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capitulaciones dél, quedó el Francés de entregar á los duques de Borgoña. Falleció este mismo mes de diciembre en Nápoles Roberto de Sanseverino, príncipe de Salerno. Dejó un niño muy pequeño, que se llamó don Fernando, heredero de aquella casa, y del odio que siempre ella tuvo á la corona de Aragon, como se vió adelante, que fué causa de su perdicion. Su madre doña Marina de Aragon, hermana de don Alonso de Aragon, duque de Villahermosa, casó poco adelante con el señor de Pomblin con voluntad del rey Católico su tio, que confirmó y juró los capítulos de la concordia sobredicha en Valladolid al principio del año siguiente, en presencia del nuncio del Papa y de los embajadores del Emperador y de Francia.

CAPITULO XVI.

De la armada que el Soldan envió á la India de Portugal,

más de lo que valian de renta, le dió á Tolox y Monda en el reino de Granada, con que el Marqués mostró quedar muy contento. El Emperador trataba de concordar las diferencias que tenia con el rey de Francia; entendíase que su intento era apartalle de la amistad del rey Católico por confiar que por este camino se satisfaria mejor de los agravios que dél tenia recebidos, en particular por no querer admitir á Andrea del Burgo por embajador, y mucho mas por la prision de don Pedro de Guevara. Tenia tratado que la princesa Margarita, en nombre de su padre, y el cardenal de Ruan, en nombre del Papa y del rey de Francia, se viesen para asentar todas estas haciendas. Acordaron que la junta fuese en Cambray; acudieron asimismo Jaime de Albion, embajador por el rey Católico en Francia, y dado que la intencion era de concordarse el Emperador y rey de Francia, y excluir al rey Católico desta alianza, de parte del Papa se hizo grande instancia, y se acabó lo que diversas veces platicaron, que los tres príncipes se confederasen con él contra venecianos para efecto que cada cual de los confederados recobrase las tierras que aquella señoría les tenia usurpadas. Añadian que el que primero recobrase su parte ayudase á los demás á conquistar lo que les tocaba. Que el rey de Francia y el Emperador hiciesen la guerra personalmente. Para dar principio á esta guerra señalaron el primero dia de abril del año siguiente. Ofrecia el Emperador de dar para entonces al Francés la investidura de Milan á condicion que le contase por ella cien mil escudos y que le ayudase á recobrar las tierras que los venecianos le tenian usurpadas, sin que por esto quedase el Emperador obligado á ayudalle para recobrar las que le pertenecian por el ducado de Milan. Item, para que las diferencias entre el César y el rey Católico no fuesen parte para impedir esta empresa, se acordó que desde luego se señalasen árbitros que las determinasen amigablemente despues que la guerra contra venecianos fuese concluida. Determinóse que convidasen al duque de Saboya para entrar en esta liga por la pretension que tenia al reino de Chipre, de que venecianos estaban apoderados. Lo mismo al duque de Ferrara y marqués de Mantua, que pretendian ser suyas algunas tierras de aquella señoría. Lo que es mas, que los reyes de Francia y el Católico, en cuyas manos los pisanos y florentines tenian puestas sus diferencias, entregaron la ciudad de Pisa en poder de sus enemigos los florentines con voz que convenia así para la paz de Italia; la verdad era que pretendian ayudarse de Florencia contra venecianos, y de cien mil ducados con que ofreció servir, si le adjudicasen aquella ciudad; que era vender por muy vil precio la libertad de aquella república que hizo dellos confianza: cosa vergonzosa y indigna de tan grandes príncipes, en que quedó mas cargado el rey Católico y su buen nombre, por tener á los pisanos debajo de su proteccion y amparo. Pero ¿quién hay que no yerre, y mas en materia de estado, donde se pervierten á veces todas las reglas de lealtad y buenos respetos? Asentóse esta concordia á los 10 dias de diciembre deste año; la princesa Margarita desde allí se partió para la Francia Conté á tomar posesion de algunos lugares que, conforme al asiento tomado y

