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Para dar esta obra lo mas conforme que ser pudiese al original de su autor, se ha cotejado con varios manuscritos, unos de su tiempo, y otros muy cercanos, por donde se ha corregido de los innumerables errores que tenia en las otras dos ediciones. El que principalmente ha servido, y por donde se han corregido muchos lugares, es uno que en lo correcto se aventaja á todos los demas, propio del Ilustrísimo Señor Don Miguel María de Nava, del Supremo Consejo y Cámara de Su Magestad, que se conserva en su preciosa y selecta librería. Otro manuscrito se ha tenido presente, que es del Señor Marqués de Alcántara, tambien bastante antiguo, aunque incompleto; otro algo mas moderno de la Biblioteca del Escorial, y uno del mismo impresor Monfort, que es el de mayor antigüedad. Este cotejo se debe al cuidado y diligencia del Señor Don Vicente Blasco, Maestro de los Serenísimos Señores Infantes, y Canónigo electo de Valencia, que se ha tomado el penoso trabajo de cotejar los ejemplares impresos con los manuscritos ya citados, y con prolija puntualidad, apuntar las varias lecciones, corrigiendo por los unos lo que faltaba á los otros, hasta dejar la obra en el estado que se imprime, sin perdonar trabajo ni fatiga para contribuir à la perfeccion della y á los deseos y esperanzas del público. Tambien se han puesto algunas notas, pero pocas y breves, y á mi entender necesarias, ó para corregir, ó para ilustrar, ó para añadir algun suceso muy notable. Los autores de donde las he sacado son todos contemporáneos á los Reyes Católicos, ó bien otros que por su oficio ó proporcion tuvieron á mano las noticias originales. Lo que me ha servido mucho para dicha ilustracion es el Memorial ó Registro de las Jornadas de los Reyes Católicos, del Doctor Lorenzo Galindez de Carvajal, de quien ya se habló en el Prólogo á la Crónica de Don Juan Segundo: obra manuscrita, pero muy puntual y exacta, porque su autor se halló presente á los mas de los sucesos que escribe y los anterio⚫res sacó de un Sumario que estaba en el cuarto de la Reyna Católica. Tambien se ha tenido presente la Historia manuscrita de estos Reyes que escribió el Cura de los Palacios Andres. Bernaldez, de la cual he disfrutado un ejemplar que fué de Rodrigo Caro, anotado en algunas partes, y rubricado al principio de su mano; autor de mucho crédito, aunque algo sospechoso en las cosas del Marqués de Cádiz que trata con sobrada aficion. Las Epístolas del Protonotario Pedro Mártyr de Angleria, que contienen en breve casi toda la historia de aquel tiempo, me han sido de muy particular uso, y asimismo los Anales de Jerónimo Zurita, á quien por su puntualidad se debe un lugar muy distinguido entre los Historiadores de España.

Ya se hallaba muy adelante la impresion de esta obra, cuando me ocurrió el pensamiento de continuarla escribiendo con brevedad, y á modo de Comentarios los veinte y cuatro años que faltan hasta la muerte del Rey: aquellos años felices en que la Monarquía Española con tantas y tan ilustres conquistas, dentro y fuera, fué arraigando su poder y echando los fundamentos de la grandeza que ahora tiene. La sobrada prolijidad con que trata estas cosas el cronista Zurita, me hicieron pensar en la necesidad de esta obra, que creí pudiera servir de continuacion á la Crónica ; pero el deseo de publicarla luego porque el público la esperaria con ansia, y otros incidentes no previstos, me han obligado á dilatar la ejecucion de este pensamiento, aunque no lo he abandonado.

La ortografía de la Crónica es la misma de sus originales en cuanto es inseparable del lenguaje antiguo en que escribia su autor: en lo demas se ha seguido exactamente la de la Real Academia Española. Las correcciones se han puesto en el cuerpo de la obra por no abultarla con varias lecciones, poniendo los textos conforme al original mas correcto, y donde habia diversidad notable se ha notado al pié para mayor ilustracion; el órden, y número de los capítulos, que tambien iba errado en los impresos, se ha corregido conforme al que llevaban uniformemente los manuscritos. En fin, no se ha omitido diligencia ni cuidado que pudiera contribuir á la perfeccion de esta obra: si este leve trabajo no fuere absolutamente despreciado de los doctos, habré logrado bastante, y esto me alentará à dedicar de hoy en adelante mis tareas en obsequio del Público y de la Nacion.

