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tian otros horrores que estremecen la humanidad: en virtud de lo qual arguye el santo Padre á Vincencio, que era lícito á los fieles implorar la proteccion y castigo de los magistrados para contener aquellas furias. Eso nosotros lo confesamos; y todo cuerpo político, toda sociedad bien ordenada debe proteger la seguridad del ciudadano con leyes justas, como ha hecho V. M. con la sábia constitucion que nos ha dado.,, El castigo que se os aplica á vosotros, dice San Agustin á los donatistas, se procura mas bien que os sirva de advertencia para salir de vuestro error que de verdadero castigo: Quo potius admoneremini ab errore discedere, quam pro scelere puniremini." Bien sé que me replicarán que el Santo Padre dice tambien que conviene usar con los apóstatas de alguna coaccion para que vuelvan al seno de la iglesia; y yo no debo disimular nada hablando á V. M. Pero es necesario saber que muchos donatistas persistian en la secta, no por capricho, no por voluntad, sino por el temor de los suyos que los perseguian de muerte, y solicitaban reconciliarse con la iglesia al abrigo de las leyes. El mismo San Agustin exhorta al procónsul de Africa que tenga piedad hasta con los mas ingratos é impíos, y que no les quite la vida. Los donatistas dan muerte á un sacerdote católico, mutilan á otro; y sin embargo el santo doctor intercede con el conde Marcelino para que no condene á muerte á los asesinos. Léanse sus cartas. Y se podrá decir despues que el P. San Agustin apoya los monstruosos excesos de la Inquisicion?

,,¿Y qué diré de aquellas lumbreras clarísimas de la iglesia, los Hilarios, Gerónimos, Crisóstomos, Ireneos...., que no podian oir ni el solo nombre de coaccion quando se trataba de religion ó de fe? Mientras mas nos acercamos á los principios de la iglesia, se ve mas pura y mas respetada la tradicion: semejante á los arroyos, cuyas aguas son mas cristalinas quanto mas se acercan á su nacimiento. Allí, allí es donde se debe averiguar la conducta de la iglesia, que no empleaba con los hereges, sino ya la persuasion, ya la suavidad, ora la predicacion, ora el exemplo, y siempre la caridad y mansedumbre. Vamos á ver ahora la conducta progresiva del Santo Oficio desde su fundacion. Apenas apareció, llenó de terror y espanto to-dos los pueblos de Europa que tuvieron la desgracia de admitirlo. Mas yo me coarto á nuestra España. Mariana y Zurita, célebres historiadores, llaman espanto la íntima sensacion que causó en los aragoneses y castellanos el horrible espectáculo de los sangrientos castigos con que se estrenó la Inquisicion con los desgraciados pueblos. No acostumbrados hasta entonces sino á ser corregidos por sus propios pastores, extrañaron justamente una novedad tan contraria al espíritu de la iglesia. ¿Y quien es capaz, Señor, de desenvolver el plan complicado y tortuoso de un tribunal caviloso en sus juicios, misterioso en sus manejos, obscuro en sus procedimientos, absoluto en su poder, independiente en su autoridad, invulnerable en sus privilegios, despótico en sus sentencias, y sangriento en su execucion? Yo me meto en un caos de tinieblas, cuyas sombras no dieron jamas entrada al resplandor de la luz. ¿Y qué mayor prueba de su injusto proceder? El que obra mal, aborrece la luz, dice el evangelio. No se me crea, pero léanse las instrucciones que forman su terrible código, y se verán las mas absurdas qüestiones que trastornan la gerarquía de la iglesia, de que solo apuntaré una ú otra. Ya dixe ántes que desde el momento que el Santo Oficio se esableció en España comenzó á decaer la jurisdiccion episcopal, tan recomen

dada en las sagradas escrituras. ¡Qué competencias tan ruidosas no hubo entre ambas jurisdicciones! ¡Qué recursos! ¡Qué escándalos! Algunos obispos trataban de sostener sus divinos privilegios, y la Inquisicion de quitárselos. Al fin sostenido el error por el brazo del despotismo, triunfó de la

verdad.

