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da Braccio, se ahogó á 5 de enero al pasar del rio Aterno, que con las lluvias del invierno iba hinchado. 'Fué de poco momento esta muerte, porque Francisco Esforcia, que ya era de buena edad, suplió bastantemente las partes y falta de su padre; acudiéronles sin esto fuerzas y socorros de fuera. El pontífice romano Martino y Filipe, duque de Milan, por industria del mismo Pontífice se concertaron con los angevinos. El Duque hizo aprestar una buena armada en Génova, y la envió en favor de la Reina debajo de la conducta del capitan Guidon Taurello. Esta armada y gentes de tierra que acudieron cargaron sobre Gaeta. Pudiérase entretener por su fortaleza, mas brevemente se rindió á partido que dejasen ir libre, como lo hicieron, la guarnicion de aragoneses. Ganada Gaeta, pasaron sobre Nápoles. Jacobo Caldora, que tenia el cuidado de guardar aquella ciudad, se concertó con los enemigos, que le prometieron el sueldo que los aragoneses le debian y no le pagaban; tomado el asiento, sin dificultad les abrió las puertas. El color que tomó para lo que hizo era que el infante don Pedro le pretendiera matar, como á la verdad fuese hombre de poca fidelidad, de ánimo inconstante y deseoso de cosas nuevas. A 12 de abril se perdió la ciudad de Nápoles, y todavía los de Aragon conservaron en ella dos castillos, es á saber, Castelnovo y otro que se llama del Ovo, pequeño y estrecho, pero fuerte en demasía, por estar sobre un peñon cercado todo de mar. Ganada la ciudad de Nápoles, las demás cosas eran fáciles al vencedor; las ciudades y pueblos á porfía se le rendian: Llevaba mal el de Aragon y sentia mucho que por la prision que hiciera el rey de Castilla en la persona de su hermano, á él puso en necesidad de hacer ausencia y se hobiese recebido aquel daño tan grande. Encendíase en deseo de venganza, pero determinó de proballo todo antes de comenzar y romper la guerra. Con este intento el arzobispo de Tarragona Dalmao de Mur, que despachó por su embajador en Ocaña, en presencia de los grandes y del rey de Castilla propuso su embajada. Decia era justo á cabo de tanto tiempo se moviese á soltar al Infante, si no por ser tan justificada la demanda, á lo menos por el deudo que con él tenia y por los ruegos de sus hermanos. Si algun delito habia cometido, bastantemente quedaba castigado con prision tan larga. Que el Rey, su señor, quedaba determinado no apartarse de aquella demanda hasta tanto que fuese libertado su hermano. Vuestra alteza, rey y señor, debeis considerar que por condescender con los deseos particulares de los vuestros no pongais en nuevos peligros la una y la otra ́nacion si vinieren á las manos. En el palacio real de Castilla y en su corte andaban muchos de mala; sus aficiones, avaricia y miedos particulares los enconahan; recelábanse que si don Enrique fuese puesto en libertad podrian ellos set castigados por el consejo que dieron que fuese preso. Temian otrosí no les quitasen los bienes de los desterrados, de cuya posesion gozaban, y aun por el mismo caso tenian aversas sus voluntades para que no se hiciese el deber. A los intentos destos ayudaban otros, en especial Alvaro de Luna, soberbio por la demasiada privanza y poder con que se hallaba, y que tenia por bastante ganancia y provecho gozar de lo

