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todos los demás que presentes se hallaron, apenas por la alegría se podian reprimir, ni por el ruido oir unos á otros. El aplauso y vocería fué cual se puede pensar. Aclamaban para el nuevo Rey vida, victoria y toda buenandanza. Mirábanse unos á otros, maravillados como si fuera una representacion de sueño. Los mas no acababan de dar crédito á sus orejas; preguntaban á los que cerca les caian quién fuese el nombrado. Apenas se entendian unos á otros; que el gozo cuando es grande impide los sentidos que no puedan atender ni hacer sus oficios. Los músicos que prestos tenian á la hora cantaron con toda solemnidad, como se acostubra, en accion de gracias el himno Te Deum laudamus. Hízose este auto tan señalado postrero del mes de junio; el cual concluido, despacharon embajadores para avisar al infante don Fernando y acucialle la venida. Hallábase él á la sazon en Cuenca, cuidadoso del remate en que pararian estos negocios. Acudieron de todas partes embajadores de príncipes para dalle el parabien del nuevo reino y alegrarse con él, quién de corazon, quién por acomodarse con el tiempo. En particular hizo esto Sigismundo, nuevo emperador de Alemaña, electo por el mes de mayo próximo pasado, principe mas dichoso en los negocios de la paz que en las armas, que en breve ganó gran renombre por el sosiego que por su medio alcanzó la Iglesia, quitado el scisma de los pontífices, que por tanto tiempo y en muchas maneras la tenia trabajada. Don Fernando, luego que dió asiento en las cosas de su casa, partió para Zaragoza; en aquella ciudad por voluntad de todos los estados le alzaron por rey, y le proclamaron por tal á los 3 dias del mes de setiembre. Hiciéronle los homenajes acostumbrados juntamente con su hijo mayor el infante don Alonso, que juraron por sucesor despues de la vida de su padre, con título que le dieron, á imitacion de Castilla, de príncipe de Girona, como quier que antes desto los hijos mayores de los reyes de Aragon se intitulasen duques de aquella misma ciudad. Concurrieron á la solemnidad de los pretensores del reino don Fadrique, conde de Luna, y don Alonso de Aragon, el mas mozo, duque de Gandía. El conde de Urgel para no venir alegó que estaba doliente, como á la verdad pretendiese con las armas apoderarse de aquel reino, que él decia le quitaron á sinrazon. Sus fuerzas eran pequeñas y las de su parcialidad; acordaba valerse de las de fuera, y para esto confederarse con el duque de Clarencia, señor poderoso en Inglaterra,.y bijo de aquel Rey. Estas tramas ponian en cuidado al nuevo Rey, por considerar que de una pequeña centella, si no se ataja, se emprende á las veces un gran fuego; sin embargo, concluidas las fiestas, acordó en primer lugar de acudir á las islas de Cerdeña y Sicilia, que corrian riesgo de perderse. Los ginoveses, si bien aspiraban al señorío de Cerdeña, movidos de la fama que corria del nuevo Rey, le despacharon por sus embajadores á Bautista Cigala y Pedro Perseo para dalle el parabien, por cuyo medio se concertaron entre aquellas naciones treguas por espacio de cinco años. En Sicilia tenian preso á don Bernardo de Cabrera sus contrarios, que le tomaron de sobresalto en Palermo, y le pusieron en el castillo de la Mota, cerca de Tavormina.La