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Los obispos quedaron privados de calificar la doctrina de la fe, cuyo depósito les fué encomendado, y pasó esta facultad á los nuevos jueces con asombro de toda la Europa. Yo no admire tanto la osadía y arrogancia del tribunal, quanto la serenidad de algunos obispos españoles. Qué mucho, pues, que en las obras del inquisidor Páramo, del inquisidor Eymerich, y de otros autores inquisitoriales que componen el código del Santo Oficio, se hagan seriamente las siguientes preguntas que va á oir V. M. Un inquisidor es mas que un obispo? Y responden: Sí. ¡Qué impía y detestable doctrina! Preguntan asimismo: ¿Los obispos pueden leer los libros prohibidos? Y responden: que no; pero sí los inquisidores.... la indignacion no me permite proseguir. Si esto es contrario ó no al espíritu del evangelio, júzguelo qualquiera. Estos autores abominables corren impunemente á la sombra poderosa del tribunal, á quien ensalzan con vilipendio é ignominia del altísimo carácter episcopal. Es incomprehensible como hay obispos que reclamen el restablecimiento de un tribunal que no les ha dexado mas que una vana sombra de autoridad. Los de Mallorca nos dicen en la citada representacion: Que han quedado salvos sus derechos episcopales.... que ponderamos los supuestos daños que se siguen á la jurisdiccion ordinaria eclesiástica.... Grandemente. Si es así, ¿cómo no caliñcan por sí mismos los escritos que pertenecen á la fe Y buenas costumbres Cómo no prohiben los libros que atacan la religion? ¿Cómo no conocen en la pura y recta administracion de sacramentos á que pertenece el feo crímen de solicitacion? ¿Cómo se dexaron atar las manos para absolver de la heregía mixta de interna y externa, y eso aunque no sea por opinion sino por accidente? Pues de todo esto y mucho mas se han dexado despojar los obispos abrogándoselo la Inquisicion. Los obispos, Señor, á quienes Jesucristo entregó principalmente las llaves del reyno de los cielos para atar y desatar, no pueden en España conocer de algunos pecados, y absolverlos? ¡Qué escándalo en la iglesia de Dios! ¿Hubieran sufrido este atentado los Dionisios y Ciprianos, los Ambrosios y Agustinos....? La iglesia de España, tan recomendable en todo el orbe cristiano por su santidad, por la pureza de su doctrina, por el rigor de su disciplina, establecida y conservada en tantos concilios nacionales, fué vulnerada en sus legítimos derechos, y vino á quedar como sujeta á un tribunal desconocido hasta el malhadado siglo XII. No perdió su fe, ni manchó su doctrina, ya por la divina proteccion que el Señor ha dispensado en todos tiempos á esta porcion nobilísima de la iglesia católica, ya por la firme adhesion de los españoles á la fe de sus padres; pero se han hollado sus cánones, se atropelló su disciplina, se obscureció su fama, desapareció su brillantez, y se desfiguró la hermosura y belleza de esta hija de Sion. Oprimida de amargura y de dolor reclama imperiosamente por su antiguo decoro y dignidad, , y alza sus manos puras hacia el cielo para lamentarse de la degradacion y envilecimiento á que la reduxo este horrible tribunal, Vide, Domine, et considera, quoniam facta sum rilis. ¿Qué mas? La Inquisicion se ha entrometido hasta en designar los sitios de los confesonarios,

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usurpando esta prerogativa á los ordinarios. Léase la representacion de Quiñones, dean de Granada, á Cárlos IV, que contiene el atropellamiento en este asunto del Santo Oficio de aquella ciudad. Véase la consulta que el señor Tavira, á la sazon obispo de Osma, hizo al mismo rey contra los atentados del tribunal. Este docto y piadoso prelado se queja en ella amargamente de los enormes abusos de la Inquisicion con humillacion y envilecimiento de su dignidad. El, y no yo, hablando de las causas de fe, es quien dice al rey: que á todo el cuerpo de los obispos de su reyno ya no ha quedado mas que una vana sombra de autoridad. En otro tiempo se habia quejado al rey el venerable Palafox de las tropelías del Santo Oficio.

,,¿Y quien puede dudarlo? La Inquisicion, no solo arrebata con violencia los feligreses de un obispado, ora sean seglares, ora eclesiásticos, ora curas, sin contar con los obispos para nada, sino que arrebata á los mismos obispos á manera de un lobo hambriento y voraz, que despues de robar y devorar las ovejas, acomete y se lleva el pastor. Ya queda indicado lo que hizo con el ilustrísimo Carranza. Lo mismo estuvo para hacer con D. Hernando de Talavera, primer arzobispo de Granada, y con los obispos de Calahorra y de Segovia, á quienes pretendió formar causa como si fueran súbditos suyos. Así lo dice el inquisidor Luis del Páramo, uno de sus mas clásicos escritores, que no puede ser sospechoso. Su idea era intimidar á los obispos con estos golpes de arbitra iedad, confundirlos, aterrarlos, para que le dexaran el campo libre, y al mismo tiempo hacer ostentacion de su prepotencia para con los pueblos. Nada es mas pomposo y admirable que el encabezamiento de sus edictos. Aquí está.,, Nos los inquisidores apostólicos contra la herética pravedad y apostasía.... á todas las personas de qualquiera calidad y condicion que sean.... salud en nuestro Señor Jesucristo, que es verdadera salud, y á los nuestros mandamientos, que mas verdaderamente son dichos apostólicos, firmemente obedecer y cumplir." 'Señor, ¿se conci-liará este lenguage petulante y orgulloso con el lenguage del evangelio, qué es el de la dulzura, de la sencillez y de la humildad? ¡Que diferente es el lenguage que ha usado siempre la santa Sede! ¡No se confunden de oir por exemplo: Pio VII, obispo, siervo de los siervos de Dios? ¡Qué contraste!! Este, este es el idioma propio y peculiar de la iglesia que le enseñó su fundador. Aprended de mí, decia Jesucristo á todos los hombres, que soy manso y humilde de corazon. ¡Y no hablaria tambien con los inqui

