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halló tan falta como se pensaba, y que le encomendó todo el gobierno del reino. Vióse esto por el efecto, porque luego comenzó á dar órden en todo y proveer oficiales como le pareció. Estuvieron en aquel lugar siete dias, los cuales pasados, se fueron á Santa María del Campo. Quisiera el Rey que en aquel lugar se diera el capelo al arzobispo de Toledo; la Reina no lo consintió, ca decia no era razon se hallase ella do se hiciesen alegrías y fiestas. Por esta causa se le dió en la iglesia de Mahamud; el pueblo era pequeño, la solemnidad fué grande. Intitulóse cardenal de España, dado que su título particular era de Santa Balbina. Hallábase en la corte en Santa María del Campo Andrea del Burgo, embajador por el César, hombre sagaz, atrevido y mañoso en tanto grado, que aun despues de la venida del rey Católico no cesaba de solicitar á muchos que se declarasen contra su gobierno. Mandóle el Rey despedir con color que llevase respuesta de lo que le fué encomendado. Envió en su compañía á Juan de Albion para que avisase al Emperador de su parte y de la Reina le pluguiese de enviar persona por embajador suyo, que tuviese buen fin y celo á la paz de aquellos reinos, que era lo que á todos convenia. Junto con esto trató de conformar entre sí al Condestable, Almirante y duque de Alba, y asegurarse dellos y de los otros grandes. Procuró otrosi sosegar las alteraciones del Andalucía, porque en Córdoba el marqués de Priego tomó las varas á los oficiales de don Diego Osorio, corregidor; en Ubeda los del bando de Molina desasosegaban la tierra con el favor que les diera el corregidor don Antonio Manrique, sobrino y parcial del duque de Najara; en Sevilla don Pedro Giron, hijo del conde de Ureña, por muerte del duque de Medina Sidonia don Juan, pretendia que no sucedia en aquel estado don Enrique, hijo del difunto, sino doña Mencía, su mujer. Dióse órden que los puertos de Vizcaya y de Galicia estuviesen muy seguros, y que de Galicia saliesen el conde de Lemos y don Hernando de Andrada, que tenian gran mano en aquella tierra. Lo mismo se hizo en los puertos de Cádiz, Gibraltar y Málaga; y aun para asegurarse de los moriscos les mandaron despoblar la tierra por espacio de dos leguas de la costa del mar del reino de Granada por cuanto se extiende desde Gibraltar hasta Almería, con intento que en aquella parte se heredasen y la poblasen cristianos viejos, dado que esto no se pudo ejecutar. Tenia en su poder don Juan Manuel las fortalezas de Búrgos, Jaen, Plasencia y Miravete; mandó el rey Católico que las rindiesen los alcaides y se las entregasen. El de Búrgos, que se llamaba Francisco de Tamayo, dilataba la ejecucion y entreteníase con buenas palabras. Por esto el Rey acordó pasar adelante camino de Búrgos, y juntamente dió órden al conde Pedro Navarro que con la gente de guerra que traia y la artillería de Medina del Campo fuese á combatir aquella fortaleza. El Alcaide, sabida esta determinacion, sin esperar mas entregó la fuerza; lo mismo se hizo de las demás. Don Juan Manuel por la via de Navarra pasó en Francia con intento de irse á Alemaña á valerse del Emperador. Restaba el duque de Najara; ¿con qué fuerzas, en cuya confianza, por qué medios pensaba sustentarse en Najara, do se hizo fuerte