Grande era el deseo que el gran soldan del Cairo, llamado Campson, tenia de echar de toda la India los portugueses. Movíanle á ello los reyes de Calicut y Cambaya, que ofrecian de ayudalle con sus fuerzas en aquella empresa, y aun los venecianos entraban á la parte, como queda apuntado. Lo que hacia mas al caso era el sentimiento que tenia de que divirtiesen los portugueses el trato de la especería, que solia venir á Alejandría con gran aprovechamiento de las rentas reales. Intentó de remediar este daño por via del Papa, y para esto envió al guardian de Jerusalem, llamado fray Mauro, como queda dicho. Visto que este medio no aprovechó, acordó de usar de fuerza. Aprestó una armada en el Suez, puerto del mar Bermejo, en que iban en seis galeras, un galeon y cuatro carracas ochocientos mamelucos. Así llamaban los soldados que eran bijos de cristianos, en los cuales consistian las fuerzas de aquel imperio. Nombró por general á Mirocem, caudillo de grande fama, persiano de nacion. Este salió con su armada de la boca del mar Rojo, y se engolfó en aquellos muy anchos mares de la India. Francisco de Almeida, gobernador de la India, enviara á su hijo Lorenzo de Almeida con ocho velas para asegurar aquellas costas y acompañar por alguna distancia las naves que de Cochin iban cargadas á Portugal. En este viaje quemó muchas naves de moros en diversos puertos, y últimamente estaba surto en el puerto de Chaul cuando llegó la nueva que la armada del Soldan venia en su busca, con la cual se juntó Meliquiazio, gobernador de Diu por el rey de Cambaya, con treinta y cuatro fustas. Los portugueses antes que descubriesen Jas fustas por ir tierra á tierra, vieron solas cinco naves. No hicieron diligencia alguna por entender eran de Alonso de Alburquerque que le aguardaban. Llegaron los enemigos, y entraron dentro del puerto parte de la armada. Bombardeáronse aquel dia de léjos sin pasar adelante. Otro dia Lorenzo de Almeida acometió á la capitana de Mirocem, pero no la pudo aferrar por ser aguas menguantes y por los bajíos en que el enemigo surgió. Recibian los suyos mucho daño por ser la nave contraria mas alta ; él mismo fué malamente herido con dos saetas. Verdad es que Pelayo Sosa y Diego Perez, cada cual con su galera, acometieron á sendas de

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trabó la pelea con grande ánimo. La victoria, que fué muy dudosa, en fin quedó por los portugueses. Murieron de los enemigos cuatro mil, y entre ellos, de los ochocientos mamelucos que iban en aquella armada, quedaron vivos solos veinte y dos. Echaron á fondo los nuestros tres naves gruesas, sin otro gran número de bajèles pequeños de los enemigos. Tomáron dos galéones, dos galeras y otras cuatro naves gruesas: Salváronse los capitanes Mirocem y Meliquiazio. De los nuestros murieron treinta y dos ; los heridos llegaron á trecientos. Victoria señalada y que se puede comparar con cualquiera de las que en la India se ganaron. Con tanto Almeida se volvió á Cochin. Continuábase la di

ciales de la una parte y de la otra. Los escándalos que desta competencia pudieran 'resultar atajó Fernando Coutiño, que este año de Lisboa en una armada de quince naos pasó á la India con órden de enviar á Almeida á Portugal y poner en el cargo de virey á Alonso de Alburquerque, segun que estaba ordenado. Hízolo así, y con tanto aquellas alteraciones se sosegaron. El rey Católico de Salamanca pasó á Valladolid. y á Arcos, do halló la Reina, su hija, mal acomodada y con poca seguridad, por ser el lugar pequeño y el aposento tan malo, que el diciembre pasado adoleció de frio. Fué mucho de considerar el gran respeto que siempre tuvo á su padre, pues solo él pudo acabar que mudase lugar y vestido. Llevóla por el mes de febrero á Tordesillas, y en su compañía el cuerpo de su marido, que tomaron de la iglesia en que le tenian, y los años adelante por órden del emperador don Cárlos, su hijo, le llevaron á sepultar á la capilla real de Granada. La Reina pasó en aquella villa todos los dias de su vida, sin que jamás aflojase su indisposicion ni quisiese en tiempo alguno poner la mano en el gobierno de sus reinos, que de derecho le pertenecia, y con que todos la convidaban.