sidores?

,, Pero donde se conoce mas quan diferente es el espíritu de la Inquisicion del espíritu evangélico, es en el modo de formar las causas, de sentenciarlas y ponerlas en execucion. Este asunto gravísimo era mas digno de una pluma inquisitorial que de la mia. Yo tiemblo, Señor, al verme obligado á hablar de la conducta de un tribunal eclesiástico para con los hombres, ya sean reos, ya sean inocentes: lo que ofrece un mar inmenso de tristes reflexiones, aunque no haré mes que tocar rápidamente el asunto. El ha admiti-' do abiertamente en su seno la maledicencia y la calumnia, la delacion y la venganza.,, Hace verdades, decia el venerable Palafox, las que son atroces calumnias.... y lo que es mas, defiende lo hecho con la misma jurisdic cion de su tribunal, de suerte que como hombres afrentan, y como inqui sidores se vengan." El mismo Palafox, que habla así, no solo sufrió la pro-' hibicion de su pastoraly sino que el tribunal dexó correr quantas calumnias

ora

de

se publicaron contra el venerable prelado, porque así convenia á su política. ¿Y qué maravilla es que hayan perecido millares de víctimas, ya en destierros, ya en sus obscuros calabozos, ora en las prisiones y tormentos en las hogueras homicidas? El secreto profundo é inviolable, baxo pena excomunion, es como el alma del Santo Oficio, porque así encubre mejor sus abusos, y en esto se diferencia principalmente de todos los tribunales del mundo. Inspira, ó mejor diré ordena una obediencia ciega á sus mandatos, como si fuera la misma infalibilidad, y no es responsable á nadie de lo que executa. Manda la pesquisa, encubre la denuncia, protege el espionage, y contra todas las leyes de la naturaleza intíma con imperio la acusacion recíproca de las personas que mas amamos. No importa que con pretexto de conservar la fe el padre acuse al hijo, y el hijo al padre, el marido á su muger, y la muger á su marido, hermanos, parientes, amigos....; todos segun el espíritu, del Tribunal estan obligados á observarse, denunciarse acusarse mutuamente, aunque sea con notable perjuicio del estado. Un comisario del Santo Oficio, acompañado de su alguacil y sus ministros, está autorizado para allanar impunemente las casas, aunque sea á media noche, con un silencio misterioso, y arrancar á un padre del seno de su familia, inspirándola un terror pánico, pues ni aun se le permite decir el último á Dios á su consorte y á sus hijos, condenados á una eterna infamia, que es el único patrimonio que este desgraciado padre puede transmitir á su posteridad. Generaciones enteras, aun antes de existir, estan sentenciadas, no solo á la pobreza y mendiguez, sino á la ignominia y al oprobio. Así es como el Santo Oâcio priva de un golpe á la sociedad de útiles y laboriosos ciudadanos, que sepulta en sus infectos calabozos. Aun inventó mas. En el edicto que Ilaman de fe, promulgado todos los años en los pueblos donde reside este exótico tribunal, convida generalmente á que se delaten á sí mismos todos los que teman ser delatados por otros : á los que cumplan dentro de un cierto término promete perdon; pero con los que se resistan no habrá misericordia: serán arrestados, confiscados sus bienes, y sufrirán las demas penas de la ley.

