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ricia, y como con prendas iguales se podia llegar al sólio, los electores eran demasiado bárbaros para buscar en aquellos á quienes proclamaban por sus reyes otras cualidades que las de hábiles y valerosos guerreros.

Propio modo de pensar y de proceder de gentes que con la espada se habian abierto paso desde las mismas entrañas del árido Septentrion hasta las fértiles campiñas españolas, que solo podrian conservar en adelante con la fuerza de sus brazos y el hier ro de sus flechas y alabardas.

En otra parte hemos consignado, como un hecho social indestructible, la existencia en España del principio religioso como principio dominante, y pruébase ademas que existió y se desarrolló en ella desde el primer siglo de la era cristiana, por la sencillísima reflexion de que en aquella época hubo fieles porque hubo mártires.

Hemos dicho tambien que á la desaparicion del imperio y á la entronizacion del pontificado, quedó emancipada, entre otras, la provincia ibérica, y la Iglesia española absorbió al Estado, porque era la única institucion que podia hacerse cargo de la tutela de la sociedad, desamparada de todo principio político, de toda idea de gobierno.

Si escudriñamos el organismo interior de nuestra primitiva Iglesia, único poder politico y social entonces, sorprenderemos en su origen el desarrollo del principio democrático que, combinado con el principio religioso, aguardaba á la monarquía de los godos para imprimir en ella aquella fisonomía teocrático-popular, que es el carácter distintivo é histórico de la monarquía española en toda la prolongacion de su agitada existencia.

La Iglesia á la sazon era democrática, porque los obispos eran independientes entre sí y no reconocian ninguna autoridad superior á quien rendir homenaje. Los Pontifices de Roma no habian proclamado todavía su derecho á la monarquía universal; sus vicarios no se habian desparramado aun por el mundo, ni existian tampoco los metropolitanos.

Los obispos procedian del pueblo, porque su eleccion era popular gobernaban por medio del pueblo, porque gobernaban

por medio de los concilios; y gobernaban para el pueblo, porque se ocuparon siempre en mantener viva su fe, puras sus costumbres, reconcentrada su unidad social.

Hé aquí el origen único y verdadero de los concilios toledanos, origen ellos á su vez de nuestras antiguas Córtes y nuestros Congresos modernos.

De ellos arranca indudablemente el gobierno representativo de España, porque los obispos que en un principio esclusivamente los formaban, elegidos por el pueblo, eran los únicos y verdaderos representantes de la nacion.

Cuando los godos se establecieron en la península, estaban ya mas civilizados que en su pais originario de la Germania, y al conquistar el nuestro, conquistaron con él muchas leyes é instituciones políticas y religiosas establecidas anteriormente por los

romanos.

La diferencia de localidad y la necesidad y conveniencia de organizar civilmente aquella sociedad militar, obligáronles á adoptar ademas ciertas costumbres de los naturales del pais; resultando de todos estos elementos la constitucion gótico-hispana, y como esencia y cimiento de ella, la institucion de los concilios en sustitucion de las asambleas populares de los germanos.

El poder omnipotente de los obispos, al desprenderse España del manto de plomo con que la ahogaba Roma, necesito, como todos los poderes divididos, un centro de fuerza y de voluntad, y ese centro lo encontró en la institucion de los concilios.

A principios del siglo IV celebróse en España el llamado Ili beritano, el primero que se reunió en el mundo, y sus cánones, encaminados á sostener la pureza del Evangelio y á conseguir la morigeracion de las costumbres, fueron años adelante el modelo y el asombro de los padres congregados en el primer concilio universal de Nicea. Resultando de aquí que la nacion española, hija primogénita del cristianismo, fué la primera en creer y en discutir, hallándose de este modo en posesion, desde que comienza su historia, de los principios en que se fundan el poder y la libertad, únicos que sirven de base y fundamento á las sociedades humanas: la fe y la discusion.

A medida, pues, que el clero iba adquiriendo prosélitos entre las masas godas, aumentábanse su poder y su influencia en la política del Estado, reflejándose en las atribuciones siempre en aumento de sus concilios, cuya autoridad apenas osaban resistir los reyes godos.

En los primeros tiempos de aquella dominacion hemos dicho. que estaban en pugna, como lo están siempre en los pueblos conquistados, el espíritu de nacionalidad y el espíritu de dictadura, los derechos tradicionales y los derechos usurpados.

La teocracia española, en su lucha con el absolutisino de los monarcas godos, llevaba la mejor parte. Puestos los conquistado res en intimo contacto con los naturales del pais, y sin poder resistir al influjo de las ideas cristianas, la mayor parte de los godos desertó de las filas de sus reyes y de sus nobles, haciendo masa comun con los españoles, y formando entre unos y otros un solo pueblo.

El instinto democrático y la luz del Evangelio condujeron al pueblo godo al campamento de su enemigo, en donde no habia reyes ni habia nobles, sino una sola bandera tremolada al aire por todo un pueblo.