y mandó juntar toda la gente que pudo? Estaba sin duda persuadido que el Emperador muy en breve seria en España con gente y traeria en su compañía al príncipe don Cárlos. Por esta confianza, no solo no quiso jurar la cláusula del testamento de la reina doña Isabel tocante á la gobernacion de Castilla en las Cortes de Toro, sino de allí adelante no obedecia á los mandatos del Consejo real; y aun dió órden que en sus lugares no recibiesen los alcaldes de corte que iban á ejecutallos. Hizo levas de gente en forma de alboroto, y aun se adelantó á publicar que tenia poderes del príncipe don Cárlos, en cuya virtud se llamó virey, y como tal dió sus provisiones para que los corregidores ejerciesen la justicia en su nombre; señaladamente se hizo esto en Ubeda, en que era corregidor don Antonio Manrique, su sobrino. Para prevenir estos inconvenientes y otros mayores que podian resultar, partió el rey Católico de Santa María del Campo camino de Búrgos. Llegó á Arcos; desde allí envió, á los 23 de octubre, á Hernan, duque de Estrada, su maestresala, para que dijese al Duque de su parte le entregase sus fortalezas para asegurarse dél por aquel medio y para que no fuese necesario pasar á otros remedios mas ásperos. Excusóse el Duque de hacer lo que se le mandaba. El Rey, dejando á la Reina en Arcos, porque no queria ir á Búrgos, donde perdió su marido, pasó adelante con determinacion de proceder contra el Duque. Llegó el negocio á términos, que el conde Pedro Navarro tuvo órden de ir con su gente y la de las compañías de las guardas y artillería para ocupar todo el estado del Duque y prender su persona. Interpusiéronse los grandes, en particular el Condestable y duque de Alba que suplicaron al Rey templase aquel rigor; y el mismo Duque con este miedo se allanó á rendir las fortalezas de Navarrete, Treviño, Ocon, Redecilla, Davalillo, Ribas y la tenencia de Valmaseda, castillo de la corona real que tenia en su poder. Todas se entregaron al duque de Alba y á las personas que él señaló por alcaides para que las tuviesen en tercería. Con esto perdonó el Rey al Duque los yerros y enojos pasados, y aun no mucho despues hizo poco á poco entregar las fortalezas á don Antonio Manrique, conde de Treviño, hijo del Duque, con que se sosegaron aquellos nublados, que amenazaban alguna tempestad. Para mas obligar al duque de Alburquerque trató el Rey de casar á doña Juana de Aragon, hija del arzobispo de Zaragoza, con el hijo mayor del Duque, matrimonio que no se efectuó, y ella casó adelante con don Juan de Borgia, duque de Gandía.

CAPITULO XI.

De diversos matrimonios qué se trataron.

Mostrábase el Emperador muy sentido contra el rey de Francia y el rey Católico. Quejábase del rey Católico que se apoderase del gobierno de Castilla tan absolutamente antes de concordarse con él. Decíase que para vengarse queria enviar como tres mil alemanes al reino de Nápoles para alterar los naturales y ayudar las inteligencias del cardenal de Aragon, que pretendia llevar á Nápoles al duque de Calabria, y para alzalle por Rey ayudarse de cualquiera que pudiese; y aun se tuvo

the

en posesión del reino de Navarra, á que pretendia te-
ner derecho, como arriba queda tocado. Y por el mismo
caso queria satisfacerse de los rey y reina de Navarra,
que en todas las ocasiones mostraban la mala voluntad
que le tenian, en que últimamente echaron el sello con
despojar en su ausencia al conde de Lerin, sin tener
respeto que era casado con su hermana y le tenia de-
bajo de su amparo, tanto mas que no quisieron venir
en lo que el Rey despues de su vuelta les rogaba, es á
seguridad que estaria á justicia con ellos y pasaria por
saber, que volviesen su estado al conde de Lerin con
la pena en que fuese por los jueces condenado. Era ya
llegado á la corte del Emperador don Juan Manuel; no
alcanzó empero el lugar y crédito que antes tenia para
en las cosas de Castilla; que á los caidos todos les fal-
tan, y las desgracias comúnmente van eslabonadas unas
de otras. Como se vió desvalido, trató de tornarse á
España. Para esto envió á pedir al rey Católico una de
dos, ó que le volviese lo suyo y tratase como quien él
era, ó que le diese licencia para irse con su mujer y
hijos á Portugal; doude no, que no podria dejar de ha-
cer como desesperado las ofensas que pudiese. No se
proveyó en lo que pedia, y quedó desterrado de Casti-
lla, y aunque desfavorecido, con mas mano por su gran-
de agudeza y maña de lo que fuera razon para sem-
brar entre aquellos príncipes disensiones y no dar lu-
gar á que se concordasen, especial que se entendia del
cardenal don Bernardino de Carvajal, legado á la sazon
del Papa en la corte del Emperador, que él asimismo
no terciaba bien en los negocios, sospecha fundada en
aficion que sus deu-
la inquietud de su ingenio, y poca
dos en estas ocasiones mostraban al servicio y gobierno
del rey Católico. Llegó esto á tanto, que el Rey trató
con el Papa le removiese de aquella legacía y hiciese
volver á la corte romana, como al fin lo alcanzó.

