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representacion que hizo el autor de la España vindicada don José Colon, sobre la cual se le pidieron esplicaciones, con que no logró tranquilizar al Congreso, los debates se fueron agriando, y la discusion se convirtió en una desagradable lucha entre el partido liberal y el enemigo de las reformas: siendo de notar que en esta cuestion los diputados de este último partido, como Anér, Borrull, Valiente, Cañedo y otros, eran los que con mas calor abogaban á favor de la libertad de imprenta, y tronaban contra tales medidas y proposiciones como atentatorias á aquella libertad; y los diputados de ideas mas avanzadas, como Argüelles, Mejía, García Herreros y otros, eran los que ardientemente defendian aquellas proposiciones y aquellas providencias, como salvadoras de la patria en casos estremos, y que por ellas no se lastimaba la libertad de imprenta. El calor de la Asamblea se comunicó á las galerías y tribunas públicas, que en la sesion del 26 tomaron á su modo tál parte, y prorumpieron en tales murmullos, y produjeron tál desórden, que obligaron al presidente á levantar la sesion. Nació de aqui otro tercer incidente, conexo con los anteriores, de que darémos cuenta ahora.

Hablaba en esta sesion don José Pablo Valiente, al cual miraba con marcada aversion el pueblo de Cádiz, ya por la idea ó sospecha de haber sido quien trajo la fiebre amarilla viniendo de la Habana donde era intendente, ya por ser adicto al libre comercio

con América tan contrario á los intereses de la poblacion gaditana, ya porque, mostrándose en este solo punto liberal, se habia opuesto á la abolicion de los señoríos, y negádose á firmar el proyecto de Constitucion. Como su discurso de aquel dia sobre el escrito de don José Colon fuese acogido por las galerías con general murmullo, indicó proceder de intriga del partido contrario para que no triunfára la verdad, y aun se añade que pronunció las palabras «gente pagada.» Acabó con esto de irritar los ánimos, y creció el desórden hasta hacer levantar la sesion. Despues de cerrada, se agolpó el público á los alrededores de San Felipe Neri, aguardando al señor Valiente en ademan de atentar á su seguridad. Cundió luego á toda la ciudad la alarma y el tumulto. Los diputados permanecieron en el salon para ver de salvar al amenazado compañero. Acudió el gobernador de la plaza: entró á la barandilla, y se ofreció á libertar al diputado: salió luego á aplacar al pueblo, pidiendo que se le dejasen llevar, respondiendo él de su persona. Y en efecto, aunque con trabajo, acompañado de escolta se llevó al señor Valiente al muelle de la puerta de Sevilla, y alli á presencia del pueblo le embarcó y condujo á un buque de guerra fondeado en bahía. Aquella noche se pusieron sobre las armas los voluntarios de Cádiz, se doblaron las patrullas, y se colocó tropa en las casetas de los comisarios de barrio.

Tratóse los dias siguientes en sesiones secretas

de lo acontecido el 26. Hiciéronse proposiciones encaminadas á evitar que se repitieran tales desmanes dentro, tales conmociones y alborotos fuera. Hablóse de la necesidad de que los diputados dieran ejemplo de respeto, para que se le tuviera á ellos el público. Se pidió que se suprimiera la espresion murmullos y otras semejantes en el Diario de las Sesiones, y se reclamaron las providencias oportunas para que los diputados pudieran contar con la libertad necesaria para discutir y votar, añadiendo algunos que de otro modo dejarian de asistir hasta que se consideráran en estado de poderlo hacer libremente. No era la primera ni la sola vez que se emitian tales quejas y se hacian semejantes declamaciones. Atribuíase la irreverencia del público asistente hácia los diputados, por unos al calor con que en algunas sesiones solian tratarse ellos mismos entre sí, en lo cual habia algo de verdad; por otros á la facilidad con que en escritos como El Filósofo rancio y otros que se publicaban, se calificaba á los diputados de ateistas ó de impíos: lo cual á su vez dió ocasion á que muchas veces en las Córtes se lamentára el desenfreno á que tan pronto se habian dejado llevar los escritores públicos. Y era curioso de notar que los mas enemigos de las reformas políticas, los del partido que habia combatido la libertad de la imprenta, eran los que en sus publicaciones se aprovechaban mas de ella para escarnecer las Córtes y ultrajar con dicterios á los diputados de opiniones con

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trarias á las suyas (1) Por eso irritaba tanto la publicacion de escritos injuriosos al Congreso, como los de Lardizabal y Colon, nada menos que ex-regente el uno, decano del Consejo el otro (2).

Uno de los asuntos que se trataron y debatieron con mas interés y empeño en las Córtes en los dos últimos meses de este año (1811), fué el relativo á la mudanza de regentes, por no ser, decian, para el caso los que habia: proposicion que hizo Morales de los Rios, y apoyaban otros, en la ocasion crítica de hallarse el presidente Blake tan ocupado y comprometido como hemos visto en los desgraciados sucesos de Valencia. Dificultaba para algunos esta cuestion la pretension antigua del ministro de Portugal de hacer regente ó poner al frente de la Regencia á la hermana de Fernando VII., la infanta María Carlota, princesa del Brasil; mientras que para el partido anti-liberal de las Córtes era éste un nuevo aliciente ó estímulo para el cambio, y por eso mostraba

(1) Sobre esto pueden verse en Villanueva las sesiones secretas de 1.o de julio, 27 de octuy otras.

bre

(2) El tribunal especial, al cabo de algunos meses que duró el proceso, absolvió á los catorce consejeros á quienes se suponia firmantes de la consulta (29 de mayo, 1812). Mucho mas severo con Lardizabal, aunque no tanto como el fiscal, que pedia para él la pena de muerte, le condenó á expulsion de todos los domi

nios españoles, mandando que los ejemplares del Manifiesto fuesen públicamente quemados por mano del verdugo. Habiendo apelado al Tribunal supremo de Justicia, la sala 2.a revocó la sentencia; pero la 4. la confirmó en virtud de apelacion del fiscal del tribunal especial. En cuanto á Colon, tuvo la fortuna de que la junta suprema de censura absolsolviera su escrito, aunque excediéndose de sus facultades.

empeño en que se hiciese, y en que figurase á la cabeza de la Regencia una persona real. Complicábase además este punto con el de la sucesion á la corona de España, que en aquel tiempo como parte de la Constitucion se estaba tratando tambien en las Córtes, y sobre el cual se agitaban diferentes pretensiones y se movian los diversos bandos políticos que las sostenian.

Dió entonces la princesa misma un paso, en que mostró no poca ligereza, y hubo de hacerla perder mucho en el concepto de los hombres pensadores; cual fué el de escribir á las Córtes una carta, á la que quiso dar el tinte de confidencial, como si confidencias de esta clase pudieran tenerse con un cuerpo tan numeroso y en que habia tantas maneras de pensar. Decimos esto, porque tuvo la candidez de advertir que de esta correspondencia deseaba no tuviese noticia su esposo. La carta tenia por objeto dar una especie de descargo y satisfaccion á la nacion española por las quejas que se tenian de la conducta de la córte del Brasil en los sucesos del Rio de la Plata y de Montevideo, procurando asi congraciarse con la representacion nacional. Esta le contestó que para asuntos de esta clase debia dirigirse á la Regencia, á cuyas facultades y atribuciones correspondian. Mezclábase tambien en ello el embajador inglés, entre el cual y la actual Regencia mediaban desavenencias graves. La discusion fué larga y reñida.

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