presente sin extender la vista mas adelante. Estos fueron ocasion que no se efectuase nada desta vez, ni aun se pudo alcanzar que los reyes se juntasen para tratar entre sí de medios. Despedidos los embajadores de Aragon, el rey de Castilla se fué á Búrgos en el mismo tiempo que su hija doña Catalina murió en Madrigal, pueblo de Castilla la Vieja, á 10 del mes de agosto; enterráronla en las Huelgas. Esta tristeza en breve se mudó en nueva y muy grande alegría, por causa que en Valladolid nació de la Reina el príncipe don Enrique, á 5 de enero, principio del año que se contó de aquel siglo vigésimoquinto. Sacáronle de pila por órden de su padre el almirante don Alonso Enriquez, don Alvaro de Luna, Diego Gomez de Sandoval, adelantado de Castilla, junto con sus mujeres. Por el mes de abril todos los estados del reino le juraron por príncipe y heredero despues de los dias del Rey, su padre, en sus estados. En Zaragoza el rey de Aragon se apercebia con todo cuidado para la guerra; por todas partes se oia ruido de soldados, caballos y armas. Tratóse en Valladolid de apercebirse para la defensa. Hizose consulta, en que hobo diferentes pareceres. Algunos querian que luego se comenzase, hombres que eran habladores antes del peligro, cobardes en la guerra y al tiempo del menester; otros mas recatados sentian que con todo cuidado se debia divertir aquella tempestad y excusarse de venir á las manos. El Rey se hallaba dudoso, y no entendia bastantemente ni se enteraba de lo que le convenia hacer. Don Carlos, rey de Navarra, cuidadoso de lo que podria resultar desta contienda, en que se ponia á riesgo la salud pública, envió con embajada al rey de Castilla á Pedro Peralta, su mayordomo, y á Garci Falces, sú secretario, en que ofrecia su industria y trabajo para sosegar aquella contienda. Estaba esta prática para concluirse por gran diligencia de los embajadores; mas estorbáronlo ciertas cartas que vinieron del rey de Aragon en que mandaba al infante don Juan, su hermano, se fuese para él, que queria tratar con él cosas de grande importancia. Partióse para Aragon contra su voluntad, como lo daba á entender. Pidió y alcanzó para ello licencia del rey de Castilla; él demás de la licencia le dió comision para que de su parte tratase con su hermano de conciertos. Estaban los reales del rey de Aragon en Tarazona á punto para romper por tierras de Castilla si no le otorgaban lo que pretendia, con tan grande deseo de vengarse y satisfacerse, que parecia en comparacion desto no hacer caso de las cosas de Nápoles. Si bien tenia aviso que sucediera otro nuevo desastre, y fué que Braccio, capitan que era de grande nombre en aquella sazon, quedó vencido y muerto junto al Aguila, que tenia sitiada, en una batalla que se dió á 25 de mayo. La demasiada confianza y menosprecio de los enemigos le acarreó la perdicion. Era general del ejército del Papa que acudia á la Reina Jacobo Caldora; con él dos sobrinos del cardenal Carrillo, por nombre Juan y Saucho Carrillo, aquel dia se señalaron entre los demás de buenos, y fueron gran parte para que se ganase la victoria como mozos que eran de grandes esperanzas. Los mismos demás de esto en prosecucion de la victoria, con gentes del Papa que llevaban y les dieron en breve se apode

