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poderosa es y perjudicial la desenfrenada codicia de mandar! Todo lo atropella sin tener temor de Dios ni vergüenza de las gentes, en tanto grado, que el mismo dia escribió al rey don Alonso sobre la muerte de su sobrino, en que le avisaba que la nobleza y pueblo de Milan le habian forzado á llamarse Duque ; que entendia le daria esta nueva contento, pues sabia con cuanta voluntad acudiria á las cosas suyas y de aquel reino. De Placencia pasó el Rey á Toscana; acudíanle de todas partes embajadores, en particular los venecianos le enviaron los suyos para ofrecelle toda buena amistad; y el Papa le envió por su legado al cardenal de Sena, que llegó hasta Pisa, pero el Rey no le quiso ver. Los florentines despacharon á Pedro de Médicis para el mismo efecto, el cual como sin guardar la comision que llevaba concertase de entregar al Francés á Sarazana, Sarazanela y á Piedra Santa, fuerzas que tenia aquella señoría en el Apenino, y los castillos de Pisa y de Liorna, con otras cargas muy graves; fué tan grande la indignacion del pueblo, que le desterraron á él y á sus hermanos el cardenal Juan de Médicis y Julian con tan grande furia, que pusieron á saco sus casas, y les confiscaron sus bienes, que eran muy grandes. Llegó el Rey á Pisa, donde se detuvo algunos dias, y á instancia de los ciudadanos, dió libertad á aquella ciudad y la sacó de la sujecion de florentines, en que la tenian de muchos años atrás. En Florencia hizo su entrada el mismo dia que Pico Mirandula falleció en ella, en edad de treinta y cuatro años, persona de raro ingenio y excelente erudicion, por donde le dieron renombre de Fénix. Concertóse el Rey con los florentines en que, acabada aquella guerra, les restituiria sus fortalezas, y que ellos por contemplacion suya perdonarian á Pedro de Médicis y á sus hermanos, y para el gasto de la guerra contribuirian con ciento y veinte mil florines. Estaba á la sazon Roma muy alborotada, los cardenales poco conformes, la nobleza dividida porque Próspero y Fabricio Colona seguian el partido de Francia, y Virginio Ursino el de Nápoles, y los coloneses, junto con el cardenal Ascanio Esforcia, se habian los dias pasados apoderado de la ciudad de Ostia, por donde tenian á Roma puesta en grande aprieto y falta de bastimentos, que no le podian entrar por el mar. Todos tenian entendido que el Papa se concertaria con el rey de Francia, ó que pretendia salirse de Roma; por esto el pueblo comenzó á alterarse, y el Papa tué forzado en consistorio á desengañar los cardenales y caballeros romanos con decilles que su intento era favorecer la justicia, y si el rey de Francia porfiase á entrar con el ejército en Roma, hacelle rostro y defendérselo hasta morir en la demanda. Todas sus razones eran de poco momento para animar la gente, que tenian atemorizada las nuevas que cada dia venian de la llegada del Rey, y de los pueblos de la Iglesia de que los franceses continuamente se apoderaban. El mismo Pontífice, visto que no era parte para defender la entrada á enemigo tan poderoso ni con sus fuerzas ni con las de Nápoles, dado que don Fernando, duque de Calabria, estaba á la sazon aposentado en el Burgo con buen número de gente, despedido el Duque porque no le fuese hecho algun agravio, se retiró al castillo de Santangel. Final

