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público, y deshacer el prestigio de las palabras dulces de los novadores, é impedir que la nacion se informase á lo menos de la resistencia que se les hacia. No hubo diputado contrario á las reformas que no se quejase mil veces de la infidelidad de los taquígrafos. Aun despues de corregidos los discursos por sus autores, y dados á los impre sores, los mudaron alguna vez. Los diarios de córtes estan llenos de semejantes quejas. Tuve en mi mano algunos escritos del señor obispo de Calahorra, que cotejados con los impresos se veian mui distintos. Tengo á la vista varios discursos del señor Ximenez Guazo, y señor Cañedo, que despues de publicados no convienen con los originales. La falta de fidelidad en la redaccion hacia con los lectores lo que el murmullo, las risas, el ruido de pies y los tosidos con los concurrentes á las tribunas. Cuando se hablaba á favor de la religion, apenas se podia oir lo que se decia: cuando se la atacaba nada se perdia. Tres dias consecutivos se estuvo oyendo con el mayor silencio á un señor diputado leer un libro contra la Inquisicion: horas enteras peroraban los regeneradores y nadie se movia, y cuando llegaban los señores Lopez, Ostolaza, Guazo no se atendia. Los diputados distraian la atencion: las galerias seguian el tono : todo era bulla.

El resultado debia ser el mas feliz para las reformas. Asi se sostuvo este plan desde el principio hasta que terminaron las córtes. Desde las primeras sesiones lograron este triunfo los que nos reformaban: asi hicieron callar á muchos. Sucedió no una vez sola oir citar al señor Don Simon Lopez el nombre de Jesucristo, y soltar alguno la risa ¿Qué hombre de honor podia hablar en público? La virtud de Don Simon Lopez, la inalterabilidad del señor Ostolaza, el celo de un señor Guazo podian resistirlos, pero habia pocos que les siguiesen con tanto teson.

6. De esta conducta observada en el congreso dimanó la guerra cruel que desde los primeros meses de córtes se hizo á los papeles y periódicos religiosos.

Los periodistas de la faccion tomaban á su cargo las

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empresas de algunos diputados como suyas, y las sostuvieron todo el tiempo que les fue posible. El Conciso declaró la guerra en octubre al Observador, al Centinela de la patria y al Diario mercantil; censuró sus escritos, criticó sus producciones, y hacia de todos una mofa pública. Este era su sistema seguido desde el principio.

El Redactor, el Duende, la Abeja siguieron el mismo plan contra el Diario de la tarde y Procurador. Llenaban de injurias al P. Trágia, al Filósofo rancio, al P. Yurami y á cuantos escribian á favor de la religion, de la Iglesia, de su disciplina, de sus institutos. Los números de estos periódicos se ven en manos de todos: cualquiera que se lea probará cuanto digo.

7. Los estractos que hacian los redactores y concisos eran aun peores que los de los diarios de córtes. No ponian sino los discursos análogos á las nuevas instituciones: apuntaban solo algunas veces los de aquellos que se les oponian, pero añadiendo que los rebatieron con enérgicas, elocuentes, invencibles razones los contrarios. Esta era una formula de estilo. Para estos periodistas jamas hubo entre los diputados contrarios un discurso vivo, penetrante, sólido, elocuente. Tales epitetos se reservaban para el constitucionalismo, sus agentes, promovedores, y cuan tos escribian de la secta.

La misma suerte sufrian los escritos que se publicaban en defensa de la religion. Cuando el redactor redactaba á la Abeja, al Mercantil, al Duende, á la Inquisicion sin máscara, copiaba fielmente; el estracto era justo; no le interrumpia; cuando daba noticia de algun nuevo escrito, si era bueno, no hacia mas que apuntarlo, ó si lo estractaba era en el modo mas indecente, el mas ridículo. Intercalaba sátiras, ironias.... véanse los estractos que hizo del Procurador, del Diario de la tarde, del Preservativo, del Filósofo rancio. Ellos darán una idea mas viva de que sufria todo el que salió á defender su religion. El vicio estaba como entronizado, no temia al hombre justo, que en silencio se dolia del trastorno que padeciamos.

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8. Á tales armas cedieron multitud de diputados y escritores. Apenas conocieron los ardides de los contrarios, dejaron de hablar y salir en público: solo defendian la buena causa en las votaciones. Esto no era bastante. Compárense los primeros tomos de los diarios con los posteriores, y aparecerán entregados al silencio 6, 8, 10, 15, 20 dias, y aun meses enteros unos diputados que en los primeros meses hablaban casi todos los dias. Por el contrario, los reformadores eran incansables en sus discursos, diariamente se levantaban, y dias de dos y tres veces; en todo intervenian; ellos eran los que proponian, los que aprobaban, los que todo lo dirigian. Su ascendiente tuvo cada vez mas influjo; toda decision pendia de sus caprichos. Este fue el régimen interior, ó estado político de las córtes á poco de haberse reunido: asi siguieron hasta su término. Las ordinarias no supieron otro camino.

