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gos. Cuatro son los señores partícipes legos que tienen derecho á percibir con el cura los diezmos de una y otra Iglesia, á saber: el señor conde de Vigo, el señor marqués de Camarasa, los caballeros y señores D. Pedro Maria Bermudez y D. Fernando Montenegro. Todos ellos han sido tan notablemente perjudicados, como se deja ver por el arriendo verificado en Santiago en la cantidad de catorce mil reales, de los que el Gobierno ó sus agentes rebajaron cuatro mil para congraciar á los arrendatarios por el apronte y pago del dinero de presente. Asi quedó dicho arriendo reducido últimamente á diez mil doscientos y cuarenta reales, segun consta de su remate. Esta cantidad, ni mas ni menos, es la que se ha repartido entre la nacion, que ha percibido la cantidad de cinco mil reales y pico, y el cura y compartícipes, que recibieron otra igual. Llamo ahora la atencion del soberano Congreso. ¿No es cosa, Señor, la mas injusta, la mas fuera del orden y la mas monstruosa y nunca vista, que de veinte y cinco mil reales largos, se hayan levantado los arrendatarios con quince mil por una parte, y cuatro mil por otra, en todo diez y nueve mil reales, y á la nacion, cura y partícipes se les haya despachado con la mezquina de cinco mil reales y pico, á cada cual por su parte? Es cosa esta tan chocante y de bulto, y al parecer tan increible y repugnante, que resalta á los ojos de todo el mundo. Dejo por tanto á la sabiduría y probidad de las Cortes las reflexiones que naturalmente fluyen y se deriban de un hecho tan estraordinario y singular, como igualmente las que se deducen de la deplorable situacion del cura, á quien se ha dejado incóngruo con semejantes maniobras, pues no le ha cabido mas por una y otra Iglesia que la cantidad de mil cuatrocientos noventa y dos reales, suma insuficiente para mantener con decencia él y su familia, para atender á las necesida

des de una y otra parroquia, y pagar y mantener el capellan del anejo.

Y ¿será posible, Señor, que por engordar á cuatro miserables especuladores y agiotistas avaros, se perjudique á la nacion en tanto grado, se le deje al cura incóngruo, y se damnifique tan visiblemente á las altas clases de señores partícipes? La razon y la justicia lo resisten, y la probidad y justificacion del Congreso no podrá tolerarlo. Por otra parte, se ha contravenido y faltado á lo decretado por las mencionadas Cortes, quienes mandaron que se aplicase la mitad íntegra de los diezmos á la nacion, y la otra mitad al cura y partícipes; lo que no se hizo asi, porque en virtud de tan infausto como injusto arriendo, los arrendatarios se apañaron todo el grueso de los diezmos por una parte, y por otra se les agració con cuatro mil reales arbitrariamente, y en perjuicio de la nacion, del cura y señores partícipes. No hubiera sucedido asi, si dejando á los curas y demas interesados su completa mitad, estos los hubieran recogido y administrado por sí mismos, y la nacion por sí ó sus apoderados, como pudo y debió hacerse, ó bien por la mitad que les correspondia, señalarles los trescientos ducados que en la época pasada se les asignaron á cada uno de ellos por los medios diezmos. La línea y rumbo que debia seguirse estaba bien marcada por las Córtes de aquel tiempo; pero el Gobierno quiso mas bien preferir el sistema ruinoso y desgraciado de arriendos, cometiendo visiblemente la injusticia y violencia de arrebatar el total de los diezmos de las manos de sus legítimos acreedores, para trasladarlos á las de los arrendatarios. Toda España se ha resentido de tamaña desgracia, pues lo que ha pasado con el cura de Larin ha sucedido poco mas, poco menos con los demas curas y perceptores de diezmos de la Península. Asi que, la justa queja y reclama

cion que éste eleva a las Cortes, mas que de un particular debe mirarse como el eco de los clamores de todo el reino, á quien se debe hacer justicia por la defraudacion y estravío de tantos millones en que se le ha perjudicado. De este modo reconocerá la España toda que las Cortes de 1838 son verdaderamente restauradoras, y que á ellas se debe la justicia, el orden y la paz que con alegría universal se ha oido y proclamado en los salones del santuario de las Leyes, y en todos los ángulos de la Península. A este efecto, el Cura de Larin por su parte,

