Imágenes de páginas
PDF
EPUB

sieron en prision y le amenazaron de muerte. El, como prudente, acordó disimular y acomodarse al tiempo y con algunos servicios y muestras de dolor aplacar el ánimo irritado de la Reina. En Lisboa, cabeza de aquel reino, se fortaleció con muros la parte mas baja de aquella ciudad, que remata con el mar. Hizo esto el rey don Fernando, así por el daño que por allí se recibió los años pasados como para pertrecharse y apercebirse para todo lo que pudiese suceder. Los dos pontífices no se descuidaban en solicitar por sus legados á los reyes de España para que se declarasen. El de Aragon todavía se quiso estar neutral, bien que sentido en particular del pontífice Urbano que trataba de desposeelle de Cerdeña y de Sicilia; todavía no dió lugar que en su reino se leyesen los edictos que Clemente contra él fulminaba. Solo proveyó que las rentas eclesiásticas y aprovechamientos que pertenecen al Papa se pusiesen en tercería en poder de un depositario que las tuviese de manifiesto hasta tanto que la Iglesia determinase á quién se debia acudir con ellas. Los legados de Urbano enviados al rey don Enrique le hallaron en Córdoba, do era ido para proveer á las cosas del Andalucía. Pedian en nombre del que los enviaba que le tuviese por verdadero pontifice, y declarase á su competidor por falso, elegido contra los cánones y derecho. Oyólos benignamente; pero antes de resolverse en negocio tan grave, acordó juntar en Toledo las personas mas señaladas del reino para determinar lo que se debia responder. Hallábase en aquella ciudad el infante don Juan, su hijo, de vuelta de la guerra y con intento de pasar el invierno en aquellas partes. Acudieron embajadores del rey de Francia, que vinieron á hacer las partes de Clemente. Hizose la junta; los obispos, los ricos hombres y letrados que en ella se hallaron, habido su acuerdo, finalmente respondieron no tocaba á ellos el juicio y determinación de aquella controversia, mas que estaban prestos de seguir lo que la Iglesia en el caso determinase, y en el entre tanto las rentas y proventos pertenecientes al Papa estarian guardados para el que ella juzgase era verdadero papa. Con esta respuesta se volvieron los embajadores el año de 1379. Don Enrique se fué de allí á Búrgos, donde estando apercibiendo las cosas necesarias para la guerra de Navarra, le vinieron embajadores de parte de aquel Rey, hombres muy principales, con muy cumplidos poderes para hacer conciertos de paz, que se asentó finalmente con estas condiciones: que saliesen de Navarra todos los soldados ingleses; que para mayor seguridad veinte fuerzas, y entre ellas fuesen las tres, Estella, Tudela y Viana, por diez años tuviesen guarnicion de castellanos; que el rey de Castilla para ayuda de los gastos hechos en aquella guerra prestase al de Navarra hasta en cantidad de veinte mil ducados luego que se firmasen las paces. Concluido el concierto, los dos reyes se vieron en Santo Domingo de Ja Calzada. Llevaron gran repuesto, y á porfia pretendia cada cual aventajarse en todo género de grandeza, cortesía y comedimiento. El rey de Granada por el mismo caso se recelaba no revolviesen las fuerzas de los cristianos en daño suyo. Acusábale su conciencia por lo que hizo en tiempo del rey don Pedro en su ayuda; no

