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ma hora don Juan Alvarez Guerra, don Juan O-Donojú, el conde de Noblejas y su hermano, don Narciso Rubio y otros.

En los dias inmediatos se presentaron espontáneamente los diputados don Jose Zorraquin, y don Nicolas García Page, por haber sabido que los buscaban, y quedaron presos. Fuéronlo asimismo al dia siguiente don Ramon Feliu, y poco despues don Antonio Berrabeu, presbítero, y don Joaquin Maniau, todos tres diputados. A don Juan Nicasio Gallego, prebendado de Murcia, le mandó detener en un convento extramuros de esta ciudad, aquel reverendo obispo luego que llegó á sus manos la famosa «atalaya" de 12 de mayo, de que hablaremos luego y habiendo dado cuenta al gobierno de esta medida de su solicitud pastoral, fue órden para que le trajesen preso, como se ejecutó, custodiándole una grande escolta.

Pocos dias despues fue llevado desde Valencia don Vicente Traver á la isla de Menorca, y desde ella preso á la cárcel de córte de Madrid, donde se le formó causa como á los demas diputados. Tambien fueron arrestados y traidos á las cárceles de Madrid los diputados don Domingo Dueñas, oidor de Granada, y el coronel don Francisco Golfin. Estaban tambien comprendidos en la catástrofe, mas pudieron evitarla, saliéndose del reino, los diputados conde de Toreno, cuyos bienes fueron secuestrados, don Joaquin Caneja, Diaz del Moral, Isturiz, Cuartero, Tacon y Rodrigo. Estendióse luego la persecucion á otros muchos, convirtiéndose la Península en una honrosa cárcel, donde yacian eu las tinieblas de los calabozos, los mas zelosos defensores de la religion y de la patria. Pero volvamos al cabo que quedó suelto.

§. II.

Sucesos del 11 de mayo. Es arrastrada la lúpida de la Constitucion. Sedicion tolerada. Riesgo de los presos, precavido por la divina proteccion.

Amanecido el dia 11 de mayo, comenzó á explicarse la ira por largo tiempo represada. Arrancada aquella ma

ñana la lápida de la Constitucion, se entregó á una porcion de gente prevenida al intento, la cual la arrastró por las calles con algazara, prorrumpiendo en execraciones contra la Constitucion, contra las Córtes y contra los presos.

Para dar á estos el torcedor que les preparó la ira de sus enemigos, y hacerles tragar otros frutos aun mas amargos, que entraban en el plan de aquel dia, llevaron esta tumultuaria procesion por la calle escusada donde está la cárcel de la Corona, creciendo á la vista de ella con el ansia de los sediciosos, el clamor de los seducidos: algunos de ellos se propasaron á encaramarse hasta el cuarto principal, diciendo: "mueran los liberales." Dentro de la misma carcel se oyó una voz que decia: "lo que se hace con la lápida, debia hacerse con los autores de la Constitucion.'

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Siguieron los insultos de esta faccion en los dias inmediatos. Viéronse varias de estas cuadrillas capitaneadas por eclesiásticos: entre estos caudillos llamó la atencion el vicario de la Trapa, cuyo monasterio acababan de restablecer las Cortes. Olvidóse este monge en aquellos momentos del retiro, del silencio y de la modestia de su profesion. Hasta por las noches iban á las cárceles á diferentes horas, tropas de mugeres cantando versos mezclados con insultos: en una de estas visitas se oyó una voz que decia: "que nos los entreguen á nosotros, que pronto pagarán lo que merecen. Fue esta una continuada y no reprimida sedicion de dias y noches; dirigíala una faccion atizadora de esta corta porcion de la incauta plebe. Del plan completo de ella se vió una muestra en la siguiente copla, que se puso en boca de varios, al parecer para que se cantase despues de consumado el sacrificio:

Murieron los liberales

Murió la Constitucion

Porque viva el Rey Fernando
Con la patria y religion.

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Por fortuna se cantó esta copla estando vivos los que ella suponia muertos. ¿Quién dió ocasion á este desenfreno? ¿Quién expuso la sencilla muchedumbre á tan horribles atentados? ¿Donde estaba la mano escondida que tiró tal piedra? Esto quedó impune? Esto mereció aplauso? En tan triste aprieto clamó al cielo la inocencia encade

nada: Eripies me de contradictionibus populi. Y experimentó la proteccion del que dice: Quoniam in me speravit, liberabo eum.

§ III.

Cooperacion de algunos periódicos al plan contra los presos. Atalaya del 12 de Mayo. Designio de su autor el P. Frai Agustin de Castro. Hipocresía de este monge mal disimulada. Si es calumniador. Si examinó los poderes de los

diputados.

El dia 12 presentó otra escena, si cabe mas horrible. La Nacion y la Europa entera vieron los periódicos de la Corte y de algunas provincias, cuyos autores ocupados exclusivamente en fingir los mas execrables delitos, los imputaban á los presos con tanta seguridad, como si se les hubiesen legalmente provado. Anunciábanlos como enemigos, no solo de la soberanía, sino de la sagrada persona del Rey, como refractarios de nuestra santa religion, como destructores del gobierno monárquico. Anticipose á publicar tan horribles calumnias el P. Fr. Agustin de Castro, monge del Escorial, predicador del Rey, autor de la "Atalaya de la Mancha;" el qual al dia siguiente de la prision general (12 de Mayo) al paso que levantó á las Cortes la mas atroz é inaudita calumn'a, en una lista que añadió de los presos, parece que designaba al pueblo las víctimas que debía sacrificar su furor. Con este objeto se a naestró á los ciegos, para que al pregonar este periódico, como le pregonaron hasta en los barrios bajos, y en los últimos ángulos de Madrid, le anunciasen con el título de "lista de los traidores. Y ¿quiénes eran estos traidores? El P. Castro los denuncia al pueblo: "los principales cabezas de esta rebelion, dice, estan ya presos en la Capital y en las provincias." ¡0 monge, no monge, sino furia sin cadena! ¡Tu eres órgano de la iniquidad! No serás defraudado á su tiempo del premio que te es debido. Mas conviene valuar las preseas de este periódico, para que llegue à la posteridad aquel atentado que la astucia quiso borrar despues de los fastos del mundo.