"

Yo no haré aquí las reflexiones oportunas que se ofrecen á qualquiera; empero obligar á que cada uno se delate para que su nombre y el de su familia queden para siempre infamados en los registros de la Inquisicion, es hasta donde pudo llegar la mas refinada tiranía. Desafio á todos los sábios á que me señalen igual exemplo en la mas despótica y bárbara legislacion. Gastaria el tiempo si intentara probar quan contrarias son estas máximas al espíritu del evangelio. El mismo Trajano, que tanto se declaró contra el cristianismo á pesar de ser un gentil, prohibió severamente la pesquisa, como nos lo asegura Tertuliano en su Apologético. ¿Qué diria de la delacion voluntaria aquel magnánimo emperador? Hizo,tal impresion en el ánimo de los españoles esta invencion infernal, sostenida por el rigor y el despotismo, que en menos de quarenta años solo en las Andalucías se delataron voluntariamente casi treinta mil personas, y muchas de ellas de delitos que ni sabian ni podian cometer, como son bruxerías, hechicerías, tactos con el demonio, y otras fábulas y sandeces ridículas con que se ha querido embaucar al sencillo vulgo. ¿Dónde estamos, Señor? Hasta quando hemos de ser el escarnio y ludibrio de las naciones? ¡Desgraciada naturaleza que siempre ha de estar expuesta á los caprichos de la arbitrariedad, y del error!

Cotéjense ahora estos injustos procedimientos con los artículos de la constitucion que dexo apuntados atras: hágase el paralelo entre ambas legislaciones, mientras yo paso á describir, si me es posible, los géneros de tormentos que ha empleado el tribunal en la declaracion de los reos, ya sean verdaderos, ya sean supuestos, y exâminar despues si pueden combinarse con las máximas del evangelio de Jesucristo.

,,Aquí se presenta una nueva escena de horror, á que se resisten los oidos cristianos. Yo no quiero hablar de tantos inocentes que han sido víctimas del encono y la envidia, de la maledicencia y la calumnia, pues que á todas abriga este Santo Tribunal. Quiero suponer el herege mas obstinado, el mas descarado apóstata, el mas rebelde judayzante. O es confeso ó convicto. En el primer caso se le sentencia despues de mil preguntas misteriosas; mas en el segundo, ademas de la prision en los obscuros calabozos, destituido de todo humano consuelo, se emplean con él horribles tormentos, que estremecen la humanidad, para que confiese. Una garrucha colgada en el techo por donde pasa una gruesa soga es el primer espectáculo que se ofrece á los ojos del infeliz. Los ministros lo cargan de grillos, le atan á las gargantas de los pies cien libras de hierro, le vuelven los brazos á la espalda asegurados con un cordel, y le sujetan con una soga las muñecas, lo levantan, y dexan caer de golpe hasta doce veces, lo que basta para descoyuntar el cuerpo mas robusto. Pero si no confiesa lo que quieren los inquisidores, ya le espera la tortura del potro, atándole ántes los pies y las manos. Ocho garrotes sufria esta triste víctima, y si se mantenia inconfeso le hacian tragar gran porcion de agua para que remedase á los ahogados. Mas no era esto bastante. Completaba últimamente esta escena sangrienta el tormento del brasero, con cuyo fuego lento le freian cruelmente los pies desnudos, untados con grasa y asegurados en un cepo.... Es menester callar por no escandalizar mas á los que me oyen...: la pluma se resiste á estas horribles pinturas, comparables á las fiestas de los antropófagos ó caribes del Canadá. ¿Qué es esto, Señor? ¿Son estos los ministros del impío, del exêcrable Mahoma, cuya religion se sostiene con sangre y fuego, ó los de un Dios piadoso, clemente y rico en misericordia? Hablando expresamente con los fariseos les dice en su evangelio: quiero la misericordia, y no el sacrificio: Misericordiam volo, et non sacrificium. Pero la Inquisicion quiere el sasacrificio, y el sacrificio mas cruento. Dios no quiere la muerte del pecador, sino que se convierta y que viva, como nos lo anuncia por su profeta: pero la Inquisicion quiere que muera, sin dar lugar á que quizá llegue el dia de su conversion. Los sanos, dice el Señor, no necesitan de médico, sino los enfermos. En efecto los hereges necesitan de medicinas para que vuelvan al seno de la iglesia de quien se separaron, como hijos ingratos á una madre tan piadosa. Pero ; que medicinas les aplica la Inquisicion? ¿Son por ventura la predicacion, la persuasion, la paciencia, la caridad, que son las medicinas del evangelio, ó les aplica azotes, cadenas, grillos, garruchas, tortura y fuego? ¿Adónde está aquel hombre que nos describe San Lucas en la divina parábola, que habiendo encontrado la oveja perdida, de las ciento que guardaba, se la puso á los hombros lleno de regocijo, y la agregó á su rebaño: Este pastor se encontraria fácilmente en los obispos y curas, que son los pastores de Israel, pero no en los inquisidores. Ellos presencian en calidad de jueces estos horrendos espectáculos, ya sean los delinqüentes

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