los enemigos y las rindieron y tomaron. Con esto se acabó la pelea de aquel dia. El siguiente entró Meli⚫ quiazio en el puerto, ca se quedó de fuera con sus fustas. Por su entrada acordaron los portugueses dejar el puerto y salirse al mar. Con esta determinacion, pasada la media noche, alzaron las velas; tuvieron aviso desto los contrarios, siguiéronlos á toda furia. Cargaron muchas galeras sobre la nave capitana, que iba la postrera, Maltratáronla con los tiros de manera, que hacia mucha agua y no se podia gobernar. El mayor daño fué que en cierto bajío encalló. Las demás galeras pretendian acorrella; mas las aguas bajaban con tanta furia, que no fué posible llegar. Los enemigos, por no atreverse á entrar dentro, desde léjos la cañonea-ferencia entre él y Alonso de Alburquerque y los parban. Resistian los pocos que quedaban con gran valor, cuando una bala hirió á Lorenzo de Almeida en el muslo, y otra desde á poco le dió en los pechos, que le hizo pedazos. Con esto la nave fué tomada, y en ella de cien personas que iban, las ochenta fueron muertas, y sólos veinte quedaron presos. Los demás, perdida la capitana, se alargaron al mar, y desde el puerto de Cananor, en que se recogieron, enviaron á Cochin á avisar al Gobernador de aquel desastre tan grande, que llevó él con grande paciencia, tanto mas cuando entendió el valor que su hijo mostró en aquel trance, que pudiéndose salvar en un esquife, como se lo aconsejaban, no quiso desamparar su nave y sus soldados, sino morir como bueno en la demanda. Dióse esta batalla naval al fir deste año. El Gobernador acudió á Cananor; lo mismo hizo Alonso de Alburquerque, el cual luego que llegó, pretendia conforme al órden del Rey de tomar el cargo de gobernador. Francisco de Almeida se le queria dejar luego que la armada del Soldan fuese echada de la India, y no antes. Llegaron á palabras, y sobre el caso resultó que Francisco de Almeida envió á Alonso de Alburquerque preso á Cochin. Hecho esto, juntó la mayor armada que pudo, determinado de vengar la muerte de su hijo. Entró de camino en el puerto de Ouor, donde quemó algunas naves del rey de Calicut; mas adelante en el puerto de Dabul tomó y saqueó la ciudad, y puso fuego á muchas naves que allí halló. Deste puerto salió á los 5 de enero, principio del año que se contaba 1509, la vuelta de Diu, ciudad y puerto de Cambaya, do surgia la armada enemiga. Mirocem, avisado de la venida de Almeida, salió del puerto al mar para dar allí la batalla, pero de manera que se quedó entre bajíos por ser sus bajeles mas llanos que los nuestros, y por las espaldas la ciudad para ayudarse de su artillería. Tenia á la sazon tres carracas, tres galeones, seis galeras y cuatro naves de Cambaya, sin las fustas de Meliquiazio. Almeida llevaba por todas entre galeras, carabelas y naves diez y nueve velas, y en ellas mil y trecientos portugueses y cuatrocientos malabares. Llegaron las dos armadas y acercáronse á tiro de cañon. No pudieron aquel dia venir á las manos por falta de viento, que calmó, y por la noche, que sobrevino. El dia siguiente volvieron á la pelea. Nuño Vasco Pereira iba delante para embestir con su nave á la capitana de Mirocem; tras él los otros capitanes por su órden. Que dó Almeida de respeto para impedir que las fustas no hiciesen en los suyos algun daño. Con este órden sc

CAPITULO XVII.

De la muerte del rey de Inglaterra.

