Imágenes de páginas
PDF
EPUB

que todo esto estuviese asentado antes de las vistas. El rey Católico iba en esto muy recatado sin descubrir su pecho á nadie antes de verse con su yerno.

CAPITULO XX.

De las vistas que hobo entre los reyes suegro y yerno.

una alquería que se llama Remesal. Partieron los reyes de sus posadas segun que dejaron acordado, bien que con muy diferente acompañamiento; el rey Católico con los suyos, que eran hasta docientos, en traje de paz y en mulas y desarmados; el rey don Filipe á punto de guerra. A la parte de la Puebla quedaban en ordenanza hasta dos mil picas, sin la gente de la tierra y buen golpe de gente de á caballo de los que fueron .en compañía de los grandes. Pasaron delante hasta mil alemanes como para reconocer el campo. Despues desto seguian los cortesanos del rey don Filipe, y él á la postre en un caballo y con armas secretas. A su mano derecha venia el arzobispo de Toledo, y á la siniestra don Juan Manuel. Antes que él llegase, el rey Católico se puso en un alto para ver los que pasaban. Llegaron los grandes y señores á besalle la mano, que él recogia de muy buena gracia. Echó los brazos al conde de Benavente; sintió que iba armado, díjole riendo: Conde, ¿cómo habeis engordado tanto? El respondió: Señor, el tiempo lo causa. A Garci Laso dijo: García, ¿ y tú tambien? El respondió: Señor, por Dios así venimos todos. En esto llegó el rey don Filipe, que, aunque con semblante de algun sentimiento, hizo muestra de querer echarse del caballo y. besar la mano á su suegro; él le previno y abrazó y besó con muestra de mucho amor y la boca llena de risa. Para hablarse se entraron en una ermita que allí estaba, y en su compañía el arzobispo de Toledo y don Juan Manuel. El Arzobispo con la resolucion que solia tener dijo á don Juan: «No es buen comedimiento que los particulares se hallen presentes á la habla de sus príncipes: vamos de aquí entrambos.» Don Juan no osó replicar. Como estuviesen

Trataban el arzobispo de Toledo por una parte, y por la otra nonsieur de Vila y don Juan Manuel, y conferian entre sí por comision de sus príncipes de conformallos y tomar algun asiento en las diferencias que tenian. Las intenciones eran muy diversas, y así no se acababan de concertar. El Arzobispo procedia con sinceridad y verdad como lo pedia su dignidad y la buena fama de su vida; los otros con cautela pretendian hacer la concordia muy á ventaja de su amo, por lo menos entretener el tiempo; que, segun eran muchos los que acudian al nuevo Rey, tenian por cierto que el rey Católico se veria en breve tan solo, que le seria forzoso dejar el reino desembarazado y retirarse á su tierra. Llegó el Arzobispo por la poca confianza que tenia de concluir cosa alguna á aconsejar al rey Católico se retirase al reino de Toledo; ofrecia le mandaria allí entregar todos sus lugares y castillos; que segun la distancia y tiempo que seria menester para llegar allá y el sobrado vicio de aquellas gentes, que conforme á su costumbre escanciaban muy largo, el calor y falta de otros mantenimientos seria causa que recibiesen mucho dano; y aunque no fuese sino el de la enemistad, que cada dia se descubria mas entre castellanos y flamencos, haria mucho efecto; en fin, que el tiempo y dilacion suelen adobar muchos daños. El rey Católico no venia en esto, y aun sospechaba no quisiese el Ar-junto á la puerta, dijole el Arzobispo que se saliese, zobispo como los demás faltalle y acomodarse con el tiempo; que esto aventuran á ganar los que tercian en semejantes negocios. Resolvióse de verse en todas maneras con su yerno, que en este tiempo era llegado á Verin; dende envió á don Diego de Guevara al rey Católico, que esperaba en Rionegro, para rogalle sobreseyese en su ida por cuanto esto era lo que convenia para los negocios. Mas no dejó el rey Católico persuadirse, antes persistia en lo que tenia determinado. Decia que su yerno no se podia agraviar de que le fuese á ver, pues iba desarmado, y él venia á punto de guerra. Vista esta resolucion, desde Nellasa, do era llegado el rey don Filipe, determinaron monsieur de Vila y don Juan Manuel de ir á verse con el rey Católico y concertar el dia y lugar para las vistas, pues no se podian excusar. Para seguridad de don Juan fué enviado el duque de Alba al rey don Filipe, si bien la voz era que iba para ayudar á dar buena conclusion y corte en los negocios. Pasáronse en el entre tanto los reyes don Filipe á la puebla de Sanabria y el Católico á Asturianos, que están distantes poco mas de dos leguas. Venidos don Juan y monsieur de Vila á Asturianos, el Rey les habló dulce y amorosamente sin dar queja alguna ni muestra de sentimiento. En lo de la concordia y particulares della respondió de manera que se entendió no quedaria por él que no se concluyese muy á gusto de su yerno. Acordaron que las vistas fuesen otro dia en un robledal que está entre la puebla de Sanabria y Asturianos, cerca de