EL PADRE JUAN DE MARIANA. 330 sospecha del Gran Capitan que ponia la mano en este negocio con intento de casar su hija mayor con el Duque, y que pretendia aceptar el cargo de capitan general de la Iglesia que le ofrecian con sesenta mil ducados de entretenimiento al año; pero estas eran sospecbas; las demás, sea tramas, sea sospechas, salieron en vano á causa que el César se declaró en breve que queria romper la guerra por el ducado de Milan, y con todas sus fuerzas proseguilla contra la señoría de Venecia; y el rey Católico puso mas diligencia en guardar al duque de Calabria que traja consigo en la corte. Juntamente para atajar inconvenientes mandó al conde de Ribagorza hiciese que el Cardenal se partiese de Nápoles para Roma. Del rey de Francia se tenia el César por agraviado por la ayuda que daba continuamente al duque de Gueldres, y la guerra que le dió por Borgoña al mismo tiempo que el rey Católico pasó en Italia; en que asimismo cargaba al rey Católico, y tuvo por muy sospechosas las vistas que los dos reyes tuvieron en Saona. Sobre todo sentia que el matrimonio entre el príncipe don Cárlos y Claudia no se efectuase; antes por este mismo tiempo se trataba, y aun se concluyó que casase con el duque de Angulema, delfin de Francia, lo cual él procuró estorbar por medio del cardenal de Ruan. Para ello alegaba muchas razones. Hacia gran fundamento en la concordia que se asentó en Haguenau, donde se dió la investidura de Milan juntamente al Francés y al Archiduque en favor del matrimonio de sus hijos y para que ellos heredasen el estado; que si en lo del casamiento innovasen, la investidura quedaba por el mismo caso revocada. El rey Católico no mostraba hacer mucho caso deste matrimonio, á trueco de asegurar la sucesion del reino.de Nápoles en su nieto el príncipe don Cárlos en recompensa de lo de Milan. Como el Francés no diese oidos á las quejas del Emperador, él volvió su pensamiento á casar el príncipe don Carlos con Maríð, hija del rey de Inglaterra. Este tratado se llevó tan adelante, que quedó de todo punto concertado, hasta señalar el dote á la doncella de docientos y cincuenta mil escudos de oro, y el tiempo y lugar, cuándo y dónde se habian de celebrar las bodas. Sacóse por condicion que se pidiese el consentimiento al rey Católico y á la reina doña Juana; pero que todavía con él y sin él se hiciese. Deseaba el rey de Inglaterra que este matrimonio que le venia tan bien se efectuase; sin embargo, mucho mas atendia á ganar al rey Católico por el gran deseo que tenia de casar él mismo con la reina de Castilla, pretension por muchas razones muy fuera de camino y de órden. El rey Católico le entretenia con buenas esperanzas porque no se desbaratase el matrimonio que tenian concertado de su hija doña Catalina con el príncipe de Gales; mas el Inglés entretenia esto con maña con intento que aquella dilacion fuese como torcedor para que el suyo se efectuase, que era una maraña y una complicacion extraordinaria de humores, enfermedad muy comun de príncipes. La muerte, que muy en breve sobrevino al Inglés, cortó todas estas tramas. Muchos decian que el rey Católico pretendia casar á la reina dona Juana con su cuñado Gaston de Fox, y con sus fuerzas y las de su tio el rey de Francia ponelle

CAPITULO XII.

Tratose que el príncipe don Carlos viniese à España.