prision era mas estrecha que sufria la autoridad de su persona y sus servicios pasados; pero que se le empleó bien aquel trabajo, por el pensamiento desvariado en que entró antes desto de casar con la reina viuda, sin acordarse de la modestia, mesura y de su edad, que la tenia adelante. Sancho Ruiz de Lihorri, almirante del mar en Sicilia, fué el principal en hacelle contraste y ponelle en este estado. Ordenó el nuevo Rey le soltasen de la prision á condicion de salir luego de Sicilia, y lo mas presto que pudiese comparecer delante dél mismo para hacer sus descargos sobre lo que le achacaban. Hízose así, aunque con dificultad; con que aquella isla, á cabo de mucho tiempo y despues de tantas contiendas quedó pacífica. Cerdeña asimismo se sosegó por asiento que se tomó con Guillermo, vizconde de Narbona, que entregase al Rey la ciudad de Sacer, de que estaba apoderado, y otros sus estados heredados en aquel reino, á trueco de otros pueblos y dineros que le prometieron en España. En este estado se hallaban las cosas de Aragon. En Francia Archimbaudo, conde de Fox, falleció por este tiempo; dejó cinco hijos, Juan, que le sucedió en aquel estado, el segundo Gaston, el tercero Archimbaudo, el cuarto Pedro, que siguió la iglesia y fué cardenal de Fox, el postrero Mateo, conde de Cominges. Juan, el mayor, casó con la infanta doña Juana, hija del rey de Navarra; y esta muerta sin sucesion, casó segunda vez con María, hija de Cárlos de Labrit, en quien tuvo dos hijos, Gaston, el mayor, y el menor Pedro, vizconde de Lotrec, tronco de la casa que tuvo aquel apellido en Francia, ilustre por su sangre y por muchos personajes de fama que della salieron y continuaron casi hasta nuestra edad, claros asaz por su valor y hazañas.

CAPITULO V.

Que el conde de Urgel fué preso.

El sosiego que las cosas de Aragon tenian de fuera no fué parte para que el conde de Urgel desistiese de su dañada intencion. En Castilla las treguas que se pusieron con los moros, á su instancia por el mes de abril pasado se alargaron por término de otros diez y siete meses. Por esto el dinero con que sirvieron los pueblos de Castilla para hacer la guerra á los moros, hasta en cantidad de cien mil ducados, con mucha voluntad de todo el reino se entregó al nuevo rey don Fernando para ayuda á sus gastos, demás de buen golpe de gente á pié y á caballo, que le hicieron compañía, todo muy á propósito para allanar el nuevo reino y enfrenar los mal intencionados, que do quiera nunca faltan. Lo que hacia mas al caso era su buena condicion, muy cortés y agradable, con que conquistaba las voluntades de todos, si bien los aragoneses llevaban mal que usase para su guarda de soldados extraños, y que en el reino que ellos de su voluntad le dieron pretendiese mantenerse por aquel camino. Querellábanse que por el mismo caso se ponia mala voz en la lealtad de los naturales y en la fe que siempre guardaron con sus reyes despues que aquel reino se fundó. Sin embargo, el rey con aquella. gente y la que pudo llegar de Aragon partió en busca del conde de Urgel con resolucion de allanalle ó casti

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amistad, en que nunca hobo quiebra, no obstante la competencia en la pretension de aquel reino. Finalmente, le aseguraba que de mejor gana terciaria para concertallos que arrimarse á ninguna de las partes contra el otro. Despidiéronse con tanto los embajadores. El cerco se apretaba de cada dia mas, y los ciudadanos padecian falta y aun deseaban concertarse. La condesa dona Isabel, visto esto y por prevenir mayores inconvenientes, con licencia de su marido y beneplácito del Rey salió á verse con él y intentar si por algun camino le pudiese aplacar. Usó de las diligencias posibles, mas no pudo del Rey, su sobrino, alcanzar para el Conde mas de seguridad de la vida, si venia á ponerse en sus manos. El aprieto era grande; así fué forzoso acomodarse. Salió el Conde de la ciudad á postrero de octubre, y con aquella seguridad se fué á los reales. Llegado á la presencia del Rey y hecha la mesura acostumbrada, los hinojos en tierra y con palabras muy bue mildes, le suplicó por el perdon del verro que como mozo confesaba haber cometido, que ofrecia en adelante re compensar con todo género de servicios y lealtad. La respuesta del Rey fué que si bieu teuia merecida la muerte por sus desórdenes, se la perdonaba y le hacia gracia de la vida. De la libertad y del estado no hizo mencion alguna; solo maudó le llevasen á Lérida y en aquella ciudad le pusiesen á buen recaudo. Hecho esto, lo primero se entregó aquella ciudad, y se dió órden en las demás cosas de aquel estado; consiguientemente se formó proceso contra el Conde, en que le acusaron de aleve y haber ofendido á la majestad. Oidos los descargos y sustanciado el proceso, finalmente se vino á sentencia, en que le confiscaron su estado y todos sus bienes, y á su persona condenaron á cárcel perpetua. Tenia todavía gentes aficionadas en aquella corona; para evitar inconvenientes le enviaron á Castilla, donde por largo tiempo estuvo preso, primero en el castillo de Ureña, adelante en la villa de Mora; finalmente, acabó sus dias sin dalle jamás libertad en el castillo de Játiva, ciudad puesta en el reino de Valencia. Príncipe desgraciado no mas en la pretension del reino que por un destierro tan largo, junto con la privacion de la libertad y estado grande que le quitaron. Entre los mas declarados por el Conde uno era don Autonio de Luna, que se hacia fuerte en el castillo de Loharri; mas visto lo que pasaba, acordó desamparalle y desembarazar la tierra junto con su estado propio, que vino eso mismo en poder del Rey. Desta manera se concluyeron y se sosegaron aquellas alteraciones del Conde inas fácilmente que se pensaba y temia.

