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exageradas é inconvenientes. El ministro que ahora era de la Guerra, don Juan de Odonojú, irlandés de orígen como Blake, pasaba por mas desafecto aún que éste al general de quien se trataba, y acaso no era solamente como aquél opuesto á investirle de excesiva autoridad y mando, sino adversario tambien de la persona. La Regencia, con el fin de cortar las resultas ó de descargarse de la responsabilidad de las consecuencias que pudiera traer tan enojosa disputa, sometió el negocio á la deliberacion de las Córtes, que al fin ellas eran las que habian acordado y decretado el nombramiento de Wellington para el empleo y cargo de generalísimo; no aquellas mismas, pero sí las extraordinarias; es decir, derivaba su mando, no solo del poder ejecutivo, sino del legislativo tambien.

Llevada alli la cuestion, produjo muy vivos debates, agriándose mucho en ocasiones, como suele acontecer y es por desgracia muy comun cuando en las cuestiones se mezclan nombres propios, y más cuando el tema principal son personas. Acaso no dejó de contribuir á ello la noticia de la conducta de sus tropas en San Sebastian. Hiciéronlo algunos arma de oposicion contra el gobierno, acriminándole y haciéndole por ello cargos; valiéronse por el contrario otros de la ocasion para ver de privar á Wellington del mando de generalísimo, que nunca habian visto con buenos ojos en manos de un estrangero. Lo vi

drioso mismo de la cuestion hizo que su resolucion se fuese dilatando; cogiéronla todavía indecisa los sucesos que luego sobrevinieron, de los cuales conocemos ya algunos, como fueron las prosperidades militares de Wellington, y otros veremos después; y como á poco saliese del ministerio su principal adversario y sostenedor de la discordia don Juan de Odonojú, ni el general británico ni sus amigos insistieron en su empeño, y quedóse en tal estado una disputa que amenazaba ser orígen fecundo de disgustosas disidencias.

No faltaban ya, y de índole harto repugnante, en el seno de las Córtes y entre los diputados mismos. Hacíanse mas cruda guerra de la que quisiéramos ver jamás en estos cuerpos, donde desearíamos solo la conveniente, razonable y sesuda controversia, los partidos liberal y anti-liberal. Descollaban ahora en el primero, entre los diputados nuevos, don Tomás Isturiz, don José Canga Argüelles, el eclesiástico don Manuel Lopez Cepero, y acaso mas que todos, por su decir fácil, elegante y florido, don Francisco Martinez de la Rosa, que desde entonces ha continuado distinguiéndose siempre por sus conocimientos y amena erudicion en su larga y brillante carrera política, y que al tiempo que esto estampamos preside dignamente el Congreso de los diputados, de que somos el menos digno individuo. Entre los antiguos, aunque llegó en el último tercio de las extraordinarias, se

guia señalándose en el partido liberal don Isidoro Antillon, ya en aquellas por nosotros con elogio mencionado. Las opiniones de este ilustre representante, y sobre todo la fuerza que en el hecho de salir de sus labios adquirian, incomodaron de tal modo al partido opuesto, que cayó en la abominable tentacion de poner asechanzas á su persona y de atentar nada menos que contra su vida. El infernal proyecto se puso en ejecucion, y aunque por fortuna no se consumó del todo, maltratáronle una noche los asesinos, accion que ni siquiera tenia el mérito material de correr algun riesgo, incapaz Antillon de defenderse de una acometida, por ser tan flaco y achacoso de cuerpo como era firme y entero de espíritu. «Precursor indicio, dice hablando de este hecho un escritor, del fin lastimoso y no merecido que habia de caber á este diputado célebre mas adelante, dado que con visos de proceder jurídico ("),»

(4) Fué tan ruidoso aquel escándalo, que creemos verán con gusto nuestros lectores cómo se trató de él en la sesion del Congreso.

Era la del 4 de noviembre, y se comenzó leyendo un ofició del mismo señor Antillon, en que participaba al presidente que la noche anterior, al retirarse del Congreso, y en las cercanías de su casa, habia sido acometido por tres asesinos, recibiendo de uno de ellos dos sablazos, con los que cayó en tierra sin sentido, quedando como muerto: que se hallaba en cama, sin otra lesion

TOMO XXV.

notable que una contusion en la frente, habiéndole preservado el sombrero y cuello de la capa; y lo avisaba para noticia de las Córtes, y que lo tomasen en consideracion. Un grito de general indignacion resonó en el Congreso. El presidente manifestó que desde anoche, sabedor del atentado, habia tomado las providencias que juzgó oportunas. El señor Quartero pidió no se omitiera medio para asegurar la inviolabilidad de los representantes del pueblo español, y evitar que se repitieran escándalos de esta especie. En consecuencia se

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No salieron de estas Córtes, mientras permanecieron en la Isla, medidas de importancia, fuera de las que hemos indicado: parciales las más, la única puede decirse de interés y de carácter general fué el

nombró una comision especial compuesta de los señores Castanedo, Mendiola, Ledesma, Gordoa y Sombiela, para que en la sesion extraordinaria de aquella noche presentára su dictámen sobre tan atroz suceso.

