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gría, para que con sus fuerzas los sacase de aquel peligro. Restaba el Emperador, el cual por principio del mes de junio estaba á siete leguas de Inspruch, camino de Italia; á los 8 del cual mes los florentines á cabo de guerra tan larga sujetaron la ciudad de Pisa y tomaron la posesion della. Llevaba el Emperador por general de la gente de armas italiana á Constantino Cominato, príncipe de Macedonia. Servíaule en esta jornada Luis de Gonzaga, primo del marqués de Mantua, el conde de la Mirandula y otros caballeros italianos; asimismo los mil y quinientos españoles que solian servir al rey de Francia. Luego que llegó á Esteran, trataron los venecianos de concertarse con él, hasta envialle carta en blanco, segun se decia por la fama, para que les pusiese la ley que quisiese, á tal que los amparase y defendiese en aquel trance tan peligroso en que sus cosas estaban. Como se iba su ejército acercando á las tierras de venecianos, así se le rendian todas sin contraste, primero los que están cerca del lago de Garda, y tras ellos se dieron sin ponerse en defensa Verona, Vicencia y Padua; que casi no quedaba á aquella señoría almena alguna en Italia fuera de su ciudad, que el Emperador pretendia asimismo sujetar con ponelle cerco por mar y por tierra. Con este intento queria se juntasen las armadas de España y de Francia para combatilla por mar; y que por la Brenta su gente y la de Francia le hiciesen el daño que pudiesen y le atajasen las vituallas. Pasó en esto tan adelante, que remontaba su pensamiento á que, ganada aquella ciudad, se dividiese en cuatro partes con otros tantos castillos para que cada uno de los príncipes confederados tuviese el suyo; traza muy extravagante, cuales eran algunas de las que este Príncipe tramaba. El rey Católico al principio dió oidos á esta plática, y con este intento, despues de entregadas las ciudades de la Pulla, si bien mandó despedir los soldados españoles, fuera de quinientos de las guardas ordinarias que dió órden al coronel Zamudio trajese á España, todavía quiso que la armada se quedase en Italia. Despues ni el Papa ni él vinieron en que aquella señoría se destruyese, porque mirado el negocio con atencion, demás de ser la traza cual se ha dicho, advertian que todo lo que se pasase adelante de lo que tenian capitulado seria en pro de solo el rey de Francia, que por cacr tan cerca el estado de Milan, y las tierras de los otros príncipes tan léjos, no dudaria, vueltas las espaldas, de apoderarse con la primera ocasion de toda aquella ciudad, y por el mismo caso hacerse señor de toda Italia, y aun poner en la silla de san Pedro pontífice de su ma no; miedo de que el Pontífice estuvo con gran recelo no lo quisiese efectuar en su vida del mismo Papa, y le dió grande pesadumbre cuando supo que el cardenal de Ruan fué á Trento á verse con el César y que se tratase de que tuviesen vistas el Emperador y rey de Francia; negociacion que él procuró impedir con todas sus fuerzas; lo mismo el rey Católico por medio de su embajador don Jaime de Conchillos, á la sazón obispo de Catania.

CAPITULO XX.

Que los venecianos cobraron á Padua.