se persuadia estuviese el rey don Enrique olvidado, ni que le faltase voluntad de tomar de todo emienda. Las fuerzas no eran bastantes, si se venia á rompimiento y á las puñadas. Acordó valerse de arte y de maña. Persuadió á un moro que con muestra de huir de Granada se pasase á Castilla y procurase dar la muerte al Rey. El moro era sagaz como la pretension lo pedia; procuró ganar la gracia del Rey, ya con servicios á propósito, y con ricas joyas y preseas que le presentaba. Entre los demás presentes le dió unos borceguíes á la morisca muy vistosos y primos, pero inficionados de veneno mortal. Así lo atestiguan autores muy graves; conseja á que dió crédito la dolencia que desde que se los calzó le sobrevino, que en diez dias le acabó en la misma ciudad de Santo Domingo; su muerte fué domingo á 29 del mes de mayo. Bien es verdad que autores mas atentados y graves testifican falleció del mal de gota. Vivió cuarenta y seis años y cinco meses; reinó despues que se llamó rey en Calahorra trece años y dos neses. Varon de los mas señalados, y príncipe en la prosperidad y adversidad constante contra los encuentros de la fortuna, de agudo consejo y presta ejecucion, y que el mundo le puede llamar bienaventurado por la venganza que tomó de las muertes de su madre y de sus hermanos con la sangre del matador y con quitalle de la cabeza la corona. Ejemplo finalmente con que se muestra que la falta del nacimiento no empece á la virtud y al valor, y que si enfrenara sus apetitos deshonestos en que fué suelto, pudiera competir con los reyes antiguos mas señalados. La franqueza demasiada de que algunos le tachan desculpa asaz la revuelta de los tiempos y la codicia de los nobles, que no se dejaban granjear sino á precio de grandes y excesivas mercedes. Además que estaba puesto en razon hiciese parte de los premios de la victoria á los que se la ayudaron á ganar y se hallaron á los peligros y trabajos. Todavía en su testamento corrigió en gran parte esta liberalidad con excluir de la herencia de aquellos estados que dió á los deudos trasversales, y admitir solamente á los decendientes, hijos y nietos, traza con que gran parte de los pueblos que por esta causa se enajenaron y de las donaciones enriqueñas han vuelto á la corona real. Hallóse á su muerte don Juan Maurique, obispo de Sigüenza; con él comunicó sus cosas, y nombradamente con él envió á don Juan, su hijo, los avisos siguientes: que en el scisma que corria no se inclinase fácilmente á ninguna de las partes; trajese siempre ante sus ojos el santo temor de Dios y el amparo de su Iglesia; conservase con todas las fuerzas y con toda buena correspondencia la amistad de Francia, de donde les vino en sus cuitas el remedio; pusiese en libertad todos los cautivos cristianos; procurase buenos ministros y criados, que son el todo para gobernar bien. Advirtióle empero que de tres raleas y suertes de gentes que se hallaban en el reino, los que siguieron su parcialidad, los que al rey don Pedro y los que se mantuvieron neutrales, á los primeros consérvase las mercedes que él les hizo, mas que de tal suerte se fiase dellos, que se recelase de su deslealtad y inconstancia; á los segundos podria cometer cualesquier oficios y cargos, como á personas constantes, y que procurarian

1

recompensar con sus buenos servicios las ofensas pasadas y hacer con toda lealtad y cuidado lo que les encomendase; á los terceros mantuviese en justicia, mas no les encargase cuidado alguno ni gobierno del reino, como á personas que mirarian mas por sus particulares que por el pro comun. Llevaron su cuerpo de aquella ciudad en que falleció á la de Búrgos. Acompañóle su hijo don Juan, ya rey. Depositáronle en el sagrario de la iglesia mayor en la capilla de Santa Catalina. Las honras le hicieron con real aparato y toda muestra de majestad. De allí le pasaron á Valladolid, y al fin del mismo año á una capilla que se labró á costa del Rey en Toledo en aquella parte de la iglesia mayor que estaba junto á la torre principal, en que por tradicion de padres á hijos se tiene por cierto que puso los piés la sagrada Virgen cuando bajó del cielo para honrar á su siervo Ilefonso. Esta capilla en tiempo del emperador don Carlos se pasó á otra parte, donde al presente están enterrados los cuerpos deste Rey, de su hijo y nieto que le sucedieron, y de las reinas sus mujeres en seis sepulcros de obra curiosa y prima, cada uno con su letrero. Asisten en esta capilla, y en ella celebran los oficios treinta y seis capellanes, con muy buenas rentas, que para sustentarse les señalaron y tienen. Mandóse sepultar con el hábito de santo Domingo por el amor y devocion que él tenia á la memoria de aquel Santo, su pariente; de cuyo órden tenian otrosí costumbre los reyes de tomar confesor. Murió tambien por aquel tiempo el rey Moro, á quien sucedió Mahomad, llamado por sobrenombre el de Guadix por la curiosidad que tuvo de hermosear y engrandecer aquella ciudad. Este por haber tenido el reino con quietud y sin alteraciones civiles puede ser tenido por mas aventajado y dichoso que todos sus antepasados. El rey de Aragon, aunque viejo y anciano, se tornó nuevamente á casar; tomó por mujer á Sibila Fortia, que era una dama viuda de gran hermosura, por la cual la prefirió al casamiento con que le convidaban de Juana, reina de Nápoles. Tuvo dos hijos deste casamiento, que murieron en su tierna edad, y una hija llamada Isabel, que adelante casó con el conde de Urgel.