CRÓNICA

DE LOS MUY ALTOS É MUY PODEROSOS

DON FERNANDO É DOÑA ISABEL,

REY É REYNA DE CASTILLA, DE LEON, ETC.

Con el ayuda de Dios é de la Reyna celestial, entendemos escrebir la Crónica de la muy alta é muy excelente Princesa Doña Isabel, hija del muy alto é muy poderoso Rey Don Juan el Segundo de Castilla é de Leon. En la qual se verá como por la gracia de Dios subcedió por Reyna en los Reynos del Rey su padre, é casó con el Príncipe Don Fernando hijo heredero del Rey Don Juan de Aragon é de Sicilia: el qual ansimesmo subcedió por Rey en aquellos Reynos, é juntos en inatrimonio reynaron en toda la mayor parte de las Españas. E porque la Historia es luz de la verdad, testigo del tiempo, maestra y exemplo de la vida, mostradora de la antigüedad; recontarémos, mediante la voluntad de Dios, la verdad de las cosas, en las quales verán los que esta historia ley eren, la utilidad que trae á los presentes saber los hechos pasados, que nos muestran en el discurso desta vida lo que debemos saber para lo seguir, é lo que debemos huir para lo aborrecer. Otrosí harémos memoria de aquellos que por sus virtuosos trabajos merecieron haber loable fama, de la qual es razon que gocen sus descendientes.

CAPÍTULO PRIMERO.

De la generacion del Rey Don Juan, como fué jurado por Principe é alzado por Rey el Infante Don Alonso.

E para mejor informacion de los que esta Crónica leyeren, es de saber que el Rey de Castilla Don Juan el Segundo, padre desta Princesa, casó dos veces: una con la Reyna Doña María, hija del Rey Don Fernando de Aragon su tio, de la qual ovo un hijo, que subcedió por Rey en estos Reynos, é se llamó el Rey Don Enrique Quarto. Muerta aquella Reyna Doña María, casó con la Reyna Doña Isabel, hija del Infante Don Juan, que fué hijo del Rey Don Juan de Portogal, de quien ovo primero esta Princesa, é despues ovo un hijo que llamaron el Infante Don Alonso. Muerto el Rey Don Juan, la Reyna Doña Isabel su muger, madre desta Princesa, sintió tan grande dolor por la muerte del Rey

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su marido, que cayó en enfermedad tan grave é larga de que no pudo convalecer. Este Rey Don Enrique Quarto, hijo del Rey Don Juan, luego que muerto el Rey su padre reynó, casó dos veces: una con la Princesa Doña Blanca, hija del Rey Don Juan de Navarra su tio, que fué despues Rey de Aragon con la qual seyendo Príncipe estovo casado por espacio de trece años, durante los quales no ovo á ella allegamiento de varon. E por esta causa ovieron tan gran desacuerdo, que fue hecho por el Papa divorcio entre ellos; porque fué alegado por ella, que él era inhábil para engendrar, é por parte dél se alegaba que el defeto de la generacion era en ella, é no en él. Hecho este divorcio, tomó por muá la Reyna Doña Juana hija del Rey de Portogal. E porque en las esperiencias que deste Rey Don Enrique se ovieron, fué hallado impotente para engendrar, los Perlados é grandes señores del Reyno, é comunmente todos los tres estados dél, conociendo este su defecto, tenian á su hermano el Infante Don Alonso hermano desta Princesa por heredero legítimo de los Reynos de Castilla. Pasados cinco años de su casamiento, la Reyna Doña Juana concibió: del qual concepto todos los del Reyno ovieron grand escándalo, porque segun la impotencia del Rey conocida por muchas esperiencias, creian que lo concebido por la Reyna, era de otro varon é no del Rey, é afirmaban que era de uno de sus privados, que se llamaba Don Beltran de la Cueva, Duque de Alburquerque, á quien el Rey amaba mucho. E por consejo de algunos que eran cerca del Rey, estos dos Infantes Don Alonso é Doña Isabel sus hermanos fueron tomados de poder de la Reyna su madre, é puestos en gran guarda; porque dellos no se siguiesen al Rey los inconvinientes que la consciencia errada teme que le pueden venir por su yerro, que siempre le acusa. Lo qual sabido por algunos Perlados, é caballeros, é por algunos religiosos de buena intencion, á quien la impotencia del Rey para engendrar era notoria; dellos en persona, dellos por cartas é mensageros, le suplicaron é aun amonestaron, que diese órden como aquel