mente, el Rey con toda su gente entró en Roma, postrero de diciembre, principio del año 1495, con grandes demostraciones que todo aquel pueblo y aun algunos de los cardenales hicieron de alegría y contentamiento. Aposentóse en el palacio de San Marcos. En esta sazon el cardenal de España don Pedro Gonzalez de Mendoza falleció en Guadalajara, á 11 dias del mes de enero, en edad de sesenta y siete años y tres meses, persona de mucha nobleza y partes aventajadas, y que todo el tiempo que vivió tuvo gran mano en el gobierno del reino. En vida edificó un colegio en Valladolid; en su testamento mandó se fundase á sus expensas un hospital en Toledo, y le nombró por su heredero. El título de ambas fábricas, de Santa Cruz. Vacó por su fin la iglesia de Toledo. Quisiérala el Rey para don Alonso, su hijo, arzobispo de Zaragoza; la Reina no vino en ello; ofrecióla al doctor Pedro de Oropesa, del su consejo, persona de virtud muy aventajada, natural de Torralva, aldea de Oropesa; no aceptó por mucha instancia que sobre ello le hicieron. Finalmente, se dió á fray Francisco Jimenez de Cisneros, fraile menor, de virtud muy conocida y de altos pensamientos. Su natural Tordelaguna, sus padres pobres; estudió derechos, adelante fué capellan mayor y provisor de Sigüenza por el cardenal de España. Tomó el hábito de san Francisco en San Juan de los Reyes en Toledo; vivió tiempo en el Castañar y en la Sazeda, monasterios recoletos de aquella órden. Cuando le nombraron por arzobispo era confesor de la Reina; algunos años adelante le dieron el capelo y le hicieron cardenal. En Roma se trataba de concierto entre el Papa y el rey de Francia; intervinieron personas de autoridad, por cuyo medio se concertó que el cardenal de Valencia fuese en compañía del Rey con título de legado, y que le entregase el hermano del gran Turco, y que se pusiesen en su poder los castillos de Civitavieja, Terracina y Espoleto para que durante aquella guerra se tuviesen por él. Con esto se obligó el Rey, fenecida aquella guerra, de hacer restituir la ciudad de Ostia á la Iglesia, y que antes de su partida daria en persona la obediencia al Papa, como lo hizo poco dias adelante en el palacio de San Pedro. Ayudó mucho á facilitar estos conciertos el capelo que se dió entonces á Brisoneto, obispo de San Maló. Hecho esto, el Rey partió de Roma á 28 dias de enero la via de Nápoles, donde tenia aviso que la ciudad del Aguila y otros muchos lugares sin ponerse en resistencia ni esperar los enemigos se le habian rendido y alzado por él banderas. El rey don Fernando, avisado de lo que pasaba y particularmente del poco respeto que se tuvo al Papa, determinó declararse; para este efecto desde Ocaña, do estaba fin del año pasado, despachó á Antonio de Fonseca y á Juan de Albion para requerir al Francés que desistiese de hacer guerra á Roma y á las tierras de la Iglesia, pues sabia que en el asiento que se tomó el año pasado exceptuaron la persona del Papa y sus cosas. Juntamente despachó al conde de Trivento para que fuese general del armada que tenia aprestada en Alicante; por otra parte, enviaba á Gonzalo Fernandez de Córdoba con quinientas lanzas para que hiciese la guerra por tierra. Los embajadores llegaron á Roma

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EL PADRE JUAN DE MARIANA. el mismo dia que partió el rey de Francia; sin detenerse le siguieron, y como le hallaron en el campo á caballo, le presentaron las cartas que llevaban de creencia, y le protestaron no pasase adelante sin satisfacer primero á la Iglesia. Turbóse el Rey con esta embajada; respondió que llegado á Velitre, les daria audiencia. En aquel Jugar declararon mas por extenso su einbajada; la suma era quejarse de los agravios y desacatos hechos al Papa; y en cuanto á la empresa del reino, protestalle no pasase adelante sin que primero por términos de justicia se declarase á quién pertenecia. Hobo demandas y quejas de una y otra parte; por conclusion, el Rey se resolvió, y dió por respuesta que tenia las cosas tan adelante, que no se podia volver atrás; que conquistado aquel reino, holgaria se viese por términos de justicia el derecho de cada cual. Entonces Antonio de Fonseca replicó: «Pues vuestra majestad así lo quiere, y sin dar lugar á la razon determina proceder por via de fuerza, Dios nuestro Señor, que está en el cielo y suele volver por la inocencia, será el juez desta causa; por lo menos el Rey mi señor con hacer esto ha cumplido con lo que debe, y de aquí adelante quedará libre para disponer de sí y de sus cosas y acudir con sus fuerzas donde y como le pareciere. » Esto dijo, y juntamente eu presencia del Rey y de su consejo rasgó la escritura de la concordia que se concertara últimamente; grande osadía, y que faltó poco para que no pusiesen en él las manos; pero en fin los dejaron volver á Roma. Fué esta embajada de grande efecto, porque el Papa se animó con ella, y se determinó de no pasar por el concierto hecho con el Francés; y la noche siguiente el cardenal de Valencia se salió disfrazado de Velitre, aunque no tomó el camino de Roma porque no se entendiese huia con órden del Papa; sino fuese á Espoletó, ciudad de la Iglesia muy fuerte.