CAPITULO III.

De cómo comenzó á reinar el rey don Juan.

El rey don Juan, concluido el enterramiento y honras de su padre, recibió en Búrgos en las Huelgas, la corona del reino en edad que era de veinte y un años y tres meses. Juntamente con él se coronó su mujer la reina doña Leonor. Armó caballeros á cien mancebos, la flor de la caballería, con las ceremonias que se acostumbraban en aquel tiempo. Demás desto á aquella nobilísima ciudad, por los gastos que en tal solemnidad le fué necesario hacer y en premio de su bien probada lealtad, le hizo donacion de la villa de Pancorvo. Teníanse Cortes en aquella ciudad, en que se establecieron muchas cosas: una, que el clérigo de menores órdenes casado pechase; pero que si fuese soltero, coino trajese abierta la corona y hábito clerical, gozase del privilegio de la Iglesia, Fueron grandes las alegrías y fiestas que se hicieron por todo el reino por la coro

nacion del nuevo Rey, tanto con mayor aficion y vọluntad cuanto mas confiaban que el hijo saldria semejable á su padre en todo género de virtud y caballería, porque era de noble condicion, dócil ingenio, apacibles costumbres y un alma compuesta y inclinada á todas obras de piedad, no de precipitado ó arrebatado juicio, sino inclinado á oir el ajeno. Era bajo de cuerpo, pero en su aspecto representaba majestad. Luego que tomó el cuidado del reino, lo primero en que puso mano fué en señalarse por amigo de los franceses, y así hizo poner luego á punto una armada y enviarla contra Juan de Monforte, duque de Bretaña, á quien por el favor que daba á los ingleses aquel Rey y su consejo le dieron por enemigo de la corona de Francia, y con público pregon adjudicaron sus bienes y estado al fisco real. Corrió la armada toda la costa de Bretaña y en ella ganó una fuerza que llaman Gayo. El Rey pasó en Burgos lo restante del estío. Esta pública alegría dos cosas que acontecieron, la una la aguó algo, y la otra la aumentó. La primera fué que un judío, llamado Josef Pico, muy principal entre los suyos y muy rico, fué muerto por engaño y envidia de su misma gente. Era este recogedor general de las alcabalas reales y tesorero, por donde vino á tener gran cabida y autoridad con todos. Algunos de su nacion judíos, hombres principales, no se sabe por qué, le tenian mala voluntad, y con este odio dieron traza de matalle. Para esto por engaño, sin entender el Rey lo que hacia, ganaron una provision real en que mandaba fuese luego muerto; cogieron de presto al verdugo real, ó inducido con el mismo engaño, 6 sobornado con dineros, lo cual se puede sospechar, pues tan de rebato usó de su oficio. Acudieron á la casa de Josef, que estaba bien seguro de tal caso, en que de improviso le acabaron. Conocido el engaño, se hizo justicia de los culpados y se le quitó á esta nacion la potestad que tenia y el tribunal para juzgar los negocios y pleitos de los suyos; desórden con que habian hasta allí disimulado los reyes por la necesidad y apretura de las rentas reales y ser los judíos gente que tan bien saben los caminos de allegar dinero. Materia de contento extraordinario fué el hijo que nació al Rey en Búrgos á los 4 de octubre, sucesor que fué y heredero de sus estados; su nombre dou Enrique por memoria de su abuelo y para que remedase su valor y virtudes. En fin deste año y principio del siguiente, que se contó de 1380, las lluvias fueron grandes y continuas en demasía; salieron con las avenidas de madre los rios, rebalsaron los campos y las labradas y sembrados, en particular el rio Ebro cerca de Zaragoza rompió los reparos y tomó otro camino, de guisa que para hacelle volver á su curso se gastó mucho trabajo y dinero. De Búrgos pasó el Rey á Toledo, ciudad en que de nuevo hizo las honras de su padre y puso su cuerpo, como queda dicho, en su sepulcro de asiento. Partió para el Andalucía con intento de acudirá la ayuda de Francia contra los ingleses. Armó en Sevilla veinte galeras, que el almirante Fernan Sanchez de Tovar, que iba por general, costeadas las riberas de España y de Francia, no paró hasta llegar á Inglaterra, y por el rio Támesis arriba dar vista á la ciudad de Londres, cabeza de aquel reino, con gran mengua y cuita de aquella

