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cardenal con este destino á Don Sancho de Aragon. En 1074 fue encargado de la nunciatura de España Giraldo obispo de Ostia, que lo era en Francia. Despues vinieron el obispo Arnato y el cardenal Ricardo. Urbano II. comisionó al cardenal Reignesio (1), para que terminasen las disputas sobre el primado de las Iglesias de Tarragona y Narbonense. Inocencio II. hizo lo propio con el cardenal Guido, el que despues convocó un concilio en Burgos. Honorio III. remitió á España al cardenal Juan con el mismo destino, y éste celebró otro concilio (2). Tal es la disciplina de la Iglesia de España en lo que mira á las nunciaturas desde los siglos mas remotos. Si el jansenista quiere que se observe la práctica de los primitivos siglos, debe ser el primero en respetar las facultades de los nuncios,

Acerquémonos ya á los hechos que refiere el señor ministro. ¡Qué pruebas pueden suministrar las providencias de los reyes católicos, de Cárlos y Felipe V., citatadas en el dictámen contra los nuncios de S. S.! ¿Hai con, monseñor Gravina los motivos poderosos que resolvieron á nuestros reyes á hacer salir de sus dominios á los enviados del papa?... Unas quejas justas, un resentimiento el mas vivo por la prision de Don Francisco Santillan obispo de Osma, y nuestro embajador en Roma, precisaron á los reyes católicos á hacer lo mismo con el legado de Sixto IV. Domingo Centurion. Cárlos V. estaba en guerra con la Francia, á quien se habia unido el sumo pontífice, como señor temporal de sus dominios: nuestras armas llegaban victoriosas á las puertas de Roma, al tiempo mismo que la España y su monarca reconocian en el santo padre el sucesor de san Pedro, el vicario de Jesucristo. El enviado del soberano de Roma no habia de estar con nosotros al tiempo mismo que conquistábamos sus dominios. ¿Puede este hecho citarse para la espulsion del

señor Gravina?

(1) Masdeu Historia de España, tom. 13. pág. 293. 294. y 295. (2) Institut. cánon. Selvag. tom. 1. tit. 11. pág. 182.

Por los mismos motivos fue espelido de España el arzobispo de Damasco, enviado á nuestra córte por la santidad de Clemente XI. El santo padre estaba unido á la casa de Austria: sostenia esta sus pretensiones á la corona de España contra Felipe V. ¿Habia de existir en la córte de Felipe el embajador de un soberano que no le reconocia?

A pesar de estos motivos Felipe V. considera en el enviado del papa un duplicado ministerio, que si bien como embajador en lo político podia espelerlo de sus dominios, como nuncio de su santidad, para las urgencias espirituales de los fieles, no parecia conveniente arrojarlo de España, privándole de una facultad que pendia de la autoridad pontificia, dada á los nuncios para el mayor bien de los fieles. Se espelió al fin el nuncio de S. S., tomó nuestro gobierno aquella resolucion; pero ¿cuantas consultas precedieron á la resolucion? ¿Con qué delicadeza se agitó el punto por el consejo, por ministros, por teólogos, se propusieron las dudas y se resolvió la espulsion? El señor ministro que citó estos hechos, podia haber consultado al marques de san Felipe (1), y ya que siguió el partido de la espulsion del señor nuncio, conforme á los egemplos que cita, hubiera seguido tambien el mismo órden, la misma delicadeza.... á lo menos hubiera paliado la persecucion que tan descaradamente se hacia á monseñor, siquiera por honor de la España, por respeto al santo pa dre, por decoro del gobierno, por los mismos intereses del ministro.

La España toda conoció que la espulsion del señor nuncio era un triunfo de los reformadores contra la autoridad del pontifice. La premura con que queria el señor ministro se pidieran los papeles á monseñor, el reducidí. simo término de 24 horas á que fijaba la salida de los dominios de España, y el haberle privado de todas sus susis tencias... todo indica que el odio dictaba las providencias.

(1) Lib. 10.

Al tiempo mismo que se exhortaba á la regencia á que adoptase la medida fuerte de arrojar de España al representante del papa, se le ocultan los resultados de los egemplos que se citan por el señor ministro para resolver la espulsion. Aqui es donde se manifiesta con mayor luz la mala fe con que se procedia: ¿por qué no dijo el señor ministro á la regencia la enérgica representacion dirigida al rei Felipe V. por el ilustrisimo obispo de Cartagena Don Luis de Belluga sobre el decreto de despedir al nuncio de S. S.? ¿Por qué no refiere las disposiciones tomadas por el piadoso rei para arreglar las diferencias suscitadas con la córte de Roma, mandando á este efecto al mismo señor Belluga? Se espulsó al enviado del papa Clemente XI., reclamó sus derechos, y espidió un breve á los arzobispos y obispos de España en 24 de agosto de 1709. Nuestros prelados reconocieron los justos títulos con que el papa reclamaba sus derechos. El rei revocó su decreto, y la España volvió á tener en su córte un nuevo nuncio. Esta noticia no convenia al ministro darla.