Alsoberano Congreso rendidamente suplica se sirva tomar en su alta consideracion todo lo que va espuesto en este humilde escrito, y disponga que se le indemnice del mejor modo posible los gravísimos perjuicios que ha sufrido y esperimenta por la falta y enagenacion de su cóngrua; y que asimismo las Cortes, con su sábia prevision, dicten las mas justas y enérgicas providencias para que en lo sucesivo se eviten de todo punto, y jamás vuelvan á repetirse tales atentados y trastornos, tan contrarios y perjudiciales al bien general de la nacion y de sus individuos. Asi se lo promete y espera el suplicante de la justificacion y religiosidad de las Cortes, que Dios guarde muchos años, San Esteban de Larin y marzo 23 de 1838. Señor, á los pies del soberano Congreso, humilde y obediente súbdito y capeilan. Nicolas Javier Ulloa.

SE IRÁ DE NOSOTROS LA RELIGION?

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En la Gaceta de Francia del 6 de julio del corriente año, y en su artículo de Roma, leemos lo que sigue: "Roma 18 de junio: en el mismo dia que recibió el santo Padre la noticia del destierro del Arzobispo de Colonia, el Embajador de Turquía manifestó el decreto dado por el Gran Señor, para que se edifiquen cuatro Iglesias católicas en su imperio; con este motivo, el Embajador de Austria dió al turco un gran convite el dia del Corpus, en obsequio á la corte de Turquía, de la deferencia manifestada á los católicos."

Cuando leimos esto, nos asaltó á la imaginacion aquello de Jesucristo: "Se os quitará el reino de Dios, y se dará á otra gente que obre sus frutos; auferetur á vobis regnum Dei, et dabitur genti facienti fructus ejus." Esto es malo, esclamó un otro que tambien lo leyó; ¿se irá de nosotros la Religion? - De temer es: esta coincidencia de favorecerse al tiempo que aqui se persigue, estas anomalías... ¡qué será de nosotros! Edificar Iglesias en Turquía es indemnizarse el Señor de las que se derriban en España; proteger alli la Religion católica es decirnos á nosotros: porque vosotros la perseguís, sus mayores enemigos la acogen. ¿Pero se persigue la Religion en España? Respondan los hechos. Si no basta lo antes dicho, lea el público:

Rectificacion del escrito del Sr. Obispo de Pamplona.

Señores Redactores de la Voz de la Religion.= Madrid 7 de julio de 1838. Muy Señores mios:

En el cuarderno 3,°, tomo I, segunda época de su obra, he visto insertada una representacion que tuve el honor de elevar á manos de S. M., con motivo de las tropelías que un Gefe militar cometió con un Sacerdote de la diócesis de Pamplona; y aunque en lo sustancial del caso conviene la insertada por Vds. con la presentada por mí, encuentro sin embargo algunas inexactitudes que no me pueden ser indiferentes; por lo que acompaño la adjunta copia, que es enteramente conforme con la original, para que si Vds. lo tienen á bien se sirvan publicarla en su obra, y rectificar por este medio las diferencias que se advierten.

Con este motivo tengo la satisfaccion de ofrecerme á Vds. como su atento servidor y Capellan Q. B. S. M. Severo, Obispo de Pamplona,

SEÑORA. El Obispo de Pamplona, respetuosamente á V. M. espone: Que desde el principio de la discordia civil en su diócesis se adoptó por algunos Gefes militares el desacertado plan de atropellar á los Sacerdotes de ambos cleros, obligándoles á llevar las comunicaciones mas arriesgadas, con peligro próximo de su propia vida, y con la certidumbre de un acto molesto á la par que violento: la esperiencia podia haber enseñado que esta conducta estendia y aumentaba el mal como si fuera un fuego eléctrico, que velozmente discurre y se difunde, y parece debia haberse desistido de ella, si no por los clamores de la justicia, al menos por la eficaz voz de la conveniencia.

Desgraciadamente no ha sido asi; y tanto se ha agravado la calamidad sobre los Sacerdotes en el obispado, que en la villa de Ujué se hizo entrar en quinta á uno para la pena de cincuenta palos, que habria recibido á no haber cabido la suerte á otros infelices paisanos: no sucedió asi con D. Florencio

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