con

gente y ciudadanos, que veian la armada enemiga á sus puertas, talados sus campos, quemadas sus alque rías y casas de campo sin poderlo remediar. La discordia entre los pontifices andaba mas viva que nunca; castigo de los muchos pecados del pueblo y de las cabezas. El mayor daño y que hacia mas incurable la dolencia, que cada cual de las partes tenia sus valedores, personas en letras y santidad eminentes hasta señalarse con milagros. ¿Qué podia con esto hacer el pueblo? Qué partido debia seguir? Ardia el pontifice Urbano en un vivo deseo de tomar emienda de la reina de Nápoles, causadora principal de aquel seisma, ca si no fuera con su sombra, no acometieran los cardenales á ejecutar lo que hicieron. Para atender á esto con mayores fuerzas y mas de propósito hizo paces con florentines y perusinos y otros pueblos que no le querian reconocer homenaje y andaban alborotados. Convidó á Cárlos, duque de Durazo, á pasar en Italia con intencion que le dió y promesa de hacelle rey de Nápoles. Este Cárlos estaba casado con Margarita, su prima hermana, bija que fué de su tio Carlos, duque de Durazo; marido y mujer eran bisnictos de Cárlos II, rey de Nápoles, como queda deducido de suso. Aceptó las ofertas del Pontífice, ayudóle con gente y dinero Ludovico, rey de Hungría, por el odio que tenia contra la Reina, por la muerte que dió á su marido Andreaso, hermano del Húngaro. Demás desto, la soltura desta Reina en materia de honestidad era muy conocida. La grandeza y la fama de los príncipes corren á las parejas; así sus virtudes como sus vicios están á la vista de todos, y cuanto es mayor y mas alto el lugar, tanto debe ser menor la libertad, por el ejemplo, que si es malo, cunde y empece mucho. No se le encubrieron á la Reina los intentos del Pontífice y sus trazas. Sabia muy bien el aborrecimiento que comunmente le tenian, ocasionado de la torpeza de su vida. Recelábase por él mismo caso que no tendria fuerzas bastantes para contrastar á tan poderosos enemigos. No tenia sucesion, si bien se casó cuatro veces: la primera con Andreaso, al cual ella misma dió la muerte; la segunda con Ludovico, príncipe de Taranco, deudos el uno y el otro muy cercanos suyos; la tercera con don Jaime, infante de Mallorca; y últimamente tenia por marido á Oton, duque de Branzvique. Comunicóse con el otro pontífice Clemente, y habido con él su acuerdo, determinó para desbaratar aquella tempestad y torbellino que contra ella se armaba valerse de las fuerzas de Francia. Para esto prohijó á Luis, duque de Anjou, príncipe muy poderoso. Dióle título de duque de Calabria, que era el que tenian los herederos de aquel reino de Nápoles. Hizose el auto de la adopcion con la solemnidad necesaria en el castillo de aquella ciudad, llamado del Ovo, á los 29 de junio. Principios de grandes alteraciones y guerras que adelante resultaron, en que entró tambien á la parte España finalmente, y el primer título que tuvieron aquellos duques de Anjou para pretender con tanta porfía y por tanto tiempo el reino de Nápoles; traza enderezada para defenderse la Reina y juntamente afirmar el partido del papa Clemente, que á la una y al otro prestó poco. Falleció por este tiempo á 13 de julio el valeroso caudillo Beltran Claquin; tomole la muerte en los rea