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raron de la Marca de Ancona, de que Braccio antes se apoderara. El cuerpo de Braccio, muerto y llevado á Roma como de descomulgado, fué sepultado delante la puerta de San Lorenzo en lugar profano; mas en tiempo de Eugenio IV, pontífice romano, le trasladó á Perosa y puso en un sepulcro muy primo Nicolao Fortebraquio, que tomó aquella ciudad de Roma, y procuró se hiciese esta honra á la memoria de su tio, hermano de su madre. En Florencia, ciudad de la Toscana, falleció don Pedro Fernandez de Frias, cardenal de España, por mayo; su cuerpo, vuelto á España, está sepultado en la iglesia catedral de Búrgos, á las espaldas del altar mayor. Era de bajo linaje y hombre pobre, mas su buena presencia, industria y destreza y la privanza que alcanzó con los reyes don Enrique y don Juan le levantaron á grandes honras. Fué obispo de Osma y de Cuenca; la estatura mediana, la vida torpę por su avaricia y deshonestidad. Sucedió que en Búrgos tuvo ciertas palabras con el obispo de Segovia don Juan de Tordesillas, al cual el mismo dia un criado del Cardenal dió de palos. La infamia de delito tan atroz hizo aborrecible á su amo, aunque no tuvo parte ni lo supo, como lo confesó despues el mismo que cometió aquel caso. Sin embargo, á instancia de caballeros que se quejaban y decian que la soberbia de aquel hombre sin mesura, olvidado de su suerte antigua, se debia castigar, fué forzado el dicho Cardenal á ir á Italia. Apoderóse el Rey de todo su dinero, que tenia juntado en gran cantidad, que fué la principal causa de apresurar su partida y destierro. Desta manera perecen mal y hacen perecer los tesoros allegados por mal camino; los varones sagrados ningun mas cierto reparo tienen que en la piedad y buena opinion. Si en el destierro, en que pasó lo demás de la vida, mudó las costumbres, no se sabe; lo cierto es que fué á la sazon gobernador de la Marca de Ancona por el Papa, y que en Castilla fundó el monasterio de Espeja, de la órden de San Jerónimo, religion que iba por este tiempo en aumento muy grande en España. Don Juan, infante de Aragon, fué recebido benigna y magníficamente en Tarazona por el Rey, su hermano. Entre tanto que por medio del dicho don Juan se trataba de las condiciones y se esperaban mas amplos poderes del rey de Castilla y de los grandes para pronunciar sentencia en aquellos debates y de todo punto concluir, doblado el camino, entraron los dos hermanos sin hacer daño en tierra de Navarra, y asentaron sus reales cerca de Milagro, pasados ya los calores del estío. Venidos los poderes de Castilla como se pedian, se volvió á tratar de componer las diferencias entre los reyes. Consultóse mucho y largamente sobre el negocio; últimamente, en una junta que cerca de la torre de Arciel á los 3 de setiembre se tuvo de personas de todos los tres reinos y naciones, se pronunció sentencia, la cual contenia : Que sin dilacion el infante don Enrique fuese puesto en libertad, y todas sus honras y estados le fuesen vueltos con todas las rentas corridas que tenian depositadas. Lo mismo se sentenció en favor de Pedro Manrique, que andaba desterrado. Esta sentencia pareció grave al rey de Castilla yá los suyos; mas era cosa muy natural que el infante don Juan favoreciese y se inclinase á sus hermanos,

en especial que ninguna esperanza quedaba de concierto si no daba al preso ante todas cosas la libertad, que fué lo que hizo amainar al rey de Castilla y á los grandes. En el mismo tiempo don Cárlos, rey de Navarra, llamado el Noble, finó en Olite. Su muerte fué de un accidente y desmayo que le sobrevino de repente sin remedio, un sábado, á 8 de setiembre, el mismo dia que se celebra el nacimiento de nuestra Señora. Su cuerpo sepultaron en la iglesia mayor de Pamplona. Las honras se le hicieron con aparato real. Hallóse á su muerte doña Blanca, su hija, que parió poco antes una hija de su mismo nombre, y tuvo adelante poca ventura. Ella, luego que falleció su padre, envió á su marido en señal de la sucesion el estandarte real, con que en los reales, donde se hallaba, le pregonaron por rey de Navarra. Pareció á algunos demasiada aquella priesa, que decian fuera justo que ante todas cosas en Pamplona jurara los privilegios del reino y sus libertades; pero los reyes son desta manera, sus voluntades tienen por leyes y derecho, disimulan los grandes, el pueblo sin cuidado de al y sin hacer diferencia entre lo verdadero y lo aparente hace aplauso y á porsía adula á los que mandan, y si alguna vez se ofende, no pasa de ordinario la ofension de las palabras. La nueva de la libertad que á la hora se dió á don Enrique en dia y medio llegó á noticia de sus hermanos con ahumadas que tenian concertado se hiciesen en las torres y atalayas, de que hay en Castilla gran número. Con esto las gentes de Aragon y soldados dieron vuelta á Tarazona, y luego por el mes de noviembre los despidieron y se deshizo el campo. El infante don Juan pasó hasta Agreda para recebir á su hermano que venia de la prision y llevalle al rey de Aragon. Ningun dia amaneció mas alegre que aquel para los tres hermanos; regocijábanse no mas por la libertad de don Enrique que por dejar vencidos con el temor y miedo á los de Castilla, que es un género de victoria muy de estimar. Falleció por el mismo tiempo en Valencia, á 29 de noviembre, don Alonso, el mas mozo, duque de Gandía, sin succesion. Su estado de Ribagorza se dió al infante don Juan, ya rey de Navarra. Este fué el premio de su trabajo, además que le estaba antes prometido. Don Enrique de Guzman, conde de Niebla, despues de grandes diferencias y debates, se apartó de doña Violante, su mujer, hija que era de don Martin, rey de Sicilia, con gran sentimiento de su hermano don Fadrique, conde de Luna. Dolíase y sentia grandemente que su hermana, sin tener respeto á que era de sangre real y sin alguna culpa suya, solo por los locos amores de su marido, mozo desbaratado, fuese de aquella suerte mal tratada, de que resultó grave enemiga y larga entre aquellas dos casas. Don Fadrique atraia á su voluntad y procuraba ganar á todos los señores de Castilla que podia, con deseo é intento de afirmarse y satisfacerse de su cuñado.