galle Tenia él pocas fuerzas para contrastar. Valióse de inana, que fué enviar sus embajadores á Lérida, do el Rey era llegado, para prestalle los debidos homenajes; y así los hicieron en nombre de su señor á los 28 de octubre; todo encaminado solamente á que el nuevo Rey descuidase y deshiciese su campo, y mas en particular para que enviase á sus casas los soldados de Castilla, como se hizo, que despidió la mayor parte dellos. Juntáronse á vistas el Rey y el pontífice Benedicto en Tortosa. Lo que resultó demás de otras pláticas fué que el Pontífice dió la investidura de las islas de Sicilia y de Cerdeña y Córcega al nuevo Rey, como se acostumbra, por ser feudos de la Iglesia, como las tuvieron los reyes de Aragon, sus antepasados. Despedidas estas vistas, al fin deste año y principio del siguiente 1413 se juutaron Cortes de los catalanes en Barcelona. Todos deseaban sosegar al conde de Urgel para que no alterase la paz de aquellos estados, con el cual intento le otorgaron todo lo que sus procuradores pidieron, en particular que el infante don Enrique casase con la hija y heredera del Conde. No se aplacaba con estas caricias su ánimo; antes al mismo tiempo traia inteligencias con Francia y con Inglaterra para valerse de sus fuerzas. El Rey, avisado desto y porque de pequeños principios no se incurriese, como suele acontecer, en mayores inconvenientes, maudó alistar la mas gente que pudo en aquellos estados. De Castilla asimismo vinieron cuatrocientos caballos, que le enviaba la reina dona Catalina, bien que tardaron, y al fin se volvieron del camino. Ofreciósele el rey de Navarra, mas no quiso aceptar su ayuda por recelarse se ofenderian los naturales si se valia de tantas gentes extrañas. Todavía Jofre, conde de Cortes, hijo de aquel Rey fuera de matrimonio, le acudió acompañado de número de caballos, gente lucida. Con estas diligencias se juntó buen campo, con que rompió por las tierras del conde de Urgel sin reparar hasta ponerse sobre la ciudad de Balaguer, cabecera de aquel estado, en que el Conde por su fortaleza pretendia afirmarse y estaba dentro. El cerco fué largo y dificultoso, durante el cual las demás plazas de aquel estado se rindieron al Rey. En esta sazon le vinieron embajadores de dos reyes, el de Francia y el de Nápoles. El Francés le avisaba que por la insolencia del duque de Borgoña y estar alborotado el pueblo de Paris, sus cosas se hallaban en extremo peligro, él y su hijo, y otros señores como cautivos y presos. Pedíale le acorriese en aquel trance; que el respeto de la humanidad le moviese y de la amistad de tiempos atrás trabada entre aquellas dos casas y reinos. El rey Ladislao pretendia que juntasen sus fuerzas contra el duque de Anjou, su competidor en aquel reino de Nápoles, pues si salia con aquella pretension, era cierto que revolveria con tanto mayores fuerzas sobre Aragon, cuya corona asimismo pretendia. Al Francés respondió el rey don Fernando que sentia mucho el afan y aprieto en que, así él como aquel su noble reino, se hallaban. Que tendria cuidado de lo que deseaba por cuanto sus fuerzas alcanzasen y el tiempo le diese lugar. Al rey Ladislao dió por respuesta que estimaba en mucho la amistad que le ofrecia; pero que entre él y el duque de Anjou intervenian grandes prendas de parentesco y

CAPITULO VI.