les y en el cerco que tenia puesto sobre Castronuevo, pueblo de Bretaña. Su linaje ilustre, sus hazañas esclarecidas; su padre se llamó Reginaldo Claquin, señor de Bronio cerca de Rennes, ciudad muy conocida en el ducado de Bretaña. El oficio de condestable, que es muy preeminente en Francia y vacó por su muerte, sc dió poco adelante á Oliverio Clison. Murió asimismo á los 16 de setiembre Cárlos, rey de Francia, en el bosque de Vincenas, que mandó en su testamento sepultasen el cuerpo de Claquin junto al suyo en San Dionisio, sepultura de aquellos reyes junto á Paris; honra muy debida á lo mucho que sirvió en su vida y á su valor. Sucedió en aquella corona Carlos, hijo del difunto, sexto deste nombre. Al rey de Portugal aquejaba el cuidado de lo que seria de aquel reino despues de su muerte. La edad estaba adelante, no tenia hijo varon ni esperaba tenelle. Doña Beatriz, habida en la Reina, de la cual adelante se puso en duda si era legítima, en vida del rey don Enrique quedó desposada con su hijo bastardo don Fadrique, duque de Benavente. No quiso el Portugués despues de muerto el rey don Enrique pasar por estos desposorios, antes despachó sus embajadores al nuevo rey de Castilla, que volvia del Andalucía para pedille para su hija alinfante don Enrique, si bien era niño de pocos meses nacido; acuerdo poco acertado, sujeto á grandes inconvenientes, por la edad de los novios tan diferente y desigual. Todavía el rey don Juan no desechó aquel partido por la comodidad que se presentaba de haber el reino de Portugal por aquel camino y juntalle con Castilla. Tratóse de las condiciones, y finalmente en Soria, donde se juntaron las Cortes de Castilla, se concertaron los desposorios, que al cabo no surtieron efecto. Prendieron por mandado del Rey al adelantado Pedro Manrique; cargábanle ciertas pláticas y tratos que decian tenia con don Alonso de Aragon, conde de Denia, en perjuicio del reino. La verdad es que murió en la prision sin dejar hijos. Sucedióle en aquel cargo y en sus estados su hermano Diego Maurique, merced que tenia bien merecida por su valor y los servicios que hiciera en la guerra de Navarra. Era el rey de Francia de poca edad; tenia en su lugar el gobierno de aquel reino Luis, duque de Anjou, por aventajarse á los otros señores de Francia y por el deudo que alcanzaba con aquella casa real. Recelábase el rey de Aragon no quisiese con aquella ocasion volver á la pretension del reino de Mallorca por el derecho que de suso queda tratado. Pero á él otro cuidado le aquejaba mas, que era amparar la reina de Nápoles, y de camino asegurar para su casa la sucesion de aquel reino; acudió, sin embargo, el rey don Juan de Castilla, despachó embajadores á Francia para tratar de conciertos. Dió oidos el de Anjou á estas pláticas por quedar desembarazado para la empresa de Italia. Asentaron que vendiese á dinero el derecho que con dinero comprara, en que el rey don Juan puso de su casa buena cantía en gracia de su suegro, y por el deseo que tenia no se alterase el sosiego de que en España gozaban. Despachó otrosí embajadores al soldan de Egipto que de su parte le hiciesen instancia para que pusiese en libertad á Leon, rey de Armenia, que tenia cautivo, y se le murieran en la prision mujer y hija. Condescen

dió el Bárbaro con aquellos ruegos tan puestos en razon. Soltó al preso, que envió con cartas que le dió soberbias y hinchadas en lo que de sí decia, honoríficas para el rey don Juan, cuyo poder y valor encarecia, y le pedia su amistad. Vino aquel Rey despojado tres años adelante, primero á Francia, dende á Castilla. Es muy propio de grandes reyes levantar los caidos, y mas los que se vieron en prosperidad y grandeza. Recibióle el Rey y hospedóle con toda cortesía y regalo, y para consuelo de su destierro y pasar la vida le consignó las villas de Madrid y Andújar con rentas necesarias y bastantes para el sustento de su casa. No paró mucho en España, antes dió la vuelta á Francia con intento de pasar á Inglaterra para concertar aquellos reyes y persuadilles que dejadas entre sí las armas, las volviesen con tanto mayor prez y gloria contra los enemigos de Cristo los infieles de Asia. En esta demanda sin efectuar cosa alguna le tomó la muerte, y le atajó sus trazas como suele. En la iglesia de los monjes celestinos de Paris, en la capilla mayor se ve el dia de hoy un arco cavado en la pared con un lucillo de mármol de obra prima con su letra que declara yace en él Leon, rey de Armenia.