CAPITULO VIII.

Que el rey de Francia entró en Nápoles.

Al mismo tiempo que el Francés estaba en Roma, don Alonso, rey de Nápoles, perdida la esperanza de poderse defender, trataba de renunciar aquella corona, que aun no había tenido un año entero. Juntó para esto los grandes de su reino y los principales de su consejo, juntos les habló en esta manera: «Bien veis, amigos y parientes, el aprieto en que están las cosas. El enemigo poderoso y bravo á las puertas; en los nuestros poca seguridad; no se dan mas priesa á entrar los franceses, que los del reino á rendirse y alzar por ellos las banderas. Los socorros de fuera están léjos, y los que eran mas obligados á valernos muestran cuidar menos de nuestra afrenta. No pretendo quejarme de nadie ni mostrar en esta parte flaqueza; mis pecados son, bien lo veo, y es justo que lo laste quien lo hizo. La vida no está en poder y eu mano de los hombres. Dios es el que alarga y acorta sus plazos como es servido. Con lo que yo puedo satisfacer es con esta corona que quito de mi cabeza, como indigno de traella, y la paso á la del Duque, mi hijo, de las esperanzas y valor que todos sabeis. Trueque de mucha ganancia, pues en lugar de un vievaliente y que tiene jo y enfermo, os doy un rey mozo,

fuerzas y ánimo para poner el pecho al trabajo. Mucho
quisiera que las cosas estuvieran en estado con que pu-
diera mostrar al mundo cuán poco caso hago de sus
grandezas. Esto fuera muestra de valor; y no lo será de
menor prudencia rendirme á la necesidad, cuyas fuer-
zas son muy grandes, pues no todas veces el sabio piloto
debe contrastar á las olas y al viento, antes caladas las
velas, dejar pasar la tormenta. Finalmente, esta es mi
determinada resolucion; y pues no puedo ayudar en este
aprieto, quiero, aunque lo siento á par de muerte, sa-
lirme desterrado de mi cara patria, siquiera por no ver
los trabajos de ini casa y de mi reino. Por ventura con
este sacrificio que yo hago de mí mismo se aplacará
Dios y alzará la mano del castigo, y los hombres, movi-
dos á compásion, acudirán con mayor voluntad á nues-
tra defensa. No será menester encomendar á los que.
presentes estáis, ni á los ausentes, que guardeis la leal-
tad acostumbrada al nuevo Rey, ni á él que tenga cui-
dado con sus súbditos y con remunerar vuestros servi-
cios, que confieso han sido muchos y muy grandes.»
Hízose este auto de renunciacion, á los 23 de enero, en
el castillo del Ovo, do se recogió para este efecto el rey
don Alonso. Desde allí con su recámara, que era muy
rica, se embarcó para Sicilia, determinado de pasar en
Mazara, ciudad que era de la reina doña Juana, su ma-
drastra, lo restante de su vida en hábito clerical. Escri-
bió á los príncipes en razon de lo que hizo; y en parti-
cular al rey don Fernando decia que su edad y poca sa-
lud le habian forzado á tomar aquella resolucion, y el
escrúpulo de la conciencia por voto que tenia hecho de
partir mano del gobierno y dejar la corona. La verdad
era que por ser muy aborrecido de los suyos, y su hijo
muy bienquisto, entendió con aquella traza reparar al-
gun tanto el peligro. Vivió poco tiempo, aun no año en-
tero despues desto, ocupado en ejercicios virtuosos. Su
cuerpo está enterrado en la iglesia y capilla mayor de
Mecina, al lado del Evangelio, con un letrero en dos
versos latinos muy agudos, que hacen este sentido:

DE ALONSO HUYES MIENTRAS LAS ARMAS MUEVE,
MATAS AL DESARMADO. ¿QUÉ PREZ, QUÉ LOA,
MUERTE, DE MUERTE TAL? ¡OH GRANDE ALEVE!

