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tianos. El fanatismo, la supersticion, la paz de los pueblos se empeñaban en la guerra. Todas las provincias en las tres partes del mundo conocido se veian humear con la sangre cristiana; y á pesar de tantas víctimas y persecuciones, la sangre de los cristianos era como un rio abundante que fertilizando la tierra hacia fructificar á la fe. En los palacios de los mismos tiranos se adoraba á Jesus; los mejores servidores del príncipe eran los mas fieles dis cípulos de su doctrina (1), aunque los filósofos los perseguian como conspiradores y perturbadores de la paz.

Contra las rigurosas pesquisas de los emperadores, oponiéndose los potentados y los plebeyos, los sábios y los ignorantes, los ministros de la supersticion y sus esclavos, el infierno mismo y todas sus potestades, la religion cristiana pone su silla en Roma. Los emperadores y reyes del mundo se convencieron de sus inútiles esfuerzos contra Cristo, de la verdad de su evangelio, de la perpetuidad de su Iglesia, y de la santidad de una religion todo divina. La moral cristiana corrigió la legislacion de los pueblos; el evangelio dulcificó las costumbres; el mundo se renovaba de un todo, y á pesar de tan conocidas ventajas, la persecucion duró por muchos siglos. Aun dura con el mayor futor.

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La filosofia, á quien la religion venia á ser su guia, y á quien trataba de sanar, redobló sus esfuerzos para no someterse al imperio de la fe. Persuadida de que podria prevalecer contra la religion, opuso los delirios de la razon á los artículos de la fe, y las pasiones del corazon corrompido á las leyes santas de la verdadera virtud.

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Con sus esfuerzos y sus ardides triunfó de los débiles, ganó pueblos, atrajo provincias, sedujo reinos enteros, pero la religion jamas vinculada á un pais, se trasladó de gente en gente, y á la par que cedia un terreno, en que Has tinieblas se amaban mas que la luz, ganaba por otra parte naciones enteras, que la resarcian de sus pérdidas,

(1) Tertuliano en su apologético, cap, 37.

estendiendo cada vez mas el imperio de la virtud, el país

de la santidad.

¡Economia adorable de la providencia de Dios! ¡ Arcanos terribles de la Divina justicia! ¡Castigos justos de su diestra levantada contra los pueblos en pena de su prevaricacion! Porque abandonaron la ciencia de Dios, y su evan. gelio santo (1); porque no cultivaron el grano de su fe; porque miraron con náusea la semilla de la religion, fueron repelidos del reino de Jesus, y entregados á la vanidad de sus pasiones, al orgullo de su saber (2).

La filosofia logró introducir en el seno de los fieles los sofismas de la viciada razon: el espíritu de disputa reprobado por san Pablo, debilitó los vínculos de la caridad; las sutilezas paliaban la rebelion; los misterios mas santos se llegaron á controvertir; el platonismo se generalizó, y al cabo de poco tiempo los dogmas de nuestra fe se confundian por algunos malos cristianos con los misterios de Ceres, esplicándolos por la doctrina de Pitágoras ó de Platon.

Jerusalen y Antioquia, Éfeso y Corinto, aquellos pueblos, primicias de la sangre de Jesus y de su evangelio, despues de formar las primeras Iglesias del cristianismo, perdieron su primera santidad, y se principiaron á corromper. La filosofia los atrajo, sus errores los separaron de la fe. El deseo de la novedad, contra el que se opuso el zelo de los apóstoles, los hizo menos sumisos á la religion, y de hijos del cristianismo pasaron á ser los primeros apóstatas de su religion, y aun perseguidores de Jesus.

El África repara las quiebras de la fe en el Asia. Sus pueblos se alistan en las banderas de la cruz. Las Iglesias se multiplicaban, y cuando ya parecia no habia que temer, la heregia levanta alli nuevas doctrinas, la filosofia las sostiene con furor, los ánimos de los fieles se intimidan,

(1) Quia tu scientiam repullisti, repellam te. Oseas cap. 4. v. 6. (2) Tradidit illos Deus in reprobum sensum, S. Paul. ad Rom. cap. I. v. 28

y al tiempo que la hoz de la persecucion cortaba en solo Egipto ciento cuarenta y cuatro mil mártires (1), multitud de cristianos lo dejaban de ser, ó por los errores en que se empeñaban, ó por el temor de la muerte que les perseguia.

Los emperadores de Roma pensaban ahogar con sangre de cristianos á la recien nacida Iglesia, ó á lo menos sufocar el grano de la fe. Á pesar de tantas muertes, el ́ evangelio penetró en todas las partes del mundo conocido, y resarció con medras las pérdidas de su moral y su fe. La religion cristiana conquistó á Roma y su imperio, cuando este dirigia todas las fuerzas contra su divino poder. La cruz de Jesus se colocó sobre las coronas de los Césares, y transformó el panteon de Apolo, de Juno, de Júpiter, de los dioses gentílicos en templo del verdadero Dios.