Tal era el estado de la reina doña Juana, que mas se podia contar por muerta que por viva, mas por sierva en su traje y acciones que por reina. La suerte de sus dos hermanas era muy diferente. La reina de Portugal gozaba de mucho regalo y contento rodeada de hijos y abundante en riquezas y prosperidad, y aun este año en Ebora parió un hijo, que se llamó don Alonso, У fué Cardenal, pero falleció mòzo. La princesa de Gales, que se hallaba en Inglaterra, ni viuda del todo ni casada, pasaba con grande ánimo muchos disfavores y malos tratamientos que se le hacian de ordinario por el Rey, su suegro, que pensaba por este camino poner en necesidad á su padre para que se efectuasen los casamientos suyo y de su bija, cuya conclusion él mucho deseaba: mal término y indigno de la grandeza real. Pasó la Princesa todos estos desvíos con gran valor como la . que entre sus hermanas en presencia y costumbres mas semejaba á la Reina, su madre. Atajó por entonces estos desgustos la muerte que sobrevino al rey de Inglaterra un sábado, á 21 de abril. Con esto poco adelante se concluyó y celebró el matrimonio que tenian concer

reyes de Aragon. A percebíase el rey Católico para hacer la guerra contra venecianos; juntamente trataba de justificar su querella y empresa contra aquella señoría. La suma desta justificacion consistia en dos puntos: por el primero publicaba que las ciudades que en Pulla poseian venecianos, las tenian empeñadas del rey don Fernando el Segundo de Nápoles, y que ni cumplieron las condiciones del empeño, ni despues querian restituir aquellas plazas, dado que les ofrecian el dinero que prestaron, antes se agraviaban que tal cosa se tratase; el segundo que el rey Católico gastó mayor suma, sea en defensa de aquella señoría cuando les dió la isla de Cefalonia, sea en romper por España con Francia á persuasion de aquella ciudad y con promesa de acudille con cincuenta mil ducados cada un año para los gastos: deuda que si bien fueron requeridos, nunca la quisie- · ron reconocer ni pagar.

CAPITULO XVIII.

El cardenal de España pasó á la conquista de Oran, Hacíanse por toda Castilla grandes aparejos de gente, armas, vituallas y naves para pasar á la conquista de Africa. Entendia en esto el cardenal de España con tanta aficion y cuidado como si desde niño se criara en la guerra. Para dar mas calor á la empresa, no solo proveia de dinero para el gasto, sino determinó pasar en persona á Africa. La masa del ejército se hacia en Cartagena; las municiones y vituallas se juntaron en los puertos de Málaga y Cartagena. Acudieron hasta ochocientas lanzas de las guardas ordinarias, sin otra mucha gente que se mandó alistar de á pié y de á caballo hasta en número de catorce mil hombres. Los principales caudillos Diego de Vera, que llevaba cargo de la artillería, y don Alonso de Granada Venegas, señor de Campo Tejar, que llevó á su cargo la gente dé á caballo y de á pié del Andalucía por mandado del rey Católico. El coronel Jerónimo Vianelo, de quien se hacia gran caudal para las cosas del mar, y por general el conde Pedro Navarro. Iban demás desto muchos caba