Hablemos la verdad. Las reformas que iban á hacerse en la España rehusaban tener á la vista un enviada del papa que las impidiese, ó á lo menos las protestase á nombre del sumo pontifice. Ahora no estábamos en guerra con el soberano de Roma, nada se podia temer de su embajador, ni de su política: por el contrario, nunca mas nos interesaba la union á la santa silla. La invasion de nuestro territorio, las malas doctrinas que se habian sembrado en nuestro suelo, debian esforzarnos con el mayor teson á aumentar nuestra opinion pública, á merecer el mayor respeto de los otros pueblos, principalmente á cimentar en nuestros dominios de ultramar y en la península la idea de un gobierno católico, religioso; pero la face cion por nuestras reformas mandaba salir de la España at enviado del papa, y teniendo ella el mando era preciso obedecer sus órdenes y cumplirlas.

La filosofia ha sacrificado toda la Europa á sus planes de rebelion contra la Iglesia de Jesucristo. Las líneas de

combates que tiraron los filósofos las primeras fueron contra la autoridad pontificia. Nunca era mas necesaria nuestra veneracion pública al sucesor de san Pedro, que cuando mas digno se hacia de la admiracion general de todo el mundo por su celo, por su paciencia, por sus privaciones, por su destierro, por su prision, por sus cadenas, por su prolongado martirio.

La cruel filosofia tenaz en sus proyectos aumentaba sus tiros contra la cabeza de la Iglesia, persuadida de que muerto el pastor, devorarian el rebaño de Jesucristo. Los filósofos dirigen en todo este siglo guerra tan destructora; y el jansenismo los sostiene en sus lides. La demo. cracia que se introdujo en los estados por la igualdad y libertad de los hombres y sus derechos imprescriptibles debió todos sus triunfos á la infernal filosofia, y el jansenismo que se habia ligado con ella para reformar la religion, ingeria al mismo tiempo en la Iglesia el mismo desórden por los derechos originarios de los obispos. La anarquia principió á reinar en lo político en los estados católicos, y sus mismas máximas se fueron estendiendo poco a poco contra la Iglesia de Jesucristo. Al modo, pues, que la soberania de los reyes, su poder y sus derechos fueron combatidos por los filósofos y demagogos, por el mismo órden los dogmas de la religion, la moral cristiana, y la disciplina de la Iglesia se han visto perseguidos por los hereges, libertinos, irreligiosos é impios.

á

El Austria, la Alemania, la Francia han sido el teatro de una guerra semejante; por precision el vicario de Jesucristo habia de padecer en su autoridad en todos estos paises. Seducidos unos pueblos, alucinados otros, dirigidos todos por ministros partidarios de los filósofos, era indispensable viesen el escándalo de atentar contra el poder del romano pontífice en las personas de sus nuncios, arrojándolos de sus dominios, para generalizar las reformas, que con tanto ahinco se pretendian.

Efectivamente todos estos pueblos vieron con dolor que se les mandaba salir de sus territorios respectivos á

los nuncios. Los mismos arzobispos de Colonia, Maguncia, Tréveris, y Salzburgo dieron tan funesto egemplo á las Iglesias y á los príncipes. Pio VI tuvo que detenerse en sus graves y urgentes negocios á contestar con los arzobispos referidos sobre un punto que sensiblemente iba consternando á toda la Iglesia. Una carta dividida en dos partes, y dirigida á los arzobispos por Pio VI, probó con la mayor erudicion los derechos de la primera silla sobre toda la Iglesia de Jesucristo, y la posesion en que estaba Roma de mandar sus nuncios á todas las Iglesias católicas desde los primeros siglos (1). Dios bendijo los trabajos de su vicario en la tierra, y su obra produjo los mas admirables efectos. Aquellos prelados conocieron su yerro. El mismo Febronio autor de esta guerra en Ale. mania detestó sus doctrinas. El obispo de Pistoya que las estendió en Italia adjuró al fin sus errores: todos los disidentes reparan sus escándalos y se someten á la voz de Pedro, reconociendo la autoridad suprema en la persona del papa representada por sus nuncios.

¿Por qué despues de estos hechos públicos, de estos errores y de estas retractaciones, de estos escándalos y arrepentimientos de los delicuentes; por qué se repiten en nuestros dias las mismas doctrinas, los mismos errores, y se lleva el crimen á su mas alto punto? ¿Cómo aun despues de arrojado de España el nuncio de S. S. se le persigue con infamaciones y se le amenaza ?...,

El enviado del papa obedeció rendidamente las órdenes del gobierno, y retirado al Portugal, para llenar su ministerio en el modo que las circunstancias le permiten, dirige una protesta al gobierno en 24 de julio de 813 con. tra lo que se le hacia sufrir, circulando una carta á los obispos de España, para que pudiesen acudir á S. E. en los casos que le necesitasen (2). Esta sola disposicion que exigia su ministerio, y dictaba la utilidad pública, susci

(1) Esta carta se trasladó á nuestro idioma, y se imprimió en

Cadiz en el año de 1813.

(2) Manifesto. Documento n. 24. '

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