que él queria servir de portero. Con esto cerró la puerta, y asentóse en un poyo que allí halló. Los reyes despues de las palabras ordinarias de cumplimiento, entraron en materia. Tomó la mano el rey Católico como era razon, y habló en esta sustancia: «Si yo mirara solo mi contento y sosiego, y no lo que era mas pro y cumplidero, no me hobiera puesto á la afrenta y desvíos que he pasado; pero el amor, y mas de padre, es muy sufrido, y pasa por todo á trueque que sus hijos sean mejorados. Lo que yo y la Reina, mi mujer, pretendimos, ella en encargarme el gobierno destos reinos, y yo en conformarme á tiempo con su voluntad, no fué deseo de hacienda, que, Dios loado, no tengo falta de ella ni de desautorizar á nadie. Porque ¿qué se podia interesar en hacer mal á nuestros hijos? Vuestra edad y la poca experiencia que teneis de los humores desta gente nos hizo temer no os engañasen y usasen mal de vuestra noble condicion para acrecentarse y enriquecer á costa destos reinos y vuestra á los suyos, de que resultasen disensiones y revueltas semejables á las que por la facilidad de los reyes se levantaron los años pasados. Mas pues esta nuestra voluntad no se recibe como fuera razon, lo que yo siempre pretendí hacer encaminadas las cosas muy fácilmente alzaré desde luego la mano del gobierno, ca mas estimo la paz que todo lo al; que no falta á qué acudir, cosas no menos forzosas y que piden nuestra presencia. Solo os quiero advertir y amonestar que desde luego pareis mientes

quiénes son de los que debeis hacer confianza. Que si esto no mirais con tiempo, sin duda os veréis, lo que yo no querria, en aprietos y pobrezas muy grandes. Este Arzobispo he hallado siempre hombre de buen celo y bien intencionado y de valor; dél y de otros semejantes os podeis servir seguramente. Y advertid que no es oro todo lo que lo parece, ni virtud todo lo que se nuestra y vende por tal. » El rey don Filipe respondió en pocas palabras como venia enseñado de sus privados. Mostró estimar los consejos que le daba el Rey, su suegro; y con tanto se despidieron, sin que en dos horas que estuvieron solos, ni el rey Católico hiciese mencion de su hija por excusar desabrimientos, ni el rey don Filipe le ofreciese que la viese; sequedad extraña, que dió mucho que maravillar, y aun que murmurar; y fué ocasion que se despidieron y volvieron á los pueblos de que salieron mas disgustados que antes. Fueron estas vistas un sábado á 20 del mes de junio deste año en que vamos.

CAPITULO XXI.