Declaróşe el Emperador que los aparejos que hacia se enderezaban no para emprender lo del reino de Nápoles, como se sospechaba y decia, sino para romper la guerra contra el rey de Francia por el estado de MiJan, dado que por parte del rey Católico y del Papa se bacia instancia para que se asentase la paz entre aquellos príncipes, por lo menos se concertasen treguas; en que el Emperador no venia sino con partidos muy aventajados y que no se admitian. Para el gobierno de Fiánel des, que tenia á su cargo, dejó á la princesa Margarita, su hija. Púsose en camino para pasar en Italia por mes de enero, principio del año que se contaba de nuestra salvacion de 1508, y por el mes de hebrero llegó á Trento. En aquella ciudad, hecha cierta ceremonia que suelen allí hacer los reyes de romanos cuando se van á coronar, se intituló electo emperador, ca hasta este tiempo solo se intitulaba rey de romanos. Llevaba por su general al marqués de Brandemburg. La gente que con él iba era tan poca, que poco efecto se podia della esperar. Así en muy breve se desbarató todo el campo. Comenzóse la guerra por el valle de Cadoro, que era de venecianos. El Emperador tuvo aviso que

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cinco mil suizos pasaban al sueldo del rey de Francia. Para impedir esto dió la vuelta á Suevia, do se tenia dieta de la liga de Suevia, y sin hacer nada acudió luego á Lucemburg, porque sabia que el rey de Francia enviaba gente por aquella parte; vergonzosa variedad en príncipe tan grande, que era la causa de no acabar cosa alguna. Con su ida la mayor parte de los alemanes que quedaba en Cadoro se derramaron, y dos mil que restaban, fueron desbaratados y muertos por la gente de venecianos, que cargó un dia sobre ellos antes del alba. De muy diferente manera encaminaba sus acciones el rey Católico; no obstante que estaba muy arraigado en la posesion del gobierno de Castilla, no se descuidaba, como el que sabia muy bien las mudanzas que suelen tener las cosas, además que muchos obstinados en su opinion antigua deseaban novedades. Entre estos se señalaban mucho los obispos el de Badajoz, que se llamaba don Alonso Manrique, hijo del maestre de Santiago don Rodrigo Manrique, y el de Catania, hermano de Pero Nuñez de Guzman, clavero de Calatrava, los cuales despues que se declararon por el rey don Filipe, nunca tuvieron aficion al rey Católico, conforme al refran: Despues que te erré, nunca bien te quise. Por el mismo caso no tenian esperanza de medrar en tanto que el gobierno no se mudase. El Papa á peticion del Rey cometió al arzobispo de Toledo y obispo de Burgos procediesen contra estos dos. prelados. El de Badajoz se quiso huir á Flándes; prendióle cerca de Santander por órden del Rey Francisco de Lujan, corregidor de las cuatro villas de la costa en la merindad de Trasmiera. Estuvo algun tiempo detenido en la fortaleza de Atienza, despues fué remitido al arzobispo de Toledo conforme al órden del Papa. Hacia oficio de embajador por el rey Católico en Alemaña el obispo de Girachi don Jaime de Conchillos, y conforme al órden que tenia, hacia grande instancia con el Emperador que enviase al príncipe don Cárlos á España para que se criase en ella y aprendiese las costumbres de aquella nacion, que era el verdadero camino para asegurar la sucesion en aquellos reinos tan grandes. Que en los dias del rey Católico no corria peligro; mas si Dios le llevase, ausente el Príncipe, nadie podia asegurar que los grandes no acudiesen al infante don Fernando que conocian, y que revuelto lo de España, no se perdiese lo de Italia. Prevenia el rey Católico con su grande seso los inconvenientes que despues resultaron por no conformarse con él en esto el Emperador, que nunca quiso dar lugar que el Príncipe viniese á España si no fuese que le diese á él parte en el gobierno y en las rentas del reino, con que pensaba remediar su pobreza y acudir á sus empresas, que eran muchas y sobrepujaban su posibilidad. Para esto, entre otras cosas, pretendió que mil y quinientos soldados, que por órden del rey Católico servian al de Francia, se pasasen á su servicio; pero el rey Católico envió á Alonso de Omedes para que sosegasen y no hiciesen alguna novedad. Obedecieron ellos no obstante que el marqués de Brandemburg los declaró por rebeldes como si fueran vasallos del Emperador. Todo esto se enderezaba á la pretension que tenia del gobierno de Castilla. Enconáronse los negocios de nuevo por causa que el rey

Católico no quiso que Andrea del Burgo, que volvia con cargo de Embajador, entrase en España, desvío que el Emperador tomó muy mal. Por este mismo tiempo el rey de Portugal don Manuel con gran gloria de su na'cion extendia su fama por todas las partes de levante; continuaba su navegacion con las armadas que cada año enviaba, y sus capitanes no cesaban de ganar cada dia nuevas victorias por aquellas partes tan distantes. Los reyes de Calicut y Camba ya eran los mayores contrarios que los portugueses tenian por aquellas tierras, y por consiguiente declarados enemigos del rey de Cochin y otros reyes pequeños que los acogian en sus puertos y contrataban con ellos.