La sociedad vårió de naturaleza, porque la cuestion de razas convirtióse en cuestion de clases. El problema político y social de España quedaba entonces reducido á estos dos términos: ¿ Prevalecerá la monarquía aristocrática y nobiliaria de los godos? ¿ Triun fará la monarquía sacerdotal y democrática de los españoles?

La conversion de Recaredo, príncipe tan prudente y avisado como popular y religioso, puso término á la lucha y dió solucion al problema. Este acontecimiento, de donde arranca la unidad católica de España, que á través de mil peligros ha navegado hasta ahora por el borrascoso mar de los siglos, flotando siempre sobre las hinchadas olas de nuestras revoluciones político-sociales, no solo fué augurio de esplendor y de felicidad para la Iglesia, sí que tambien, y mas principalmente, motivo de sólida organizacion y origen fecundo de gloria y preponderancia para la nacion española.

A causa de tan importantísimo acontecimiento, sufrió esta el

trastorno mas completo y á la vez pacífico en la constitucion de su gobierno y en la indole de sus instituciones.

Despues de la conversion de Recaredo, la monarquía goda, de aristocrática que era, convirtióse en democrática por su orígen. Representando ya las creencias de todos, representó el derecho comun y los intereses generales.

En aquel pacto de alianza entre la Iglesia y el pueblo por una parte, y la monarquía por otra, todos ganaron. El pueblo, porque venciendo el espíritu de nacionalidad, triunfó el derecho comun, y el principio democrático fué reconocido como elemento constitutivo de la sociedad.

Los obispos, porque sus concilios tomaron desde entonces el carácter augusto y legal de asambleas legislativas; y la monarquia goda, porque fortificada por la sancion popular y purificada por las aguas del bautismo, se rodeó de majestad y pompa, y sentó su poder sobre una base mas ancha y sobre cimientos mas firmes.

Con esta importantísima modificacion en el régimen político de los godos, la, soberanía nacional vino á caer en manos de los obispos, quienes, como únicos depositarios de la ciencia, reasumieron en sí todo el poder de la nacion, y trasformaron el gobierno democrático de los gerinanos y la monarquía aristocrática de los godos en una teocracia influyente y poderosa.

Esta centralizacion del poder es muy natural y frecuente en la vida de las naciones.

Cuando hay que conquistar un pais ó echar abajo una dictadura, es de necesidad absoluta dar rienda suelta'al elemento popular, como el ejecutor de las grandes empresas.

Para organizar luego la conquista ó consolidar el poder de los dictadores, es tambien de absoluta necesidad refrenar aquel elemento, de suyo desorganizador y rebelde.

Así conviene tambien quitar los diques à un pantano para que fertilice de pronto los abrasados campos que le cercan, siendo luego necesario encerrar sus aguas para que no arrastren en su rápida corriente las productoras tierras de aquellos mismos campos.

El pueblo, entonces, ahora y siempre, ha servido y sirve para conquistar un pais ó para salvarlo; nunca para gobernarlo y engrandecerlo.

Esto mismo conocieron los godos, y por eso trasladaron á los concilios la omnipotencia popular. Por efecto de esta centralizacion de poder se confirió mas tarde á los monarcas la prerogativa de convocarlos á su voluntad, y en ellos ya no tenia la menor participacion el pueblo, como cuando nombraba sus obispos, ni mucho menos el derecho de elegir sus reyes, como en las asambleas de los germanos.

Al par que se cercenaban los derechos populares, rodeábase de mas pompa la investidura régia, y se daba mas aparato y solemnidad á la eleccion y coronacion de los monarcas.

Elegido el nuevo rey en votacion pública, y muchas veces. por aclamacion, notificábasele el resultado por medio de tres obispos de los mas ancianos, si no era individuo del concilio y se hallaba presente, como solia suceder, y se le invitaba á que prestase en el acto el juramento de costumbre.

Hincado de rodillas el elegido ante el metropolitano ó el obispo que presidia, y puestos de pie todos los circunstantes, juraba observar las leyes, administrar imparcialmente la justicia, y no consentir el ejercicio de otra religion que la católica; siendo recibido el juramento por el presidente del concilio con la espresiva y amenazadora fórmula de: Rex eris, si recta facias; si non facias, non eris. »

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Concluida la ceremonia del juramento del monarca, recibia este de los concurrentes al concilio el de fidelidad y obediencia siendo levantado en seguida sobre el escudo, como en los tiempos pasados entre las tribus germanas, y como en los posteriores en que se hacia igual demostracion de vasallaje con los reyes de Asturias.

El domingo siguiente al de su elevacion al solio, y delante de la misma junta de obispos y magnates, en la iglesia, metropolitana de Toledo, era el rey coronado y consagrado solemnemente por el prelado de aquella sede, quien le ungia la cabeza con el Santo Olco.

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