Que se convocó el Concilio constanciense.

Al mismo tiempo que lo susodicho pasaba en Aragon, de todo el orbe cristiano hacian recurso los principes por medio de sus embajadores al emperador Sigismundo para dar órden con su autoridad y buena maña de sosegar las alteraciones de la Iglesia, causadas del scisma continuado por tantos años. Habido con él y entre sí su acuerdo, requirieron á los que se llamaban pontifices viniesen con llaneza en que se juntase

concilio general de los prelados, en cuyas manos renunciasen el pontificado y pasasen por lo que allí se determinase. A la verdad hasta este tiempo la muestra que dieron de querer venir en esto no fué mas que una máscara para entretener y engañar, como quier que las intenciones fuesen muy diferentes. Los papas Juan y Gregorio se mostraban mas blandos á esta demanda, y parece daban oidos á lo que comunmente se deseaba; el ánimo de Benedicto estaba muy duro y obstinado sin inclinarse á ningun medio de paz. Encargaron al rey de Aragon le pusiese en razon; él y el rey de Francia para este efecto le despacharon sus embajadores, personas de cuenta. En sazon que el de Aragon, concluida la guerra de Urgel y fundada la paz pública de su reino, se encaminó á Zaragoza y entró en aquella ciudad á manera de triunfante; juntamente se coronó por rey á los 11 de febrero, año del Señor de 1414, solemnidad dilatada hasta entonces por diversas ocurrencias, y ceremonia que hizo el arzobispo de Tarragona como cabeza y el principal de los prelados de aquel reino. Púsole en la cabeza la corona que la reina doña Catalina, su cuñada, le envió presentada, pieza muy rica y vistosa, y en que el primor y el arte corria á las parejas con la materia, que era de oro y pedrería de grau valor. Halláronse presentes diversos embajadores de principes extraños, los prelados y grandes de aquel reino, en particular don Bernardo de Cabrera, conde de Osona y de Modica, que ya estaba en gracia del nuevo Rey, y don Enrique de Villena, notable personaje, así bien por sus estudios, en que fué aventajado, como por las desgracias que por él pasaron, y á la sazon se hallaba despojado de su patrimonio y del maestrazgo de Calatrava. Fué así, que por muerte de don Gonzalo de Guzman y con el favor del rey don Enrique el Tercero, el dicho don Enrique de Villena pretendió y alcanzó aquella dignidad. Alegaban muchos de aquellos caballeros que era casado, y por tanto conforme á sus leyes no podia ser maestre. Determinóse, tal era la ambicion de su corazon, de dar repudio á su mujer doña María de Albornoz, si bien su dote era muy rico, por ser señora de Alcocer, Salmeron y Valdolivas con los demás pueblos del infantado. Para hacer este divorcio confesó que naturalmente era impotente. Para que sus propios estados no recavesen en aquella órden por el mismo caso que aceptaba el maestrazgo, cautelóse con renunciar al mismo Rey las villas de Tineo y Cangas, junto con el derecho que pretendia al marquesado de Villena. Olieron los comendadores de aquella órden, como era fácil, que todo era invencion y engaño. Juntáronse de nuevo, y considerado el negocio, depuesto don Enrique como elegido contra derecho, nombraron en su lugará don Luis de Guzman. Resultaron desta eleccion diferencias, que se continuaron por el espacio de seis años. Los caballeros de aquella órden no se conformaban todos; antes andaban divididos, unos aprobaban la primera eleccion, otros la segunda. La conclusion fué que por órden del pontífice Benedicto los monjes del Cistel, oidas las partes, pronunciaron sentencia contra don Enrique, y en favor de su competidor y contrario. Por esta manera el que se preciaba de muchas letras y erudicion pareció saber poco en lo