Luego que el rey de Francia acabó su empresa con tanla reputacion y presteza, dió la vuelta á Milan y desde allí á su reino. Dejó mil y quinientas lanzas repartidas por las ciudades de nuevo conquistadas, y por general Carlos de Amboesa, señor de Chamonte y gran maestre de Francia, oficio mas preeminente en aquel reino que el de condestable. La mayor parte de la gente imperial cargó sobre Treviso y el Frivoli, que no se querian rendir, y no le quedaba á aquella señoría otra cosa en tierra firme por la parte de Italia. Con esta ocasion y por el descontento grande que los de Padua tenian de los gobernadores y gente que dejó el Emperador en aquella ciudad, los venecianos tuvieron tratos secretos con algunos de aquellos ciudadanos. Resultó que Andrea Griti con mil hombres de armas y alguna infantería se apoderó de las puertas; y con los de su devocion que luego acudieron cargaron sobre los alemanes de guisa, que los forzaron á recogerse á la fortaleza, y otro dia se la ganaron. Desta manera se recobró aquella ciudad cuarenta y dos dias despues que se perdió. Cuando llegó la nueva desta pérdida al Emperador que se hallaba en Maróstica, pueblo á la entrada de los Alpes, á veinte y cuatro millas de Padua, por no tenerse por seguro que no le atajasen el paso, se fué á un cas→ tillo, que se llama Escala, junto á los confines de su condado de Tirol. Con la misma facilidad tomaron á Asula, do pasaron á cuchillo ciento y cincuenta españoles que allí hallaron de guarnicion. Lo mismo hicicron de otros docientos que hallaron en Castelfranco, en que prendieron al capitan Albarado. En esta furia de los mil y quinientos españoles que del servicio del rey de Francia en fin se pasaron al Emperador, los mas fueron muertos ó presos. Verona asimismo pretendia rebelarse, mas previno el señor de la Paliza este inconveniente, que acudió con gente y la aseguró en tanto que el Emperador proveia; que se detuvo algunos dias por esperar gente que le venia de Flandes y de Alemaña. Con esto y con las demás gentes que se le allegaron formó un campo de treinta mil hombres. Enviáronle el rey de Francia mil y trecientas lanzas, y el Papa trecientas, y despues otros mil soldados españoles. Con toda esta gente movió contra Padua, y se puso sobre ella á los 5 de setiembre. Entraron en la ciudad el conde de Petillano y todos los principales capitanes de aquella señoría. La gente mas útil eran dos mil caballos albaneses por causa que con sus correrías hacian grande daño á los imperiales. Plantóse la artillería, derribaron un lienzo del muro. Pretendian por la batería entrar la ciudad, mas fueron rechazados dos veces por gentes que cada hora entraban á los cercados por la Brenta, hasta llegar á número de veinte y cinco mil combatientes. En el primer combate murieron muchos españoles en un baluarte que ganaron, ca le tenian minado con barriles de pólvora. Eran estos á la sazon los mejores soldados que se hallaban en Italia, como quier que eran las reliquias del ejército del Gran Capitan. Con esto los imperiales desmayaron, y deseaban alguna honesta ocasion para siu vergüenza le

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EL PADRE JUAN DE MARIANA.

vantar el cerco. Hiciéronlo finalmente principio del
mes de octubre. Esta retirada del campo imperial tan
fuera de sazon y con tan poca reputacion fué causa
que las cosas se trocasen. Los de Vicencia cobraron
avilenteza, y con gente que hicieron venir de Padua
tomaron las armas; y á Gaspar de Sanseverino, que con
tres mil alemanes tenia por el Emperador aquella ciu-
dad apretaron de manera, que se dieron muy vergon-
zosamente. La gente de venecianos asimismo no se
descuidaba, antes salieron á combatir los lugares que
cerca de Padua les tomara el duque de Ferrara. Entre-
gáronse luego Este, Monsilice y Montañana. Por otra
parte, acudieron á poner cerco á Ferrara con una buena
enviaron por el Po arriba. La gente que
el
armada que
iba por tierra ganaron todo el Poles y Robigo, que
mismo Duque les tenia tomado. Estrecharon el cerco de
Ferrara hasta tanto que con gente que vino de socorro
del Papa y de Francia, el Duque y el Cardenal, su her-
mano, salieron al campo, y con su artillería, que plan-
taron en la ribera del Po, hicieron mucho daño en el
armada de venecianos, tanto, que de diez y siete gale-
ras perdieron las quince, y fueron forzados con alguna
quiebra de su reputacion alzar el cerco. Antes desto el
marqués de Mantua Francisco de Gonzaga á tiempo que
Bar-
con gente de á caballo pasaba á su ciudad fué atajado
por
y preso por Andrea Griti. Trataban de trocalle
tolomé de Albiano, persona de quien hacian grande
estima, si bien le cargaban comunmente que por su
priesa y temeridad se perdió la jornada de Abdua. Ve-
́rona andaba en balanzas, y queria asimismo entregarse
á venecianos. Estaba en ella don Juan Manuel con dos
mil españoles mal pagados, pequeño reparo. Acudieron
soldados franceses, con cuya venida se aseguró aquella
plaza. Iba por capitan desta gente el señor de Aubeni,
sobrino del que se señaló tanto en la guerra de Nápo-
les. El gran Maestre con la fuerza del ejército francés
tenia su alojamiento entre Bresa y Verona, presto para
acudir adonde fuese necesario. Juan Jacobo Trivulcio
estaba en Bresa. El cargo de don Juan Manuel, por ins-
tancia que él mismo hizo, se dió á cierto Luis de Bia-
monte, que de años atrás andaba en servicio del rey de
Francia.