Que los reyes se vieron segunda vez en Renedo. Prosiguieron los reyes su camino á tres y cuatro leguas el uno del otro. Llegó el rey don Filipe á Benavente la víspera de San Juan; el rey Católico por su camino apartado no dejaba de solicitar que el tratado de la concordia se continuase y concluyese. Concordaron los comisarios en que el rey Católico desembarazase el gobierno á su yerno, y se fuese á Aragon con retencion de los maestrazgos y que se cumpliesen los demás legados que le hizo la reina doña Isabel. Con esto hacian confederacion entre sí de amigo de amigo, y enemigo de enemigo sin alguna excepcion. Juró esta concordia el rey Católico en Villafafila, donde estuvo á los 27 de junio, presentes el arzobispo de Toledo, don Juan Manuel, el de Vila, y luego otro dia la juró el Rey, su yerno, en Benavente. Asiento para él muy aventajado, tanto mas, que de secreto hicieron y firmaron una escritura en que se declaraba la impotencia de la Reina para gobernar, que era lo mismo que alzarse el Rey, su marido, con todo y quedar él solo con el gobierno sin competidor. Hizo sus protestaciones el rey Católico de secreto, presentes Tomás Malferit y Juan Cabrero y su secretario Miguel Perez de Almazan, declarando que venia forzado en aquel concierto por estar en poder de su yerno sin armas, y él rodeado de gente de guerra y no poder hacer otra cosa. Hecho esto, se partió para Tordesillas. Desde allí despachó sus cartas y las publicó, su data 1.o de julio, en que daba cuenta de su recta intencion, y que siempre la tuvo de dejar á sus hijos el gobierno luego que llegasen á Castilla; que en conformidad y para muestra desta su voluntad, se salia destos reinos para tener cuenta con los que á su cargo estaban y por su ausencia padecian. Envióle el rey don Filipe á avisar antes que partiese de Tordesillas diversas cosas que pasaron entre él y la Reina en Benavente, y á suplicalle mandase como padre poner en ello remedio. A esta embajada, por ser materia tan peligrosa y tener entendido que el rey don Filipe la pretendia encerrar, no quiso responder en particular cosa alguna mas de

remitirse á su virtud y conciencia; que si él era padre, él era su marido, y ella madre de sus hijos, y por todos respetos tenia por muy cierto escogeria lo mejor y mas honesto, lo cual le rogaba afectuosamente. De Tordesillas se pasó el rey Católico á una aldea junto de Valladolid, que se llama Tudela, y el rey don Filipe se fué á Mucientes. Procuraba por el camino atraer los grandes á su opinion, y sacaba dellos firmas para encerrar á la Reina. Envió á pedir al Almirante hiciese lo mismo, respondióle que si su alteza mandaba firmase aquel papel, le dejase ver la causa con que se justificaba aquella resolucion, y para esto le diese lugar de ver y hablar á la Reina. Respondió que decía muy bien, y así fueron el Almirante y el conde de Benavente á la fortaleza de Mucientes, do tenian á la Reina. Halláronla en una sala muy escura, vestida de negro, y un capirote en la cabeza que le cubria casi el rostro, y debia ser el chaperon que se usa en Francia; á la puerta de la sala Garci Laso, y dentro con ella el arzobispo de Toledo. Levantóse al Almirante, y hízole la cortesía que le hiciera su madre, salvo que se quedó en pié. Preguntóle que si venia de donde su padre estaba y cómo lo dejó. Respondió que otro dia antes se partió de Tudela, y que le dejó muy bueno y de partida para sus reinos de Aragon. Díjole que Dios le guardase y que holgara mucho de velle. Pasó el Almirante algunas pláticas con la Reina, y nunca respondió cosa que fuese desconcertada. El rey don Filipe instaba que luego se encerrase. El Almirante le dijo que mirase lo que hacia, que ir sin la Reina á Valladolid seria cosa de grande inconveniente y seria mal contado. Que la gente estaba alterada y á la mira, y los grandes tendrian ocasion de alborotar el reino con voz de poner en libertad á su Reina. Que su parecer era no la apartase de sí; y pues el principal mal eran celos, encerralla seria aumentar la enfermedad y pasion. Comunicólo el Rey con los de su Consejo; salió decretado que la llevasen á Valladolid. Pero antes que esto se hiciese, acordaron que los dos reyes se viesen segunda vez en Renedo, que es una aldea á legua y media de Tudela, y dos y media de Mucientes. Avisó el rey Católico á su yerno que por no dar que decir procurase que estas vistas fuesen con mas muestras de amor que las pasadas, pues á todos venia á cuento para la reputacion se entendiese quedaban muy conformes. A 5 del mes de julio, despues de comer, partieron los reyes para Renedo. Llegó primero el rey Católico, apeóse en la iglesia, y allí esperó á su yerno. Las muestras de amor fueron muy grandes. Estuvieron dentro de una capilla por espacio de hora y media. Avisó el rey Católico á su yerno mas en particular de lo que debia hacer y de lo que se debia guardar para gobernar sin tropiezo aquellos reinos. Por fin de la plática llamaron al arzobispo de Toledo, y en su presecia se dijeron palabras de grande benevolencia. Con esto se despidieron, y el rey Católico sin tratar de negocios algunos ni aun de ver á su hija, se partió de Renedo y continuó su camino de Aragon. Suplicóle el duque de Alba le dejase acompañalle hasta Nápoles, donde pensaba ir en breve; mas aunque hizo mucha instancia, no lo consintió, antes le dijo recibiria mas servicio se quedase en Cas-· tilla para acudir á sus cosas como sobrestante de los á