que á él mismo tocaba; y vuelto al matrimonio, pasó lo restante de la vida en pobreza y necesidad á causa que le quitaron el maestrazgo y no le volvieron los estados que tenia de su padre. Concluidas las fiestas de Zaragoza, que se hicieron muy grandes, volvió el nuevo Rey su pensamiento á las cosas de la Iglesia, conforme á lo que aquellos principes deseaban. Comunicóse con el pontífice Benedicto, acordaron de verse y hablarse en Morella, villa puesta en el reino de Valencia a los confines de Cataluña y Aragon. Acudieron el dia aplazado, que fué á 18 de julio. Señalóse el Rey en honrar al Pontifice con todo género de cortesía. Lo primero llevó de diestro el palafren en que iba debajo de un palio hasta la iglesia del pueblo. De allí hasta la posada le llevó la falda. Luego el dia siguiente en un convite que le tenia aprestado, él mismo sirvió á la mesa, y el infante don Enrique de paje de copa. Para que la solemnidad fueso mayor trocó la vajilla de peltre, de que usaba el Pontifice para muestra de tristeza por causa del scisma, en aparador de oro y plata; todo enderezado, no solo á acatar la majestad pontificia, sino á ablandar aquel duro pecho y granjealle para que hiciese la razon. Juntáronse diversas veces para tratar del negocio principal. El Papa no venia en lo de la renunciacion, y mucho menos sus cortesanos, que decian el daño seria cierto, y el cumplimiento de lo que le prometiesen quedaria en mano y á cortesía del que saliese con el pontificado sin poderse bastantemente cautelar. En cincuenta dias que se gastaron en estas demandas y respuestas no se pudo concluir cosa alguna. De Italia á la misma sazon llegaron nuevas de la muerte de Ladislao, rey de Nipoles, que le dieron con verbas, segun que corria la fama, en el mismo curso sin duda de su mayor prosperidad y en el tiempo que parecia se podia enseñorear de toda Italia. No dejó sucesion; por donde entró en aquella corona su hermana, por nombre Juana, viuda de Guillen, duque de Austria, con quien casó los años pasa❤ dos, y á la sazon tenia pasados treinta años de edad; hembra ni mas honesta ni mas recatada en lo de adelante que la otra reina de Nápoles de aquel mismo nombre, de quien se trató en su lugar. Muchos príncipes con el cebo de dote tan grande entraron en pensamiento de casarse con ella; en particular por medio de embajadores que de Aragon sobre el caso se despacharon se concertó casase con el infante don Juan, bijo segundo del rey don Fernando; y así como á cosa hecha pasó por mar á Sicilia; sin embargo, este casamiento no se efectuó, antes aquella señora por razones que para ello tu vo casó con Jaques de Borbon, francés de nacion y conde de la Marcha, mozo muy apuesto y de gentil parecer. Rugíase que otro jóven, por nombre Pandolfo Alopo, tenia mas cabida con la Reina de lo que la majestad real y la honestidad de mujer pedia, de que el vulgo, que no sabe perdonar á nadie, sentia mal, y los demás nobles se tenian por agraviados. Perdida la esperanza de reducir al pontífice Benedicto, los príncipes todavía acordaron celebrar el concilio general. Señalaron para ello de comun acuerdo á Constancia, ciudad de Alemaña, por querello así el Emperador ca era de su señorío. Comenzaron á concurrir en primer lugar los obispos de Italia y de Francia. El pontífice Gregorio

