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descubrimiento del Río de las Amazonas, ordenaron aquellos Señores que en compañía del Capitán Felipe Machacón, Teniente General de la Provincia de los Cosanes, fueran cinco Religiosos á fundar un Pueblo en la Provincia de los Abixitas, en cumplimiento de lo qual, el año de nuestra salud de mil y seiscientos y treinta y cinco á veinte y nueve de diziembre, día de Santo Tomás Canturiense, salieron de la Ciudad de Quito cinco Religiosos que fueron Frai Juan Calderón, Comisario, Frai Lauriano de la Cruz, Frai Domingo Brieva, Fr. Pedro de la Cruz y Fr. Francisco de Piña; los quales llegaron á S. Pedro de los Cosanes donde estava el sobredicho Capitán, y allí embarcados en Aguarico, á diez días de navegación, subieron al Río de las Amazonas. Y sabiendo en el camino que la Provincia de los Abixiras no estava bien dispuesta, ni el Capitán tenía soldados, ni orden para poblarla; y que Frai Pedro Pecador havía dexado de paz los Indios Encabellados, Determinó el P. Comisario F. Juan Calderón, dexar aquella derrota dudosa y entrarse en esta de los Encabellados, que estava segura. Ansí lo hizo, donde estuvieron por espacio de tres meses y medio solos los Religiosos, porque no quisieron llevar en su compañía soldado alguno (ojalá después no hubieran entrado) que solo sirvieron de inquietarla. El caso fué que al cabo de tres meses y medio llegaron Fr. Pedro Pecador y Fr. Andrés de Toledo, con los treinta soldados que les avía dado la Audiencia, para poblar en aquella Provincia de los Encabellados. Ansí lo hizieron Religiosos y soldados, tomando posesión de aquella provincia en nombre de su Magestad, con todas las ceremonias y circunstancias que se acostumbran, poniendo por nombre al pueblo la Ciudad de San Diego de Alcalá de los Encabellados. Contentos y muy consolados en el Señor se hallavan en esta Provincia los cinco Religiosos, y dos Donados, Catequizando á unos, y Baptizando á otros, de modo que ya sabían muchos el Padre Nuestro y casi todos persinarse y dezir Alabado sea el Santísimo Sa cramento, que con esta salutación del Cielo recibieron después á los Portugueses en la ocasión que adelante se dirá. Los Indios querían y estimavan á los Religiosos, y aunque

fuese por fuerza los llevavan á sus casas y regalavan con mucho cariño. Sucedió en este tiempo otra no menor contradición del demonio para impedir los frutos que tanto le lastimaban, y fué: Que el Capitán Juan de Palacios maltrató á un Indio principal, el qual, ofendido convocó á los demás y todos vinierou sobre los Españoles con las armas en las manos. El Capitán más imprudente que valiente se avalanzó á ellos con espada y rodela, pero en breve le quitaron la vida y á nosotros la esperanza de poder pasar adelante en aquella Conversión. Y aunque con la muerte del Capitán cesó por entonces la furia de los Indios, pero quedaron tan temerosos y acovardados nuestros soldados, que luego trataron de desamparar la tierra, pareciéndoles, y no mal, que aviendo una vez perdido aquellos bárbaros el respeto á los Españoles y muerto su cabeza, no tenían ellos segura la suya.

Mucho sintieron nuestros Religiosos esta resuelta determinación, y los que más mal la llevaron fueron Fr. Domingo Brieva y Fr. Martín de Toledo, los quales dixeron que las noticias que avía de las dilatadas provincias, diversidad y número de gente que habitaba las orillas de aquel caudaloso río eran grandes, y que no sería bien, que teniendo la ocasión en las manos, la perdiesen; y que ansí ellos dos se determinavan ir el río abaxo, y que hallando ser, como dezia. la fama, bolverían ó avisarían. A todos pareció bien este consejo y así les previnieron una Canoa. Y embarcándose en ella los dos Religiosos, con su exemplo se animarou seis soldados y dixeron que ellos también querían morir en la demanda, y acompañarlos hasta la muerte.

El año pues de nuestra Redención de mil y seiscientos y treinta y seis, á diez y siete de Octubre, víspera del Bienaventurado Evangelista S. Lucas, comenzaron su viaje los dos Religiosos y seis soldados, tan desprevenidos de todas las cosas desta vida, que sólo llevava cada uno para el sustento de viaje tan dilatado é incierto, un puñado escaso de maíz, cumpliendo ansí la Letra del Evangelio y consejos de Christo Nuestro Redentor, que se cantan aquel día, que por parecerme fué misteriosa profecía, me pareció poner

las: "Et misit illos binos ante faciem suam, in omnem civitatem et locum; quò erat ipse venturus, et dicebat illis: Messis quidem multa, operarii autem pauci. Rogate ergo Deminnum messis ut mitat operarios in messem suam. Ite: ecce ego mitto vos sicut agnos inter lupos. Nolite portare sacenlum, neque peram, neque calceamenta; et neminem per viam saluta veritis in quamcumque domum intraveritis, primum dicite: Pax huic domui, et si ibi fuerit filius pacis requiescet super illum pax vestra, sin autem, ad vos revertetur. In eadem autem domo manete, edentes et viventes quæ apud illos sunt: dignus est enin operarius mercede sua.”

