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allí á Francisco Ursino, duque de Gravina, que se fué á ver con él, junto con Pablo Ursino, Vitelocio y Oliveroto de Fermo. El Papa, avisado desto al tanto, hizo luego en Roma prender al cardenal Ursino. Todo se enderezaba á ejemplo de los coloneses, que andaban desterrados y pobres por la violencia del Papa, á destruir asimismo la casa de los Ursinos y apoderarse de sus estados, sin embargo que poco antes hiciera una estrecha confederacion con ellos. Poco despues cobró él mismo á Perosa y Civita Castelli, y aun pretendia apoderarse de las repúblicas de Sena, Luca y Pisa. Solo enfrenaba esta su codicia demasiada el temor del rey de Francia, que tenia estas ciudades debajo de su proteccion, con que podia desde Francia enviar sus gentes hasta Nápoles como por su casa sin que nadie le pusiese impedimento; dado que la guerra entre Florencia y Pisa se continuaba, y los pisanos por valerse del rey Católico pretendian poco antes deste tiempo ponerse debajo de su amparo. No quiso él por entonces tratar dello por respetos que tuvo; cuando quiso volver á la plática era pasada la coyuntura. De Portugal dos primos, Alonso y Francisco de Alburberque, con cada tres naves partieron para la India Oriental.

CAPITULO XVII,

Que el señor de la Paliza fué preso.

buyeron, algunos con el Conde se retiraron al castillo. Y porque se tuvo nueva que el señor de Aubeni con todo su poder iba en socorro del Conde, los españoles dieron la vuelta á Rosano. Por el mismo tiempo Fabricio de Gesualdo, hijo del conde de Conza y yerno del príncipe de Melfi, que era frontero de Taranto, fué á correr la tierra de aquella ciudad. Salieron contra él Luis de Herrera y Pedro Navarro, capitanes de la guarnicion en Taranto. Esperaron en cierto paso á los contrarios, en que todos fueron presos ó muertos, que no escaparon sino tres; el mismo Fabricio quedó cautivo. En lo demás de la Pulla se hacia la guerra tanto con mayor calor, que cada cual de las partes pretendia cobrar la aduana de los ganados, que es una de las mas gruesas rentas de aquel reino. Los encuentros fueron diversos, que seria largo el relatallos por menudo; el daño de los naturales muy grande. Españoles y franceses hacian presas en los ganados de la gente miserable. Por atajar estos daños acordó el duque Nemurs en Canosa, do estaba, de venir con todo su campo á romper una puente del rio Ofanto, distante cuatro millas de Barleta. Parecíale que, quitada aquella comodidad, los contrarios no podrian con tanta facilidad pasar á hacer correrías en la Pulla, en especial al tiempo que aquel rio con las lluvias coge mucha agua. Asimismo el señor de Aubeni, luego que entró en la Calabria, fué sobre los contrarios que se hallaban en Terranova. El lugar era flaco y falto de bastimentos; acordaron dejalle y por la sierra pasar á la Retromarina. Atajáronles los pasos los franceses. Así, en aquellas fraguras hicieron huir de los españoles la gente de á pié, y de los caballos prendieron hasta cincuenta, parte hombres de armas, parte jinetes, los mas de la compañía de Antonio de Leiva, que en aquella apretura peleó con mucho esfuerzo; los mas empero se retiraron á Girachi y otras fuerzas de aquella comarca. Con esta rota, que fué segundo dia de Navidad, ganó tanta reputacion el señor de Aubeni, que casi toda la Calabria se tuvo luego por él. Cuatro dias adelante el de Nemurs, como lo tenia acordado, vino con su campo sobre la puente de Ofanto, y con la artillería abatió el arco de en medio junto con una torre que á la entrada de aquella puente quedó medio derribada desde que los dias pasados pasó otra vez por allí. Tuvo el Gran Capitan aviso de la venida del duque de Nemurs. Hizo venir la gente que tenia en Andria, que era buen golpe. Tardaron algun tanto, pero en fin pudo salir á tiempo que descubrió los contrarios; mas ellos no quisieron aguardar, antes volvieron por el camino que eran idos. Envió el Gran Capitan á decir al Duque con un trompeta que ya él iba, que le aguardase. Respondió que cuando Gonzalo Fernandez estuviese tan cerca de Canosa como él llegó de Barleta, le daba la palabra de salir á dalle la batalla. A este mismo tiempo por la via de Alicante llegó á Madrid, do los reyes se hallaban, el duque de Calabria; y magüer que iba preso, el tratamiento y recibimiento que se le hizo fué como á hijo de rey. Por otra parte, el duque Valentin hacia la guerra en la Romaña con grande pujanza, ca el primer dia de enero del año de 1503 se le entregó Senagalla, que era del hijo del Prefecto, sobrino del cardenal Julian de la Ruvere. Sobre seguro prendió