tifical á los 4 de marzo, y acabada, prometió públicamente con grande alegría y aplauso de los circunstantes que haria la renunciacion tan deseada de todos. Invencion y engaño por lo que se vió; que dende á pocos dias de noche se hurtó y huyó de aquella ciudad con intento de renovar los debates pasados. Enviaron personas en pos dél que le prendieron; y vuelto á Constancia, mal su grado fué forzado á hacer la renunciacion postrero dia del mes de mayo, y para atajalle los pasos de todo punto dieron cuidado al Conde palatino que le tuviese debajo de buena guarda, mas huyó tres años adelante. Finalmente, para sosegalle, por concierto le fué vuelto el capelo, con que, pasados algunos años, falleció en Florencia, cabeza de la Toscana. Sepultaron su cuerpo en aquella ciudad en el bautisterio de san Juan, en frente de la iglesia mayor. Sus tesoros, que allegó muy grandes en el tiempo de su pontificado, quedaron en poder de Cosme de Médicis, ciudadano principal de aquella señoría; escalon por donde él mismosubió á gran poder, y los de su casa adelante se enseñorearon de aquella república; tal es la comun opinion del vulgo. La alegría que los prelados recibieron por la deposicion del pontífice Juan se dobló con la renunciacion que cinco dias adelante Cárlos Malatesta, procurador del pontifice Gregorio, conforme á los poderes que traia muy amplos hizo en su nombre. Restaba solo Benedicto, cuya obstinacion ponia en cuidado á los padres, si antes que renunciase nombraban otro pontifice, no recayesen en los inconvenientes pasados. Acudieron al medio que les ofrecieron de España, que el césar Sigismundo en algun lugar á propósito se viese con el rey de Aragon y con el dicho papa Benedicto, ca no tenian de todo punto perdida la esperanza; antes cuidaban se dejaria persuadir y seguiria el comun acuerdo de todas las naciones y el ejemplo de sus competidores. Para estas vistas señalaron á Niza, ciudad puesta en las marinas de Génova, y en esta razon despacharon para los dos, el Rey y el Papa, sus embajadores, personas de cuenta y de autoridad.

envió sus embajadores con poder, si menester fuese, de renunciar en su nombre el pontificado. Juan, el otro competidor, acordó hallarse en persona en el Concilio, confiado en la amistad que tenia con el César y no menos en su buena maña. El rey don Fernando no cesaba por su parte de amonestar á Benedicto que se allanase á ejemplo de sus competidores. Despues de muchas pláticas sobre el caso se convinieron los dos de hacer instancia con el Emperador para que se viesen los tres en algun lugar á propósito. Para abreviar le despacharon por embajador á Juan Ijar, persona en aquel tiempo muy conocida por sus partes aventajadas de letras y de prudencia, en que ninguno se la ganaba; diéronle por acompañados otras personas principales. Pasábase adelante en la convocacion del Concilio. La reina de Castilla en particular envió á Constancia por sus embajadores á don Diego de Anaya, obispo á la sazon de Cuenca, y á Martin de Córdoba, alcaide de los Donceles. Concurrieron de todas las naciones gran número de prelados, que llegaron á trecientos, todos con deseo de poner paz en la Iglesia y excusar los daños que del scisma procedian. Abrióse el Concilio á los 5 del mes de noviembre en tiempo que en Aragon gran número de judíos renunciaron su ley y se bautizaron á persuasion de san Vicente Ferrer, que tuvo con los principales dellos y en sus aljamas muchas disputas en materia de religion con acuerdo del pontífice Benedicto, que dió mucho calor á esta conversion; creo con intento de servir á Dios y tambien de acreditarse. Pareció expediente para adelantar la conversion apretar á los obstinados con leyes muy pesadas, que contra aquella nacion promulgaron. Hállase hoy dia una bula del pontífice Benedicto en esta razon, su data en Valencia á los 11 de mayo del año veinte y uno de su pontificado. Las principales cabezas son las siguientes: Los libros del Talmud se prohiben; los denuestos que los judíos dijeren contra nuestra religion se castiguen; no puedan ser jueces ni otro cargo alguno tengan en la república; no puedan edificar de nuevo alguna sinagoga ni tener mas de una en cada ciudad; ningun judío sea médico, boticario ó corredor; no puedan servirse de algun cristiano; anden todos señalados de una señal roja ó amarilla, los varones en el pecho, y las hembras en la frente; no puedan ejercer las usuras, aunque sea con capa y color de venta ; los que se bautizaren, sin embargo, puedan heredar los bienes de sus deudos; en cada un año por tres veces se junten á sermon que se les haga de los principales artículos de nuestra santa fe. El tanto deste edicto se envió á todas las partes de España, y uno dellos se guarda entre los papeles de la iglesia mayor de Toledo. En Constancia la noche de Navidad, principio del año que se contaba de 1415, se hallaron presentes á los maitines el pontífice Juan y el Emperador. Pusiéronles dos sillas juntas, la del Pontífice algo mas alta; en otros lugares se asentaron la Emperatriz y los prelados. Pasada la festividad, comenzaron á entrar en materia. Parecia á todos que el mas seguro camino y mas corto para apaciguar la Iglesia seria que los tres pontífices de su voluntad renunciasen. Comunicaron esto con el pontifice Juan, que presente se hallaba, y al fin, aunque con dificultad, le hicieron venir en ello. Dijo misa de pon

CAPITULO VII.