Lo mas doloroso fue, que el español viendo la apatia de los buenos se intimidó, y no salió al público con la energia que era indispensable. Escribian algunos, se quejaban, daban gritos á los que se alucinaban, y dormian; pero como la mofa, el ridículo, las amenazas, el nombre de indecentes, de rutineros, de poco instruidos, hacian el objeto del desprecio público á los que no estaban decididos á favor de las innovaciones, pocos fueron los que salieron al combate y detestaron el mal que se nos hacia. Esta persecucion tuvo el mismo resultado entre nosotros que las que se suscitaron contra el cristianismo en los primeros siglos. Los buenos se acrisolaron mas: los débiles en la fe aumentaron el partido enemigo: pero de este modo se separó el bueno del malo; se conoció quién era español ó afrancesado, religioso ó constitucionista. Asi el escándalo de la persecucion llegó á lo último, y el mérito de los que la resistian al de la mayor constancia.

CAPITULO X.

La constitucion conforme al plan de las reformas.

Dejarian las reformas meditadas contra el altar de

estar arregladas por unos principios fijos, si la constitucion que tenia minado el trono de nuestros reyes no proporcionará tambien los medios para entrar á reformar la Iglesia á un tiempo mismo. No se adoptó por las córtes la lei de tolerancia propuesta por el señor F....... Menos se puso algun artículo terminante contra sus dogmas, moral y máximas divinas. Se dijo terminantemente al capítulo segundo de la constitucion, artículo último » que la religion de la nacion española es y será perpetuamente la catolica, apostólica, romana, única verdadera. Hasta aqui vamos bien.

Esta declaracion es la misma que desde el siglo vi. tenia hecha la España en el concilio 3. de Toledo. Pero se hacia indispensable añadir otra cosa para dar lugar á las ulteriores miras de los reformadores, Esto hizo la adicion indicada por el señor...... de la proteccion (1) de la religion propuesta por el artículo 5.

Los mas de los diputados convinieron en la proteccion, pero se opusieron varios de uno y otro partido á que se esplicase en el artículo 5. Un diputado, al ver que todos accedian á que en este ú otro artículo se espresase la proteccion, dijo: » Insistir tanto en esta adicion,

(1) Tomo 8. pág. 92.

"parece como que en algun modo se recela de que la na»cion española pueda admitir otra religion que la cató» lica........... Insistir aqui en que se ponga esta adicion » será una cosa mui laudable, mui religiosa, pero mui » contraria al órden (1). Con esta razon se dejó para otro dia, y al fin por unanimidad de votos, cuando se pasó el artículo 12 á la comision de la constitucion, para que le reformase, segun se pedia, vino á añadirse- »la nacion la protege por leyes sábias y justas, y prohibe el egercicio de cualquiera otra (2). »

En el segundo tomo hablaré de la primera parte de este artículo 12.: solo deberé tratar ahora de su añadidu- ' ra. Los títulos de protectores de la Iglesia, de protectores del concilio de Trento, con que los romanos pontifices condecoraron á los principes en varias épocas siempre fueron con conocidas ventajas de la Iglesia, y el motivo mas poderoso para que los reyes cristianos recordasen siempre sus deberes á favor de la religion, que garantía sus imperios, y afianzaba sus dominios. Nuestros soberanos han supera-do á los demas en este celo: multitud de nuestras leyes no tienen otras miras. La proteccion decidida de nuestro gobierno á la religion cristiana les ha merecido á nuestros monarcas el sobrenombre de católicos: con este timbre son conocidos.

¿Quién creeria que con el mismo título de proteccion algunos príncipes cristianos habian de ingerirse en el gobierno de la Iglesia?...... Sabidas son las órdenes de un Leopoldo, de un José de Alemania, y de otros príncipes. Públicos son los motivos que pretestaron para dar tales órdenes. La Europa entera está convencida de la perse-cucion hecha á la Iglesia por algunos soberanos con el tí tulo de protegerla. El nombre de proteccion se ha hecho temible en nuestros dias: es lo mismo que reforma; y reforma equivale á esterminio.

Los políticos adulando á los príncipes, no han cesa(1) Tomo 8. pág. 95. (2) Ibidem pág. 125.

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