Imágenes de páginas
PDF
EPUB

grandes males y debe perder su sangre y su carne. También el Cid, cuando ve que le ataca el rey de Marruecos, siente la fiera alegría de la lucha. La batalla que le presentan es delicioso regalo traído de Africa,

venídom es delicio de tierras d'allén mar.

Pero su alegría mayor es porque su mujer y sus hijas le verán lidiar en defensa de Valencia, heredad que para ellas ha ganado; la presencia de las dueñas le aumenta el coraje:

non ayades pavor porque me veades lidiar,
con la merced de Dios e de santa María madre,
crécem el coraçón porque estades delant (v. 1653).

La catástrofe misma del Roland se funda en ideas puramente feudales. Por pundonor militar se queda poco preparado Roland en la retaguardia peligrosa; y por un pundonor tan sutil que es incomprensible hasta para el mismo Olivier, Roland se condena con 20 000 franceses a morir sin pedir el necesario auxilio. En vez de fundarse en estas costumbres propias de una aristocracia desaparecida, el Poema del Cid busca base inconmovible en sentimientos de valor humano perenne, y afirma así su interés. El vasallaje ocupa una parte del poema, pero no la principal, que está consagrada a la afrenta de las hijas del héroe. Los personajes no son únicamente ejércitos de cristianos y moros, sino que toman

parte en la acción gentes extrañas a la vida militar, mujeres, niños, monjes, burgueses, judíos, los cuales en su obrar nos hacen ver la vida pacífica de las ciudades, la contratación, las despedidas, los viajes, los saludos y alegrías del encuentro, las bodas, las reuniones íntimas para tratar asuntos familiares o para bromear, la siesta, los atavíos, las entrevistas solemnes, los oficios religiosos. La guerra misma es mucho más variada e interesante en el Cid que en el Roland.

En esta complejidad de vida y en este carácter ampliamente humano se parece más el Poema del Cid a los Nibelungos; pero sólo en eso. La calculada disposición del Poema del Cid parece convenir a un héroe tan tardío de la epopeya, y nada tiene que ver con ese pujante desorden en la acción y en las pasiones que muestran los Nibelungos como herencia de las leyendas primitivas en que se fundan. En el Cantar castellano el héroe aparece revestido de elevación moral y de imponente mesura; la lucha de dos pueblos y dos religiones se consuma con la mayor energía y tolerancia; trátase además un conflicto social que refleja las aspiraciones democráticas de Castilla, el choque de dos clases, una envanecida tranquilamente en su poder y otra recia y firme en sus conquistas, que de ser una

banda de malcalzados se eleva hasta honrar a los reyes con su parentesco. Esta poesía lleva el carácter de las épocas de madurez, y, sin embargo, se desarrolla por contraste sobre un fondo bárbaro y rudo. En los Nibelungos, al revés, sobre un vistoso fondo de lujo, cortesía y caballerosidad, se destacan unos héroes rebosantes de barbarie, cuya fría impavidez ante la muerte corre parejas con su esfuerzo titánico para matar; su honor no tiene más ley inquebrantable que la venganza, y por satisfacerla atropellan el parentesco, la hospitalidad, la gratitud, y llegan sin la menor vacilación al engaño y al parricidio. Toda la acción se resuelve en un caótico hervir de muerte, donde se van hundiendo unos a otros aquellos héroes gigantes; sobre un campo de sangre e incendio, en que yacen revueltos borgoñones, hunos, daneses, austriacos y ostrogodos, se cierne la diabólica pasión de la venganza, sin hallar cuerpo vivo donde hacer presa.

En el adorno exterior el Poema del Cid palidece al lado de otros poemas medioevales, como ya notaron varios críticos (1). Su colorido es de

(1) Copiamos el parecer de Bello arriba, p. 61. Bertoni, ps. 165-166, a propósito de la descripción de la tienda del rey de Marruecos, nota que el Cantar no nos presenta paramentos y objetos bélicos de gran lujo, como hacen las Chansons de geste: siempre es parco de vocablos y menos florido que los poetas franceses, lo cual se ha considerado como un carácter de ancianidad.

tonos apagados, casi siempre grises. Compárese, por ejemplo, el viaje de doña Jimena, cuando va a unirse con el Cid, pasando por la tierra de moros, por la peligrosa mata de Taranz y por la hospitalaria ciudad del alcaide Abengalbon, con el viaje de Krimhilda, cuando va a casarse con Atila, atravesando ora la Baviera llena de salteadores, ora las amigas tierras del margrave Rüdiger, y se verá que es menos animada la poetización del juglar castellano, aunque la escena final de su viaje supere en emoción llana y sincera. Las fiestas del Tajo o de Valencia tienen mucho menos brillo que las de Worms o Bechelaren; mientras en el Cid los atavíos y los juegos son exclusivamente militares, en los Nibelungos a menudo los cofres vacían sus lujosos aderezos para adornar a las damas, y éstas alegran la corte donde los caballeros las devoran con los ojos, las abrazan en pensamiento y las sirven rendidamente.

También El Cid es inferior al Roland en los recursos poéticos. En ambos poemas hay una sola comparación; pero las descripciones que abundan en el Roland (los desfiladeros de Roncesvalles, los deformes capitanes paganos, el caballo de Turpin, el cadáver de Roland, la flota de Baligant, etc.), apenas tienen correspondientes en el Poema del Cid (el amanecer, el ro

bredo de Corpes, Álvar Fáñez en la matanza, el traje del Cid). En el Roland además hay frecuentes motivos emocionantes, como la ternura con que los franceses entran en Gascuña después de siete años de ausencia, la muerte de Olivier, la bendición de los cadáveres en Roncesvalles, la tormenta que predice la muerte de Roland, los últimos recuerdos del héroe moribundo, y otros, que en El Cid escasean, fuera de la despedida de Cardeña y del abandono de Elvira y Sol en Corpes. El autor del Roland, en medio de su rudeza arcaica, propende al efectismo; tiene imaginación poderosa que no escrupuliza en medios; pone en juego cifras enormes, vigor físico imposible, hombres monstruosos, milagros estupendos. El autor de El Cid se prohibe esos recursos exagerados; quiere lograr la beIleza sin esfuerzos, o prefiere no lograrla, y muestra en definitiva más talento para idear su plan que imaginación para desarrollarlo.

El juglar del Roland atiende menos a dar fundamento consistente a su obra que a procurar el brillo de la ejecución; conoce mejor su oficio de poeta; muestra una atención más despierta a las sensaciones y afectos, pero a veces cae en el amaneramiento; así abusa de las series similares y de otras repeticiones por el estilo. El juglar del Cid atiende más a la construc

« AnteriorContinuar »