Que los tres príncipes se vieron en Perpiñan.

Al mismo tiempo que estas cosas pasaban en Constancia, el rey de Aragon en Valencia festejaba con todo género de demostracion el casamiento del príncipe don Alonso, su hijo, con la infanta doña María, hermana del rey don Juan de Castilla. Para mas autorizar la fiesta se halló presente el pontífice Benedicto. Concurrió toda la nobleza y señores de aquel reino, grandes invenciones, trajes y libreas. Acompañó á la Infanta desde Castilla, con otras personas de cuenta, don Sancho de Rojas, que á la misma sazon de obispo que era de Palencia, trasladaron al arzobispado de Toledo por muerte de don Pedro de Luna, que finó en Toledo á los 18 de setiembre y le enterraron en la capilla de San Andrés de aquella su iglesia, junto á don Jimeno de Luna, su pariente; al presente yace en propio lucillo que le pusieron en la capilla de Santiago. La promocion de don Sancho se hizo por intercesion y á instancia del rey de Aragon, y él mismo por su persona y

aventajadas prendas era digno de aquel lugar y por los muchos servicios que á los reyes hizo en tiempo de paz y de guerra. Su padre Juan Martinez de Rojas, señor de Monzon y Cabra, que falleció en el cerco de Lisboa en tiempo del rey don Juan el Primero; su madre doña María de Leiva. Hermanos Martin Sanchez de Rojas, y Dia Sanchez de Rojas y doña Inés de Rojas, la cual casó con Fernan Gutierrez de Sandoval. Nació deste casamiento Diego Gomez de Sandoval, conde de Castro Jeriz, adelantado mayor de Castilla y chanciller mayor del sello de la puridad. Fué gran privado de don Juan, rey de Navarra, cuyo partido y de los infantes, sus hermanos, siguió en las alteraciones que anduvieron los años adelante, que fué ocasion de perder lo que tenia en Castilla, grandes estados y de adquirir la villa de Denia por merced que le hizo della el mismo rey don Juan de Navarra. El arzobispo don Sancho le hizo donacion de la villa de Cea que compró de su dinero, pero con tal condicion que tomase el apellido de Rojas, homenaje que despues le alzó. Casó segunda vez la dicha doňa Inés con el mariscal Fernan García de Ilerrera, que tuvo en ella muchos hijos, cepa y tronco de los condes de Salvatierra, que adquirieron asimismo la villa de Empudia por donacion del mismo don Sancho de Rojas. Las bodas del príncipe don Alonso se celebraron á los 12 del mes de junio. Dejó á la Infanta su padre en dote el marquesado de Villena; mas dél la despojaron y la dieron á trueque docientos mil ducados, por llevar mal los de Castilla que los reyes de Aragon quedasen con aquel estado, puesto á la raya de ambos reinos en parte que se podian fácilmente hacer entradas en Castilla. El rey de Portugal desde el año pasado aprestaba una muy gruesa armada. Los príncipes comarcanos, con los celos que suelen tener de ordinario, sospechaban no se enderezase á su daño; al de Aragon en especial le aquejaba este cuidado por rugirse queria tomar debajo de su amparo al conde de Urgel y por este camino alteralle el nuevo reino de Aragon. Engañóles su pensamiento, porque el intento del Portugués era asaz diferente, esto es, de pasar en Africa á conquistar nuevas tierras. Animábale su buena dicha, con que ganó y con poco derecho se afirmó en aquel su reino, y poníanle en necesidad de buscar nuevos estados los muchos hijos que tenia para dejallos bien heredados, por ser Portugal muy estrecho. En la Reina, su mujer, tenia los infantes don Duarte, don Pedro, don Enrique, don Juan, don Fernando y doña Isabel; fuera destos, á don Alonso, hijo bastardo, que fué conde de Barcelos. Armó treinta naves gruesas, veinte y siete galeras, treinta galeotas, sin otros bajeles, que todos llegaban hasta en número de ciento y veinte velas. Partió el Rey con esta armada la vuelta de Africa, sin embargo que á la misma sazon pasó desta vida la reina doña Filipa, que hizo sepultar en el nuevo monasterio de la Batalla de Aljubarrota. De primera llegada se apoderó por fuerza á los 22 de agosto de Ceuta, ciudad puesta sobre el estrecho de Gibraltar. El primero á escalar la muralla fué un soldado por nombre Cortereal; otro que se decia Albergueria se adelantó al entrar por la puerta; al uno y al otro remuneró el Rey y honró como era debido y razon; lo mis