El Gran Capitan en Barleta, do tenia sus gentes, se hallaba en grande aprieto, y era combatido de contrarios pensamientos. Por una parte no queria salir al campo hasta tanto que asegurase su partido con la venida de los alemanes, y el socorro que de España venia, que aguardaba por horas. Por otra parte la falta de bastimentos le ponia en necesidad de desalojar el campo, y ir en busca del enemigo, que tenia su gente repartida en Monorbino, donde el general estaba, y Canosa y Ciriñola, pueblos mas proveidos de mantenimientos. En esta perplejidad siguió el camino de en medio, que fué enviar diversas compañías y escuadrones á correr la comarca, traza muy á propósito para juntamente conservar la reputacion, ejercitar su gente y entretenerse con las presas. Con esta resolucion, á 15 de enero, salió de Barleta. Envió delante al comendador Mendoza con trecientos jinetes para que corriesen la tierra hasta Labelo, distante veinte y cinco millas de allí, y que alcanzaba buena parte de la aduana. El con la demás gente se puso á cuatro millas de Monorbino para hacer rostro si los franceses saliesen contra los suyos. Arrancaron los corredores en aquella salida mas de cuarenta mil ovejas. Salieron de la Ciriñola docientos hombres de armas y otros tantos archeros para juntarse con otros tantos que alojaban en Canosa y ir juntos á quitalles la presa. La gente del Gran Capitan los quiso atajar, pero con mal órden, que fué causa que se pudiesen entrar en Canosa, aunque con pérdida de alguna gente. No salió el de Nemurs, y así los nuestros se pudieron recoger con la presa que llevaban. Cuatro dias despues por aviso que tuvieron que el señor de la Paliza salia con quinientos caballos á correr lo de Barleta, salieron el Gran Capitan y don Diego de Mendoza á ponerse en dos pasos por donde los franceses forzosamente habian

de pasar. Cayó el de la Paliza con su caballo al salir, que fué causa de quedarse con la mas gente; solo fué un su teniente, por nombre Mota, con setenta, parte hombres de armas, parte archeros, á hacer la correría. Cayeron en la celada, y de todos no se salvaron sino dos que no fuesen muertos ó presos. Entre los demás quedó en poder de don Diego de Mendoza Mota, teniente del Capitan. Este en pláticas que tenia se adelantó á decir mal de la nacion italiana. Volvia Iñigo Lopez de Ayala por los italianos y defendíalos con buenas razones. El Francés con el calor y porfía se arrojó á decir que si diez italianos quisiesen hacer armas con otros tantos franceses, que él seria uno dellos, y les probaria ser verdad lo que decia. Llegó esta plática á orejas de los italianos que estaban allí en servicio de España. Quejáronse al Gran Capitan, y pidieron licencia para volver por su nacion. El se la dió de buena gana. Hobo demandas y respuestas sobre asegurar el campo y sobre el número de combatientes; en fin, señalaron el campo entre Andria y Cuarata. Juntamente acordaron que de cada parte peleasen trece. Salieron á los 13 de febrero los unos y los otros, y el Gran Capitan, por lo que pudiese suceder, se puso con toda su gente cerca de Andria. Los jueces señalaron los puestos á los unos y á los otros. Hacia grande viento y ayudaba á los italianos. Pidieron los franceses que el viento se dividiese; no se acordaron los jueces en esto. Eucontráronse con las lanzas, y dado que casi á todos los franceses se les cayeron por el gran viento, ningun caballo fué muerto ni caballero derribado. Vinieron á los estoques y hachas, en que los italianos se aventajaron tanto, que en espacio de una hora á los franceses todos echaron del campo y los rindieron; quedó uno dellos muerto, y otro muy mal herido. De los italianos uno solo quedó herido ligeramente. Con esta victoria entraron aquellos caballeros aquella noche en Barleta, los doce prisioneros delante. Fué grande el contento de todos, y mas del Gran Capitan, que para mas honrallos los hizo cenar consigo. A la misma sazon salieron de Taranto Luis de Herrera y Pedro Navarro con su gente; tomaron por trato á Castellaneta y otros muchos lugares por aquella comarca. Ofrecíase otra empresa de mayor importancia; alojaban el señor de la Paliza, que se llamaba virey del Abruzo, y el lugarteniente del duque de Saboya en un pueblo, que se llama Rubo, diez y ocho millas distante de Barleta ; tenian pasados de quinientos soldados entre hombres de armas y archeros. Deseaba el Gran Capitan dar sobre ellos. Tuvo aviso que el duque de Nemurs iba á recobrar á Castellaneta, y que con el príncipe de Melfi quedaba en Canosa la fuerza del ejército francés, y que de nuevo otros ciento y cincuenta soldados eran idos á Rubo por asegurar mas aquella plaza. Con este aviso un miércoles, á 22 de febrero, salió al anochecer el Gran Capitan con mil caballos y tres mil infantes y algunas piezas de artillería. Con esta gente y aparato amaneció sobre Rubo. Asestaron la artillería. Los soldados, antes que el muro estuviese abatido del todo, sin órden acometieron con deseo de tomar el pueblo á escala vista. Fueron por los de dentro rebatidos, y retiráronse, aunque sin daño. Prosiguieron la batería, y derribada buena parte del