tado desta señora con el príncipe de Gales, que por la muerte de su padre sucedió en aquella corona y se llamó Enrique VIII. No gustaba la Princesa de casar segunda vez en Inglaterra, que parece pronosticaba las grandes desgracias que por esta ocasion le sobrevinieron á ella y á todo aquel reino. Así lo dió á entender al Rey, su padre, cuando le escribió que le suplicaba en lo que tocaba á su casamiento no mirase su gusto ni comodidad, sino solo lo que á él y á sus cosas estuviese bien; mas al rey Católico venia muy á cuento tener por amigos aquel reino y Príncipe, y al Inglés fuera dificultoso hallar tal partido en otra parte, además del dote que le era necesario restituir, si aquel matrimonio desgraciado no se efectuara. A la verdad las edades no eran muy á propósito, ca la Princesa era de algunos mas años que su esposo, cosa que suele acarrear grandes incouvenientes, dado que poca cuenta se tiene con esto, y mas entre príncipes. Fué este Rey de muy gentil rostro y disposicion; las costumbres tuvo muy estragadas, particularmente los años adelante en lo que toca á la castidad se desbarató notablemente, tanto, que por esta causa se apartó de la obediencia de la Iglesia, y abrió la puerta á las herejías, que hoy en aquel reino están miserablemente arraigadas. Pasó tan adelante en esto, que en vida de la reina doña Catalina con color que fué casada con su hermano mayor y que el Pontifice no pudo dispensar en aquel matrimonio, dado que tenia en ella una lija, llamada doña María, que reinó despues de su padre y hermano, hecho divorcio, públicamente se casó con Ana Bolena, que hizo despues matar por adúltera. Deste casamiento, sea cual fuere, quedó una hija, por nombre Isabel, que al presente es reina de Inglaterra. Por su muerte casó con Juana Semera, que murió de parto, pero vivió el hijo, que reinó despues de su padre, y se llamó Eduardo VI. La cuarta vez casó con Ana, hermana del duque de Cleves; con esta hizo divorcio, y para este efecto ordenó una ley en que se daba licencia á todos de apartar los casamientos. La quinta mujer del rey Enrique se llamó Ana Havarda, que fué convencida de adulterio y degollada por ello, y porque antes que casase con él perdió su virgi-lleros aventureros. Estuvo la armada junta en el puerto nidad. Ultimamente casó con una señora, viuda, por nombre Catarina Parra; desta no se apartó ni tuvo hijos, porque en breve cortó la muerte sus mal concertadas trazas. Desta manera por permision de Dios ciegan las pasiones bestiales á los que se entregan á ellas, sin parar hasta llevallos al despeñadero y á la muerte. La nueva del casamiento de su hija regocijó el rey Católico en Valladolid el mismo dia de San Juan, en que se celebró en Inglaterra con grandes fiestas, y él mismo salió á jugar con su cuadrilla las cañas. Dió otrosí su consentimiento para que el príncipe don Carlos casase con la hermana de aquel Rey como tenian concertado, y en señal desto mandó á Gutierre Gomez, su embajador, la fuese á besar la mano. En aquella villa de Valladolid la reina doña Germana, á 3 de mayo, parió un hijo, que llamaron don Juan, príncipe de Aragon; gran gozo de sus padres y aun de todos aquellos reinos, si viviera, pero murió dentro de pocas horas. Depositaron su cuerpo en el monasterio de San Pablo de aquella villa; despues le trasladaron al de Poblete, entierro antiguo de los

de Cartagena el mes pasado, en que iban diez galeras y otras ochenta velas entre pequeñas y grandes. Antes de hacerse á la vela resultaron algunos desgustos entre el Cardenal y el conde Pedro Navarro; la principal causa fué la condicion del Conde poco cortesana y sufrida, en fin, como de soldado; y porque el Cardenal nombró por capitanes algunos criados suyos de compañías que tenia ya el Conde encomendadas á otros, pusiéronse algunos de por medio, concertaron que el Conde hiciese pleito homenaje de obedecer en todo lo que el Cardenal le mandase. Con tanto se hicieron á la vela; salieron del puerto de Cartagena un miércoles, á 16 del mes de mayo, y otro dia, que era la fiesta de la Ascension, tomaron el puerto de Mazalquivir. Declaróse que la empresa era contra Oran, ciudad muy principal del reino de Tremecen, de hasta seis mil vecinos, asentada sobre el mar, parte extendida en el llano, parte por un recuesto arriba, toda rodeada de muy buena muralla ; las calles mal trazadas, como de moros, gente poco curiosa en edificar. Dista de la ciudad de Tremecen por