CAPITULO IV.

Que Castilla dió la obediencia al papa Clemente. Estaba el mundo alterado con el scisma de los romanos pontífices, y los príncipes cristianos cansados de oir los legados de las dos partes. Los escrúpulos de conciencia, que cuando se les da entrada se suelen apoderar de los corazones, crecian de cada dia mas. El Rey determinó de hacer Cortes de Castilla para resolver este punto en Medina del Campo. Grandes fueron las diligencias que en ellas los legados de ambas partes hicieron, por entender que lo que allí se determinase abrazaria toda España. No se conformaban los pareceres, unos aprobaban la eleccion de Roma, otros la de Fundi. Los mas prudentes juzgaban que como si hobiera sede vacante, se estuviesen á la mira; y que esta causa se debía dejar entera al juicio del concilio general. Entre estos dares y tomares parió la Reina á los 28 de noviembre un hijo, que llamaron don Fernando, que en nobleza de corazon y prosperidad de todas sus empresas excedió á los príncipes de su tiempo, y llegó á ser rey de Aragon por sus partes muy aventajadas. Vinieron tambien á estas Cortes gran número de monjes benitos; quejábanse que algunos señores, á título de ser patrones de sus ricos y grandes conventos, les hacian en Castilla la Vieja grandes desafueros, ca les tomaban sus pueblos y imponian á los vasallos nuevos pechos; avocaban á sí las causas criminales y civiles, y todas las demás cosas hacian á su parecer y albedrío contra toda órden de derecho y contra las costumbres antiguas. Señaláronse jueces sobre el caso, varones de mucha prudencia, que pronunciaron contra la avaricia y insolencia de los señores, y decretaron que á ninguno le fuese lícito tocar á las posesiones y rentas de los conventos, y que solo el Rey tuviese la proteccion dellos, lo cual se guardó por el tiempo de su reinado. Entre los cardenales que siguieron las partes de Clemente fué uno don Pedro de Luna, hechura del pontífice Grego