Presentóse en esto el señor Antillon, y tomando la palabra habló sustancialmente en los terminos siguientes: «Señor, vol viendo a presentarme en este augusto Congreso por haberse diguado la Providencia preservar mi vida, reputo como el primero de mis deberes espresar mi gratitud, protestando de nuevo que sacrificaré gustoso mi existencia en favor de la libertad civil y de los derechos de los ciudadanos.»>

En la sesion extraordinaria de la noche se leyó un oficio del secretario de Gracia y Justicia, participando que la Regencia habia ordenado al juez de primera instancia de la Isla de Leon practicára las mas esquisitas diligencias en averiguacion de los autores del crímen, y diera cuenta diaria de lo que adelantase. El señor Capaz propuso se dijera al gobierno que se asignára el premio de ocho mil pesos en el acto mismo, al que descubriera los agresores, y si el delator fuese complice se le concediera su indulto. Contra esta proposicion hablaron con valor varios diputados, y principalmente el señor Martinez de la Rosa, que pronunció estas enérgicas palabras: «<Seamos los representantes de

»esta nacion magnánima el mo»delo exacto de la rigidez de los »principios sancionados: lleve»mos nuestra generosidad al pun»to que piden nuestros deberes, »confundiendo á los enemigos deí »sistema y la Constitucion (auto»res en mi concepto del horrendo >>crímen) con los beneficios de la »Constitucion misma: demos al pueblo el noble ejemplo de que sabemos preferir la observan»cia de las sabias instituciones »á la venganza ó condigna sa

tisfaccion que reclama un aten>>tado enorme, cometido contra »nuestras leyes y sagrada re»presentacion: llene el poder ju»dicial sus atribuciones, y sos»tenga el legislativo su digni

dad.. Lejos de nosotros, seño»res, ese degradante y soez pre»mio à un delator: la nacion li»bre, la nacion sábia, jamás aco»gió delitos: importa menos que

se oculte el crimen en la oscu»ridad, que irle á buscar con los »perfidos lazos de la capciosidad, el espionage, y la recompensa »de un proceder mas horroroso

acaso que el atentado con que » se ha ofendido á la soberanía. »>Estoy seguro de que si nuestro »apreciabilísimo compañero el señor Antillon se hallase entre nosotros, sería el que con ma»yor firmeza so tendria estos »principios: los ha proclamado »constantemente, los abriga_en »>su corazon heróico, y su alma

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elevada es incapaz de desmen>>tir tan dignos sentimientos.....) El señor Cepero demostró que

Reglamento para el gobierno y direccion del establecimiento del Crédito público, creado por las generales y extraordinarias para consolidar y estinguir la deuda nacional reconocida por las mismas por decreto de 3 de setiembre de 1811. Constaba este reglamento de 183 artículos, bien meditados para el objeto. Verdad es que en lo fundamental poco les habian dejado que hacer las constituyentes. Preocupaba á las ordinarias la idea de trasladarse á Madrid. Asi es que otra vez en 22 de octubre decretaron: «que la Regencia del reino avise al Congreso en el momento » que el estado de la salud pública y las precauciones » tomadas por las juntas de Sanidad de los pueblos hagan practicable este tránsito.» Y como por fortuna el mejoramiento de la salud pública coincidiese con los prósperos acontecimientos de la guerra de que hemos hecho relacion, parecia llegado el caso de poderse cumplir aquel deseo, y en la sesion de 26 de noviembre se acordó suspenderlas el 29 para realizar la traslacion á Madrid y continuarlas en es

>>

el atentado se dirigia contra el Congreso, y que el señor Antillon era una víctima que se habia querido inmolar en ódio de sus virtudes y amor á la patria, «De»voren, dijo, los remordimientos »al parricida que alzó su mano contra el mejor de sus amigos, »contra el mas ardiente defensor >>de sus derechos. ¡Insensato! Creyó acaso que acabando con la >>vida del señor Antillon acababa >>con la libertad pública; pero la

»sangre misma de este digno di>putado hubiera producido nue»vos defensores á la libertad!»

Hablaron algunos otros diputados: se desechó la proposicion del señor Capaz, y se aprobó el dictámen de la comision para que los tribunales instruyeran y falláran el proceso sobre tan abominable atentado: el juez pidió permiso para tomar declaraciones á varios diputados y le fué concedido.

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