El año de 312 dió la paz general á la Iglesia el em. perador Constantino, y dejando á Roma para capital del imperio de la Iglesia, puso en 324 la primera piedra en Bisancio, para fundar su nueva corte, y el trono de su dominacion en Constantinopla. La religion del Crucificado desde esta época dominó de mar á mar. ¿Y qué se alterará de nuevo el imperio de la paz?...

El mundo es enemigo de Dios, y la filosofía que rige en él no puede llevar á bien las sumisiones de la fe. Por parte de los fieles, la persecucion los adiestra en la lid, los anfiteatros, las fieras, los tormentos les infunden mas valor. El infierno se levantará de nuevo para oponerse á los adelantos de la virtud: la filosofia volverá á suscitar sus dudas contra la fe, y empeñará á los mismos reyes de la tierra á que se conjuren contra Dios.

Los emperadores, aunque cristianos no dejaron de causar á la religion males imposibles de calcular. Se ingirieron en los asuntos puramente eclesiásticos, publicaron leyes en materias las mas delicadas de disciplina,

(1) Florez, Clave historial. Pág. 73.

tocaron al dogma, y teologizaron como si fueran los maestros de la fe. Decididos una vez por la heregia, ó por la fe, la autoridad civil sostenia la decision severamente, y un error producia mil. El fiel no podia menos que esponerse á dividirse en la creencia, y separarse de la fe.

Los hereges sostendrán el partido de la filosofía, y en lugar de unir los ánimos y los pueblos, los dividirán entre sí, y los armarán con el mayor furor. La filosofía prestará armas contra los misterios de la religion santa, y sin mas apoyo que el de sus sofismas, y de sus sutilezas, el de esplicar la ciencia de Dios por la ciencia de Aristóteles, sembrará los mayores absurdos, y envolverá en las heregias, el Asia, el Africa, la Europa, todos los blos que hasta alli eran sumisos á la fe.

pue

El concilio de Nicea presenciado por Constantino, no pudo estinguir los horrores de Arrio: las disputas se multiplicaban en razon de los arbitrios que se tomaron para aclarar los misterios de la fe santa. Luego que Juliano su-. cesor de Constancio se sentó en el trono del imperio dejó la filosofía las sutilezas y los sofismas, y á cara descubierta declaró que ella jamas podia avenirse con la teologia, con el evangelio, con la fe de los cristianos. Entramos en una nueva lid.

Juliano declara la guerra mas cruel á Jesus, ridiculiza su evangelio, se mofa de sus dogmas, y sin hacer que mueran los fieles en las catastas, ruedas y anfiteatros como sus antecesores, les hace mas mal que en las persecuciones pasadas, Sus honores son solo para los agoreros: su palacio no se ve habitado sino de sofistas: los filósofos Libanio y Maximo son sus mentores.

Se levantó el destierro á los católicos desterrados por Constancio, y si los hizo vivir juntos con los hereges fue para que el espíritu de discordia y de heregia los exaspe re, y haga cada vez mas irreconciliables. Impide que los cristianos enseñen ciencia alguna, y aun les prohibe el que las aprendan, mandando no se admitiesen en las es

cuelas públicas. No les deja arbitrio para defenderse de los tribunales: los escluye de todos los empleos, los priva de sus bienes, y roba hasta las Iglesias, diciendo á los de Edesa lo hacia para facilitar a los galileos el camino del cielo. ¡Tal fue el imperio de la filosofia en los dias de Juliano!

Los filósofos le hicieron detestar del cristianismo y lo alistaron en las banderas de la idolatria. Juliano rehusó creer los misterios de nuestra religion, y se puso en manos de los cabalistas: le parecieron supersticiosos el sacrificio de nuestros altares, y los ritos de su institucion, y adoptó como razonables sacrificar por sus manos las víctimas, y meterlas en las entrañas humeantes para adivinar lo futuro. El imperio de Juliano se llama por los filósofos el de la filosofia, y fue en verdad el de la supersticion mas pueril, mas ridícula.

El cristiano perseguido, el evangelio ridiculizado, la fe combatida, las Iglesias saqueadas, la religion cristiana precisada á cultivarse en los cementerios, en los desiertos, huyendo siempre del poder de los príncipes de la tierra; tal es el estado de la Iglesia en el reinado de Juliano. En la Italia, en la Francia, en la España, en la Alemania, donde ya estaba en el mayor auge la fe del evangelio, en todas partes donde se venera á Jesus, tienen menoscabo sus cultos. La Iglesia parecia iba ya á sepultarse entre sus ruinas, cuando Jesus volviendo por su causa, hace morir á Juliano. Una saeta disparada por una mano invisible, divide su pecho, y Juliano desesperado toma una porcion de su sangre, la tira al cielo, y dice con furor, venciste Galileo (1). Con su muerte respira el ca. tólico, se repara la fe de sus ruinas: el evangelio queda

triunfante.

La filosofia retira otra vez la supersticion á los pagos ó casas de campo. El paganismo nuevamente introduci

(1) Florez. Clave historial, pág. 86. Historia eclesiástica del Orsi y Teodoreto, lib. 3. cap. 25. citado por Natal Alejandro, Histor. eclesiast. tom. 4. pág. 180.

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