CAPITULO XV.

Que don Alvaro de Luna fué echado de la corte. Con la libertad de don Enrique las cosas de Castilla empeoraron, si antes estaban trabajadas. El reino se

hallaba dividido hasta aquí en tres parcialidades y bandos, es á saber, el de don Alvaro de Luna, el de don Juan y el de don Enrique, infantes de Aragon. A estos como á cabezas seguian los demás señores conforme á las esperanzas varias que tenia cada uno, ó por la memoria de los beneficios recebidos de alguna de las partes. En lo de adelante, concertados los infantes entre sí y reconciliados, de tres bandos resultaron dos no menos perjudiciales al reino. La mayor parte de los señores se conjuró contra don Alvaro. Llevaban mal que en la casa real con pocos de su valía, y esos hombres bajos y que los tenia obligados, estuviese apoderado de todo, y gobernase á los demás con soberbia y arrogancia. Menudeaban las querellas y cargos; quejábanse que sin méritos suyos en las armas y sin tener otras prendas y virtudes, solo por maña y por saberse acomodar al tiempo hobiese subido á tal grado de privanza y de poder, que solo él reinase en nombre de otro. Miraban con malos ojos aquella felicidad deste hombre, y deseaban se templase aquella su prosperidad con la memoria de sus trabajos y escuros principios. Mas él, asegurado por el favor de su Príncipe, con quien desde su pequeña edad tenia gran familiaridad, y sin cuidado de lo de adelante, á todos los demás en comparacion suya menospreciaba, confiado demasiadamente en el presente poder, en tanto grado que se sonrugia, y grandes personajes lo afirmaban, que se atrevió á requerir de amores á la Reina, si con verdad o falsamente, ni aun entonces se averiguó; creemos que por la envidia que le tenian le levantaron muchos falsos testimonios y se creyeron dél muchas maldades. La semilla desta conspiracion se sembró en gran parte en Tarazona cuando se juntaron, como está dicho, los tres hermanos infantes de Aragon. El año luego siguiente, que se contó de 1426, vino á sazonarse la trama; en cuyo principio el rey de Castilla celebró las fiestas de Navidad en Segovia, y don Juan, nuevo rey de Navarra, las tuvo en Medina del Campo con su madre, y aun poco antes se viera con el rey de Castilla en la villa de Roa. Don Enrique era ido á Ocaña por estarle mandado que no entrase en la corte ni se entremetiese en el gobierno. El rey de Aragon se entretenia en Valencia en sazon que doña Costanza, hija del condestable Ruy Lopez Davalos, se desposó con Luis Masa, jóven muy noble y rico, con dote que el Rey le dió en gran parte. Tal fué la grandeza de ánimo deste Príncipe, que no solo ayudó á la pobreza de su padre, viejo y huido y derribado solo por la malquerencia de sus contrarios, sino que al tanto á su hijo, llamado don Iñigo Davalos, y á su nieto que tenia de don Beltran, su hijo, llamado don Iñigo de Guevara, dió grandes estados despues que se apoderó del todo de Nápoles. La reina de Aragon, viuda, con su hija doña Leonor fué á Valencia á instancia del rey de Aragon, su hijo, mas en breve dió la vuelta á Medina del Campo. No queria que con su larga ausencia recibiese pesadumbre el rey de Castilla, con cuya licencia el conde de Urgel de Castrotaraf, donde le pasaran del castillo de Madrid, fué llevado en esta sazon al reino de Valencia, por entender era mas á propósito para las cosas de Aragon por las alteraciones que á Castilla amenazaban. Pusiéronle en el castillo de Játiva, en que dió fin á sus dias y pri