espacio de ciento y cuarenta millas, y está en frente de Cartagena. Solia ser uno de los principales mercados de aquellas costas por el gran concurso de mercaderes ginoveses y catalanes que acudian á aquella ciudad. La riqueza era tan grande, que de ordinario sustentaban armada de fustas y bergantines, con que hacian grandes daños en las costas del Andalucía. Llegaron los nuestros al puerto ya de noche; otro dia al alba comenzaron á desembarcar; en esto y en ordenar la gente se gastaron muchas horas. Formaron cuatro escuadrones cuadrados de cada dos mil y quinientos hombres y los caballos por los lados. Entre tanto que esto se hacia, el Cardenal se entró en la iglesia de Mazalquivir. Al tiempo que los escuadrones estaban para acometer á los moros que acudieron á tomalles el paso para la ciudad é impedilles que no subiesen á la sierra, salió en una mula muy acompañado de clérigos y frailes, y por guion un fray Hernando, religioso de San Francisco, que llevaba delante la cruz, y ceñida su espada sobre el saco, como todos los demás que allí se hallaron por órden del Cardenal, que antes de acometer habló á los soldados desta manera: «Si yo pensara, soldados, que mis palabras fueran menester ó parte para animaros, hiciera que algunos de vuestros capitanes ejercitados en este oticio con sus razones muy concertadas encendiera vuestros corazones á pelear. Pero porque me persuado que cada cual de los que aquí estais entiende que esta empresa es de Dios, enderezada al bien de nuestra patria, por quien somos obligados á aventurar todo lo que tenemos y somos, me pareció de venir solo á alegrarme de vuestro denuedo y buen talante, y ser testigo de vuestro valor y esfuerzo. La braveza, soldados, que mostrastes en tantas guerras y victorias como teneis ganadas, ¿será razon que la perdais contra los enemigos del nombre cristiano, digo contra los que nos han talado las costas de España, robado ganados y hacienda, cautivando mujeres, hijos y hermanos, que ora estén por esas mazmorras aherrojados, ora ocupados en otros feos y viles servicios, pasan una vida miserable, peor que la misma muerte? Las madres que nos vieron partir de España esperan por vuestro medio sus hijos, los hijos sus padres; todos prostrados por los templos no cesan de ofrecer á Dios y á los santos lágrimas y sospiros por vuestra salud, victoria y triunfo. ¿Será justo que las esperanzas y deseo de tantos queden burladas? No lo permita Dios, mis hermanos, ni sus santos. Yo mismo iré delante y plantaré aquella cruz, estandarte real de los cristianos, en medio de los escuadrones contrarios. ¿Quién será el que no siga á su prelado? Y cuando todo faltare, ¿dónde yo podré mejor derramar mi sangre y acabar la vida que en querella tan justa y tan santa?» Esto dijo. Cercáronle los soldados y capitanes, suplicáronle volviese á rogar á Dios por ellos, que confiaban en su Majestad cumplirian todos muy enteramente con lo que era razon y su razonamiento les obligaba. Condescendió con sus ruegos, volvióse á Mazalquivir, y en una capilla de San Miguel continuó en lágrimas y gemidos todo el tiempo que los suyos pelearon. Eran ya las tres de la tarde. El Conde por quedar tan poco tiempo estuvo dudoso si dejaria la pelea para el día siguiente. Acudió al M-11.

Cardenal. El fué de parecer que no dejase resfriar el ardor de los soldados. Luego dada la señal de acometer, comenzaron á subir la sierra; y dado que los moros, que se mostraban en lo alto en número de doce mil de á pié y á caballo, sin los que de cada hora se les allegaban, arrojaban piedras y todo género de armas, llegaron los nuestros á encumbrar. Adelantáronse algunos soldados de Guadalajara contra el órden que llevaban. Destos uno, por nombre Luis de Contreras, fué muerto, y los otros forzados á retirarse. Cortaron la cabeza al muerto, lleváronla á la ciudad, entregáronla á los mozos y gente soez, que la rodaban por las calles apellidando que era muerto el Alfaquí, que así llamaban al Cardenal. Viola uno de los cautivos que otro tiempo estuvo en su casa, advirtió que le faltaba un ojo y que las facciones eran diferentes. Dijo: No es esta cabeza de nuestro Alfaquí por cierto, sino de algun soldado ordinario. Los de á caballo, que iban por la falda de la sierra, comenzaron á escaramuzar. Descargó la artillería, que hizo algun daño en los enemigos. Los peones llegaron á las manos con los contrarios, y poco a poco les ganaron parte de la sierra, que era muy agria, hasta llegar á unos caños de agua. Reparó allí la gente un poco. Pasaron la artillería á lo mas áspero de la sierra, con que y con las espadas echaron della los moros, y les hicieron volver las espaldas. Siguieron los nuestros el alcance sin órden hasta pasar de la otra parte de la ciudad á causa que los moros hallaron cerradas las puertas. Acudió número de alárabes con el mezuar de Oran, que era el gobernador. Mientras estos con los que pudieron recoger peleaban, parte de los nuestros intentó de escalar el muro. Acudieron los de dentro á la defensa. Los de las galeras que acometieron la ciudad por la parte del mar tuvieron con tanto lugar de apoderarse de algunas torres y de toda el alcazaba. Desta manera fué la ciudad entrada por los cristianos y puesta á saco. Los moros que peleaban en el campo, como vieron la ciudad tomada y las banderas de España tendidas por los muros, intentaron de entrar dentro. Salieron por las espaldas algunas compañías de soldados, con que los tomaron en medio y hicieron en ellos grande estrago. Murieron este dia cuatro mil moros, y quedaron presos hasta cinco mil. Túvose en mucho esta victoria, y casi por milagrosa, lo uno por el poco órden que guardaron los cristianos, lo otro porque apenas la ciudad era tomada, cuando llegó el mezuar de Tremecen con tanta gente de socorro, que fuera imposible ganalla. Atribuyóse el buen suceso comunmente á la fe y celo del Cardenal y á su oracion muy ferviente; el cual con grande alegría entró en aquella ciudad, y consagró la mezquita mayor con nombre de Santa María de la Victoria. Esto hecho, luego otro dia con las galeras dió la vuelta á Cartagena. Dejó á Pedro Navarro encomendada aquella ciudad hasta tanto que el Rey proveyese de capitan. De Cartagena envió á avisar al Rey de aquella victoria, y él se partió para la su villa de Alcalá, donde entró dentro de quince dias despues que Oran se ganó, mas como religioso que como vencedor, sin permitir se le hiciese fiesta ó recibimiento alguno. Pretendia el Cardenal criar una dignidad en la iglesia de Toledo con nombre de abad de Oran, y dejar aquella ciudad sujeta 22

