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de unos enemigos, cuyas flechas reputaban rayos del vengador Júpiter. El fanatismo de los ídolos volvió á seducir los pueblos. S. Agustin tuvo que rebatirlo, y convencerlos. Los libros de la ciudad de Dios destierran el error de aquellas gentes, y ponen á cubierto de las supersticiones gentilicas la religion cristiana, que las habia desterrado y casi estinguido.

Al cabo de tantos siglos las poesias del señor Q... vuelven á lamentar el Capitolio, y la destruccion del imperio romano, por la institucion del cristianismo. Sus quejas son las mas amargas, las mas injustas.

La esposa de Jesucristo traida de los cielos para unirse con él en un ósculo eterno y abrazo indisoluble; la ciudad santa de Dios fundada por él mismo sobre una roca inaccesible para habitar en ella con los hombres hasta la consumacion de los siglos; la religion cristiana, el Alcázar del hijo de Dios, labrado por él mismo en una piedra viva, contra quien, segun las promesas de Jesucristo, se estrellarian todos sus enemigos, y hasta las tas de los abismos (1); esta esposa de Dios, esta ciudad venida de los cielos, esta religion divina, este alcazar santo, impoluto, que nada tiene de comun con los taber. náculos de los pecadores, con los templos de los ídolos, con las supersticiones gentilicas, se ve atacado, deprimido, lleno de calumnias, por un canto, que parece no debia tener un objeto tan impio.

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Al error, dice el canto, fundaron la estúpida igno. rancia y tirania aquel álcazar que se fundó sobre el Capitolio. La filosofia graduó de error los dogmas de la fe divina en el momento mismo que se anunciaron en todo el orbe por los discípulos de Jesucristo. S. Pablo escribió á los romanos para probarles" era llegado ya el » tiempo que la fe justificase á los hombres, que abandona"sen el culto de los ídolos, que no se guíasen por los fi » lósofos que decian lo que no practicaban, y que aun(1) Portae inferi non praevalebunt adversus eam. S. Math. cap. 16. v. 18..

» que era cierto, que por la hermosura de las cosas visi»bles se comprendia la existencia de Dios, mas que era » indispensable se rindiesen á creer lo que él les decia pa,, ra dar á Dios el verdadero culto de que era digno." A los Corintios repite este mismo argumento en su primera epístola, confesándoles que él no les predicaba por un estilo sublime; que no se dirigia á ellos guiado de la sa,,biduria mundana: que Cristo le enviaba para evangeli,,zarles, no con sabiduria de palabras, pues de este modo ,,se evacuaria la cruz de Jesucristo ó el mérito de la fe; ,,sino por la palabra de la cruz, graduada de es,,tulticia por los impios. Está escrito, les dice el santo ,,Apóstol, que Dios perderia la sabiduria de los sabios, y ,,reprobaria la prudencia de los prudentes. Dios se ha ,,complacido salvar á los que crean por la ignorancia de ,,la predicacion. Los judíos piden señales para creer: los ,,griegos buscan la sabiduria: nosotros les predicamos á ,,Jesucristo crucificado, aunque se escandalice el judío, y ,,el gentilismo repute mis palabras por error ú estulticia. ,,Ninguno de los príncipes de este mundo ha llegado á ,,conocer esta sublime sabiduria (1).,,

Él

Los filósofos de ahora como los antiguos llaman error á la fe. El evangelio, dice Rousseau, está lleno de contradicciones (2). Volter se mofa á cada paso de los misterios, creyéndolos absurdos (3). Federico los llama fábulas absurdas (4). El mismo compuso un escrito que ti tuló Examen de los sabios sobre los errores, y éstos son los de la fe cristiana. El asegura que los filósofos todos hablan acordes, llamando error al cristianismo... Llegó la revolucion de Francia: la impiedad fundó su trono. Los obispos intrusos Govel, Lindet, Gauvernon, se apresuraron á rendir sus omenages á la filosofia, y digeron abju

(1) Véase todo el cap. 1. y 2.

(2) Emilio tom. 3. pág. 165.

(3) En su epístola á Urania, en sus cartas filosóficas, y en su ensayo sobre la historia general.

(4) Proyecto de los Incrédulos. pág. 33.

raban los errores del cristianismo, y admitian la sola religion de la razon (1). Es, pues, una verdad demostrada que la voz error equivale á la de religion cristiana, y su fe en el vocabulario de la filosofia.

Á la necesidad de la fe llaman los filósofos tirania; porque la fe ha de ser sumisa, humilde, no ha de buscar razones para creer, sino porque Dios lo dice. Éste es un yugo insoportable á la razon, cuando la filosofia le guia. Esta es la fe que la religion cristiana pide, y contra la que se levantan el orgullo, la filosofia y las pasiones. Ninguna cosa se exigia mas por Pitágoras que creer para entender, callar para saber, oir para aprender: éste es un principio en sana filosofia: el matemático procede asi alguna vez: pero cuando se trata de sacudir el yugo de la religion, creer primero que comprender, es un delirio, un error, una tirania: éste es un sentir comun entre los filósofos. Pero hai otra esplicacion mas, segun ellos, á la palabra tirania: tal es el poder de los príncipes cuando favorecen la religion.