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El nuevo Rey, luego que se encargó del gobierno, salió
en paseo por toda la ciudad, y para granjear mas las
voluntades mandó soltar gran número de presos, así de
la nobleza como del pueblo; solo quedaron presos Juan
Bautista Marzano, hijo de Marino Marzano, príncipe de
Rosano y duque de Sesa, y el conde del Pópulo, que es-
taban en prision desde que se acabó la guerra de los Ba-
rones, y eran enemigos mortales de la casa de Aragon.
Con esto salió de Nápoles para volver á su ejército, que
quedó en San German á los confines del reino, por don-
de parte término con las tierras de la Iglesia. Dejó en
el gobierno de Nápoles á don Fadrique, su tio, principe
de Altamura. Llegó el rey de Francia con su ejército á
ponerse sobre San German ; por esto al pueblo fué for-
zoso rendirse, y al nuevo Rey retirarse á Capua, ciudad
que teniau puesta en defensa, pero con la misma facili-
dad se dió fuego al Francés por trato de Trivulcio, ca-
pitan de fama, natural de Milan, el cual á la sazon des-
amparó el partido de Nápoles y se pasó al de Fraucia, f

aun fué ocasion que Virginio Ursino y el conde de Piti-
Ilano, otros dos caudillos principales, fuesen presos por
los franceses dentro de Nola. Estando el rey de Francia
en Capua, murió el hermano del gran Turco, otros di-
cen que en Nápoles, para donde partió en breve, y con
la misma facilidad sin hallar resistencia alguna entró
en aquella nobilísima ciudad, un domingo, á 22 de fe-
brero. El nuevo rey don Fernando, antes que llegaseny
los franceses, desamparada la ciudad y las demás fuer-
zas que en ella tenia, se recogió á Castelnovo, do ya es-
taba la reina viuda doña Juana y su hija y don Fadri-
que, su tio, con otros señores. De allí, por no asegu-
rarse bastantemente, se pasó al castillo del Ovo, aunque
estrecho, muy fuerte por estar asentado en un peñasco
rodeado de mar por todas partes. Pretendia recogerse
con los suyos en las galeras que allí tenia, con intento
de pasar á la isla de Iscla, y de allí, si fuese necesario,
encaminarse á Sicilia, como lo hizo, con esperanza que
las cosas en breve tomarian otro camino, dado que los
franceses procedian tan prósperamente, que en menos
de quince dias desde los primeros confines del reino
hasta la postrera punta de Italia todo se puso debajo de
su obediencia; hasta los mismos castillos de Nápoles
dentro de pocos dias asimismo se rindieron por traicion
de los que á su cargo los tenian. Tambien se ganó el
castillo de Gaeta por combate, fuerza que es y era de
las principales de aquel reino. Yo dudo que empresa tan
grande se ha ya jamás acabado en tan poco tiempo. Solo
quedaban por el rey don Fernando algunos lugares en
Calabria, reparo de poco momento, porque como el
Rey se entretenia en Iscla sin podelles enviar socorro,
cada dia se le iban rindiendo al enemigo. El mismo ries-
go corria Rijoles, que al fin se entregó, si bien está á
vista de Mecina, y allí se tenia la armada de España,
pero sin órden de lo que se debia hacer.

CAPITULO IX.

De la liga que se hizo contra el rey de Francia.

Luego que casi todo lo de Nápoles quedó por los franceses, los demás príncipes, así de Italia como de fuera della, comenzaron á considerar y comunicar entre sí cuán pesado seria el señorío de aquella nacion, si se arraigase en Italia. El rey don Fernando de España era el que corria mayor riesgo por lo de Sicilia, ca tenia aviso que concluido lo de Nápoles, pretendian pasar allá los franceses, á instancia principalmente del príncipe de Salerno, uno de los forajidos, y el mayor enemigo de la casa de Aragon. Para prevenirse deseaba que los demás príncipes se ligasen y juntasen sus fuerzas contra Francia. Para este efecto los meses pasados envió á Lorenzo Suarez de Figueroa á Venecia á mover esta prática con aquella señoría; y de nuevo al duque de Milan despachó otro caballero, por nombre Juan Deza, con órden de dar á aquel Príncipe intencion, no solo de casar una de las infantas con su hijo, sino de hacelle rey de Lombardía; cosas á que él daba orejas de buena gana. Trataba asimismo que el Emperador y el Inglés entrasen en la liga, con quien de veras pretendia emparentar; y en especial el tratado que de dias antes se traia de casar á trueque el príncipe don Juan y la infauta doña Juana con el ar