sion larga. En la ciudad de Toro se tuvieron Cortes de Castilla, en que se trató de reformar los gastos de la casa real, atento que las riquezas y rentas reales, aunque muy grandes, no bastaban. Para esto la guarda, en que se contaban mil de á caballo, fué reducida á ciento, y por capitan della don Alvaro, que fué ocasion con el nuevo cargo á él de mayor poder, á los otros de que la envidia que le tenian se aumentase. Fueron seDaladas estas Cortes por la muerte que á la sazon suce◄ dió de dos personas principales. El uno fué Juan de Mendoza, en cuyo lugar don Rodrigo, su hijo, fué hecho mayordomo de la casa real; don Juan, su hijo menor, quedó por prestamero de Vizcaya. Adoleció otrosí gravemente don Alonso Enriquez, que finó tres años adelante en Guadalupe; esclarecido por ser de la alcuña real y por sus virtudes; su oficio que tenia, de almirante del mar, dió el Rey á don Fadrique, su hijo. Los grandes de Castilla comunicaron entre sí sus sentimientos por cartas y mensajeros para que la plática fuese mas secreta; estos fueron los maestres de las órdenes, el de Calatrava don Luis de Guzman, y el de Alcántara don Juan de Sotomayor, Pedro de Velasco, camarero mayor, el rey de Navarra, don Enrique, su hermano y otros. Hicieron entre sí confederacion jurada con todas las fuerzas posibles, que tendrian los mismos por amigos y por enemigos, y que, salva la autoridad real, procurarian que la república no recibiese algun daño, que traian alterada los malos consejos y gobierno de algunos. Esta confederacion se hizo al principio del mes de noviembre en la ermita de Orcilla, tierra de Medina del Campo; los intentos mas eran do vengarse que de aprovechar. El que anduvo en todo ello fué el adelantado Pedro Manrique, de quien por las memorias de aquel tiempo se entiende fué hombre de ingenio inquieto y bullicioso. El rey de Castilla, de Toro se fué á Zamora al principio del año 1427; don Enrique, infante de Aragon, alcanzada primero, y despues negada licencia de entrar en la corte, sin embargo, movió de Ocaña para Castilla la Vieja con hermoso acompañamiento, y con las armas apercebido para lo que sucediese. El Rey era vuelto á Simancas; los infantes de Aragon y los grandes conjurados se estuvieron en Valladolid. Los otros señores de Castilla, por tener diferentes voluntades, hacian sus juntas, cada cual de los bandos aparte. Pocos, que amaban mas el sosiego que el bien comun, se estuvieron neutrales y á la mira de lo que resultaria de las contiendas ajenas, sin entrar ellos á la parte. El Rey, por estar divididos los suyos, poca autoridad tenia, especial que demás de su flojedad natural parecia estar enhechizado sin entendimiento. Presentaron los conjurados una peticion que contenia las faltas de la casa real y los excesos de don Alvaro de Luna; que era razon buscar algun camino para poner remedio á los daños públicos. Consultado el negocio, fueron nombrados jueces sobre el caso casi todos de los conjurados, es á saber, el Almirante, el maestre de Calatrava, Pedro Maurique, Hernando de Robles, que aunque era hombre bajo, era muy adinerado y tenia oficio de tesorero general. A estos se dió poder para conocer de los excesos y capítulos que se ponian á don Alvaro, y en caso de dis