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muro, tornaron los de España á acometer. Los de dentro se defendian muy bien, y el combate fué muy sangriento; mas en fin, los de España entraron por fuerza. Murieron docientos franceses, y quedaron heridos otros muchos. El señor de la Paliza con una herida en la cabeza al salir del lugar, ca pretendia salvarse, fué preso. El teniente del duque de Saboya se retiró al castillo para defenderse hasta que llegase el socorro; pero como se plantase la artillería para batille, se rindió á merced. Fueron asimismo presas otras personas de cuenta que hacian grande falta en el campo francés. De los vencedores murieron pocos. Don Diego de Mendoza á la entrada fué herido en la cabeza con una piedra que le sacó de sentido; pero todo el daño quedó en el almete. Con esta victoria y con el saco se retiraron luego los nuestros porque no cargase la gente francesa, que no estaba léjos, mayormente que el de Nemurs, avisado que fué de la resolucion del Gran Capitan, sin tomar á Castellaneta dió la vuelta para juntarse con el príncipe de Melfi y acorrer á Rubo. Su venida fué tarde, por donde ni en lo uno ni en lo otro hizo algun efecto ; desde este tiempo sus cosas comenzaron á ir de caida, en especial que un Perijuan, caballero de San Juan, provenzal de nacion, el cual con cuatro galeras y dos fustas era venido de Rodas en favor de franceses y impedia á los nuestros las vituallas y aun tomaba los bajeles que andaban desmandados por aquellas riberas de la Pulla, fué desarmado por los nuestros. Lezcano, cabo de cuatro galeras que andaban por aquellas costas de Pulla, hombre diestro en el mar, las reforzó de remeros y puso en ellas quinientos soldados para acometer al enemigo. Fué en su busca la vuelta de Brindez; él, aunque tenia mas número de bajeles, no se atrevió á pelear, metióse en el puerto de Otranto, fiado en el amparo de venecianos. Lezcano no se curó desto; tomó primero una nao y una carabela que halló fuera del puerto con otros bajeles; con esto fué tanto el miedo de Perijuan, que sin aventurar á defenderse, de noche sacó la gente y la ropa que pudo, y echó á fondo las galeras y fustas con la artillería porque dellas no se aprovechasen los enemigos. El almirante Vilamarin se tenia en el puerto de Mecina con algunas galeras para asegurar aquella costa y acudir á la parte que fuese necesario. Para reforzarse aguardaba la venida de Luis Portocarrero. Por otra parte, pretendia el Gran Capitan viniese á surgir en algun puerto de la Pulla, porque no se detuviese en lo de Calabria, como lo hizo Manuel de Benavides, contra el órden que él tenia dado, es á saber, que fuese á juntarse con él. Este mismo órden se dió á Luis de Herrera y Pedro Navarro que guardaban á Taranto; y á Lezcano, que desarmado el contrario luego desembarcó los quinientos soldados, y al obispo de Mazara, que estaba en Galípoli, que con sus gentes acudiesen á Barleta; todo á propósito de rehacerse de fuerzas para dar la batalla de poder á poder á los franceses y de una vez concluir con aquella guerra.