Cumplió Dios su palabra, pues en todo el viaje no les faltó el sustento ni lo necesario, antes les sobravan los mantenimientos con abundancia increible. Y alguna vez que no conociendo la tierra, cogieron del monte algunas yucas sil vestres, siendo ansí que eran venenosas, y tales que los naturales que las comen, revientan, como después se supo por cosa averiguada, los Religiosos y los soldados las comieron sin recibir lesión alguna.

Y para que se eche de ver quan milagrosamente los iba Dios sustentando y defendiendo, y quan agradable le era el descubrimiento que estos dos Religiosos Franciscos hazían en su nombre, pondré aquí sólo una maravilla, de las infinitas que su divina Magestad obró, que fué, que abriéndoseles un día la Canoa, y haziendo tanta agua, que la ponía en peligro de anegarse, uno de los Religiosos pasó la mano por encima de la abertura, y luego quedó tan bien ajustada que nunca más por allí entró una sola gota de agua. Desta manera caminaron, durmiendo todas las noches en tierra, tan seguros como si estuvieran en sus Conventos, sin sucederles cosa adversa, sinó todos prósperos, todos felizes. A cinco de Febrero, día de nuestros Santos Mártires del Japón, año de 1637, descubrieron y entraron en la fortaleza del Curupá, estalaje de Portugueses donde estaban para su defensa veinte soldados, y por su Capitán, Juan Pereira de Cáceres. Querer dezir el regocijo y contento que unos y otros recibieron viendo fenecido el descubrimiento que tanto se avía deseado, fuera dilatar mucho esta Relación.

Mandó el Governador que la Canoa la sacasen del Rio, y la llevasen á la Iglesia para perpetua memoria de aquel milagroso descubrimiento; y con ser pequeña, por grandes diligencias que hizieron, y fuerzas que añadieron, no fué posible el sacarla del agua. Viendo esta maravilla, determinó el Capitán, que llevasen la dicha Canoa á una isla que estava enfrente del pueblo; pero sucedió otra mayor, pues con echarle veinte remeros, como si fuera una peña nacida en el agua, ó un encumbrado monte, no la pudieron menear; y ansí la dexaron en el mismo paraxe donde ella varó con los Religiosos.

De allí pasaron en otra Canoa á la Ciudad del Gran Pará, dándoles el Capitán codo el avío necesario, y de allí los llevaron á la Ciudad de San Luis de el Marañón, donde fueron recibidos del Capitán y Governador Iacome Raymundo de Noroña, y de toda la Ciudad, con grandes regocijos y fiestas. Luego trató el sobredicho Governador, en virtud de Cédulas Reales que tenía, en que le mandaba apretadamente el Rey Nuestro Señor, tratase de aquel descubrimiento del Río de las Amazonas á que él ni sus antecesores no se avían atrevido por muchos inconvenientes, y dificultades que se dirán adelante. Mas ahora viendo el camino abierto, con toda presteza y diligencia se aprestó para la jornada embiando al hermano Frai Andrés de Toledo á los Reynos de España con los papeles y relaciones auténticas, de que dos Religiosos de San Francisco, y seis soldados avían descubierto el gran río de las Amazonas y que él se quedava aprestando para entrar por él. El dicho Religioso Frai Andrés de Toledo llegó á Lisboa, presentó sus papeles en el Consejo, hizo sus diligencias, habló á la Señora Infanta; y mientras venía el informe del Governador, se vino á la Ciudad de Salamanca donde al presente está,

DESCUBRIMIENTO CUARTO QUE HIZIERON DEL RÍO DE LAS AMAZONAS, DOS RELIGIOSOS DE NUESTRO PADRE SAN FRANCISCO, EL UNO DE LA PROVINCIA DE QUITO, Y EL OTRO DE LA RÁUIDA, EL AÑO DE MIL Y SEISCIENTOS Y TREINTA Y OCHO.

Despachado el Hermano Fray Andrés de Toledo á los Reynos de España, con la relación cierta y verdadera de lo sucedido por mandato del Governador Iacome Reymundo de Noroña, se quedó Frai Domingo Brieva para que fuese el Colón y piloto del descubrimiento, que en nombre de su Magestad intentava hazer, para lo qual tuvo algunas contradicciones, si bien todas las venció la persuación y eficacia que en ella puso el Padre Frai Luis de la Asunción Religioso de Nuestro Padre San Francisco y Comisario de aquellas partes; tanto fué esto que después confesaba el mismo Governador, que si no fuera por los buenos consejos y ánimo que le infundió aquel Padre, no hubiera intentado el descubrimiento, para que se vea que de todas maneras ayudaba Nuestra Seráfica Religión.

Aprestadas con brevedad quarenta canoas, y entrando en ellas setenta soldados y mil y ducientos Indios naturales de la tierra, con todos los pertechos que pudo aver para tan penoso y largo viaje, Nombró por General de toda la Armada al Capitán Pedro de Texeira, hombre alentado, de sana y buena intención, y por Capellán al Padre Frai Agustino de las Chagas, Religioso de Nuestro Padre San Francisco de nación Portugués, y Presidente del Convento de San Antonio de Pará. Y para que se vea más clara la verdad de lo que he dicho y falta por dezir acerca de que Nuestros Frailes fueron los que descubrieron y han hecho fácil la navegación de todo este Río en estos tiempos; y que á éllos se les deve la gloria, pues solos éllos pasaron los trabajos, Diré lo que hizo el Governador Iacome Rey mundo de Noroña y fué: Que ansí en los papeles auténticos que despachó á estos Reynos de España, como en los que embió á la Real Audiencia de Quito, á que me remito, nunca llamó á este Río el río Marañón, ó el río de las Amazonas, sino el gran

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