CAPITULO XIII.

Que el rey Católico fué al Andalucía.

Los grandes del Andalucía mostraban estar sentidos del rey Católico por el poco caso que dellos hacia, con ser no menos poderosos en aquella provincia que los otros grandes en Castilla, á los cuales gratificó y hizo mercedes para asegurar su venida. Los que mas se señalaban en este sentimiento eran el marqués de Priego don Pero Fernandez de Córdoba y el conde de Cabra. Sucedió que por cierto ruido que en Córdoba se levantó, la justicia prendió á uno de los culpados. Acudieron ciertos criados del obispo don Juan de Aza, y con violencia y mano armada quitaron el preso á los oficiales reales.. El rey Católico desde Búrgos, donde estaba, envió al licenciado Hernan Gomez de Herrera, alcalde de corte, con gente para hacer pesquisa y castigar aquella fuerza. Comenzó á hacer su oficio segun el órden que llevaba. El marqués de Priego le envió á decir que no pasase mas adelante, y que hasta tanto que el Rey fuese avisado, se saliese de la ciudad. El Alcalde no lo quiso hacer, antes de parte del Rey y conforme á la instruccion que llevaba, mandó al Marqués y á su hermano que desembarazasen y se saliesen de Córdoba. Tuvo esto el Marqués por grande injuria; juntó gente armada, comunicó el negocio con el ayuntamiento de la ciudad, resolvióse de poner mano en el Alcalde y envialle preso á su fortaleza de Montilla, bien que, despues le soltó con mandamiento y debajo de condicion que no entrase en Córdoba. Este desacato, que sucedió á los 14 del mes de junio, sintió el Rey mucho, como era razon, por ser tiempo tan peligroso. Determinó ir en persona á tomar emienda dél. Salió de Búrgos por fin del mes de julio, pasó por Arcos, do la Reina vivia. Entonces sacó de su poder al infante don Fernando para levalle en su compañía con color que convenia así para su salud, puesto que la Reina lo sintió mucho. Detúvose algunos dias en Valladolid. Allí dió órden para seguridad de la Reina que don Juan de Ribera, frontero de Navarra, se alojase con sus compañías cerca de Arcos, y que en cualquiera necesidad hiciese recurso al Condestable ó Almirante ó al duque de Alba, que quedaban por aquella comarca. Hizo llamamiento de gente para que le acompañasen, y publicó iba en persona á castigar aquel desacato, que era en ofensa de la justicia y podia perturbar la paz y sosiego del reino. En conformidad desto, en Sevilla el asistente don Iñigo de Velasco hizo pregonar que todos

