre de que mientras no hubiese vencido á los enemigos no habia de tomar el menor alimento ni él ni ninguno de los que le acompañaban, é irritó tanto á Dios, que no pudieron obtener de él contestacion alguna cuando le hicieron consultar, como de costumbre, por sus vates y sus sacerdotes. El mismo rey David, por haber mandado empadronar á todo el pueblo contra lo que prevenian las leyes diviuas, atrajo sobre su pueblo una peste, de que fueron víctimas nada menos que setenta mil hebreos. Pareceria á la verdad insufrible, y sobre todo ajeno á la benignidad de Dios, castigar así las faltas de los jefes en las cabezas de los

Dejando ahora aparte la Escritura, es sabido que los griegos perseguian tambien con gran severidad los delitos, sobre todo si eran públicos y atroces, pues no reparaban en declarar la guerra á la ciudad que los dejase impunes, bien fuese fronteriza, bien estuviese mas ó menos apartada, creyendo que la mancha no solo recaia sobre aquella ciudad, sino tambien sobre todas las que no se apresurasen á vengar tan graves y terribles faltas. Juzgaban y estaban en lo cierto, que con solo tolerar ciertas faltas se irritaba á los dioses, del mismo modo que con vengarlas se los aplacaba. Confirmábalos en esta idea haber observado por una larguísima experiencia que donde quiera que habia dejado de vengarse un crímen ó habia habido hambre, peste ó guerra ó cualquiera de esas calamidades capaces de devastar á todo un reino. ¿Cómo habian de creer que estos males pudiesen atribuirse á guerras humanas ni al capricho de la suerte, sin acordarse de que podian ser muy bien hijos de la cólera de los dioses? Basta abrir la historia antigua para encontrar numerosos ejemplos, mas nos contentarémos con citar uno, por el cual podrá el lector hacerse cargo de todos los demás, que son poco mas ó menos de igual género. Vivia en Eleuctra un varon, llamado Escedaso, que, aunque de escasa fortuna, era de afable trato y muy hospitalario. Tenia este tal dos hijas doncellas de singular hermosura, en que dos jóvenes espartanos se atrevieron á fijar con mala intencion sus ojos, á pesar de haber sido recibidos y tratados en la misma casa con el respeto y la atencion posibles. Por consideraciones al huésped se abstuvieron entonces de violarlas, mas al volver de Beocia, como estuviese el

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