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hallamos dos de estos casos: aquellos tambores que el Cid promete a la iglesia de Valencia (1667), no se mencionan después de la victoria; además, don Jerónimo obtiene las primeras heridas (1709) y luego no se refiere cómo, dándolas, rompe él la batalla. Otro ejemplo. Minaya anuncia al moro Abengalbón que cuando llegue a presencia del Cid le hará premiar el servicio que presta en acompañar a doña Jimena durante su viaje (1530); pero cuando los viajeros llegan a Valencia ya no se dice nada del moro, aunque debió llegar hasta aquella ciudad (1486, 1556). Enteramente análogo es el caso en que Minaya anuncia que el Cid pagará con creces a los judíos de Burgos (1431), sin que después el autor crea que hay para qué decir cómo les pagó (véase arriba, pág. 35). Alguna vez la omisión está al contrario, en los precedentes y no en las consecuencias de lo que el juglar cuenta. Así, en 3115 el Rey alude a un escaño que el Cid le regaló, sin que se haya dicho antes cuándo. Acaso el caballo Babieca apareciese así en el v. 1573, sin decirnos el juglar cuándo el Cid le ganó, y el v. 1573 b sea una adición del manuscrito que sirvió para la Crónica de Veinte Reyes.

VALOR HISTÓRICO

Y ARQUEOLÓGICO DEL POEMA

Aunque el juglar del Cid se funda principalmente en recuerdos locales de la región de Medinaceli, estos recuerdos eran muy fieles, según lo prueba, no sólo la coincidencia independiente del Poema con múltiples datos de la Historia latina del Cid (pág. 18, n.), sino más aún la no.. ticia que el poeta tiene de varios personajes insignificantes como Pero Bermúdez, Martín Muñoz, Álvar Álvarez, Álvar Salvadórez, Gonzalo Assurez, Muño Gustioz, etc., no mencionados en aquella Historia y que, sin embargo, existieron y tuvieron relación con el Cid. Dado este carácter eminentemente histórico del Cantar, podemos tomarle como fuente fidedigna para ciertos sucesos como la estancia del Cid en Castejón, Alcocer o el Poyo de Mio Cid; para fijar el sitio y algunas circunstancias de la prisión del Conde de Barcelona, y, sobre todo, para las relaciones del héroe con la poderosa familia de los Beni-Gómez.

No es menos exacto el Cantar en su geografía, pues todos los lugares que menciona, aun los más insignificantes, llegan a identificarse en la toponimia moderna o en la antigua. Además nos

da noticias de poblaciones desaparecidas como Alcoceva y Spinaz de Can, o de comarcas que han cambiado de nombre, como Corpes y Tévar (1). En fin, vemos en él cómo las vías roma... nas continuaban siendo ordinarios medios de comunicación; así, la calzada de Quinea (400) y la de Sagunto a Bilbilis o Calatayud (644). A este propósito puede recordarse que el camino de Santiago, restaurado en el siglo XI, era también en su mayor parte la antigua vía que de Vasconia conducía a Gallecia. Además el Poema nos describe minuciosamente otro camino secundario, de Valencia a Burgos (v. págs. 27-28).

La exactitud del juglar se aprecia cuando, atendiendo a la topografía especial de Castejón, comprendemos mejor la sorpresa con que el Cid conquista la villa (456) (2). Hasta los adjetivos usados por el poeta se hallan hoy exactos: Atienza, una peña muy fuert (2691), aún nos aparece como tal, pues conserva su imponente castillo, que arranca de la peña, cortada a pico. Fiándonos en esta exactitud habitual, podemos otras veces comprobar con lástima cuánto ha cambiado el aspecto del terreno: la fiera sierra de Miedes encerraba en

(1) Véase Cantar, ps. 58, 53, 864, 859.

(2) Cantar, p. 496, y M. SERRANO, Exactitud geográfica del Poema del Cid, en la Revista de España, CXLII, p. 428.

sí más de una selva maravillosa e grand (415, 422, 427), que ha desaparecido; el gigantesco

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robredo de Corpes, cuyas ramas se hundían en las nubes (2698), no es hoy más que un páramo donde el arado desentierra algún grueso tocón, único resto del viejo arbolado; los montes de Luzón, que el juglar describe como fieros e grandes, y la mata de Taranz, antes temerosa para el caminante (1492), son hoy tierra rasa, donde apenas crecen sino humildes cambrones y sabinas; por todas partes el hacha egoísta, imprevisora, ha hecho desaparecer seculares bosques, atrayendo la sequía sobre ambas mesetas castellanas.

Inestimable es el Poema para el conocimiento de las costumbres e instituciones de la época.

Puede observarse en cuánta medida la sociedad se organiza a impulsos de pasiones y actos hoy considerados como degradantes. La venganza estaba declarada en la realidad y poetizada en la epopeya como un derecho y como un deber familiar. Las delaciones semejantes a las que tanto papel juegan en ciertas épocas del imperio romano, ahora, en los siglos XI y XII, eran medio frecuente de enjuiciamiento, sobre todo en el reino de León: el Rey se inclinaba con facilidad a escuchar a los mestureros o detractores que, dedicados a explotar el ánimo del Monarca, eran un continuo peligro para la seguridad personal, ya que la ira del Rey era causa bastante para el destierro y la confiscación, sin ninguna formación de proceso (1).

En cuanto a las clases sociales, el Poema nos presenta en la parte inferior de la escala los bur

(1) Véase Cantar, ps. 757 y 725, y especialmente los versos 219, 267, 1048. El airado del rey es desterrado. 156, 629, 882.-Para todas las instituciones jurídicas que se manifiestan en el Poema, véase el magistral estudio de E. DE HINOJOSA, El derecho en ei Poema del Cid (Estudios sobre la historia del derecho español, Madrid, 1903, p. 71). También puede verse el trabajo de P. COROMINAS sobre Las ideas jurídicas en el Poema del Cid (Revista general de Legislación, 1900, ps. 61, 222 y 389).

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