quien las dejaba encomendadas, que eran don Gutierre Lopez de Padilla, comendador mayor de Calatrava, y Hernando de Vega, que quedaban con cargo de presidir en el consejo de las órdenes, y Luis Ferrer, que dejó por su embajador; á todos los cuales mandó obedecie sen al Duque como á su misma persona. Esta salida del rey Católico, que pareció á todo el mundo muy afrentosa, llevó él con la grandeza de ánimo que solia las demás cosas. A los grandes que vinieron á despedirse recibió con muy buena gracia sin dar muestra de algun sentimiento. Si alguno le hablaba de la ingratitud que mostraron á quien debian lo que eran, respondia que antes de todos ellos tenia recebidos muchos servicios, y que los tenia muy presentes en su memoria para gratificalles en lo que pudiese. Finalmente, su partida fué como si dentro de pocos dias pensara volver. A la verdad, conocida la condicion del Príncipe y los humores de la gente, claramente se dejaba entender que las cosas de Castilla no durarian muchos dias en un ser, y que en breve sentirian el daño, y aun clamarian por el gobierno del que tantos años con su valor los mantuvo en paz y justicia.

CAPITULO XXII.

De las novedades que sucedieron en Castilla. Apenas el rey don Fernando volvió las espaldas, cuando en Castilla se vieron grandes novedades. Por donde los naturales comenzaron á entender cuánta falta hacia el gobierno pasado, ca es de grande importancia para todo una buena cabeza. Tenia el rey don Filipe convocadas Cortes para Valladolid. Intentó de nuevo llevar adelante su traza, que era encerrar á la Reina con color de su enfermedad y que no queria entender en el gobierno. Los grandes tenia él negociados y venian en ello, y aun el arzobispo de Toledo pretendia que se la entregasen, y buscaba votos para salir con ello. Solo el almirante de Castilla de los que allí se hallaban fué el primero que lo contradijo, y no quiso dar consentimiento á tan grande novedad. Habló con los procuradores de Cortes; díjoles que no viniesen en cosa tan fea, que era grande deslealtad tratallo. Ellos le ofrecieron que lo harian así y seguirian su consejo, si algun grande les asistiese. Entonces el Almirante les hizo pleito homenaje de estar con ellos á todo lo que sucediese por aquella querella. Con esto lo contradijeron la mayor parte, y solo juraron lo que en las Cortes de Toro, es á saber, á doùa Juana por reina propietaria de aquellos reinos, y por rey al Archiduque como á su legítimo marido, y por príncipe y sucesor en aquella corona despues de los días de su madre á don Carlos, su hijo. Sirvió el reino en aquellas Cortes con cien cuentos, pagados en dos años, para la guerra de los moros, si bien la derrama desta suma se tuvo por muy grave á causa de la hambre que se padecia en Castilla muy grande, tanto, que de Sicilia se proveia España de trigo, la Mancha y reino de Toledo por el puerto de Cartagena, y por Málaga el Andalucía, cosa inaudita. Otra novedad fué que los del Consejo comenzaron á entremeterse en los negocios de la Inquisicion como si fueran prófanos. Daban oidos en particular á los que se