rio, de muy noble alcuna entre los aragoneses, de vivo y grande ingenio y muy letrado en derechos. Por esta causa Clemente le envió por su legado á España al principio del año de 1381, por ver si con su buena maña y letras podria atraer nuestra nacion á su parcialidad y devocion. En Aragon salió en vacío su trabajo por no querer resolverse en tan grande duda el Rey y sus grandes. Con el rey de Castilla tuvo mayor cabida. Juntáronse en la corte los varones mas señalados del reino, y gastados muchos dias para la resolucion deste negocio, finalmente en Salamanca, para do trasladaron la junta, á 20 de mayo dieron por nula la eleccion de Urbano, y aprobaron la de Clemente, que residia en Aviñon, como legal y hecha sin fuerza, en que parece aten❤ dieron á que residia cerca de España y á la amistad del rey de Francia mas que á la equidad de las leyes. Muchos tuvieron por mal pronóstico y por indicio de que la sentencia fué torcida la muerte que vino á esta sazon á la reina doña Juana, madre del Rey, santísima señora, y tan limosnera, que la llamaban madre de pobres. En su viudez trajo hábito de monja, con que tambien se enterró. Hízose el enterramiento en Toledo junto á don Enrique, su marido, con célebre aparato, mas por las lágrimas y sentimiento del pueblo que por otra alguna cosa. Clemente trabajaba de traer á España á su devocion, como está dicho, y al mismo tiempo en Italia se mostraban grandes asonadas de guerra. Don Carlos, duque de Durazo, vino de Hungría á Italia al llamado del pontífice Urbano; diéronie los florentines gran suma de dinero porque no entrase de guerra por la Toscana. En Roma le dió el Pontifice título de senador de aquella ciudad y la corona del reino de Nápoles. Allí desde que llegó le sucedieron las cosas mejor de lo que él pensaba, que todas las ciudades y pueblos abiertas las puertas le recibian, hasta la misma nobilísima y gran ciudad de Nápoles. La Reina, por la poca confianza que hacia así de su ejército como de la lealtad de los ciudadanos, se hizo fuerte por algun tiempo en Castelnovo. Oton, su marido, fué preso en una batalla que sc arriscó á dar á los contrarios, con que la Reina, perdida toda confianza de poderse tener, se rindió al vencedor. Pusiéronla en prisiones, y poco despues la colgaron de un lazo en aquella misma parte en que ella hizo dar garrote á su marido Andreaso. Muerta la Reina, dieron libertad á Oton para que se fuese á su tierra; con esta victoria la parte de Urbano ganó mucha reputacion. Parecia que Dios amparaba sus cosas y menguaba las de su competidor. Habia entrado en Italia el duque de Anjou con un grueso campo; falleció empero de enfermedad en la Pulla, provincia del reino de Nápoles; con su muerte se regalaron y fueron en flor sus esperanzas y trazas. Don Luis, infante de Navarra, tenia deudo con Cárlos, el nuevo conquistador de aquel reino, ca estaban casados con dos hermanas, como se tocó de suso. No pudo hallarse en esta empresa ni ayudarle por estar ocupado en la guerra que en Atica hacia con esperanza de salir con el ducado de Atenas y Neopatria, por el antiguo derecho que á él tenian los reyes de Nápoles; mas los principales de aquella provincia, por traer su descendencia de Cataluña, se inclinaban mas á los aragoneses, y no cesaban de llamar, ya por cartas, ya por

embajadores, al rey de Aragon para que fuese ó enviase á tomar la posesion de aquel estado y provincia, como finalmente lo hizo.

CAPITULO V.

De la guerra de Portugal.

Una nueva tempestad y muy brava se armó en España entre Portugal y Castilla, que puso las cosas en asaz grande aprieto, y al rey don Juan en condicion de perder el reino. Ligáronse los portugueses y ingleses; juntaron contra Castilla sus fuerzas y armas. Pensaban aprovecharse de aquel Rey por su edad, que no era mucha, y no faltaban descontentos, reliquias y remanentes de las revueltas pasadas. Los ingleses pretendian derecho y accion á la corona por estar casado el duque de Alencastre con la hija mayor del rey don Pedro; el de Portugal llevaba mal que le hobiesen ganado por la mano y cortado las pretensiones que tenia á aquel reino de Castilla, á su parecer no mal fundadas, además que al rey don Juan tenia por descomulgado por sujetarse, como seguia, al papa Clemente, ca en Portugal no reconocian sino á Urbano. Aprovechóse de esta ocasion don Alonso, conde de Gijon, para alborotarse conforme á su condicion y alborotar el reino. Su hermano el rey don Juan, porque de pequeños principios, si con tiempo no se atajan, suelen resultar muy graves daños, acudió á la hora á Oviedo, cabeza de las Astúrias, para sosegar aquel mozo mal aconsejado. Junto con esto mandó hacer gente por tierra, y armar por el mar para por entrambas partes dar guerra á Portugal y desbaratar sus intentos, por lo menos ganar reputacion. Los bullicios del Conde fácilmente se apaciguaron, y él se allanó á obedecer; si de corazon, si con doblez, por lo de adelante se entenderá. Hacíase la masa de la gente en Simancas. Acudió el Rey desde que supo que estaba todo á punto, marchó con su campo la vuelta de Portugal, púsose sobre Almoida, villa que está á la raya, no léjos de Badajoz. El sitio y las murallas eran fuertes, y los de dentro se defendian con valor, que fué causa de ir el cerco muy á la larga. Por otra parte, diez y seis galeras de Castilla se encontraron con veinte y tres de Portugal. Dióse la batalla naval, que fué muy memorable. Vencieron los castellanos; tomaron las veinte galeras contrarias y en ellas gran número de portugueses con el mismo general don Alfonso Tellez, conde de Barcelos. Fuera esta victoria asaz importante por quedar los de Castilla señores de la mar y los enemigos amedrentados, si el general castellano, que era el almirante Fernan Sanchez de Tovar, la ejecutara á fuer de buen guerrero; pero él, contento con lo hecho, dió la vuelta á Sevilla, con que los portugueses tuvieron lugar de rehacerse, y la armada inglesa tiempo de aportar á Lisboa, que fué el daño doblado. Todavía el rey don Juan, animado con tan buen principio y confiado que serian semejables los remates, acordó emplazar la batalla á los contrarios. Escribióles con un rey de armas un cartel desta sustancia: que sabia era venido á Portugal Emundo, conde de Cantabrigia, en lugar de su hermano el duque de Alencastre, acompañado de gente lucida y brava; que si confiaban en la justicia de su quere