CAPITULO XVIII.

Que el marqués del Vasto se declaró por España. El mismo cuidado de rehacerse de fuerzas tenia el duque de Nemurs en Canosa, tanto mas, que los espa

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EL PADRE JUAN DE MARIANA.

ñoles en diversos encuentros le mataban mucha de su
gente, ca en San Juan Redondo el capitan Arriaran,
que se tenia en Manfredonia, pasó á cuchillo docien-
tos franceses; Luis de Herrera y Pedro Navarro cerca
de las Grutallas mataron otros docientos y prendie-
ron cincuenta que les tenian tomado un paso al salir
de Taranto, segun que les fuera ordenado. Mas ade-
lante estos dos capitanes y Lezcano, entre Conversano
y Casamaxima desbarataron y prendieron al marqués
de Bitonto, el cual con obra de quinientos hombres de
á pié y de á caballo se iba á juntar con el duque de Ne-
murs. Murieron en la refriega, entre otros muchos,
Juan Antonio Acuaviva, tio del Marqués, y un hijo su-
yo. Lo mismo sucedió al capitan Oliva, que se encontró
con una compañía de franceses y los desbarató con
muerte de treinta dellos. Don Diego de Mendoza dió
sobre cincuenta caballos y setenta de á pié que salieron
de Viseli contra los forrajeros del campo español, en cu.
ya guarda él iba. Los caballos se retiraron á Viseli; los
de á pié á una torre, en que fueron combatidos y muer-
tos. Movido destos y otros semejantes daños el duque
de Nemurs, envió á avisar al señor de Aubeni y á los
príncipes de Salerno y Bisiñano que dejado el mejor ór-
den que pudiesen en Calabria, se viniesen á juntar con
dar la batalla á los contrarios. No obedecieron
él para
ellos por entonces á este órden por causas que para ello
alegaron. El Gran Capitan tenia el mismo deseo de ve-
nir á las manos, y los unos y los otros eran forzados
aventurarse por la gran falta de bastimentos que pade-
cian; y retirarse de los alojamientos en que estaban
fuera perder reputacion, que temian que la tierra se les
rebelase. Verdad es que una nave de venecianos á esta
sazon llegó á Trana cargada de trigo, que vino á poder
de los nuestros, y otras cinco en dos veces arribaron
de Sicilia con seis mil salmas de trigo, ayuda con que
el Gran Capitan se pudo entretener algun tiempo junto
con las presas que de ordinario de ganados se hacian.
Traia de dias atrás sus inteligencias con las ciudades
del Abruzo, y en particular con la ciudad del Aguila;
por otra parte Capua, Castelamar, Aversa y Salerno
se le ofrecian. Acordó con todas que luego que saliese
en campaña se levantarian por España. Recibió á con-
cierto al conde de Muro, dado que fué el primero á al-
zarse por los franceses en Basilicata, do tenia su esta-
do. El de Salerno trató de pasar á la parte de España,
y aun ofrecia de casar con hija del Gran Capitan. Poco
se podia fiar de su constancia ni de la del príncipe de
Melfi, que al tanto daba muestra de querer reducirse.
La cosa de mas importancia que en este propósito se
hizo fué que don Iñigo Davalos se declaró del todo por
el rey Católico con la isla de Iscla, en que se entretenia
á la sazon. Era el orígen deste caballero de España, ca
don liigo Davalos, hijo del condestable don Ruy Lopez
Davalos, gran camarlengo del reino de Nápoles, casó
con Antonela de Aquino, hija heredera de Bernardo
Gaspar de Aquino, marqués de Pescara. Deste matri-
monio nació don Alonso Davalos, marqués de Pescara,