Juliano, segundo emperador despues de Constantino, graduó de tirania las disposiciones de éste á favor de la religion católica. Desde su subida al trono trató para captarse el amor de los judíos y gentiles, perseguir aquella religion santa. Los filósofos Máximo y Libanio, y la multitud de sofistas, que siempre llenaban su palacio, le persuadieron mitigase las leyes de Constantino á su favor. Juliano y los filósofos reputaron por errores los dogmas de la religion, y atribuyeron la estension de su culto á la tirania de Constantino. ¡ Tan falsos supuestos motivaron la persecucion de los cristianos por un emperador que perdonaba á sus enemigos, dando señales de la mayor benignidad!

Esta idea se ha generalizado en nuestro siglo. Por el poder de los príncipes de la tierra, dicen los filósofos, se ha estendido la religion cristiana. Las falsas decretales de

(1) Memorias eclesiásticas, tom. 4. pág. 77. y 78.

Isidoro Mercator, publicadas en un siglo de barbarie, introdugeron en la Europa el despotismo del sumo pontificado. La Iglesia se ha erigido en un estado soberano contra la mente de Jesucristo. Roma es la capital de este duplicado imperio, desde donde ejerce la mayor tirania en todos los pueblos católicos. Constantino y Justiniano entre los emperadores romanos, Clodoveo, Pipino y Carlo Magno en Francia, Alfredo en Inglaterra, Recaredo, Fernando, Felipe II (1) y demas reyes de España, todos estos son tiranos para los filósofos, porque establecieron ó propagaron la religion en sus dominios, y persiguieron á los paganos, judios, hereges, no permitiéndoles estar en sus dominios. La intolerancia es una tirania.

Asi habló Lutero de Roma, y de la Iglesia romana. En sus escritos la apellida Babilonia, y al ver que Cárlos V, y los príncipes de Alemania que no habian sido seducidos con sus errores, defendian á la Iglesia, exorta á los pueblos á que sacudan el yugo de la obediencia de los tiranos, y se sublevasen contra el príncipe y la religion del estado: son unos tiranos, decia. En la misma doctrina les siguieron Muncero, Storkio, la multitud de hereges que infestaban la Alemania y la Inglaterra, en el siglo XVI. Los príncipes no deben ingerirse, decian, en defender la religion. Son unos tiranos de sus pueblos, luego que les precisan á seguir la religion cristiana.

Los calvinistas en Francia por este mismo medio tumultuaron varias veces las provincias contra el príncipe. Los paises bajos sufrieron los mismos alborotos. Federico en sus cartas, Volter, D' Alembert en las suyas á este

(*) La Enciclopedia zahiere mucho á este soberano por lo mucho que favoreció á la religion católica, y persiguió á los hereges. Felipe III y aun S. Fernando han sido tambien injuriados por los franceses solo porque han protegido á la Iglesia... Véase á Mercier al cap. 22 de su sueño donde dice.,, España la mas culpable, cuya estátua era de mármol con venas de sangre, lloraba por haber cubierto la tierra con treinta y cinco millones de cadáveres, y al rededor de ella habia esclavos mutilados que pedian venganza de sus delitos. Hervas tom. 2. pág. 292.

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soberano; Rousseau y la multitud de filósofos que corrompieron á la Francia (1), y á casi toda la Europa han generalizado estas ideas contra Roma, su religion cristiana, autoridad pontificia, y poder de los reyes. Hasta aquellos autores, que el filosofismo no ha contado entre los conspiradores contra el altar, han contribuido á sostener esta imputacion. Los elementos de la historia general del Millot, y la ciencia de la legislacion de Filangieri en muchas páginas vierten estas especies contra la Iglesia de Roma, y su autoridad.

Las poesias del señor Q.... copian algo de lo que se ha dicho contra esta santa religion ó Iglesia de Jesucristo: sigue asi.

¿Qué es del monstruo, decid, inmundo y feo,
Que abortó al Dios del mal, y que insolente
Sobre el despedazado Capitolio

A devorar el mundo impunemente
Osó fundar su abominable solio?
Dura, sí: mas su inmenso poderio
Desplomándose va; pero su ruina
Mostrará largamente sus estragos.

Confrontemos estos versos con los dichos de Federico, y veamos si son las mismas palabras, el mismo estilo. El papa es un viejo fantasma imaginario, un trafican te (2). La barquilla de san Pedro hace agua por todas partes, y Volter el pez hace cuanto está de su parte por trastornarla (3). Volter ha derribado la ficcion. El trono de la supersticion es minado por sus cimientos y caerá en el siglo futuro.... ¡Qué siglo tan desgraciado para la córte de Roma! Los filósofos combaten decidida

(1) El autor de las Helvianas (el abate Barruel) refuta elocuentemente estas imputaciones de los filósofos de París. Estan en nuestro español y pueden verse.

(2) Obras de Federico, tom. 9. pág. 85.

Tom. 11, pág. 21. 26. 29. 49. 57 y 73.

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