CAPITULO XXI.

Que el Emperador y rey Católico se concertaron.
Despues que el conde de Lerin, condestable de Na-
varra falleció, tanto con mayor calor el rey Católico,
al mismo tiempo que la guerra de Lombardía andaba
mas encendida, hacia instancia con el rey de Navarra
por don Luis de Biamonte, hijo del difunto, para que
le restituyese sus estados, por ser don Luis su sobrino
y viva su madre. No se pudo acabar cosa alguna con
aquel Rey, si bien se alegaba que de los cargos que se
hacian al difunto ninguna culpa tenia su hijo. Llega-
ron los de Sangüesa á desvergonzarse y hacer entrada
en las fronteras de Aragon con color de apoderarse de
Ul y Filera, pueblos que decian pertenecelles. Por el
contrario, los aragoneses para satisfacerse rompieron
por tierra de Sangüesa, y les talaron la vega hasta dar
vista á la misma villa. Principios eran estos de rom-
pimiento; pero como eran querellas particulares, no

rey

se tenia la guerra por declarada, dado que don Luis
pretendia con las armas apoderarse de su estado y re-
cobralle. Trataban asimismo de concordarse el Em-
perador y rey Católico sobre lo del gobierno de Cas-
tilla, concierto que el rey Católico, aunque estaba muy
arraigado en la posesion, deseaba mucho concluir por
sosegar á los grandes, que todavía muchos deseaban
novedades. Verdad es que no se contentaba ya con que
la cláusula del testamento de la reina doña Isabel se
cumpliese, antes queria conservarse en el gobierno por
todos los dias de la vida de su hija la Reina, pues toda
razon le daba aquella tutela, al cual derecho no pre-
tendió ni pudo perjudicar la Reina, su mujer; mas caso
que muriese, ofrecia que entregaria el gobierno al
Príncipe luego que cumpliese los veinte años, segun
que la reina doña Isabel lo mandó y por las leyes es-
taba establecido. Acordaron de nombrar por jueces ár-
bitros para esta concordia al rey de Francia y al carde-
nal de Ruan, con que pretendian ganallos y obligallos.
Para concluir y capitular volvió á España Andrea del
Burgo, y fue muy bien recebido. Acerca del Empera-
dor entendia en esto mismo el obispo de Catania. Por
medio destos dos embajadores se convinieron los prín-
el Católico
tuviese la gobernacion perpetua de la manera que que-
cipes en los capítulos siguientes: que
da dicho ; todavía, caso que tuviese hijo varon, se die-
se seguridad que la sucesion del príncipe don Cárlos en
los reinos de Castilla no se perturbaria. Sobre la mane-
ra de seguridad hobo debates; pero en fin se vino en
que en tal caso de nuevo el Príncipe fuese jurado en
Cortes, y en las primeras se ordenó jurase el rey Cató-
lico de gobernar aquel reino bien y como era razon.
Pedia el Emperador que se acudiese al Príncipe con
Jas rentas del principado de Astúrias, pues era suyo. El
Rey decia que nunca fué costumbre que se diesen á
ningun príncipe de Castilla antes de ser casado; solo
vino en acudille con treinta mil ducados por año, y au-
mentar esta suma cuando se casase como pareciese jus-
ticia. Pretendia el Emperador de las rentas reales se
le diesen á él de contado cien mil ducados. El Rey se
excusaba con que la hacienda de la corona real se ha-
debian
llaba adeudada en ciento y ochenta cuentos; vino, sin
que
embargo, en que los cincuenta mil ducados
los florentines por la entrega de Pisa se diesen al Em-
perador. Demás desto, ofreció que ayudaria para la
guerra contra venecianos con trecientos hombres de
armas, pagados por cuatro ó cinco meses. Acordaron
el príncipe don Cár-
cada y cuando que
asimismo que
los quisiese pasar á estas partes se le enviaria armada
en que viniese, en que luego que llegase, partiria para
Flandes el infante don Fernando. Con esto hicieron en-
tre sí una nueva confederacion y liga, que pretendieron
desbaratar don Juan Manuel y los otros caballeros cas-
tellanos que andaban en Alemaña; pero no pudieron,
ni se les dió parte, antes para excusar inconvenientes,
la conclusion se remitió á la princesa Margarita, con
cuya intervencion de todo punto se concordaron aque-
llas diferencias, si bien por manera de cumplimiento
acordaron que se llevasen al rey de Francia para que
juntamente con el cardenal de Ruan, como jueces ár-
bitros, las confirmasen. Acudieron á Bles, donde re-

