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observaron en Arequipa unos vientos Sures muy calientes y sumamente fétidos que desde luego dieron ocasión á los mas advertidos, para temer funestas consecuencias. La pesadez y crasitud del viento corrompió la Atmósfera y a poco tiempo se sintió el contagio de la peste, cuyos progresos fueron rapidísimos, pues á últimos del mes de Septiembre á penas quedó sugeto grande ó chico en la ciudad y sus contornos que no se sintiese tocado del mal”.

"Las calles y plazas quedaron desiertas, siendo raras las personas que se veían andar por ellas".

"Faltaron las provisiones, pues ni había quien las trajese á vender, ni quien pudiese ir á comprarlas, y en este conflicto faltó la regular asistencia y subsistencia".

"El mal consistia en una gran pesadez y desvanecimiento de cabeza; debilidad de todos los sentidos; el cuerpo dolorido indistintamente en todas sus partes, laxitud general; sordera con un total abatimiento é inapetencia; sangre por boca y narices, y calentura".

"Los que padecían males habituales, particularmente del pecho, morían al instante; y lo mismo sucedió á los que, por consejo de médicos, usaron de sangrías. Los bien complexionados hallaron alivio, usando de sudoríficos y de mucho abrigo para mover la traspiración”.

"Las convalecencias fueron sumamente trabajosas y muy largas; porque los cuerpos quedaron débiles, la vista turbada, el aspecto y el ánimo abatido; necesitando de mucho tiempo para disipar las reliquias del accidente".

"Quedó desierta la mayor parte de la ciudad; siendo tantos los muertos, que no cabiendo en las iglesias y cementerios, se tomó la providencia de hacer unos carretones, para trasportar los cuerpos al campo, en donde se les daba sepultura, en unos grandes sanjones que se mandaron abrir para el efecto. Las casas de la ciudad estaban por la mayor parte abiertas, y muchas enteramente desamparadas, sin que nadie hiciese caso de los ajuares y muebles".

"Aun fueron mayores sin comparación los estragos en los Valles y Pueblos circunvecinos á la ciudad; y sobre todo en la quebrada de Puquina, que quedó enteramente asolada”.

"En mi Historia general de Arequipa se habla con mas extension de ese fatal azote, con todas las circunstancias capaces de llenar la curiosidad del lector".

"El Obispo de Arequipa Otárola socorrió á los pobres con toda su renta con los préstamos que obtuvo, y aun llegó á vender sus muebles y pectoral "para el remedio de las necesidades comunes" (44)

Echeverría dice: que murieron con la epidemia en Arequipa un tercio de españoles, y dos tercios de indios; y añade:

"El mal consistía en una gran pesadez, cargazón y des vanecimiento de cabeza, desmayo de los sentidos y dolor que se aumentaba por instantes en todo el cuerpo. Se seguian la laxitud de los nervios y glándulas con gran inapetencia; la calentura y efusión de sangre por boca y narices al impulso y movimiento de un estornudo.-Comenzó por el mes de julio, notándose unos vientos sud-oeste corrompidos, que ventilaron con alteración en los humores y masa de la sangre. En la ciudad (Arequipa) no quedó persona pequeña ó grandə que no se sientiera herida y tocada del mal .....sólo escaparon los que se acogieron á los sudoríficos y á la traspiración”.

Hablando del obispo Otárola escribe mi recordado amigo el doctor Cateriano:

"Hallábase visitando la provincia del Collaguas, cuando invadió á Arequipa la epidemia asoladora de 1719, en la que perecieron, entre españoles y naturales, únicamente en la diócesis, más de la tercera parte de sus habitantes Con sistió la peste en una especie de catarro y un flujo de sangre por las narices" (45).

En los Anales del Cusco se hace la historia de la epidemnia que principió allí en abril de 1720; que se dice sentida en Buenos Aires desde 1719, y en las provincias del l'erú mas allá de Huamanga: no habiéndose visto en el Cusco peste semejante desde 1589; y siendo esta mayor, pues morían

(44) Revista Católica de Arequipa: n° 39, del 15 de junio de 1878. (45) Memorias de los Ilmos. SS. Obispos de Arequipa: pág. 160.

en gran número de todas edades y sexos; y principalmente indios, cuyas casas y pueblos quedaron asolados.

Se computan los muertos en la ciudad del Cusco en 20,000, y en cerca de 40,000, en las provincias del obispado, entre indios y españoles: 60,000 en todo; aunque otros hacen llegar á 80,000 ese número.

Los síntomas eran: tabardillo al principio de la enferme. dad, con gran dolor al vientre y á la cabeza; con delirio ó vómitos de sangre por boca y narices. Se contagiaban los barberos, asistentes de los enfermos, sepultureros, y hasta los asuos y llamas en que se llevaban los cadáveres en los pueblos y en el campo.

