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Me quedo;

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me quedo, señor, contigo. ROGER. ¡Tú, en un palacio nacida

y a la corte acostumbrada !.. MARÍA. ¿Y qué! ¿No soy aquí amada? ROGER. ¡Eso sí! Con alma y vida. MARÍA. ¿Tanto como tú?

ROGER.

Quizás:

tú eres todo mi embeleso.

MARÍA. Pues bien: quiéreme, y con eso no temas que pida más.

ROGER.

-¿Qué me falta?

La sombría

grandeza de tu palacio. MARÍA. Aquí tengo más espacio. ROGER. ¿Y tus doncellas, María? Y ¿quién de ti cuidará?

¿quién de tu gala, amor mío?
MARÍA. De hermosura y de atavío
mi afecto me servirá.

-La que aceptó por compaña
soldado que tanto vale,
no tiene alcázar que iguale
a tu tienda de campaña;
y la que supo seguir
enamorada, tus huellas,

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no necesita doncellas
que la sirvan el vestir.
Más que el boato imperial
estimo yo tu decoro
y el estrépito sonoro
de la alborada marcial.
Mejor que ceñir coronas,
de tu admiración avara,
las fábulas realizara

de las fuertes amazonas.

ROGER. Permíteme que lo extrañe.
-¿Osaras tú en la pelea?...

MARÍA. No diré tanto, no sea

que me engañe y que te engañe.
Tímida soy; pero en fin...
me ha dado miedo hasta ahora
la guerra, y ya me enamora
la ardiente voz del clarín.

Será que como es mi esposo
guerrero que el mundo admira,
acaso el amor me inspira
su espíritu valeroso:

será que en altos reclamos
tu ejemplo me da consejos.
Nosotras somos reflejos

del hombre a quien adoramos.

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del emperador Miguel.

ROGER. A los hidalgos da entrada
(Después de leer rápidamente.)
en la ciudad.

BERENG.

(Al fin cede.)

ROGER. Y más tarde, cuando quede de alanos desocupada,

mañana tal vez, serán

en su interior alojados
adalides y soldados.

BERENG. (No sé si se alegrarán.)

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También, como vuestro porte (A María.) 89°

pide y elevada esfera,

os envía una litera

con séquito de la corte.

ROGER. Anunciadlo al campamento

y que cada cual se apronte

a seguirnos. Tú disponte
para partir al momento.

(Vase María. Berenguer se dirige al campamento.)

ESCENA XIV

ROGER, y un instante después ALEJO.

ROGER. Dios quiera que me reporte de Gircón en la presencia.

ALEJO. ¡Señor! ¿Es cierto? ¿Hay licencia

y entramos hoy en la corte?

ROGER. Los hidalgos nada más.

ALEJO. ¿Y a mi la excepción no alcanza?
ROGER. Tú eres mi paje de lanza:

desde hoy a mi lado estás.

ALEJO. ¡Gracias, señor! (Vase Roger.)

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ALEJO.

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Escucha! -¡ Temblando estoy!

decirlo quiero y no puedo.

IRENE. ¿Qué te altera?

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yo tu clemencia bendigo!
-Dime; y fiel para conmigo?...

IRENE. No puedo decirte tanto.

ALEJO. Explícate y mi tormento

no aumentes, ¡ hermana mía! IRENE. Sólo sé que llegó un día

en que abandonó el convento. Entonces perdí su huella. ALEJO. Y has vuelto a hallarla?

IRENE.

No ha mucho.

ALEJO. Habla: ¿no ves que te escucho?

IRENE. Segura estoy de que es ella.

ALEJO. ¿Está aquí?

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como en la risueña edad

de la infancia; no es verdad?

IRENE. No, Alejo.

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ALEJO. Yo en su inocencia confío.
IRENE. ¿Y por qué no has de dudar?
ALEJO. Y por qué no he de juzgar
su corazón por el mío?

Si del tiempo y la distancia
triunfó mi amante porfía,
¿no puede abrigar María
la misma noble constancia?

IRENE. Vive en esa fe.

'ALEJO.

IRENE.

tu calma! Di...

¡Me aterra

¡Pobre hermano!

ApEJO. Di; ¿qué misterioso arcano

en tus palabras se encierra?

IRENE. ¡Has dado en terrible empeño!
ALEJO. ¡Oh, si tú como yo amaras!...
IRENE. ¡Yo amar!

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