sidia aquella corte, por parte del César Mercurino de Gatinara, presidente de Borgoña, y Andrea del Burgo, que hizo en lo de adelante en Francia oficio de embajador ordinario. Por parte del rey Católico intervinieron Jaime de Albion, su embajador ordinario en aquella corte, y Jerónimo de Cavanillas que le sucedió en aquel cargo. Vieron el Rey y Cardenal el tratado, y dieron su sentencia como jueces árbitros á los 12 de diciembre. Hecho esto, á los que siguieron el partido del Emperador y del Príncipe se restituyeron sus bienes patrimoniales, y don Pedro de Guevara fué puesto en libertad, segun que se capituló entre las demás condiciones de aquella concordia; ocasion con que algunos caballeros se salieron de Castilla con voz de ir á servir al Príncipe; entre los demás el que mucho se señaló en esto fué don Alonso Manrique, obispo de Badajoz. En esta sazon el conde de Pitillano, general de venecianos, falleció de enfermedad en Lonigo, tierra de Vicencia. Proveyó asimismo el rey Católico que el conde de Lemos, que no acababa de sosegar y traia inteligencias en Portugal y en Flándes, entregase las fortalezas de Sarria y de Monforte al señor de Poza, gobernador á la sazon de Galicia. En lugar del conde de Ribagorza fué proveido por virey de Nápoles don Ramon de Cardona, que lo era de Sicilia, y en su lugar se dió aquel cargo de Sicilia á don Hugo de Moncada. Muchas cosas se dijeron desta mudanza de virey de Nápoles; los mas cargaban al conde de Ribagorza de poco hábil para cosa tan grande; otros decian que los Ursinos le hicieron mudar ; á la verdad ¿quién podrá enfrenar las lenguas de la gente? Quién atinar los deseños y trazas de los príncipes? Sus disgustos, sus aficiones ¿quién las sabrá averiguar?

CAPITULO XXII.

Que Bugia y Tripol se ganaron de los moros.

Grande deseo mostraba el rey Católico de emplear sus fuerzas contra los infieles; empresa de mayor honra y provecho que las que contra cristianos se intentaban con tanta porfía. Por esto siempre hizo instancia que, concluida la guerra contra venecianos y recobrados los estados que cada cual de los confederados pretendia, no se pasase á destruir de todo punto aquella señoría; antes era de parecer se recibiese en la liga para que con las fuerzas de todos acometiesen por mar y por tierra al Turco, comun enemigo de cristianos. Era dificultoso conformar voluntades tan diferentes y tan encontradas y juntar en uno intenciones tan contrarias. Trató con sus fuerzas y con la ayuda con que los otros `príncipes le acudiesen de encargarse de aquella santa guerra y pasar en persona á levante. Comunicó este intento con el Papa, que venia bien en ello y se ofrecia de ayudar de su parte. El reino de Nápoles y el de Sicilia eran de gran comodidad para emprender esta conquista por la facilidad de se proveer de gente y mantenimientos. A los que con atencion miraban todos los particulares les parecia no llevaba camino que el Rey en la edad que tenia y la poca seguridad que se podia tener en su ausencia que lo de Castilla no se alterase, se apartase tan lejos destos reinos. Pareció era mas á