querellaban del inquisidor de Córdoba, llamado Diego Rodriguez Lucero, el cual y los demás oficiales pretendian se debian remover de los oficios. Favorecian á los presos el conde de Cabra y marqués de Priego. Llegaron los del pueblo á tomar las armas. Prendieron al fiscal y á un uotario de la Inquisicion, y aun entraron en el alcázar, do residian los inquisidores. Quejábanse asimismo del inqusidor mayor, que era el arzobispo de Sevilla don Diego de Deza y de los del consejo de la grande Inquisicion, que eran el doctor Rodrigo de Mercado, el maestro Azpeitia, el licenciado Hernando de Montemayor, el licenciado Juan Tavera, que adelante fué cardenal y arzobispo de Toledo, y el licenciado Sosa, todos personas muy aprobadas, y en esta sazon residian en Toro, donde tenian presos buen número de judaizantes, personas ricas y principales. Otra novedad fué que de una vez se removieron todos los corregidores de las ciudades y los alcaides de las fortalezas hasta los generales de las fronteras, en que hobo tres daños notables: el uno, que se proveyeron en las tenencias y oficios muchos flamencos; el segundo, que como eran tantas las provisiones, no se pudieron hacer las diligencias para poner personas idóneas en los gobiernos; solo el favor de los cortesanos y grandes era bastante para poner cada cual sus criados, allegados y deudos sin mirar otras partes y el dinero con que hacian feria y mercado de los oficios, en particular los flamencos, que pensaban por esta via medrar; el tercero daño fué que los depuestos se tuvieron por agraviados les quitasen sin algun demérito el premio dado por sus servicios, que era cantera de enemigos y quejosos. La indignacion destos y la poca habilidad de los nuevos oficiales y ministros, sobre todo la fama de que andaban en venta los oficios y judicaturas, y el mal tratamiento de la Reina fué ocasion que los pueblos se alborotasen en gran parte y aun comenzasen á apelli darse para poner remedio en aquellos daños presentes, y prevenir otros mayores que se esperaban. Casi todos echaban ya de ver la falta que el rey Católico les hacia, y piaban por él con tanto despecho, que si volviera á Castilla, se entendia le acudiera la mayor parte della y casi todos. Con esto comenzaban á tener en poco al nuevo Rey, tanto, que pretendió hacer presidente del consejo real á Garci Laso, y despues nombralle por ayo del infante don Fernando, y los grandes no consintieron lo uno ni lo otro, y don Juan Manuel hacia oficio de presidente hasta tanto que aquella plaza se proveyese. En la Andalucía se juntaron el duque de Medina Sidonia, el conde de Ureña, el marqués de Priego y conde de Cabra. Entendióse que pretendian tratar de, que la Reina se pusiese en libertad. Todos eran nublados que amenazaban grande tempestad. Partieron el Rey y Reina por el mes de agosto de Valladolid para Segovia por causa que los marqués y marquesa de Moya no querian, como les era mandado, entregar la tenencia de aquel alcázar á don Juan Manuel; pero como supieron la determinacion del Rey y que se juntaba gente de guerra para ir contra ellos, obedecieron á aquel mandato; y el Rey antes de llegar á aquella ciudad con este aviso dió la vuelta á Tudela de Duero con intento de pasar á Búrgos, y de allí á Victoria, porque se pu

blicaba que gente francesa venia para acometer aquella frontera. Para asegurarse por la parte de Navarra hizo el rey don Filipe dos cosas: la una, que en lugar de don Juan de Ribera nombró por general de aquella frontera al duque de Najara; la otra, que hizo confederacion con aquellos reyes muy estrecha por los reinos de Castilla y de Leon, sin hacer mencion del Rey, su suegro, ni del reino de Aragon; que fué traza muy notable, y en que contravenia á la concordia que se asentó con el Rey, su suegro, en Villafafila, y aun á todo el buen respeto que debe el hijo á sú padre.