preñado se encubriese; porque segun la notoriedad é certidumbre de su impotencia, de lo que pariese la Reyna, se siguiria á él disfamia, é al Reyno grande escándalo. El Rey veyéndose por estonces muy poderoso de gentes é rico de tesoros, queriendo encubrir el defecto natural que tenia para engendrar, no quiso dar orejas á las amonestaciones é suplicaciones que sobre esto le fueron, é publicó el preñado de la Reyna ser suyo (1). Esta Reyna parió una hija que llamaron Doña Juana: á la qual el Rey hizo que los Grandes del Reyno é las cibdades é villas dél, traidos por diversas maneras, unos por miedo, é otros por interese, jurasen por Princesa heredera destos Reynos para despues de sus dias. Del qual juramento algunos Perlados é grandes señores é caballeros del Reyno reclamaron secretamente, diciendo haberlo hecho por temor del poder grande que el Rey por estonces tenia. Los quales é otros algunos dende á pocos dias rebelaron contra el Rey, é le embiaron á decir que no consintirian que aquella Doña Juana oviese la subcesion del Reyno, pues eran ciertos que no era su hija. E demandáronle, que jurase por legítimo subcesor del Reyno para despues de sus dias al Infante Don Alonso su hermano, no embargante el juramento que constreñidos por fuerza, habian fecho á aquella Doña Juana, que decian ser su hija. El Rey considerando que todos los del Reyno querian que el Infante su hermano, por ser hijo cierto del Rey Don Juan, oviese la subcesion del Reyno, otorgólo é intitulóle Príncipe heredero de Castilla é de Leon. Despues de pocos dias pasados se juntaron Don Alonso Carrillo, Arzobispo de Toledo, é Don Fadrique, Almirante mayor de Castilla, é Don Juan Pacheco, Marques de Villena, que fué despues Maestre de Santiago, é Don Pedro Giron, su hermano, Maestre de Calatrava, é Don Gomez de Cáceres, Maestre de Alcántara, é Don Alvaro de Estúñiga, Conde de Plasencia, que fué despues Duque de Arévalo, é Don Rodrigo Alonso Pimentel, Conde de Benavente, é Don Rodrigo Manrique, Conde de Paredes, é Don Gabriel Manrique, Conde de Osorno, Comendador mayor de Castilla, é otros Caballeros é Perlados del Reyno. E por algunos descontentamientos que ovieron del Rey Don Eurique, publicaron dél muchos defetos, por los quales dixeron que era inhábile para reynar. E tomaron aquel Príncipe Don Alonso, que era de edad de once años, y haciendo division en Castilla le alzaron por Rey del Reyno en la cibdad de Avila, en el mes de Junio (2)

(1) Nació la Infanta Doña Juana llamada comunmente la Beltraneja, porque las gentes decian que era hija de Don Beltran de la Cueva, que despues fué Duque de Alburquerque, á principios del año 1462.

(2) Este memorable suceso, que vuelve despues á apuntar en el cap. 4, sucedió en Miércoles cinco de Junio, y es uno de los mas singulares que se leerán en las historias. Los Caballeros que aquí nombra y otros que acaso calla por respetos particulares formaron un teatro en una llanura cerca de Avila, donde colocaron la estatua del Rey coronada y cubierta de luto, sentada en una silla con todas las insignias reales. Luego leyeron un manifiesto en que señaladamente le acusaban de cuatro cosas: por la primera (decian) merecia perder la dignidad Real, y entonces el Ar