propósito dar calor á la conquista de Africa, que con tan buen principio tenian comenzada. El conde Pedro Navarro en el puerto de Mazalquivir tenia trece naos muy bien artilladas y armadas. Embarcóse en ellas con gente muy escogida la vuelta de Ibiza, donde con otra parte de la armada le esperaba Jerónimo Vianelo. Detuviéronse allí algunos dias por ser lo mas áspero del invierno. Publicóse que la armada iba sobre la ciudad de Bugia. Salieron de Ibiza 1.o de enero del año que se contaba de nuestra salvacion de 1510. Los principales capitanes Diego de Vera, los condes de Altamira y Santistéban del Puerto, Maldonado y dos hermanos Cabreros. La gente hasta cinco mil hombres, la artillería mucha y muy buena. Está Bugia puesta en la costa de Numidia, no muy distante de los confines de la Mauritania Cesariense. Fué antiguamente del reino de Túnez; despues de los reyes de Tremecen, que la poseyeron hasta que la recobró Abuferriz, rey de Túnez. Este la dejó á un hijo suyo, llamado Abdulhazis, con título de nuevo reino. Deste rey Moro descendia Abdurrahamel, que era el que de presente la poseia, dado que la quitó á un sobrino suyo, por nombre Muley Abdalla, hijo de su hermano mayor, y por consiguiente legítimo rey. Su sitio es á las faldas de una alta montaña con una buena fortaleza á la parte mas alta. Ceñia la ciudad toda un muro, aunque antiguo, muy fuerte. Solia tener mas de ocho mil vecinos, y era la principal universidad de filosofía en Africa. Su territorio es mas á propósito para frutales y jardines que para sementera, por ser muy áspera la tierra y doblada. Llegó la armada á Bugia víspera de los Reyes. No pudo la gente desembarcar aquel dia por ser el viento contrario. El rey Moro por lo alto de la sierra se mostró con diez mil peones y algunas cuadrillas de á caballo. Comenzaron á bajar hacia la marina para impedir que los nuestros no saltasen en tierra; pero la artillería de la armada los hizo arredrarse y dejar libre el desembarcadero. Ordenó el Conde su gente repartida en cuatro escuadrones. Subió la sierra para pelear con los moros, mas ellos no se atrevieron á aguardar, antes se metieron en la ciudad. Los nuestros, parte por una ladera de la ciudad vieja que hallaron despoblada, otros por lo alto de la sierra con grande órden se arrimaron al muro y le escalaron en breve espacio. Dentro de la ciudad no hallaron resistencia á causa que como entraban los cristianos, el Rey y los soldados moros se salian por la otra parte. Puso esta victoria gran espanto en toda Africa, mayormente que Muley Abdalla, el legítimo rey, se soltó de la prision en que su tio le tenia, y se vino á poner en poder del Conde. Tomada la ciudad, el Conde salió al campo, y acometió á los reales de Abdurrahamel, que estaban á ocho leguas de la ciudad, y le hizo huir segunda vez con toda su gente. Con esto muchas ciudades de aquella costa á porfía se ponian en la obediencia del Rey. La primera fué Argel, mas occidental que Bugia, llamada de los moros Gezer, que significa isla, por la que tiene delante en el mar, terror adelante de España, rica y poderosa con los despojos de nuestras desgracias. Tras Argel, el rey de Túnez y la ciudad de Tedeliz hicieron lo mismo. Hasta el rey de Tremecen y los moros de Mostagan trataron de ponerse y se pu