CAPITULO XXIII.

De la muerte del rey don Filipe

Salió el rey Católico de Castilla por Montagudo, y entró en Aragon por Hariza la via de Zaragoza, donde primero la Reina y despues el Rey fueron recebidos con grande alegría como de gente que esperaba por medio de aquel matrimonio tener su rey propio y ser gobernados con la moderacion é igualdad que pedian sus leyes y lo usaron los reyes pasados. Antes que saliese de Castilla y desde el camino hizo diversas veces instancia con el Rey, su yerno, le entregase al duque Valentin como prisionero suyo para tenelle á buen recado en algun castillo de Aragon ó llevalle consigo á Nápoles por ser de tanta importancia para las cosas de Italia, do pensaba pasar en breve, y con este intento se aprestaba en Barcelona una armada. El rey don Filipe se inclinaba á entregársele; mas los de su Consejo fueron 'de parecer que se debia primero averiguar cuyo prisionero era, pues fué preso y enviado á España por el Gran Capitan y en vida de la reina doña Isabel. Este parecer se siguió, que fué otro nuevo disfavor y muy notable desvío. Crecian las sospechas que se tenian contra el Gran Capitan. Daba ocasion á los maliciosos ver que se detenia tanto y nunca acababa de arrancar. Quién decia que esperaba la venida del César, que se queria embarcar en el golfo de Venecia con ocho mil alemanes para apoderarse de aquel reino; quién le cargaba que traia secretas inteligencias con el rey de Francia por medio del cardenal de Ruan; quién con el Papa por medio del cardenal de Pavía, y que deliberaba de aceptar el cargo de general de la Iglesia que le ofrecian para echar de Boloña á Juan de Bentivolla, que tenia tiranizada aquella ciudad. No faltaba quien dijese que trataba de emparentar con Próspero Colona y casar una hija suya con el hijo de Próspero con intento de favorecerse de los coloneses para se conservar. Cada cual se persuadia que queria todo lo que podia, midiendo por ventura por su corazon el ajeno. Envió el Gran Capitan á España á Nuño Ocampo por la posta para descargarse y certificar al Rey de su venida; pero como lo que decia era tanto y por tantas partes, no se aseguraba con esto, antes determinó partir para allá con toda brevedad. Nombró por virey de Aragon al arzobispo de Zaragoza, y de Cataluña al duque de Calabria, dado que le quitó los criados italianos que tenia, y algunos dellos mandó que fuesen en su compañía á Nápoles, y aun procuró con el rey de Francia le enviase la Reina, madre del Duque, con sus hijos. Ella no quiso venir en manera al