gobierno de la isla de Iscla con la tenencia de la forta-
mana destos dos caballeros fué doña Costanza Davalos,
leza, rentas de la isla y minas de los alumbres. Her-
condesa de la Cerra, y despues duquesa de Francavila.
Tuvieron asimismo otro hermano, que se llamó don
Martin, y fué conde de Montedorosi, sin otros dos que
se nombraron en otro lugar. Concertó el Gran Capitan
que se le daria al Marqués todo lo que antes tenia, y de
nuevo se le hizo merced de la isla de Prochita, demás
de una conducta que le ofrecieron de cien lanzas y do-
cientos caballos ligeros, y á su sobrino se concedió el
marquesado de Pescara y el oficio de gran camar-
lengo; además que si los españoles fuesen echados de
aquel reino, se les prometia recompensa de sus es-
tados en España, condiciones todas muy aventajadas.
Gastóse algunos meses en concedellas, y por esto tardó
tanto el Marqués en declararse, como en lo demás fuese
muy español de aficion y muy averso de Francia. Hijo
deste marqués fué don Alonso, muy valeroso capitan los
años adelante, y que heredó el marquesado de Pes-
cara por muerte de su primo don Fernando, que no
dejó hijo alguno. Nieto del mismo fué don Fernando
Davalos, marqués de Pescara, al cual los años pasa-
dos vimos virey de Sicilia, casado con hermana del
duque de Mantua. Alzó el Marqués en Iscla las bande-
ras por España el mismo dia de pascua de Resurrec-
cion. Por el mismo tiempo que el Marqués se pasó á la
parte del rey Católico, el comendador Aguilera des-
embarcó en Cotron con trecientos soldados que envió
últimamente desde Roma el embajador de socorro. El
comendador Gomez de Solís al tanto socorrió el castillo
de Cosencia y entró por fuerza la ciudad; echó al con-
de de Melito que allí estaba con cuatro tanta gente que
la él llevaba. Sobre los prisioneros que se tomaron
que
en Rubo hobo duda; y entre franceses y españoles
anduvieron demandas y respuestas. Tenian concer-
tado que se hiciesen guerra cortés, y para esto entre
otras cosas acordaron que los prisioneros de á caballo
tel del sueldo que ganaban. Prendieron los franceses
perdiesen armas y caballo, y se rescatasen por el cuar-
los dias pasados en cierto encuentro á Teodoro Bocalo,
capitan de albaneses, y á Diego de Vera, que tenia car-
go de la artillería, y á Escalada, capitan de infantería
española, con otros hasta en número de treinta. Sol-
taron á los demás conforme á lo concertado. Detu-
vieron los tres con color que eran capitanes y que no
se comprehendian en el concierto ni era justo que pa-
sasen por el órden que los otros. Sin embargo, al pre-
sente hacian instancia que los prisioneros de Rubo se
rescatasen conforme á lo que de los demás tenian asen-
tado, sin mirar que eran los mas gente muy principal y
muchos capitanes. Avisaron al Gran Capitan que aque-
Ila ley guardada en la milicia neapolitana cuanto á los
tel de su sueldo no se extendia á los que en batalla
prisioneros de á caballo que se rescatasen por el cuar-
campal eran presos ó en lugar que se tomase por fuerza
de armas. Consultóse el caso con soldados y caballeros
ancianos de la tierra; y como quier que todos confor-
masen en este parecer, conforme á él se respondió á
los franceses, y los prisioneros quedaron para resca-
tarse cada cual segun su posibilidad y como se concer-

al que
mató sobre seguro un negro en un fuerte de Ná-
poles, y dejó un hijo niño, que se llamó don Fernando.
Nació asimismo don Iñigo, á quien el rey don Fadrique
hizo marqués del Vasto, y le dió por toda su vida el

HISTORIA DE ESPAÑA.

tasen con los que los rindieron y los tenian en su poder. El principal intento fué entretenellos para que no pudiesen servir al duque de Nemurs en la batalla que segun el término en que las cosas se hallaban se entendia no se podia excusar.

CAPITULO XIX.

De las paces que el Archiduque asentó con Francia.