sieron en la obediencia del Rey; tan grande era la reputacion que ganaron los nuestros. Con todos se hicieron capitulaciones, en que se les mandaba diesen libertad á todos los cristianos, y acudiesen con ciertas parias cada un año. En asentar estas cosas se detuvo algun tiempo el conde Pedro Navarro, sin descuidarse de aparejar lo necesario para pasar adelante en la conquista, en el tiempo que en la India de Portugal Alonso de Alburquerque, por comenzar con buen pié, se apoderó de la ciudad de Goa, nobilísima por ser la silla del imperio portugués en la India. Esta ciudad está en una isleta del mismo nombre que hace un rio al desaguar con su corriente en el mar. Boja cinco leguas poco mas. Era sujeta á Zabaim Idalcan; y á la sazon tenia pequeña guarnicion por causa que su señor para otras guerras que tenia llevó de allí la gente de guerra. Dió aviso desto al Gobernador un cosario, por nombre Timoya, que andaba con catorce fustas robando por aqueIlos mares. Halló el Gobernador ser verdad lo que el cosario le dijo. Entró con su armada en el puerto, y sin dificultad se apoderó de la ciudad, en que entró á los 16 de febrero. Muy diversa suerte fué la de su predecesor Francisco de Almeida, que no pudo llegar á Portugal á causa que antes de doblar el cabo de Buena Esperanza, como saliesen algunos de sus navíos á hacer agua y proveerse de algun refresco, se levantó cierta cuestion con los cafres, que así se llaman los naturales de la tierra. Acudió Almeida á socorrer á los suyos, y fué en la pelea muerto miserablemente. Esta notable desgracia sucedió 1.o de marzo. Tenia el rey Católico proveido por general para la conquista de Africa á don García de Toledo, hijo mayor del duque de Alba, intento que aquella guerra se hiciese con mayor reputacion, y porque queria servirse del conde Pedro Navarro en la guerra de Italia. Detúvose algunos meses antes de partir de España. El Conde, por no perder tiempo y porque Bugia se picaba de peste y dolencias, salió á 7 de junio con ocho mil hombres la vuelta de Faviñana, que es una işleta puesta delante de Trapana, ciudad de Sicilia. Allí acudieron, como lo tenian ordenado, las galeras de Nápoles y Sicilia, que eran once por todas, sin otros muchos bajeles, de suerte que llegaba la gente á catorce mil hombres. Con toda esta armada llegaron en pocos dias á vista de Tripol, ciudad de la provincia que antiguamente se llamó Africa, mas adelante de la Numidia, sujeta á los reyes de Túnez, aunque de presente alzada con su propio señor, que llamaban jeque. La mayor parte está rodeada de mar, y por la tierra tenia una cava muy ancha llena de agua con su cerca bien torreada. Acudieron muchos alárabes y otros moros á la defensa, que entre todos llegaban á catorce mil. Desembarcó el Conde con su gente, que dividió en dos partes, la una para pelear con los moros que salieron á la marina para impedir que no saltasen en tierra; á los demás mandó combatir la ciudad. Fuera desto, por la parte del mar salieron algunos soldados y marineros con escalas para entralla por aquel lado. La pelea fué muy brava. En dos horas que duró los moros de fuera se pusieron en huida, y la ciudad por junto á la puerta que llaman de la Victoria se entró á escala vista. Un infanzon aragonés, que se de

con

cia Juan Ramirez, fué de los primeros que subieron en el muro. No quedó con esto rendida la ciudad, antes fué menester ganalla palmo á palmo y pelear por las calles con los moros que se defendian como gente desesperada, y que no pretendian vencer, sino dejar sus muertes vengadas. Murieron cerca de cinco mil moros, y quedó preso el jeque. De los nuestros faltaron algunos muy valientes soldados, entre ellos uno de los Cabreros, sobrinos del camarero del rey Católico, y el coronel Ruy Diaz de Porres y Cristóbal Lopez de Arriaran, que era el almirante de la armada. Dieron la ciudad á sacomano; los despojos se dieron á los que pelearon; á los que quedaron en guarda de la armada consignaron los cautivos y las mercadurías que en la ciudad se hallaron; traza del Conde á propósito que todos quedasen contentos y ricos.

CAPITULO XXIII.

De lo poco que se hacia en la guerra de Italia.