guna; antes se fué á un lugar del marquesado de Mantua, acompañada de Luis de Gonzaga, su sobrino, hijo de Antonia de Baucio, su hermana, con acostamiento de diez mil ducados que le ofreció el rey de Francia cada un año. Envió el rey Católico á Cárlos de Alagon á Nápoles para avisar de su ida, con órden de asegurar en particular á los coloneses que no serian agraviados y que se tendría mucha cuenta con sus servicios. Hecho esto, desde Barcelona se hizo á la vela á los 4 de sctiembre; en su compañía la reina doña Germana y las dos reinas de Nápoles, madre é hija, demás de un gran número de caballeros castellanos y aragoneses que le hicieron compañía en aquel viaje. La armada era muy gruesa, en que iban las galeras de Cataluña, y por su general don Ramon de Cardona; y las de Sicilia, cuyo capitan era Tristan Dolz, fuera de otras muchas naos. Las galeras de Nápoles quedaron en aquel reino de respeto para que el Gran Capitan se embarcase en ellas y viniese en busca del Rey. Así lo hizo, que à los 7 del mismo mes salió de Nápoles por tierra, por ser el tiempo contrario para salir las galeras. Detúvose en Gaeta hasta los 20 de aquel mes; traia en su compañía al duque de Termens y muchos caballeros italianos y españoles, y por prisioneros al príncipe de Rosano, al marqués de Bitonto, á Alonso de Sanseverino y Fabricio de Jesualdo, sin otros que dejó enfermos en Năpoles. En este mismo tiempo el rey don Filipe, luego que llegó á Búrgos y se aposentó en las casas del Coudestable, lo primero que hizo fué mandar salir de palacio á doña Juana de Aragon, mujer del Condestable, á fin que la Reina, su hermana, no tuviese con quien comunicar sus cuitas. Comenzaron asimismo á hacer proceso contra el duque de Alba, y se mandó al Almirante que para asegurar al Rey le entregase una de sus fortalezas, porque se comenzó á tener de él alguna desconfianza. El, comunicado el negocio con el marqués de Villena, duque de Najara y conde de Benavente, se excusaba de hacello. Amenazaban las cosas alguna gran mudanza, y parece se enderezaban á disensiones y revueltas, cuando al rey don Filipe le sobrevino una fiebre pestilencial, que le acabó en pocos dias. Algunos tuvieron sospecha que le dieron yerbas; sus mismos médicos, y entre ellos Ludovico Marliano, milanés, que despues fué obispo de Tuy, averiguaron la verdadera causa, que fué ejercicio demasiado. Estuvo la Reina siempre con él en su dolencia, y aun despues de muerto no se queria apartar de su cuerpo, dado que los grandes se lo suplicaron, y que demás de su ordinaria indisposicion quedaba preñada. Falleció á los 25 de setiembre, una hora despues de medio dia, en edad de veinte y ocho años. Mandóse enterrar en Granada. Depositáronle en Miraflores, monasterio de cartujos cerca de Burgos. Tal fué el fin que tuvo aquel Príncipe en el mismo principio de su reinado, sin poder gozar de la gloria que se pudiera esperar de su buen natural. ¿Qué le prestó su nobleza? Qué su edad y gentileza, que fué grande? Qué las riquezas y poder, en que ningun príncipe cristiano se le igualaba? Qué la casa real y tanto número de cortesanos? Todo lo acabó la muerte cruel arrebatada y fuera de sazon. Sola la virtud no falta, que tiene muy cierto su galardon y muy hondos sus cimientos. ¡Mara

villoso Dios en sus juicios! ¡Grande inconstancia y variedad de las cosas humanas y de toda su prosperidad! ¿Qué de esperanzas mal fundadas cayeron por tierra y se acabaron? Qué de trazas comenzaron de nuevo? Fué de estatura mediana, rostro blanco y colorado, poca barba, belfo, ojos medianos, cabello largo, toda la composicion de su cuerpo muy honesto y muy amable; el ánimo muy generoso; la condicion fácil, falta notable,

y de que sus privados usaban mal; enemigo de negocios, aficionado á deportes, muy sujeto al parecer de los que tenia en su casa y á su lado. En el mes de agosto se vió un cometa, por espacio de ocho dias, que revolvia con su llama entre poniente y mediodía. Entendióse despues del desastre que amenazaba á la cabeza deste Príncipe y que pronosticaba se seguiria con su muerte en sus reinos alguna gran revolucion y mudanza.

LIBRO VIGÉSIMONONO.

CAPITULO PRIMERO.

Que el rey Católico supo la muerte del rey don Filipe.