Comienza el P. Castro excitando al pueblo á que

alabe las divinas "misericordias y cante: el Señor es bueno.... los que temian al Señor, esperaron en él, y los ha librado de todos sus enemigos." ¿Quién no esperaria de un sacerdote, que en seguida recordase á España los singulares beneficios que acababa de concederle el Cielo, para excitarla á la paz y á la reforma de costumbres, que es el alma de la verdadera gratitud? Mas otro era el objeto de aquel miserable. Preciosos eran para su furor aquellos momentos. "La irreligion, continúa, se habia apoderado de la Soberanía, y habia jurado no descansar hasta hacer desaparecer de nuestro suelo la fé y la monarquía." Y ¿donde ó como, P. Castro? En una "Constitucion secreta que habian formado al efecto."¿Y está cierto de ello el P. Castro? ¿No lo he de estar? ¿Bien anunciada la tenia yo: "y na die se ha atrevido á poner duda en su existencia." Pero, padre mio, ¿quién ha hecho esa Constitucion? ¿Donde se halló? Donde existe? Aqui enmudece el P. Castro. Pero en recompensa de ese silencio, añade que copiará "sus últimos artículos." ¿Los últimos? ¿Y por qué no los primeros? Negocio es este muy grave: delito denunciado á medias, no tiene la primera condicion que exige el derecho. ¿¡0 los anteriores se publicaron antes! Y por quién? Por el mis mo P. Castro. ¿Y designa el archivo ó el lugar donde los halló, ó la persona que se los entregó? Pero el P. Castro asegura que son genuinos esos artículos. ¿Luego tienen lo necesario para serlo? Demos que bastase el dicho de un sacerdote para que lo creyesen algunos, con cuya sencillez contaba él entonces. ¡O que el P. Castro es astuto! Bien sabia el la confianza de los otros sencillos, que jeron: Sacerdos venit, non decipiet nos.

di

Lo que no sabia es que desde la seduccion de los crédulos hasta la persuasion de los prudentes y sabios, hay mil leguas de distancia. Y si trataba el P. Castro de persuadir á los prudentes, y no de seducir á los incautos, ¿cómo no presentó entonces pruebas de su veracidad en tan grave negocio? ¿Cómo no las ha dado despues? Cómo no ha satisfecho á la espectacion de los prudentes, y del mismo gobierno, interesado en castigar este crimen, si fuese cierto? He aqui un verdadero cuerpo de delito, que hubiera hecho legal el arresto de los diputados, que los mismos jue

ces, como veremos luego, confesaron no haberlo sido. Si el P. Castro hubiera dado documentos que apoyasen esta denuncia, ¿cómo era posible que no se hubiese por ella hecho cargo á los diputados? En un proceso donde se han abrigado tantas ficciones, tantas imputaciones y calumnias, ¿no hubiera cabido á lo menos una verdad? Y aun siendo un sueño del P. Castro, ó de otra cabeza semejante, ¿no pudiera este monge prometerse cabida, si tuviera destreza siquiera para dar á este delirio del furor un baño de verosimilitud? Luego si el P. Castro denunció al gobierno este delito, no mereció crédito: si no le denunció, no quedando esto por falta de voluntad, claro es que viendo no podia probarle, huyó de esponerse á ser vencido en juicio como calumniador. Mas ¿cree el P. Castro haberse echado de encima esta nota? ¿Acaso deja de ser calumniador, mientras no justifique su dicho? ¿Tiene nadie autoridad' para infamar á otro? ¡Infamia! salta el P. Castro. Sí, padre, infamia, y muy atroż. ¡Pues qué no lo es, haber supueto con la ficcion de esos cuatro artículos, que los diputados presos tenian trazado un plan de república para destruir la monarquía? ¿Yo fingir? grita el P. Castro. ¿Pues qué mas prueba de ese plan, que la Constitucion que habian ya decretado? "Para realizar tan horroroso plan, formaron, aunque sin poderes de los pueblos, otra Constitucion pública, que les preparase el camino."

"Sin poderes de los pueblos," se formó la Constitucion pública! ¿Sabe el P. Castro lo que dice? ¿Ha examinado los poderes de los procuradores de aquellas Cortes? Si, ó no. ¿No los ha examinado? ¿Pues cómo á ciegas osa afirmar que no los tuvieron? El vendarse los ojos ha sido nunca medio de acertar el camino? Y un ciego, y mas si es voluntario, ha sido jamas buena guia de otro ciego? Claro es que un monge como el P. Castro, antes de escribir la espresion "sin poderes," tendria buen cuidado de examinar estos poderes, y de examinarlos con madurez, para descubrir sus límites. ¿Qué ha de decir el P. Castro, sino que los vió? Pues si los vió, ¿por qué no los copia? Dirá que no se acuerda.... como ha pasado tanta agua por el rio.... Pero, ¿no tendria presente á lo menos que les otorgaban los pueblos, "poderes ilimitados para acordar y resolver

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