á

los de sesenta años abajo y veinte arriba estuviesen apercebidos para cuando se les ordenase ir con el Rey ó con quien él mandase á castigar al Marqués. El Gran Capitan, luego que supo aquel caso, escribió al Marqués estas palabras precisas: «Sobrino, sobre el yerro » pasado, lo que os puedo decir es que conviene que á » la hora os vengais à poner en poder del Rey; y si así >> lo haceis, seréis castigado, y si no, os perderéis. » Determinaba el Marqués de hacer lo que su tio le aconsejaba. Los grandes procuraban de åmansar la ira del Rey como negocio que á todos tocaba; y en particular el Gran Capitan se agraviaba que se hiciese tan fuerte demostracion contra el Marqués, que si erró, ya estaba arrepentido, y en señal desto se venia á poner en sus manos; que era razon perdonar la liviandad de un mozo por los servicios de su padre don Alonso de Aguilar, que murió por hacer el deber, ya que los suyos estuviesen olvidados. El Rey iba muy resuelto de no dar lugar á ruegos. El Marqués, sabida la resolucion del Rey y que no tenia otro remedio, al tiempo que llegaba á Toledo, se vino á poner en sus manos. Mandóle estuviese á cinco leguas de la corte y entregase sus fortalezas. Obedeció en todo lo que le fué mandado. Llegaron á Córdoba con el Rey mil lanzas y tres mil peones. Prendieron al Marqués; acusóle el fiscal de haber cometido el crímen de lesa majestad. El Marqués no quiso responder á la acusacion ni descargarse; solo suplicaba al Rey se acordase de los servicios que sus pasados hicieron á aquella corona. Sustancióse el proceso, y llegóse á sentencia. Algunos caballeros que hallaron mas culpados fueron condenados á muerte; otros del pueblo justiciados. Derribaron las casas de don Alonso de Carcamo y las de Bernardino de Bocanegra, que se hallaron en la prision del Alcalde. Al Marqués sentenciaron en destierro perpetuo de la ciudad de Córdoba y toda su tierra, y del Andalucía cuanto fuese la voluntad del Rey, en cuyo poder estuviesen sus fortalezas y castillos, fuera de la casa fuerte que tenia en Montilla, que mandaron allanar. Desta sentencia tan rigurosa se agravió el Gran Capitan; decia que todo lo que el Marqués tenia estaba fundadó en la sangre de los muertos sin los méritos de los vivos. Mucho mas al descubierto el Condestable se mostraba sentido por muchas razones: las dos mas principales, que nunca á los grandes se puso acusacion, ni los del Consejo real castigaron sus delitos, y que pues á su persuasion el Marqués se puso en las manos del Rey, él mismo se tenia por castigado. Estuvo tan sentido deste caso, que se quiso salir del reino, y se temió no se apartase por esta causa del servicio del rey Católico, de que resultasen nuevos bullicios y males. De Córdoba envió el rey á don Enrique de Toledo y al licenciado Hernando Tello á dar la obediencia en nombre de la Reina, su hija, al Papa. Entonces se revocó la legacía al cardenal don Bernardino de Carvajal, de quien se tenia sospecha inclinaba á la parte del Emperador. En Nápoles, á 13 de setiemdre, falleció la reina de Hungría en tanta pobreza, que el virey hobo de proveer cómo se le hiciesen las exequias. Enterróse en San Pedro Mártir de aquella ciudad, en que yace el cuerpo de su madre. Pasó el Rey á Sevilla; fué allí recebido con grande fiesta y aparato, arcos triunfales y

y

toda muestra de alegría. Llevaba en su compañía á la Reina, su mujer, y al infante don Fernando. El duque de Medina Sidonia don Enrique era de poca edad. Dejóle concertado su padre con doña María Giron, y por su tutor á don Pedro Giron, hermano de aquella señora y hijo mayor del conde de Ureña, y que tenia por mujer á doña Mencía, hermana de padre y madre del duque don Eurique. Era este caballero muy brioso y de gran punto. Tenia la tierra alborotada, y aun intentó de acudir con gente à la defensa del marqués de Priego. Para aplacar al Rey al tiempo que iba camino del Andalucía y se detuvo en Valladolid, su padre el Conde ofreció que se le entregarian las principales fuerzas de aquel estado del Duque, y el Condestable se obligó por el Duque, su sobrino, que se mantendria en su servicio. Con todo esto el Duque y don Pedro no acudieron á hacer la reverencia debida al Rey, antes se tenian en Medina Sidonia, y aunque fueron avisados, no vinieron sino con grande premia. Mandó el Rey privar á don Pedro de aquella tutoría y que saliese desterrado de Sevilla de todo el estado de Medina Sidonia, y al Duque mandó entregase sus fortalezas. Huyéronse los dos una noche á Portugal agraviados deste mandato, especial que se entendia del Rey pretendia casar al Duque con hija del arzobispo de Zaragoza. Mandó el Rey á los alcaides entregasen todas las fortalezas. El de Niebla y el deTrigueros no quisieron obedecer; al alcalde Mercado, que fué á requerir que las diesen, cerraron las puertas de Niebla. Indignado el Rey, envió gente, que tomó la villa á escala vista, y la saqueó toda. Con este término tan riguroso todas las fortalezas y estados se allanaron, cuyo gobierno se cometió al arzobispo de Sevilla y á otros caballeros, y se dió órden á los del Consejo que procediesen contra don Pedro Giron. Deste rigor se agraviaron los grandes, en especial el Condestable, que escribió una carta muy sentida al Rey sobre el caso; pero él tenia determinado de allanar el orgullo de los grandes y amansar sus brios. Ayudaba el arzobispo de Toledo, que se quedó en Tordesillas, el cual dijo diversas veces al Rey que debia continuar aquel camino y hollalle bien, pues era el que convenia para asegurarse y sosegar la tierra.