Con la muerte del rey don Filipe las cosas del reino y los ánimos de los principales y del pueblo grandemente se alteraron. Repentina mudanza, confusion y peligro, uno de los mayores en que jamás Castilla se vió. ¿Quién pudiera creer ni pensar que un gobierno fundado con tantas fuerzas y por tan largo discurso de tiempo, continuado en paz y justicia, en que ninguna nacion en el mundo se le aventajaba, en un instante de tiempo se hallase en términos de desbaratarse de todo punto y trocarse en una tiranía y revuelta miserable? Inconstancia- grande de las bienandanzas de los mortales y muestra clara de nuestra fragilidad. Lo que en muchos años se gana, en una hora se pierde; y la nave cuanto es mayor y mas fuerte, tanto corre mas peligro si le falta el gobernalle, como le sucedió al presente á este reino. Los grandes desconformes, y aun en gran parte descontentos; porque ¿quién pudiera satisfacer á la ambicion y hartar la codicia de tantos? Gran parte de las tenencias y de los cargos del reino en poder de flamencos en recompensa de sus servicios y de haber desamparado su patria; estos buscaban todas las maneras y caminos que podian para allegar dineros, aunque fuese con gemido y agravio manifiesto de la gente vulgar; y como no pensaban arraigar en España largo tiempo, con deseo de enriquecer todo lo ponian en venta, y de todo procuraban sacar interés. Los pueblos, ofendidos con esto y por persuasion y á ejemplo de los grandes, comenzaban á dividirse en parcialidades; los mas suspiraban por el gobierno pasado, y aun se quejaban del rey Católico que hobiese dejado á los que le desampararon y ellos mismos pusieron en necesidad de salirse afrentosamente del reino. Todos estos desabrimientos y pasiones enfrenaba la presencia y autoridad de sù Rey, aunque mozo; mayormente que no podian quejarse sino de sí mismos que entregaron el gobierno al que menos convenia, y quitaron la vara al que tantos años los gobernara, honrara y acrecentara con grandes reinos y estados que ganó. Muerto el rey don Filipe, luego comenzaron á brotar las pasiones, sin que se ha

llase quien les fuese á la mano ni quien pusiese remedio á los males que amenazaban. La Reina, á quien esto mas que á nadie tocaba por ser señora legitima, impedida por su indisposicion. Su hijo el príncipe don Cárlos era niño y criado fuera de España. Si entraba en lugar de su madre, era forzoso que los que por él gobernasen fuesen extranjeros, en gran perjuicio del reino y de los naturales. De dos abuelos que tenia, el Emperador léjos, y de su gobierno se podia temer con razon el mismo inconveniente de ser Castilla gobernada por los que ninguna noticia de sus cosas ni de sus humores alcanzaban. Restaba solo al rey don Fernando, de cuya prudencia y valor, aun los que le desamaban, no dudaban; pero hallábase fuera de España y grandemente desgustado por los malos tratamientos pasados; sobre todo que los que fueron desto causa, por su mala conciencia se recelaban que si volviese sus demasías serian castigadas, y conforme á la costumbre de los hombres, tomado el mando, querria satisfacerse de los que le maltrataron. Este era el mayor recelo que tenian, y por esta causa remontaban su pensamiento algunos á cosas medios extraños, tanto, que el dia antes que muriese el rey don Filipe, por entender que no podia vivir, hobo gran alboroto y escándalo entre los grandes, que ainenazaba guerra civil y sangrienta. Por prevenir estos inconvenientes se juntaron el Condestable y Almirante y duque del Infantado, que luego se declararon por el rey Católico, con el duque de Najara y marqués de Villena, cabezas del bando contrario en la posada del arzobispo de Toledo, y conferido el negocio, fueron de acuerdo que para todas las diferencias nombrasen por jueces al mismo Arzobispo con otros seis que escogieron de la una parcialidad y de la otra, y que todos pasasen por lo que ellos ordenasen. Con esto, 1.o de octubre, capitularon una concordia y la hicieron jurar á los grandes, que durase por todo el mes de diciembre, fin deste año, en que, entre otras cosas, mandaban que ninguno hiciese levas de gente; que las personas, tierras y castillos de los unos estarian seguros que no recebirian daño de los otros; item, que ninguno se apoderaria de la Reina, que quedó en Búrgos, ni del infante don Fernando, que á la sazon se criaba en Simancas. Su ayo era Pero Nuñez de

« AnteriorContinuar »