lla y en el valor de sus soldados, se aprestasen á la batalla, la cual les presentaria luego que se apoderase de Almoida, y para combatillos les saldria al encuentro espacio de dos jornadas, confiado en Dios, que volveria por la justicia y por su causa. Deseaban los ingleses venir á las manos como gente briosa y denodada; entreteníalos empero la falta de caballos, que ni los traian en la armada ni los podian tan en breve juntar en Portugal. La respuesta fué prender al rey de armas contra toda razon y derecho. Cerraba en esta sazon el invierno, tiempo poco á propósito para estar en campaña. Retiróse sin hacer otro efecto el rey de Castilla, resuelto de volver á la guerra con mas gente y mayor aparato luego que el tiempo diese lugar y abriese la primavera del año de 1382. Tornó el conde de Gijon, mozo liviano, á alborotarse; retiróse á Berganza para estar mas seguro y con mas libertad; desamparáronle los suyos que llevó consigo. Esto y la diligencia de don Alonso de Aragon, conde de Denia y marqués de Villena, que se puso de por medio, fueron parte para que se redujesc á obediencia, y el Rey, su hermano, segunda vez le perdonase. Al tercero por este servicio y por otros nombró por su condestable, cosa nueva para Castilla, entre las otras naciones y reinos muy usada; crió otrosí dos mariscales, que eran como los legados antiguos y los modernos maestres de campo, sujetos al Condestable; estos fueron Fernan Alvarez de Toledo y Pero Ruiz Sarmiento. Pretendia el Rey, como prudente, con estas honras animar á los suyos y juntamente hermosear la república y autorizalla con cargos semejantes y preeminencias. Pasóse en esto el invierno; la masa de la gente se hizo segunda vez en Simancas. La fertilidad de la tierra y su abundancia era á propósito para sustentar el ejército y proveerse de vituallas; luego que todo estuvo en órden, el Rey con toda priesa se enderezó la vuelta de Badajoz por tener aviso que los enemigos pretendian romper por aquella parte y que eran llegados á Yelves, distante de aquella ciudad tres leguas solamente. Traia el rey de Portugal tres mil caballos y buen número de infantes. Los ingleses otrosí eran tres mil de á caballo y otros tantos flecheros. En el campo de Castilla los hombres de armas llegaban á cinco mil y quinientos caballos ligeros; el número de la gente de á pié era muy mayor, todos muy diestros, ejercitados en las guerras pasadas, acostumbrados á vencer, y sobre todo con gran talante de venir á las manos y á las puñadas y con las armas humillar el orgullo de los contrarios, que emprendian mayores cosas que sus fuerzas alcanzaban. Todavía el rey de Castilla, por ser manso de condicion y por no aventurar lo que tenia ganado en el trance de una batalla, acordó de requerir á los enemigos de paz. Para ello envió á don Alvaro de Castro para avisar seria mas expediente tomar algun asiento en aquellas diferencias que poner á riesgo la sangre y la vida de sus buenos soldados; que la victoria seria de poco provecho para el que venciese, y al vencido acarrearia mucho daño; finalmente, que las prendas de amistad y parentesco eran tales, que debian antes del rompimiento atajar los males que amenazaban y acordarse cuáles y cuán tristes podrian ser los remates si una vez se ensangrentaban. Por esto juzgaba, y era así,

« AnteriorContinuar »