CAPITULO XIV.

De las cosas de Africa.

Detůvose el rey Católico todo el otoño en dar asiento en las cosas del Andalucía. Desde allí daba calor á la guerra que se hacia en Africa y enviaba ayuda á los portugueses, que estuvieron en aquellas partes muy apretados. Súpose que el reino de Fez andaba alborotado por disensiones que resultaron entre aquel rey Moro y dos hermanos suyos. Pareció buena ocasion para acometer alguna buena empresa en Africa. Juntóse una buena armada en el puerto de Málaga. Las Justas de Vélez de la Gomera hicieron á la sazon mucho daño por la costa de Granada, como lo tenian de costumbre. Salió el conde Pedro Navarro, general de nuestra armada, en su alcance. Ganóles algunas fustas; dió caza y corrió las demás hasta llegar á la isla que está en frente de Vélez, acogida ordinaria de cosarios. La forta

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leza de aquella isla, que llamaban el Peñon, guardaban docientos moros. Estos, por entender que el Conde queria saltar en tierra y combatir á Vélez, por acudir á la defensa de la ciudad, desampararon la isla. Vista esta ocasion, el Conde se apoderó sin dificultad de aquel castillo, que sojuzga aquel puerto y toda la ciudad, de manera tal, que con la artillería se les hizo gran daño, tanto, que los moros por estar seguros se metian en las cuevas y soterraños. Fué esto en 23 del mes de julio. Túvose por muy importante la toma del Peñon, y dióse órden que se fortificase y pusiese en defensa con su guarnicion de soldados. Los portugueses hacian en la misma Africa la guerra por las costas del otro mar Océano. Ofrecia un moro, llamado Zeiam, primo del rey de Fez, que daria órden cómo tomasen á Azamor, ciudad muy nombrada en aquellas marinas. El rey don Manuel, confiado en que trataba verdad, juntó una armada en que iban cuatrocientos de á caballo y mas de dos mil infantes; nombró por general á don Juan de Meneses, por ser muy diestro en la guerra contra moros. Partió la armada de Lisboa á los 26 del mismo mes; hallaron las cosas muy al contrario de lo que pensaban, porque los de la ciudad, que eran muchos, se defendieron muy bien, y el moro Zeiam se concertó con ellos, con que los portugueses se vieron en punto de perderse,

y

con su gente la via de Alcazarquivir. Fué esta defensa de Arzilla de grande importancia para la conservacion de las fuerzas de Africa. En Tanger estaba don Duarte de Meneses, que tenia aquella fuerza en nombre de su padre don Juan de Meneses, conde de Taroca, y don Rodrigo de Sosa en Alcázar, ambos con grande miedo de no poderse defender si Arzilla se perdia. El rey don Manuel, alegre con esta buena nueva, envió á Pedro Navarro en reconocimiento de su trabajo y valor seis mil cruzados; lo mismo al corregidor de Jerez. Ellos se excusaron de recebir estos presentes con decir que servian al rey Católico, y no querian otra gratificacion mas de la que de su liberalidad esperaban. Al rey Católico, dado que dió las gracias por el socorro que le envió en tan buena sazon y con tanta voluntad, todavía se mostró estar agraviado de la toma del Peñon, que decia era de su conquista como perteneciente al reino de Fez. El rey Católico se excusaba con que Vélez era reino de por sí, y que en mantener el Peñon por entonces no se sacaba otro provecho sino gasto y asegurar las costas de Granada; y todavía si se averiguase pertenecer al reino de Fez, se allanaba de entregalle aquella fuerza cada y cuando que pretendiese por aquella parte emprender la conquista de Africa. Por el mes de noviembre falleció el conde de Lerin en Aranda de Jarque pueblo de Aragon, aunque cargado de años; la mayor ocasion de su muerte fué el poco favor que halló en el rey Católico. Quedó por su heredero don Luis de Biamonte, su hijo.