Al tiempo que el Archiduque partió de Madrid bizo grande instancia con el Rey, su suegro, para que le declarase su determinada voluntad en lo que tocaba á tomar algun medio de paz con Francia, y que le diese comision para tratar della, caso que el rey de Francia viniese en lo que era razon. Rehusó el rey Católico de hacer esto al principio, sea por no fiarse del todo de su yerno, y menos de los que tenia á su lado, que eran tenidos por muy franceses, ó por no desanimar á los que se tenian de su parte en Italia si se entendiese que el Archiduque por su órden y con su beneplácito pasaba por Francia. Sin embargo, la instancia fué tal, que finalmente le dió la comision con una instruccion muy limitada, que prometió de no exceder en manera alguna, y aun despues con fray Bernardo Boil, abad de' San Miguel de Cuja, le envió el poder para concluir con nueva instruccion. Dióle órden que no diese parte á nadie que llevaba aquel poder, sino solo al Archiduque, debajo de juramento que lo tendria secreto; y que si no se guardase la instruccion, no diese el poder hasta dar aviso de todo lo que pasaba. Llegó el Archiduque á Leon por el mes de marzo en sazon que la guerra se hacia en la Pulla y Calabria con el calor que queda mostrado; y en Alcalá de Henares la Princesa parió un hijo, que se llamó don Fernando, á los 10 de aquel mes; bautizóle el arzobispo de Toledo; fueron padrinos el duque de Najara y el marqués de Villena. Estaba en Leon el legado del Papa, el cardenal de Ruan y el mismo Rey. Comenzóse á tratar del negocio, pero muy diferente de la instruccion que llevaban de España. El abad avisó al Archiduque que no se debia pasar adelante sin avisar primero á su Rey. No dieron lugar á ello ni comodidad de despachar un correo, como lo pedia; antes le pusieron tales temores, que le convino entregar el poder que tenia, y aun al Príncipe estrecharon tanto sobre el caso, que buenamente no se pudo excusar por estar en poder del rey de Francia y porque los de su consejo eran de parecer que concluyese, sin tener cuenta con la instruccion que llevaba. Creyóse que los franceses con dinero que les dieron los cohecharon y ganaron. La suma desta concordia fué el Catóque se tomasen uno de dos medios, ó que lico renunciase la parte que le pertenecia del reino de Nápoles en su nieto don Cárlos, y el de Francia la suya en su hija Claudia, que tenia concertados; que entre -tanto que los dos no se casaban, la parte del rey Católico se pusiese en tercería en poder del Archiduque y de los que él nombrase, y la otra quedase en poder de franceses; ó que el Católico tuviese su parte, y el de Francia la suya, y la Capitinata sobre que contendian se pusiese en tercería. Eran estos medios muy fuera de propósito, pues por el primero los franceses se que