chiduque don Filipe y Margarita, su hermana, se apretó de tal manera, que en fin se concluyeron los conciertos por medio de Francisco de Rojas, que para este efecto pasó á Fláudes. Para el gasto de la guerra en Castilla y en Aragon se procuraba allegar dinero. Eu Aragon se juntaron Cortes para esto, en que pretendió el Rey presidiese la infanta doña Catalina; pero no salió con ello, hobo de venir el Rey en persona á hacello. Fué tanta la diligencia, que en fin se hizo la liga en Venecia, donde concurrieron los embajadores de los príncipes por fin de marzo entre el Papa, el Emperador y rey de España con la señoría de Venecia y duque de Milan. Concertóse que esta liga, que llamaron Santísima, duraso por espacio de veinte y cinco años, y que entre todos se juntase un ejército de treinta y cuatro mil de á caballo y veinte y ocho mit infantes, repartidos conforme á la posibilidad de cada una de las partes. La voz era para defender la Iglesia y cada cual sus estados; el intento para echar á los franceses de Italia. Adelantóse. este negocio con tanto secreto, que el mismo embajador de Francia Filipe de Comines, señor de Argenton, persona de gran prudencia y experiencia, que se hallaba en Venecia, no supo nada, y quedó de tal manera espantado, que dándole la razon de lo hecho el duque de Venecia Augustin Barbadico, como fuera de sí le preguntó si el Rey, su señor, podria volver seguro á Francia. Mucho se trocaron las cosas despues desto, mayormente que los neapolitanos se arrepentian de lo hecho á causa de los malos tratamientos y agravios que de ordinario recebian de franceses, cuyas demasías por todas partes eran grandes. Asimismo el duque de Milan se via apretado por haberse el duque de Orliens apode rado de la ciudad de Novara; además que tenia aviso que el Francés por medio de su armada pretendia alteralle y sacar de su obediencía lo de Génova, tanto, que lo fué forzoso acudir con toda humildad á venecianos para que le ayudasen. El rey de Francia, avisado de lo que pasaba, porque no le atajasen el camino, determinó con toda brevedad dar la vuelta. Antes de su partida nombró por virey de Nápoles á Gilberto, duque de Mompensier, príncipe de la sangre; con él dejó parte de su ejército y otros capitanes de fama. Por otra parte envió á pedir al Papa la investidura de Nápoles, y que deseaba pasar por Roma para comunicar algunas cosas con su Santidad. Cuanto á la investidura, respondió el Papa que estaba aparejado á hacer justicia y dar la sentencia conforme á lo que hallase; en lo de la ida de Roma, que no podria ser sin grande escándalo por estar el pueblo muy indignado contra los franceses. Con esta respuesta, que no fué nada gustosa, apresuró el Rey su partida. Salió de Nápoles á 20 de mayo. Llegó en breve á Roma; no halló allí al Papa, que por no asegurarse de la voluntad del Francés, se retiró á Perosa. Pasó el rey de Roma á Toscana, detúvose algunos dias en Sena, y sin tocar á Florencia, llegó á Pisa. Pretendian los florentines les entregase aquella ciudad como se lo tenia prometido. La instancia y lágrimas de los pisanos, que le suplicaban los conservase en la libertad que les dió, fueron tantas, que le movieron á no determinarse. Partió de alli á Lombardía. Acudió para atajalle el camino Francisco, marqués de Mantua, al cual la señoría de