La guerra contra venecianos se llevaba adelante, aunque con poco calor; la causa, que el rey de Francia se retiró á su reino, cobradas las ciudades que le pertenecian; el Emperador se fué á Alemaña sin dejar acabada su empresa, porque todavía le quedaba por ganar lo de Treviso y del Frioli y lo de Aquileya, Padua rebelada. Verona con su comarca en poder de franceses empeñada por sesenta mil ducados con que el Francés socorrió al Emperador y á su pobreza, que era grande. Púsose condicion que se quedase con la prenda, si dentro de un año la deuda no se pagase. Acordóse que los príncipes confederados ayudasen con gente, conforme á las capitulaciones de Cambray, hasta tanto que el Emperador quedase entregado en todo lo que le pertenecia de venecianos. Era general de los imperiales el príncipe de Analth, poca la gente y menos la reputacion, y no tenia dineros para pagalla. De parte de Francia le asistia con buen número de soldados Carlos de Amboesa, gran maestre de Francia, con cuya ayuda se recobró por el César la ciudad de Vicencia, que se rindió á voluntad y merced del vencedor. De Nápoles por órden del rey Católico acudió el duque de Termens Vincencio de Capua, persona de valor y confianza, con cuatrocientos hombres de armas, muy lucida gente, todos españoles escogidos de los que en aquel reino tenian. El Papa no acudió, sea por no tenerse por obligado á pasar adelante, sea por el disgusto que tenia con el rey de Francia por el favor que daba al duque de Ferrara, su enemigo, en que muy declarado se mostraba. Llegó el negocio á término que el Papa dió la absolucion de las censuras en que venecianos incurrieran, y se confederó con ellos, ca no queria que aquella nobilísima república se acabase de destruir, cosa en que se conformaba el rey Católico; además que se pretendia valer de sus fuerzas para despojar de su estado al duque de Ferrara, con quien estaba muy indignado, tanto, que le hizo citar, y en rebeldía le condenó por sentencia fuese privado de aquel feudo; razones ¿cuándo á los príncipes faltaron para ejecutar su saña? El principio destos disgustos fué la sal que el Duque hacia en Comaquio en perjuicio de la que se beneficiaba en Cer

via, tierra del Papa, y las imposiciones que de nuevo hacia cobrar de las mercadurías que por el Po se llevaban á Venecia. Desto tuvo el Francés tanto sentimiento, que mandó embargar y secrestar todas las rentas de los cardenales franceses y de los curiales de su señorío, y les mandó salir de Roma y que viniesen á residir en sus iglesias. Iban en aumento estos disgustos por cuanto el Papa por una parte intentó con favor de las galeras de venecianos hacer que el comun de Génova, en que tenia mano por ser natural de Saona, se levantase contra el gobierno de Francia. Envió con las galeras á Octaviano de Campofregoso y otros forajidos de aquel eslado; y á Marco Antonio Colona dió órden que de Luca, londe asistia, se acercase á Génova con gente de á pié -de á caballo. No se hizo efecto por no estar las cosas azonadas. Por otra parte, alcanzó de venecianos que pusiesen en libertad al marqués de Mantua, de cuya persona pretendia servirse en la guerra contra Francia, átal que para seguridad le entregase á su hijo. Dióse lilertad al Marqués á los 14 de julio. Asimismo acometi las tierras del duque de Ferrara, y pretendia apoderase de la misma ciudad, y como las demás restituilla á a Iglesia por ser aquel estado feudo suyo, sin tener repeto al rey de Francia, en cuya proteccion estaba, y el mismo Duque ocupado en su servicio. Nombró por general de la Iglesia para esta guerra al duque de Urbio. Tuvieron las gentes del Papa tomadas todas las tierras del ducado de Ferrara, que están en la Romaña de la otra parte del Po; acudió un capitan francés, llamido Chatillon, con trecientas lanzas á los 29 del mes de julio. La gente del Papa, alzado el cerco que tenian sobre Lugo con la nueva del socorro, se retiró á Imola. Recobró el de Ferrara lo perdido; pero la gente del Papa en breve lo tornó luego á ganar, y aun el cardenal de Pavía, por trato que tuvo con algunos ciudadanos de Módena, se apoderó de aquella ciudad por el Papa. Corria el mismo peligro Regio. Metio dentro el Duque gente, y monsieur de Chamonte envió para su defensa docientas lanzas. El duque de Urbino, que se hallaba á la sazon en Boloña, pretendia fortificar aquella ciudad, ca se temia acudiria sobre ella el campo francés. Asimismo el Papa por medio del Obispo sedunense, que era suizo de nacion, y para mas obligalle le dió intencion del capelo, levantó hasta en número de doce mil de aquella gente, los ocho mil á su sueldo, y el resto al de la señoría de Venecia, todo con intento de hacer la guerra en el ducado de Milan y poner en aquel estado á Maximiliano Esforcia, que andaba despojado en la corte del Emperador. Todos pensamientos, si bien mas altos que sus fuerzas, muy conformes á su natural, de suyo muy desasosegado y brioso, como lo mostró en toda la vida pasada, porque en el pontificado del papa Sixto, su tio, nunca entendió sino en sembrar discordias, y en el del papa Inocencio se dijo fué la causa que los barones del reino tomasen las armas contra su Rey; y en tiempo de Alejandro fué el principal caudillo para traer los franceses en Italia; de suerte que nunca supo vivir en paz y siempre procuró contienda. Los intentos del Papa forzaron al gran maestre de Francia á retirarse con su campo la via de Milan para guardar aquel estado y acudir, si fuese necesario, á lo de Génova. Ver