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EL PADRE JUAN DE MARIANA. en lo espiritual al arzobispo de Toledo. Un obispo titular, que se llamaba el obispo auriense, pretendia que era la silla de su obispado. Respondia el Cardenal que Oran nunca fué cabeza de obispado; que Auria estaba mas oriental, y pertenecia á la provincia cartaginense en Africa. Que Oran y toda aquella comarca se comprehendia en la provincia tingitara, que caia mas al poniente, Esto se siguió. Demás desto el rey Católico los meses adelante en un capítulo que tuvo en Valladolid á los caballeros de Santiago, ordenó que se pusiese en Oran convento de aquella órden para que allí fuesen los caballeros á tomar el hábito. Con este intento impetró del Papa que se le anejasen las rentas de los conventos de Villar de Venas y de San Martin, que son en las diócesis de Santiago y Oviedo. Resolucion muy acertada, si se pusiera en ejecucion; pero nunca faltan inconvenientes y impedimentos que no dan lugar á que los buenos intentos se lleven adelante, como tampoco sc ejecutó que en Bugia y Tripol de Berbería, que ganó el año siguiente el conde Pedro Navarro de moros, se pusiesen otros dos conventos de Calatrava y Alcántara, segun que el mismo rey Católico lo tuvo determinado, y lo hiciera, si las guerras de Italia no lo estorbaran.

CAPITULO XIX.

De la guerra contra venecianos.

En la confederacion de Cambray quedó acordado y capitulado que los príncipes confederados comenzasen la guerra contra venecianos cada cual por su parte, y todos á lo mas tarde á 1.o de abril. Apercebia el rey Católico una armada en España, en que envió al coronel Zamudio con dos mil infantes, gente escogida, para que con los que tenia en el reino de Nápoles, se supliese el ejército hasta en número de cinco mil. Pero todo procedia despacio por la condicion del conde de Ribagorza, que se tenia por persona poco á propósito para aquella empresa y aun para el gobierno, y por cierto aviso que tuvo de que los barones de aquel reino se confederaban entre sí con intento de sacudir el yugo del señorío español; demás desto, por consejo de Fabricio Colona, que pretendia no se debia emprender Ja guerra contra las ciudades que los venecianos tenian en la Pulla, antes que la armada estuviese en órden para impedir que la veneciana no les pudiese ayudar, consejo que se tuvo por trato doble, por lo menos por muy errado. El primero que rompió la guerra fué el rey de Francia, que envió al de Tramulla á levantar número de suizos, y la demás gente hizo pasar los Alpes luego que el tiempo dió lugar. El mismo el 1.o de mayo hizo su entrada en Milan, donde tenia por su general y gobernador á Luis de Amboesa, señor de Chamonte y gran maestre de Francia, sobrino del cardenal de Ruan; iba en su compañía el duque de Lorena. Junto que tuvo su ejército, que llegaba á cuarenta mil hombres, rompió por tierra de venecianos. Ganóles con facilidad los lugares que poseian en la ribera de Abdua ó Adda. Los venecianos tenian alistados hasta cincuenta mil hombres, y por sus generales el conde de Petillano y Bartolomé de Albiano, grandes caudillos entrambos de la casa ursina y vasallos del rey Cató