rey

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daban con su parte, y quitaban al rey Católico la suya,
pues le forzaban á sacar los españoles de aquel reino;
y por el segundo se quedaban las cosas en la misma
reyerta que antes. Esto se trataba en sazon que el rey
Católico era vuelto á Zaragoza para dar conclusion en
las Cortes que allí se continuaban. En ellas al principio
del mes de abril en presencia suya fué acordado que
Aragon sirviese para aquella guerra por tres años con
docientos hombres de armas y trecientos jinetes á sus
expensas, con tal que los capitanes y gente fuesen na-
turales del reino. Pusiéronse en breve en órden, y fué
acordado que marchasen la via de Ruisellon, por aso-
para de-
nadas de guerra que de Francia se mostraban,
fender aquella frontera si intentasen de romper los
franceces por aquella parte, como se temia, á causa que
el mariscal de Bretaña, capitan general de Francia, y
el señor de Dunoes y el gran Escuyer se acercaban á Car-
casona con los pensionarios del Rey, y otras muchas
gentes se esperaban allí de diversas partes. Por esto el
Rey proveyó que su gente se acercase á Figueras, y
don Sancho de Castilla, capitan general de Ruisellon,
apercebia todas aquellas plazas para que no le hallasen
descuidado. El mismo Rey acordó acercarse á aquellas
fronteras. Llegó á Poblete, cuando por una del abad
fray Boil tuvo aviso de la premia que al Príncipe se ha-
cia para que asentase la concordia contra el órden que
Hevaba. Respondióle el Rey lo que debia hacer. Todo
no prestó nada, que las paces se publicaron, y el Ar-
chiduque despachó á Juan Edin, su aposentador ma-
yor, y el Rey de Francia un Eduardo Bulloto, ayuda
de cámara, para que cada cual por su parte avisasen al
Gran Capitan y al de Nemurs cómo quedaban las paces
concluidas, y que por tanto sobreseyesen, y no se pa-
sase mas adelante en la guerra. Con tanto, el Archidu-
que se partió de Leon la via de Saboya para verse con
su hermana madama Margarita, con quien y con aquel
Duque tuvo las fiestas de Pascua. Apresuraron Juan
Edin y Eduardo su camino por Roma publicando que
las paces eran hechas. Llegaron á Barleta en sazon que
los dos generales se aprestaban á toda furia para venir
á las manos, en especial el Gran Capitan, despues que
dos mil y quinientos alemanes que se embarcaron en
Trieste y sin contraste pasaron por el golfo de Venecia,
á los 10 de abril aportaron á Manfredonia, socorro que
esperaba con grande deseo. Dióle Juan Edin la carta
que le llevaba del Archiduque, en que le encargaba y
mandaba de parte del Rey que sobreseyese él y todos los
demás en todo auto de guerra, porque esto era lo que
convenia. Estaba el Gran Capitan prevenido por cartas
de su Rey, en que le avisaba de la ida del Archiduque
por Francia; y porque della podria resultar que se hi-
ciese algun asiento de paz ó tregua, le ordenaba que
puesto que el Archiduque le escribiese alguna cosa en
este propósito, no hiciese lo que le ordenase sin su es-
pecial mandato. Así, respondió que no se podia cum-
plir aquel órden sin que primero el Rey, su señor, fuese
informado del estado en que las cosas de aquel reino
se hallaban; que los franceses rompieron la guerra á
tuerto, y que al presente, que tenian perdido el juego,
no podia ni debia aceptar semejante paz; que él sabia
bien lo que debia hacer, y en persona iria á dar la res-

puesta al duque de Nemurs. Como lo dijo, así lo cumplió. El rey Católico asimismo no quiso venir en esta concordia, si bien para cumplir con todos tornó á mover la plática de restituir el reino al rey don Fadrique; mas el Francés no quiso oir al embajador que para este efecto le enviaron, antes le despidió afrentosamente por el sentimiento que tenia grande de que la concordia no se guardase.

CAPITULO XX.

Que el señor de Aubeni fué vencido y preso.

Con la armada que se aprestó en Cartagena partió Luis Portocarrero mediado febrero. La navegacion conforme al tiempo fué trabajosa en el golfo de Leon, y despues en el paraje de la costa de Palermo tuvieron dos tormentas muy bravas. Llegaron en veinte dias al puerto de Mecina con la armada entera y junta, dado que hombres y caballos padecieron mucho. Tratóse allí á qué parte del reino irian á desembarcar; algunos eran de parecer que conforme á los avisos del Gran Capitan pasasen á la costa de Pulla para juntarse con la masa del ejército español; á Luis Portocarrero pareció que la navegacion era muy larga para gente que venia cansada y maltratada del mar. Pasó á Rijoles con su armada con intento de hacer la guerra por la Calabria conforme al órden que traia de España. El señor de Aubeni, despues de la rota que dió á Manuel de Benavides y á don Hugo de Cardona, tenia sus alojamientos en la Mota Bubalina con esperanza de tomar por hambre á Girachi, que está distante tres leguas, y buena parte de los vencidos despues de la rota se recogió á aquella plaza. Era ido el príncipe de Bisiñano á su estado, y el de Salerno y conde de Melito se partieran para Nápoles. Determinó Portocarrero de salir en campaña, y con este intento hizo alarde de su gente en Rijoles cuando le sobrevino una fiebre mortal. Antes que falleciese fué avisado que algunos capitanes de cuenta se entraron en Terranova, lugar que con otros muchos desampararon los franceses luego que supieron que la armada era llegada. Supo mas que el de Aubeni, sabida la enfermedad, acudió á ponerse sobre ellos, y los tenia muy apretados por ser aquel lugar flaco. Con este aviso Luis Portocarrero nombró en su lugar á don Fernando de Andrada para que con la gente de á pié y de á caballo fuese á socorrer á los cercados, y al almirante Vilamarin dió órden que enviase sus galeras delante Joya para desmentir á los franceses que entendiesen iba el socorro por mary por tierra. Apresuráronse los españoles, porque tenian entendido que los de Terranova padecian gran falta de bastimento. Llegaron á Semenara; tuvo el de Aubeni noticia del socorro que iba, alzóse del burgo de Terranova, do alojaba, y pasóse á los Casales. Don Fernando, contento de haber socorrido á los cercados, se detuvo en Semenara. Allí le acudieron otras compañías de gente, en particular Manuel de Benavides, Antonio de Leiva, Gonzalo Davalos, don Hugo y don Juan de Cardona, cada cual con su gente, con que formó un buen ejército bastante para romper al enemigo al tiempo del retirarse la via de Melito. Deste parecer era don Hugo que le acometiesen; pues todas las veces que se reconoce