año del Señor de mil y quatrocientos y sesenta y cinco años. Para hacer esta division fueron requeridos Don Diego Hurtado de Mendoza, Marques de Santillana, Conde del Real de Manzanares, que fué despues Duque del Infantadgo, y Don Pero Fernandez de Velasco, Conde de Haro, y Don Garci Alvarez de Toledo, Conde de Alva, que fué despues Duque de Alva, y Don Pero Alvarez de Osorio, Marques de Astorga, y Don Pero Manrique, Conde de Treviño, que fué despues Duque de Nájara, y Don Iñigo Lopez de Mendoza, Conde de Tendilla, y Don Lorenzo Suarez de Mendoza, Conde de Coruña, su hermano, y Don Pero Gonzalez de Mendoza, Obispo de Calahorra, que fué despues Cardenal de España y Arzobispo de Toledo y Obispo de Sigüenza, y otros Caballeros. Los quales, considerando los comunes daños que en los Reynos divisos se siguen, dudaban ser en ella, especialmente creyendo que aquellos caballeros lo hacian por su interese particular, y no por la buena gobernacion general que publicaban. Y sobre esto hubieron algunos consejos para se determinar mejor en lo que segun Dios y razon debian seguir: y porque conocian de aquel Obispo de Calahorra ser hombre letrado, generoso, y de buen entendimiento, quisieron oir su voto, el qual les dixo: «Notorio es, Señores, que todo el Reyno es habido por un cuerpo, del qual tenemos el Rey ser la cabeza; la qual si por alguna inhabilidad es enferma, pareceria mejor consejo poner las melecinas que la razon quiere, que quitar la cabeza que la natura defiende. Especialmente debemos considerar, que por razon ni por justicia podemos quitar el titulo que nos dimos, ni privar de su dignidad al que reyna por derecha subcesion; porque si los Reyes son ungidos por Dios en las tierras, no se debe creer que sean subjetos al juicio humano los que son puestos por la voluntad divina. La Sacra Escriptura espresamente defiende rebelar, y manda obedecer á los reyes, aunque sean indotos; porque sin comparacion son mayores las destruiciones que padecen los reynos divisos, que las que se sufren del rey inhábil. Y por eso los varones notables, conformándose con los mandamientos divinos, deben huir de toda division, y seyendo leales á su Rey, pugnar por el sosiego de su propria tierra, donde hubieron el nutrimento; porque si rehusan de lo haber, allende de ser ingratos á la tierra que los crió, necesario les será si ella padece, padecer jun

zobispo de Toledo le quitó la corona de la cabeza; por la segunda merecia perder la administracion de justicia, y el Conde de Plasencia le quitó el estoque; por la tercera merecia perder el gobierno del Reyno, y el Conde de Benavente le quitó el baston que tenia en la mano; y por la última merecia perder el trono y reverencia real, y Diego Lopez de Zúñiga le derribó con ignominia del trono. Hecho esto, los Grandes, que ya habian conducido á aquel parage al Infante Don Alonso, le colocaron en el trono real, y en altas voces aclamaron: Castilla, Castilla por el Rey Don Alonso, ceremonia usada en las proclamaciones de los Reyes, y que fué seguida de las demás acostumbradas en iguales casos. A esta espantosa escena se siguieron todos los horrores de las guer ras civiles que hicieron funestos estragos en Castilla. Refiere este hecho puntualmente Enriq. del Castillo, Crón. MS. de Don Enri que IV, cap. 74. Mariana, lib. 23, cap. 9.

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tamente con ella; y por tanto es mejor trabajar por la paz de los muchos, que caer con el mal de todos. Otrosi debemos considerar, que si los Caballeros y Perlados que se mueven á hacer tan gran novedad, hubiesen intencion recta para la hacer, seria buen consejo que nos juntásemos con ellos, no á hacer la division que hacen, mas á la buena gobernacion que se debe hacer. Pero pues vemos que para proveer á la mala gobernacion del Rey Don Enrique, que publican, quieren hacer buena la del Príncipe Don Alonso, seyendo mozo de once años, manifiesto parece, no seyendo aquella edad capaz para gobernar, que no por el bien general que publican, mas por su interese particular que desean, quieren apropiar á sí esta gobernacion, no mirando que do quier que muchos quieren mandar, dificil es guardar verdadera conformidad. Así que, Señores, si aquellos Caballeros y Perlados se quieren partir de la division que han hecho, cosa justa es que os junteis con ellos : y por via jurídica, como hombres temerosos de Dios, leales á su Rey, y zeladores del bien de su tierra, proveais á la buena gobernacion del Reyno, como aquellos que viven vida á placer del que da la vida, sin el qual ningun consejo, ningun uso, ninguna dotrina vale, instruye, ni aprovecha. Y si todavía quisieren insistir en la division que han principiado, mi parecer es, que nos apartemos de hombres scismáticos, que mas parece que se oponen á impedir la razon que á evitar el escándalo.» Oidas estas razones que el Obispo dixo, todos aquellos caballeros y otros parientes y parciales se determinaron á sostener la parte del Rey Don Enrique, y no ser en la division del Reyno, que aquellos otros caballeros hicieron; y pelearon unos contra otros en la batalla real que se ovo cerca de la villa de Olmedo (1), donde fueron vencidos los del Rey Don Alonso. El qual vivió en aquella division tres años con título de Rey, en poder de aquellos Perlados y caballeros; y luego murió de pestilencia en Cardeñosa, aldea de la cibdad de Avila (2), estando con él el Arzobispo de Toledo, y Don Juan Pacheco, que era ya Maestre de Santiago, y el Conde de Plasencia, y el Conde de Benavente, y otros algunos de los caballeros y Perlados que le habian alzado por Rey, segun que en la Crónica del Rey Don Enrique mas por extenso se recuenta.