lico por los estados que dél tenian en el reino de Ná-
poles. Junto á Revolta se dieron vistas las dos huestes
con resolucion de venir á las manos; los primeros á
acometer fueron los venecianos. Trabóse la pelea, que
estuvo al principio muy dudosa á causa que la infante-
ría italiana cargó con mucho esfuerzo sobre la de Fran-
cia. Tenia el Rey plantada la artillería entre unos ma-
torrales. Llegaron los venecianos descuidados de se-
mejante suceso; recibieron gran daño de las balas que
con una furia infernal descargaron sobre ellos. Acudió
la caballería francesa, cuyo ímpetu no pudieron sufrir
los contrarios, y todos se pusieron en huida. Los muer-
tos fueron muchos; escapó el conde de Petillano con
pocos; quedó preso con otros el general Bartolomé de
Albiano. Esta victoria, que se llamó de la Geradada,
fué muy famosa, en cuya memoria hizo aquel Rey edi-
ficar en el lugar de la batalla una ermita con advoca-
cion de Santa María de la Victoria. Juntamente fué de
grande consideracion, porque con ella quedaron las
fuerzas de aquella señoría tan quebrantadas, que sin
dificultad se dieron al Francés las ciudades de Crema,
Cremona, Bergamo y Bresa, que era todo lo que podia
pretender conforme á lo capitulado. Demás desto, la
gente del papa Julio y su general Francisco María de
la Ruvere, su sobrino, ya duque de Urbino por muerte
de su tio materno Guido Ubaldo, que rompió la guerra
por el mismo tiempo por la Romaña, ganó á Solarolo
primero, y despues á Faenza, en cuyo condado está So-
larolo, y Arimino, sin parar hasta apoderarse de Ra-
vena y de Servia, que era lo que los venecianos tenian
de la Iglesia y todo lo que el Pontífice podia dellos
pretender. El conde de Ribagorza, magüer que despa-
cio, juntaba su gente en Nápoles para dar sobre las ciu-
dades de la Pulla. Estuvo el ejército en órden por fin
de mayo. Iban con el Virey Próspero y Fabricio Colo-
na, el príncipe de Melfi, el duque de Atri, los condes
de Morcon y de Nola. Al conde de Petillano, que era
abuelo del de Nola, y á Bartolomé de Albiano antes que
fuese preso se hizo requerimiento que, so las penas que
incurren los feudatarios inobedientes, acudiesen á ser-
vir á su Rey; pero ellos no quisieron dejar la conducta
de Venecia. El cargo de la artillería se dió al conde de
Santaseverina, y el de proveedor general á Bautista
Espinelo, conde de Cariati. Tenia el almirante Vilama-
rin, conde de Capacho, en Mecina doce galeras y diez
naves bien en órden, esperando la armada de Francia
que venia, y por su general al duque de Albania, para
acudir á las costas de la Pulla, dado que ninguna destas
diligencias fué menester, porque luego que el Virey
se puso sobre Trana, con cuyos ciudadanos tenia se-
cretas inteligencias para que la rindiesen, como al fin
lo hicieron, la señoría envió los contraseños para que
los gobernadores que tenia en Brindez, Otranto, Tra-
na, Mola, Poliñano y Monopoli rindiesen sin ponerse en
defensa todas aquellas plazas. El duque de Ferrara y
el marqués de Mantua ocuparon asimismo algunas
tierras de venecianos á que pretendian tener derecho.
Parece que todos los elementos se conjuraban en daño
de aquella ciudad, que estuvo á punto de acabarse. El
aprieto en que aquella señoría se via fué tan grande,
que se dijo trataba de darse á Ladislao, rey de Hun-

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