Venecia nombrara por general de sus gentes. El Francés rehusaba por su poca gente de venir á las manos con los contrarios, y se apresuraba para juntarse con el duque de Orliens, pero no pudo excusar la batalla. Juntáronse los campos á las riberas de Tarro, rio que pasa á una legua de la ciudad de Parma. El de venecianos alojaba junto á Fornovo, aldea asentada á la raíz de los montes. El Francés se puso á la entrada de aquel valle; allí rompieron los ejércitos y se dió la batalla, que fué una de las mas famosas de Italia, en que los italianos desbarataron los primeros escuadrones de los franceses; mas como por tener la victoria por suya se embarazasen en robar el carruaje y tomar la artillería, los franceses tuvieron lugar de recogerse y volver en ordenanza con tal denuedo, que rompieron á los contrarios con gran matanza que en ellos hicieron. Vióse el Rey en gran peligro porque le mataron la gente de su guarda, y aunque vencedor, no pudo alcanzar de los contrarios le diesen treguas de tres dias; por donde fué forzado á cencerros atapados partirse para Aste. Ayudóle para no recebir algun daño y revés grande que aquel rio con su creciente impidió á los italianos que no le pudiesen tan presto seguir, aunque de los caballos ligeros que se adelantaron y de la gente de la comarca, que pretendian atajalle fos pasos, recibió algun daño. En la batalla murieron pasado de cuatro mil italianos. El de Mantua sin dilacion se puso sobre Novara, donde tuvo al de Orliens muy apretado.

CAPITULO X.

Que el rey don Fernando entró en Nápoles.

Apenas el Francés era salido de Nápoles, cuando las cosas comenzaron á trocarse en gran manera. La armada de España estaba en el puerto de Mecina, y por su general el conde de Trivento. Acudieron allí los reyes desposeidos don Alonso y don Fernando y la reina viuda doña Juana. Gonzalo Fernandez de Córdoba, á causa del tiempo contrario, con la gente que llevaba se detuvo algunos dias en Mallorca y en Cerdeña; en fin, aportó á Mecina á los 24 de mayo, en sazon que ya el rey don Fernando se apoderara de Rijoles con su fortaleza y otros lugares comarcanos de Calabria; provincia en que por orden del rey de Francia quedó por gobernador Everardo Estuardo, señor de Aubeni, un capitan muy valeroso y de fama. A Gonzalo Fernandez se entregaron Rijoles, Cotron y Amantia con otras plazas de aquella comarca para que, conforme á lo que tenian tratado, las tuviese en nombre de su Rey hasta tanto que se le pagasen los gastos que en aquella guerra se hiciesen y tambien para asegurar lo de Sicilia. Hobo alguna diferencia entre el nuevo Rey y Gonzalo Fernandez á causa que el Rey con todas sus fuerzas pretendia, pospuesto todo lo al, ir luego á Nápoles, para donde le convidaban aquellos ciudadanos aun desde antes que el rey de Francia partiese de aquella ciudad. Gonzalo Fernandez no queria desamparar lo de Calabria, do tenia aquellas fuerzas, y aun confiaba que todo lo demás tomaria la voz de España por la aficion que mostraban de estar debajo el amparo del rey Católico. Acordaron de ir á Semenara, pueblo que tenian muy apretado los franceses.