(1) Esta batalla fué Jueves veinte de Agosto, dia de San Bernardo de 1467. Fueron desbaratados los del Rey Don Alonso, el Arzobispo de Toledo herido en un brazo, tomado el pendon real y presos el Conde de Luna, el Conde de Alva, Pedro de Fontiveros y algunas otros Señores principales. El Rey Don Enrique, creyendo ser perdida la batalla, se retiró á una aldea vecina, de donde no salió hasta que le halló allí triste y confuso el mismo Cronista que lo refiere y le dió la nueva del vencimiento. Enrique, Cròn. de Enriq. IV, cap. 96.

(2) Mártes en la noche á cinco de Julio de 1468. El Cronista de Enrique IV nota que tres dias antes se habia esparcido la nueva de su muerte por todas las ciudades del Reyno. Tal vez en eso debió fundarse la opinion de los que dijeron que habia muerto de veneno, y aun Alonso de Palencia asegura que se lo hizo dar el Marques de Villena. Otros con Pulgar atribuyen su muerte á la pestilencia que reynaba en aquellos lugares. Enriq. del Castillo, Cron, de Enriq. IV, cap. 112. Mariana, lib. 23, cap. 11.

CAPÍTULO II.

Como la Princesa fué jurada por subcesora del Reyno en los Toros de Guisando, y la concordia que hizo con el Rey Don Enrique.

Veyéndose desamparados estos Perlados y caballeros por la muerte del Rey Don Alonso que habian tomado, y enemistados con el Rey Don Eurique su hermano, que habian dexado, estaban en gran temor, recelando la indinacion del Rey, á quien por cartas y por palabras, durante la division, habian torpemente injuriado; y no hallaban otro remedio para su defensa, sino continuar la scisma que habian comenzado en el Reyno, alzando en él por Reyna á esta Princesa Doña Isabel en lugar de su hermano; porque con ella, por ser persona real, y legítima subcesora del Reyno, pudiesen mejor defender sus personas y estado de los males que rescelaban rescebir del Rey Don Enrique, por lo que contra él habian cometido, y quisieran luego ponerlo en obra. Y suplicaron á la Princesa que estaba con ellos en la cibdad de Avila, que tomase título de Reyna de Castilla y de Leon, segun lo tenia el Rey Don Alonso su hermano, pues le pertenecia de derecho; y que todos los Caballeros y Perlados, y las cibdades y villas que estaban por él, estarian á la obediencia della, y el Rey Don Enrique no habria lugar de dar la subcesion del Reyno á aquella Doña Juana que decia ser su hija. La Princesa, á quien no habia placido la division pasada, por las destruiciones y tiranías que de contino veia crecer en el Reyno, deliberó de no tomar título de Reyna en vida del Rey su hermano, y de se conformar con él, si quitos los escándalos, le jurase para despues de sus dias la subcesion del Reyno que le pertenecia, segun habia hecho al Principe Don Alonso su hermano. Con esta voluntad de la Princesa se conformó Don Juan Pacheco, Maestre de Santiago, el qual mostraba ser arrepentido de la division pasada, y aun se cree que el pecado de la ingratitud lo acusaba gravemente; porque habiendo seydo criado del Rey Don Enrique, y de quien recibió los bienes y el estado grande que tenia, le habia errado, seyendo principal causa de aquella division pasada; durante la qual habia visto muchas veces su persona y estado y de sus parientes en grandes aventuras y destruicion: y así por esto, como porque sabia bien que el Rey le perdonaria, y allende de le perdonar, estaria á su gobernacion en todas las cosas, tuvo manera que se moviese habla de concordia entre él y la Princesa su hermana; y embiaronle á decir que si su voluntad, quitos todos rigores, le quisiese otorgar la subcesion destos Reynos para despues de sus dias, pues le pertenecia de derecho, ella y los Caballeros y Perlados que con ella estaban, vernian luego á su obediencia, y le servirian; y estando él y ella concordes en la subcesion del Reyno, cesaria la division, y los robos, y tiranias, é otras desobediencias que en él habia, y él en su vida seria único Rey sin contencion. En es

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