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cordia se nombró por quinto juez el abad de San Benito; lo que la mayor parte determinase aquello puntualmente se siguiese. Trataron entre sí el negocio. Pronunciaron sentencia: lo primero que el Rey, dejado don Alvaro, pasase á Cigales; á los hermanos infantes de Aragon diese lugar para que le pudiesen visitar; anadieron otrosí que don Alvaro saliese de la corte desterrado por espacio de año y medio. Grande afrenta y infamia, ¿diré del Rey ó del reino ó de aquella era? quitar al príncipe lo que en el principado es la cosa mas principal, que es no ser forzado en cosa alguna; que los vasallos mandasen, y el Rey obedeciese; pero tal cra la miseria de aquellos tiempos. Conforme á lo decretado, el Rey fué á Cigales. Los conjurados llegaron á besalle la mano; entre ellos el infante don Enrique, puesta la rodilla, por algun espacio derramó lágrimas en señal de arrepentimiento de lo hecho; en tanto grado el fingir y disimular es fácil á los hombres. Don Alvaro se fué á Ayllon, lugar suyo, acompañado de grande nobleza, que le siguieron para honralle y en ocasion amparalle. Entre los demás iban Garci Alvarez de Toledo, señor de Oropesa, y Juan de Mendoza, señor de Almazan, por estar ambos obligados á don Alvaro, del cual tiraban acostamiento cada un año. Siguióse contienda entre los grandes, que con diferentes mañas pretendian alcanzar la familiaridad del Rey, con quien podia tanto la privanza, que á sí y á sus cosas se entregaba al parecer del que le sabia ganar. Hernan Alonso de Robles se anteponia á los demás en autoridad; y como antes fuese en privanza del Rey el mas cercano á don Alvaro, á la sazon, quitado el competidor, se hizo mas poderoso y fuerte, tanto, que con achaque de estar él malo muchas veces, el Rey y los grandes venian á su casa á hacer consejo, cosa que á un hombre escuro y bajo, cual él era, acarreaba mucha envidia, como quier que muchas veces el favor demasiado de los príncipes se convierte en contrario si no se pone templanza. Estaba el Rey ofendido contra él porque apresuradamente pronunció sentencia de destierro contra don Alvaro, al cual estaba obligado en muchas maneras. Como entendieron esta ofension y disgustos y que le podrian atropellar aquellos que con diligencia buscaban ocasion para hacello, procuraron que el rey de Navarra le acusase delante del rey de Castilla de muchos delitos. Cargóle que era hombre revoltoso y que comunicaba con forasteros y con los grandes cosas en deservicio del Rey. Que muchas veces hablaba palabras osadas y contra la majestad real. Consultado el negocio, se proveyó que le echasen mano y le guardasen en Segovia. Hízose así, y finalmente murió en la cárcel en Uceda, donde le pasaron, ejemplo no pequeño, y aviso de que no hay cosa mas incierta que el favor de palacio, que con ligera ocasion se desliza y muda en contrario. El rey de Granada este año por conjuracion de sus ciudadanos fué echado del reino y de la patria; pasó á Africa desterrado y miserable á pedir socorro al rey de Túnez. Mahomad, llamado el Chico, luego que fué puesto en su lugar y se encargó del reino, comenzó perseguir la parcialidad contraria de los que eran aficionados al Rey pasado; condenábalos en muertes, destierros y confiscacion de bienes, que pródigamente

daba á otros. En particular Juzef, uno de los Abencerrajes, linaje muy noble entre los moros y que á la sazon tenia el gobierno de la ciudad, perdida la esperanza de prevalecer, se fué á Murcia para ponerse en seguro y mover las armas de Castilla contra el nuevo Rey para derriballe antes que se afirmase en el reino. Por el mismo tiempo sucedieron en Castilla dos cosas memorables: la primera que el Rey por medio de don Alvaro de Isorna, obispo de Cuenca, que envió á Roma, pidió al Santo Padre le perpetuase las tercias, y aun parece salió con ello porque en adelante los reyes comenzaron á hacer dellas mercedes como de cosa propia para siempre jamás; la otra que la órden de Sau Jerónimo se dividió en dos partes, como arriba se apuntó. Fué así, que fray Lope de Olmedo por la amistad que alcanzaba con el pontífice Martino V, trabada en Paris al tiempo de los estudios en que tuvieron una misma habitacion y morada, con su autoridad fué autor desta division. Fundó cerca de Sevilla un monasterio con nombre de San Isidro, que fué cabeza de la nueva reformacion. Deste convento todos los que se llegaron á esta manera de vida se llamaron isidros. Duró esta division hasta tanto que en nuestra edad se han tornado á unir y sujetar á la órden antigua de jerónimos, de donde salieron, por diligencia de don Filipe II, rey de España. Volvamos con nuestro cuento á las alteraciones de Castilla.

CAPITULO XVI.

Cómo don Alvaro de Luna volvió á palacio.