CAPITULO XV.

De la liga que se hizo en Cambray.

Partió el rey Católico de Sevilla en lo mas recio del

que don Pedro, hermano de don Diego de Guevara, que estaba en Alemania en servicio del Emperador, vinien

sin hacer efecto se volvieron á embarcar. El tiempo era contrario, y la luna menguante, que fué causa de dar en seco algunos bajeles y una galera por ser la creciente pequeña. Con las demás naves aportaron al Estrecho. Este daño fué causa de un gran bien, y pareció providencia del cielo, porque el rey de Fez, quier fuese por satisfacerse deste atrevimiento de los portugueses, quier por ganar reputacion, con gran gente que junto de á pié y de á caballo, se puso sobre la ciudad de Arzilla un jué-invierno, y dió vuelta á Castilla por dos causas, la una ves, á 19 de octubre. Tenia dentro por capitan á don Vasco Coutiño, conde de Borua. Defendióse el primer dia con mucho esfuerzo; mas el siguiente los moros aportilla-do de Alemaña para entrar en Castilla por la parte de ron el muro y entraron la ciudad por fuerza. El Conde, puesto que peleó como bueno, fué herido de una saeta en un brazo. Por esto le fué forzoso retirarse con todos los que pudo á la fortaleza, que no estaba bien proveida. Combatieron el castillo y mináronle por todas partes. Túvose aviso deste aprieto en Tanger, donde se hallaba don Juan de Meneses, y en Sevilla do el rey Católico. Don Juan de Meneses acudió con su armada. Peleó dos dias con los enemigos, que halló ya apoderados de un baluarte del castillo; y echados de allí, socorrió á los cercados, que se hallaban en el último aprieto. El rey Católico dió órden al conde Pedro Navarro que desde Gibraltar, do tenia surta la armada, fuese á socorrer á Arzilla. Adelantóse Ramiro de Guzman, corregidor de Jerez, con una nave, en que llevaba trecientos peones y algunos caballeros de aquella ciudad. Entraron en el castillo don Juan de Meneses y Ramiro de Guzman. Con esto animados los de dentro, no solo se defendieron, sino salieron fuera y echaron los moros de las barreras y cavas. Asegurólo todo la llegada del conde Pedro Navarro, que fué á los 30 de octubre; con la artillería de galeras dió tanta priesa al campo enemigo, que tenia sus estancias á la marina, que forzó á los moros á desam-lamanca, se acabó de concertar con el marqués de Vi

parallas, y al rey de Fez, quemado el pueblo, retirarse

Vizcaya en hábito de lacayo, fué preso en Pancorvo, y puesto á cuestion de tormento en Simancas, donde le llevaron. Por cuya deposicion se entendió que muchos grandes de Castilla traian inteligencias con el Emperador, los mas señalados el Gran Capitan, el duque de Najara y el conde de Ureña; la segunda causa era que el duque del Infantado y otros grandes se confederaban contra su servicio, y lo que mas importaba, que el cardenal de España sabia aquellas práticas y aun intervenia en ellas; pero de tal manera, que ni bien soplaba el fuego, ni bien le apagaba. Lo que causaba mas sospecha era ver al Gran Capitan y al Condestable muy confederados y unidos por tenerse ambos por agraviados y ser personas de gran punto y muy altos pensamientos. A yudó mucho para con el duque del Infantado y toda aquella parentela, que era muy grande, la prudencia del conde de Tendilla, que les avisó del malo y peligroso camino que llevaban y cómo muchos se perdieron y muy pocos medraron de los que echaron por él. A los demás aplacó el rey Católico con su buena maña, ya con miedo, ya con regalos y buenas obras. En particular luego que llegó por Extremadura á Sa

llena, ca en recompensa de Villena y de Alinansa, de-,

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