mo se hizo con los demás conforme á cada uno era. Los moros, unos pasaron á cuchillo, otros se salvaron por los piés y algunos quedaron por esclavos. Deste buen principio entraron los portugueses en esperanza de sujetar las muy anchas tierras de Africa. Mudaron otrosi este mismo año la manera de contar los tiempos por la era de César, como se acostumbraba, en la del nacimiento de Cristo, por acomodarse á lo que las otras naciones usaban y en conformidad de lo que poco antes deste tiempo, como queda dicho, se estableció en los reinos de Aragon y Castilla. El cuidado de sosegar la Iglesia todavía se llevaba adelante, y los Padres del Concilio continuaban en sus juntas. No pudo el rey don Fernando ir á Niza por cierta dolencia continua que mucho le fatigaba; acordaron que el César llegase hasta Perpiñan; villa puesta en lo postrero de España y en el condado de Ruisellon; príncipe de renombre inmortal por el celo que siempre mostró de ayudar á la Iglesia sin perdonar á diligencia ni afan. El pontífice Benedicto y el rey don Fernando, como los que se hallaban mas cerca, acudieron los primeros. El Emperador llegó á los 19 de setiembre, acompañado de cuatrocientos hombres de armas á caballo y armados, asaz grande representacion de majestad. El vestido de su persona ordinario y la vajilla de su mesa de estaño, señal de luto y tristeza por la afliccion de la Iglesia. Concurrieron al mismo lugar embajadores de los reyes de Francia, Castilla y Navarra. Todo el mundo estaba á la mira de lo que resultaria de aquella habla. El miedo y la esperanza corrian á las parejas. No podia el Rey por su indisposicion asistir á pláticas tan graves. Todavía desde su lecho rogaba y amonestaba á Benedicto restituyese la paz á la Iglesia, y se acordase del homenaje que en esta razon hizo los tiempos pasados; el Concilio de los obispos se celebraba; no era razon engañase las esperanzas de toda la cristiandad, acudiese al Concilio y hiciese la renunciacion que todos deseaban, conforme al ejemplo de sus competidores; ¿cuánto podia quedar de vida al que por sus muchos años se hallaba en lo postrero de su edad? Pudiera Benedicto con mucha honra doblegarse y ponerse en las manos de tan grandes príncipes y de toda la Iglesia si el apetito de mandar se gobernara por razon, afecto desapoderado, y mas en los viejos; mas él estaba resuelto de no venir en ningun partido de su voluntad, solo pretendia entretener y alargar con diferentes cautelas y mañas. Apretábanle los dos príncipes para que se resolviese y acabase. Un dia hizo un razonamiento muy largo en que declaró los fundamentos de su derecho; que si en algun tiempo se dudó cuál era el verdadero papa, la renunciacion de sus dos competidores ponia fin en aquel pleito, pues quitados ellos de por medio, él solo quedaba por rector universal de la Iglesia; que no era justo desamparase el gobernalle que tenia en su mano de la nave de san Pedro; cuanto tenia la edad mas adelante, tanto mas se debia recelar de no ofender á Dios y á los santos por falta de valor y de amancillar su nombre con una mengua perpetua. Siete horas enteras continuó en esta plática sin dar alguna señal de cansancio, si bien tenia setenta y siete años de edad, y los presentes de cansados unos en pos de otros se le salian de la sala. Alegaba so

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