notable ventaja, los prudentes capitanes se deben aprovechar de la ocasion, que si la dejan pasar, pocas veces vuelve. Mas don Fernando se excusó con el órden que llevaba de no dar en manera alguna la batalla. Falleció finalmente Portocarrero; su cuerpo depositaron en la iglesia mayor de Mecina enfrente de la sepultura de don Alonso el Segundo, rey de Nápoles. Por su muerte resultó alguna diferencia entre los capitanes sobre quién debia ser general. Acordaron de remitirse al virey de Sicilia, el cual se conformó con la voluntad del difunto, y tornó á nombrar á don Fernando de Andrada. Sintiéronse desto y agraviáronse don Hugo y don Juan de Cardona que un caballero mozo y de poca experiencia fuese antepuesto á los que en nobleza no le reconocian ventaja, y en las cosas de la guerra se la hacian muy conocida; pero no por eso dejaron de acudir con los demás, ca venció el deseo de servir á su Rey y hacer lo que debian al sentimiento y pundonor. Tenia toda la gente española mucho deseo de venir á las manos; las estancias muy cerca de las de los contrarios. El de Aubeni mostraba no menor voluntad de querer la batalla, y envió un trompeta á requerilla. Los españoles la rehusaban por el órden que tenian. Cobró avilenteza con esto, y por entender que nuestros soldados estaban descontentos, porque no les pagaban. Salió de Rosano y Joya para acercarse á los contrarios, tanto, que se adelantó á dar vista á Semenara. Pasó el rio y entró por la vega adelante, que fué grande befa. Habian estado los gallegos poco antes amotinados porque no les pagaban. Podíase temer algun desman. El virey de Sicilia con algun dinero y los capitanes con las joyas y plata que vendieron, los aplacaron en breve. Los franceses eran trecientos hombres de armas y seiscientos caballos ligeros y mil y quinientos infantes y mas de tres mil villanos. Los españoles con buen órden salieron de Semenara en número ochocientos caballos y cerca de cuatro mil peones. Retiróse el de Aubeni á Joya sin atreverse á esperar la batalla. Siguiéronle los contrarios con intento de combatir el lugar. Pasaron algunas cosas de menor cuenta, hasta que un viérnes de mañana, á 21 de abril, los unos y los otros, como si la batalla estuviera aplazada, sacaron sus gentes al campo. El de Aubeni animaba á los suyos, traíales á la memoria la victoria que los años pasados ganaran en aquel mismo lugar y puesto del rey don Fernando de Nápoles y del Gran Capitan: «Si contra ejército tan pujante y capitanes los mas valerosos de Italia salistes con la victoria y distes muestra de la ventaja que hacen los franceses á las demás naciones, ¿será razon que contra unos pocos y mal avenidos soldados perdais el ánimo, perdais el prez y gloria que poco ha ganastes? No lo permitirá Dios, ni vuestros corazones tal sufrirán; morir sí, pero no volver atrás. Acordaos de vuestra nobleza, del nombre y gloria de Francia.» Esto decia el de Aubeni. Adelantábanse los campos por aquella llanura al son de sus atambores y trompetas. Cada parte pretendia aventajarse en tomar el sol. Pasaron los de España con este intento el rio un poco mas arriba. Antojóseles á los franceses que se retiraban. Arremetieron con poco órden, y con menos dispararon el artillería antes que la contraria, que no hizo daño alguno ni desbarató la ordenanza que

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