Parecer y tema de los estóicos, secta de filósofos por lo demás muy severa y muy grave, fué que por eterna constitucion y trabazon de causas secretas, que llaman hado, cada cual de los hombres pasa su carrera y vida, y que nuestro albedrío no es parte para huir lo que por destino, ley invariable del cielo, está determinado. Dirás que necia y vanamente sintieron esto, ¿quién lo niega? Quién no lo ve? Por ventura ¿ puede haber mayor locura que quitar al hombre lo que le hace hombre, que es ser señor de sus consejos y de su vida? Pero necesario es confesar hobo alguna causa secreta que de tal suerte trabó entre sí al rey de Castilla y á don Alvaro de Luna, así aficionó sus corazones y ató sus voluntades, que apenas se podian apartar, dado que por aquela razon estuviese encendido un grande odio contra ambos, bien que mayor contra don Alvaro, tanto, que en esto sobrepujaba los Seyanos, Patrobios, asiáticos, libertos que fueron de los emperadores romanos, y sus nombres muy aborrecidos antiguamente. ¿Cuál fué la causa que ni el Rey se moviese por la infamia que resultaba de aquella familiaridad, ni don Alvaro echase de ver su perdicion, donde á grandes jornadas se apresuraba? Es así sin duda que las cosas templadas duran, las violentas presto se acaban; y cuanto el humano favor mas se ensalza, tanto los hombres deben mas humillarse y temer los varios sucesos y desastres con la memoria continua de la humana inconstancia y fragilidad. Sin duda tienen algun poder las estrellas, y es de algun momento el nacimiento de cada uno; de allí resultan muchas veces las aficiones de los príncipes y sus aversiones, ó quita el entendimiento el cuchillo de la divi

de don Enrique, en trueco de Villena dió las ciudades de Trujillo y Alcaraz, fuera de algunos otros lugares de menor cuantía en el reino de Toledo cerca de Guadala

na venganza, cuando no quiere que sus filos se emboten, como sucedió en el presente negocio. Ningun dia amaneció alegre para el Rey, nunca le vieron sino con rostro torcido y ánimo desgraciado despues que le qui-jara; añadióle asimismo docientos mil florines, que fué taron á don Alvaro. Dél hablaba entre dia, y dél pensa-dote muy grande y verdaderamente real. A instancia ba de noche, y ordinariamente traia delante su entendimiento y se le representaba la imágen del que ausente tenia. Los que andaban en la casa del Rey y le acompañaban, entendiendo que era treta forzosa que don Alvaro fuese en breve restituido, y sospechando que ternia mayor cabida en lo de adelante, como quien de→ jaba sobrepujados y puestos debajo de sus piés á sus enemigos y á la fortuna, con mayor diligencia procuraban su amistad. El mismo rey de Navarra por envidia que tenia á don Enrique, su hermano, de quien no llevaba bien tuviese mayor privanza con el rey de Castilla y el primer lugar en autoridad, comenzó á favorecer á don Alvaro y tratar que volviese á la corte. Ofrecíase buena ocasion para esto por la muerte de don Ruy Lopez Davalos; á 6 de enero, año de 1428, falleció en Valencia, do á la sazon se hallaba el rey de Aragon. Fué este caballero mas dichoso en sucesion que en la privanza de palacio. De tres mujeres que tuvo engendró siete hijos y dos hijas; de quien en Italia proceden los condes de Potencia y de Bovino, los marqueses del Vasto y de Pescara y muchas otras familias y casas en España. Su cuerpo depositaron en Valencia, de allí le trasladaron los años adelante á Toledo, y enterraron en el monasterio de San Agustin. Tenia costumbre de dar oidos y crédito á los pronósticos de los astrólogos, por ser, como otros muchos, aficionado á aquella vanidad; mas no pudo pronosticar ni conocer su caida. Cuando murió aun no tenia del todo perdida la esperanza de recobrar sus honras antiguas y su estado. Don Enrique de · Aragon comenzó á poner en esto gran diligencia; pero por su desgracia y por desamparalle sus amigos no tuvo efecto, como ordinariamente á los miserables todos les faltan. Solo Alvar Nuñez de Herrera, natural de Córdoba, guardó grande y perpetua lealtad con don Ruy Lopez; fué mayordomo suyo en el tiempo de su prosperidad, y despues puesto en prision como consorte en el delito que le achacaban. Libre que se vió de la prision, no reposó antes de convencer á Juan García, inventor de aquella mentira, de haber levantado falso testimonio y hacerle ejecutar como á falsario y traidor. Para ayudar tambien á la pobreza de su señor, vendió los bienes que dél recibiera en cantidad, y junto ocho mil florines de oro, los cuales metidos en Jos maderos de un telar para que el negocio fuese mas secreto, cargados en un jumento, y su hijo á pié en hábito disfrazado, se lo envió donde estaba; lealtad señalada y excelente, digna de ser celebrada con mayor elocuencia y abundancia de palabras. Con la muerte, del competidor el poder de don Alvaro de Luna se arraigó mas. El rey de Castilla se entretenia en Segovia, ocupado en procurar deshacer las confederaciones y ligas que los grandes tenian hechas entre sí. Publicó una provision, en que mandaba que se alzasen los homenajes con que entre sí se obligaran. Otorgó otrosí un perdon general y perpetuo de los delitos pasados y desacatos. Demás desto, á la infanta doña Catalina, mujer