El señor de Aubeni con su gente se puso en un sitio por do los nuestros forzosamente habian de pasar. Vinieron á las manos; fué vencido el Rey, y aun fuera muerto ó preso, porque le mataron el caballo, si un caballero de su casa, llamado Juan Andrés de Altavila, no le socorriera con el suyo, con que el Rey escapó, y el caballero quedó muerto en el campo; grande lealtad para tiempos tan estragados. Dióse esta batalla, que fué al cierto muy famosa, á los 21 de julio. Recogiéronse los nuestros á Semenara. Desde allí el Rey se partió para Sicilia con determinacion de pasar á Nápoles antes que la nueva de aquella desgracia allá llegase. Gonzalo Fernandez, desamparado aquel pueblo por no poderse defender, se fué con sus gentes á otras partes de Calabria, donde en breve se apoderó de diversas plazas y lugares sin parar hasta que allanó toda aquella provincia. El Rey con sesenta naves que halló en el puerto de Mecina, casi sin otra gente mas que los marineros, alzó velas, y en breve llegó á vista de Nápoles; entró en la ciudad el mismo dia que se dió la batalla de Tarro, es á saber, á los 6 de julio. Fué grande el alegría de los neapolitanos, alzaron las banderas por su Rey. El pueblo tomó las armas, saquearon las casas de los príncipes de Salerno y Bisiñano; el de Mompensier se recogió á Castelnovo, y en su compañía el de Salerno. Los de Capua hicieron lo mismo que los de Nápoles, y todo lo de la Pulla se entregó al nuevo Rey, Salerno y otras ciudades sin número. Asimismo con la nueva que llegó de la batalla de Tarro, Próspero y Fabricio Colona, capitanes de gran nombre y cabezas de aquella casa tan poderosa, se concertaron con el rey de Nápoles, y dejado el partido de Francia, se pasaron al suyo. Por el contrario, los Ursinos se pusieron de la parte de Francia, cuyos prisioneros eran el conde de Pitillano y Virginio Ursino. Los castillos de Nápoles todavía quedaban por los franceses. Apretábanlos los contrarios. Un moro que estaba dentro del monasterio de Santa Cruz, que le tenian tambien por Francia, dió aviso á don Alonso Davalos, marqués de Pescara, que le daria entrada en aquel monasterio. Acudió el Marqués de noche para hacer el concierto á un portillo de la muralla, donde aquel hombre alevosamente le hirió de muerte con un pasador. Esta desgracia se tuvo por muy grande por ser este caballero de gran valor y general por su Rey en aquella guerra. Dejó un hijo muy pequeño, que se llamó don Fernando, y adelante fué capitan muy señalado. En su lugar nombró el Rey por su general á Próspero Colona. Los castillos al fin se rindieron, y poco antes el de Mompensier y el de Salerno en la armada que allí tenian se fueron á Salerno, ciudad que habia tornado á estar por Francia. En esta guerra de Nápoles se descubrió una nueva manera de enfermedad, que se pegaba principalmente por la comunicacion leshonesta. Los italianos le llamaron mal francés. Los franceses, mal de Nápoles. Los africanos, mal de España. La verdad es que vino del Nuevo Mundo, do este mal de las bubas es muy ordinario; y como se hobiese desde allí derramado por Europa como lo juzgan los mas avisados, por este tiempo los soldados españoles le lievaron á Italia y á Nápoles. La isla Tenerife, una de las Canarias, se sujetó este año á la corona de los reyes de

T

España por gentes y soldados que para este cfecto se enviaron. El Rey de aquella isla, traido á España, de allí le enviaron á Venecia en presente á aquella señoría. A Alonso de Lugo, en premio de lo que trabajó en la conquista desta isla y de Palma, se dió título de adelantado de Canaria. Con esto todas aquellas islas se acabaron de conquistar y sujetar á la corona de Castilla, empresa que se comenzó muchos años antes deste tiempo.

CAPITULO XI.

De la muerte del rey de Portugal.

conde de Alba de Liste, que estaba por frontero de Francia por la parte de Ruisellon, por mandado de su Rey, hizo entrada en Francia por tierra de Narbona; lo mismo don Pedro Manrique por la parte de Guipúzcoa. Pero fuera de robos no hicieron cosa de consideracion; solo fueron ocasion que el Francés, que se entretuvo algun tiempo en Aste hasta el fin del otoño para acudir á lo de España, se diese priesa en concluir el concierto que se trataba con el duque de Milan. Las condiciones fueron: que Novara se entregase al de Milan; que el Castellete de Génova se pusiese en tercería en poder del duque de Ferrara con paso libre para la gente de Francia y ayuda para recobrar á Nápoles; demás desto, al de Orliens de contado dió el duque de Milan cincuenta mil escudos. Hecho esto, el de Francia fin del otoño con sus gentes dió la vuelta á Francia. Quejábase el rey de Nápoles que con aquel concierto le desamparaba el Duque y desbarataba sus intentos, sin tener cuenta que era su tio. El se excusaba con la poca ayuda que los otros príncipes le daban y con el riesgo que corria de perderse si no se concertara. Para apercebirse de socorros pretendia el de Nápoles casar con una de las hijas del rey Católico por tenelle mas obligado. Como esto fuese á la larga, al fin se resolvió, á persuasion de la Reina viuda de casar con su hija doña Juana, sin embargo que era su tia, hermana de su padre. Por otra parte trató con venecianos que le ayudasen. Hobo en esto algunas dificultades; finalmente, se resolvieron de enviar en su ayuda buen número de gente de á caballo y de á pié debajo de la conducta del marqués de Mantua, demás de quince mil ducados que le dieron en dinero. En prendas deste socorro puso el Rey en poder de venecianos á Brindez, Otranto y Trana, très ciudades de la Pulla que mucho deseaba aquella señoría para que sirviesen de escalas de la contratacion de levante. Todas eran tramas y principios de otras nuevas tempestades. Por otra parte, el rey don Fernando en España se apercebia para la guerra que tenia rompida por Ruisellon. Tocaba esta empresa á la corona de Aragon, y por esta causa juntó Cortes de los aragoneses el año pasado en Tarazona. Allí, visto lo que importaba llevar adelante lo comenzado, acordaron de servir á su Rey para esta guerra por tiempo de tres años con docientos hombres de armas y trecientos jinetes repartidos en siete compañías, y que el Rey nombrase los capitanes; con esto el Rey vino en que los oficios del reino se proveyesen por las matrículas, como antes se acostumbraba. Despues desto, en Tortosa se tuvieron Cortes de los catalanes; que se continuaron hasta principio del año siguiente de 1496. La pretension era la misma, y el efecto semejante, tanto mas, que lo de Ruisellon es parte de aquel principado. Haciase juntamente instancia que los matrimonios con la casa de Austria se efectuasen á causa que el Archiduque no venia bien en ellos, y como mozo andaba desasosegado y se mostraba poco obediente á su padre.

