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ción de su poesía, pero descuida la exposición. Nunca se preocupa de los adornos; pero muestra gusto por las gradaciones, gusto muy escaso en la epopeya de la Edad Media, donde hasta la conversión religiosa de los sarracenos es repentina. La alevosía se engendra poco a pocc en el ánimo de los Infantes de Carrión. Aun los críticos más adversos han alabado la dramática gradación con que se desarrolla la escena de la corte de Toledo. Toda la acción del Poema es una marcha progresiva en que el desterrado va venciendo la injusticia del Rey y el desprecio de la alta nobleza.

En conclusión, habremos de rechazar la idea de la escasa personalidad de esas obras primitivas del arte. A pesar de las profundas revoluciones de pensamiento que median entre los orígenes de las literaturas europeas y su época de esplendor, íntimas relaciones unen aquellos antiguos poemas a las obras producidas después del Renacimiento. El Roland, por su simplicidad. esquemática, por su unidad de acción y de tiempo y por su esmero en la presentación, anuncia la clásica tragedia francesa (1). El Mio Cid, por su carácter más histórico, por buscar una supe

(1) Semejante idea ocurre independientemente a D. HINARD, Poëme du Cid, 1858, p. xxiv, y a G. PARIS, Extraits de la Chanson de Roland, 5.e éd., 1896, p. xxvII.

rior verdad artística dentro de las complejidades de la vida entera, y por el abandono de la forma, es precursor de las obras maestras de la comedia española. Los Nibelungos, en su grandioso desorden tan preñado de aspectos, muestran su parentesco con las trágicas concepciones shakespearianas.

OLVIDOS DEL JUGLAR DEL CID

El descuido en la ejecución es tanto más significativo en un poeta como el del Cid que tan bien supo trazar el plan de su obra y tenerlo presente en todos los momentos. Nos fijaremos sólo en ciertos olvidos que padeció respecto a algunos pormenores. Cierto que algunas contradicciones por olvido se señalan en los autores más cultos; pero quizá los principales olvidos de nuestro juglar se parecen más que a los de otro cualquier autor extranjero a los que Cervantes padeció respecto a varios pormenores del tipo de Sancho.

Señalaremos primero una ligera contradicción entre el v. 3094, donde se dice que la cofia del Cid era de escarín, y el v. 3493, donde se dice que era de rançal (1).

(1)

Recuérdense las varias contradicciones en que Virgilio incurre sobre la clase de madera de que estaba hecho el caballo de Troya (Eneida, II, 16, 112, 186, 258).

Después, en el verso 1333, Álvar Fáñez dice al rey que el Cid venció cinco lides campales, sin que el poeta nos haya contado más que dos, una contra los valencianos (III), y otra contra el rey de Sevilla (1225) (1).

En la batalla contra Yúcef parece que el autor estaba especialmente distraído, como si toda su atención se la llevase la interesante participación que las dueñas tienen en el relato guerrero. Incurre en dos olvidos. Uno es que habiendo Álvar Salvadórez caído prisionero de Yúcef (1681), vuelve a figurar junto a su inseparable Álvar Álvarez (1994, etc.), sin que sepamos cómo se rescató (2). El manuscrito de que se sirvió la Crónica de Veinte Reyes subsanaba este error, omitiendo la prisión de Álvaro y contando, en cambio, que en el alcance de Yúcef murió un Pedro Salvadórez, desconocido

(1) En el Cantar, p. 733, di otra interpretación al error del verso 1333, creyendo que Minaya podía también aludir a las batallas contra Fáriz y contra el conde de Barcelona. Pero la batalla contra Fáriz y Galve la había contado ya el mismo Minaya al rey (876), y en el nuevo mensaje, Minaya sólo habla de las conquistas del Cid en el reino de Valencia.-Cabría también sospechar un simple error de lec. tura. Muy frecuentemente en los diplomas se confunde U (cinco) con II (dos), y esto podía haber sucedido en una copia antigua del Poema, de donde se derivasen el manus. crito de Pedro Abad y el de la Crónica de Veinte Reyes.

(2) Más grave es el descuido del Ariosto, que en el canto XL, 73, menciona personajes que antes había dado por muertos.

al manuscrito de Pedro Abad. El otro olvido es que en los versos 1789-90 el Cid manifiesta voluntad de enviar a Alfonso en presente la tienda del rey de Marruecos, y luego no se menciona esa tienda, como debiera, tras los versos 1810 y 1854 (1). También aquí el manuscrito utilizado por la Crónica de Veinte Reyes subsanó el descuido, mencionando ambas veces la tienda de Yúcef. Es posible que estos dos arreglos que se observan en la Crónica de Veinte Reyes fuesen del autor mismo en un segundo manuscrito de su poema; Cervantes, en la segunda edición del Quijote, corrigió alguno de los olvidos que le habían sido censurados.

Otras omisiones no son ya olvidos (2), sino que entran dentro de la manera de componer que tenía el poeta. Éste anuncia algunos pormenores de la acción que luego no quiere detenerse a desarrollar. En la misma batalla contra Yúcef

(1) Mencionándose aquí el regalo, debiera figurar en él la tienda. Este es un verdadero olvido, diferente de las otras omisiones que señalo en el texto a continuación.

(2) E. LIDFORSS, Los Cantares de Myo Cid, Lund, 1895. p. 134, supone que el verso 1839 está en contradicción directa con el 1828, pero es porque en la interpretación de ca non vienen con mandado, sigue la mala traducción de D. Hinard, 'car ils ne viennent pas avec un héraut', al cual siguen también ADAM (p. 226) y BERTONI (ps. 84 y 166); éste se inclina a creer que se trata de un error del mismo autor, y no de una refundición posterior. Pero ca non no significa 'pues no', sino simplemente 'que no', 'y no que'.

hallamos dos de estos casos: aquellos tambores que el Cid promete a la iglesia de Valencia (1667), no se mencionan después de la victoria; además, D. Jerónimo obtiene las primeras heridas (1709) y luego no se refiere cómo, dándolas, rompe él la batalla. Otro ejemplo. Minaya anuncia al moro Abengalvón que cuando llegue a presencia del Cid le hará premiar el servicio que presta en acompañar a doña Jimena durante su viaje (1530); pero cuando los viajeros llegan a Valencia ya no se dice nada del moro, aunque debió llegar hasta aquella ciudad (1486, 1556). Enteramente análogo es el caso en que Minaya anuncia que el Cid pagará con creces a los judíos de Burgos (1431), sin que después el autor crea que hay para qué decir cómo les pagó (véase arriba, pág. 35). Alguna vez la omisión está al contrario, en los precedentes y no en las consecuencias de lo que el juglar cuenta. Así, en 3115 el rey alude a un escaño que el Cid le regaló, sin que se haya dicho antes cuándo. Acaso el caballo Bavieca apareciese así en el v. 1573, sin decirnos el juglar cuándo el Cid le ganó, y el v. 1573 b sea una adición del manuscrito que sirvió para la Crónica de Veinte Reyes.

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