del mismo don Enrique de Aragon don Ruy Lopez Davalos fué dado por libre de lo que le acusaban ; pero lo que fuera razon se hiciese, sus honras y bienes no fueron restituidos á sus hijos. Asi lo quiso el Rey, así convenia á los que se vian ricos y grandes con sus despojos. Concluidas estas cosas, el rey de Castilla se fué á Turuégano. Allí vino don Alvaro á su llamado con muy grande y lucido acompañamiento, como quien ganara de sus contrarios un nobilísimo triunfo, alegre y soberbio. Crecia de cada dia en privanza, y tenia mayor autoridad en todas las cosas. Solo en particular podia mas que los demás grandes y toda la nobleza. Doña Leonor, hermana del rey de Aragon, estaba concertada con don Duarte, príncipe de Portugal, heredero futuro del reino, y que era de edad de treinta y seis años. Los desposorios se celebraron, presente el rey de Aragon, en tierra de Daroca, en una aldea llamada Ojos Negros. Hallóse presente don Pedro, prelado de Lisboa, como embajador de Portugal, hijo que era de don Alonso, conde de Gijon. El dote de la doncella fueron docientos mil florines. Señalaronle por camarera mayor á doña Costanza de Tovar, viuda del condestable don Ruy Lopez Davalos. De Valencia partió esta señora por tierras de Castilla. En Valladolid el rey de Castilla y sus hermanos la festejaron mucho; hicieronse algunos dias justas y torneos. Desde allí con grandes dones y joyas que le dieron pasó á Portugal á verse con su esposo. Las bodas se hicieron con tanto mayores regocijos del pueblo cuanto se dilataron por mas tiempo, que casi tenia perdida la esperanza que el infante don Duarte se hobiese de casar por habello hasta aquella edad dilatado. Sucedió por el mismo tiempo que don Pedro, hermano de don Duarte, despues de una larga peregrinacion en que visitó al emperador Sigismundo y al mesmo Tamorlan, scita, el vulgo dice que anduvo las siete partidas del mundo, volvió en España. Llegó á Valencia por el mes de junio; por el de setiembre se casó con doña Isabel, hija mayor del conde de Urgel, que tenian preso. Deste matrimonio nacieron doña Isabel, que vino á ser reina de Portugal, doña Filipa, que fué monja, don Pedro, condestable de Portugal, don Diego, cardenal y obispo de Lisboa, que falleció en Florencia de Toscana, don Juan, rey de Chipre, y doña Beatriz, mujer que fué de don Adolfo, duque de Cleves. Don Pedro, hechas las bodas, partió de Valencia y visitó al rey de Castilla en Aranda; últimamente llegó á Portugal, salíanle al encuentro los pueblos enteros, mirábanle como si fuera venido del cielo y mas que hombre, pues habia peregrinado por provincias tau extrañas; maravillábanse demasiadamente como hombres que eran de groseros y rudos ingenios. El rey de Castilla, asentadas las cosas de Castilla la Vieja y puesto en libertad á Garci Fernandez Manrique, de quien dijimos fué preso con don Enrique de Aragon, y restituídole en sus antiguos estados, dió la vuelta al reino de Toledo al fin deste año, y despues que algun tiempo

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