Procuraba el rey Católico con todo cuidado que los reyes de Portugal y de Inglaterra entrasen en la liga que los demás príncipes teniau hecha contra el rey de Francia. Excusóse el de Portugal por estar de tiempo anti-á guo muy aliado con Francia y poco satisfecho del Papa por no venir, como él procuraba, en legitimar á su hijo don Jorge, habido fuera de matrimonio en una noble dueña, al eual él pretendia por este, medio nombrar por su sucesor, tanto, que juntamente trató con el Emperador, que era su primo, renunciase en él el derecho que decía tener al reino de Portugal, que 'era todo abrir la puerta para grandes revueltas. Del Inglés, no solo pretendia que entrase en la liga, sino que emparentase con España por medio de una de las infantas que casase con el heredero de aquel Rey. Hízose lo uno y lo otro, pero adelante. El rey de Portugal andaba en esta sazon muy doliente de hidropesía; con deseo de tener salud se fué al Algarve para usar de los baños, que los hay allí los mejores de Portugal. No prestó nada este remedio; antes en breve le apretó el mal y falleció en Alvor á los 14 de setiembre. Nombró en su testamento por sucesor suyo á don Manuel, duque de Beja, su primo hermano, hijo de don Fernando, su tio. Verdad es que si muriese sin hijo, sustituia en su lugar á don Jorge, al cual encomendaba diese de presente el maestrazgo de Christus, y le hiciese duque de Coimbra, y dél descienden los duques de Avero. Tuvo sin duda este Príncipe de bueno y de malo. Favoreció á los hombres virtuosos y de valor; fué amigo de justicia, de agudo natural y de muy altos pensamientos. Traia en la boca siempre: «No merece nombre de rey el que por otro se deja gobernar.» La mucha sangre que derramó le hizo malquisto con los suyos, si bien por divisa usaba de un pelícano, ave que con su sangre da la vida á sus pollos. Su cuerpo enterraron en la iglesia mayor de Silves; de allí le trasladaron al monasterio de la Batalla, enterramiento de aquellos reyes. Por su muerte sin contradicion alzaron por rey de Portugal al dicho don Manuel en Alcázar de Sal, do á la sazon se hallaba con la Reina, sin embargo que el emperador Maximiliano pretendia le debia ser preferido por causa que era el varon de inas edad entre los primos hermanos del Rey difunto. Derecho harto aparente, que no se tenga cuenta con la cepa de que procede el que debe suceder, sino con el grado de parentesco, y con la persona cuando no sucede por recta línea, sino de través y de lado; prevaleció empero el consentimiento del pueblo y las buenas partes de aquel Príncipe, en que ninguno de los de su tiempo le hizo ventaja. Don Enrique Enriquez,

CAPITULO XII.

Que los franceses fueron echados del reino de Nápoles.

La guerra se continuaba en el reino de Nápoles, y puesto que los franceses eran pocos, todavía tenian al

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