dad es que publicaba retirarse de aquella guerra á causa que el Emperador estaba ausente, y que sin él no se podia hacer efecto de momento, tanto mas, que los venecianos se reforzaban cada dia con gente que les acudia de la Romaña y de otras partes. Todavía quedó Juan Jacobo Trivulcio con buen golpe de gente de armas, porque sin ella lo demás del ejército imperial apenas pudieran ser señores del campo. Llegó á tanto grado esta mengua, que los alemanes acordaron de sacar de Vicencia su artillería y municiones y pasallas á Verona, por ser aquella ciudad y castillo muy flacos y no tener ellos fuerzas bastantes para tenerse. Por este tiempo la duquesa de Terranova se detenia todavía en Génova; y como el Papa continuaba en hacer instancia que su marido el Gran Capitan fuese á serville, los franceses se recelaron de su estada allí. Por esto proveyó su marido que á la hora se partiese para España, donde los de Fuente-Rabía y los de Hondaya, pueblo de la Guiena, tenian contienda sobre á cuál de las partes pertenecia el rio Vidasoa, con que parten término España y Francia. Llegaron diversas veces á las manos, y el pleito á términos, que se nombraron jueces por los reyes, los cuales acordaron que cada cual de las partes quedase con la ribera que caia hácia su territorio, y el rio fuese comun. Solo se vedó á los franceses tener allí y usar de bajeles con quilla, es á saber, grandes, con que finalmente se sosegaron.

CAPITULO XXIV.

Que el Papa dió la investidura del reino de Nápoles al rey
Católico.

Tenia el rey Católico convocadas Cortes generales de Aragon, Valencia y Cataluña para la villa de Monzon y para los 20 de abril, con intencion que aquellos sus reinos le hiciesen algun servicio para proseguir la guerra de Africa, que era de su conquista. Salió de Madrid la primavera para hallarse al tiempo aplazado. Quedó en aquella villa el infante don Fernando, y en su compañía el cardenal Arzobispo y los del Consejo real. Llevó consigo al duque de Medina Sidonia y don Pedro Giron, ca les tenia dado perdon, dado que se retuvo las fortalezas de Sanlúcar, Niebla y Huelva. Iban otrosí en su compañía el Condestable, el marqués de Priego y el conde de Ureña. Llegó á Zaragoza, y dende pasó á Monzon. Concurrió mucha gente por ser las primeras Cortes generales que tenia despues que reinaba, como antes fuesen particulares de cada uno de aquellos tres estados pertenecientes á la corona de Aragon. Ocupábase el Rey en esto, y no se descuidaba en acudirá la conquista de Africa y á la guerra de Italia; mas particularimente hacia grande instancia con el rey de Francia para que se reformase aquella condicion que capitularon tocante á la sucesion en el reino de Nápoles, caso que la reina doña Germana no tuviese hijos. No daba el Francés oidos ni lugar á esta demanda, con la esperanza que siempre tuvo de recobrar aquel estado por el camino que pudiese, en especial que á esta sazon falleció el cardenal de Ruan, que estuvo siempre muy apoderado de la voluntad de aquel Rey, y no terciaba mal en las cosas que tocaban al bien comun y se enderezaban á la paz. Tenia este negocio puesto en mucho cuidado al

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