Los muertos llegaron á 100 al día en la referida ciudad; siendo mayor la mortandad el 6, 10 y 15 de agosto y 2 de setiembre. El 10 de agosto subieron hasta 700 los muertos.

Faltaba sitio en las iglesias y atrios de ellas para el sepelio de los cadáveres; y hubo que formar nuevos cementerios, enterrarlos en zanjas, y aun abandonarlos á los animales en algunos lugares.

1723

Con motivo de la sequía y esterilidad del campo, y de la peste que entonces se experimentaba en Lima y pueblos convecinos, el Alcalde ordinario de la ciudad, don Juan de Aliaga, pidió al Cabildo eclesiástico se hiciese, en julio de 1723, una procesión de la Virgen del Rosario y santa Rosa, y un novenario, para implorar la divina clemencia. Accedió el Cabildo, dejando los gastos á discreción del comercio; orde nando concurriese el clero secular y órdenes religiosas á las rogativas y á la procesión que se hizo de la iglesia de santo Domingo á la catedral.

1730

Desde principios de setiembre de este año, durante poco más de dos meses, hubo en el Cusco una epidemia benigna de sarampión; se levantaban ronchas menudísimas á manera

de barros; á las que, por no ser formal especie de herpes, se les llamaba comunmente alfombrilla (46).

Al tratar de los sucesos de este año dice Córdova Urrutia, en sus Tres épocas del Perú: “Empezó á conocerse en la costa la enfermedad del vómito negro, la que se experimentó en los navíos guardacostas, al mando del general don Domingo Justiniani".

1742

En el invierno, que fue muy crudo, de este año, los frios ocasionaron Constipaciones y Fluxiones en Lima; de las que murió mucha gente, de modo que parecía contagio (47).

1746

En mi Sinopsis de temblores y volcanes del Perú (48) escribí: "Murieron en Lima, después del terremoto (del 28 de octubre), más de dos mil personas, por la epidemia de tabardillos, dolores pleuríticos, profluvios de vientre y hepáticos; enfermedades que también se experimentaron después del gran temblor de 1687; habiéndose notado en otros paí ses, en caso indéntico, la misma plaga".

El antiguo Mercurio Peruano dice: "El horrible terremoto y ruina que padeció esta capital la noche del dia 28 de octubre de aquel año (1746), y las epidemias que subsiguieron en los tiempos inmediatos, disminuyeron el gentío en seis ú ocho mil individuos" (49).

En los Anales del Cusco se dice, con referencia á cartas recibidas allí en junio del 47: “que había sobrevenido una fuerte epidemia en Lima, donde han perecido muchos; que sólo de mortajas se han vendido en el Convento de San Fran cisco más de ocho mil (que puede ser ponderación). Así hacen de cuenta que son de doce á catorce mil los muertos" (50).

(46) Anales del Cusco⋅ pág. 280.

(47) Viaje á la América Meridional, por Juan y Ulloa: t. III, pág. 86. (48) Página 18

(49) N°. 90. del 3 de febrero de 1791: t. 1o, pág. 93.

(50) Página 415.

1749

Se propagó en Lima una epidemia, tan violenta y general, que hizo que el Ayuntamiento, oídos antes el Protomédico y cuerpo médico, solicitase del Cabildo elesiástico, en la sede vacante, se dispensase al pueblo la abstinencia de carnes. Consultados tres teólogos de nota, que opinaron favorablemente, se acordó esa gracia, por el tiempo preciso, el 27 de junio, resolviéndose se hiciesen rogativas y una procesión á Nuestra señora del Rosario y á san Roque, y que en ella se sacasen las reliquias de santa Rosa.

El 17 de julio había ya disminuido la epidemia; al punto que el Procurador de la ciudad, don Manuel de Silva y de la Vanda, lo hizo presente al Cabildo eclesiástico, para que se suspendiese, por innesesario, el privilegio concedido de comer carne en los días de abstinencia.

Este año fué la cuarta y terrible peste de viruelas en el Ecuador de que hace memoria el Padre Velasco; la que principió en Archidona y se propagó en la misión alta del río Napo (51).

1750

Cuenta Córdova Urrutia: que este año "hubo una gran epidemia en la sierra que hizo terribles estragos; y que, habiéndose conocido ser el aguardiente lo que la hacía mortal, se prohibió introducirlo en ella".

Mendiburu repite lo mismo, sin añadir dato alguno(52).

1756

Este año hubo en la Montaña de Mainas una otra peste de viruelas, llevada de Jaen (53).

(51) Historia del Reino de Quito Edición de Quito de 1842: t. III,pág. 246.

(52) Diccionario hist. biográf.: t. V. pág. 190.

(53) Velasco: loco cit,

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